Cicatrices de lujuria, por Shun de Andrómeda y Shaka

Capítulo 5

Le dolía la cabeza. No había dejado de dolerle desde que partiera desesperadamente de los Pirineos. Pronto se cumplirían veinticuatro horas desde que llegara a Santuario, famélico, agotado, con el cuerpo cubierto de polvo y sudor, en un completo estado de estupor mental.

Se había reunido inmediatamente con el Patriarca para dar personalmente información sobre lo ocurrido, a lo que Mu, visiblemente conmocionado, le había ordenado aguardar al regreso del Caballero de Virgo para oír ambas partes de la historia y llegar a una determinación sobre lo ocurrido… Hecho que era extremadamente grave.

Pero Shun… No había regresado. Se esforzó en explotar su cosmos, buscar cualquier conmoción que le indicara dónde se encontraba él, mas sus esfuerzos fueron en vano.
Cobijado en su jaula de fría y límpida agua, le daba mil y una vueltas al asunto. A aquel beso en suelo francés que desajustó todos los acontecimientos, que borró su dolor como si nada hubiera ocurrido… Y en medio del torrente de pasión contenido que se demostraron instantes después, sintieron… Las presencias.

El maldito dolor de cabeza, acompañado con el del cuello… Los moretones y el golpe recibido en batalla en las costillas. Había llegado a pensar que tendría alguna rota, dado el intenso dolor que le producía el respirar profundamente.

Había cumplido con su parte al entregar al maestro del futuro caballero de Tauro la mitad de la armadura que se echó a los hombros a toda prisa. Las últimas palabras que le dijo hacían eco en su mente.

Nos veremos en Santuario. Ten cuidado… Por Atenea, ten cuidado.

Más de una semana ya desde aquello. Y su paciencia se agotaba, carcomida por la ansiedad y la duda. Estaba sentado sobre la dura cama que perteneciera antaño a su maestro, ya vestido del inmaculado lino de su túnica, perdido en la oscuridad y el silencio que reinaba, cuando le sintió.

No cabía duda… Era él…

Se levantó, y se encaminó a paso rápido al pasillo central del templo.
Su delicado porte, la melena esmeralda sobre los hombros… La mirada cansina… La misma estampa del agotamiento que el mismo Hyoga escenificara el día antes.

- Empezaba a temer por ti, maldita sea… - le dijo.

Le ayudó a quitarse la armadura, y tras sostenerle por los hombros, le condujo hasta sus aposentos, insistiendo para que se sentara en su cama. Y una vez Shun acomodado como pudo en la esquina del lecho, se colocó de rodillas detrás de él, despojándole de la ropa que cubría su torso, examinando sus heridas.

Cogió su hombro izquierdo con suavidad, para evitar que el gesto de dolor del recién llegado fuese aún más evidente.

Creó una corriente fría entre sus manos, aliviando con ella la tensión de sus músculos, logrando que Shun se relajara. Seguramente habría recibido un fuerte impacto, o habría tenido una mala caída.

Y mientras trataba de darle una primera ayuda médica… No pudo evitarlo. Le abrazó por la espalda, sin forzar el gesto para evitar dañarle, rodeándole con los brazos, cerrando los ojos.

Quería creer que no había sido un espejismo. Tenían tanto de que hablar, tanto que confirmar… En su corazón se dibujó una sombra, porque algo le decía que si había vuelto a malinterpretar lo sucedido, haciéndose falsas esperanzas, y volvía a derrumbarse, esta vez le resultaría ardua tarea levantarse.

Pero Shun aferró con fuerza sus brazos, reconfortando su acto desesperado y afectuoso. No había tiempo para más indicios, el Patriarca esperaba, y era demasiado urgente.

- Hablé con Mu nada más llegar, justamente ayer. Pero nos llamó a los dos a citación en cuanto llegaras… Dime… ¿Pudiste entregar tu parte de la armadura al candidato? Yo finalmente lo conseguí, pero me tendieron otra emboscada. Eran 6, nunca les había visto, pero no paraban de repetir que se negaban a aceptar al nuevo mandatario de la Orden…

Y mientras seguía abrazado a él, con la mirada perdida en el infinito, pensó en voz alta.

- Estoy preocupado… No me gusta nada el rumbo que está tomando la situación… Podría tratarse de una guerra interna dentro de Santuario.

La luz tenue proveniente del televisor se reflejaba en las pequeñas gotas de sudor que se condensaban en sus pieles. Rodeado de penumbra Shun apenas distinguía el contorno del cuerpo de Hyoga en la oscuridad, tan sólo era capaz de ver los destellos provenientes de esos dos ojos tan azules y profundos como el océano y tan helados como un témpano. Esa noche él los derretiría.

La única forma que tenía Shun de establecer los límites de la figura del Cisne era a través del tacto, así que poco a poco fue pasando la yema de sus dedos por cada tramo de su piel sin dejar ningún rincón sin explorar, cubriendo de caricias cada vello y cada pequeña imperfección. Llegó al cuello, tan largo como el animal de su constelación, lo besó después de recorrerlo y después pasó a describir cada facción de su rostro. Éstas al contrario que las suyas eran redondeadas, mientras que las de él eran más bien perfiladas. Fue palpando, uno por uno, cada rasgo de Acuario, para después llevar la mano a su cara y comparar la diferencia que había entre los dos. Comprobó mientras pasaba el dedo pulgar por su boca los labios gruesos del rubio y los finos de Shun, la nariz chica y un poco respingona en contraposición con la alargada y puntiaguda, las cejas rubias pobladas y el fino hilo de pelo verde, los pómulos marcados de Shun y las mejillas esponjosas del cisne, los ojos azules amplios y redondos frente a los verdes rasgados del peliverde, la piel bronceada y rasposa a causa de una fina barba amarillenta mientras que la piel de Andrómeda era pálida y tersa, aún imberbe, el pelo áspero y liso frente al suave y ondulado… Rasgos totalmente distintos, pero a cual mas hermoso. Una belleza rasgada y casi cortante frente a otra más liviana y pura. Una desafiante y amenazadora, la otra serena y plácida.

Mientras Shun ejecutaba esta meticulosa comparación Hyoga desesperaba por hacerse con su cuerpo, respondiendo con espasmos a cada caricia, siguiendo con los ojos y acompañando con el rostro el recorrido de los dedos de Shun. Cuando concluyó llevó sus labios como cuchillas a los esponjosos de Hyoga y se fundieron en un beso carmesí mientras con sus manos luchaba por quitarle la ropa sudada que aún llevaba.

-Tú también has sobrevivido- fue lo primero que articuló, con una mezcla de alegría de cansancio, desde que llegó.- Me… -dudó- Me alegro de que estés vivo.

Shun se llevó la punta de los dedos a los labios sintiendo el calor depositado que aun conservaba. Miraba a la pared de piedra sin ver nada concentrándose únicamente en la calidez de los brazos de Hyoga que hacía un instante le habían rodeado. Alzó las manos para aferrarse a las del rubio. Fue un gesto inmediato y mecánico que no pensó, se encontraba bien entre ellos y se dejó arrullar. Se sentía como cuando era pequeño e ignorante, cuando aún desconocía todo lo que le deparaba el futuro y se sentía protegido detrás de los brazos de su hermano.

Me siento como entonces… como cuando era blando y débil.

Una corriente eléctrica le atravesó el cerebro de un extremo al otro. Era una señal de aviso, había bajado sus defensas y había dejado que Hyoga penetrase. Se había relajado cediendo el control tan sólo por un instante pero ya intuía que ello traería consecuencias muy graves. Se intentó excusar pensando que se encontraba dolorido por todo el cuerpo y extremadamente abatido anímicamente. Había vuelto a matar y por muy impecable ejecutor que había sido aún no conseguía liberarse del remordimiento que como una garrapata se agarraba a sus neuronas. Todos estos pensamientos surcaron su cabeza a velocidad de vértigo pero su cuerpo permaneció quieto desde el principio, manteniendo la calma en todo momento y escuchando con atención cada palabra derramada de los labios del rubio que bebía a pequeños sorbos.

-Bien, vayamos a ver a Mü. ¿Otra guerra interna? Quizás. Ahora él nos lo confirmará.- Se deshizo de los brazos que le apresaban y al hacerlo sintió como se llevaban un trozo de piel desgarrada.

Subió las escaleras restantes con la ayuda de Hyoga, aunque éste tampoco parecía estar en muy buen estado. Llevaba con él casi media hora y ni siquiera se había percatado que el rubio estaba tan magullado como él. Aún así las fuerzas le flaqueaban y no negó el apoyo que le brindaba.

-Tú también estás demasiado malherido. Apenas te tienes en pie. Apóyate en mi, juntos nos llevaremos el uno al otro. – Pidió mientras asomaba una ligera sonrisa por sus labios.

Mü se encontraba al otro lado del pasillo, sentado en el gran trono, como cuando Shun lo vió por última vez. Tantas cosas habían ocurrido en su vida desde entonces y nada parecía que había cambiado en el santuario, o al menos eso aparentaba. Se dirigieron hasta donde reposaba, se arrodillaron y allí esperaron hasta que Mü les cedió la palabra.

-Caballero de Virgo, ¿llevaste a cabo tu misión?

-Sí, entregué el resto de las partes de la armadura a su futuro portador.

-Bien. ¿Y cómo es posible que os tendieran una emboscada? ¿Cómo es posible que os pillasen tan desprevenidos?

-En el transcurso de nuestro viaje no tuvimos ningún indicio por el que tuviéramos que preocuparnos, excepto en dos ocasiones, que se dieron una detrás de otra. En aquellas dos ocasiones sentimos unas presencias, de distinto número cada vez, pero dichas presencias eran demasiado lejanas, tanto que casi escaparon de nuestros sentidos, por ello no le dimos mayor importancia, sólo que a partir de ese instante el resto del camino lo recorrimos con mayor cautela. El trayecto era largo y escarpado. Era imposible hacerlo en vehículo así que tuvimos que hacerlo a pie y la noche se nos echó encima, por lo que paramos en un motel a descansar. Estábamos rendidos, teníamos hambre, sed y mucho cansancio pues portábamos tres armaduras, así que el sueño se adueñó rápido de nosotros. Nos atacaron cuando dormíamos – Mintió pero no tenía otra elección-. Intentaron apoderarse de la armadura, pero no lo consiguieron, o en parte. Se llevaron varias piezas, las que nosotros no pudimos recuperar cuando nos sorprendieron, así que no tuvimos elección y fuimos tras de ellos. Tuvimos que separarnos, puesto que era la única forma de recuperar con la máxima rapidez el resto de piezas que nos quedaban para completar la armadura. Pero antes de dividirnos quedamos en que nos encontraríamos aquí, después de entregar a su portador las piezas que cada uno había recuperado. Esto es todo lo que sucedió a grandes rasgos. He contado todo con rapidez y sin detalles porque supongo que todo ya se lo habrá contado Hyoga de Acuario ayer cuando llegó.

-Así es. Pero necesitaba escuchar las dos versiones y veo que coinciden. –Shun giró su cabeza y miró hacia Hyoga, por una parte sorprendido puesto que él también había mentido, y le dedicó una sonrisilla cómplice. Tuvo suerte de que contara la misma patraña, sino se hubiera dado una situación bastante comprometedora.- ¿Con cuántos caballeros tuviste que luchar?

-En mi caso fueron cinco, entre todos portaban tres piezas.

-¿Qué armaduras vestían? ¿Se identificaron? ¿Dijeron por qué querían apropiarse de la armadura?

Shun iba a contestar pero estaba demasiado agotado, así que esperó a que Hyoga se le adelantase.

Mientras escuchaba como Shun relataba lo sucedido, sintió un pinchazo en el pecho… Un pinchazo de alegría, al sentir de nuevo la complicidad de ellos… La complicidad que antaño tuvieran tan arraigada…
Ahora sabía… Que empezaba a recuperarle…

Pero no era momento de recrearse en sus cuestiones personales, era momento de comportarse como lo que era, el Caballero de Acuario ante su Patriarca, y de hacer efectiva esa frase hiriente que le dijera su compañero en pleno mediterráneo.

Ahora quiero madurar y aceptar mis responsabilidades…

- En mi caso, Patriarca, avancé por las laderas de la cordillera durante tres días y tres noches, sin dar con nadie. En mi poder tenía 7 piezas de la armadura, y cuando me hallaba próximo a mi destino, me tendieron una nueva emboscada. Eran seis guerreros, portaban armaduras totalmente oscuras… - reflexionó unos instantes sus palabras – Parecidas a… Las de los ejércitos de Hades… Pero no ese color mortecino, sino de un negro opaco. Y todos, en su totalidad, llevaban cascos que les tapaban prácticamente el rostro, coronado por…

- Un penacho de rojo sangre – interrumpió Mu, terriblemente serio.

Hyoga miró a Shun, extrañado. ¿Cómo sabía el Patriarca lo que iba a decir?

- Y dime, Caballero de Acuario… ¿Dieron alguna reseña?

- Sí, Patriarca… No dejaban de repetir en batalla que no aceptaban al nuevo mandatario de la Orden de Atenea… Hablaban de vos, Mu… Con tono amenazante.

Recordó con precisión esas palabras de boca de uno de los guerreros, el que a piori parecía encabezar la comitiva. Un individuo de estatura imponente, cabellos rojos como el fuego, mirada dura y despiadada…

Le rodearon, dejándole en el centro de un círculo perfecto, sintiendo sus amenazantes cosmos. Dejando claras cuáles eran sus intenciones, y tras fracasar en el intento de que el ruso les cediera sin más lo que cargaba de la armadura de Tauro, se inició la fiera lucha. De un salto hacia atrás quedó suspendido por milésimas en los aires boca abajo, aprovechando la confusión para lanzar un trueno helado sobre los dos que tenía justo en frente.

Se abalanzaron sobre él los restantes, mientras los que había recibido el impacto intentaban remitir a duras penas los efectos de la congelación en sus piernas. La lucha cuerpo a cuerpo nunca fue su punto fuerte, por lo que pese a que logró derribarles a todos con mayor o menor dificultad, recibió sendos golpes en los costados, a lo que respondió encerrando al ejecutor en el interior de sus anillos concéntricos de hielo.

Dudó en si debía permitirles dejarles con vida o acabar con ellos… No, eran una amenaza palpable. Les congeló, sin piedad, con el gesto gélido, calco del de su maestro.

Pero no a todos les dio el golpe de gracia. Al jefe le dejó con vida, por unos instantes.

- Dime, ¿qué queréis de Santuario? ¿Por qué insistís en arrebatarnos la sagrada armadura?

- Sois unos blasfemos, sirviendo aún a Atenea bajo las órdenes de ese impostor que se hace llamar ahora Patriarca… Atenea y su reino no estarán a salvo bajo su mandato… - balbuceó el guerrero prisionero del cero absoluto - ¡No lo permitiremos, por gracia de…!

- ¿Por gracia de quién desgraciado?

Le gritó, pero fue inútil, pues el enemigo había muerto. Y así, dejando un reguero de sangre y hielo a sus pies, prosiguió el camino, no sin apoderarse antes de las piezas robadas.

Regresó de sus pensamientos, dando con la penetrante mirada del tibetano. Se le hicieron eternos los segundos hasta que le oyó hablar.

- Lo que me temía… Por lo que me dices… No pueden ser otros que sirvientes de Ares… Creí que habíamos sofocado la rebelión hace 17 años, pero no… Esta vez puede que vayan en serio, e intenten arrebatarnos la supremacía sobre la tierra.

- ¿Qué hubo una rebelión hace diecisiete años? ¡No recuerdo que mi maestro me hablara de ella! ¿Y el dios Ares es el que la lidera?

- Sí, hace unos 17 años ya intentó apoderarse de la Tierra, pero fue sólo una tímida insurrección que rápidamente fue sofocada sin muchos percances por nuestra parte, excepto bajas de soldados y múltiples caballeros lesionados, incluido los de oro. Por entonces todos los caballeros de oro que vosotros conocisteis eran novicios, como vosotros ahora, pero aún así hicieron honor a sus armaduras y luchamos con tesón hasta el final. Creo que entonces Ares sólo tanteaba el terreno, para evaluar la fortaleza de nuestras defensas. Temo que se haya preparado durante estos años y haya formado un ejército mayor, con guerreros muchos más poderosos que los que envió entonces. El problema es que los guerreros de hace 17 años ya eran temibles, pero fueron abatidos debido a que eran poca cantidad y que lucharon todos los caballeros. Por eso el que ahora hayan reaparecido me llena de intranquilidad, estoy seguro que esta vez el ataque será mucho más poderoso e implacable. Sin duda es una mala noticia ésta que me traéis, pero al menos nos brinda la posibilidad de estar preparados y evitar que el asalto al santuario, si es que es eso lo que persiguen, sea por sorpresa. La prioridad ahora es descubrir el motivo por el cual querían apoderarse de la armadura de Tauro, aunque ya me lo imagino. Por todo, es necesario que dispongamos de todos y cada uno de los caballeros de nuestra orden, lo que os incluye a vosotros dos. Así que debéis volver a vuestros respectivos templos para velar por la seguridad del santuario, espero que os recuperéis pronto de vuestras lesiones y estéis en plena forma en el menor tiempo posible. Podéis iros, pero os hago saber primero que convocaré antes de cenar una reunión urgente de todos los caballeros dorados para explicarles la amenaza que se cierne sobre el Santuario. Aunque ustedes ya estáis enterados quiero que estén presentes todos los caballeros así que procurad descansar hasta entonces, que yo ya me encargaré de convocar al resto de caballeros.

- Sí, Gran patriarca – contestaron Shun e Hyoga al unísono y se giraron con la intención de salir de la estancia, pero antes de llegar a la puerta la voz de Mü los retuvo pidiendo que se detuvieran.

- Se me olvidó felicitarles por la gran labor que han realizado llevando a cabo la misión, aunque haya sido con dificultad. Me alegra saber que puedo confiar plenamente en ustedes como guardianes de Acuario y Virgo aunque lleven escasos meses como tales.

- Gracias, Gran Patriarca.

Salieron juntos y en silencio y así permanecieron durante el descenso de las escaleras que
cruzaban todos los templos. El templo circular de Acuario apareció pronto ante sus ojos con esa perfecta belleza y equilibrio, tan impactante pero a la vez tan suave y leve. El exterior del templo, rodeado de columnas tan altas que parecían sostener el cielo, daba al edificio un aspecto de obelisco al ser tan alto y tener una base circular de tan poco radio, sin embargo era un engaño, el interior se caracterizaba, aparte de por la ausencia de rincones, por ser de una gran amplitud. Cuando llegaron ante su puerta se pararon uno frente al otro, aquella era la parada de Hyoga. Casi le dolió tanto como la última vez.

Mientras se fundían piel con piel distrajo algo su atención, habían vuelto. Leyeron en el fondo de la pupila del otro que debían detenerse, el peligro acechaba. Ambos elevaron sus cabezas concentrando cada uno de sus sentidos en percibir algún tipo de fluctuación en la energía que los rodeaba, pero pronto desistieron porque la habitación estaba repleta de un cosmos caótico, formado por imágenes caleidoscópicas azules y rosadas como un cóctel de las energías cósmicas de Acuario y Virgo. En medio de aquella confusión cósmica era imposible concentrarse en un cosmos que como siempre se mantenía lo suficiente alejado como para pasar desapercibido por un caballero mediocre, así que desunieron el lazo hecho con sus dedos, el nudo de sus pelos enredados y sus pieles fusionadas sintiendo como éstas se desgarraban en dolorosos jirones, llevándose cada uno tatuado en su piel un retal de la piel del otro. Se incorporaron y recogieron del suelo las ropas desperdigadas de cada uno, las de Hyoga como una segunda moqueta en la habitación, las de Shun sobre los azulejos del servicio. Se vistieron aprisa y salieron al exterior, donde las nubes amenazaban con un nuevo torrencial de gotas pesadas. Otearon los alrededores en busca de un indicio de peligro pero no encontraron nada, sin embargo Shun sentía como la presencia era cada vez más palpable, sin duda ésta se estaba acercando. Empezó a ponerse nervioso, no le daba un buen pálpito aquella situación y cada vez lo sentía más y más cerca.

Si tuviera mis cadenas ellas me dirían en qué lugar se esconden… pero sólo con mi cosmos soy incapaz.

Pronto el inmenso y poderoso cosmos que sentían se disgregó en varios más pequeños que se separaron, pero cada parte conservó el mismo poder que el total. Notó como formaron un círculo que los rodeaba y que poco a poco se iba estrechando, pronto los tendrían por todos los lados, así que como una exhalación corrió al interior de la habitación y llamó a su nueva armadura. La virgen arrodillada le esperaba con todo su resplandor, con las manos unidas parecía que le suplicaba que la vistiese, que la rellenase con su cuerpo y la portara en la lucha, así que Shun no la hizo esperar y la llamó, permitiendo que cada fragmento se agarrase a su piel como una vampiresa que clava sus colmillos, hundidos en aquellos sitios que hacía pocos instantes habían sido mordidos y lamidos por la boca de Hyoga. Seguro que ella podía saborear aun su saliva. Se enganchó con fuerza y violencia, aprisionando cada uno de los miembros de Shun, se diría incluso que pretendía dañarle… o vengarse. Sin duda estaba celosa de él. Pero no era el momento de disputas territoriales, así que acalló el grito de la virgen transformado en amarillentos halos de luz y se dirigió hacia la puerta, dónde ya le esperaba Hyoga portando a Acuario y con la caja de Tauro a sus pies. Volvieron a concentrar sus sentidos en busca de la situación de sus enemigos pero esta vez no encontraron nada, aún así permanecieron expectantes y a la defensiva, su sexto sentido les decía que estaban todavía por los alrededores.

Salieron de todos lados, por el frente cinco, por atrás otros cinco, por la derecha dos y por la izquierda cuatro, dieciséis en total. Portaban unas armaduras que les cubrían todo el cuerpo, sin embargo eran muy sobrias, apenas tenían adornos, formas ni relieves, o si los tenían eran imperceptibles pues eran de un color negro azabache. Eran tan oscuras que parecían el fondo de un pozo, como si toda la luz que los rodeaba fuera absorbida por el extraño metal así que daba la impresión que los caballeros estaban envueltos de una etérea penumbra. De repente uno de los cuatro que desde enfrente clavaban sus miradas en los dos dorados dio un paso al frente y empezó a hablar con una voz grave.

-Dadnos la armadura de Tauro, o nos veremos obligados a arrebatárosla por la fuerza.

-Já. Ni en sueños- respondió Shun.

-Bien, ¿para qué insistir más? Quitádsela –ordenó a los demás que los rodeaban.

Hyoga se situó delante de la armadura y Shun detrás de ella, en un intento desesperado por protegerla. Se abalanzaron sobre ellos pero antes de que pudieran alcanzarlos se toparon con una barrera invisible de forma esférica que albergaba en su interior a Virgo, Acuario y a la armadura de Tauro.

-Hyoga, ¡no!, ¡no lances el polvo de diamantes! Rebotaría sobre la superficie y nos daría a nosotros. ¡Nada puede entrar ni salir! ¡Estamos aislados!- Gritó Shun cuando vio que Hyoga ya empezaba a ejecutar esa danza que a Shun le robaba el sueño.

Las fuerzas de Shun pronto empezaron a flaquear y la barrera de energía en forma de gas, que era una mezcla del Cristal Wall de Mü y el Kahm de Shaka pero compuesta de aire, empezó a contorsionarse y a resquebrajarse, pronto cedería ante los golpes insistentes de los diez caballeros negros. Era una técnica que Shun había aprendido en los últimos meses en un intento de sustituir a la defensa circular de sus cadenas, pero lo cierto es que era la primera vez que la ponía en práctica con un enemigo real y aún no la tenía muy lograda. La barrera consumía mucha energía y se estaba agotando, así que pudo aguantar sólo unos segundos más resistiendo los ataques de los enemigos, el suficiente para hablar con Hyoga.

-¡Hyoga! ¡No voy a poder aguantar más, así que prepárate para lanzar tu ataque hacia el grupo más numeroso! ¡Cuando estés listo avísame que yo destruiré la barrera!

-¡Ya! – exclamó Hyoga y congeló a tres de los que tenía en frente.

Shun cayó de rodillas, pero desde el suelo pudo lanzar contra las rocas a dos que desde la derecha pretendían agarrar el asa de la armadura. Aún así no pudo evitar que los de atrás se abalanzasen sobre él y lo cubrieran de golpes. Hyoga también había sido alcanzado por los rayos de energía de otro caballero por lo que no pudo reaccionar cuando vieron que los de la izquierda se apoderaban de la armadura. Ésta en el momento de ser capturada se abrió y dejó ver su forma taurina que en todo su esplendor cegaba los ojos de cualquiera que se atreviera a mirarla. De repente se fragmentó y cada uno de los trozos de la armadura fue a parar a un punto distinto del bosque que los rodeaba. Todos se quedaron mirando, como hipnotizados por el poder de la armadura, la manera en la que cada fragmento desaparecía entre las ramas y así permanecieron hasta que el último se perdió en el interior del bosque. El caballero que antes les habló pronto reaccionó y ordenó a los que parecían sus súbditos más que compañeros que fueran tras cada uno de los trozos. En un instante desaparecieron en la frondosidad del bosque dejando a Shun y a Hyoga a solas. Se levantaron el uno con la ayuda del otro y se miraron a los ojos. Se leyeron las miradas y al igual que antes ya sabían la interpretación que tenía, así que sin pronunciar ninguna palabra asintieron los dos a la vez confirmando que estaban de acuerdo en que debían separarse. Shun iba a romper el silencio cuando Hyoga detuvo el movimiento de sus labios con la yema de su dedo índice.

Nos veremos en Santuario. Ten cuidado… Por Atenea, ten cuidado.

Shun sin dejar de mirarle a esos acuosos ojos azules asintió y le abrazó dejando que el calor de su cuerpo traspasase su piel y se instalase en su interior. Sería la única manta que le cubriría en los siguientes días. Dio unos pasos hacia atrás dejando que la mano de Hyoga que acariciaba su rostro cayese y se giró para partir corriendo. No quería que Hyoga viese como las lágrimas de rabia e impotencia empezaban regarle las mejillas.

Mientras corría más huyendo de sí que persiguiendo cada parte de la armadura, se preguntaba porqué tenía que ocurrirle todo aquello. ¿Acaso había sido una señal el que los caballeros les interrumpieran en tal situación? ¿Es que ese iba a ser su eterno sino? ¿Siempre iba a irrumpir el Santuario con sus obligaciones en los momentos en los que disfrutaba y se alegraba de estar vivo? ¿Por qué tenía que ser tan incompatible la palabra felicidad con la palabra caballero?

Todo tiene tan poco sentido…

Lo que Hyoga no sabía es que Shun no tendría cuidado por Atenea, sino por él, por volver a tener la oportunidad de verle y para intentar responder las preguntas que como una avalancha arrasaban por los surcos de su cerebro.

Las palabras de Mu le dejaron intranquilo, muy intranquilo, pues sus peores temores se habían confirmado.

Una nueva batalla.

Y mientras descendía junto a Shun las escaleras que conducían a su templo, pensó y pensó… En su nueva posición en la Orden, en la inminente guerra santa que se acercaba, en sus repercusiones… Y en el que tenía al lado.

No tardaron en llegar a su templo, pues sólo el de Piscis lo distanciaba del Templo Principal del Patriarca. Cuando estuvieron a sus puertas, quedaron quietos y callados. Ninguno de los dos sabía qué decir.

Era un momento decisivo, porque aunque se juró una vez que nunca sería como su maestro, en aquel momento supo que había seguido exactamente su patrón, y que estaba viviendo en su piel sus mismas experiencias. Lo que sentía hacia un compañero de la Orden, un igual, otro guerrero… Iba más allá de lo estrictamente permitido para acatar las misiones, para ser objetivo en la lucha…

Quiso creer que Camus había sido siempre tan estricto con él simplemente para eso… Para evitar que siguiera sus mismos pasos, y salvarle del doloroso camino que él había emprendido.

Y si es así… Siento haberos juzgado, maestro…

Tenían que tomar una decisión. Le miró a los ojos, hablándole con un hilo de voz.

- Shun… Estamos los dos en una etapa crucial de nuestras vidas, tenemos nuevas e importantes responsabilidades, tantas que se me escapan de las manos al pensar seriamente en ello. Ante todo, eres mi compañero de armas, pero… Creo que ya es evidente que sabes lo que siento por ti. Y te juro que lo que más desearía ahora mismo sería poder empezar algo contigo, pero… Si tú no lo crees oportuno, lo comprenderé, pues creo que ahora entiendo por qué mi maestro y Milo se mostraban siempre tan esquivos a ojos de los demás… - desvió la mirada, para dirigirla a la perfección de la arquitectura de su templo- Puede que esa sea la única forma de afrontar que uno de los dos puede caer en batalla en cualquier momento.

Suspiró, estaba abatido.

- Te quiero, lo sabes… Pero con haberte recuperado como mi amigo… Me basta.

Habían pasado tantas cosas en las últimas semanas… La perspectiva de la inminente reunión le pesaba en los hombros, pero aquel momento, con Shun todavía malogrado, y la tristeza alojada en su pecho, superaban a cualquiera de los temores existentes.

Aguardó a que el otro respondiera, demasiado ensombrecido como para buscar algo en lo que emplear las horas que quedaban antes de la nueva reunión de todos los Caballeros de Oro que quedaban ante el Patriarca.

Su voz era melódica y dulce, como miel y como la miel pringosa cada sílaba que pronunciaba se le quedaba pegada al tímpano haciendo que su mente las escuchase una y otra vez, como si cada palabra retumbase al chocar repetidas veces con las paredes de su cráneo produciendo un efecto de eco en cada sonido.

No era la primera vez que Hyoga sacaba la conversación y siempre, de una manera u otra, había evitado ser fiel a la verdad. Esta vez como las anteriores Hyoga se había sincerado con él pero al contrario que las últimas veces en esta ocasión cada palabra escondía detrás un profundo pesar además de un rotundo aplomo. Shun no tenía ninguna duda de que Hyoga estaba seguro más que siempre de lo que decía. Pero ¿y él? ¿Estaba él seguro de algo? De todas las preguntas que se había formulado últimamente la respuesta a esta era la única que tenía clara. Y era que no. La confusión era la reina que ocupaba el trono de su mente. Lo había odiado tanto… y no con un odio resentido, no con un odio creado sólo para encubrir la desilusión que se había llevado con Hyoga, sino que sintió un odio sangrante y encarnizado, algo tan visceral que sólo con mirar al rubio una furia en forma de espuma corrosiva subía por su esófago como una ardentía. ¿Entonces como era posible que ahora le flaqueasen las piernas sólo porque estaba a su lado? Volvía a no tener respuesta a las cuestiones de esa misma índole. Estaba desconcertado y ahora más que nunca no se reconocía en él, no entendía nada, ni tan siquiera a sí mismo. Por un lado no podía negar lo evidente, la primera noche podría excusarla alegando que no quería y simplemente se dejó llevar pero sabía perfectamente que en la segunda ocasión él lo había buscado, él fue el que incitó al rubio. Aún así otra duda asaltaba a su mente… ¿realmente esa noche buscaba estar específicamente con Hyoga o cualquiera le hubiera valido? En otras palabras, ¿quería a Hyoga o sólo lo estaba utilizando para sentirse menos solo? El caballero de Acuario sin duda le sacaba de sus casillas, con su insistencia y su autocompasión, pero por otro lado Acuario le quería y no se lo había demostrado sólo con palabras, sino con miles de detalles y gestos ínfimos pero que ahora para Shun eran las pruebas más evidentes, al fin y al cabo las palabras se las lleva el viento.

-Yo…

Miró en el fondo de las pupilas de Hyoga, en realidad no sabía cómo empezar, ni siquiera sabía que le iba a decir, improvisaría. Le agarró de la mano para sentir su calor, tomó aire y se dispuso a hablar… pero se quedó callado. Leyó en los ojos del cisne su expectación pero no pudo pronunciar ningún sonido, porque mientras tomó aire lo vio todo claro, como si le hubiera llegado la iluminación de repente vio que todo era muchísimo más simple de lo que parecía y supo que cualquier cosa que le dijera sería mentira. El problema era que estaba siendo demasiado racional y analítico. Se empeñaba en encontrar razones y sentido a algo que era indescriptible. La clave estaba dentro de su pecho y no de su cabeza. Lo único que tenía importancia era esa sensación de amplitud y de satisfacción que se cobijaba en él cada vez que lo hacían. Cada vez que follaban lo deseaba hasta con la última partícula de su ser, era el único momento en el que Shun se permitía mostrar su verdadera esencia dándose completamente a Hyoga, abriéndole su cuerpo y su alma. Con él llegaba a sentirse completo, como nunca antes había conseguido. ¿Cuántas explicaciones más necesitaba? Ninguna. Ya podría odiarle tanto como quisiera, pero en realidad seguiría deseándole hasta el fin y más que nunca. Lo que sentía no era amor, era deseo, era pasión, pero no una pasión carnal, sino gotas concentradas de la esencia de la pasión, un sentimiento en estado puro.

La verdad es que Shun sólo se permitía ser el de siempre y verdadero Shun cada vez que estaba con Hyoga. Ignoraba si para Hyoga tenía la misma dimensión que para Shun el hacer el amor juntos, tampoco sabía si éste había notado el cúmulo de emociones que afloraban en Shun ni ese ansia por dar todo cuanto tuviera, hasta arrancarse el corazón de cuajo si fuera necesario. El terror se hizo con él, temía que lo supiera y que toda esa mentira que había estado construyendo durante tanto tiempo se quebrara como una frágil hucha de cristal dejándole desnudo e indefenso ante el mundo, otra vez. Su primera reacción fue la instintiva de un animal asustado, la que siempre había usado con Hyoga, ser tan rastrero y cruel como pudiera. Pero esta vez se contuvo y se lo pensó mejor, no quería cometer los mismos errores ni volver hacia atrás, no quería herirle. Así que intentó ser lo más franco posible con él… aunque sólo le contase la verdad a medias.

- Yo… en realidad… no puedo decir que te quiero.

Observó como Hyoga bajaba la mirada mientras cerraba sus ojos, ocultando con el aleteo de sus pestañas la mezcla de tristeza y desilusión que reflejaban.

- Te pedí que olvidaras la primera vez que lo hicimos. Esta vez no voy a pedir que olvides la segunda, cuando yo tampoco he sido capaz de olvidar ninguna de los dos. No quiero que creas que no ha significado nada para mí. Fantaseo continuamente con la idea de encontrar la felicidad y nunca jamás me he sentido tan bien como lo he hecho contigo, pero aún así… la realidad es otra totalmente diferente. Tú vistes a Acuario, yo a Virgo y esos son nuestros destinos nos satisfagan o no. Hay muchas cosas de esta vida que me ha sido impuesta que todavía no comprendo, no entiendo por qué me siento así ni que tienes tú que ver con todo esto. Sólo sé que somos compañeros de batalla, que ahora nos toca volver a luchar juntos y que lo haremos hasta el final… como dignos caballeros de Atenea.

Se produjo un silencio incómodo entre los dos.

- Cuánto me hubiera gustado que hubieras dicho hace tiempo, justo cuando me abandonó Hades, cuando estaba perdidamente enamorado de ti. Pero no fue así… y ahora es demasiado tarde. Me hiciste mucho daño Hyoga, no sólo porque me rechazaras sino porque me abandonaste despreciándome, me quedé completamente solo… y eso no lo podré olvidar. No te lo estoy contando para reprochártelo ni hacerte sentir culpable, sólo para que lo supieras porque nunca te lo dije. Todo eso ya fue hace mucho tiempo así que voy a intentar dejarlo en el lugar que corresponde, en el pasado… y sin resentimientos. Tampoco puedo decirte que volvamos a ser amigos, porque la amistad no surge porque sí, pero al menos no le voy a cerrar las puertas. Ahora debo volver a mi templo, debo curarme las heridas antes de la reunión.

No pudo disimular la desilusión que le produjo las primeras palabras de Virgo. Más que nada porque se había construido castillos en el aire, y aunque de antemano sabía que la situación era insostenible, había albergado la esperanza.

Y mientras Shun le contaba la verdadera naturaleza de sus sentimientos, de su resentimiento por aquella vez en que le falló, y muy posiblemente, el foco de todos sus enfrentamientos… Se dio cuenta de lo egocéntrico que había sido.

No sólo ahora, o en aquel momento… Siempre.

Siempre sus anhelos personales, sobre los demás… Se obsesionó por rescatar el cuerpo de su madre, llevándose la vida de Isaac en su empeño. Por su ciego egoísmo. Y por sus propias inseguridades, había renegado del que era su mejor amigo, sin poder ver más allá de sus narices, sin pensar en lo que para él hubiera supuesto.

En ese momento supo que le había perdido, pues aunque habían aflorado algunas situaciones permisibles, solo era la punta del iceberg. Creía haberle recuperado, pero… Shun tenía razón. Una amistad era algo que tenía que cuidarse día a día, y no como aquel acordeón, aquel tira y afloja de situaciones contrapuestas.

Fue cuando… Se serenó. Comprendió que el representar correctamente su papel en la Orden era eso, saber distinguir situaciones, posturas personales.

Había trazado planes e insistido en un proyecto de algo… Sólo con las escasas conclusiones que había extraído de los pocos momentos de serenidad que habían tenido.

Le pareció mentira que, después de todo lo que había vivido, todos los duros reveses de la vida, los debates morales… Pudiera seguir siendo tan estúpidamente inocente.

Tú has sido el causante de este cambio en mí… Y me gustaría que fueras testigo del nuevo proceso que ahora mismo se inicia… Quisiera que fueras testigo del surgimiento del Caballero de Acuario. De un digno sucesor de Camus, mi maestro.

- Sé que este no es el momento, pero… Te pido disculpas. No supe ver que te estaba hiriendo, y pese a que mis palabras ya no tienen valor alguno, espero que las aceptes. Espero poder combatir con entrega, y si he de morir en combate junto a ti… Lo haré con orgullo, junto a un gran guerrero. Permíteme ser tu compañero de armas, no volveré a interponer obstáculos entre esta relación marcial que nos corresponde.

Le sonrió, pues sintió como si le hubieran arrancado un peso de encima. Por él había sufrido, reído, llorado, blasfemado… Pero ninguno de los sentimientos que su confundido corazón ahora albergaba podía compararse con el que resonaba en su cabeza, con el que salía a la superficie en aquel gesto de sus labios.

- Gracias por abrirme los ojos… Lástima que haya estado ciego todo este tiempo. Pero ya no se puede volver atrás. Mis puertas también están abiertas.

Se sintió como un ser ancestro, al contemplar ahora a Shun, pudo verle como todo un caballero de oro, distinguiendo en él el porte serio e imponente que viera en sus superiores cuando tan sólo era un caballero del más bajo rango.

Tenía que asimilar… Que ahora el que estaba en lo más alto de la Orden… Era él. Y que Shun era su igual. Que aquellos días de su niñez y juventud habían quedado atrás, pese a que permanecían para siempre en su memoria.

Ser un digno sirviente de Atenea… Llevar con orgullo ese destino que no buscó, pero que tenía que portar, como la más pesada de todas las armaduras.

Se produjo una despedida silenciosa tras sus últimas palabras. Shun bajó con parsimonia los peldaños, y se perdió en el horizonte, camino a su templo. Le observó marchase unos momentos, para luego respirar hondamente, y dirigir su atención a su divina morada. Con sus formas perfectas, curvilíneas, clásicas, pero a la vez distintas a las de los demás templos.

Porque representaba a los guerreros de los hielos, distintos a todos los demás. Los guerreros forjados en las nieves eternas, fríos, inaccesibles…

Lo que Hyoga no era, pese a haberlo intentado. Pero se dijo a si mismo que si había llegado hasta ahí… Tal vez era por sus propios méritos.

Le había confesado a Shun entre gritos en aquel viaje hasta Francia que estaba ahí por venganza, por casualidad… Era momento de cambiarse los esquemas.

No, Hyoga... Ahora tú eres el undécimo caballero. Derrotaste a tu maestro. Derrotaste a tus enemigos. Tú sólo has forjado tu destino. Tú solo has dejado que hayan salido o entrado personas a tu vida. Culpar a los demás… Es sólo una mentira.

Ahora era Hyoga, guerrero de Acuario. Uno de los 12 servidores de la élite de Atenea. Su armadura, colocada grácil mente bajo su forma original, le vigilaba, como si tuviera vida propia.

Y en un ataque de impulsividad, decidió hacerle saber a la armadura que ahora era él quien la portaría, a quien se entregaría. Cogió el casco de dinámicas formas, terminado en dos afiladas puntas, y con una de ellas hizo un corte en su muñeca, dejando que la sangre brotara, bañando las piezas de oro…

Sangre derramaban ellos por la causa, y sangre derramaban a cambio de la protección de las milenarias piezas.

No cesó en su ritual hasta que empezó a marearse, tras lo cuál explotó su cosmos, acelerando el proceso de regeneración de la herida, haciendo que cicatrizara por completo.

Le flaqueaban las fuerzas.

Se arrodilló frente a la terma de eternas aguas, contemplando y luego borrando su reflejo con las ondas trazadas tras el paso de sus dedos.

Faltaba aún un buen rato para que la reunión diera comienzo, y tal vez aquellos eran los últimos momentos de calma de los que dispondría en mucho, muchísimo tiempo.

Mientras descendía las escaleras contento por al fin haber aclarado más o menos las cosas con Hyoga se sentía aliviado, pero no del todo satisfecho. Había algo que, como una espina que se queda clavada en la garganta o como un pequeño corte de un folio en el dedo, no le dolía pero le escocía, haciéndole sentir a la par intranquilo. Hyoga había aceptado sin ningún problema (y lo que era más raro, sin hacer ninguna escenita melodramática) que no lo correspondiera, demasiado bien incluso por lo que Shun temía que llevase al extremo la nueva amistad que habían empezado a forjar y nunca más pudiera gozar del cuerpo de Hyoga, porque la realidad es que le encantaba gozar de él. La imagen de esa piel morena al desnudo salpicada de hilos de oro estaba tatuada en sus neuronas, lo que le provocaba un continuo anhelo de acariciarla, besarla, lamerla y mordisquearla. Vivía inmerso en una continua tortura incluso a sabiendas que había hecho lo correcto y que lo mejor para la orden y para ambos era lo que habían acordado, pero aún así no podía evitar que cada célula de su ser vibrase con tan sólo sentir cercana la presencia del cisne. Hasta la última gota de su sangre había sucumbido al conjuro de sus ojos encantadores.

Por cada peldaño que descendía intentaba sugestionarse.

Es lo mejor, tengo que olvidarlo, concéntrate sólo en la batalla, no pienses en él…Mírate Shun, eres patético. Ya hablas hasta solo, estás rozando la locura.

En medio de toda esta perorata llegó a las puertas del nuevo templo de virgo. Era una réplica casi exacta del anterior custodiado por Shaka. Seguía siendo de forma cuadrada y sin ningún en especial, ya que no creyeron conveniente que la entrada estuviera custodiada por esas dos inmensas esculturas de Buda, debido a que de Shun no se decía que fuera la reencarnación de Buda ni el hombre más cercano a un Dios y el único contacto que tuvo con el budismo es lo que aprendió de Shaka y de la religión Zen que se practicaba en su país. De repente el templo se le antojó perfecto para él y su vida, terriblemente vacío y soso. Penetró en el templo en el que una oscuridad infranqueable imperaba pero al paso de Shun éste fue abriéndose y mostrando con más claridad su interior. Al parecer la virgen empezaba a reconocer a Shun como su nuevo guardián. Al fin todo parecía que mejoraba, más o menos.

Se fue directo al baño, alicatado con azulejos blancos hasta el techo. Giró el grifo y esperó a que la bañera se llenase de agua caliente. En medio de la bruma repitió el rito de desnudo que ya practicó en la cabaña, cogió una esponja y se introdujo en la bañera cuando ya estuvo a rebosar. Con delicadeza frotó cada una de las heridas que tenía por todo el cuerpo mientras que en su cara se dibujaban mohines de dolor cuando sentía tan sólo el roce de la esponja. Aún conservaba un pequeño resto de sangre coagulada en la barbilla que desapareció fácilmente con tan sólo una pasada. Retiró la venda colocada por Hyoga que le cubría el hombro. Estaba empapada se sangre de color marrón, así que al desprenderla con un tirón pudo sentir como la postilla que se había formado se arrancó de cuajo.

Fue una lucha dura ya que tuvo que hacer frente a tres combates, dos en los que él combatió contra dos enemigos y un último en el que sólo luchó contra uno. No tuvo que esperar para encontrar al primer grupo de dos. Se habían apoderado de la hombrera izquierda de la armadura y era preciso recuperarla. Como siempre, por mucho que había intentado cambiar era algo de lo que aun no había logrado desquitarse, antes de iniciar la lucha les pidió que le dieran el segmento de armadura y, como siempre, fue en vano. Sólo tuvo que alargar su palma extendida y lanzar una corriente de aire contra uno de los enemigos para deshacerse de él pero el otro sin embargo le alcanzó de pleno. Su ataque consistía en unas ondas circulares concéntricas de choque que golpeaban con la misma intensidad por todo el cuerpo. Ahora que había conseguido reducir a uno de los dos estaba en igualdad de condiciones pero prefirió lo alargar la lucha y mostrarse letal, así que sin ningún tipo de reparo comenzó a envolver el cuerpo del caballero negro con esa niebla rosada, impidiéndole ejecutar cualquier tipo de movimiento, ni de defensa ni de ataque, una técnica aunque muy diferente al tesoro del cielo de Shaka tan eficaz como ella. Cuánto más se resistía su contrincante más se achicaba la etérea nube rosada que rodeaba su cuello, como si fuera uno de los anillos del Coliso de Hyoga.

-No intentes hacer ningún movimiento. Cuánto más te resistas más se comprimirá el vapor nebuloso sobre tu piel, llevándote hasta la muerte si es necesario. Pero todo esto se puede evitar, no es necesaria tu muerte, tan sólo tienes que darme la hombrera izquierda.-explicó Shun es un intento desesperado por ser el que era.
-Antes muerto.
-Bien, ya lo he intentado dos veces. Si ese es tu deseo que así sea. Mi conciencia se quedará tranquila.

Y Shun se volvió mientras elevaba su mano derecha haciendo que el vapor se convirtiera en un tornado que arrasó el cuerpo del enemigo entre los gritos de dolor que profería. La hombrera dorada cayó junto a sus pies, se agachó y la recogió pero justo entonces tosió y derramó pequeñas gotas de sangre que salían de su boca. Se tapó con la mano pero la sangre desbordaba y se escapaba entre sus dedos para acabar chocando con el suelo. Cuando cesó un poco se levantó y se giró hacia donde hace pocos segundos estaba su enemigo, que ahora había desaparecido. Un pequeño reguero carmesí se escapaba de entre la comisura de sus labios, llevó el envés de la palma de la mano a su boca y con ella se limpió, tiñendo toda su barbilla de rojo. Sin más dilación comenzó a correr en busca del siguiente enemigo que caería a sus pies.

Tampoco tardó en toparse con el siguiente grupo de caballeros, que también eran dos. Los vio a lo lejos, enfrente suya pero de espaldas a él, así que corrió entre los árboles laterales para alcanzarlos de frente. Se ocultó tras un grueso tronco esperando a que pasasen justo por su lado. Mientras tanto los observaba para estudiarlos. Uno portaba otro trozo de la armadura, la parte que correspondía a la ante pierna derecha. Hablaban entre ellos pero entre susurros por lo que Shun no alcanzaba a escuchar lo que decían. De repente se detuvieron, algo les había sobresaltado. Miraron hacia todos los lados buscando de donde provenía. Shun también lo sintió. Era el conocido cosmos de Hyoga que había alcanzado el paroxismo. Seguro que acababa de lanzar su ejecución de la Aurora. Ahora que estaban desprevenidos aprovechó la ocasión para elevar un poco su cosmos, lo suficiente como para convertir el sol del mediodía en un sol del atardecer, el mismo ocaso que vio en el barco apoyado en la barandilla, un cielo rosado y un sol cubierto de sangre. La luz amarillenta también se volvió rosada y el bosque perdió su contraste, viéndose todo de un color monocromo. Salió de su escondite y se situó encarado a sus enemigos.

-Soy Shun, caballero de Virgo de Atenea. Dadme lo que me pertenece, ese trozo de armadura.
-No nos hagas reír, tendrás que arrebatárnosla.
-No tendréis una oportunidad como esta, si queréis salir con vida de este combate dádmela.

Ambos caballeros no atendieron a razones y lanzaron a la vez su ataque contra Shun, pero éstos se estrellaron contra la cúpula vaporosa que envolvía a Shun. En el impacto la cúpula también se deformó adquiriendo forma de un plano que a velocidad de la luz se dirigía hacia los caballeros. Antes de chocar contra éstos la pared se detuvo y comenzó a rodearlos, formando un cilindro perfecto a su alrededor.

-Estáis atrapados en mi jaula, de la que ya no podréis escapar. Es el momento de rendiros.
-Jamás- y lanzaron sus ataques.

Uno consistía en una bola de fuego semejante a la que dispara un cañón, mientras que el otro era como un fino arpón dorado muy parecido a la aguja escarlata de Milo. Ambos se dirigían hacia el mismo lugar del cilindro y aunque éste pudo frenar el avance de la bola el arpón consiguió sobrepasar la barrera ya que ejerció mucha mayor presión sobre la pared ya resentida del impacto de la bola. El rayo atravesó por completo el hombro de Shun, dejando un agujero humeante y circular en la hombrera de Virgo. Por el orificio empezó a salir borbotones de sangre a raudales así que con la intención de taponar un poco la herida introdujo un pañuelo blanco que pronto se volvió rojo. Virgo se volvió a poner erguido y miró hacia sus contrincantes los cuales tenían dibujada una sonrisilla de triunfo en su cara. Aquello irritó hasta el extremo a Shun y sin dudarlo comenzó a ejecutar su técnica. Una corriente de aire parecía salir del terreno bajo los pies de los caballeros, como si tuvieran un ventilador enorme colocado en el suelo. Sus cabellos se elevaban hacia el cielo y sus cuerpos también tendían a subir pero la corriente no era lo suficiente potente.

-La jaula que os rodea será vuestro ataúd. Tiene la propiedad de extraer todo el aire que hay en su interior quedando dentro sólo el vacío, –algo con lo que estaba familiarizado Shun- así que pronto moriréis asfixiados, sólo es cuestión de esperar.

Se llevaron sus manos al cuello mientras abrían desmesuradamente la boca en busca de un atisbo de aire. Cayeron primero sobre sus rodillas hasta que se quedaron sin respiración y se derrumbaron sobre el suelo. Cuando yacían sin vida el cilindro se difuminó en el aire desapareciendo por completo. Shun se acercó hasta ellos, se agachó y recogió la ante pierna dorada. Intentó evitar dirigir su mirada hacia sus rostros, que reflejaban una expresión dantesca, desfigurados por el horror de la muerte, así que con los ojos cerrados volvió a incorporarse y volvió a la carrera persecutoria de su último enemigo.

En su poder tenía el casco de Tauro, que aún tenía seccionado parte de la cornamenta en recuerdo de Seiya. Esta vez decidió que no había tiempo de sorpresas ni espectáculos de colores así que lo abordó sin más ya que era uno sólo. De todos contra los que había luchado éste era el más alto y el que tenía la armadura más elaborada ya que le cubría totalmente el cuerpo y cada parte estaba cincelada con relieves de filigranas. Miraba hacia el cielo, en dirección dónde hace poco se había sentido el estallido del cosmos de Hyoga. Tan pendiente estaba que ni siquiera había sentido a Shun. Virgo dirigió un flujo de aire hacia el brazo con el que sostenía el casco. Le dio de lleno donde pretendía y la pieza de armadura salió rodando por el suelo. El enemigo dirigió la mirada extrañado y sorprendido, pero no tardó en adoptar una postura defensiva.

-¿Cómo te haces llamar?
-Umm, veo que te has apoderado de muchas piezas… Tendré que arrebatártelas ahora, así que prepárate a morir... ¡Ah! Por cierto, me llamo Khairé y seré la última persona que veas.
-Ja ja ja –se jactó Shun- Espero que seas tan buen luchador como cómico. Demuéstrame lo que sabes hacer.
-¿Tanta prisa tienes por morir?
-Hum. –Ni siquiera abrió los labios para decirlo, fue un simple sonido gutural que acompañó con una sonrisilla- Sigo esperando.
-¡Doble filo!

Khairé completamente recto y con los brazos levantados ejecutó su golpe que consistía en una rejilla de cortantes láseres azules. Shun se intentó proteger con la cúpula pero esta se deshizo como papel mojado en cuanto los láseres la tocaron. Recibió el golpe casi de lleno, sufriendo cortes lo suficientes profundos como para que no pararan de sangrar. Toda la parte delantera de su cuerpo se vio afectada, seguro que si no hubiera llevado la armadura lo hubiera desmembrado. Sin embargo la armadura de Virgo permaneció intacta, ni siquiera un rasguño apareció sobre el metal, que ahora temblaba en busca de venganza. El oro poco a poco se fue tiñendo de bermellón humeante ya que el líquido carmesí se evaporaba con el ardor de la armadura que no dejaba de vibrar.

Como pudo Shun se incorporó y comenzó a cubrir todo del vapor nebuloso hasta que el bosque desapareció de su vista y más tarde incluso su enemigo.

-¿Qué? ¿Ahora tienes miedo y te escondes de mí tras esta bruma?
-Inepto. Esta niebla será tu asesina.
-Ja, no me hagas reír- Khairé se volvió a estirar para ejecutar su técnica.- Eh, ¿qué es esto? ¡No puedo moverme! ¡Me asfixio!
-Je. Cuanto más te resistas más presión ejercerá el vapor sobre ti, alcanzando una violencia inaudita hasta convertirse en un tornado, o incluso en un huracán.
-¡Nunca!

Khairé mientras gritaba incendió su cosmos con un esfuerzo sobrehumano y con ello consiguió apartar el vapor de su alrededor, dejando una cápsula que lo envolvía y protegía del ataque de Shun. Virgo no daba crédito a lo que veía, se atrevía a desafiar a su técnica más poderosa, así que no titubeó e invocó a todo el poder de su golpe, llevándolo a la extrema violencia.

-¡Apocalipsis Nebular!

Un sonido atronador se hizo con el bosque que poco a poco empezaba a desaparecer. Todos los árboles de alrededor estaban siendo arrancados de cuajo e incluso las rocas más pesadas elevaban el vuelo bajo el Apocalipsis nebular. Pequeñas gotas de sudor cubrían su frente. Cuando Shun, agotado por el esfuerzo, cesó de barrer con todo lo que había, pudo ver a varios metros a la redonda con total claridad, era una imagen desértica, no había ningún árbol, ningún animal ni ningún obstáculo que dificultara la visión. Tampoco había rastro de su enemigo, ni del casco de Tauro. Absolutamente todo había sido arrasado.

Volvió a la bañera cuando terminó de limpiar el último de los cortes. Comenzó a tiritar. El agua ya estaba fría, casi helada. Miró el reloj y se dio cuenta que pronto iba a comenzar la reunión de caballeros. Tenía que darse prisa o llegaría tarde.