Título: Creo que me quedo con el chibi..., capítulo 7
Autora: Azdriel
Categoría: humor, misterio, shonen ai (bueno, hay una diminuta posibilidad al final, ya veremos...).
Disclaimers: Los usuales.
Nota de la Autora: Espero que este capítulo compense la flojera del anterior. Personalmente, me gusta como ha quedado *cara de perrito*
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CAPÍTULO 7Cuando Tatsumi se marchó, cerrando la puerta tras de sí, Hisoka se incorporó para apagar la luz y luego se recostó de nuevo entre las mantas, con las manos cruzadas bajo la nuca, mirando al techo fijamente. No podía quitarse de la cabeza la pesadilla. Pero no tenía nada que ver con Muraki, aunque soñar con él siempre le robaba las ganas de volver a dormirse.
No. Era la parte que no lograba recordar del sueño lo que le mantenía despierto. Sabía que había algo importante, algo que de algún modo necesitaba recordar, pero cada vez que parecía tenerlo, se escurría entre sus dedos y volvía a desaparecer, sumergido en el olvido.
Era realmente irritante.
Resopló y se colocó más cómodamente entre las mantas. Cerró los ojos y trató de concentrarse. Revivió en su imaginación todo lo que recordaba del sueño, desde el principio, pero tampoco sirvió. En algún punto entre el momento en que Muraki le echaba las garras encima y el momento en que Hisoka despertaba, el sueño se volvía borroso, inconcreto. Lo cual no era de extrañar. Normalmente, su mente desterraba aquella parte sin contar con la voluntad de Hisoka. El muchacho normalmente agradecía la iniciativa de su subconsciente, pero aquella vez le estaba fastidiando terriblemente.
Enojado consigo mismo, Hisoka soltó otro bufido y se sentó en la cama, con la espalda apoyada contra el cabecero, los ojos verdes destellando en la oscuridad, como los de un gato. Un gato muy, muy furioso.
Veamos, para empezar ¿por qué estaba tan empeñado en recordar esa parte del sueño? Normalmente no le seducía demasiado la idea de recordar detalles sobre sus pesadillas y menos si en ellas aparecía Muraki. Entonces, ¿por qué esta vez era diferente?
Un fragmento del sueño, como un flash, apareció en su mente al rememorar el rostro del doctor.
Muraki inclinándose sobre él, tocándole... diciéndole algo... Manos frías acariciando su piel, aliento ardiente.. olvídate de eso, concéntrate en sus palabras... ¿qué es, qué es?... sedosos cabellos plateados rozando su vientre desnudo, unos labios húmedos...
La imagen se desvaneció tan deprisa como había aparecido, sin dejarle a Hisoka nada más que un regusto de bilis en el fondo de la garganta. Sentía el estómago revuelto otra vez. De hecho, estaba salivando profusamente.
Salió a trompicones de la cama y corrió al lavabo, cayendo de rodillas ante el inodoro. Casi no le dio tiempo a levantar la tapa de plástico blanco. Los erizos de mar volvieron a su madre patria, junto con el resto de la cena.
Tras dos espantosos minutos Hisoka no pudo hacer nada más que vomitar, hasta que su estómago quedó completamente vacío. Incluso entonces, su cuerpo se negó a darle un respiro. Era como si se sintiera tan asqueado que quisiera expulsar de sí hasta sus propias entrañas, cualquier parte que hubiera estado en contacto con Muraki... por dentro o por fuera.
Al final, se derrumbó exhausto sobre las brillantes baldosas blancas, jadeando trabajosamente. La garganta le ardía y tenía aquel repugnante regusto a vómito en el paladar, pero ni siquiera se veía con fuerzas para levantarse, abrir el grifo y tomar un trago de agua para aclararse la boca.
Cerró los ojos y apoyó la cabeza contra el pie del lavabo. La cerámica fría contra su cuero cabelludo no fue suficiente alivio. Le dolía el estómago justo debajo de las costillas.
¿Qué hora sería? Demasiado tarde para ir a la habitación de Tatsumi, sin duda. Además, ¿qué iba a decirle? ¿Que sus pesadillas a veces tenían aquellos efectos secundarios y que ahora se sentía completamente incapaz de volver a dormir? ¿Y qué se suponía que iba a hacer Tatsumi al respecto? ¿Cantarle una nana? ¿Pasar toda la noche en vela para que el mocoso de su nuevo compañero pudiera conciliar el sueño sin hacerse pis en la cama?
La sola idea casi le dio ganas de vomitar otra vez. Sería humillante. ¿Qué pensaría Tatsumi de él? Que era más débil de lo que le gustaba aparentar, por ejemplo. Además, tampoco era que el secretario le inspirase el sentimiento de seguridad y consuelo que necesitaba ahora. A pesar de sus surrealistas golpes de humor, Tatsumi seguía poseyendo ese carácter distante y flemático que Hisoka tanto había admirado siempre, pero que maldita la falta que le hacía ahora. Probablemente, escucharía atentamente sus balbuceos con aquella sonrisa paternal suya (la sonrisa que adoptan los adultos cuando fingen escuchar atentamente los balbuceos de los niños), le daría unas palmaditas de consuelo y lo mandaría de vuelta a la cama, con sus bendiciones.
Con un suspiro que salió del fondo de su alma, Hisoka se incorporó a duras penas apoyándose en el lavabo y regresó a la habitación, casi a rastras. Pero no se metió en la cama, sino que se dirigió a la ventana. La abrió y se sentó en el escaño acolchado que había bajo ella, acurrucándose contra la pared. El aire helado le sentaría bien.
Pero tampoco era aire helado lo que necesitaba realmente. Ya había pasado bastante frío en su vida, en varios sentidos. No necesitaba más manos frías de Muraki, ni más compasión fría de Tatsumi. Lo que necesitaba era calor. Alguien que le consolara de veras, alguien a quien pudiera acudir en mitad de la noche con una pesadilla aún haciéndole temblar y que le acogiera entre sus brazos y le susurrara palabras reconfortantes que salieran directamente de su corazón. Alguien a quien realmente le importara hasta el menor problema, hasta la más mínima cosa que pudiera estar molestando a Hisoka.
Pero no tenía a nadie así.
De algún modo, el conocimiento llegó a su mente entonces. Era eso lo que no conseguía recordar del sueño. Un sentimiento de soledad terrible, de desamparo. Hisoka había gritado en sueños el nombre de Tsuzuki...
Y él no había acudido a su llamada.
La realidad le hizo enrojecer de humillación y le provocó una oleada de irritación contra sí mismo. ¿Cuándo había acabado dependiendo tanto del memo de su compañero? Se había pasado la mitad de su vida cuidando de sí mismo, sin necesitar –sin querer ni poder- confiar en nadie, ¿y ahora resultaba que tenía pesadillas porque echaba de menos a Tsuzuki? ¿Pero qué le estaba pasando?
Había huido de él y ahora...
Se quedó helado.
Había huido de él precisamente por eso. Porque había empezado a sentirse demasiado a gusto junto a él y no deseaba sentirse a gusto con nadie. Eso significaba crear lazos y los lazos no eran buenos. Los lazos no siempre eran recíprocos. Te ataban a personas que tarde o temprano te traicionaban... o te abandonaban.
Había creado esos lazos con sus padres y con Tsubaki-hime. Ambos le habían abandonado y traicionado de algún modo u otro.
No deseaba volver a sentir aquello. Jamás.
Por eso se había alejado de Tsuzuki. Porque, después del incidente del Queen Camelia Hisoka había sentido que sus lazos con Tsuzuki habían empezado a hacerse más fuertes y le había entrado el pánico. Y por eso había vuelto a cerrarse herméticamente para su compañero, tratando de cortar los lazos antes de que estos le estrangulasen.
Pero aquellos pocos días en Tokio no serían suficientes. Cuando volvieran a Meifu, Tsuzuki volvería a recuperar su puesto como compañero de Hisoka y los lazos volverían a fortalecerse. Hisoka sabía que sería así. Había intentado todo para escudarse contra los buenos sentimientos que proyectaba Tsuzuki hacia él, pero había sido inútil. El jovial shinigami siempre acababa venciendo todas sus barreras y obligándole a abrirse a él. No completamente, eso nunca, pero sí un poquito. Y un poquito ya era demasiado para Hisoka. Significaba una grieta en el escudo que le protegía del sufrimiento que invariablemente le deparaba su contacto con los demás. Y, después de lo del Queen Camelia, sabía que cuanto más tiempo pasase con Tsuzuki, más se abriría esa grieta.
No quería volver a sufrir. Y no lo haría.
Al otro lado de la ventana de su dormitorio se veía el camino de gravilla y el prado que habían aparecido en su pesadilla. El roble petrificado se erguía a lo lejos y parecía resplandecer como un fantasma bajo la luz de la luna.
Hisoka cerró la ventana y corrió las cortinas.
En cuanto volviera a Meifu, hablaría con el jefe Konoe y le pediría que le asignara un nuevo compañero. Alguien con quien no tuviera la más mínima posibilidad de establecer ningún tipo de vínculo afectivo.
Y esta vez, el cambio sería a perpetuidad.
*** ***
Fue Tatsumi quien le despertó al día siguiente y, esta vez, Hisoka no confundió a nadie con nadie ni sufrió absurdas desilusiones. Su mente estaba muy clara, por fin, y eso le hizo despertar de bastante mejor humor.
-¿Qué hora es? –preguntó Hisoka, sorprendido por la claridad que entraba por la ventana.
-Más de la una. Te las perdido el desayuno... y estás a punto de perderte la comida. ¿Cómo te has quedado dormido aquí? –le preguntó Tatsumi, sorprendido.
Hisoka había acabado dejándose vencer por el sueño junto a la ventana. Incluso, en algún momento de la noche, se había arropado con la gruesa cortina. Se sintió un poco ridículo al darse cuenta de esto último y se incorporó lo más deprisa que le permitió su espalda agarrotada.
-No conseguía conciliar el sueño y me senté a mirar la luna un rato...
Era una respuesta un tanto vaga, pero no había nada falso en ella en realidad. Tatsumi pareció darse por satisfecho con eso. Mientras Hisoka se duchaba y vestía, Tatsumi le explicó que le había dejado dormir hasta tan tarde a propósito y que no se preocupara por sus anfitriones, ya que ambos se habían mostrado de acuerdo en que el chico necesitaba descansar, después del ataque de esa noche.
-¿Has sentido algo esta noche? –preguntó Tatsumi, mientras bajaban las escaleras hacia el vestíbulo, esta vez sin la escolta de Hiroshi. Sus anfitriones debían pensar que ya conocían lo bastante bien el camino como para no perderse.
-No –contestó Hisoka, contento de poder centrarse de nuevo en el caso-. Aunque tampoco he tratado de rastrear nada...
-No esperaba que lo hicieras –replicó Tatsumi, con cierto tono de reproche-. Necesitabas descansar. Por cierto, ¿cómo te encuentras?
-Bastante mejor –dijo Hisoka, y era la pura verdad. De hecho, el malestar habitual no se había manifestado aún ese día y esperaba que al menos le dejara comer tranquilo. Después de haber vomitado toda su cena la noche anterior y haberse perdido el desayuno, tenía el estómago vacío y sentía un hambre atroz muy poco habitual en él-. ¿Qué has estado haciendo mientras yo dormía?
Por lo que le había contado Tsuzuki sobre el escaso tiempo que tuvo a Tatsumi como compañero, Hisoka sabía que el shinigami de ojos azules se tomaba cada misión con la misma escrupulosa eficiencia con la que llevaba los presupuestos de EnmaCho. Cada detalle del caso en cuestión estaba recogido en su agenda y nunca dejaba ningún movimiento al azar. Hisoka estaba casi seguro de que ni siquiera la conversación de la noche anterior con los Nakamori había sido simplemente un modo de pasar el rato, aunque no lograba imaginar qué información útil podía haberles sacado Tatsumi.
-Recorrer los alrededores de Nakamori Manor con nuestros anfitriones. Antes de que lo preguntes, no he tenido la oportunidad de sacar el tema del fantasma. No es algo fácil de hacer con sutileza, como comprenderás. Sin embargo, había pensado que podríamos dedicar la tarde a tratar de sonsacar a los miembros del servicio. Siempre suelen estar más dispuestos a divulgar chismes que sus señores. Sobre todo si se trata de casos inexplicables.
-¿Crees que los Nakamori negarían tener un fantasma en casa?
-No creo que estén muy dispuestos a arriesgarse a que sus invitados salgan huyendo despavoridos. De todas maneras, primero hemos de asegurarnos que todo el mundo aquí está al tanto de que pasa algo raro. Tenemos muy poca información sobre quién ha visto realmente a ese fantasma. Por eso quiero hablar primero con el servicio.
Hisoka asintió.
-Muy bien. Aunque no creo que ese mayordomo, Arthur, sea del tipo al que le van los comadreos.
-Estaba pensando más bien en las doncellas, la cocinera o los mozos.
-¿Cómo Hiroshi? –sugirió Hisoka.
-No sé si incluirlo. Parece un tipo callado. Intentémoslo primero con las criadas de las cocinas. Suelen ser las más parlanchinas.
Los Nakamori parecieron aliviados al ver que "Ishida-kun" se presentaba ante ellos fresco como una lechuga y no daba señales de ir a recaer de nuevo en su extraña "indisposición". Mientras comían entre una animada charla, Hisoka aprovechó para extender su mente como había aprendido a hacer durante su entrenamiento como shinigami. A diferencia de la cena, la comida estaba siendo atendida por media docena de criados, cada uno con un cometido específico —un sommelier, dos camareros para servir los platos y otros dos para retirarlos, y el mayordomo Arthur que, allí estaba, plantado en un rincón preferente, como un general vigilando a sus "tropas" y, cómo no, olisqueando—. Hiroshi esta vez no estaba por ninguna parte. Hisoka paseó una mirada de estudiada indiferencia por los rostros del servicio, extendiendo de nuevo su mente para tocar muy ligeramente las emociones de aquellas personas. El malestar seguía sin manifestarse, afortunadamente, aunque los Nakamori no dejaban de dirigirle miradas inquietas de tanto en tanto.Hisoka los sondeó con cautela y los notó un poco tensos, pero se debía sobre todo a la aprensión que les producía la posibilidad de que Ishida-kun volviera a sufrir otro ataque. Nada raro allí.
A continuación, extendió su poder empático para captar las mentes de los criados pero, salvo por algún leve rencor por los pocos días libres o un rapapolvo reciente por parte de Arthur, ninguno de ellos parecía guardar tampoco los suficientes sentimientos negativos para provocar la explosión de odio de la noche anterior.
¿Tendría razón Tatsumi y se estaría escudando? Pero eso requeriría un control mental tremendo para un ser humano corriente. Tan sólo seres como los shinigami podían cerrar barreras en torno a sus pensamientos para evitar que un émpata como Hisoka penetrara en ellos. El único mortal que había sido capaz de cerrar su mente al muchacho había sido Muraki.
Pero él no estaba allí, se repitió Hisoka, sofocando la imperiosa necesidad de mirar por encima del hombro, a través de las puertas acristaladas que daban al exterior. Muraki no tenía ningún motivo para rondar por Nakamori Manor y, si así fuera, Hisoka hubiese sentido su presencia sin necesidad de recurrir a la empatía.
Las náuseas le habrían delatado.
Estaba a punto de recoger la red mental que había extendido por todo el salón, cuando la rodilla de Tatsumi golpeó suavemente la suya por debajo de la mesa.
Si el secretario no hubiera sido un maestro en mantener sus emociones herméticamente selladas cuando quería, aquel contacto repentino en plena búsqueda empática habría cortocircuitado la mente de Hisoka, dejándolo inconsciente durante un par de horas.
Pero Tatsumi sabía lo que su joven compañero estaba haciendo y el contacto había sido para avisarle que lo dejara. Hisoka vio la advertencia claramente en los ojos azules del secretario. Volvió la atención hacia el mundo que lo rodeaba y descubrió que la señora Nakamori le estaba contemplando con el ceño ligeramente fruncido y una mirada de confusión.
Hisoka tuvo la terrible certeza de que su anfitriona acaba de formularle una pregunta y él se la había perdido.
Maldición.
*** ***
—¿Te encuentras bien, Ishida-kun? —preguntó la Sra. Nakamori, mirándole con inquietud.
Hisoka levantó la mirada. Tanto ella como su esposo lo miraban fijamente y destilaban una preocupación tan intensa que Hisoka tuvo que alzar las barreras para no sufrir una sobredosis.
—Estoy bien, Sayoko-san, arigato —replicó Hisoka. Podía sentir los ojos de Tatsumi fijos en él pero, como de costumbre, no percibió nada del secretario.
A los postres, la Sra. Nakamori le hizo una señal al mayordomo para que se acercara. Hisoka fingió estar entretenido con la charla trivial entre Tatsumi y el señor Nakamori y mientras pudo espiar el intercambio entre la señora Nakamori y Arthur.
—Dile a Hiroshi que nos sirva el té en la sala de billar, dentro de veinte minutos —Hisoka se sintió un poco decepcionado pero, ¿qué esperaba? ¿Una confesión como "sé que mataste al Dr. Lemon, en el garaje, con la llave inglesa"? Hisoka suspiró de nuevo y se dispuso a centrarse realmente en la conversación entre Nakamori y Tatsumi, cuando percibió algo que interpretó como azoramiento. Volvió la mirada muy disimuladamente al mayordomo, quien había emitido esa emoción. Arthur no había mudado su expresión imperturbable (parecía que nadie lo hacía en aquella casa), pero parecía que miraba a su señora con desaprobación y dos visibles manchas rojas habían aparecido en la pálida piel rosada de sus mejillas.
—Perdón, señora, pero es el día libre del joven Hiroshi —susurró Arthur a su vez, con un tono respetuoso, aunque la censura seguía patente en sus ojos—. La doncella a cargo de sus tareas hoy es Megumi. Ella puede ocuparse de servir el té, si a la señora le parece bien.
La Sra. Nakamori frunció el ceño y su rostro cambió radicalmente ante los ojos de Hisoka.
—He dicho que quiero que lo haga Hiroshi, ¿está claro, Arthur? Podrá seguir con su día libre después —ordenó y en su voz susurrante se percibía su enojo y una clara amenaza. Hisoka lanzó una mirada rápida a su derecha. Tatsumi y el Sr. Nakamori seguían charlando sobre barcos y finanzas, aparentemente ignorantes de la discusión que se desarrollaba justo a su lado. Hisoka devolvió su atención rápidamente a la Sra. Nakamori y a Arthur y por la mirada que ella le estaba clavando al mayordomo, aún reticente a cumplir sus órdenes, Hisoka esperaba verla convertirse de un momento a otro en la Reina de Corazones y que empezara a aullar "¡Que le corten la cabeza!".
—Sí, señora —respondió al final Arthur y se retiró con una inclinación, saliendo del comedor, presumiblemente en busca del joven Hiroshi.
Entonces, la Sra. Nakamori devolvió la atención a la mesa e Hisoka tuvo que recurrir a su rapidez de reflejos para apartar la mirada de ella antes de que sus ojos se cruzaran. El muchacho estaba maravillado, no obstante. El rostro de su anfitriona había recuperado su dulce sonrisa y su afable expresión en menos de un segundo.
Ahora Hisoka tenía más preguntas en la cabeza y ninguna de ellas tenía que ver tampoco con el caso que los había llevado allí.
—¿No te gustan los dulces, Ishida-kun? —la voz de la Sra. Nakamori lo sobresaltó.
Hisoka la miró y luego bajó la vista hacia su plato, donde la pequeña tartaleta que le había servido el criado seguía intacta.
—Anou...
¡Maldición! ¿Qué se decía en estos casos? "No me cabe ni una miga más", sonaba pueblerino, aunque lo cierto es que, en las tres comidas que había tomado en aquella casa, Hisoka había ingerido más alimento que en los últimos tres meses en Meifu. "Tiene razón, no me gustan los dulces", sería una mentira flagrante, porque anoche se había zampado un pudin de frambuesas sin rechistar. Además, podía resultar ofensivo. ¿Y, qué tal la verdad? "Discúlpeme, señora, pero estaba tan embobado espiando su discusión con el mayordomo que me olvidé del postre." Poco práctico. Tatsumi lo mataría.
Estaba a punto de decidirse por "soy alérgico a las manzanas", mientras trataba de recordar si había comido algo con manzanas la noche anterior, cuando algo estalló en su cabeza y soltó un jadeo de dolor y sorpresa, mientras se llevaba las manos a la frente.
El odio había vuelto.
—¡Ishida-kun! —oyó exclamar al Sr. Nakamori.
Una neblina roja se estaba formando ante sus ojos y los cerró con fuerza. El odio lo azotaba por dentro como un vendaval encerrado en una botella.
Soltó un gemido y su mano voló instintivamente hacia Tatsumi. El secretario lo rodeó con un brazo y lo ayudó a incorporarse. Las piernas le temblaban. Estaba a punto de desplomarse.
—Basta... —gruñó, luchando por levantar sus barreras. Sintió entonces una oleada de energía positiva penetrando en su interior, procedente de Tatsumi. A través del contacto físico, el secretario le estaba ayudando a combatir el odio. Finalmente, gracias a la ayuda de Tatsumi, Hisoka logró levantar las barreras y detener el embate de emociones negativas.
Se detuvo tan de repente, que Hisoka se quedó aturdido y extrañamente vacío, aún apoyándose en los fuertes brazos de su falso hermano.
—¿Ishida-kun? —preguntó la voz de la Sra. Nakamori, muy alarmada.
—¡Jiro-san, avisa al Dr. Kurosawa! —ordenó el Sr. Nakamori.
—Hai, Saburo-sama —el criado aludido salió a toda prisa del comedor.
Doctor... la sola palabra le daba escalofríos...
—¡No! —jadeó Hisoka, forzándose a recuperar la estabilidad. Por fortuna, la cabeza había dejado de darle vueltas y ya veía con claridad—. No, por favor, no se moleste. Estoy bien...
Pero ni siquiera Tatsumi parecía demasiado convencido.
—Demo... —empezó el Sr. Nakamori. Evidentemente, no se lo tragaba, pero habría sido inapropiado acusar a un invitado de llevar una grave enfermedad a su casa, sobre todo cuando parecía que sólo le afectaba a él. Así que, no insistió más que para declarar su preocupación por el joven, aconsejándole a su "hermano" que era mejor no correr riesgos.
—Le agradecemos su preocupación, Saburo-san —Tatsumi se inclinó respetuosamente—, pero le aseguro que mi hermano sólo adolece de falta de descanso. Siempre le digo que estudia demasiadas horas seguidas —añadió con una sonrisa fulgurante.
Hisoka contuvo el impulso de levantar la mirada y ver si Tatsumi tenía un cartel de neón parpadeando sobre su cabeza, con la leyenda: 'EMBUSTERO.'
De todas formas, el chico no prestó atención al resto de la explicación. Acababa de descubrir a Hiroshi. El joven criado debía de haberse asomado al salón camino de la sala de billar y allí seguía ahora, junto a puerta, observando fijamente a Hisoka por encima del círculo de rostros preocupados que rodeaban al émpata.
En los ojos del joven criado había una extraña mirada que Hisoka no supo interpretar y, sinceramente, no tenía ninguna prisa en bajar sus defensas de nuevo para inspeccionar la mente de Hiroshi. Al cabo de un instante, el joven criado rompió el contacto visual y desapareció.
Hisoka se sentía demasiado agotado para pensar. Se dejó conducir fuera del comedor por Tatsumi, que mantenía una mano apoyada en la espalda del chico, un modo discreto de evitar que se tambaleara demasiado. Los Nakamori iban tras ellos, aunque Sayoko-san rezagó un instante para decirle algo a uno de los criados.
De pronto, cuando ya estaban en el vestíbulo, sonó un golpe seco contra madera y un chillido de mujer, seguido de varias exclamaciones masculinas de espanto. Saburo-san volvió a entrar rápidamente en el comedor y Tatsumi e Hisoka fueron detrás, casi chocando contra su anfitrión, que se había detenido en seco a un paso de la puerta.
La misma visión que había paralizado a Nakamori, los dejó a ellos petrificados. Sayoko-san se encontraba inmóvil junto a la pared, los ojos desmesuradamente abiertos y el rostro pálido, aterrado. Su esposo no tenía mejor aspecto, ni tampoco los criados. Todos tenían la mirada fija en Sayoko-san.
El motivo: el trinchante que se había usado para el asado estaba ahora clavado profundamente en el panel de madera que cubría la pared, sacudiéndose aún por el impacto.
A dos centímetros de la nariz de la Sra. Nakamori.
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Mientras Saburo-san se llevaba a su temblorosa esposa a su dormitorio y ordenaba, esta vez a Arthur, que llamase al Dr. Kurosawa, Hiroshi, siguiendo las instrucciones de su señor, condujo a los invitados a la sala de billar y, tan silenciosamente como de costumbre, les sirvió el té.
Hisoka no hacía más que seguir con la mirada cada movimiento del joven criado, pero éste parecía evitar mirarle directamente en todo momento. En cuanto terminó de servir el té, efectuó una reverencia y se dispuso a retirarse.
La mano de Hisoka se disparó como un rayo y se cerró sobre su muñeca. Hiroshi dio un respingo y su primer impulso fue el de soltarse de un tirón. Pero aquel chico era un invitado de sus señores y, por lo tanto, le debía un trato deferente. Así que, tenso como la cuerda de un arco, Hiroshi permaneció donde estaba, sus ojos atrapados finalmente por los insondables ojos verdes de Hisoka quien, al ver que no iba a salir huyendo, le soltó la muñeca.
—¿Puedo hacerte una pregunta, Hiroshi-san? —preguntó el émpata, con un tono casual que quedaba radicalmente desmentido por la "mirada" de sus ojos verdes.
—H-hai —respondió con esfuerzo el criado. Deseaba con todas sus fuerzas apartar la mirada de aquellos ojos espeluznantes, pero Hisoka no se lo permitió. Sabía que mientras lo tuviera así atrapado, Hiroshi no podría mentirles y, si lo hacía, Hisoka lo sabría de inmediato.
—¿Sabes qué acaba de pasar en el comedor? —preguntó Hisoka. Por el rabillo del ojo, vio que Tatsumi entrecerraba los ojos, lanzándole una mirada de curiosidad.
Hiroshi palideció visiblemente mientras sus ojos negros se abrían un poco más de la cuenta. Estaba tratando de disimular su alarma, pero a Hisoka no se le pasó por alto.
—Sí, señor. Sayoko-sama ha sido... atacada —contestó Hiroshi con un hilo de voz.
—¿Y sabes quién lo ha hecho? —Hisoka esperaba que le hablara del fantasma, pero la reacción de Hiroshi fue un tanto peculiar.
Su rostro adoptó de nuevo aquella expresión neutra y sus ojos se volvieron tan opacos como los de Hisoka. Seguía igual de tenso pero, cuando contestó, su voz sonaba firme y había incluso un cierto tono de desafío en ella.
—No, señor. Yo no estaba presente.
—Todos los criados coincidieron en que el trinchante había salido volando solo de la mesa contra Sayoko-san —apuntó Tatsumi, adivinando las intenciones de Hisoka—. Es algo realmente insólito, sobrenatural, y es evidente que todos se llevaron un buen susto, pero no parecía que nadie estuviera realmente sorprendido.
—Yo no sé nada, señor —insistió Hiroshi, con la mirada aún atrapada por Hisoka.
—Había ocurrido antes, ¿verdad? —le presionó Hisoka.
Hiroshi abrió la boca para responder, probablemente con otra negativa, pero nunca llegó a hacerlo.
—No es necesario que interrogues a mis criados, Ishida-kun. Yo mismo os explicaré lo que ha ocurrido.
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¡¡TA TA TACHÁN!!
Siento dejarlo así… no, la verdad es que no lo siento para nada… ;-
Sabéis, iba a haber cortado mucho antes, pero me dije "el último capítulo era espantosamente corto y aún más malo," y vosotros, queridos míos, os merecéis algo mejor, así que he tratado de dároslo, haciendo este capítulo más largo y (espero) mejor que el anterior. En realidad, este es más largo de lo que acabáis de leer, pero tendréis que esperar al próximo para leer el resto, ¿vale? ¡Gracias y, por favor, reviú!
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FIN DEL CAPÍTULO 7
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Anou: expresa vacilación. Algo así como "esto...". Para quien aún no lo sepa ;-)
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Vale, ¿alguien más tiene ganas de sacudirle a Hisoka un buen mamporro? _* En serio, me encanta hacerle dudar de todo... sobre todo de sus sentimientos. ¡Ja! :- ¿Cómo acabará esto? ¿Cambiará de idea sobre su decisión de dejar definitivamente a Tsuzuki...? ¡Ah, no os dejéis engañar por el título del fic! Cuando se lo puse, aún no sabía lo que iba a pasar después del primer capítulo, así que... XD ¡Se admiten sugerencias! Aunque creo que ya sé cuál va a ser la respuesta unánime... ;-
Ja ne!!
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RESPUESTAS A LOS REVIÚS:Iris Tsukiyono.- Gracias por la crítica. Espero que este capítulo te haya gustado más.
Schatten Wolfendorf.- Me alegro de que te gustase la broma de Tatsumi. En realidad, no lo tenía previsto, surgió conforme iba escribiendo. Y es que, cuanto más escribo sobre Tatsumi, más me gusta ;D. ¡Ah, y muchas gracias por el aviso! A veces me lío con los nombres. Creo que escribo demasiado deprisa. Pero ya está corregido.*** *** ***
¿Os habéis dado cuenta de esto?: Tsuzuki + Hisoka y HIjiri // Hisoka + TSUbaKI-hime y TSUzuKI... mmh... ¿coincidencia? ¡A MÍ ME PARECE QUE NO!
Una última tontería: mi corrector ortográfico me cambia "EnmaCho" por "Empacho" XDD
