Título: Creo que me quedo con el chibi..., capítulo 6
Autora: Azdriel
Categoría: humor, misterio, shonen ai (bueno, hay una diminuta posibilidad al final, ya veremos...), Hisoka sonrojándose una y otra y otra y otra vez y descubriendo que no hay que darlo todo por sentado... ni siquiera cuando se trata de Tatsumi.
Disclaimers: Los usuales. YnM no me pertenece (pero si queréis regalarme a Hisoka y Tsuzuki, no voy a decir que no...) Sólo soy la dueña de este fic y no saco ningún dinero de ello (¡porras!)
Nota de la Autora: en el capítulo anterior, he utilizado la palabra "aniki" como "hermano mayor", aunque luego he encontrado "onii-san" con el mismo significado y "aniki" con el significado de "hermano menor". No sé si he metido la pata.
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CAPÍTULO 6Envuelto únicamente con un ligero kimono blanco, Hisoka recorrió el sendero de gravilla que bajaba desde la casa, sintiendo las diminutas piedrecillas presionando contra la planta de sus pies desnudos. Estaban calientes, como si el sol las hubiera estado caldeando tan sólo un minuto antes.
Era curioso lo calurosa que se había vuelto la noche, con el frío que hacía cuando Tatsumi y él llegaron a Tokio. Hisoka se había despertado sudando entre las gruesas mantas en su habitación de la mansión Nakamori y había tratado de refrescarse con una ducha en el cuarto de baño privado de su dormitorio. La ducha le había librado del calor, pero también se había llevado consigo el sueño. Después de dar vueltas durante una hora en la cama, incapaz de volver a dormirse, Hisoka se había echado encima un kimono y había salido a escondidas de la casa, tratando de no despertar a Tatsumi ni a sus anfitriones.
A medio camino, abandonó el sendero, deseando sentir el frescor de la hierba bajo sus pies. Paseó por los alrededores de la mansión durante largo rato, disfrutando de una fresca brisa que agitaba las flores blancas de los cerezos. Era extraño, al llegar allí esa noche no se había percatado de que hubiera cerezos... Un repentino escalofrío recorrió su columna, sacudiendo su frágil cuerpo del mismo modo que el aire movía las flores blancas.
Hisoka alzó la mirada al cielo y se quedó paralizado al ver la luna roja que lo teñía todo de sangre. Cerezos blancos, luna roja... aquello se parecía demasiado a la noche en que... Pero no quería pensar en eso, no debía pensar en eso. Bastante agitadas estaban ya sus emociones con todo el jaleo de la cena, como para añadir más leña al fuego. Muraki estaba muy lejos de allí, no había nada que temer.
Pero la agradable brisa se estaba convirtiendo en un viento frío que se colaba por debajo de su kimono y mordía su piel desnuda. Hisoka se estremeció de nuevo y se rodeó el cuerpo con los brazos. Tal vez sería mejor volver a casa y tratar de dormir un rato más...
Entonces, movidos por una voluntad que no era la suya, sus ojos se desviaron hacia el gran roble petrificado que se alzaba a lo lejos, junto al camino de gravilla. Al abrigo de su frondosa copa (un momento, ¿no había sido un puñado de ramas muertas hasta esa misma noche?) Hisoka vio las siluetas oscuras de una pareja de enamorados, abrazándose bajo la luna. Por un instante, pensó que era una hermosa escena. Incluso sonrió con tristeza. Él no tenía a nadie que le amara así...
Entonces, vio el cuchillo relampaguear bajo la luz de la luna en la mano del hombre y lo vio descender de súbito, hundiéndose en el cuerpo de la mujer con un espantoso crujido húmedo que estremeció el silencio de la noche.
Ella ni siquiera gritó.
Hisoka sí.
El hombre se volvió como un rayo hacia la dirección del grito y lo último que vio Hisoka antes de echar a correr fue el destello diabólico y antinatural de uno de los ojos del hombre.
Muraki...
¡No, no, NO! ¡Otra vez no!, suplicó Hisoka, mientras corría aterrado de vuelta a la casa. ¡Aquí no! ¿Cómo es posible? ¿Por qué? ¿Por qué está aquí?
¿Y por qué huía de él? Ahora tenía poderes, podía enfrentarse a su asesino. Podía convocar a Suzaku, ya conocía el hechizo de magia Fuda necesario. Suzaku acudiría en su auxilio encantada... El fénix odiaba a Muraki casi tanto como él...
Pero, aún así, Hisoka siguió corriendo, sintiendo que el miedo le cerraba la garganta, impidiéndole respirar. Un dolor sordo se adueñó de su pecho. El corazón le iba a estallar.
Sus pies desnudos resbalaron en la hierba húmeda que cubría la suave colina (¿qué colina?) donde estaba levantada la mansión Nakamori. Hisoka cayó sobre las manos, se puso en pie de nuevo y siguió trepando.
Pero allí ocurría algo raro. La tierra de la colina estaba demasiado blanda, se desmenuzaba, se hundía bajo sus pies, convirtiéndose en un lodo pegajoso que entorpecía su avance. La cuarta vez que resbaló, se dio cuenta de que no había avanzado lo más mínimo. A gatas sobre lo que ahora era un barrizal, Hisoka levantó la mirada hacia la casa y vio que seguía al pie de la colina.
¿Qué demonios estaba pasando? ¡Muraki! ¡Sin duda era alguno de sus perversos hechizos!
Sabía que el sádico doctor estaba tras él, podía sentir su aura helada acercándose rápidamente. Lo más horrible de todo era que no sentía nada más. Ni odio, ni furia, ni desprecio... nada en absoluto. Muraki iba a matarle del mismo modo que mataba siempre: por pura y simple costumbre.
Esto ya lo he vivido...
Al mismo tiempo que esa repentina certeza penetraba en su mente, Hisoka sintió la presencia física de Muraki detrás de él. El muchacho trató de ponerse en pie, pero el barro helado lo succionaba hacia abajo, aprisionándolo de pies y manos.
Unas manos como garras se cerraron en torno a su cintura, arrancándolo del barro con una facilidad pasmosa, alzándolo a pulso y arrojándolo con violencia sobre el terreno sólido del camino de gravilla. Los afilados guijarros se desgarraron la piel de las manos y las rodillas.
Aún en el suelo, Hisoka se volvió hacia su enemigo, con el corazón a punto de salírsele por la garganta.
Muraki estaba plantado frente a él, impasible. El eterno abrigo blanco aleteaba sacudido por el aire nocturno. Sus cabellos plateados acariciaban su rostro, descubriendo a intervalos el ojo bio-mecánico que seguía destellando de forma horrible bajo la luz de la luna roja.
—Eres verdaderamente inoportuno, niño. Dicen que los espíritus de los asesinados repiten una y otra vez el momento de su muerte. Parece que tú no eres una excepción —susurró Muraki. Su voz profunda de barítono provocó un estremecimiento de repulsión en Hisoka, que reculó por el camino de gravilla, con la boca demasiado seca para gritar pidiendo ayuda.
—¿Y quién iba a venir en tu auxilio, hmm? —ronroneó Muraki, como si hubiera leído su mente. El doctor dio un paso hacia él, eliminando la escasa distancia que Hisoka había conseguido establecer entre ambos—. No le importas a nadie.
Hisoka sintió un pinchazo de pánico atravesándole el corazón. Se mordió la lengua para no soltar un gemido.
—No es cierto... —deseaba gritar aquellas palabras con toda su alma, pero fue incapaz de conseguir que su voz se elevara más allá del susurro.
—¿Ah, no? —Muraki dio otro paso hacia él, Hisoka reculó de nuevo—. Tus padres te abandonaron la primera vez. ¿Crees que no oyeron tus gritos? Estaban en aquella bonita casa de la familia Kurosaki. Oyeron tus gritos, se despertaron, se asomaron a la ventana y, cuando vieron que eras tú a quien un desconocido estaba violando y torturando, se encogieron de hombros, dieron media vuelta y se volvieron a la cama. A la mañana siguiente debieron quedarse bastante desilusionados al ver que seguías vivo...
—¡Cállate! —jadeó Hisoka, sintiendo la garganta en carne viva—. Eso fue entonces y esto es ahora, ¡él me rescatará!
Muraki sonrió, provocando otra oleada de repulsión en Hisoka.
—¿Él? —se agachó sobre Hisoka y su aliento acarició la piel del muchacho cuando Muraki acercó los labios a su oído y le susurró, como si estuviera compartiendo con él un secreto—: Él no está aquí ahora, mi preciosa muñeca...
Los labios sedosos acariciaron la piel de su garganta. Sin duda Muraki pudo sentir el violento latir de su corazón cuando rozó la vena de su cuello. Incluso cuando sus labios siguieron descendiendo por su pecho, abriéndose camino a través de los pliegues del kimono del muchacho. Unos dedos diestros desataron el nudo de su cinturón y la prenda se deslizó de su cuerpo.
—Grita, mi preciosa muñeca —susurró Muraki. El movimiento de labios contra su piel, hizo que Hisoka se estremeciera de asco. La lengua de Muraki acarició golosa la suave piel de su vientre. Sus manos lo mantenían inmóvil contra la gravilla—. Grita cuanto quieras. Veamos si él viene a rescatarte —una suave risa burlona envió aliento ardiente contra la piel de Hisoka.
Pero Hisoka no gritó. No lloró. Ni siquiera se resistió.
¿De qué habría servido?
Muraki tenía razón.
Él no estaba allí.
*** *** ***
No le importas a nadie.
...Kurosaki-kun...
Él no está aquí.
¡Kurosaki-kun!
Grita, muchacho precioso, ¡grita para mí!
—¡Kurosaki-kun! ¡Despierta!
La voz familiar se introdujo milagrosamente en su cabeza y ahogó las perversas palabras de Muraki, arrancándole de la pesadilla creada por su traicionera mente.
Hisoka abrió los ojos de golpe y lo primero que vio un rostro familiar y querido, un cabello castaño y unos bellos ojos que lo miraban con preocupación.
Su alivio fue tan inmenso que casi rompió a llorar. Se aferró a los brazos de su salvador como si su vida dependiera de ello.
—¡Tsuzuki!
Pero cuando su mente se despejó un poco más, se dio cuenta de que los ojos no eran de color púrpura, sino azules.
—Tatsumi-san... —musitó, sin poder evitar sentirse un poco decepcionado, aunque las nieblas del sueño eran aún demasiado espesas como para pensar en analizar el por qué de aquella decepción.
El secretario asintió y llevó un vaso de agua hasta sus labios, ayudándole a tomar unos sorbos.
—Has estado inconsciente un buen rato. Estaba preocupado.
Hisoka miró a su alrededor. Estaba en su cama, en su dormitorio de Nakamori Manor y aún llevaba la ropa que se había puesto para la cena.
Todo había sido parte de la pesadilla. El calor, la ducha, el paseo... Muraki...
Se rodeó el cuerpo con los brazos y se estremeció. Había sido tan real... Incluso seguía sintiendo náuseas en la boca del estómago.
—¿He... he dicho algo... en sueños? —preguntó, sin poder contenerse, evitando mirar a Tatsumi a los ojos. Si había dejado escapar algo sobre Muraki y lo que éste le había hecho, si Tatsumi lo había oído... la vergüenza lo mataría, estaba seguro.
—Sólo llamabas a Tsuzuki.
Hisoka enrojeció violentamente. Había algo en su sueño relacionado con Tsuzuki, pero no recordaba qué era. Una necesidad terrible. ¿Miedo? Sí, era miedo y... algo más. Pero los únicos detalles frescos en su memoria eran los relacionados con Muraki. Hisoka estaba demasiado aturdido todavía para recordar nada más.
Y, sinceramente, no le seducía la idea de profundizar.
Se forzó por apartar la mente de la pesadilla y se centró en lo que había ocurrido durante la cena. Aquel lanzazo de emociones negativas lo había dejado fuera de combate. Recordaba el shock final que le había hecho perder el sentido. Tatsumi debía de haberlo traído hasta aquí en brazos... como a un niño pequeño.
Se sonrojó de nuevo. Lo último que recordaba era el perfume que desprendía la piel de Tatsumi y que olía igual que Tsuzuki... una mezcla de especias y maderas aromáticas...
Hisoka se sonrojó aún más. La piel le ardía tanto que pensó que se le desprendería por el calor. ¿Qué diablos le pasaba? ¿A qué venía ahora pensar en el olor de Tatsumi?
Es el estrés, se dijo. Me hace pensar cosas absurdas.
—Kurosaki-kun...
Hisoka levantó la mirada hacia Tatsumi. El secretario seguía contemplándole con preocupación y, sin duda, aquel despliegue de colores en su cara (todas y cada una de las tonalidades posibles de rojo) le estaba alarmando aún más.
—Estoy bien —murmuró con voz ronca—. Sólo era una pesadilla. Nada que ver con lo de antes.
¿Antes? Ni siquiera sabía cuánto tiempo llevaba durmiendo. Echó una mirada al reloj de Tatsumi y vio que eran más de la 1:30 de la madrugada.
La expresión culpable que apareció en su rostro lo dijo todo.
—Nuestros anfitriones estaban preocupados por ti —dijo Tatsumi con su voz tranquila—. Hasta se ofrecieron a llamar a un médico.
Hisoka bajó la mirada hacia sus manos y se dio cuenta de que estaba retorciendo la colcha con saña. La soltó.
—Sería interesante saber qué diría un médico si tuviera la oportunidad de examinarme. Siento lo del erizo.
Lo dijo todo tan seguido que Tatsumi tardó unos segundos en reaccionar.
De pronto, toda la escena del erizo volvió a la mente de ambos, tan ridícula como había sido y, cuando Tatsumi cruzó la mirada con Hisoka, el secretario pudo ver la risa contenida en los ojos verdes del chico.
Tatsumi suspiró.
—Adelante. Ríete.
Hisoka no estalló en carcajadas, por supuesto. Aún temblaba un poco por la pesadilla y el agotamiento mental, pero sus hombros empezaron a sacudirse suavemente mientras se cubría la sonriente boca con los dedos y apartaba la mirada de Tatsumi.
El secretario sospechó que lo hacía, no por vergüenza, sino para no soltar la carcajada definitiva.
Ver reír a Hisoka, aunque fuera de un modo tan sutil, era un acontecimiento digno de conservar en la memoria. Sus ojos verdes perdían su opacidad y se abrían al mundo, volviéndose cristalinos y luminosos. Hasta sus pálidas mejillas ganaban algo de color. Y parecía tan inocente como sin duda había sido una vez. Antes de Muraki...
Tatsumi no había visto reír a Hisoka jamás antes que ahora, y rezó para que al muchacho le gustase la experiencia y lo repitiera más a menudo.
De hecho, Tatsumi se dio cuenta, sorprendido, de que estaba dispuesto a recibir una docena más de erizos de mar en plena cara con tal de volver a verle reír.
Así que es esto lo que siente Tsuzuki..., pensó, sonriendo a su vez.
Cuando Hisoka recuperó la compostura, que fue muy pronto, salió de la cama para cambiarse de ropa y ponerse el pijama. Tatsumi se ofreció a salir de la habitación, para que pudiera desnudarse sin apuro, pero Hisoka lo sorprendió con una negativa:
—No hace falta. Tan sólo date la vuelta.
Mientras se cambiaba, oyó preguntar a Tatsumi:
—¿Sueñas a menudo con Tsuzuki?
Hisoka se quedó helado, con las manos a medio abotonar la camisa del pijama. Su rostro, oculto para Tatsumi, se volvió de un rojo brillante, como si en cualquier momento fuera a explotarle la cabeza por combustión espontánea. Tardó unos segundos en rescatar su voz del rincón de su garganta donde se había acurrucado aterrada.
—¿Eh? —fue su fabulosa réplica.
—Has... pronunciado su nombre en sueños —le recordó Tatsumi con paciencia. Hisoka tuvo la incómoda sensación de que la palabra que el secretario había estado a punto de utilizar era "gritado"—. Y, al despertar, lo has vuelto a hacer.
Mientras Hisoka trataba de construir una réplica, con sujeto y predicado, a ser posible, Tatsumi siguió hablando:
—No deseo ser indiscreto, Kurosaki-kun, pero a menos que seas el responsable de los presupuestos de EnmaCho, no es normal que tengas pesadillas con Tsuzuki (1).
—No... no estaba soñando con él —balbuceó Hisoka y, por alguna razón, sintió que no era del todo cierto. El muchacho se volvió por fin hacia Tatsumi. El secretario estaba recostado contra la cómoda que había junto a la puerta de la habitación, con los brazos cruzados sobre el pecho y las piernas estiradas ante él, completamente relajado. En su mirada sólo había curiosidad, nada más—. Es que, al despertar y verte, pensé... pensé que eras él. Sin gafas os parecéis mucho, salvo por el color de los ojos, claro.
Tatsumi sonrió suavemente. Había estado echando una cabezada junto a la cama de Hisoka y se había quitado las gafas para estar más cómodo.
—¿De veras? —preguntó, con una mirada divertida en sus ojos azules.
—Sí. No me había dado cuenta hasta ahora. Sois casi idénticos. No sois parientes, ¿verdad?
La sonrisa de Tatsumi se amplió, lo cual significa que se hizo casi perceptible.
—Lo dudo.
¿Pero qué tonterías estás diciendo?, se gritó Hisoka mentalmente. ¡Cierra la boca de una vez y deja de balbucear como un idiota! ¿Pero qué te pasa?
El rostro de Tatsumi adquirió de repente una expresión confidencial que Hisoka no le había visto nunca. El secretario se acercó y se inclinó hacia él con aire misterioso.
—Voy a contarte un secreto.
Hisoka alzó las cejas, sorprendido.
—Tsuzuki y yo... somos la misma persona.
Aquello era perfecto para hacer la noche aún más surrealista. Hisoka abrió los ojos como platos. Su boca dibujó una "O" perfecta y, a continuación, empezó a boquear como un rape fuera del agua.
—Es muy sencillo —siguió Tatsumi, en el mismo tono confidencial—. Sólo tengo que ponerme las gafas y soy Seiichiro Tatsumi... me las quito y me convierto en Tsuzuki Asato.
Hisoka siguió boqueando. De hecho, se estaba poniendo ligeramente azul.
—Igual que Superman —remató Tatsumi.
Finalmente, el secretario no pudo contener la risa por más tiempo. La suya era tan suave y discreta como la de Hisoka, pero la disfrutó de lo lindo.
Comprendiendo que le estaban tomando el pelo, Hisoka se sonrojó (otra vez) y soltó un bufido.
—Me temo que aún estás un tanto dormido, Kurosaki-kun —dijo Tatsumi, cuando su risa se convirtió en su conocida sonrisa beatífica.
—Para que luego digan que no tienes sentido del humor —rezongó Hisoka.
*** ***
Era ya muy tarde, pero Hisoka no quería dejar pasar la noche sin contarle a Tatsumi lo que había sentido en el comedor.
—Así que... ¿crees que era el fantasma? —preguntó Tatsumi, cuando Hisoka terminó su relato.
El muchacho movió la cabeza.
—No lo sé. No lo creo. No sentí ninguna presencia extraña, sólo esa oleada de odio ciego que anulaba todo lo demás. Pero, por más que lo intenté, no conseguí dar con la fuente. Y sé que estaba con nosotros en ese comedor.
—Bueno —suspiró Tatsumi, subiéndose las gafas que había vuelto a ponerse—. No hay mucho donde elegir.
—No. Pero ninguno de ellos parecía estar emitiendo nada negativo. Es muy raro, porque unas emociones tan intensas marcarían su origen como un faro en la niebla para mis ojos. ¡Y no vi nada!
Tatsumi se quedó pensativo un rato.
—¿Existe la posibilidad de que estuviera escudándose?
—¿Qué quieres decir?
—Si se trata de un espíritu, debería haber notado que tienes poderes empáticos —siguió Tatsumi—. ¿Podría ocultarte su presencia?
—¿Y dejar a la vista sus emociones? No lo sé. De todos modos, dudo que se trate de ningún fantasma.
—¿Por qué?
—El odio es una emoción humana, Tatsumi-san. Los fantasmas suelen ser almas que no encuentran el camino al otro lado. Ellos emiten miedo o confusión. Pero no odio.
—Pero el miedo puede llevar al odio —declaró Tatsumi.
Hisoka se le quedó mirando fijamente.
—Ahora hablas como el Maestro Yoda.
Tatsumi alzó una ceja.
—No te imagino viendo ese tipo de cine.
El rostro de Hisoka se ensombreció. Sus ojos adquirieron la "mirada".
—Maratón de cine de ciencia-ficción en casa de Tsuzuki —explicó, con voz lúgubre y monótona—. Las pusieron seguidas. Las cinco.
La cara de horror de Tatsumi lo dijo todo.
—No me extraña que tengas pesadillas.
*** ***
Al cabo de unos minutos, Hisoka volvió a meterse en la cama y se arropó con las mantas.
—¿Crees que estarás bien? —le preguntó Tatsumi, plantado en medio de la habitación y con aspecto de estar muy cansado. Hisoka casi podría haber jurado que estaba haciendo esfuerzos por no ponerse a bostezar.
Son más de las dos de la mañana y Tatsumi-san apenas ha dormido, se dio cuenta de repente, con una punzada de culpa.
—Oh, sí, perfectamente. Gracias, Tatsumi-san. Por favor, vete a dormir.
Tatsumi asintió, aunque no parecía demasiado convencido.
—Lo que te pasó en la estación no tuvo nada que ver con los sucesos de esta noche, ¿verdad?
Bien por Tatsumi. Así se plantean las preguntas que te queman en la lengua. Con el viejo sistema de "Ya que lo mencionas...".
Pero Hisoka no quería hablar de lo ocurrido en la estación. Aún no, al menos.
—No. Aquello... sólo tuvo que ver conmigo —respondió en voz baja.
Sin darse cuenta del gesto del otro, ambos desviaron la mirada a la vez hacia el espejo del rincón, aún cubierto con la toalla. Hisoka oyó suspirar a Tatsumi con resignación.
—Muy bien. Será mejor que ambos durmamos un poco. Buenas noches, Kurosaki-kun...
*** *** ***
FIN DEL CAPÍTULO 6
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Ya sé que este capítulo es un poco flojo. Bueno, excepto la parte del sueño, creo. Espero que este capítulo no os haya desilusionado. El caso es que había escrito un párrafo más a continuación de la última frase de Tatsumi, PERO me di cuenta de que prácticamente iba a revelar parte del misterio en el sexto capítulo. Así que lo acorté. Por eso ha quedado un poco raro. Pero no os preocupéis, porque en el séptimo pasan más cositas. Por cierto, siento el retraso. Aún tengo un capítulo más escrito y sólo tengo que pasarlo al ordenador pero, después, me temo que voy a tardar un poco más de la cuenta entre capítulo y capítulo, mientras los escribo y los paso. Así que, paciencia.
Ja ne!!
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(1) La historia tiene lugar en algún momento entre la misión del Queen Camelia y la de Nagasaki. Hisoka aún no ha empezado a tener esas pesadillas con Tsuzuki. Hablo basándome en el anime, porque aún no he pasado del volumen 4 del manga.
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MUCHISÍSIMAS GRACIAS A…kArLiTa, Iris Tsukiyono, Mystis Spiro y Mei Ikari… mis jaboner@s personales. Me limpian, me pulen y me dan esplendor... y van detrás con bayetas, recogiendo las babas que voy dejando caer de ¡PURO ORGULLO MALSANO! Me mimáis demasiado chic@s, luego me acostumbraré y ya veréis... ¡GRACIÑAS A TOD@S!
