Título: Creo que me quedo con el chibi..., capítulo 4

Autora: Azdriel

Categoría: humor, misterio, shonen ai (bueno, hay una diminuta posibilidad al final, ya veremos...), Hisoka y sus problemas existenciales...

Disclaimers: Los usuales. YnM no me pertenece (pero si queréis regalarme a Hisoka y Tsuzuki, no voy a decir que no...) Sólo soy la dueña de este fic y no saco ningún dinero de ello (¡porras!) (Además, voy a tener que pagar el maldito espejo...)

Nota de la Autora: En cuanto a la "Letra Escarlata" que se menciona en este capítulo, para aquellos que no lo sepan: antiguamente (en Estados Unidos, sobre todo), cuando una mujer cometía adulterio, se la obligaba a llevar una letra A de color rojo bordada en la ropa. Era como un cartel que decía: "Me he tirado a mi cuñado", o algo así.

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CHAPTER 4

Alrededor de las 21:00, tras siete horas y media de viaje y 1328,80 km de interminable vía férrea, Tatsumi e Hisoka llegaron a la Estación de Tokio.

Hisoka salió escopetado del tren con el ansia de un hombre que ha pasado demasiado tiempo (siete horas y media, para ser precisos) perdido en el desierto y acaba de encontrar un refrescante oasis. La elegante e incómoda ropa arrugada, un humor de perros y unas ganas horrorosas de... bueno, de lo que se suele tener ganas tras pasar todo un día en un tren dotado de unas instalaciones higiénicas surrealistas e inconcebibles.

Mientras Hisoka corría en busca de los servicios de la estación, Tatsumi se quedó en el andén, con el equipaje de ambos, un aspecto tan impoluto como de costumbre, esperando a ver si aparecía el chofer de los Nakamori, como habían acordado.

En el interior de la estación, aliviada ya su urgente necesidad, Hisoka se disponía a salir del lavabo cuando una imagen extraña llamó su atención.

Era su propio rostro reflejado en el espejo.

No había tenido demasiado tiempo para examinar su nuevo corte de pelo y ahora se arrepintió de haberlo hecho.

Era un cambio demasiado radical. Llevaba el pelo más corto incluso que Tatsumi y eso le hacía parecer mayor de lo que era... de lo que seguiría siendo para siempre. Sus ojos se veían inmensamente enormes y eso no le gustó nada.

Porque, aunque nadie lo sabía, la razón de que Hisoka se hubiera dejado crecer el pelo hacia el rostro había sido para ocultar todo lo posible sus ojos verdes.

Aquellos ojos de mirada siniestra que eran capaces de leer el alma de un hombre, sin reflejar a su vez nada más que un vacío helado.

Le producía un Miedo atroz mirarse en el espejo y ver sus propios ojos contemplándole. Era como si estuviera leyendo su propia alma. Podía sentir aquella desagradable sensación del mismo modo que la sentían los demás.

La misma sensación espeluznante que todos debían experimentar al mirarle a los ojos.

¡Eres una aberración! ¡Tú no eres hijo mío! ¡Aparta tu mirada diabólica de mí, monstruo!

La voz de su madre resonó de súbito en su cabeza, trayendo consigo unos recuerdos que creía olvidados.

De pronto, la vio a ella en el espejo, tal y como la recordaba, mirándole con aquella mezcla de miedo y repugnancia. Casi podía sentir de nuevo el frío de la celda donde le habían encerrado sus propios padres para mantenerlo apartado de ellos. A él y a sus abominables ojos inhumanos.

¡Monstruo! Le gritó la imagen del espejo, mientras Hisoka retrocedía hasta chocar de espaldas contra la pared opuesta. ¡Demonio! ¡Tienes los ojos de Satán!

-No...

Hisoka se llevó las manos a los oídos, pero seguía oyendo la voz de su madre.

¡Monstruo!

-Basta…

¡No eres humano!

-Calla… ¡Cállate!

¡Demonio! Tu no eres…

-¡¡CÁLLATE!!

…hijo mío…

Con un grito desgarrador, Hisoka se abalanzó contra el espejo y lo golpeó con los puños, con todas sus fuerzas, tratando de hacer callar aquella voz insidiosa. Era como cuando Muraki se había metido dentro de su cabeza a bordo del Queen Camelia, pero cien veces peor. Porque Muraki era su asesino, su enemigo.

Aquella, a pesar de todo, era su madre.

El espejo se quebró, y los fragmentos se le clavaron en las manos, pero él no lo notó. Estaba fuera de sí y gritaba sin cesar -no sabía qué, si es que era algo coherente-, mientras seguía golpeando el espejo una y otra vez.

Finalmente, unas manos lo sujetaron y lo apartaron de su "víctima". Hisoka forcejeó como un gato rabioso y le soltó a su captor un cabezazo que le hizo crujir los huesos de la nariz y soltar un gruñido y una maldición.

Las manos lo soltaron e Hisoka cayó al suelo. El golpe contra las baldosas tuvo la virtud de romper el trance y despejar su mente.

El ataque de pánico se esfumó y dejó a un chico extenuado y sollozante, hecho un miserable ovillo a los pies de su dolorido salvador.

Sosteniendo un pañuelo ensangrentado contra su nariz, Tatsumi paseó la mirada por el caótico escenario. El espejo destrozado, cristales y sangre por todas partes... ¿Qué diablos le había pasado a Hisoka allí dentro?

Finalmente, se agachó junto al chico y alargó la mano para sacudirle por el hombro, pero no le pareció lo más adecuado. Después de todo, Hisoka acababa de sufrir alguna especie de crisis nerviosa. Sus gritos se habían oído por toda la maldita estación. La situación requería algo más de tacto y consideración.

¿Qué habría hecho Tsuzuki en esas circunstancias?

Sufrir él también una crisis nerviosa, si es que conozco a Tsuzuki, pensó Tatsumi con un suspiro.

Rezó para que el chofer de los Nakamori no se sorprendiera demasiado al ver llevar a sus dos pasajeros cubiertos de sangre, pero no había tiempo para cambiarse de ropa, las maletas ya estaban en el coche de los Nakamori y, además, Hisoka no tenía aspecto de poder sostenerse por su propio pie, por lo que Tatsumi tendría que cargar con él hasta el coche.

Al menos, su nariz ya se estaba curando y los cortes en las manos y la cara de Hisoka eran sólo un recuerdo del que a penas quedaba algo de sangre.

Los limpió a ambos como pudo con el pañuelo mojado en el lavabo y luego tomó al tembloroso muchacho en brazos, como si fuera un niño pequeño. Hisoka no opuso la menor resistencia.

El guardia de seguridad de la estación ya estaba aporreando la puerta, exigiendo saber qué había pasado y diciendo que la policía estaba en camino.

Maldiciendo de Nuevo para sus adentros, Tatsumi invocó sus poderes de teleportación y desapareció al punto, con Hisoka en sus brazos.

Por fortuna, el chofer de los Nakamori era un tipo discreto. Se limitó a levantar las cejas levemente, al verlos llegar de aquella guisa. Pero, tras comprobar, con una mirada al rostro de Tatsumi, que no había razón para alarmarse, les saludó con una cortés inclinación y les abrió la puerta del Rolls-Royce.

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Durante el trayecto en coche, Tatsumi no dejaba de preguntarse qué le habría pasado a Hisoka en los servicios de la estación. El muchacho se había acurrucado en el asiento, pegado a la puerta, con los pies subidos al carísimo asiento de cuero y los brazos en torno a las rodillas. Ya no lloraba y parecía totalmente consciente, según comprobó Tatsumi de los muchos vistazos preocupados que le echó a lo largo del camino hasta la mansión de los Nakamori, pero en sus ojos verdes brillaba una mirada acosada que el secretario no había visto nunca allí.

Normalmente los ojos de Hisoka eran dos espejos, fríos y duros, que se limitaban a reflejar todo lo que veían y nada de lo que ocultaban. Tatsumi se vio tentado en más de una ocasión a interrogarlo sobre lo que le había ocurrido, pero mantuvo la boca cerrada. Hisoka tampoco le contaría nada. El único capaz de sacarlo alguna información al reservado muchacho era Tsuzuki... y él no estaba allí ahora, ¿verdad?

De todas maneras, para alivio de Tatsumi, Hisoka pareció volver a la normalidad poco a poco durante el trayecto. Su cuerpo delgado fue relajándose paulatinamente. Bajó los pies del asiento y se recostó contra el respaldo, el rostro vuelto hacia la ventanilla, los ojos fijos en el cielo nocturno. No volvió la mirada hacia Tatsumi ni una sola vez. Tampoco habló.

Por fortuna, el viaje no fue muy largo. La carretera que tomaron rodeaba la ciudad de Tokio en lugar de atravesarla, lo cual (en contra de lo que cualquier geómetra pudiera declarar) suponía que, en este caso, una curva era el camino más corto entre dos puntos. De hecho, el idiota que determinó que era la línea recta, es que no conocía las calles de Tokio.

Tal y como Tatsumi había dicho, la hacienda de los Nakamori constaba de cientos de acres de terreno, campo sin cultivar, cuajado de prados y suaves colinas (1). Bajo la luz intensa de la luna llena, se adivinaba un espeso bosquecillo de árboles bajos que medio ocultaba tras su silueta el cauce de un río. Un enorme roble de ramas peladas con un aspecto bastante muerto se levantaba a unos quinientos metros de la casa. Cuando el Rolls pasó por su lado, iluminándolo con los faros, Hisoka se fijó distraídamente en que el árbol tenía una gran hendidura en el tronco y parecía estar petrificado. Debía ser realmente viejo.

El Rolls aparcó sobre un lecho de gravilla, a las puertas de la mansión de los Nakamori. La casa era impresionante. Era casi un castillo. Por lo que sabía Hisoka de arquitectura, debía tener más de doscientos años. Tenía cuatro plantas y grandes ventanales de cristal emplomado. Dos de las ventanas del segundo piso y una del primero estaban abiertas, y las pesadas cortinas de color rojo vino se escurrían a través de las ventanas como si quisieran echar a volar en la brisa nocturna. La tenue iluminación eléctrica de la fachada le daba a todo un aire bastante fantasmagórico. Era un entorno perfecto para "manifestaciones hectoplásmicas incontroladas de carácter no corpóreo".

Nada más bajar del coche, Hisoka y Tatsumi fueron recibidos en la entrada por un mayordomo flaco y estirado, que parecía estar olfateando constantemente algo, a juzgar por lo alta que mantenía la nariz en todo momento. A diferencia del chofer, el mayordomo tenía rasgos occidentales, y se presentó como Arthur.

-Bienvenidos a Nakamori Manor, señores. Si son tan amables de seguirme...

Los dos shinigami cruzaron una mirada de entendimiento. Ahora sí que empezaba el espectáculo. Tatsumi rogó mentalmente para que su joven compañero no sufriera otra crisis nerviosa, o lo que hubiera sido.

El mayordomo los condujo a través del vestíbulo de la mansión. A la izquierda de la entrada comenzaban las escaleras que conducían a los pisos superiores. En el arco que formaban las escaleras, había una puertecita que debía ser para uso del servicio. Frente a ellos, al otro lado del vestíbulo, una puerta más grande y de madera visiblemente más cuidada y rica, que debía dar al comedor. En la pared de la derecha, otras dos puertas, igualmente lujosas. Una de ellas estaba abierta y los shinigami pudieron ver que se trataba de una sala de billar. El mayordomo se detuvo prácticamente en el centro del vestíbulo.

-El señor y la señora Nakamori les recibirán en la sala de billar, señores –el chofer entró en la casa con el equipaje de los shinigami y lo dejó en el vestíbulo. Un joven criado surgió de la nada al parecer y, a una señal muda del mayordomo cogió las maletas se quedó esperando con ellas al pie de las escaleras-. Pero antes, Hiroshi les acompañará a sus habitaciones para que puedan refrescarse, si lo desean. Cualquier cosa que necesiten, no duden en pedírsela a Hiroshi.

-Domo –dijo Tatsumi. El mayordomo hizo una inclinación y desapareció a través de la puerta de la sala de billar. Al secretario no se le pasó por alto que se había fijado discretamente en las salpicaduras de sangre de su camisa y de los pantalones gris claro de Hisoka.

El tal Hiroshi debía tener unos 16 o 18 años y era un poco más bajo que Hisoka. Los saludó con un parco "Irasshaimase" y una inclinación y comenzó a subir las escaleras lentamente, cargado con el equipaje de los dos shinigami. En otras circunstancias, Hisoka, poco acostumbrado a que le sirvieran, se habría sentido un poco incómodo, pero el espeluznante episodio del espejo aún bullía en su mente y en aquellos momentos igual le habría dado que el criado se hubiera arrojado al suelo a besarle los pies.

Sus habitaciones estaban en la segunda planta y resultaron ser las dos que habían visto desde fuera con las ventanas abiertas. El aire nocturno había ventilado las estancias, sí, pero ahora hacía un frío terrible allí dentro. Hisoka se preguntó cuánto llevarían sin usar aquellas habitaciones para tener ahora que ventilarlas a toda prisa en una época del año tan fría.

Hiroshi dejó el equipaje de Hisoka a los pies de la cama y volvió a salir con Tatsumi para mostrarle su dormitorio, adyacente al de Hisoka. Al quedarse solo, el muchacho cerró la puerta y procedió a cambiarse de ropa. El jersey de cuello alto acabó hecho un ovillo sobre la cama, mientras Hisoka sacaba de mala gana otro limpio de la maleta, junto con otro par de pantalones. Estaba a punto de quitarse la camiseta interior, cuando sonaron unos suaves golpecitos en la puerta y Tatsumi asomó la cabeza.

-Ah, ya te estás cambiando de ropa... –comentó el secretario. Enrojeciendo violentamente, Hisoka se volvió hacia él, bajándose rápidamente la camiseta. Tatsumi tuvo el detalle de apartar rápidamente la mirada. La razón del apuro de Hisoka no era la timidez. A pesar de que su pecho, espalda y hombros estaban de nuevo cubiertos, en sus brazos desnudos (que trataba de cubrir torpemente con sus propias manos) destacaban, como pintados con sangre, las terribles marcas de la maldición de Muraki.

-Me cambio y vengo a por ti –dijo Tatsumi, antes de retirarse rápidamente y cerrar la puerta tras de sí.

Hisoka se soltó los brazos y se dejó caer sobre la cama con un suspiro borrascoso. Tatsumi, igual que Tsuzuki, el jefe Konoe y Watari, sabían que las marcas de Muraki estaban allí. Tampoco era un secreto qué las había hecho aparecer... ni qué le había hecho Muraki a él en el proceso...

Pero aún así, era absolutamente incapaz de soportar que nadie las viera. Eran como una letra escarlata bordada en su pecho. Sólo que la letra no era una A de Adulterio, sino una V... de Violación.

Se estremeció violentamente y deseó tener tiempo para darse una larga ducha. Se sentía sucio, como siempre que pensaba en Muraki y en aquella espantosa noche. Pero no había tiempo. Tatsumi aparecería a buscarle en cualquier momento y tendría que pasar toda una velada con unos completos desconocidos, fingiendo ser alguien que no era, hablando de trivialidades y estupideces, mientras en su mente estallaban una y otra vez las imágenes de su violación y asesinato.

Se sentía tan enfermo que podría vomitar y deseó con todas sus fuerzas que Tsuzuki estuviera allí, con él...

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FIN DEL CAPÍTULO 4... En el próximo capítulo empieza la acción, ¡palabra!

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(1) Ignoro si hay algo así en Tokio, pero es mi "licencia literaria".

Estas son las palabras en japonés que aparecen en este capítulo. Creo que no me he equivocado, pero si es así decídmelo para corregirlo, ¿vale?

Domo: Gracias.

Irasshaimase: Bienvenidos.

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Acabo de terminar el libro 3 de Yami. Y sólo tengo una cosa que decir: ooooohhh... qué bonitoooo....*corazoncitos rebotando por toda mi habitación*. He escaneado dos de los dibujos de Hisoka+Tsuzuki de la última parte del libro. Ya sabéis, esa en la que Hisoka salta a los brazos de Tsuzuki, para subir al helicóptero Y, después, la de cuando Hisoka se arroja a los brazos de Tsuzuki en busca de consuelo por lo de XXXXXXX. (¡Eh, que no voy a reventar el final de la historia!). He titulado a la primera "Oooh.jpg" y a la segunda "Oooh(2).jpg". Sí, estoy llena de imaginación...

¡Ah! Una cosa más. Estoy completamente enganchada a un fic de Yami titulado "Green Eyed Soul", escrito por Sayaa. Es una historia muy buena llena de misterio y (*aiish*) los sentimientos de Tsuzuki e Hisoka. Si no lo habéis leído aún, ¡no sé a qué esperáis!

Ja ne!

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Ya zabéi, reviú, plis.