Los personajes de esta historia no me pertenecen. Son propiedad de TSR o/y R.A Salvatore, el argumento se beneficia de historias varias de vampiros.

No obtengo beneficio alguno por escribir esto salvo mi propio entretenimiento.

AVISO: Este fanfic es YAOI (y slash) y este se da entre los personajes Jarlaxle y Artemis, además de Vladimir Giurescu (personaje propio), si este género no te interesa o te resulta desagradable no lo leas, comprendo perfectamente esa postura.

Capítulo 6. Damas peligrosas y Tercer recuerdo

Entreri estaba sentado en el marco de la ventana, atento a la acompasada respiración de Jarlaxle, mientras juguetaba con un estilete entre los dedos.

- Cuidado, podrías cortarte.

Ni siquiera tuvo que simular que no le habían sorprendido pues había visto el acercamiento de Catherine por el rabillo del ojo. La vampira había trepado por el muro y ahora le sonreía de pie en el aire, levitando.

- Apuesto a que eso te encantaría.

Catherine rió melodiosamente y hizo una estudiada caida de ojos.

- Esperaba encontrar a tu amigo solo... creo que puede quitarte tu puesto ante mis ojos.

- Lo que sin duda me preocupa mucho.- Replicó Entreri con sorna.

Catherine siseó y los ojos se le iluminaron con bestial semejanza.

- Lamentarás rechazarme, humano, escucha mortal...

- Escuchame tú, Catherine.

Y con un unico y fluido movimiento, Entreri puso su daga enjoyada sobre el fino cuello de la vampiresa, cuyo rostro mostró una sorpresa mayúscula.

- ¿Notas la magia? Un arma mágica puede dejar marcas incluso en la piel de una sanguijuela como tú, ¿quieres saber si Giurescu te querría desfigurada?

- No te atreveras.- Murmuró la mujer.

- No lo dudes, si vuelvo a verte rondando por aquí te mataré.

Catherine gruñó mostrando los colmillos, pero estaba claro que no volvería a subestimar a Entreri, se lanzó hacia atrás y cayó en picado antes de transformarse en murciélago y volar en dirección a las montañas.

Catherine no sería misericordiosa con la presa de esa noche.

Entreri guardó su daga y al mirar hacia el suelo pudo ver la figura de Giurescu, el vampiro miraba en su dirección, le saludó con la mano y después su cuerpo se distorsionó y transformó ante sus ojos, hasta que un inmenso lobo gris fue lo que quedó de Giurescu.

Con un largo aullido, Giurescu pareció despedirse y marchó por el desfiladero.

- Parece que mis encantos por fin superan a los tuyos.

Entreri enseñó a Jarlaxle su dedo corazón y el drow fingió escandalizarse.

- Empezaba a estar celoso de la atención que despiertas, Giurescu, Anna, Catherine... no era justo que yo no tuviese admiradores.

- Te los regalo, si puedes con ellos.

Jarlaxle se incorporó y consiguió sentarse en la cama sin marearse.

- Ayudame a levantarme, anda.

Entreri ofreció apoyo a Jarlaxle y este consiguió ponerse sobre sus pies, con la bata de dormir y trastabileando se veía bastante ridículo.

- Me siento como un gatito recien nacido.

- Nunca serías tan adorable.- Se burló Entreri.

- ¿Los gatitos te parecen adorables?.- Replicó Jarlaxle.

- Una palabra más y te dejo caer.

Jarlaxle apenas consiguió andar un poco más y un nuevo mareo le obligó a volver a la cama. Anna apareció con la comida a mediodia y Entreri comió en el dormitorio con él, dado que tenía poco interes en volver a estar a solas con Giurescu.

Por la tarde, dejándo a Jarlaxle con la agradable compañía de Anna, Entreri se aventuró por el castillo, principalmente para refrescar su memoria sobre el interior del lugar.

Y preparar posibles vias de escape si las cosas se torcían inesperadamente.

Procurando evitar a las demás damas, se internó en los subterraneos del castillo a comprobar en que estado se encontraban los pasadizos.

Las mazmorras eran mohosas, con el aire viciado y un olor malsano emanando de cada roca, con una humedad que rezumaba entre las piedras.

Avanzó sin necesidad de una antorcha pues aun conservaba la visión infraroja que había adquirido gracias a su socio drow. Un apagado gemido llamó su atención tras una vieja puerta cerrada.

Entreri forzó la cerradura y abrió la puerta preparado para encarar lo que fuera que Giurescu guardara allí. Pero no encontró enemigos sino un espectaculo menos agradable.

Eran él. Todos ellos. Giurescu no había exagerado al decir que había cazado a todos los que se le asemejaban. Atados a las paredes de la mazmorra, muertos, estaban los cadáveres de varios hombres, unos doce, aunque algunos ya no tenían rasgos reconocibles, otros permitían vislumbrar a hombres fuertes, morenos, de rasgos afilados... todos ellos parecidos a Entreri.

Todos mostraban caninos desarrollados, Giurescu no solo se había alimentado de ellos sino que les había transformado y luego asesinado como vampiros, pues todos tenían un boquete abierto en el lugar donde debiera estar el corazón.

Eso explicaba que la descomposición de los cuerpos fuese lenta y pareciesen más momias que cadaveres, ni los gusanos querían alimentarse de la carne de los vampiros.

Giurescu estaba desquiciado. Entreri le recordaba como un hombre cruel, elegante y despiadado, con ataques de extraño carácter poético, pero ahora también estaba loco.

- No eran como tu.

Entreri sacó su espada y se alejó de Voica, la vampiresa chasqueó los dedos y las antorchas se encendieron, aunque ninguno de los dos lo necesitara era mas comodo hablar con los colores normales a la vista.

- ¿Qué esta demencia? ¿Ahora guardais los restos?

- No es lo que crees.

- ¿Ah, no? Tu señor ha perdido la poca cordura que le quedaba despues de morirse.

Voica siseo ante el insulto a su señor pero recuperó la compostura de elegante primera dama en un instante. Entró en la celda bajo la vigilante mirada de Entreri y pasó la mano de porcelana sobre una de las cabezas lánguidamente.

- Esto no es obra de mi señor, sino mia.

- Se que me detestas pero creo que estas exagerando.

Voica descubrió los colmillos y Entreri pudo ver al horrible animal que en realidad era esa hermosa mujer.

- No entiendes nada, eres un estúpido. Intenté crear un sustituto, alguien que ocupase tu lugar, alguien que aliviase al añoranza de mi señor.

Entreri miró aquella hilera de cadáveres y sintió lástima por aquellos pobres diablos.

- Fallé, por supuesto, no eran como tú, ni siquiera despues de vampirizarlos podían emularte lo sufuciente. Giurescu los mataba nada más se los presentaba.

- Pues la demente eres tú.- Murmuró Entreri, pero Voica le ignoró.

- Él estaba tan disgustado por perderte, hice lo que pude para hacerle feliz, pero estos son mis fracasos. Pero ahora has vuelto...

- No pienso quedarme.- Atajó Entreri.

Voica sacó las uñas como garras de águila y le bufó.

- Te quedarás, maldito cerdo egoista, te quedarás para siempre.

Entreri dio media vuelta y se marchó de los subterraneos perseguido por los gritos desgarrados de Voica, que juraba y perjuraba que no le permitiría marcharse, que no volvería a hacer daño a su señor.

Amaneció, pero Entreri apenas consiguió conciliar el sueño.


No supo que pensar. No sabía si Giurescu era muy valiente o muy estúpido.

Los lobos se habían retirado y no había indicio alguno de que hubiese mas gente en el castillo, no se oía un alma y no había guardias a la vista.

Giurescu, por otra parte, no era como lo imaginaba, Entreri había esperado a un anciano o al menos entrado en años, no obstante, Giurescu era un hombre joven, no aparentaba mas de venticinco años y estaba en plena forma.

Bajo la luz de la luna no apreciaba bien sus rasgos, pero sus ojos brillaban como hielo azul, escrutándo los suyos. Entreri supo juzgar que aquel hombre no era un estúpido por aquella inteligente mirada.

- Bienvenido a mi casa, soy Vladimir Giurescu, señor de estas tierras.

Entreri observó que el hombre estaba desarmado, su elegante traje no escondía la figura ni había rastro alguno de armas ocultas. Entreri cada vez entendía menos.

- No se quede ahí fuera, la noche es fria.

- No tema, sus mascotas me ayudaron a mantener el calor.- Replicó Entreri.

- Magnificos animales, ¿no crees, asesino?

Giurescu no mencionó su profesión como un insulto sino como una simple realidad. De modo que sabía quien era, a que venía, y sin embargo le daba la bienvenida.

- Si, muy juguetones.

- Pase, asesino, ¿le importa? No sabiendo su nombre me temo que solo puedo remitirme a su ocupación profesional.

- Artemis Entreri.- Acotó.

- Artemis Entreri.- Giurescu pareció paladear el nombre.- Bonito nombre, originario de los paises del este, diría yo.

Entreri no afirmó ni negó nada, despues de todo ni siquiera era su verdadero nombre, solo lo había adoptado y ahora era suyo, el origen le traía sin cuidado.

Giurescu le dio la espalda, como si le desafiara a atacar su espalda descubierta. Entreri siguió a su extraño anfitrión al interior del castillo, esperando en cualquier momento un repentino ataque.

No obstante este no se produjo, y Entreri vió confirmado lo que había oido.

- ¿Te gusta mi castillo, Artemis, estas impresionado?

Entreri no aprobó que Giurescu le llamara por el nombre, pero lo dejó pasar.

- Solo perplejo, vives aquí, ¡solo!

- ¿Te refieres a la ausencia de guardias y sirvientes? No los necesito para nada.

- Eso dicen en el pueblo.

- ¿De veras?.

Llegaron a un amplio salón, donde Entreri vió que habían preparado cordero asado, verduras y buen vino. El maldito ya le esperaba, y tenía la desfachatez de prepararle la cena. Giurescu tomó asiento y Entreri hizo lo mismo ante la comida.

- ¿Y que más dicen de mi en el pueblo?

- Dicen que eres un vampiro.

Giurescu sonrió, sin negarlo, Entreri estudió su cara. Era un hombre atractivo, rasgos suaves pero masculinos, cabello recogido hacia atrás, rubio y dorado a la luz de las llamas, los ojos endurecián su rostro por su gelided, que hacía pensar que aquel hombre era mucho mas de lo que aparentaba. Mas viejo de lo que su tersa piel contaba.

La voz era grave pero aterciopelada, como si las palabras se deslizaran por su boca, mas que hablar parecía recitar.

Muy bien podía ser un vampiro.

- ¿Y que piensas de eso tú, Artemis?

- Que ya lo comprobaré cuando te mate.

Giurescu soltó una carcajada.

- Sí, da gusto oir a alguien que habla claro. Los otros asesinos eran patéticos, tres no llegaron ni a mi castillo y los otros dos no sabían que hacer al llegar a él.

- Yo soy diferente.- Afirmó Entreri.

- Oh, si que lo eres.- Convino Giurescu.

Entreri desenvainó como una exhalación dispuesto a acabar con aquello allí y ahora.

Su espada descargó un feroz ataque frontal. No obstante, Giurescu ya no estaba allí, la espada hendió la silla y Entreri saltó sobre la silla para sacar la espada con el giro y no ser un blanco claro. Para su sorpresa Giurescu estaba indolentemente apoyado en la pared, Entreri estaba seguro de que el anterior no había sido una ilusión, lo que indicaba que el vampiro, pues eso era sin duda, era capaz de moverse a una velocidad superior.

- Pero ser mejor a los demas no implica ser mejor que yo.

Entreri no se molestó en hablar, dejó la mente en blanco, pues había oido de los poderes de los vampiros, leer la mente, controlar los pensamientos e hipnotizar a sus víctimas.

Avanzó poniéndo los sentidos a punto para adecuar la aceleración del vampiro, haciendo estocadas cortas y rápidas. No obstante, aunque su enemigo no llevaba armas para defenderse, no le acertó ni una vez. Giurescu se movía demasiado rápido, su forma parecía difuminarse...

En ese momento Entreri supo que el problema no era solo el vampiro, sus propios movimientos no eran lo que solían ser.

Se apartó del vampiro, que sonreía con conocimiento, Entreri logró entonces, concentrandose en sus alrededores, notar lo que estaba fuera de lugar. Un olor. Un olor almizclado que procedía de la chimenea, un olo que antes no había podido discernir a causa del aroma de la carne recien hecha de la cena. Aquel había sido el objetivo de los platos que le había preparado Giurescu, ocultar el olor de la droga que se extendía.

- Ve... veneno...- Gruñó Entreri.

- ¿Veneno? No, no, si quisiera matarte ya lo habría hecho, solo dormiras un rato.

Entreri se mantuvo en pie, pero el cuerpo comenzó a pesarle, sus manos dejaron caer las armas y el mundo empezó a desdibujarse a su alrededor.

- Cualquier otro humano ya estaría en el suelo.- Consoló la voz de Giurescu.

Entreri gruñó un insulto y finalmente sus piernas no pudieron sostenerle más, cayó en los brazos del vampiro. Un instante antes de desmayarse, Entreri pudo ver la boca abierta de Giurescu, con los colmíllos afilados y curvos como guadañas. Y dos ojos azul brillante, pero ya no eran humanos, sino los ojos hambrientos de un lobo.