Cicatrices de lujuria, por Shun de Andrómeda y Shaka

Capítulo 3

Sabía que, inconscientemente o no, lo había estado evitando durante todo el día, aunque desde el momento en el que había salido del templo del gran patriarca sabía que no había marcha atrás, no podía evitar lo inevitable de la misma manera que no se puede parar a las olas que en ese instante chocaban sobre la popa del barco. Estaba apoyado sobre una baranda gris y observaba obnubilado como el mar se fundía en el horizonte infinito con el cielo rojo del atardecer. Parecía como, allá a lo lejos, la sangre del sol asesinado por la luna tiñera el cielo y el agua, formando un enorme charco carmesí que en breve sería acuchillado en dos por la inmensa y pesada armadura de metal que, lo que parecía algo contra natura, sostenía el frágil cuerpo de Shun a través de los mares. Era demasiado triste aquel atardecer, un rito que se lleva repitiendo desde el principio de los tiempos y que volvería loco hasta al más cuerdo. La necesidad de matar, atardecer tras atardecer, al mismo cuerpo celeste sólo para poder gozar unas horas del reflejo deslumbrante del mar… Todas las noches éste, resignado, recoge las gotas de sangre que derrama el sol y las lágrimas saladas vertidas por la luna para devolvérselas a la mañana siguiente, con el fin de que vuelvan a ser derramadas en la siguiente noche que el inescrutable paso del tiempo sin duda traerá. En esta trágica historia sin fin es donde residía toda la belleza de la imagen que podía contemplar los ojos de Shun, aunque éste no la veía de la misma manera, un mal presentimiento le estrujaba el corazón, todo parecía cubierto de sangre y eso no podía ser de buen agüero… y precisamente ahora empezaba su turno. "En fin" piensa mientras suspira y se da la vuelta, resignado como el mar, en dirección del camarote en el que se encuentra Hyoga custodiando la armadura.

Bajó la escalera que descendía hasta las entrañas de aquel armatoste metálico. Los pasajes más inferiores eran los más baratos pero a la vez sus ocupantes pasaban más desapercibidos que el resto, así que Shun no podría echar en cara lo tacaños que a veces llegaban a ser los del santuario. Le daba pánico, aparte de unas terribles náuseas, viajar en barco y no le llenaba de optimismo el saber que su camarote estaba medio hundido en el agua medio a flote en el aire. Pero "en fin", sólo era una gota más de tantas otras que llenaban el vaso de infelicidades de Shun, todo por su deber, la humanidad y el santuario, por un destino que no entendía la palabra individualismo.

Abrió sin llamar y lo encontró tirado en la cama, con las manos entrelazadas bajo su cabeza sirviendo de almohada y con la mirada fija en una mancha de humedad del techo que a Shun le recordaba a un cisne… pero eso serían imaginaciones suyas… tenía que sacárselo de la cabeza. Con la misma sensación que deben sentir los paracaidistas cuando están a punto de arrojarse al vacío, él penetró en la habitación, y sin dirigirle por más de ese instante fugaz que necesitó para ubicarle la mirada y sin decir ni una sola palabra, evitando cualquier posible roce o inicio de conversación, se agachó a recoger la armadura que estaba sobre una silla junto a la armadura de Acuario que a su vez estaba junto a su portador, demasiado cerca de él… "que mala suerte, pero… en fin".

Había perdido la cuenta de en cuántos navíos se había embarcado a lo largo de sus años. El mar… Una y otra vez lo había atravesado para partir de una tierra a otra, de una patria a otra. Y es que en un momento dado, dejó de sentirse parte de un territorio. El océano… Siempre su maldito elemento. Acuario le regía, y el mar había sido el detonante que había marcado su vida y su carácter: impredecible, peligroso, nostálgico. Entre glaciares creció, y la misma agua le arrebató a aquellos que apreciaba…

No importaba cuánto tiempo pasase, el recuerdo ensordecedor del rugido del mar aquella noche le acompañaría hasta el final de sus días. No era más que un crío, pero el terrible bramar de las olas lo envolvió todo, anulando los gritos a su alrededor. La oscuridad, el pánico general, la demente estabilidad del navío… Nunca podría olvidar aquel aterrador sonido que se había anclado en su cerebro. En ocasiones, cuando la soledad le acompañaba, creía oírlo, fruto de un macabro juego que su subconsciente se empeñaba en ofrecerle. La memoria de la noche en que su mundo cambió radicalmente, sin posibilidad de volver atrás
Y hele ahí, en aquel cascarón de mala muerte, tumbado en la rígida e incómoda "cama", con la mirada perdida en el techo, entre sus cavilaciones. Dentro de poco anochecería por lo que podía vislumbrar… A través del único ojo de buey del camarote sólo se veía agua, a veces salpicada por un poco de luz del exterior, la cuál empezaba a faltar, el pequeño refugio estaba quedando poco a poco a merced de las sombras. El movimiento oscilante no cesaba, el mar estaba agitado y el armazón no acompañaba, pero no le importaba, estaba acostumbrado.

Mientras seguía dándole vueltas a todo aquello que tenía en mente, apareció él, de improviso. Sus ojos se habían acostumbrado a la oscuridad de la dependencia, por lo que percibió perfectamente su figura y sus movimientos. Le vio aguacharse ante la armadura. Eran evidentes sus intenciones… Hacerse cargo de la misma por la noche, relevándole el turno. No pudo evitarlo. Fue algo así como un acto reflejo. Con un rápido movimiento le agarró la muñeca con firmeza, pero a la vez con soltura. Quedaron prácticamente frente a frente, y esta vez sí osó a mirarle, a incrustar toda su atención en aquellos ojos ahora tan expectantes.

- Esto no puede seguir así, Shun.

No podría haberlo dicho de forma más precisa. Esa simple oración resumía su consternación. Tenían que dar el paso, por duro que fuera. Y estaba dispuesto a recibir una dosis más de dolor si eso propiciaba al diálogo.

No se sorprendió, en realidad antes de que pasara era como si esperase con la muñeca preparada a que sucediese. Estaba dispuesto a dejarle muy claro a Hyoga qué era lo que pensaba sobre todo aquello y como un gesto en ocasiones tienen más significado que mil palabras intentó zafarse de las garras del rubio y escapar de allí como si nada hubiera pasado, como si todo siguiera como antes de entrar al camarote, como si nunca hubiera entrado aquella maldita noche en la cocina de la fundación Grad. Cuando consiguió soltarse se echó la armadura a la espalda y se dio media vuelta para salir, pero no sin antes dirigirle una mirada cargada de tantas emociones que tuvo que arrastrarse por el suelo y escalar por el cuerpo de Hyoga de lo que quería expresar, una mirada que en resumidas cuentas intentaba decir "Hay cosas que se pueden olvidar, olvídalo y olvídame".

No podía permitir que se fuera. Como pudo se levantó y le impidió el paso, apoyándose en el marco de la puerta. Se había formado un tenso silencio. Sacando fuerzas y agallas, pero sobre todo, reuniendo toda la sinceridad que encontró, volvió a hablarle. Había meditado las palabras durante toda la tarde, pero finalmente, dejó que su corazón las escogiese libremente. Sin importar la forma, el mensaje que quería transmitirle era exactamente igual.

- Por favor, escúchame… Estos meses, en especial éste último, han sido una locura, han ocurrido demasiadas cosas, y todavía me cuesta asimilarlas. Sé que no he sido justo contigo… Pero en medio de toda esta confusión, sólo sonsaco algo claro… Y es que no quiero perderte.

Lo había hecho. No se podía permitir el lujo de respirar tranquilo, pero al menos sabía que había conseguido abrir fuego… El resultado de la guerra dependía ahora de la lucha entre los frentes.

Ahora sí que estaba sorprendido. Los golpes que más duelen no son los rasguños en la piel que son infringidos en la lucha sino los que causan las heridas en el alma. Ver cómo mueren uno a uno tus amigos, incluso tu hermano que ha dado su vida a cambio de la tuya es algo insoportable e incomprensible para la mente de Shun, pero el golpe de gracia, aquel que escindió su corazón en dos con la limpieza de un bisturí, fue aquella vez en la que algo murió en vida, la vez en la que su amigo renegó de él. Su corazón sigue roto y eso no sabe perdonarlo Shun, por eso no fue él el que habló sino su corazón desangrado cuando le dijo con un inmenso cansancio que intentaba esconder detrás un atisbo de pena:

- Ya nos perdimos hace mucho tiempo.

Con aquellas palabras le dejó claro que no tenía sus mismas intenciones. Y lo comprendía. Pero no iba a renunciar tan fácilmente. Estaba decidido a conseguir avanzar en alguna dirección, ya fuera para bien o para mal. Así que se lanzó, por mucho que le costase.

- No tengo excusa válida, es cierto, pero al menos déjame exponer mi punto de vista – le dijo, obligándole a mirarle subiendo el tono de voz – Estaba aterrado, Shun, maldita sea… Me negué a creer lo que había ocurrido. Tú mismo has comprobado la transformación que han sufrido Saori, o Julian… No volvieron a ser los mismos… Y temí perderte. Perderte a ti también, para siempre. No me atrevía a acercarme a ti. Soy un paranoico, lo sabes bien. ¿Y si hubiera estado en lo cierto? Fue muy egoísta de mi parte, pero reconoce que tú tampoco hiciste demasiado al respecto. Ni intentaste que las cosas siguieran como siempre. Eso me dio pie a darle más vueltas al asunto y sacar más y más conclusiones…

- Hyoga, parece que no quieres entender lo que intento decirte. Olvídalo, olvídame, no hay nada que salvar, ni que rescatar, ni que recuperar, ni nada de nada. Si en algún momento hubo alguna oportunidad de que todo volviera a ser como antes aquella noche no hicimos más que arrastrarla y pisotearla por el suelo. No somos nada, nunca seremos nada y por lo que a mi respecta nunca fuimos nada.

- Espera un momento… ¿Qué no fuimos nada? ¿Qué no fuimos nada dices? ¿Tan cínico eres que eres capaz de olvidar todos estos años? Joder, pensaba había tenido algo de relevancia en tu vida como para al menos conservar los buenos momentos si esto no tenía solución – estaba tan irritado que en cualquier momento soltaría una carcajada histérica – Puede que no estuviera tan equivocado y en verdad si que has cambiado.

-¿Qué he cambiado? ¡Pues claro que he cambiado! ¡He crecido! Tócame –dice Shun mientras le agarra de la mano y la acerca a la palma de sus manos- ¿lo notas? Sí, es mi piel, pero ya no es tan lisa como antes, no es de seda como cuando nos conocimos, ahora está quebrada y encallada. Los golpes de todos estos años la han endurecido, ése es el precio de la experiencia y me ha costado muchos sufrimientos. Ahora, cuando tengo las manos destrozadas, puedo decir con toda seguridad que todos aquellos buenos momentos de los que hablas jamás podrán compensarme. Crece un poco tú también y acepta la verdad, Hyoga, acepta tu destino como yo he aceptado el mío.

- ¿Aceptar mi destino? Creía haberlo hecho desde hace bastante tiempo. Aquí estoy, vistiendo una puta armadura que no me pertenece, ostentando un cargo que me fue dado por compasión, aceptando un puesto de privilegio en la Orden por venganza a mi maestro. Él nunca creyó en mí, nadie ha creído en mi y he tenido que representar mi papel, noche tras noche. Así que no me hables de crecer y de aceptar destinos. ¿Qué hago yo aquí, dime? ¿Qué? Intentaba arreglar las cosas con el único lazo que me ataba a la cordura, pero ya veo que todo inútil. Tal vez debería ahogarme en el mar de una vez y dejarte a ti también en paz. ¿Te gustaría, verdad?

- No te pongas melodramático ni intentes que me compadezca de ti. Sí, es cierto que has sufrido, seguramente el que más, pero no eres el único. Todos hemos tenido que soportar duras pruebas, nada para mí ha sido un camino de rosas, ¿sabes? Joder, mírame. Mira mis brazos delgados, mis finos tobillos y mis muñecas, mis frágiles piernas… mi constitución nunca fue de guerrero… ¿De verdad crees que el sueño de mi vida fue ser caballero? ¿Qué crees que me recreo sufriendo y haciendo sufrir a los demás? Sabes tan bien como los demás que no hay nada que aborrezca más que la violencia y me veo obligado día tras día a pelear con fe ciega para ver que en realidad no sirve de nada, que siempre acabamos en el mismo punto. Detrás de una batalla siempre llega otra, y por cada una que pasa pierdo un poco más de esperanza y compruebo cómo todo lo que me dijo Mime era la pura verdad. No creo en las casualidades, así que el que un dios tras otro intente acabar con la humanidad debe significar algo, ¿no? El mundo está condenado y no hacemos más que prolongar su agonía. Pero he aprendido a no quejarme más y a no auto compadecerme constantemente. He sacrificado todo, ¿me oyes?, todo por mis cadenas, por cumplir aquello que, según dicen, es para lo que nací. Ahora soy el Shun que siempre han querido que fuera y en este nuevo Shun no hay hueco para ti.

Se sentía abandonado, como un niño pequeño… La misma maldita sensación que siempre le había acompañado. Pero de entre todas esas palabras hirientes, hubo de reconocer que Shun llevaba razón en algo. Tenía que aceptar el paso del tiempo y sus cicatrices. Madurar. Olvidar.

Y hacer de sus días el oscuro sendero que tantas veces le dijo Camus, Sin depender de nadie. Ahora sería fácil, pues oficialmente lo había perdido todo.

¿Por qué tú? ¿Por qué de entre todas las condenadas cosas que pueblan este mundo, por qué tengo que estar ligado de esta manera a ti? Te odio, te odio porque me has arrebatado la llama que me prendía y me daba calor. Te odio porque te deseo, y eso me provoca aún más rabia e impotencia. Y me niego a condenarme a reprimir de por vida estos impulsos que me están volviendo loco. Maldito seas tú y la virgen que ahora te ampara.

Le hubiera matado, ahí mismo. Y eso evidenciaba aún más su ínfima postura con respecto a él. ¿Madurar pues? Muy bien. Se le congeló el alma, dejándose envolver por el frío glaciar que amenazaba con cubrir hasta el último rincón de su conciencia del más duro e impenetrable témpano de hielo.

- Si madurez buscas, madurez tendrás. Ya veo que no soy bienvenido, pero tendrás que soportar mi presencia, día tras día, esté contigo en misión como ahora, o sintiéndola desde Santuario. Y no haré nada por remediarlo, pues será nuestra condena, condenados a convivir bajo la misma mentira en la que ninguno creemos, como castigo por habernos traicionado, no sólo el uno al otro, sino a nosotros mismos. Llévate la armadura, cuando lleguemos a puerto nos las apañaremos para concluir esto como sea y volver cada uno por su cuenta.

Y con un portazo, salió del camarote. Necesitaba un poco de aire, que la brisa del mar de diera en la cara, que la oscuridad volviera a convertirse en su escudo, en su única compañera.

Debes eliminar cualquier evidencia de emoción, Hyoga. El sentimentalismo sólo te arrastrará a la muerte.

Una vez se juró que nunca sería como su maestro. Era una de sus tantas obsesiones. Y sin embargo… Ahora aquellas palabras cobraban sentido. ¿Para qué seguir sufriendo? Ahora era el caballero de Acuario, su único mandato en vida era proteger a una Diosa en la que poco creía, y la verdad era cruda y directa: si caía en combate, nadie le lloraría. Porque a nadie le importaba su persona, tan sólo lamentarían la baja para Santuario. Tan pronto desapareciera, encontrarían a otro que le supliera. Porque ese era el sino de los guerreros, meras marionetas en el mortífero juego de la sangre, en la espiral de la violencia por defender una causa.

A nadie le importaba. Y si era así… ¿Por qué tenía él que sufrir por los demás?

Frío… Como el hielo… Interiorizarlo todo, y así evitar el roce con los demás. Encerrarse de nuevo en una trampa de cristal. Era muy probable que esa fuera la única manera de salir cuerdo de la Armadura de Acuario.

E iba en contra de sus principios, pero… Ya no importaba. Bastante se despreciaba a si mismo, así que un poco más no le afectaría.
Aquella discusión había marcado el final de una etapa para él. No se atrevió a afirmar que una nueva daba comienzo. Porque tendría que emprender una encarnizada pelea con su corazón. Él le había expulsado de su vida. Tendría que respetarlo, mas el dolor era insoportable…

Pues ahora sabía a ciencia cierta… Que estaba completamente solo.

Permaneció de pie en la habitación en silencio durante un rato más. Sabía que le había hecho daño, quizás no sabía cuanto, pero sí el suficiente como para no perdonárselo en la vida. No lo odiaba tanto como para hacerle sufrir de esa manera, pero era la única forma… la única manera de cumplir con todas las expectativas. Era necesario que se comportara con esa dureza aunque a él le repugnara hacerlo, tenía que ser cruel y todavía no había madurado tanto como había hecho creer a Hyoga como para infringirle daño sin resentirse, más bien estaba aún demasiado verde, por eso las frases que le dirigió se le clavaron como dagas aunque no mostró ningún indicio en su expresión del tormento que le causaba cada una de esas puñaladas. Había fingido ser el que no era pero el que llegará a ser.

…será nuestra condena, condenados a convivir bajo la misma mentira en la que ninguno creemos, como castigo por habernos traicionado, no sólo el uno al otro, sino a nosotros mismos.

Estas palabras resonaban todavía en el interior de sus oídos aunque se los tapase con fuerza. Fueron su golpe de gracia, nunca quiso escucharlas pero ya era demasiado tarde, lo había hecho y ya era imposible darles la espalda. Cada sílaba iba cargada de una gran verdad, pero ya había tomado una decisión y ya no había marcha atrás, lo hecho, hecho está. Se dio cuenta que el tormento no había hecho nada más que comenzar y esto le sentó como si hubieran cogido un tenedor de trinchar el pavo y con él le estuvieran revolviendo las entrañas como el que come espaguetis, por eso tuvo que salir corriendo hacia el cuarto de baño tapándose la boca, metió la cabeza en el inodoro y empezó a vomitar con todas sus ganas, como si intentara expulsar de su cuerpo todo el sufrimiento que se veía obligado a soportar sin entender porqué.