Título: Creo que me quedo con el chibi..., capítulo 10
Autora: Azdriel
Categoría: humor, misterio, shonen ai muy, muy suavecito.
Disclaimers: Los usuales.
QUIERO DEDICAR ESTE CAPÍTULO A NUESTRO AMADO (Y GUAPÍSIMO) PRÍNCIPE DE ASTURIAS; SU ALTEZA REAL DON FELIPE DE BORBÓN Y GRECIA.
¿QUÉ POR QUÉ? ¡¡¡¡¡¡¡¡¡PORQUE POR FIN SE CASAAAAAA!!!!!!
*bieeeen, hurraaaaa,* *confeti y brindis con champán. Bueno, con sidra mejor.*
LA ELEGIDA ES UNA PRECIOSA PERIODISTA QUE NOS HA ENAMORADO A TODOS, LETICIA ORTIZ, Y DESDE AQUÍ QUIERO DESEARLES TODO LO MEJOR A LA REAL PAREJA...
iiiihhh, estoy taaaan emocionada… *corazoncitos saltando por todas partes*
y taaaan celosa…. (¿Por qué no yo? ¿Por qué no yo?)
Vale, vamos con el capítulo…
*** *** **** *** *** *** *** *** *** *** ***
CAPÍTULO 10Después de aquello, Tatsumi decidió sacar a Hisoka de Nakamori Manor y alejarlo lo máximo posible de allí, al menos durante un par de horas. Al muchacho le vendría bien poner tierra de por medio entre su hipersensible mente y el constante ataque de emociones negativas al que se estaba viendo sometido en la mansión. Podía ser uno de los habitantes de Nakamori Manor, o podía ser algo que flotaba en el ambiente, pero Tatsumi prefería no perder el tiempo de momento averiguándolo. Cuando habían vuelto a la casa después del incidente junto al roble petrificado, Hisoka había presentado un aspecto terrible, la cara pálida, los ojos muy brillantes, la mirada perdida. Y aunque Tatsumi le había preguntado, el muchacho no había querido decirle nada sobre lo que le había ocurrido. Tan sólo, que no tenía nada que ver con el "fantasma".
Lo único que Tatsumi sabía es que, desde ese momento, Hisoka prácticamente saltaba cada vez que escuchaba el nombre de Tsuzuki.
Por eso ahora, mientras paseaban por los jardines de Shinjuku-gyoen (1), el secretario no paraba de lanzarle miradas al chico, preguntándose si debería o no sacar el tema que le rondaba por la cabeza desde el principio de la misión.
Hisoka caminaba a su lado, con el rostro vuelto hacia los cerezos, en completo silencio. Las pocas veces que Tatsumi alcanzó a vislumbrar sus ojos, se encontró de nuevo con aquella mirada perdida, insondable, como si Hisoka estuviera viendo algo que sólo él podía ver. Tal vez recordando algo... particularmente inquietante.
Si Tatsumi hubiera sido Tsuzuki, sin duda habría bombardeado al muchacho con su siempre bien intencionada curiosidad y, sobre todo, preocupación, arrojando sobre Hisoka una pregunta tras otra hasta conseguir que el chico confesase hasta el último de sus secretos o (más probablemente) hasta conseguir que Hisoka lo asesinase (otra vez) para que se callara de una vez.
Pero, por fortuna para Hisoka, Tatsumi no solía meterse en los asuntos de los demás. Ni siquiera cuando era evidente, como ahora, que "los demás" necesitaban hablar de ello.
El parque no estaba muy concurrido a aquellas últimas horas del atardecer. El sol aún no se había puesto del todo, pero las pintorescas lámparas de piedra que había distribuidas aquí y allá a lo largo del camino que seguían los dos shinigami ya estaban encendidas. Empezaba a levantarse un airecillo helado que hacía temblar a Hisoka de vez en cuando y agitaba su ahora corto pelo rubio. Pero ni eso pareció sacarlo de sus sombríos pensamientos. Hasta la luz dorada del atardecer parecía perder belleza a causa de la melancolía que destilaba el muchacho. Tatsumi contuvo un suspiro y se repitió (no sin cierto remordimiento) que no era asunto suyo.
Sus pasos sin rumbo los llevaron hasta una amplia glorieta que había sido transformada en un inesperado jardín zen. En torno a la pulcra extensión de arena blanca, el sendero se transformaba en una pasarela de madera. Poco más de media docena de personas de todas las edades paseaban tranquilamente por allí, y otras tantas se sentaban en los bancos de madera colocados frente al jardín zen, disfrutando de la paz que emanaba de los sencillos dibujos en la arena blanca (2).
—¿Quieres que nos quedemos un rato aquí, Kurosaki-kun? —le preguntó Tatsumi, viendo que el muchacho apartaba por fin la mirada de los árboles y la dirigía con interés hacia la glorieta. El secretario supuso que al espíritu y a la mente de Hisoka le vendría bien respirar un poco de aquella paz.
Pero Hisoka se limitó a encogerse de hombros, aparentando indiferencia.
—Como quieras, Tatsumi-san —respondió, sin apartar la mirada del jardín.
Tatsumi esbozó una suave sonrisa que se guardó mucho de mostrarle a Hisoka.
—Entonces, vamos. Este es un lugar tan bueno como cualquier otro para hablar...
—¿Hablar? —el respingo de Hisoka vino acompañado de una casi tangible oleada de preocupación. No hacía falta ser un émpata para sentirla. Tatsumi frunció el ceño muy levemente, sorprendido.
—Sí —dijo—. Sobre el caso. Sobre lo que hemos averiguado de los criados. Tengo que enviar esta misma noche un informe preliminar a los Gushoushin, tal y como quedamos, aunque me temo que habrá poco de lo que informar.
Hisoka se relajó visiblemente ante sus palabras.
—Ah, claro.......... ¿Nos sentamos ahí mismo?
Tomaron asiento en uno de los bancos libres, en un extremo de la glorieta. A pocos pasos de ellos, en otro banco, había un grupito de chicas de la edad de Hisoka que empezaron a dirigirle al muchacho miradas apreciativas. Al cabo de un instante, comenzaron a cuchichear entre ellas y a soltar risitas en voz queda, tapándose la boca con la mano.
Hisoka cogido por sorpresa por la rociada de feromonas que cayó sobre él de súbito, volvió la mirada hacia ellas. Las chicas cortaron de golpe las risitas, se sonrojaron, apartaron la mirada, se apiñaron aún más de lo que estaban en su banco y, un segundo después, volvieron a estallar de nuevo en más risitas, más cuchicheos, y algún que otro gritito ahogado que sonaba sospechosamente como «¡me ha mirado!», aunque la mirada de Hisoka había sido más bien una "mirada".
Pero ni la más venenosa de sus "miradas" logró hacer que pararan. De hecho, el chico tuvo la sensación de que lo único que había conseguido era enardecerlas aún más. ¿Por qué rayos hacían eso las chicas siempre que le veían?, se preguntó, molesto. Deseó desaparecer, literalmente hablando. Pero allí había demasiada gente que vería a un adolescente con cara de desear matar a alguien, desvanecerse en el aire con un "pop". Bueno, los shinigami no hacían "pop" al desaparecer, pero esa era la imagen que su mente estaba creando en ese momento.
Aunque, en su fuero interno, Hisoka agradecía aquella pequeña distracción que lo alejaba de su último pensamiento obsesivo: Tsuzuki.
¡Mierda! ¿Por qué he vuelto a pensar en él? ¡Seré idiota! Casi me dan ganas de reunirme con las chicas y dejar que me bombardeen con feromonas hasta volverme loco. Al menos así dejaré de pensar en Tsuzu... ¡maldición!
Una mano de largos dedos se agitó de pronto delante de su cara, haciéndolo saltar. No soltó un grito de milagro.
Tatsumi.
—¿Estás bien? —preguntó el secretario. Demonios, ¿cuántas veces le había hecho esa pregunta en los dos últimos días? Demasiadas, y esa no era una buena señal.
—Aa...
—¿Seguro? Entonces, ¿puedes repetir la pregunta que acabo de hacerte?
Hisoka lo miró fijamente, sin expresión en sus ojos verdes, aunque por dentro acababa de encogerse sobre sí mismo.
—Que... si estoy bien...
Vaya, resultaba que a Tatsumi también se le daban muy bien las "miradas", según comprobó en ese mismo instante Hisoka. El secretario destilaba reproche, pero también una profunda preocupación. Apretó los labios y se tragó lo que fuera que había estado a punto de ser su réplica. Cuando habló, su voz sonaba igual de tranquila que siempre.
—Antes que eso. Te he preguntado si conseguiste hablar con Hiroshi. Yo no logré localizar a Arthur, aunque la cocinera me dijo que estaba arriba, en la habitación de Sayoko-san y que, probablemente, se quedaría allí toda la noche, al igual que Saburo-san, por si la señora lo necesitaba.
—Hiroshi no estaba ya en Nakamori Manor —informó Hisoka por su parte—. Una doncella dijo que probablemente había venido a Tokio a aprovechar lo que quedaba de su día libre —frunció el ceño—. Es raro que Saburo-san le permitiera marcharse, estando su esposa tan alterada. No me parece oportuno. Lo normal sería que todos los sirvientes se quedaran en la casa, por si se les necesita en alguna emergencia.
Tatsumi sacudió la cabeza suavemente, con sus ojos azules vagando pacíficamente sobre los dibujos de arena del jardín zen.
—Sayoko-san no está tan grave, si debemos creer lo que dijo Saburo-san. Sólo ha sido un ataque de nervios, comprensible, por otra parte. Ni siquiera el médico de cabecera, Kurosawa-sensei se ha quedado. Pero...
Tatsumi no terminó la frase. Hisoka le miró. El secretario parecía reflexionar sobre sus siguientes palabras.
—¿Pero?
—Lo raro no es que Saburo-san dejara que Hiroshi se marchara, sino que lo hiciera su esposa. A menos que no sepa que el chico se ha ido. Lo cual es aún más sorprendente, si lo que dijo la cocinera es cierto.
—Vale, me he perdido. Te seguía hasta que la cocinera entró en escena.
Tatsumi se quitó las gafas y procedió a limpiarlas con un pañuelo, con gesto distraído. Hisoka dio un nuevo respingo al comprobar, ahora sin brumas de sueño que perturbaran sus sentidos, lo mucho que realmente se parecían Tatsumi y Tsuzuki.
¿Otra vez vas a empezar con eso?
—La cocinera me contó que Sayoko-san y Hiroshi-kun son como uña y carne. El muchacho es huérfano, hijo de (si no entendí mal) una familia relacionada estrechamente con la mafia japonesa...
Hisoka alzó las cejas con tanto ímpetu que Tatsumi pensó que se le desprenderían de la frente y saldrían volando por encima de su cabeza.
—... los Nakamori lo "adoptaron", por decirlo de algún modo —siguió Tatsumi, sin hacer caso de la estupefacción de su joven compañero—. Y Sayoko-san parece tenerle en alta estima, según la cocinera, puesto que lo mantiene a su lado en todo momento. Hiroshi es, prácticamente, lo que antes se llamaba un ayuda de cámara de la señora Nakamori.
—Tal vez sea eso lo que molesta tanto a Arthur —murmuró Hisoka—. Tal vez esté celoso de Hiroshi por... no sé... ¿robarle horas extras?
—¿Y por eso no quería que el muchacho nos sirviera el té? —preguntó Tatsumi—. No lo sé. Me parece una actitud más propia de uno de los criados más jóvenes que de un veterano mayordomo como Arthur. Oponerse a los deseos de su señora por celos es muy infantil. Y, aunque así fuera, ¿por qué atacaría entonces a Sayoko-sama y no a Hiroshi?
—¿Por despecho? —aventuró Hisoka, pero ni siquiera él estaba nada convencido de lo que decía—. De acuerdo, puede que tengas razón. Arthur no parece el tipo de persona que haría algo así. Además, por lo que nos contó Saburo-san, ayudó en varias ocasiones en las que el "fantasma" atacó a la señora Nakamori, como cuando se incendió la sala de billar.
—Lo que nos deja a Hiroshi... —empezó Tatsumi.
—...que también estaba cuando lo de la sala de billar —terminó Hisoka, más desanimado que nunca—. ¡Maldita sea, estamos como al principio, si no más liados! —exclamó, atrayendo las miradas molestas de varios paseantes a los que les había interrumpido en su contemplación silenciosa del jardín zen—. Veamos, tenemos a un mayordomo que se enfrenta a su señora y cuya razón para ese enfrentamiento es, de algún modo, el criado favorito de la señora. Y no pueden ser celos.
—Descartado —corroboró Tatsumi.
—¿Y si...? —Hisoka sacudió la cabeza—. No, es ridículo.
Tatsumi le miró con curiosidad.
—Adelante. Debemos sopesar cualquier probabilidad, por absurda que parezca.
Hisoka le devolvió la mirada, dubitativo.
—Se me acaba de ocurrir que los celos podrían estar motivados por otra causa que no sea la laboral. Una causa que sea más que suficiente para provocar una descarga mental, voluntaria o involuntaria, capaz de mover objetos. O, para ser más exactos, un sentimiento suficientemente fuerte como para matar.
—¿Estás insinuando que Arthur y la Sra. Nakamori...? —empezó Tatsumi. Ahora fue su turno de levantar las cejas—. Kurosaki-kun...
Hisoka se sonrojó levemente.
—Te lo dije, es ridículo —masculló, apartando la mirada—. Sayoko-san parece una mujer honorable y muy enamorada de su esposo... Me siento avergonzado de haberlo siquiera insinuado.
Pero Tatsumi estrechó los ojos, pensativo.
—Puede que no vayas tan desencaminado... Que no haya nada entre ellos no significa que uno de los dos no lo desee. Arthur parece un hombre muy correcto, es cierto, pero es un hombre, al fin y al cabo, y no tan mayor como para haber dejado de sentir ya ese tipo de deseos.
—No, Tatsumi, en serio, es ridículo. Ahora que lo pienso, no he sentido nada parecido a eso en él —dijo Hisoka, arrepintiéndose de haber sacado el tema—. Cuando está cerca de la señora Nakamori no emite ni deseo, ni... lu...juria ni... nada parecido —el chico prácticamente balbuceó las últimas palabras, sonrojándose violentamente.
Tatsumi esbozó una sonrisa de "soy un adulto comprensivo y estoy a esto de darte unas paternales palmaditas en la cabeza", y añadió, casi sin pensarlo:
—Aún eres demasiado joven para poder identificar esa clase de emociones, Kuro...
Deseó haberse mordido la lengua. De hecho, lo hizo, pero demasiado tarde.
Los ojos verdes de Hisoka se agrandaron y ellos apareció una expresión mortificada que se esfumó en el mismo instante en que el muchacho apartó la mirada y volvió el rostro para que Tatsumi no pudiera ver el modo tan espantoso en que ardían ahora sus mejillas.
Jamás había tenido tantos deseos de cavar un agujero en el suelo y desaparecer en él para siempre. Creía que los visitantes del parque le reprenderían de nuevo por interrumpir la paz a causa del estruendo de los latidos de su corazón. Jamás se había sentido tan humillado en toda su vida.
Bueno, tal vez no "jamás"...
—Kuro... Kurosaki... kun... —murmuró Tatsumi, consternado—. Yo...
—No digas nada, Tatsumi-san —le cortó Hisoka en un susurro que sonó en los oídos y retumbó en el corazón de Tatsumi como un alarido—. Tienes razón: soy demasiado joven para poder identificar la lujuria... y daría lo que fuera por que la teoría y la práctica fueran la misma cosa.
Tatsumi miró fijamente la espalda que Hisoka había vuelto hacia él, huyendo de su mirada. Una espalda rígida que se agitó momentáneamente con un suave encogimiento de hombros que no engañó a nadie. Aquellas palabras tan vacías de emoción, tan cuidadosamente escogidas para no dar a entender, ni siquiera con las propias palabras, que el bien intencionado descuido de Tatsumi le estaba retorciendo el corazón en ese momento... hicieron que el secretario sintiera deseos de gritar.
Tatsumi levantó una mano para posarla sobre el hombro de Hisoka, para transmitirle su simpatía a través del contacto físico, ya que las palabras poco podían hacer para mitigar su dolor. Pero la mano de Tatsumi se quedó suspendida en el aire, sin llegar a alcanzar su objetivo. Sin duda, tocar a Hisoka era lo último que debía hacer en esos momentos.
Sin saber qué decir o qué hacer, sintiéndose más frustrado e impotente de lo que jamás se había sentido, Tatsumi se recostó contra el respaldo del banco de madera y volvió unos ojos azules cargados de tristeza hacia el jardín zen, en busca de paz para su espíritu.
Ojalá fuera tan fácil para Hisoka. Ojalá Tsuzuki-san estuviera allí.
*** ***
FIN DEL CAPÍTULO 10
*** *** ***
(1) Internet es una gran fuente de información. Los jardines Shinjuku-gyoen son preciosos (al menos por las fotos que he visto en la red), pero aquellos que lo hayáis visitado sabréis que cierra a las 4,30 de la tarde. Bueno, eso lo he cambiado por mi conveniencia :p
(2) Que yo sepa, no hay tal cosa en los jardines Shinjuku-gyoen, pero también lo he cambiado, porque ya había escrito esa parte antes de elegir el jardín y no quería cambiarla. ;)
**** *****
RESPUESTAS A LOS REVIÚS
En orden alfabético….
Can Hersey.— Gracias, gracias, gracias, gracias.... hasta el infinito. Es la primera vez que alguien me dice que le doy miedo con un capítulo. No pretendía quedar tan terrorífico, pero me alegro de que te haya llegado tanto. Espero que el siguiente no te defraude.
Iris Tsukiyono.— Oh, vaya, eres más mala que yo con el pobre 'Soka-chan. XD. Y otro voto para Saburo-san. Creo que en el último capítulo haré una estadística para ver cuál es el sospechoso que ha recibido más votos. Así que, no os cortéis y haced como en el Cluedo. ¿De quién sospecháis?
Kotorimoon.— Acabas de darme un montón de ideas para nuevos fics ^_*. No, la casa no tiene nada que ver con la muerte de Hisoka, eso puedo decírtelo. En cuanto a lo del árbol, en realidad es su propia mente la que le jugó esa mala pasada. Está tan desorientado, el pobre, que sus poderes psíquicos se le descontrolan. Pero... no sé, ese árbol tiene algo... sospechoso... ¡ta luego!
Mei Ikari.— Otro voto más para Hiro-chan. Al final voy a empezar a pensar que fue él... hmmm. XXDD
¡¡MUCHAS GRACIAS A TOD@S POR PRESTARLE UN POQUITO DE VUESTRO TIEMPO A ESTE FIC Y POR VUESTROS REVIÚS!!
Ja ne!!
