Cicatrices de lujuria, por Shun de Andrómeda y Shaka

Capítulo 2

Llegó con las primeras pinceladas de oscuridad de la noche mediterránea. Atravesó el pórtico del que ahora era su templo. La undécima casa, la de Acuario, elemento de agua regido por Urano. Hogar durante milenios de los señores de hielo, y tumba de sus propias aspiraciones.

El mármol había permanecido intacto, dando a las estancias el severo aspecto de arrastrar consigo más lunas que las que cualquier humano pudiera contar, tal vez en un inconsciente intento de recordar lo fugaz que era la existencia de los hombres en comparación con la divina cruzada a la que dedicaban cuerpo y alma.

Su primer día como caballero de oro había concluido, al fin. No sentía nada al respecto, ni satisfacción, ni desencanto… Había portado aquella armadura con anterioridad, pero ahora, aferrada a su cuerpo como una segunda y mortífera piel, comprendió la magnitud de su elección.

Sus dependencias eran sencillas, invitando a aquellos privilegiados que tuvieran la ocasión de contemplarlas la sensación de haber viajado hacia atrás en el tiempo, al esplendor de la Grecia de las leyendas. En la más íntima de sus habitaciones había una amplia cama, prácticamente a ras del suelo. Le ponía enfermo pensar en todas las historias de las que aquel lecho habría sido testigo.

Camus… Todo cuanto le rodeaba le recordaba a él. Se dirigió hacia el espejo que terminaba de llenar el habitáculo, y contempló su propia imagen, ahora ataviada con las que fueran las sagradas vestimentas de su maestro. ¿Tan parecido era ahora a él? ¿Acaso no era sino una réplica suya forjada entre los glaciares eternos? Se despojó del casco, sin apartar la vista de su imagen. Una a una, las armoniosas piezas de oro fueron desapareciendo de aquel reflejo de cristal, para acabar mostrando el conjunto de su piel. Por muy duras que fueran las pruebas a las que había sido sometido, qué frágil le parecía ahora su propio cuerpo. Frágil y vulnerable entre las columnas y los frisos, entre el implacable silencio que todo lo abarcaba… Como un ave a la que se le abrieron las puertas y escogió permanecer en su jaula de oro… Por muy lujosa que fuera ahora su morada y privilegiada su posición, seguían siendo su jaula, de la que ya no podría escapar, nunca más.

Se dirigió hacia el pequeño balneario oculto en el recinto. Una terma de mediano tamaño ofrecía una corriente de agua continua, llegada directamente desde las montañas donde se erigía el Santuario. Era su dependencia favorita, y dónde había pasado la mayor parte del tiempo desde su llegada, apenas días atrás. Se sumergió, dejando sólo la mitad del rostro sobre la superficie. Tenía que reconocer que adoraba aquella intimidad, pese a que le diera pie a hundirse en las tinieblas de su corazón.

Pensó en él. No había cruzado palabra con Shun desde aquella noche. Durante la ceremonia de proclamación osó a mirarle a los ojos en dos ocasiones, sin obtener respuesta. Le desconcertaba. Pese a que la relación de ambos había salido mal parada, creía conocerle lo suficiente como para afirmar que si ocurrió aquello es porque ambos así lo quisieron… Le costaba creer que el antiguo caballero de Andrómeda se hubiera entregado sin razón, por puro divertimento.

Pero más que lo que pudiera ocurrirle a Shun, lo que más le preocupaba eran sus propios sentimientos. No podía describir lo vivido aquel día. Ni podía quitárselo de la cabeza. Las tórridas escenas le asaltaban en cuanto no tenía otro asunto del que ocuparse. Empezaba a obsesionarse con el embrujo del deseado amante que quizás nunca tendría a su alcance, y por el que había sacrificado a la persona que más quería.: Su amigo. Su condena. Ambos en un mismo ser, ambos incompatibles.

"Sentado frente a la baja mesa de té, las columnas del templo de Virgo parecen que se pierden en el infinito, que continúan en su meticuloso, recto y artificial orden hasta acabar en un lejano horizonte oscuro e inexplorado, rincones de la casa de la virgen aún por descubrir, paredes entre las que se encuentran preciados tesoros que nunca serán hallados porque la virgen seguirá protegiendo su virtud y su mayor secreto, aunque yo, Shun de Andrómeda, la intente violar profanando este templo como su caballero guardián. Puta virgen que no te descubres ni ante mí."

Era más que duro que Shun pensara así, cualquiera diría que no era un caballero digno de portar dicha dorada armadura… y él era el primero que así lo pensaba. Para qué negarlo, siempre le habían considerado un ser débil, y de tantas veces repetírselo se llegó a convencer y por aquellos misterios inexplicables de la ciencia esa idea pasó de la mente a través de neuronas, vasos, plasma, tejidos y órganos tras muchas transformaciones hasta instalarse en cada centímetro de su cuerpo, hasta mutarse en realidad. Siempre fue un niño quejica que se escudaba tras el llanto, incapaz de hacer frente a cualquier infortunio que la vida le arrojara. Y de repente se encontró solo en la isla de Andrómeda, con algo tan grande que era incapaz de rodear con los brazos, algo que sinceramente le hubiera sobrepasado si no fuera porque una voz, latente y persistente que se alojaba en su cabeza, le recordaba una y otra vez que tenía que conseguirlo, que tenía que ser digno de su hermano, que tenía que ser fuerte y llegar a ser un futuro caballero. Pero esa voz poco a poco se fue difuminando y paso de voz a susurro y de susurro a la nada, se fue a donde se van todas aquellas promesas eternas formuladas, donde acaban todas aquellas palabras de amor que salen de bocas de amantes furtivos que nunca habías visto antes y que sabes que nunca volverás a ver; y que más tarde te preguntas si realmente lo llegaste a ver, pues no quedó ninguna huella sobre la piel del cuerpo ni de la mente. Y como un amante esquivo se había portado su hermano, con sus dosis de cal y de arena, siempre tan lejos suya pero tan cerca cuando volvía a ser el Shun que siempre fue, el que yace en el suelo frente a los pies del enemigo, el que su hermano nunca quiso que fuera. Por eso no podía contar más con su hermano, ni con su voz que le incitaba a continuar y que le ordenaba que debía superar cualquier obstáculo, porque era una deshonra ante sus ojos y porque los lazos de sangre no ligan con un nudo tan prieto como para evitar que su hermano renegase de él.

Y con esa baja estima tenía que enfrentarse a algo que sí que le venía verdaderamente grande. Una nueva armadura que le pesaba mil veces más que la anterior, un nuevo templo que se le desmoronaba encima y lo que era peor, un vacío repleto de recuerdos que él tenía que suplir. Nunca jamás, por mucho que se lo propusiese, lograría sentirse el verdadero caballero de Virgo. Nunca jamás, ni remotamente, podría compararse su cosmo al de su predecesor. Nunca jamás sus técnicas serían tan potentes como las del hombre más cercano a Dios y aún menos ahora que sin sus cadenas se habían visto mermadas, luchando con tan sólo una triste neblina con la que sería incapaz de hacer frente a un poderoso enemigo, y mucho menos sentirse digno y seguro como guardián de la sexta casa. Ni siquiera tuvo de maestro al anterior caballero de Virgo, ¿así que cómo pensaban que sería capaz de suplir al gran Shaka? Era una responsabilidad enorme que le desbordaba, todos acabarían decepcionados y le abandonarían, como ya hizo su hermano.

No era la primera vez que todos estos pensamientos rondaban por su mente, desde semanas la preocupación se apoderaba de él, apenas comía, no se concentraba, por las noches sólo daba vueltas en la cama…Lo que no sabía que toda esa furia que sentía sentado frente a la mesa de té no provenía de ese sentimiento de impotencia, ya que guardaba en su interior todo el poder necesario para hacer frente a cualquier enemigo y para hacerse con la honra como caballero de Virgo, provenía de no sentirse dueño de su destino. Todo le había sido impuesto en la vida, como a sus compañeros, pero a diferencia de ellos le había tocado lo que nunca quiso, la separación de lo único que tenía y la violencia como modo de vida, algo que le repugnaba hasta el último átomo de su ser. Toda la vida haciendo lo que otros le habían ordenado, sin apenas tener voz ni voto. Toda su vida excepto en una ocasión, aquella noche en la que se entregó por completo, esa noche que parecía sacada de contexto de su vida, en la que supo dar todo de sí y recibió más de lo que nunca hubiera esperado. Esa noche en la que realmente fue feliz, la noche en la que realmente hizo lo que quería. Pero todo tenía tan poco sentido… ¿Por qué mi felicidad tuvo que estar atada a ese, al que tanto me defraudó? Todo era un absurdo y una gran equivocación, demasiadas emociones encontradas y enfrentadas, demasiados sentimientos enredados en una maraña anudada en tan pocos segundos que se le hacía imposible desliar. Y mientras desenredaba de entre sus dedos los bucles húmedos y dorados del pelo del cisne un inmenso miedo se apoderó de él que le hizo huir aquella noche, como el caminante que prefiere andar por el camino llano y seguro a aventurarse por el sendero accidentado, en el que colma de alegría conquistar las altas cumbres y llena de desesperación salir de las fosas más profundas. Se entregó a la predecible inercia para ser el Shun que siempre había sido, el Shun que habían querido que fuera, el pelele Shun que odiaba Shun. Por eso justo en el momento en el que pudo decir NO, cuando podía negarse a ser el caballero de Virgo, se hizo del mutismo que siempre le había caracterizado, inclinó la cabeza y dejó que le colocaran el casco de la armadura, el mismo que ahora le pesaba y apretaba tanto sobre la sien.

Tras cubrir su cuerpo con la liviana túnica que constituía la vestimenta oficial del Santuario cuando no era obligación portar la armadura, salió a tomar el aire de la noche ateniense al amparo de las estrellas. Aquel era sin duda el cielo más nítido que había contemplado, ni en las llanuras siberianas el brillo de los astros era tan deslumbrante. Perdido en sus cavilaciones percibió una presencia… Se giró, alarmado, para hundirse en una ligera reverencia al constatarse de quién se trataba.

-Patriarca… No os esperaba a estas horas…
- Para ser franco, ni yo mismo había planeado esta visita… - Dijo con voz suave Mu, a la par que le instaba a volver a tomar asiento, en una reunión informal e íntima.

El antaño caballero de Aries ocupó lugar a su lado, mientras su mirada se perdía en las constelaciones de la oscura bóveda que les cubría.

- Dime, Hyoga… ¿Han sido positivos estos primeros días con tu nuevo mandato?
- Sí, lo han sido… Aunque aún me cuesta adaptarme a la nueva situación.
Mu asintió. Su política como nuevo dirigente de la orden era la de ser, ante todo, lo más cercano a aquellos que le rodeaban.

- Verás… Estamos inmersos en pleno proceso de reestructuración… Como bien sabes, son muchos los templos que carecen de guardián. Pese a que ya tenemos candidatos dispersos por el mundo en periodo de formación, no es una tarea fácil hacer seguimiento de todos ellos.

Miró al caballero de Acuario con sinceridad y sencillez, como era costumbre en él.

- He decidido encomendaros una misión, a ti y al Caballero de Virgo. Necesito que llevéis con todo sigilo la armadura de Tauro hasta el lugar donde se encuentra el candidato, pues ha de pasar la prueba en los próximos meses. Se encuentra en los Pirineos, en una de las zonas de más difícil acceso.Debéis partir con los primeros rayos del sol, si aceptas el mandato…

Hyoga asentía, pensativo. ¿Una misión… Con Shun? No era el momento más oportuno, pero tampoco podía interponer un pesar personal a una orden directa de Santuario.

- Sí, acepto, Patriarca… Mas he de preguntar si se me permite el por qué una misión conjunta… Creo que es un cometido que podría desempeñar yo solo perfectamente.

- Comprendo tu duda… He preferido que sea así, es más seguro, nunca se sabe si el enemigo puede descubrir nuestras jugadas… Además, vosotros dos siempre habéis formado un buen equipo.
- Sí, claro… - musitó él, sin demasiado entusiasmo.
- Y ahora si me disculpas… Iré a comunicarle esto mismo al ocupante del Templo de la Virgen.
- Puedo ir yo mismo… Así podré ultimar detalles sobre la partida personalmente, si os parece bien.
- Estupendo. – Declaró con una sonrisa- Confío en vosotros. Sed prudentes, encontraréis la armadura en la segunda casa, portadla con suma cautela. Y ante todo, no desveléis vuestra identidad. Os haré llegar instrucciones precisas antes de que partáis.

Se despidieron. Hyoga contempló como se desvanecía la imponente figura de Mu entre las escalinatas. En otras circunstancias habría aceptado la misión con agrado, pero… No sabía como hacer frente a la realidad de pasar al menos una semana en compañía de él. Los dos solos, sin más obstáculos que la misión que tenían que desempeñar. Por un lado, tenía bien presente que lo más sensato era separar el deber de las cuestiones personales. Pero por otro… No quería renunciar a ciertos aspectos… Reflexionó mientras emprendía camino al templo de Virgo.

Meditó acerca de sus sentimientos, del odio y la rabia acumulada, las contradicciones de su corazón. ¿En verdad le odiaba? ¿Se había puesto a pensar en los propios motivos que tendría él? En el fondo, aceptaba como infantiles sus reacciones, tal vez debería haber sido más comprensivo.

Al fin atravesó el pórtico trasero de la sexta casa. El dulce y penetrante olor a incienso se adueñó de sus sentidos, pero no el aroma liviano y directo del recién quemado, sino el persistente y denso de aquel que ha sido empleado en un mismo lugar durante años, como parte de la esencia misma de la materia constituyente.
No pudo vislumbrarle en la oscuridad, pero supo que estaba ahí. El que él no quisiera mostrarse a sus ojos no era impedimento para ejercer aquello que le había traído hacia allí. Le comunicó el mensaje, con voz alta y firme, como si hubiera aprendido de memoria las palabras y las repitiera sin el menor asomo de emoción en ellas.

- Caballero de Virgo, te hago conocedor de la orden directa que el Patriarca nos ha asignado. Con las primeras luces del alba habremos de partir de incógnito hacia la región pirenaica. Nuestro deber es transportar la armadura de Tauro hacia el lugar donde se encuentra el candidato a portarla, a fin de que la obtenga en caso de pasar su prueba. Nos encontraremos a la entrada de Santuario, yo portaré la armadura hacia donde espero, pues, encontrarte.

Nada, simplemente el propio eco de su voz, devuelto por las paredes de austera piedra. Se mordió ligeramente el labio inferior, como siempre que se adueñaba de él la duda.
Se giró con lentitud, pero decidido, y tras dar unos pasos en dirección a la salida por la que había llegado, volvió a exclamar esta vez otro cometido.

- Por cierto… Tenemos que hablar… Sobre nosotros. Ignoro cuál es tu postura, pero para mi lo que sucedió significó algo. Yo por lo menos no me lo he tomado a la ligera… Tendremos que pasar al menos dos semanas juntos, sin más compañía. Que sea lo que sea, por mi parte estoy dispuesto a colaborar y admitir mis propios errores.

Y sin más, se marchó. Con el nuevo día se vería la marcha de las cosas. Ya no podía hacer más ahí, era mejor reponer fuerzas, le esperaban unas duras jornadas por delante.

Llevaba habitando la sexta casa varios días y todavía seguía bastante desconcertado, era incapaz de hacerla suya. No era sólo cuatro simples muros de piedras sobre los que reposaba un techo, bajo aquella apariencia tan inocente se escondía mucho más, un corazón que latía por sí solo, algo que suspiraba creando pequeñas corrientes que recorrían el templo. Esa casa, como su armadura, tenía vida propia. Dentro escondía un microcosmo de tamaño infinito con leyes físicas propias que retorcían el tiempo, plegaban el espacio y comprimían el vacío. Todo en la casa, hasta el último elemento, expedía múltiples sensaciones y se guardaba con recelo muchas otras más. Así mientras Shun la recorría traspasaba un ambiente amplificado en magnitud ya que el templo era capaz de llevar al límite la intensidad de la luz, creando con cada tenue de rayo que entraba un sol que iluminaba hasta el último rincón, la fragancia más penetrante, la oscuridad más negra e impenetrable y el silencio menos ruidoso jamás escuchado.

Rodeado de ese silencio absoluto y con los ojos cerrados (aunque la oscuridad que reinaba era infranqueable) Shun reposaba sentado, concentrado y meditando, como el anterior guardián tan bien sabía hacer. Aunque Shun no lo aprendió de él, sino de Hyoga, porque no sólo queda durante unas horas impregnada sobre tu piel el olor de la suya y sobre tus labios el sabor de su boca, sino que parte de lo que él fue te lo llevas contigo, haciéndose un hueco en tu interior, el mismo hueco que quedó vacío al llevarse él un trozo de ti. Por eso Shun de vez en cuando, más últimamente que nunca, se sentaba, cruzaba las piernas, entrelazaba los dedos y cerraba los ojos para entregarse por completo a la soledad, para de repente volverse líquido y expandirse por el suelo como una mancha de aceite, para volverse aire y expandirse por el infinito, para volverse tierra y agarrarse a las raíces del planeta y finalmente para volverse fuego e iluminar con la luz más refulgente todo el santuario. Bueno, esto sólo lo intentaba, pero requería demasiada concentración y los pensamientos de Shun eran de todo menos sosegados y esta vez no le podía echar la culpa a la armadura ni al templo, pues incluso éste, con la facilidad de mutabilidad que le caracterizaba, hacía que cuando Shun se proponía meditar le envolviera el más puro y nítido de los silencios y el más monocromático negro. Él sabía muy bien el por qué de la inquietud de su mente.

Fue en uno de esos momentos de reflexión cuando Hyoga penetró en el templo, y sin saberlo, rasgó ese velo místico que la soledad entretejía en el corazón de Shun con hilos de melancolía y autocompasión. Sus palabras retumbaron, como no, magnificadas por el templo, en los oídos de Shun como truenos y como rayos le partieron el pecho en dos. En ambos trozos se instaló un profundo temor pero en cada uno por causas distintas, en uno el debido al tener que enfrentarse a una misión sin sentirse preparado y en el otro al momento inminente, e inevitable por otro lado, de encontrarse a solas con Hyoga…otra vez. No se movió, permaneció en la penumbra como un cobarde todo el tiempo, recibiendo como buenamente podía cada golpe en el tímpano que le propinaba cada palabra del rubio y así esperó hasta que éste acabase, encontrarse a solas con Hyoga en su templo le superaba, no se veía a la altura de las circunstancias y por eso le dejó marchar, escuchando con atención como se difuminaban en el vacío los pasos decididos del rubio.

Cuando por fin las brumas se difuminaron en su mente ya era demasiado tarde. Casi sin darse cuenta había llegado a los aposentos del patriarca y Mü esperaba expectante lo que le tenía que decir el nuevo caballero de Virgo.
-¿Y bien? ¿Qué deseabas, Shun?
- Verá, yo… - en realidad no sabía qué decir, inconscientemente se había dejado llevar por sus pies ante su interlocutor y en el camino no se le ocurrió preparar qué decirle, sólo supo maldecir su suerte y repetirse una y otra vez para sí que no podía ser verdad, "esto no puede ser, tengo que impedirlo". Mü empezaba a mostrarse inquieto por el silencio del peliverde y éste se percató, así que exhaló un sonoro suspiro y empezó a contar la verdad, no tenía la picardía suficiente para inventar mil excusas y se veía incapaz de mentir al Patriarca.
- Acaba de serme comunicado mi nueva misión, junto con mi compañero (aquí Shun hizo un pequeño mohín que fue imperceptible por Mü) el caballero de Acuario. Si no he sido mal informado debo partir junto con Hyoga de Acuario y la armadura de Tauro al alba, para entregar dicha armadura a su futuro portador.
-Así es.
-Con su debido respeto debo oponerme a esa decisión. No entiendo el motivo por el cual debo yo acompañar al caballero de Acuario. Considero que él puede llevar a cabo y con éxito esta misión, sin necesidad de mi presencia.
-Caballero de Virgo, estoy muy sorprendido por tus palabras, porque no te reconozco en ellas. Hasta ahora, aún sin ser de tu agrado como todos hemos sabido leer de tu corazón, nunca has rechazado el servir fielmente al Santuario, eres uno de nuestros caballeros más ferviente y experimentado y por dicha razón y muchas otras ahora eres el portador de esa armadura. No consigo entender porqué te niegas a realizar la misión que se te ha encomendado, sin duda debe ocurrir algo grave para que te opongas. Pero aún así te explicaré porqué he decidido que dos caballeros de oro y no sólo uno realicen esta misión. Pareces olvidar la catástrofe que supondría el que cayera la armadura dorada de Tauro en manos enemigas. La armadura es algo demasiado valioso y poderoso que en las manos del enemigo podría ser utilizada en contra de la humanidad, algo que sin duda debemos evitar a toda costa. Ya ocurrió esta situación con la armadura de Sagitario y pudiste ver las consecuencias. No puedo permitir que suceda de nuevo.
-No pongo en duda su palabra. Es cierto que dos caballeros protegerían mejor que uno la armadura, pero en mi favor debo decir que no estoy muy seguro de poder llevar a cabo la tarea que se me encomienda. Acabo de ser coronado como el nuevo caballero de Virgo y aún no me siento suficiente fuerte y preparado como para ser merecedor de dicha misión. He sido despojado de mis cadenas y me siento indefenso ante el enemigo. Necesito más tiempo para aprender nuevas técnicas, por eso creo que debería acompañar otro caballero a Hyoga de Acuario.
-Shun, comprendo tus miedos pero parece que nos tratas de imprudentes y necios. ¿Acaso crees que te hubiésemos coronado como caballero de Virgo si no te creyésemos merecedor de dicho honor? Como acabo de decir, la experiencia en el campo de batalla ha sido determinante en la elección de tu persona como caballero de oro. En dicho campo en más de una vez te has encontrado desprovisto de tus cadenas ante el enemigo y en todas las ocasiones has salido bien parado de la situación, venciendo a tu enemigo. Conocemos el potencial de tu cosmos, uno de los más terribles del santuario y lo creemos suficiente para protegerte a ti ante el enemigo y devastarlo con tan sólo proponértelo. Estos días que has estado en el santuario los considero suficientes para la adaptación a tu nuevo cargo, armadura y templo y es hora de que te pruebes a ti mismo que eres merecedor de ella.
-Si es así como piensa yo le creo. Aceptaré con honor la nueva misión que se me acaba de encomendar y la llevaremos a cabo con éxito. Gracias por su explicación y por su atención.

Se despidieron. Shun sabía que la causa verdadera por la que no quería realizar su misión no había sido la expuesta al Patriarca, sino otra más personal que no quiso airear por todo el santuario, pues había decido enterrar en aquella zona de la memoria de recuerdos olvidados aquella noche para siempre aunque sin conseguirlo, ya que cuando menos lo esperaba le asaltaba las imágenes de ellos retozando sobre la mesa y todo lo que llegó a sentir sobre ella. En ese momento sabía que daba la espalda a la oportunidad de vivir y sentirse vivo, pero se resignó a aceptar su destino, agachó la cabeza y se dirigió con cortos pasos hacia su templo para preparar la partida.

A veces uno desea que el tiempo no avance, que no lleguen las horas… Y el paso de los minutos se hace más angustioso, pues es una de las pocas cosas que sabes de antemano que no puedes detener. No había conciliado el sueño, tratando de enumerar todo aquello que podría ser útil en el camino, si bien la experiencia le había demostrado que era un acto inútil, pues uno nunca puede estar del todo seguro de lo que acontecerá.

Decidió prepararse antes de que saliera el sol. Se cubrió con la rudimentaria y tosca túnica oscura que constituía parte de sus atuendos, la cuál le confería un aspecto algo peculiar, y que le hacía dudar si era lo más adecuado para pasar desapercibido… Encontró, tal y como había dicho Mu, la armadura en la casa de Tauro, junto con unas indicaciones. Tras leerlas ávidamente, concluyó su descenso, quedando a puertas de Santuario. El astro rey comenzaba a asomar, llenando de tenue luz ámbar todo aquello que tocaba… Y entre todas ellas, le vio. También el áspero telaje le cubría, confiriéndole un aspecto que no sabía bien como definir. Su rostro parecía esculpido a partir de una de las delicadas tallas de mármol de la época de los mismos dioses… Serio, hermoso… Enmarcado en la gravedad de su mirada y el pelo que espesamente le caía por los hombros. Como sacado de una leyenda helenística. Imponente, inalcanzable, y terriblemente frío. Dispar al que antaño fuera su cómplice, su apoyo y confidente, pero a la vez… El mismo en esencia. ¿Tanto había madurado, y tan rápido, que no le había dado tiempo a recalar en ello?

Cómo le dolía tener que bajar la mirada, no se sentía capaz de sostenerla, por lo menos en aquel momento… Aguardó a tenerle a la distancia adecuada.

- Mu ha dejado estas directrices junto con la armadura. Nos espera un barco en el puerto, hemos de darnos prisa si no queremos perderlo. Si te parece, será mejor que nos turnemos a la hora de portarla.

Asimiló como una afirmación su reacción. El nuevo guardián del templo de la Virgen se la echó a los hombros y emprendió el camino con paso firme y rápido. No mediaron palabra alguna durante el trayecto al ruidoso corazón de la milenaria ciudad ateniense.