Título: Creo que me quedo con el chibi..., capítulo 15

Autora: Azdriel

Categoría: humor, misterio, shonen ai muy, muy suavecito.

Disclaimers: Los usuales.

Nota: ¡¡YA HAY YAMI 3 EN ESPAÑOL!! ¡OEEE, OE, OE, OEEEEEE! ¡Y NO ACABA EN EL VOLUMEN 11! *mini yo bailando por toda la habitación*

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CAPÍTULO 15

Hisoka se levantó a duras penas, mareado y jadeante. En su corta carrera como shinigami se había encontrado con unos cuantos espíritus furiosos y no le cabía duda de que eso era lo que había salido del roble, atravesando su cuerpo y dejando en él un frío atroz. Castañeándole los dientes, buscó a su alrededor con la mirada, pero no había ni rastro del espectro. Temblando, el émpata se asomó con cautela al interior del vetusto árbol.

Las imágenes de su última alucinación con Tsuzuki estaban aún frescas en su memoria, y la aprensión mermó un tanto su determinación de volver a meterse allí dentro. Pero su fuerza de voluntad pudo más que unos miedos que consideraba infantiles y, tras armarse de valor, el joven shinigami atravesó la oquedad del roble y se sumergió en la densa oscuridad del interior.

Hisoka dio unos pasos tentativos, con las manos por delante, hasta que sus dedos rozaron la madera petrificada del interior del roble. El tacto era helado y húmedo, como si estuviera dentro de una caverna. Allí dentro no veía ni sus propias manos ante su rostro, así que avanzó con cautela, pisando el blando terreno, rezando para que fuera lo bastante firme para no ceder bajo su peso. Lo último que deseaba era ser tragado por la tierra en un lugar que se parecía tanto a la entrada al infierno. Por una vez envidió la capacidad de Tsuzuki para ver en la oscuridad.

Sus sentidos empáticos ya habían percibido la presencia de alguien más allí dentro. No le sorprendió demasiado cuando identificó de quién se trataba. Pero su empatía le indicaba que aquella persona no se encontraba en un estado mental demasiado saludable. De hecho, Hisoka percibía un miedo frenético que llegaba hasta él en poderosas oleadas. Un miedo que rayaba la histeria. Pensó en el ente que le había atravesado allí fuera y se preguntó qué habría presenciado exactamente el otro "ocupante" del roble.

La amplia circunferencia del interior del roble desembocaba en una nueva abertura, una especie de madriguera, por lo que pudo comprobar mediante el tacto, excavada en el blando y húmedo terreno, que conducía a un túnel que olía a tierra recién removida. Hisoka maldijo su suerte mil veces antes de agacharse y arrastrarse al interior del túnel.

Odiaba los lugares oscuros, le producían pánico los lugares estrechos y la combinación de ambos eran, en fin, sencillamente intolerable. Pero se obligó a vencer la claustrofobia por el bien de su misión. Además, la persona que estaba al otro lado del túnel podía haber sido atacada por el espectro del mismo modo que él y no sabía que clase de efecto podía tener un ataque así en un ser humano vivo.

Por fortuna, Hisoka no tuvo que arrastrarse demasiado tiempo en la oscuridad. Al final de un corto trecho, pudo ver un resplandor amarillo que surgía de una nueva abertura en el túnel. Extremó la precaución al aproximarse a la luz. La presencia de la mente de la otra persona se había desvanecido de golpe e Hisoka supuso que se debía a que él mismo había sido percibido a su vez.

Debería haber esperado a que volviera Tatsumi antes de meterse allí dentro, pensó. Pero ya era demasiado tarde para volverse atrás. Además, aunque no tuviera los poderes de su nuevo compañero, ni tampoco los del antiguo, Hisoka no dejaba de ser un shinigami y eso le daba ventaja sobre cualquier ser humano.

Excepto Muraki, claro, pero él no era un ser humano corriente. De hecho, aún no estoy seguro de que sea realmente humano... Más bien debe estar entre un demonio de Jigoku (1) y una rata de alcantarilla.

El émpata llegó a la bifurcación del túnel y se asomó con cuidado al otro lado del recodo. Ligeramente sorprendido por no encontrarse con el siguiente tramo del túnel, como había esperado, paseó la mirada por una caverna excavada en la tierra y apuntalada con recias vigas de madera de aspecto muy, muy antiguo. El lugar estaba desierto a simple vista, salvo por la presencia de una gran linterna de espeleólogo encendida y un montón de herramientas de excavación. Una pala, un pico, incluso un martillo pilón, con un aspecto tan pesado que seguramente Hisoka no habría sido capaz de levantarlo ni un centímetro, de haber tenido la intención de hacerlo.

Las paredes de la caverna eran bastas, de tierra y roca en estratos paralelos, lo cual había mantenido la cueva en pie durante aparentemente mucho tiempo (2). Allí olía a humedad antigua, a pesar de que la pila de tierra y rocas que había amontonadas en un rincón parecía bastante reciente. Hisoka posó una mano en uno de los pilares de madera que sostenían el techo y se concentró en busca de residuos psíquicos. Lo primero que percibió, con toda claridad, fue la presencia reciente de la misma persona a la que había entrado a buscar. Después, muy débil, como una música de fondo que había que esforzarse por percibir, Hisoka sintió otra presencia, ésta muy antigua, que se desvaneció casi de inmediato.

Pero fue suficiente para que el muchacho se hiciera una idea de lo que había pasado allí. Alguien, esa presencia de siglos atrás, había excavado aquella cueva, probablemente también el túnel por el que había llegado hasta allí, cegando luego éste por algún motivo. En algún momento del presente, esa otra persona había encontrado el túnel, lo había vuelto a abrir y había llegado hasta la caverna.

Tenía bastante claro quién; la pregunta era, ¿por qué? Y, sobre todo, ¿qué había liberado en el proceso?

Hisoka se acercó al hueco que había sido abierto recientemente en una de las paredes de la caverna. Era un hueco pequeño, del tamaño de una madriguera de zorro, a ras del suelo. Al examinar de cerca aquella pared, Hisoka descubrió que no era roca natural, sino que había sido levantada mediante piedra y mortero y recubierta de esa misma sustancia para darle la apariencia de una pared natural. El autor había sabido lo que hacía, pues el muro tenía un impresionante grosor y parecía realmente sólido. El hueco no debía de haber sido fácil de abrir e Hisoka recordó los golpes que habían resonado en el prado bajo sus pies.

Pero, ¿qué había al otro lado de aquel muro? Hisoka se tumbó en el suelo y acercó la linterna al agujero. Lo primero que llegó a él fue un fuerte hedor a humedad y a aire viciado que escapaba del otro lado del muro. Olía como el interior de una tumba. Después, el potente haz de luz de la linterna, iluminó ante sus ojos un suelo enmohecido y un montón de telarañas increíblemente espesas que pendían a ras del suelo. Desgraciadamente, el hueco no era lo bastante amplio como para poder asomarse más cómodamente al interior, y tuvo que conformarse con una visión parcial del suelo y la parte baja de los muros de la nueva cámara. Movió a derecha e izquierda el haz de la linterna pero no encontró nada más que polvo y telarañas y...

Un momento, ¿qué era eso?

Enfocó de nuevo la linterna hacia el centro de su campo de visión. Sus ojos verdes se abrieron estupefactos cuando la luz amarilla de la linterna iluminó un pie.

Un pie calzado con una bota de cuero ajado y podrido, cubierta de telarañas. Y una pierna que estaba unida a ese pie, vestida con los restos harapientos de un pantalón, a través de los cuales Hisoka podía ver con claridad los blancos huesos de un esqueleto.

De pronto, la enorme forma peluda de una araña cayó del techó justo ante su nariz. Hisoka dio un salto, soltó un grito —del que se avergonzaría en privado más tarde—, se golpeó la cabeza contra el borde de la abertura del muro y retrocedió apresuradamente.

Se incorporó, con el corazón en la garganta y maldijo en voz baja por el susto que acababa de llevarse.

—Si Tsuzuki se entera de esto estará riéndose de mí durante semanas —gruñó, frotándose el chichón que empezaba a formarse en su coronilla—. ¡Pero, maldita sea, esa araña tenía el tamaño de un cangrejo!

Una vez que consiguió que su corazón bajase de su garganta y volviera a situarse más o menos a la altura correcta en su pecho, Hisoka decidió echar otro vistazo al dueño de aquella pierna esquelética. Tenía un mal presentimiento. Un presentimiento terrible. Aquel ente translúcido había sido, indudablemente, un espectro. ¿Sería posible que...? Hisoka se agachó para recuperar la linterna. Vería si podía echar un mejor vistazo al interior de la cámara. Tal vez si conseguía mover el martillo podría agrandar un poco más el agujero, y...

...y algo frío y duro se apretó contra su nuca, congelándolo en el sitio.

** ***

—No te muevas.

Por algún motivo, la ciudad de Nagasaki apareció en su mente, en especial un parque público, el lugar donde Tsuzuki y él se habían conocido. No volvería a pensar en ello hasta algunos días después y entonces recordaría que esas habían sido precisamente las primeras palabras que Hisoka le había dirigido a su nuevo compañero, al tomarlo por un vampiro.

Pero en estos momentos, la aparición de Nagasaki en su mente no fue sino otra cosa absurda más de todas las que le estaban pasando últimamente.

—¿Quién eres tú? —preguntó la voz familiar. Hisoka percibió la desconfianza que había en ella, pero también una gran cantidad de curiosidad—. O mejor dicho, ¿qu eres tú?

A pesar de la advertencia, Hisoka se dio la vuelta lentamente para enfrentarse a su agresor. Su expresión de fría serenidad no se alteró ni siquiera al toparse con el cañón de una pistola automática apuntándole entre los ojos. Qué curioso. Eso también le resultaba extrañamente familiar.

—¿Tienes idea de lo que acabas de liberar, Hiroshi? —preguntó, clavándole al joven criado una de sus más terribles "miradas".

*** ***

—Fuiste tú quien gritó, ¿no? El espectro surgió de esa cámara, a través del agujero del muro que tú practicaste, ¿verdad? —siguió Hisoka, haciendo caso omiso del hecho de que tenía el cañón de una pistola apuntándole entre los ojos y a un frenético adolescente con el dedo en el gatillo—. ¿Te atacó?

Hiroshi se estremeció de horror y sus pupilas se dilataron. Pero aunque sus ojos estaban clavados en los de Hisoka, su mirada parecía estar muy lejos de allí. La mano que empuñaba el arma tembló visiblemente, pero no se apartó del rostro de Hisoka.

—Esa... cosa... me atravesó el cuerpo... jamás había sentido... —se estremeció violentamente—. Fue espeluznante...

—Lo sé —murmuró Hisoka—. A mí también me atacó ahí fuera. Se desvaneció, pero podría volver. Tenemos que salir de aquí, Hiro--

Hiroshi pareció volver a la realidad de súbito. La mano que sostenía el arma reafirmó su sujeción, pero ahora temblaba más que antes. El metal helado rozó la frente de Hisoka al apretar el criado el cañón contra su piel.

—¡Cállate! ¡Te he preguntado qué eres! —gritó Hiroshi—. ¿Un telépata? ¿Un médium? ¿Quién eres en realidad? ¡Por que sé que no eres Ishida Sosho, lo he visto en tu mente!

Hisoka recurrió a toda su fuerza de voluntad para no moverse. El más leve temblor podría hacer que el aterrorizado Hiroshi le volara la cabeza... y no sabía si incluso un shinigami podía sobrevivir a eso. Tenía que tratar de calmarle a toda costa.

—No, es cierto. Me llamo Hisoka, Kurosaki Hisoka. Y tengo poderes empáticos —repuso con el tono de voz más sereno que pudo conseguir. De repente se sentía como si estuviera en una reunión de alcohólicos anónimos. Ahora Hiroshi le abrazaría y le diría: "te queremos, Hisoka"—. Mi compañero tampoco es Ishida Aoshi. Se llama Tatsumi.

Hiroshi estrechó los ojos.

—¿Un émpata? —repitió—. Eso explica muchas cosas. Y también te coloca en una situación difícil. Hisoka-kun. Porque si no me equivoco, sabes demasiado sobre mí y no puedo permitir que me delates.

—Entonces es cierto que fuiste tú. Tú eres quien lleva todo este tiempo acosando a la señora Nakamori, ¿verdad? Fuiste tú quién lanzó ese trinchante después de la comida el otro día. Fuiste tú quien prendió fuego a la sala de billar y luego te cubriste las espaldas, ayudando a rescatar a Sayoko-san de las llamas.

Ante la mención de la señora Nakamori fue como si algo se inflamase dentro de Hiroshi. Un muro de odio puro se estrelló contra Hisoka y el muchacho soltó un grito de dolor y cayó de rodillas, aferrándose la cabeza con ambas manos.

—Sí, fui yo —confesó Hiroshi, con rabia, bajando el arma hasta colocarla de nuevo a la altura de los ojos de Hisoka, sin importarle el hecho de que el muchacho estuviera ahora totalmente indefenso, bajo la tortura de la descarga de emociones negativas que Hiroshi disparaba sobre él sin piedad—. Esa zorra depravada se merecía eso y más. Pero te equivocas, Hisoka-kun, no la salvé para cubrirme las espaldas. Nadie habría sospechado de mí. Gracias a mis poderes telequinéticos todo el mundo cree que fue obra de un fantasma —sonrió sin humor—. No me habría costado atravesarla con ese trinchante o dejar que se quemara en la sala de billar.

Dio un paso más hacia Hisoka. El émpata ni siquiera vio que había bajado el arma y ya no le apuntaba. Estaba demasiado ocupado tratando de que no le estallara la cabeza. Cuando Hiroshi se acercó a él, Hisoka soltó un gemido estrangulado. El dolor era insoportable. Sentía como si alguien hubiera agarrado su cerebro y estuviera tratando de arrancárselo de cuajo.

—Pero desvié el trinchante y desbloqueé las puertas en ambas ocasiones —siguió Hiroshi, enviando más y más rabia contra el pobre Hisoka, ajeno al parecer del martirio al que estaba sometiendo al émpata—. ¿Y sabes por qué? ¿Sabes por qué no la maté? ¿Por qué esa... sucia... perra sigue viva?

Hisoka apenas sintió que su adversario se había agachado frente a él, para mirarle a la cara. El muchacho tenía los ojos cerrados y se mordía el labio con tanta fuerza para no gritar que un hilillo de sangre resbalaba por su barbilla.

De pronto, la tortura finalizó. El dolor desapareció y su mente quedó libre del ataque de emociones negativas. Hisoka se quedó acurrucado en el suelo, con la cabeza entre las manos y los ojos fuertemente cerrados, jadeando débilmente. Ni siquiera la cólera de Tsuzuki le había producido jamás un efecto tan devastador.

Unas manos le sujetaron por los hombros y lo zarandearon bruscamente. Hisoka abrió los ojos poco a poco y vio a cuatro Hiroshis girando vertiginosamente ante él. Volvió a cerrar los ojos y contuvo un ataque de náuseas. Lo último que le hacía falta era ponerse a vomitar. Ya había dejado bastante claro ante su oponente que como héroe resultaba lamentable.

—¿Me estás oyendo, Hisoka-kun? —Hiroshi volvió a zarandearle—. ¿Sabes por qué no la he matado aún?

—Por... por qué... —jadeó Hisoka, sin fuerzas. En realidad, en esos momentos, le importaba un bledo, pero era evidente que Hiroshi no le dejaría en paz hasta que hiciera esa pregunta.

Los ojos de Hiroshi se endurecieron y la emoción que acometió ahora al émpata fue un profundo orgullo helado.

—Porque a diferencia de ellos, yo no soy un asesino.

*** ***

Hiroshi pareció compadecerse del pobre Hisoka o, tal vez, quería que su interlocutor estuviera del todo consciente antes de relatarle su historia. Fuera por el motivo que fuera, Hisoka le estuvo muy agradecido. Pero, ahora que su mente había sido liberada de la tortura psíquica, el joven shinigami recuperó el interés y la curiosidad por la confesión del criado.

—¿A diferencia de ellos, has dicho? —preguntó Hisoka, agradeciendo la mano que Hiroshi le tendía para ponerse en pie. El repentino cambio de actitud del criado lo desconcertaba.

Hiroshi asintió.

—Los Nakamori son uno de los clanes más poderosos de la mafia japonesa. Lo llevan en la sangre. Tuvieron hasta un antepasado pirata —sus ojos se desviaron al muro artificial que ocultaba la segunda cámara, al decir eso.

Hisoka se quedó boquiabierto y recordó lo que Tatsumi le había contado sobre la propia familia de Hiroshi.

—No tenía ni idea. No parecen malas personas.

Hiroshi soltó una risilla sarcástica.

—No esperarías que fueran a pasearse por ahí rodeados de matones tatuados de la cabeza a los pies. Pero créeme, sé lo que digo —su rostro se ensombreció y el odio volvió a lamer la superficie de la mente de Hisoka. El muchacho se estremeció al anticipar un nuevo ataque, pero Hiroshi pareció notarlo y controló sus emociones a tiempo—. Ellos mataron a mis padres.

Sin duda, la cara de absoluta estupefacción de Hisoka habría sido digna de describir, pero a esta modesta autora le faltan recursos para eso. Digamos tan sólo que, si sus ojos se hubieran abierto más, sus párpados habrían dado una vuelta completa.

—No... ¡no puede ser! ¡Ellos te adoptaron cuando tus padres murieron...! Si lo sabías, ¿por qué aceptaste...?

—¿Aceptar? —masculló Hiroshi con una profunda amargura—. Tenía trece años cuando me quedé huérfano, y no supe quién había asesinado a mis padres hasta hace un par de meses. ¿Tienes idea de cómo me sentí al descubrirlo? ¡En ese momento, deseé acabar con toda el maldito clan Nakamori con mis propias manos! —se miró las manos—. Pero no pude...

Hisoka sintió una gran pena por él. No sabía lo que era perder a unos padres que le quisieran a uno pero, a su manera, también era un huérfano. A pesar de la aprensión que le producía tocar a Hiroshi, por lo que pudiera pasar, Hisoka puso una mano tentativamente sobre el brazo del criado y lo apretó para transmitirle su simpatía.

—Eso es una buena cosa. No rebajarte a su nivel, por más que lo desees. Demuestra una gran fuerza de espíritu —musitó, tratando de consolarle con unas palabras que no sentía. Hisoka estaba pensando en su odiada némesis, Muraki, y tuvo que reconocer que él mismo no dudaría a rebajarse a su nivel con tal de arrancarle su podrido corazón y hacérselo tragar.

Hiroshi apartó la mano del émpata de un manotazo.

—¿Fuerza de espíritu? ¿Qué mierda es esa? ¡Les he fallado! —gritó, y su voz levantó ecos en la caverna—. Mi deber como hijo era vengar a mis padres, ¡restaurar el honor de mi familia! ¡Soy un cobarde!

—No creo que tus padres quisieran que te convirtieras en un asesino, ni siquiera por ellos —replicó Hisoka y esta vez sentía lo que decía.

—No lo entiendes. No puedes entenderlo. Eres un niño y los niños no entienden de honor —por fortuna para él, estaba tan sumido en su propia miseria que no reparó en la mirada que Hisoka le clavó al oír la palabra "niño"—. Hay muchos que saben que fueron los Nakamori quienes ordenaron la muerte de mis padres. Es el secreto mejor y peor guardado entre los clanes. Y todos ellos esperaban que yo hiciera algo al respecto. Soy el único miembro con vida del clan Yokobata. Mi deber era hacer algo al respecto. Y ese algo era, por supuesto, devolverles el golpe a los Nakamori. Cuando los clanes aliados de los Yokobata decidieron que yo ya era lo bastante mayor para saber la verdad, también esperaban que con esa información yo asumiría y aceptaría la obligación de vengar a mis padres. El honor de mi familia descansaba sobre mis hombros, Hisoka-kun. ¡Y fui incapaz de hacer nada! No sólo no me atrevo a matar a los Nakamori, sino que me veo obligado a rebajarme al nivel de la servidumbre, porque ellos se quedaron con mi patrimonio al adoptarme, y si abandono a los Nakamori seré poco más que un paria, ¡no tendré nada! Y será otra vergüenza más que añadir a la larga lista. Por eso no me queda más remedio que someterme a ellos y humillarme... —se cubrió el rostro con las manos y soltó un sollozo estrangulado—. Estoy deshonrado...

Hisoka, que provenía de una de las familias más importantes de Japón, sabía muy bien lo que era preservar el honor del clan. Él, también había sido una vergüenza para el suyo, por eso se había pasado la mitad de su vida encerrado en aquella celda, lejos de la vista de todos. De pronto se sintió más unido a Hiroshi de lo que lo había estado de nadie en mucho tiempo. Los dos tenían mucho en común.

—¿Puedo hacerte una pregunta, Hiroshi-san? —preguntó Hisoka, añadiendo el tratamiento de cortesía por primera vez. Creía que Hiroshi ya había sido rebajado lo suficiente como para seguir tratándole como a un mero criado—. No tuviste nada que ver con la muerte de Ryoga-san, ¿verdad?

Los ojos oscuros de Hiroshi se clavaron en los suyos. El joven sonrió con tristeza.

—¿También sospechabas de mí con respecto a su muerte? Aún no sé quién eres en realidad, Hisoka-san. Pero creo que sabes demasiado y yo no estoy siendo precisamente discreto. Dicen que la boca es la fuente de los problemas. Y supongo que sabes, a estas alturas, que ni siquiera se me pasó por la cabeza apretar ese gatillo —añadió con una suave sonrisa avergonzada.

Ambos miraron la pistola que colgaba laxa de los dedos de Hiroshi.

—No. Ahora sé que no. Aunque debo reconocer que me engañaste —dijo Hisoka.

—Así pues, si resulta que tú y tu compañero sois policías o espías de los Nakamori, estoy condenándome a mí mismo.

—No somos ni una cosa ni la otra —le aseguró Hisoka—. Y no pienso utilizar esa información contra ti, en ningún sentido. Que yo sepa, no has cometido ningún crimen. Sólo quiero saber lo que está ocurriendo en realidad. Y tal vez pueda ayudarte a... vengar a tus padres.

—¿Matarás a los Nakamori por mí? —preguntó Hiroshi, sarcástico.

Hisoka se sonrojó.

—No, claro que no —musitó—. Pero podemos conseguir llevarlos ante la Justicia...

La carcajada de Hiroshi fue tan amarga que le puso a Hisoka los pelos de punta.

—Tu inocencia me conmueve, Hisoka-san. La Justicia. Puedo mencionarte uno o dos jueces que llevan el apellido Nakamori con ellos. Si la Justicia funcionase en estos casos, la mafia japonesa no existiría. Pero no, no maté a Ryoga —añadió y Hisoka sintió un profundo dolor emanando de Hiroshi—. Él y yo éramos... amigos.

Hisoka vio que Hiroshi se sonrojaba ligeramente al decir eso. La imagen que apareció en su mente, seguramente procedente de la de Hiroshi, le reveló que la palabra "amigos" no era precisamente la más adecuada para explicar la relación entre el huérfano de los Yokobata y el hijo de los Nakamori.

—Entiendo... —murmuró Hisoka, sonrojándose a su vez—. Lamento tu pérdida.

—Gracias. Lo de Ryoga fue un mero accidente. Un accidente estúpido del que nadie tuvo la culpa. Pero creo que quieres preguntarme algo más.

Hisoka asintió.

—Si en realidad no tenías intención de matar a los Nakamori, ¿por qué ese ataque constante a Sayoko-san?

Hiroshi cerró los ojos y apretó los dientes. El odio volvió a golpear a Hisoka. El émpata gimió.

—Oh, lo siento —Hiroshi se apresuró a controlar sus emociones—. No puedo evitarlo. Cada vez que pienso en ella... me pongo enfermo.

—¿Por qué la odias tanto? Sé que has dicho que ellos son los responsables de la muerte de tus padres, pero... sólo la atacabas a ella. Y antes la has llamado "depravada"...

—¿Cómo llamarías tú a una persona que abusa constantemente de un niño?

Hisoka volvió a quedarse estupefacto.

—¿Ella abusaba de... de ti? —balbuceó Hisoka, sonrojándose violentamente.

—Lo ha hecho durante cinco años —dijo Hiroshi—. Desde el mismo día que pisé esta casa. Me toca, me abraza, me mira de esa manera que... todos creen que es amor maternal, pero en realidad es algo mucho más sucio que eso. Al principio, cuando intentaba resistirme, me pegaba. Parece una mujer frágil, pero no lo es en absoluto. Créeme. Cuando mi... relación con Ryoga llegó a su conocimiento, pareció volverse loca de celos. No te imaginas lo que llegó a hacerme —murmuró con un hilo de voz, sin atreverse a mirar a Hisoka—. Incluso envió a Ryoga fuera contra su voluntad para separarle de mí. De no ser por que podía leer su mente, habría pensado que fue ella quien provocó el accidente que mató a mi... —suspiró con resignación y, esta vez, no evitó la palabra—: a mi koibito (3). A pesar de todo, seguí aguantando. ¡No tenía ningún lugar al que escapar! Pero cuando descubrí lo que habían hecho con mis padres... Dejó de importarme lo que pudiera ocurrirme. Sólo pensaba en hacerla pagar...

—¿Sólo a ella? —insistió Hisoka. Trató de tantear la mente de Hiroshi, pero volvió a encontrarse con una barrera infranqueable. No obstante, si el joven se había dado cuenta de su intrusión, no dio señales de ello.

A Hiroshi parecieron abandonarle las fuerzas de repente. Retrocedió hasta dar con la espalda en la pared y se dejó resbalar hasta el suelo. Hisoka no se movió de donde estaba, pero siguió observándolo atentamente.

—Fue ella quien lo perpetró todo —dijo Hiroshi finalmente, con voz cansada y sin mirar al muchacho—. Fue ella quien ordenó que mis padres fueran asesinados. Ella es la cabeza del clan Nakamori.

Hisoka parpadeó.

—¿Sayoko-san? Pero es...

—Una mujer, sí. Por eso, ante los ojos de todos, es Saburo-san quien gobierna la familia. Pero, en realidad, es ella la que mueve los hilos. Aunque ni siquiera los miembros más cercanos a Saburo-san lo saben. Si llegan a enterarse, será su fin, en todos los sentidos. (4) Pero ella es la auténtica Nakamori, la hija del anterior jefe del clan. No tengo ni idea de cómo consiguieron cambiar las cosas para que todo el mundo crea que es al contrario, pero te juro que esta es la verdad.

—¿Y cómo lo descubriste?

Hiroshi sonrió de nuevo sin humor.

—Ella me deja mucho tiempo encerrado en su habitación, esperándola —masticó esa última palabra, como si tuviera entre sus dientes el cuello de su odiada señora—. Tiene sus diarios guardados bajo llave en su escritorio... pero no sabes lo que puede hacerse con una horquilla y un poco de paciencia —añadió con una sonrisa irónica, esta vez más auténtica—. Saburo-san es en realidad un buen hombre. Según el diario de ella, él ha sido una marioneta desde el primer momento. Los padres de ella, los difuntos señores Nakamori, lo utilizaron como tapadera para su hija, para que ésta pudiera dirigir el clan sin que nadie lo supiera. Lo casaron con ella y lo colocaron de fachada perfecta. Su único error fue ser tan estúpido como para enamorarse de ella.

—¿Eso también lo pone en el diario? —preguntó Hisoka, escéptico.

Hiroshi sonrió socarronamente.

—No, pero ¿no es evidente?

Hisoka lo pensó un momento y luego asintió lentamente. No sabía lo que era estar enamorado, pero no dudaba que había percibido un sentimiento de profundo cariño emanando del señor Nakamori hacia su esposa. Hisoka sintió una repentina tristeza por aquel hombre.

—Ella no le corresponde, por supuesto —continuó Hiroshi—. Su mente y su alma están con el clan. Ryoga me confió una vez que su madre lo había estado preparando desde muy niño para que asumiera el liderazgo de la familia cuando alcanzase la mayoría de edad. Él nunca llegó a decir esto en voz alta, pero yo  podía leer su mente y supe que tenía miedo por su padre. Creo que él sabía de lo que era capaz Sayoko-san. Ryoga jamás se habría convertido en alguien como ella, era demasiado parecido a su padre —Hiroshi suspiró y sonrió con profunda tristeza—. Tal vez sea mejor que haya muerto...

El dolor de Hiroshi bañó a Hisoka con la suavidad de una marea creciente pero, al retirarse, le dejó el corazón encogido de pena por el joven criado, pero no supo qué decir.

—Entonces... ¿por qué sencillamente no la delatas ante las demás familias? —preguntó Hisoka—. Eso acabaría con ella, sin duda.

Hiroshi movió la cabeza.

—Acabaría principalmente con Saburo-san. Se vería deshonrado y, probablemente, alguien se encargaría de "retirarlo" discretamente del negocio. A ella no le ocurriría nada. Sería igualmente deshonroso si alguno tratara de levantar una mano contra ella, una mujer. Pero, aunque así fuera, no quiero perjudicar a Saburo-san. Él siempre ha sido amable conmigo y, al igual que yo, es una víctima de su retorcida esposa.

—¿Y qué piensas conseguir limitándote a asustarla? —inquirió Hisoka.

—La primera vez sucedió de casualidad —explicó Hiroshi—. De hecho fue cuando despertaron mis poderes. Fue poco después de la muerte de Ryoga. Yo estaba tan destrozado y tan furioso... Tenía los nervios a flor de piel. Cualquier cosa me hacía saltar. Y ella ni siquiera tuvo la decencia de dejar pasar ni tres días después del funeral para arrojarse de nuevo sobre mí. Me enfureció tanto que sentí que algo estallaba en mi cabeza. Y entonces un jarrón salió disparado desde la mesa contra ella, estrellándose a pocos centímetros de su cabeza. Yo me quedé tan atónito como ella. Sabía que lo había provocado yo, pero no sabía cómo. Para cuando lo descubrí, todos en la casa hablaban de un fantasma. Al principio me sorprendió que todos dieran por hecho que se trataba de un espíritu. Era como si les pareciera lógico que un espectro atacara a la familia. Pero me aferré a eso y lo utilicé para vengarme del único modo que podía —su rostro se transformó en una máscara de odio—. Si es necesario la atormentaré hasta el fin de mis días.

Hisoka no podía reprochárselo. De algún modo Hiroshi y él habían pasado por el mismo calvario. Ojalá fuera tan fácil para él devolverle a Muraki todo el daño que le había hecho.

—Pero —continuó Hiroshi, sacándolo de sus pensamientos—... parece que, al final, sí que había un auténtico fantasma.

Hisoka levantó la mirada hacia él. El criado sonreía maliciosamente y, cuando el shinigami le miró,  señaló con un movimiento de cabeza el muro que guardaba aquel horripilante secreto.

Hisoka siguió su mirada y frunció el ceño.

—¿Tú sabías lo que había tras ese muro? —preguntó con cautela.

—Si te refieres al fantasma, no. No esperaba que fuera real, al menos —añadió con un susurro avergonzado.

—¿Qué quieres decir?

Hiroshi volvió a sacudir la cabeza.

—Esa mujer... Entre sus diarios encontré un libro muy antiguo, escrito con el alfabeto occidental, en inglés. Escrito a mano. Y dentro había un mapa, también dibujado a mano. Me llamó muchísimo la atención y, un día que ella no estaba en casa, lo saqué de su escritorio y se lo llevé a Arthur. Sólo confío en él —añadió en voz baja—.. Él lo tradujo para mí. El libro era el diario de una tal Lady Margaret Attwood.

—¿Att... wood? —repitió Hisoka, con dificultad. El nombre no le decía nada.

—No conseguimos averiguar qué relación podría tener con los Nakamori. El diario era muy viejo y la escritura estaba muy estropeada. Pero el mapa... según Arthur, era el mapa de un tesoro. Y el plano conducía a este mismo lugar.

Hisoka alzó una ceja, escéptico, pero se abstuvo de hacer ningún comentario al respecto. Sólo dijo, con voz neutra:

—Y supongo que esperabas encontrarlo ahí detrás —dijo, señalando al muro con el pulgar.

—Desde luego, lo que no esperaba encontrar era lo que salió de ahí —contestó Hiroshi, estremeciéndose al recordad la sensación helada del espectro atravesando su cuerpo.

—Supongo que lo que habitó en el pasado el esqueleto de ahí dentro —replicó Hisoka, secamente—. Creo que deberíamos terminar de echar abajo el muro e inspeccionar más de cerca ese montón de huesos.

Hiroshi abrió los ojos horrorizado ante la idea.

—¿Por qué diablos quieres hacer eso?

—Ese esqueleto parecía realmente vetusto —dijo Hisoka mientras se agachaba para coger el pico que Hiroshi había abandonado allí—. Si ese fantasma pertenecía a ese cuerpo, y no tengo motivos para pensar que no fuera así, no es lógico que haya permanecido tanto tiempo junto él, a menos que hubiera algo que le impidiera emprender el viaje a Meifu.

—¿Cómo qué? ¿Guardar su tesoro?

—¿Crees de verdad que hay un tesoro ahí? —preguntó Hisoka, sin poder contenerse por más tiempo.

—Estoy seguro de que, hasta hace diez minutos, tú tampoco creías en los fantasmas —replicó Hiroshi, sonriendo como Hisoka no le había visto hacer hasta ahora. Había auténtico humor en su sonrisa y el gesto embelleció considerablemente sus rasgos, iluminando sus ojos castaños. Por un momento, su expresión pícara le recordó a Tsuzuki.

Hisoka resopló, tragándose la miríada de respuestas diferentes que le habían acudido a la mente.

—No apuestes nada de valor a favor de eso —replicó al final—. Vamos, coge el mazo y ayúdame.

Pese a su reticencia inicial, Hiroshi se empleó a fondo para tirar abajo el muro. Era bastante más fuerte que Hisoka y manejaba el martillo pilón como si hubiese nacido con uno en las manos. Al cabo de cinco minutos, habían agrandado el boquete del muro lo suficiente como para poder deslizarse al interior. Hisoka entró el primero, levantando sobre su cabeza la linterna de espeleólogo.

El haz de luz iluminó ahora toda la cámara, revelando un espacio muy parecido al anterior, paredes estratificadas y un suelo basto e irregular. Como había vislumbrado Hisoka antes, el techo estaba cubierto de densas telas de araña, espesas como cortinas, que colgaban hasta el suelo en polvorientos jirones. Pero la atención de los dos jóvenes se centró de inmediato en el cadáver enmohecido que yacía en el centro de la cámara vacía, en una espeluznante parodia de descanso eterno.

Al verlo más de cerca, se percataron de que los huesos que componían lo que quedaba del cadáver estaban sueltos, como si alguien hubiera desmontado el esqueleto y luego hubiera tratado de volver a unirlo, sin demasiada destreza. Los harapos podridos de lo que había sido una casaca y unos pantalones apenas cubrían los blanqueados huesos.

Hisoka se arrodilló junto al esqueleto y, haciendo caso omiso al jadeo de espanto de Hiroshi a sus espaldas, colocó las manos sobre lo que había sido el pecho del cadáver. No es que fuera necesario que se tuviera que hacerlo específicamente sobre el pecho. Allí ya no había corazón ni alma que rastrear (desde luego, no un alma), pero el gesto le salió de forma automática y, en realidad, daba lo mismo.

Hisoka no sintió absolutamente nada.

—¿Sientes algo? —le preguntó a Hiroshi.

A su espalda, el criado negó con la cabeza antes de acordarse de que Hisoka no le estaba mirando.

—No, nada. ¿Qué esperabas que sintiera?

Ahora fue Hisoka quien movió la cabeza.

—No lo sé. Pero aquí ha habido un fantasma hace apenas unos minutos y no sintió el menor residuo espiritual.

Y en cambio, sí lo sentí ahí fuera, al tocar la columna. Es como si aquí dentro hubiera algo que inhibiera la presencia del espíritu... probablemente lo mismo que lo mantenía atrapado.

—¿Tienes aquí ese mapa? —preguntó. Hiroshi buscó en sus bolsillos y le tendió un trozo de pergamino terriblemente antiguo. Hisoka lo cogió casi con reverencia y lo examinó detenidamente a la luz de la lámpara. Las pocas palabras que tenía estaban en inglés, pero por su situación en el plano, determinaban el roble petrificado y la mansión Nakamori, dibujada toscamente en una esquina. El túnel por el que había bajado estaba trazado con más detalle, cada vuelta y revuelta, hasta llegar a la cámara anterior donde había encontrado a Hiroshi. En una esquina del plano de la cámara había unas marcas que, sin duda indicaban el lugar donde había que empezar a cavar. No había nada más que pudiera sugerir que detrás de aquel muro había un cadáver—. ¿Dónde está el libro del que me has hablado?

Ahora que había un fantasma auténtico, el caso volvía a ser de su incumbencia. No sabía si al salir de allí, el espíritu había huido hacia Meifu, pero aún así, debían averiguar a quién había pertenecido el fantasma y por qué había permanecido tanto tiempo encerrado junto a su cadáver.

—Volví a dejarlo en el escritorio de Sayoko-san —contestó Hiroshi.

Hisoka se incorporó y se limpió las manos en los pantalones.

—Bien. Vayamos a buscarlo.

—¿Ahora? —Hiroshi parecía ahora más espantado que cuando Hisoka sugirió la idea de entrar en la cámara del esqueleto—. ¿Estás loco? Si nos descubre...

—No te preocupes, no nos... —se interrumpió de golpe. Sus ojos verdes se desviaron y se quedó inmóvil, como si estuviera escuchando algo que Hiroshi no podía percibir.

—¿Qué ocurre? —preguntó el criado en un susurro.

—Debemos volver a la casa —dijo—. Ha ocurrido algo terrible.

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FIN DEL CAPÍTULO 15

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No os quejaréis, ¿eh? ¡12 folios! Y eso que no estaba inspirada... ¿cómo que "se nota"? ¡¡Hidoi-naaaaaaaa!! *mini yo berreando a lágrima viva*. Bueno, ya sólo tengo que traducirlo al inglés... ¡Argh! ¿Quién me mandaría empezar a subir esto en inglés? Y, para colmo, mi beta sin dar señales de vida. ¡¡¡KEY-CHAAAAAAAAAAN, ¿D"NDE ESTÁAAAAAAAAAS?!!!!

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(1) El infierno en la religión budista, regido por nuestro querido Emma-o. ^_*

(2) Sé poco o nada sobre geología, así que no sé si esto tiene algún sentido. Considerémoslo otra "licencia artística".

(3) Para quien todavía no lo sepa, koibito significa "amante" o "amado". Aunque no me gusta como suena. Prefiero shin'yuu, que significa "amigo íntimo", pero como no sé si se puede utilizar en el mismo sentido que koibito, me he decidido por ésta.

(4) La Yakuza es una sociedad de hombres. No confían en las mujeres. Sólo hay una mujer visible en el grupo, y esa es la esposa del jefe, llamada ane-san (hermana mayor). Se le tiene el mismo respeto que al jefe, porque es su mujer, pero su posición en el grupo es únicamente esa, ser la mujer del jefe y no se la considera un  miembro del grupo. Los Yakuza no confían en las mujeres porque creen que son débiles y no pueden luchar como los hombres. Están un poco anticuados, pero creen que las mujeres deben quedarse en casa y cuidar de la familia y los hijos y no meterse en asuntos de hombres. Otra razón por la que los Yakuza no permiten que las mujeres entren en su organización es que nadie puede hablar del grupo con extraños. Y no creen que las mujeres sean lo bastante fuertes como para guardar silencio si son interrogadas por la policía o por el enemigo.

RESPUESTAS A LOS REVIÚS

Aguila Fanel- Yaoi, yaoi, lo que se dice yaoi... ya veremos. Me leeré algo de Anne Rice para que me inspire. ^_*

Ayumi Warui.—  Ya falta menos para que se encuentren Soka-chan y Tsu-chan. De hecho, en el próximo capítulo, ¡vuelve Tsuzuki Asato! La Venganza... (tatatachán) =D

Bishoujo Hentai.- Espero que tu mamá no te haya colgado por ponerte a leer mis fics a las ¡¡5 de la mañana!! ¡¿Pero qué haces despierta a esas horas?! ¡¿Y dices que te vas a levantar MÄS TEMPRANO aún?! o....... Y yo que creía que madrugaba levantándome a las ocho y media... De todos modos, muchas gracias por las molestias. Saaya y Yuma son las dos chicas que aparecen en el manga, no recuerdo en qué volumen, cuando todos se van de vacaciones a un balneario de Hokkaido. Ellas son shinigami destinadas allí. Aparecen mucho en los fics, porque no dejan de acosar al pobre Soka-chan. Están empeñadas en vestirle de chica (con vestidos rosas, especialmente), porque dicen que es "tan guapo como cualquier chica". La verdad es que tienen razón, ¡pero ya les vale! Y claro que puedes escribirme a mi dirección de email, pa eso está. Y no madrugues tanto para leer, que voy a acabar sintiéndome culpable...

B-boying.-  ¡Hola de nuevo!  ¿Sabes que ya ha salido el volumen 3? No sé si lo he mencionado... je, je, je... Espero que este capi te haya gustado. ¡Sigue leyéndome que no tengo muchas lectoras españolas! (sin desmerecer al resto, que conste)

Can Hersey.-  ¡Hola, hola! Me temo que OTRA VEZ he vuelto a dejarlo en suspenso. Yo, por mí, habría seguido escribiendo, pero es que me estoy cayendo de sueño. Además, así hay más intriga... ¿qué habrá pasado en la casa? [risa siniestra].

Kadsu-chan.- Muchas gracias, pero creo que mi autógrafo no vale gran cosa. En el banco se ríen de mí cada vez que trato de sacar dinero, ¿por qué será? *parpadeo inocente*. Lo de la poción de Watari, supongo que no me quedó demasiado claro, pero era otro de sus intentos de "poción de cambio de sexo". Sólo que esta vez parece que funcionó, al menos el humo ¡y en la pobre Wakaba-chan! No sé si volveré a retomar esa situación, pero me pareció divertido en ese momento. Ja ne!!

Kotorimoon.- ¡Arigato, Kotori-chan! Hisoka dice que en cuanto resuelva el caso se va a hablar contigo. Pero piensa llevarse a Tsuzuki para que le proteja... no sé qué idea rara se habrá formado ese chico de ti... en fin. Me temo que no sé qué es el Túmulo de Sakura. Supongo que los árboles huecos tienen un algo de místico a lo que ningún autor puede resistirse, ¿no? (oi, qué bien me ha quedado eso de "autor"). ¡Sigue leyendo, porfi!

Selene Sumeragi.- ¡Arigatou gozaimasu! Y espero que te siga gustando. ^_*

JAAA NEEEEE!!!

Dios, qué sueño tengoooowaaaaaaaa.... perdón.

Oyasumi nasai....