Hola, aquí estamos de nuevo. La verdad es que termine el capítulo hace unos días, pero iba a esperar a que una amiga que no quiero mencionar (cough Sara cough) mandara su review. Pero nada, la chica lee y no da su opinión. Pero anima tanto a escribir!!! Y eso va por todos los que lean. Mientras mas reviews reciba más rápido escribiré.

            Bueno, este capítulo da algunas respuestas.

            Espero vuestras opiniones.

Salazar Lestrange

CAPITULO VII

            Draco caminaba con rapidez por los pasillos de Hogwarts, rumbo a su habitación. Esperaba no encontrarse con nadie, aunque se hacía pocas ilusiones. Aunque oficialmente aún duraba el baile seguro que la mayoría de los alumnos ya habían vuelto a sus Salas Comunes, pues era muy tarde.

            En la mente de Draco aún se repetían los acontecimientos de hacía unos minutos. Parecían siglos. Apretó el paso sin darse cuenta, ya casi corriendo. Pero en su cabeza todo, sus pensamientos, sus emociones, eran un lío y necesitaba desfogarse de alguna manera. No sabía que hacer, ni como sentirse. Si le decían algo más, cualquier cosa, explotaría.

            Por un lado sentía asco ante la escena que había vivido, por otro compasión, rabia, miedo… excitación… ¿Qué hacer? Esto no te lo enseñan en las clases pensó con sarcasmo. Tan ensimismado iba en su conflicto interior que no miró por donde iba, hasta que chocó contra alguien.

            ¿Cómo podía pasarle esto a ella? ¿Cómo había sido capaz de traicionarla de esta manera? ¡Había ido con ella al baile! Se supone que eso era un adelanto en su relación, que por fin reconocía sus sentimientos hacia ella, que todos estos años de suspirar por él habían dado su fruto. ¿No era así? ¿Entonces porque se besaba con esa… esa… Slytherin?

             Dobló a toda rapidez el recodo de un pasillo. Hacía tiempo que no sabía donde estaba ni adonde se dirigía. Solo sabía que debía estar en algún lugar de las mazmorras, porque el ambiente se había enfriado y los pasillos estaban húmedos y oscuros.

            ¿Qué hacer? La pelirroja se paró en mitad de un pasillo y miró hacia ambos lados confusa. No tenía ni idea de donde estaba ni cuanto tiempo había pasado desde que atropelló a su hermano a la salida del Gran Comedor. El Gran Comedor…

            En su mente se volvió a reproducir la escena que había visto. Harry y Katrinna. Besándose. Harry con los ojos cerrados, disfrutando… ¿Cómo se atrevía? Volvió a andar. No importaba donde estaba. Sólo quería correr. Correr para alejarse de la escena, para huir de sus pensamientos.

            Ginny corrió a través de las mazmorras, su vestido amarillo le azotaba las piernas y revoloteaba tras ella. Al girar por una de las múltiples esquinas (¿Cuántos cruces había tomado ya?) chocó.

            Desde el suelo, la furiosa Gryffindor levantó la mirada dispuesta a gritarle su frustración a quien fuera. Se encontró con unos ojos de acero. Unos ojos grises que la mantuvieran arrodillada donde había caído y trocaron su furia en otro sentimiento igualmente arrollador.

- ¡Ron! ¡¡RON!!

Un emocionado muchacho de ojos verdes entró en la Sala Común de Gryffindor llamando a gritos a su pelirrojo amigo. Ron estaba sentado en una de las butacas enfrente del fuego, que chisporroteaba alegre. Aunque si Harry se hubiera fijado algo más en su entorno se hubiera dado cuenta de que solo el fuego compartía esa alegría, pues el rostro de su amigo estaba sombrío, preocupado.

- Hola Harry, ¿has visto a Ginny?

- ¿Qué?- La alegría de Harry se esfumó ante la preocupación por su amiga. ¿Le habría pasado algo? La verdad es que la había perdido de vista muy rápido, cuando estaba con los Slytherins.- ¿Le ha pasado algo a tu hermana?

- No lo sé.- Ron suspiró con cansancio, mirando al fuego.- Salió del Gran Comedor hecha una furia y llorando, y se fue corriendo. Todavía no ha vuelto.- continuo mirando aún hacia las ardientes llamas, por lo que se perdió la súbita expresión de culpabilidad de Harry.- ¿Tienes alguna idea de donde puede estar? ¿O porque se ha ido así?

- ¿Yo??- La culpabilidad y los remordimientos carcomían al moreno, ¿los habría visto? Al fin y al cabo había ido con ella.- No tengo ni la más remota idea de adonde puede haber ido, pero seguro que vuelve enseguida, habrá ido a despejarse. – intentó tranquilizarlo, obviando la segunda pregunta.

Ron se volteó en el asiento, para mirarlo fijamente a los ojos. Al cabo de unos segundos que a Harry se le hicieron eternos, sonrió.

- Tienes razón. No se que vio en el Gran Comedor que le alterará tanto, pero seguro que después de darse un paseo volverá mucho más tranquila. ¿Te importa si la esperamos?- añadió sonrojándose suavemente por el impulso protector de hermano mayor.- Es que solo me voy a aburrir mucho. Además así me cuentas porque venías tan emocionado.

- Genial, sin ningún problema- la voz de Harry sonó a través del nudo que tenía en la garganta. Mierda, mierda…

Severus observaba el fuego con fijeza en sus aposentos. Esa noche estaba extrañamente melancólico. Aunque quizá se debiera a que esa noche, hace 15 años, ella se había ido.

Se levantó con repentina energía y se dirigió a un pequeño cajón de una cómoda. Un cajón que nunca abría. De allí sacó una foto, pero no la miró hasta que estuvo otra vez sentado delante del fuego, en su gran sillón negro, manteniéndola bocabajo, oculta.

Cogió aire y la levantó. En ella salían dos personas, vestidas como muggles. Severus apenas se reconocía en la cara de ese joven. Aunque esa había sido una de las peores épocas de su vida, justo antes de la decisión que lo cambiaría todo, en esa foto se veía sonriendo, algo que incluso hoy casi nunca hacía, con el pelo corto como a ella le gustaba. Se le veía tan feliz. Al viejo Slytherin se le resbaló una lágrima por la mejilla, cayendo suavemente hacia la foto, que su esbelta mano de alquimista asía cada vez con más fuerza.

La otra persona era ella. Abrazaba el brazo del joven Snape, sonriendo también. Su sonrisa iluminaba toda la foto a juicio del actual. Su indómita cabellera, recordó con una punzada de desgarradora pena, le hacia cosquillas en el brazo, al moverse con la ligera brisa.

Suspirando, se recostó en el amplio espaldar del sillón, acurrucándose contra el brazo en una inhabitual postura vulnerable, resignado a recordar, a llorar.

La había conocido una noche que volvía de una de sus frecuentes salidas nocturnas con los mortífagos. Era tarde, y normalmente se hubiera quedado en la mansión Malfoy, a tomarse algo con Lucius y charlar de los nuevos y los viejos tiempos. Pero esta vez se había herido, nada importante, sólo un corte en la mano. Pero el escozor había sido suficiente para ponerlo de mal humor y desear volver a casa. Al meter la mano en su viejo vaquero la maldita herida le rozó con la costura, provocando que sacara la mano rápidamente, con lo que las llaves se fueron al sucio suelo de la calle muggle.

Maldiciendo, se agachó a recoger a las escurridizas llaves, pero una delicada mano se le adelantó. Al levantar la mirada para ver a la dueña de dicha mano, se encontró a ella. Vestía vaqueros al igual que él, pero en vez de una camiseta negra, la suya era blanca, con lo que contrastaba poderosamente con su pelo, suelto a su espalda.

Recordaba que la mujer se había ofrecido a curarle la mano, cosa en la que tenía experiencia al ser enfermera de un colegio. Aunque en otras circunstancias se habría negado a que una muggle le curara, esta vez sólo pudo murmurar una débil negativa, absorto como estaba en esos ojos oscuros que lo miraban.

A partir de ese día, Severus salió mucho más, pero no solo con los mortífagos o con Lucius, sino que empezó a pasarse cada vez más tiempo en casa de su nueva vecina. Allí hablaban de cualquier cosa, del trabajo de ella o de los experimentos de Severus (le había dicho que era un investigador, especializado en química alquimista) o salían a dar vueltas por el Londres muggle o incluso al cine, donde Severus tuvo que hacer grandes esfuerzos para no sorprenderse la primera vez que fueron.

En definitiva, fue feliz. Feliz como nunca lo había sido, ni en una infancia plagada por los malos tratos de su padre, ni en el colegio, lleno de burlas y desprecios, ni siquiera en esos tiempos en que salir con los mortífagos aún le hacían sentir especial, cuando aún creía en la causa.

Pero llegó el fatídico día, aquel que estuvo a punto de estropearlo todo. Ese día tuvieron lo que tendría que haber sido una salida rutinaria, en la que solo tenían que atacar una tienda de Hogsmeade, cuyo dueño no había querido vender a uno de sus compañeros, por ser un posible mortífago. Pero lo que iba a ser una salida fácil, se convirtió en un completo desastre cuando varios aurores, apoyados por algunos de la Orden del Fénix, llegaron al lugar.

Severus, uno de los mejores mortífagos del momento, luchó hasta que todos se fueron, cubriendo la retirada. Cuando el último se fue, desapareció el mismo. Pero aunque su intención en un primer momento fue ir directamente a la mansión de su Señor, las numerosas heridas que tenía lo ofuscaron y confundieron. Se apareció enfrente de la puerta de su casa.

Al principio temió que alguien lo hubiera visto, pero ya había anochecido y él no vivía en uno de los mejores barrios precisamente, así que no había nadie por las calles. Con suspiró de alivio se dispuso a entrar, pensando que un buen baño no le vendría mal, ya se presentaría después. Pero las malditas llaves se le volvieron a caer.

Se empezó a poner nervioso. Se agachó con rapidez comprobando que esta vez ninguna mano se le adelantaba. Volvió a suspirar con alivio. Se irguió.

Ella lo miraba sorprendida, las bolsas de la compra flojas en sus manos. Severus la contempló asustado. Sabía que ofrecía una imagen muy chocante, con la túnica negra de mortífago rota y salpicada de sangre, gran parte de ella suya, y la mascara blanca arrugada en una mano. Pensó que gritaría pidiendo ayuda, con lo que su tapadera se iría al carajo. Pero se dio cuenta, con un repentino fogonazo de comprensión, que lo que verdaderamente le asustaba era perderla.

- Espera, deja que te explique…- Su voz sonó trémula y asustada, mientras tendía las manos hacía ella. La joven contempló incrédula la mascara, que ahora podía contemplar sin impedimentos. Severus, al darse cuenta, bajo esa mano, dejando la otra extendida hacia ella, en gesto de súplica.

Ella lo miró con sus grandes ojos oscuros, sin decir nada, solo mirándolo.

- Estás herido.

Cómo la primera vez, ella lo llevó a su casa y lo curó, con tiernos cuidados, aunque sin pronunciar palabra, intentando digerir la situación, mientras era vigilada con ansiedad por un desasosegado mortífago. Cuando le curaba una de las últimas heridas, la situada en la pierna, Snape no pudo aguantar más y acarició con cariño y pasión ese oscuro pelo, que se derramaba por sus piernas. Ella, que estaba arrodillada delante de él para llegar mejor a las heridas, levantó la vista. Poco a poco, sin perder de vista sus maravillosos ojos, se inclinó hacia su rostro, sus labios. Esa noche no fue a ver a Voldemort.

Ni muchas otras.

Saliendo de su ensoñación, contempló la foto, arrugada y mojada por las lágrimas, con tristeza. Un año más tarde, cuando volvía de una sangrienta salida con los Lestrange, una salida que cambiaría su visión de las cosas, ella se había ido, sin dejarle ni siquiera una nota.

Ese día sintió que se le rompía el corazón, al saber que había perdido a la única persona a la que había amado. Lloró arrodillado en el piso que compartían desde hacía unos meses, lloró con sangre de su corazón. Ese mismo día fue a ver a Dumbledore, después de haberse limpiado las lágrimas a manotazos, para pasarse a su bando, aunque nunca le dijo, ni siquiera ahora que confiaba en él como en un padre, la verdadera razón de su cambio. Solo le contestó, cuando las preguntas por su cambio de parecer se hicieron habituales, que había sido por los Lestrange.

Incluso hoy, nadie sabía la verdadera razón de su amargura, de su tristeza. Solo ella.

La puerta de su habitación se abrió lentamente, dejando pasar una corriente de aire fría. Una silueta, hecha de sombras, se recortó en el umbral. Severus ni siquiera volteó la cabeza. En el fondo de su corazón sabía que vendría. Siempre lo había sabido.

- Severus.

Draco y Ginny se miraron desde sus respectivas posiciones, ella aún en el suelo. Ambos jadeaban por la alocada carrera, sus pechos bajando y subiendo con rapidez. Draco la miró desde su aventajada posición con sus ojos color de acero, que brillaban a cada segundo más. Observó el desparramado cabello color de fuego, que se enroscaba alrededor de su joven pecho. Pecho que el vestido apenas cubría, al haberse deslizado con el golpe. Sus hermosas piernas, esbeltas y pálidas, también se mostraban a su ávida vista.

Ginny se acercó más al Slytherin, contagiada por la pasión que destilaban sus claras pupilas. El joven bajo la mano para acariciar el sedoso cabello de la Gryffindor, que entrecerró los ojos para sentir mejor la caricia. Sin previo aviso, la mano del Slytherin se convirtió en un puño, tirando del pelo hacia atrás para obligarla a mirarle.

La pelirroja jadeó al sentir el tirón, pero se dejó llevar, contenta, de que su furia y su ira fueran aplacadas. Volvió a jadear al sentir los labios del rubio besarla con fiereza, con desesperación. Le correspondió mordiéndole los pálidos labios hasta hacerlos sangrar.

Draco gimió al sentir su cálida sangre recorrerle la barbilla. Tiró con brutalidad del pelo para hacerla levantarse, quedando ambos de pie. Ginny empezó a lamerle con sensualidad la sangre que goteaba al suelo, volviendo rojos sus labios y su mirada ávida. El rubio no lo soporto más. La empujó contra la pared, golpeándose ambos contra la dura piedra. Rasgo su vestido con ansia, arrodillándose ante ella para morderle, besarle, el torso recién descubierto.

La pequeña Weasley aprovechó su postura dominante para quitarle la túnica negra a su amante. Contempló un momento su espalda, de músculos marcados con elegancia, su pecho aún joven. Pasó las manos por el despeinado cabello, que libre de la habitual gomina caía por su rostro, oscureciéndolo mientras el joven Sly bajaba por el dorado cuerpo de la Gryffindor.

            El Slytherin sintió las pequeñas manos deslizarse por su cabellera, arrancándole pequeños escalofríos, mientras lo invitaban a seguir. Cogiéndola por las rodillas la hizo caer encima suya. Ella lo liberó con agilidad de sus pantalones, mientras él le arrancaba la ropa interior que aún le quedaba a esas alturas, mientras se besaban como si fuera el último minuto de su vida, ardientes.

            En el oscuro pasillo, un joven se colocó encima de su pareja, quién lo besaba con ardor, insensible a las heridas, y la penetró con furia. Una furia que los hizo gritar ahogadamente, al principio con dolor, finalmente con placer, saciadas por fin sus respectivas iras, sus pasiones.

            Harry no sabía ya de que hablar, para evitar que Ron le preguntara por el suceso que antes lo había echó sentirse tan feliz, pero que ahora le llenaba de remordimientos. No es que se arrepintiera, pero seguro que Ron le echaba en cara, y con razón, su falta de tacto para con su hermana, a quién había invitado al baile para luego abandonarla por otra, aún sabiendo lo que la pequeña sentía por él.

            Porque a Harry no le cabía ninguna duda de que lo que había alterado a Ginny era la visión de él y Katrinna besándose. Katrinna… incluso ahora su nombre le provocaba una placentera sensación de vértigo en el estomago. Incluso cuando lo que más temía en el mundo era la reacción de la pelirroja al encontrarse con él y su hermano en la Sala común esperándola.

            Ron mientras tanto le estaba contando la pelea con Wolfgang, ajeno a que su amigo se encontraba en el limbo de sus propias preocupaciones, haciéndole participe de sus crecientes desconfianzas hacia el chaval.

- Compréndelo Harry, pero cada vez que lo miro o lo veo mirarme se me ponen los pelos de punta, hay algo en él, algo an…

La confesión de Ron fue interrumpida por la apertura del cuadro que guardaba la entrada a la torre de Gryffindor. Ambos jóvenes giraron la cabeza al unísono para ver quién entraba, deseando y temiendo que fuera Ginny. Quien fuera se lo tuvo que pensar, porque permaneció oculto por la reborde que la pared hacía justo a la entrada unos momentos, hasta que se decidió a entrar.

Era Ginny.

Andaba cómo sonámbula, en una nube. No se dio cuenta de las personas que la observaban desde los asientos cercanos al fuego. A una tos de Ron giró la cabeza y los miró seria, pero extrañamente relajada.

- ¿Dónde estabas? ¿Qué hora son estás de venir? – Ron se empezaba a enfadar ante la faltas de respuestas de su hermana, pues hacia tiempo que el último de los rezagados de la fiesta había entrado rumbo a su habitación y todo ese tiempo había estado muerto de preocupación por ella, aunque no se lo comentó a Harry.

 Harry estaba más preocupado y temeroso que otra cosa.

- Hola Ron, Harry. He ido a dar una vuelta. Si no os importa, me gustaría irme a dormir.

Y dicho esto paso por delante los sorprendidos chicos con la misma parsimonia con la que había entrado, subió las escaleras hacia la zona de las chicas y entró en su cuarto, cerrando la puerta con suavidad. Sin mirar atrás.

- ¿Qué le ocurre?

Harry sólo pudo encogerse de hombros, igual de desconcertado que él.

Cuando Ginny entró a la Sala Común, tuvo que hacer una pequeña pausa para recomponerse. Aún no se podía creer lo que había pasado. ¡¡Había perdido su virginidad con Malfoy!! Y había sido totalmente impersonal, necesitado, aunque a la vez apasionado. Pero no se arrepentía. Por primera vez desde que se acordaba, se sentía segura y dueña de si misma. Sin timidez, sin complejos. Ya no era la pequeña niña que se escondía tras las faldas de su madre.

 Cuando cruzaba la Sala Común, su hermano se hizo notar tosiendo. Al prestarle su atención, comprobó satisfecha que podía mirar a Harry a los ojos sin ruborizarse, sin enfurecerse. Sin dolor.

Cuando subió con tranquilidad las escaleras para su cuarto, sonrió para sí.

La entrada de Draco a la sala Común de Slytherin, el Nido, paso totalmente desapercibida. La túnica negra no susurró al bajar los escalones, la puerta de su cuarto no chirrió. Sus compañeros siguieron durmiendo placidamente en sus camas, ajenos a él.

 Su porte seguro de sí mismo, gallardo, sólo fue observado por una persona. La misma persona, que quieta en su lugar frente al fuego, vio el tumultuoso mar de sus ojos. La misma persona que envuelta en sombras, observó mas tarde junto al lago, la luna casi llena.

Contestación a los reviews

Arel-M: No te preocupes, no hay mal rollo con los mortis, le habían cedido el turno, al fin al cabo, son bestias pero civilizados. Bueno, espero que no me mates por la escena Draco-Ginny, pero algo tenía que hacer para que se pasara el mosqueo… jajaja. Sobre Pansy, habrá tema, pero en el siguiente capítulo, que te adelanto que será el reencuentro de todos en las clases. XD. Espero con impaciencia tu próximo review y tu historia.

Lord Peyote: Desde luego esta es la última vez que te dejo utilizar mi orde, pero muchas gracias por tu "selecta" opinión. Y a ver si subes de una vez ese maldito fic tuyo mezcla de varios mundos. Bss