-Séptima Parte-
God don't you know I live with a ton of regret?
'Cause I used to move you in a way that you've never known
But then I accused you in a way that you've never known
But you hurt me in a way that I've never known...
Break me shake me hate me take me over
When the madness stops then you will be alone
So won't you break me shake me hate me
take me over
When the madness stops then you will be alone
SavageGarden, "Break me shake me hate me"
-Se presenta Alnath de Tauro ante vos– dijo mientras se arrodillaba respetuosamente ante el gran Patriarca.
-Levántate, por favor. Me alegra saber que ya has llegado, la verdad es que has tardado más de lo que pensábamos.
-Lo siento, gran Patriarca. El campamento en el Pirineo francés dónde me entrenaba fue atacado, así que no pude partir hasta haber eliminado a todos los enemigos.
-¿Atacado dices? Cuéntamelo con más detalle.
-Sí, señor. Acababa de recibir la armadura de Tauro. Ya disponía de varios fragmentos que, según nos contó unos de los caballeros del campamento, había traído el caballero de Acuario. También nos dijo que apareció bastante malherido pero rechazó cualquier ayuda, su único deseo era regresar cuanto antes al Santuario. Ni siquiera Acuario le contó al caballero quien o qué le había infringido semejante daño, tan pronto como entregó la parte de la armadura que portaba se fue. No tuvimos tiempo de hablar con él, darle comida o cobijo. Al día siguiente, cuando aún era de madrugada, apareció el caballero de Virgo. Trajo consigo el resto de fragmentos que quedaban para completar la armadura que ahora porto. Llegó también muy malherido, casi exhausto. Presentó sus respetos ante mi maestro y pidió que a ser posible se le dejara una cama en la que descansar hasta que amaneciera, entonces volvería aquí. Habían aparecido en menos de doce horas dos caballeros del más alto rango seriamente heridos, no era una situación nada tranquilizadora. Aunque estaba muy preocupado, en su estado mi maestro no quiso atosigarle a preguntas. El caballero de Virgo, antes de retirarse al cuarto que se le preparó, nos contó la misión que se les encomendó al caballero de Acuario y a él y que en el transcurso del viaje, no demasiado lejos de donde se situaba nuestro campamento, habían sido atacados por un grupo de hombres ataviados también con armaduras de las cuales no tenían conocimiento. Tampoco sabían a quién obedecían ni el número total que había acudido para robar la armadura, al parecer el objetivo que perseguían. Antes de retirarse nos previno ante posibles ataques al campamento, puesto que no sabía si entre el caballero de Acuario y él habían eliminado a todos los caballeros. Cuando volvimos a su habitación por la mañana ávidos de más información, el caballero ya había desaparecido.
Alnath hizo una pequeña pausa para tomar aire. Mü observaba desde su trono con atención al caballero que tenía enfrente un poco más debajo de la altura de sus ojos. Hacía mucho que no lo veía, desde que se le presentó como el niño que había sido elegido para convertirse en el sucesor de Aldebarán, en un viaje que hizo de visita y control al campamento pirenaico cuando todavía no era patriarca, antes incluso de que Saga asesinara a su maestro Shion. Desde entonces aquel muchacho había cambiado bastante. Como todo caballero guardián de la segunda casa, era un hombre corpulento, no tanto como Aldebarán, pero sí más que el resto. También era más alto, Mü calculaba sobre unos 1,95 cm. Sujetaba con la mano derecha el casco de Tauro, dejando ver su largo pelo, que era tan oscuro como el de Shura, al fin y al cabo ambos nacieron en países vecinos y mediterráneos, y le colgaba en una lisa melena que le llegaba hasta la cintura. Sus rasgos eran bastantes marcados, pómulos prominentes, labios finos y afilados, mentón con un hoyuelo poco pronunciado y cejas pobladas. Sus ojos, pequeños y de color tabaco miel, eran profundos y su mirada penetrante, que se clavaba justo detrás de las pupilas del que miraba, la misma mirada que se le clavó como un puñal cuando lo vio por primera vez. Su piel era morena aceituna y parecía deshidratada, y lucía una barba descuidada. Aunque no era mayor, aparentaba más edad de la que seguramente tendría. Ese era el sino de cualquier caballero, envejecer antes de tiempo debido al duro entrenamiento al que se ve sometido. Sin embargo Mü parecía contradecir todas las normas, puesto que en su condición de nemuriano, pese a doblar, incluso casi triplicar en edad al resto de los componentes del Santuario, su aspecto físico había quedado congelado en la jovialidad madura de sus pasados veinticinco años.
-Continúa, por favor.-incitó Mü expectante.
- Esa misma tarde, cuándo ya estaba casi a punto de terminar los preparativos de mi viaje hacia el santuario, fuimos atacados por sorpresa. Al principio creímos que eran unos diez caballeros los que rodeaban el campamento, después cuando fueron abatidos encontramos solo a cinco, claro que el resto pudo haber escapado. La verdad es que no estoy tan seguro de nuestra victoria si no hubiera sido porque nuestros enemigos se encontraban con las facultades bastante mermadas. Pienso que probablemente algunos fueron los que ya dañaron Acuario y Virgo, pues mostraban signos evidentes de lucha. Incluso así fueron rivales difíciles de vencer, muy poderosos con técnicas sorprendentes. Afortunadamente, quiso Atenea que en el campamento hubiéramos suficientes guerreros. Como sabe es un campamento pequeño, ya que es como una delegación del que hay en los pirineos españoles, donde suelen entrenar los caballeros de la casa de Capricornio.
-¿Dijeron algo los guerreros que os atacaron sobre qué querían, quién los enviaba o algo por el estilo?-interrumpió Mü.
-No, portaban armaduras oscuras, como si absorbieran la luz y la energía de alrededor, tanto que apenas se les distinguía el rostro, que por otra parte estaba casi cubierto por su casco, de estilo griego y romano antiguo.
-Bien, Alnath. Sé que acabas de llegar al Santuario y que apenas has tenido tiempo de instalarte, pero vivimos tiempos inquietos y no tenemos horas de sobra como para desperdiciarlas. Por eso te voy a confiar ya tu primera misión. Al igual que hizo tu antecesor en sus comienzos, te encomiendo la tarea de ser el mensajero del Santuario. Viajarás hasta Esparta y nos traerás noticias sobre los caballeros de Sagitario y Libra que allí se encuentran librando batalla. Mientras dure, mantendrás este vínculo con Esparta y el Santuario, yendo y viniendo cuantas veces se requiera. Recuerda que tu labor es tan sólo ser el mensajero, así que trata de pasar desapercibido y no inmiscuirte en peleas, siempre y cuando no sea necesario. Confío en tu valor y en tu criterio, harás un buen trabajo. Partirás con la caída del sol, así que tienes el resto del día para afincarte aquí definitivamente y preparar tu partida.
-Así haré, gran Patriarca –aceptó respetuosamente Tauro.
-Ya puedes retirarte, pero antes quería darte la bienvenida en nombre de todos los caballeros a nuestra orden. Ya acataste las normas y esperanzas de Atenea cuando te hiciste con la armadura que te corresponde, no hace falta que te las recuerde. Ahora da lo mejor de ti para hacerlas realidad.
Tras ello, Alnath se volvió, se puso el casco y se dirigió hacia su nuevo templo.
El mundo había cambiado mucho en un espacio de tiempo terriblemente corto. El planeta tenía miles de años de vida, y en su historia la existencia del ser humano era prácticamente una anécdota, a juzgar por la corta presencia sobre la faz de la Tierra.
Y sin embargo, había logrado transformarlo hasta dejarlo casi irreconocible. En escasos 2500 años la humanidad había cambiado, evolucionado en técnica y método, aunque seguía siendo la misma en sus pilares más básicos.
Por ello, aunque un viaje que a los antepasados que habían poblado las míticas tierras griegas hacía dos milenios tomaba su tiempo, recorrer la distancia que separaba Athenas de la antigua Esparta en la actualidad suponía un suspiro. Un suspiro que se sostenía en los pesares y miseria de las personas, que seguían siendo las mismas, y así continuarían, por los siglos de los siglos.
Las bases de la psique humana comprendían sentimientos adversos, como el odio, la pasión, la alegría, la tristeza… O el amor. El amor, el viejo motor que ponía en movimiento las principales tramas que toda vida comprende.
Algo así pensaba el caballero divino de Libra, y sopesaba todos los hechos, mientras llegaban a puerto tras recorrer parte del Mediterráneo. Habían partido a temprana hora desde El Pireo, y al fin tocaban tierra. Les llevaría prácticamente lo que restaba de jornada llegar al centro de la Península del Peloponeso.
- Y yo que pensaba que al ser caballeros del más alto rango nos quedaríamos una buena temporada sin movernos del Santuario… - bromeó Seiya, una vez en suelo firme.
- Sí… Pero parece que las armaduras que portemos no importan, nosotros seguimos viendo mundo según el capricho de los dioses… O de los humanos que dicen actuar en su nombre.
Al antiguo Pegaso siempre le había fascinado la facilidad del Dragón para sacar de la nada frases que le hacían pensar, que provocaban en él unos segundos de silencio los cuáles dedicaba a la reflexión. Siempre tan serio, tan sereno… Con su fría belleza que parecía sacada de un cuento sintoísta japonés, o de un cuadro monocolor de dioses chinos. Era cierto que nacían marcados por las estrellas, y que estas ejercían un más que notable efecto sobre aquellas que las representaban.
Vestidos de paisano, y aunque portaban bultos de considerable tamaño, prácticamente no llamaron la atención de nadie, en los tiempos que corrían era frecuente la presencia de gentes del continente asiático en lugares de tanta relevancia histórica y arqueológica como los de Grecia. Más de algún griego se sorprendería al saber y comprobar que la destreza en la lengua helénica de aquellos dos extranjeros era tal que nadie con los ojos vendados hubiera podido afirmar quién era foráneo y quién no.
Y anduvieron, y anduvieron, como sólo las piernas que desde edad muy temprana habían recibido un entrenamiento, cabía ahora decir con mayor propiedad, espartano, podían, sin que el peso de los kilómetros se les notara más que en los rostros, ligeramente fatigados.
Faltaba poco para que la noche llegara, y se encontraban en campo abierto, en la llanura, sin asomo de civilización en muchos kilómetros a la redonda.
- Sería mejor que pensáramos en pasar la noche a la intemperie. Es arriesgado, pero tanto lo es quedarse aquí bajo las estrechas o bajo techo.
- Sí, tienes razón – replicó Sagitario.
Seiya observó los hombros bien definidos y amplios de su compañero. Cómo de entre los cabellos negros asomaban franjas de piel pertenecientes al largo cuello, ahí donde éste se unía con la cabeza, atrayéndole, instándole a acercarse a él, a querer volver a intentar abrir una brecha por la que introducirse en terreno incierto.
- Espera, que te ayudo a quitarte la caja de encima… - susurró, casi pegado a su cuerpo, mientras deslizaba las manos lentamente por las asas de cuero, rozando inevitablemente sus brazos al descubierto.
El séptimo caballero no tardó en reaccionar, apartándose con algo de brusquedad.
- Tranquilo, ya puedo yo solo. – le dijo, con una sonrisa algo incómoda.
Dejó la Caja de Pandora sobre el suelo de arenisca, y resopló, una vez sentado sobre ella. No aguantaba más.
- Oye, Seiya… Hace muchos años que nos conocemos, somos amigos, compañeros, y te aprecio muchísimo, pero… Desde lo ocurrido esta mañana en mi templo, he notado que estás… Tratando de… ¿Insinuarte?
Su tono de voz no perdía cortesía, era algo característico de él, pero a medida que la frase avanzaba ganaba en matices casi desesperados, acentuados por su gesto, los brazos abiertos como pidiendo una explicación. Antes de que el otro joven guerrero pudiera responderle, prosiguió.
- Me halaga que… Sientas eso por mi, pero yo… A mí… - titubeó. – No me atraen los hombres. Además, ya sabes que acabo de salir de una relación muy larga. Sólo te estoy siendo sincero, espero que la confianza que hay entre nosotros te permita a ti también serlo.
-Já, insinuarme dices. ¡Ni que yo fuera tan sutil como para hacerlo! Yo jamás he estado tampoco con ningún hombre, es más, hasta ahora nunca me he sentido atraído por ninguno. Pero es que te veo… y no puedo remediarlo. Unas irreprimibles ganas de tocarte me inundan. Ahora mismo quisiera abalanzarme sobre ti en este lugar y… Uff mejor no pensarlo que no creo que pudiera contenerme. Me atraes muchísimo, es algo que no puedo evitar ni ignorar. Supongo que el roce de todos estos años ha hecho surgir en mí algo más que el cariño. Pero bueno, no puedo obligarte a hacer algo que no quieres. Eres mi amigo y te respeto demasiado como para intentar cualquiera de las locuras que, sólo con ver esos profundos ojos rasgados con los que me miras, se me pasan por la cabeza.
-Lo siento Seiya, pero yo no puedo redirigir mis sentimientos. No tengo control sobre ellos.
-Ese es el problema, Shiryu. Que yo tampoco, que yo tampoco… -repitió Pegaso susurrando para sí.
Un pequeño silencio se adueñó de todo el lugar. Una brisa tenue hacia ondear las pequeñas flores que les rodeaban, arrebatándolas su aroma con el que impregnaba toda la llanura.
-¡Qué tonto he sido! ¡Siempre me ocurre lo mismo! ¡Esto me pasa por no pensar antes las cosas que hago! No he hecho más que chafar nuestra amistad. Ahora te sentirás incómodo conmigo y no volverás a confiar en mí como antes. Bueno, perdóname. No te preocupes por eso, todo seguirá como siempre. Ahora sólo quiero concentrarme en la misión y estoy seguro que tú también harás lo mismo.
El sol ya estaba prácticamente oculto en el horizonte y las primeras estrellas ya se dibujaban en el firmamento. Seiya sonrió de manera despreocupada a Shiryu, aunque en el fondo le dolía el rechazo de su amigo. Se tumbó sobre la hierba de la pradera y se quedó mirando hacia el cielo por un rato. Aunque sabía que no era lo más correcto, ni por supuesto lo más inteligente, no iba a cesar en sus intentos de conquistar al dragón. Porque el pegaso es impulsivo y temeroso, arriesga sin pensar en las consecuencias. Y porque, sobre todo, es el más testarudo de todas las personas que pueblan la Tierra.
Las mismas estrellas que empezaban a poblar el cielo negro de Esparta velaban en la plácida noche ateniense, fresca, lo cuál se agradecía tras los implacables días de verano que sacudían Grecia.
Habían empezado a subir los peldaños que les conducirían a la Cámara del Patriarca, silenciosos como era ya costumbre, cuando sintió algo en las proximidades del segundo templo.
- Ese cosmos… No lo había sentido antes.
Un resorte en el interior de su cabeza saltó cuando sintió una fluctuación en la energía del santuario. Fue muy leve, casi imperceptible, pero al ser irreconocible lo suficiente como para prestarla atención. Si hubiera sido de otro caballero, como de Aioria, Milo o Mü, apenas se habría preocupado, pero aquel cosmos era extraño porque no era del todo nuevo para él. Había sido un fogonazo, por lo que no pudo sentirlo el suficiente tiempo como para que el mecanismo de su memoria dilucidara de quién se trataba. Sabía que lo había sentido recientemente, en su viaje a los pirineos. Fue un cosmos rotundo y fuerte, bastante energético. Temió que se correspondiera con alguno de los enemigos que se encontraron, pero algo no encajaba en tal suposición, aquel cosmos era pacífico y conciliador. Avanzó un par de pasos para intentar volver a captar otra fluctuación cósmica, aunque ya estaba casi seguro de a quién pertenecía. Después de todo tenía mucho sentido.
-Vamos, asegurémonos de quién se trata.
Si la lógica no le fallaba, debía de tratarse del nuevo Caballero del signo de Tauro. Shun pareció confirmar sus sospechas cuando se adelantó unos pasos.
Siguió la figura y la espesa melena esmeralda y se tomaron la libertad de adentrarse en el templo, sólo a una distancia prudencial para no invadir la intimidad del recién llegado.
Oyeron unos pasos en la oscuridad, y luego una voz fuerte, que preguntaba algo intimidada ante la intromisión.
- ¿Quién anda ahí?
Miró a Shun, y decidió responder según mandaba el protocolo.
- Hyoga, Caballero de Acuario. Disculpa que hayamos entrado sin previo aviso, sólo queríamos darte la bienvenida a la Orden.
El recién llegado se acercó hasta ellos, hasta que la trémula luz lunar le bañó y quedó visible para sus dos visitantes. Una sonrisa se dibujó en su peculiar rostro, con evidentes rasgos de la gente del sur de Europa, los cuáles resultaban amables a la vista.
Aunque Hyoga no era lo que se podía considerar una persona altísima, tenía una altura considerable. Tal vez por ello resultaba bastante cómico verle doblar inconscientemente la cabeza hacia atrás para poder mirar a los ojos al guardián de la segunda casa.
- Mi nombre es Alnath. No tuve ocasión de daros en persona las gracias por traer parte de la armadura que ahora llevo hasta mi lugar de entrenamiento.
- Oh, nada de "vos" o similares, estamos entre compañeros, entre iguales.
Alnath sonrió, agradeciendo el comentario. Miró con igual gratitud a Virgo.
- A ti si pude verte, pero desconozco cómo he de llamarte…
- Mi nombre es Shun, caballero guardián de la sexta casa. Ya tuvimos ocasión de encontrarnos en el campamento de los Pirineos, pero debido a mis heridas y a la urgencia con la que tenía que volver al Santuario para informar de los hechos no nos dejó tiempo para conversar. Me alegra saber que ya podemos contar contigo. Dime Alnath, ¿tuviste algún problema al venir a Atenas?
- En el viaje de vuelta, no. Pero el campamento pirenaico fue atacado justo cuando estaba a punto de partir. Supongo que fueron los mismos guerreros que os agredieron a vosotros. Os lo contaría con más detalle si no fuera porque debo terminar de preparar los enseres que me llevaré de camino a Esparta.
- ¿A Esparta? – preguntó extrañado Shun.
- Sí. El patriarca me ha encomendado la misión de informar al Santuario todo lo que acontezca en Esparta. Si queréis que lleve algún mensaje al caballero de Libra o Sagitario podéis decírmelo ahora.
- Nada en particular, sólo que tengan mucho cuidado. Debimos haber estudiado a Ares para que les llevaras información útil con la que poder enfrentarse a él. Yo apenas sé nada de ese dios. ¿Sabéis vosotros algo interesante?
- Mi maestro una vez me habló de él, y de algunas de sus batallas. –Contó Alnath- Va siempre armado hasta los dientes y suelen acompañarlo en batalla su hermana Eiris, la discordia, y sus hijos Deimos, la demencia, y Phobos, el Miedo. Recuerdo algo sobre la guerra de Troya en la que protegió a los troyanos y cómo Atenea del lado de los griegos con su prudencia y confianza en la astucia de los suyos logró vencerlo. También me suena algo de su captura por los Alóadas… pero esto apenas lo recuerdo. Creo que lo encadenaron y lo encerraron en una vasija…-Tauro se quedó pensativo.
- Bueno, intenta recordar todo lo que puedas y cuéntaselo todo a ellos. Nosotros aquí intentaremos averiguar algo más. Ahora te dejamos ya tranquilo que termines tu equipaje.
- Que Atenea os acompañe.
- A ti también, Alnath.
Hyoga y Shun salieron juntos del templo. A pesar de que ya había anochecido su tarea de guardianes nunca acababa, y ahora tenían que ponerse de acuerdo en los turnos en los que iban a descansar. La noche se planteaba muy larga y silenciosa, tanto como el camino que ascendía hasta el templo de Atenea.
-No tengo sueño todavía, así que mejor descansa tú antes y después, cuando hayan pasado unas cuatro horas, me relevas en la guardia. Volveré a mi templo a esperarte, y cuando pases por delante de él me avisas. ¿De acuerdo? Vamos, te acompaño hasta tu templo.
Hyoga asintió, quedando Shun extrañado, porque esperaba alguna réplica, por pequeña que fuera, de parte del antiguo cisne. Durante todo el trayecto intentó no pensar más en él, pero al tenerlo tan cerca era imposible, como también que lo dejara de observar de reojo.
No acababa de entender al nuevo Acuario. En un principio casi le suplicaba que estuvieran juntos, decía que le quería. Y justo cuando él daba su brazo a torcer y se le insinuaba el rubio le rechazaba. ¿Cómo habían cambiado las tornas del tal modo? ¿Por qué? ¿Sería posible que él se hubiera enamorado de Hyoga? No, eso no podía ser amor. Shun se resistía a pensar que el amor llevara acompañado tanto dolor. Simplemente el amor no podía ser así. Y sin embargo, la relación que tenía con su hermano, ahora perdido sabe Atenea donde, era de un amor fraternal más allá de cualquier distancia, barrera o frontera. Otro amor cargado de ilusiones rotas, falsas esperanzas y sufrimiento innecesario. Quizás por ello, basándose en la relación que tenía con Ikki, Shun pensaba que lo que estaba viviendo junto al Cisne podía ser fruto de que realmente se había enamorado. El afecto que tenía por el fénix sin duda era un mal ejemplo.
De todas formas, enamorado o no, no podía negar la atracción que sentía hacia Hyoga. Deseaba que éste lo rodeara con sus brazos y cubriera con su pecho. Que reposara la cabeza en su hombro para poder aspirar de nuevo el perfume de sus cabellos, para volver a sentir el roce de su fina barba sobre su mejilla desnuda. Y como no, desesperaba por volver a sentir el éxtasis que le inundó en la primera noche que pasaron juntos. Quería que esa sensación se prolongara hasta el infinito, hasta el fin de sus días, y la buscaba inconscientemente. De haber podido, se habría abalanzado sobre él mientras subían el camino que rodeaba a los templos. Pero no estaba seguro de soportar dos rechazos en un mismo día. Sin embargo el impulso de hacerlo era demasiado latente como para ignorarlo. Y el silencio entre ambos no hacía más que avivar el fuego que alimentaba su deseo. Cuando ya estaban frente al templo de Acuario, justo antes de que se parasen para despedirse (si es que eso iba a ocurrir), Shun lo agarró del brazo, ya que Acuario iba un poco más adelantado que él, para que parase y se girase para mirarlo.
-¿Qué es lo que quieres de mí, Hyoga? ¿Qué es lo que esperas que haga o que te diga? ¿Qué te quiero? ¿de verdad quieres que te lo diga sin estar seguro de sentirlo? –conforme hablaba iba enfadándose cada vez más- ¡Que tú me lo dijeras a mí fue muy injusto! ¡No tenías derecho a hacerme eso! ¡Claro para ti todo es muy sencillo! Estás enamorado de mí y quieres una relación romántica. ¡Tú estás en el noveno cielo! ¿Pero yo qué, eh? ¡A mí que me jodan! La puta verdad es que te has metido dentro de mi cabeza y soy incapaz de sacarte de ella. Estoy jodido. ¡Tú me has jodido, Hyoga! ¡Yo estaba bien mientras te odiaba! ¿Por qué tuviste que cambiar eso? ¿Por qué tuviste que ser tan egoísta? ¿Cómo te atreves a hacer que juzgue todos mis esquemas y a pretender que los cambie? ¡No es algo tan sencillo! ¡Cómo me gustaría volver a repudiarte como antes! ¡Pero no puedo! ¡Has transformado ese odio en deseo! No puedo dejar de pensar en la noche y media que pasamos juntos y en cómo deseo que vivamos otra más. Quiero pasarme el resto de mi vida metido en una cama contigo. O en la bañera, o en el suelo, o encima de la puta mesa de la cocina de la puta fundación Grad si así lo quieres. Sólo quiero follar contigo hasta quedar extenuado. ¡Sólo yo, y nadie más! ¡Es lo único que quiero!
Shun estaba a punto de echarse a llorar. De seguro sus gritos, tan altos que de vez en cuando se le iba la voz, se escuchaban por gran parte del Santuario. El cisne le miraba sorprendido por semejante reacción desmedida sin ningún detonador aparente. Cuando ya se hubo calmado un poco, dijo en voz baja sollozando:
-¡Que te jodan, cabrón! ¡Jódete por todo lo que me has hecho!
Apenas faltaban pocos metros para llegar al pórtico del Templo de la Urna cuando fue requerido estrepitosamente por el caballero de Virgo.
Pero había algo positivo en todo aquello: estaba siendo sincero. Y eso, con lo complicadas que se habían puesto las cosas, ya era un avance.
Aunque sintiera una presión tremenda en la boca del estómago por saber que seguirían caminando sobre aquella cuerda floja en la que ambos se sostenían.
Tenía que hacer algo, o terminarían por hacerse añicos el uno contra el otro.
-¡Que te jodan, cabrón! ¡Jódete por todo lo que me has hecho!
Cerró los ojos, tratando de contenerse para no perder el control él también. Le cogió de la muñeca y jaló de él con tanto ímpetu que de seguro le había hecho daño. Como era lógico, el caballero de Virgo se resistió.
- ¿Qué cojones haces?
¿Cuándo habían aprendido a blasfemar como hacían? Era inaudito.
Su cosmos hervía, ferviente, y ello obraba en él precisamente el efecto contrario. La temperatura corporal bajaba, quedando su blanca piel fría, como muerta al tacto. Recubriendo con una película helada el ardor que le consumía por dentro.
Ni Patriarca, ni Diosa, ni enemigos a los que enfrentarse. Tenía una misión mil veces más arriesgada que todas esas.
Con más de un mal gesto y algún que otro intercambio malsonante de palabras, se adentraron en la penúltima Casa. Había oscurecido, el interior sólo estaba iluminado por las múltiples lámparas de aceite que alguno de los sirvientes menores de la Orden se encargaba de encender en cada crepúsculo. Volvió a tirar de él hasta llegar al epicentro de su morada, donde la majestuosa terma de agua helada llenaba la inmensidad marmórea con el eterno fluir de su elemento.
Shun le propinó un sonoro empujón, en réplica por la brusquedad con la que le había prácticamente arrastrado hacia allí, a lo que correspondió con igual gesto hasta llevarle casi al borde de aquel bello estanque privado. No se lo pensó dos veces, saltó hacia delante sujetándolo por la cintura, cayendo ambos estrepitosamente a las aguas, desapareciendo entre las ondas que alborotaban la hasta ese momento tranquila superficie.
Aprisionándolo con los brazos, chirriando ambas armaduras por el contacto, buscó sus labios y le besó. Tras unos segundos en que el tiempo pareció detenerse, fue el otro dorado quién le obligó asiéndole con fuerza a salir a la superficie y tomar aire violentamente.
Antes de que el que fuese en el pasado su amigo del alma le volviera a insultar, se ocupó de clavarle sus gélidas pupilas. Hizo que su cosmos se activara de tal forma que la armadura se desarmó cayendo todas las piezas a los pies de ambos, en el fondo de aquella antiquísima piscina de interior, quedando su cuerpo desnudo, sólo cubierto por la melena que, empapada, cubría casi la totalidad de sus hombros y se desparramaba por la espalda.
Tenía que romper aquel lazo que le asfixiaba, apretándole en la garganta cada vez que estaba a su lado. Tenía que romper el yugo que amenazaba a los dos.
- ¿Crees acaso que no te deseo yo también? ¿Crees que me fue sencillo rechazarte como hice esta mañana, o que no dejo de pensar en ti en cada momento? ¿Es que no me he rebajado ya lo suficiente?
Cuando Hyoga los lanzó al pequeño estanque de agua helada creyó que su intención era congelar toda la terma y dejarlo allí criogenizado por siempre, tal y como él lo encontró en el templo de Libra. Y aquel beso en inmersión, ese que hizo que el agua de a su alrededor llegara a su punto de ebullición con el calor que desprendió su cosmos en aquel instante, sería su último beso, el beso de despedida. Por eso luchó con él para salir a la superficie, no se iba a contentar con tan poco. Su vida… eso era lo de menos. Pero no la dejaría acompañado tan sólo con un frío beso del rubio, aún no tenía suficiente. Codiciaba su cuerpo. Necesitaba saciarse de Acuario.
Shun no daba crédito a lo que veía cuando, contrariamente a lo que pensaba, Hyoga se despojó de su armadura. Su cuerpo desnudo era sin lugar a duda exquisito. Enloquecedor. Y recubierto de esa fina pátina acuosa era aún más magnífico. Los últimos rayos del ocaso, provenientes del óculo de la bóveda situado justo sobre sus cabezas, incidían en su piel arrancándole destellos plateados que lo cegaban, rodeándolo de un halo que le hacía parecer de naturaleza divina. Aquella era la primera ocasión en la que podía contemplar a la luz el esplendoroso cuerpo del rubio. Dicho cuerpo era digno de ser tallado por el mayor genio de los escultores existentes para hacerle justicia, porque aquel físico ya era en sí una obra de arte. La visión dejó en su retina una impronta indeleble que reviviría cada noche en sus sueños. Se alcanzó la perfección cuando aquel dios, su dios, le habló confesándole que también deseaba lo mismo. Shun se deleitaba tan sólo con verlo, sin embargo quería más.
-Deja ya de hablar y ven aquí.
Estaba tan alterado que la superficie acuífera que tocaba los perímetros de su piel quedó convertida en frágil y hermosa escarcha. Avanzaba hacia él, pálido, serio, como una escultura de hielo viviente.
Como el caballero de Acuario que era, un guerrero de los glaciales que sin embargo había perdido la cabeza por alguien por quién nunca debió perderla.
Consiguió arrinconar a Virgo contra una de las esquinas. El agua les llegaba prácticamente a la altura del pecho, y podía observar en la lampiña piel del otro los efectos del frío líquido. No encontró demasiada resistencia al ir despojándole de su cubierta de precioso metal. Deslizó los dedos por su cuello, provocando un escalofrío ante el contraste de temperatura.
- ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Quieres acostarte conmigo? ¿Quieres que te haga gritar hasta que no puedas seguir pronunciando mi nombre? Si es eso lo que quieres… Eso es lo que tendrás.
- Sí, sí. Eso es lo que quiero –le susurró en el oído.
Le encantaba la sensación de sentirse acorralado por Acuario, tal y como ocurrió en la cocina tiempo atrás. Se había entregado completamente. Estaba a su voluntad. Notó como su entrepierna, completamente erecta, chocaba contra el metal dorado, luchando por ser liberada de semejante prisión. También sus labios ardían en deseo de ser besados, buscaban calmar su candencia con el gélido hálito del rubio. Sin embargo Hyoga se dedicaba a retirar cada pedazo de armadura con lentitud, prorrogándolo en el tiempo lo máximo posible. Eso le desesperaba hasta tal extremo que estuvo a punto de quitarse la armadura él mismo con violencia. Pero a la vez prolongar la espera lo hacía más excitante, hacía que lo que viniera después fuera más apetitoso aún. La expectación que el rubio despertaba lo hacía tan divertido, tan… demencial, que Shun controló sus impulsos y se quedó quieto, a total merced suya.
No parecía él mismo, se dejaba llevar con una frialdad nunca antes vista. Tanto que sintió hasta miedo de su persona. No se cuestionaría nada, ni siquiera su falta de experiencia, apenas había tenido dos encuentros con Shun, pero su mente matemática y calculadora se había adueñado de la situación.
Volvió a besarle, con ímpetu, adentrándose entre sus labios, sin dejar milímetro de la resbaladiza piel sin recorrer, terminando de despojar el cuerpo perfecto del japonés de su armadura. Sujetándole con fuerza de la estrecha cintura y subiéndolo al borde de aquella esquina, quedando él en las aguas heladas.
Contemplando como sus acciones habían obrado aquella erección que tenía justo en frente, a la altura perfecta de su rostro, de su boca que debía permanecer inalterable según los preceptos de su maestro.
Posó ambas manos en sus torneados muslos a la par que imprimía el más profundo de sus besos al miembro del que portara a Andrómeda, arrancándole gemidos y jadeos con aquella felación tan visceral, guiada por el instinto y el deseo. Aumentando el ritmo de la cadencia con la que le masturbaba según su respiración le indicaba.
Siguió el movimiento ascendente y descendente con una mano, para poder volver a soltarle palabras envenenadas.
- ¿Era esto… lo que querías…?
- Sí, sí… cont…arrrfff –se escapó entre sus gemidos entrecortados acompañado con un sonido gutural.
Un pequeño espasmo hizo que inclinase de manera refleja su pecho hacia delante, ello indicaba que era inminente el orgasmo. En contestación a su pregunta también habría añadido que más bien deseaba intercambiar los papeles, pero el placer era tan intenso que no podía hablar, ni siquiera podía ordenar sus pensamientos, tan sólo sentir como el antiguo Cisne controlaba con suprema maestría la cadencia del movimiento de sus manos, justo para hacerle experimentar el mayor gozo que jamás había sentido. Su respiración era cada vez más sonora y agitada. No era capaz de esconderle al rubio el torrente de emociones que hacía que le inundasen.
Volvió a introducírselo con mayor presión, deleitándose por el grito ahogado que emanó de las entrañas del afortunado.
Pese a todo… Tenía unas ganas horribles de llorar.
Shun enredó los dedos entre sus cabellos, como queriendo avisarle de que no podría aguantar por mucho, a lo que hizo caso omiso. Ya lo tenía todo pensado, todo calculado. Haciendo de aquella dosis de sexo una herramienta necesaria con la que conseguir un fin.
¿Por qué? No quiero que acabemos así…
Shun tiró de su cabellera dorada hacia arriba en un intento estéril de controlarlo. Se debatía entre sus contradicciones, porque por un lado deseaba retenerlo dentro de sí y prolongar más la agonía, pero por el otro aquello se le antojaba imposible, las ganas de expulsarlo eran irreprimibles. Llegó un momento en el que la segunda alternativa sencillamente se volvió irrealizable y se desbordó en miles de corrientes invisibles que escapaban a trompicones, acompañadas por las sacudidas que su cuerpo les imprimía.
Su cosmos se descontroló por un instante e inundó repentinamente toda la habitación. El aire comenzó a girar sobre sí mismo, dando lugar a un remolino agresivo que apareció justo en el centro, en cuyo vórtice estaban ellos dos. El vendaval que los azotaba hacía ondear sus cabelleras mientras Shun gritaba de placer. Por un momento toda el agua de la terma fue absorbida y quedó suspendida en el aire, hasta que, cuando Shun terminó y el remolino desapareció, cayó estrepitosamente al suelo, regando sus cuerpos y gran parte del suelo de Acuario. El estanque quedó un poco más vacío.
Cuando habían tratado de explicarle por primera vez lo que era el cosmos, lo había imaginado como una energía capaz de impulsar a su generador a hacer actos jamás imaginados, y poco más… Pero con aquel choque brusco de sentidos encontrados, supo que el cosmos en sí encerraba en cada uno un pequeño cúmulo de universo, y que como éste, estallaba en un furioso big bang para fundirse con otro, y recrear así una nueva dimensión única, genuina…
La fortaleza de Virgo se encontró con la imparcialidad de Acuario, y el agua todo lo llenó por unos momentos, formando una cascada entre mágica y fantasmagórica.
Una vez conseguido lo que pretendía, el ardor y sabor del líquido inundó toda su percepción, y con cuidado, se retiró. Sin deshacerse del producto del orgasmo de su compañero, expulsándolo sobre la palma de una de sus manos. Lo usaría para penetrarle.
Volvió a mirarle. Cada vez le costaba más y más seguir recreando aquella máscara de hielo sobre la que se refugiaba. Impregnó uno de sus dedos con la blanquecina sustancia y, atrayéndolo aún más hacia el filo del borde, empezó a prepararle para lo inminente.
-¿Quieres saber… por qué te rechacé esta mañana? – preguntó, mientras introducía la mitad del susodicho en su cuerpo. - ¿Qué pasará después, cuando nos hayamos desfogado? ¿Volverá de nuevo el silencio, se levantará la cortina de acero entre nosotros?
Aquello era una toda una sorpresa, bastante revelador. No sabía que el cisne fuera tan condenadamente depravado. Aquel lubricante improvisado se escapaba a su comprensión, no tenía experiencia en ese campo pero desde luego aquello no podía ser habitual.
- ¡Vaya con el niño melodramático! Se ha tornado en un niño malo. Y muy pervertido. –Dijo con una sonrisilla pícara en los labios.- No, no quiero saber nada de nada. No quiero saber que pasó ni que pasará entre nosotros. No quiero pensar el ello. Sólo quiero que me penetres de una vez. Haz que me olvide hasta de cómo me llamo.
Elevó un poco más las caderas para dejar que el Cisne introdujera el dedo con mayor facilidad. Fue un gesto inconsciente, una manera natural de adaptarse a la situación.
Estaba excitadísimo, posiblemente tendría las mejillas ardiendo, sometido a una fiebre que sólo la lujuria podría crear. Su cosmos, helado, se oponía al ardor de su cuerpo, creando un choque de energías dispar y violento. Un segundo dedo acompañó al primero, adentrándose en su interior.
- Sí, estoy enamorado de ti, y tú sólo me quieres para despacharte a gusto con mi cuerpo. ¿Y luego soy yo el egoísta? – le llenó todo lo que pudo con su propia esencia, y tras ello, volvió a sujetarle por la cintura, tirándole al agua, acorralándole entre las dos paredes que se esquinaban, haciendo que rodeara sus caderas con ambas piernas. – Yo sólo quería hacerte el amor y sin embargo…
Gimió cuando comenzó a penetrarle, anclándose en su cuerpo con un mortal abrazo.
Comenzó a moverse dentro de él, como si contara con una dilatada experiencia en aquel terreno. Como si esa no fuera la segunda vez que cedía a las fuerzas irreversibles de la química en su más pura esencia.
- Sí… Lo soy… - prosiguió diciendo, sin apartarle la mirada, entre jadeos. - ¡Soy un jodido egoísta! ¿Y sabes qué?... No voy… A dejar… Que te alejes de mí… Nos hemos condenado al fuego… Y vamos a quemarnos, acabaremos los dos pasto de las llamas…
Agarró los glúteos con ambas manos, penetrándole aún con más ahínco.
Pero ¿por qué tenía que hablarle? No, no quería escuchar lo que tuviera que decirle. No quería que sus palabras rompiesen la magia del momento. Todo era perfecto tal como estaba. Sólo quería sentirle. Sólo eso. Notar cómo se movía dentro de él era algo sublime. Era más de lo que jamás pudo desear. Era un pacto corporal demasiado fuerte, inquebrantable. Además, al sentir como Hyoga le agarraba con más fuerza, volviendo cada vez más violentas las embestidas, el saber que él también estaba disfrutando con ello, que podía devolvérselo, que gozaba gracias a él, lo hacía todo todavía más delicioso, lo excitaba aún más.
-Ssssssshhhhh, cállate ya. –Musitó mientras le ponía un dedo sobre los labios.- Mírame a los ojos y fóllame hasta desgarrarme. Lo que quieras, dímelo con la mirada. Y no tengas compasión por mí, como yo no la tengo por ti.
Sin embargo Virgo sabía que aquellas palabras eran inútiles. Hyoga estaba inmerso en su mundo viciado de culpabilidad y sufrimiento, y necesitaba sacarlo a fuera continuando con su perorata. Shun no alcanzaba a atisbar cuánto daño le estaba causando al cisne con su comportamiento, estaba tan absorto en sí mismo y en su necesidad de satisfacerse que olvidó por un momento que el sexo no es algo individual y egoísta, sino que hay que compartirlo y dar lo que se recibe.
¿Callarse? No lo haría, porque ahora sabía que era sólo en esos momentos cuando Shun realmente era todo oídos para sus palabras, ojos para su cuerpo, y boca para responderle. Que sólo en esa circunstancia le prestaba toda su atención. Y tenía todavía… Mucho que decirle, o no lo aguantaría más.
- Hiciste mal al escogerme para obsesionarte conmigo… Por mucho acuario que vista… Sigo siendo un cisne funerario…
No pudo retener las lágrimas por más tiempo, y estas cayeron densas, espesas, como si concentraran todo el dolor que llevaba dentro, saliendo al exterior en ríos de plata que surcaban su insultantemente hermoso rostro.
- Amé a mi madre, y ella murió… - seguía jadeando, con la voz rota, entre embestida y embestida- Quise con locura a Isaac… y a mi maestro, y ambos murieron… por mí. Todos murieron por mi culpa… Y ahora tú… Serás el siguiente de la lista… Porque a ti… Te he querido… Y te sigo queriendo… más que a todos ellos…
Se aferró aún más a él, como si fuera a desvanecerse en la nada como su maestro en el Castillo de Pandora.
- Pero esta vez… Cuando te llegue a ti… La hora… Yo… Me iré… Aghhh… - eyaculó. – Contigo…
La primera vez que Acuario lloró, entre el sonido de sus jadeos y la humedad de sus sudores que se entremezclaba con el agua de la piscina, Shun no se percató de sus lágrimas. Él tenía los brazos echados alrededor del cuello de Hyoga, las piernas enredadas en su espalda y su cabeza reposaba sobre su hombro por lo que pudo escuchar directamente en su oído toda la confesión del rubio. Al oírlo, sintió un pánico atroz.
En aquel instante, el miedo hizo que redescubriera que existía algo que superaba cualquier expectativa que tuviera de la vida. Algo por lo que luchar. Algo que lo apasionaba, que lo correspondía. Algo que merecía realmente la pena. Sólo entre los brazos de Hyoga encontraba a su vida sentido. Sólo su polla era capaz de rellenar el vacío que se hacía con su pecho. Sólo su semen era capaz de alimentarlo. Sólo aquel momento era capaz de justificar todo el sufrimiento anterior. Con Hyoga era capaz de encontrar el sosiego, de borrar la soledad y de olvidar el nauseabundo olor de la sangre fresca que manchaban sus manos. Cuando sus pieles se fundían en una sola y sus almas se acoplaban, Shun entendía en qué consistía vivir, Shun encontraba su concepto del amor.
Las palabras de Hyoga por primera vez para Andrómeda cobraban verdadero sentido. Eran directas y sinceras, y estaban cargadas de un desgarrador dolor que Acuario se encargaba de hacerle sufrir con cada embestida desesperada. El cisne dejó sentado a Shun sobre el borde del estanque inmediatamente después de que terminara.
-No, no me iré Hyoga. Nunca te dejaré y no permitiré que tú me dejes, –le susurró al oído mientras éste se desplomaba sobre sí, acariciando suavemente su melena empapada- porque eres como una droga de la que no consigo saciarme. Aquí nadie más va a morir excepto los caballeros que veneran a Ares.
Se dejó caer sobre su cuerpo, abrazándolo con fuerza, enterrando la cara en su hombro y llorando, desconsolado, durante unos segundos. Los suficientes para poder recuperar la compostura, para volver a ser Acuario. Incorporó el cuello, y pegó los labios a su oído.
- Ahora… Quiero sentirte dentro, que seas el primer y el único que penetra en mí… Vamos, rómpeme, ódiame, hazme… Tuyo.
Con la piel cubierta de la extraña pátina compuesta de agua, escarcha fundida, sudor y lágrimas, le pidió que terminara de desvirgarle. En los anteriores encuentros había sido él quien había penetrado, pero no a la inversa.
Quería terminar de romperse en mil pedazos. Que aquel amor enfermizo acabara con él, poco a poco, y poder rematarse en la batalla.
-No, no hace falta. Porque ya sé que eres mío. No es necesario que me lo demuestres con esto. Me he dado cuenta que dependo totalmente de ti, porque tú me haces abandonar mi abandono. Porque le das importancia a mi vida. Porque me haces sentir que estoy vivo. Me aterra saberlo, pero más miedo me da decírtelo. No me hagas daño otra vez, Hyoga, no podría soportarlo. Dejemos de sufrir de una vez por todas. Ninguno de los dos necesitamos esto.
Shun lo apartó un momento de su lado para mirarle fijamente a los ojos. Los de Hyoga estaban enrojecidos, contrastando con el azul claro de sus iris. Sus pestañas parecían más largas y tupidas que nunca, y entre ellas aún quedaba algún rastro de lágrima. Nunca había soportado verlo así de deshecho.
- Además, me has dejado exhausto –bromeó de manera más superficial- no podría hacer lo que me pides. Ahora me tengo que ir, ¿recuerdas? Tu duermes yo vigilo. ¡Pero no creas que las cuatro horas empiezan a partir de ahora! Llevamos aquí casi media hora así que sólo te quedan tres horas y media para descansar.
Se quedó atónito. No podía creer lo que acababa de escuchar.
- No me hagas daño otra vez, Hyoga, no podría soportarlo. Dejemos de sufrir de una vez por todas. Ninguno de los dos necesitamos esto.
¿Shun le estaba… Diciendo que…?
- Entonces… ¿Aceptas que haya algo… Entre nosotros?
Obtuvo una última mirada acompañada de un movimiento afirmativo de la cabeza. No supo qué decir, ni qué hacer. Las últimas lágrimas permanecían bañando las mejillas, contrastando con lo gélido de su rostro.
Ahora ya no eran sólo compañeros… Ni amigos… Eran…
Amantes.
¿Era eso lo que había buscado? Debía ser así, puesto que una sonrisa se dibujó en sus labios. Discreta, pero ahí estaba. Permaneció en su cobijo líquido mientras le observaba marcharse.
Virgo incendió su cosmo lo suficiente para que los fragmentos desperdigados por el fondo del estanque reaparecieran y se ensamblaran sobre su cuerpo. Ahora que se había despegado del abrazo del rubio, empezó a notar los efectos del agua helada en la que había estado sumergido. El castañear de sus dientes acompañaba al sonido de sus pasos, que se dirigían hacia la salida del templo. Justo antes de salir, estornudó.
Tantas dudas, tanto dolor de por medio… ¿Se habría acabado realmente? Ahora que se había marchado, deseaba volver a ver su rostro, sentir su presencia, su compañía. Cerciorarse de que no soñaba, que era real.
Fuese cuál fuese el caso, debía descansar. Salió apeándose por el bordillo, y ensambló su armadura dentro del agua. Le daría un tributo, una merecida recompensa a aquella hija de los hielos, como él. Empleando la más devastadora de las técnicas, alzó en alto la mano, desnudo, y creó una corriente energética de gran poder que fue vaciada contra el agua. Ésta quedó congelada, formando un bloque homogéneo de perfecto cristal en la que aguardaba dentro la hermosa Acuario. Cómo él cuando su maestro le había encerrado en una urna de hielo.
La dejaría ahí hasta que le llegara su turno de guarda, para que se regocijara con el frío extremo que sólo los custodios de aquella Casa podían crear.
Y así, dueño de su espacio, y por primera vez en muchos años, con una ligera sensación que podía denominar felicidad en el pecho, se metió en la cama. La que había visto como maestro y alumno iban por el mismo camino de manos de la pasión en distintas épocas, aunque en circunstancias no tan dispares.
Shiryu no podía, pese a todo, sentir aspaviento hacia Seiya. Eran tantos los sacrificios que habían hecho el uno por el otro, tantas las aventuras, los buenos y malos momentos compartidos… Creía que la suya era una amistad demasiado fuerte como para verla truncada por un principio de… Atracción.
Por muy inverosímil que le pareciera el tener esa mirada de doble sentido clavada en sus pupilas… Así que le hizo entender que lo que les unía no cambiaría, y que dejase tiempo al tiempo.
Aunque no me gusten los hombres…
Pero mejor guardar la compostura y la prudencial distancia con tacto que hacerle daño. Así que trató de dormir bajo aquella intemperie. Lo hacían uno al lado del otro, casi espalda con espalda, bajo las estrellas, con ambas cajas de Pandora a los pies. El calor de las brasas a punto de extinguirse pronto dejaría de resultar útil.
Los párpados comenzaban de nuevo a querer cerrarse cuando tuvo un presentimiento. Cerró los ojos, y agudizó el oído. Debido al tiempo que había permanecido ciego, tenía dicho sentido de lo más desarrollado.
Aquel silbido característico… Tan familiar…
Se incorporó con una velocidad y brusquedad inauditas.
- ¡SEIYA! ¡Despierta! ¡Despierta!
Demasiado tarde. La primera de las flechas les pasó veloz como un obús en medio de ambos. Se miraron, asombrados, sin tiempo apenas para echarse las cajas a los hombros y salir corriendo de allí.
Avanzaron a toda velocidad por aquellas bastas y planas tierras, a la par que una nube de puntiagudas armas idénticas a la primera voló sobre ellos, por arriba, a ambos lados…
- ¿Quién demonios nos ataca? – preguntó Sagitario, sin dar crédito a lo que estaba pasando, como si no hubiese despertado de un mal sueño.
La mente de su compañero trabajaba rápida, tratando de asociar el área donde se encontraban con distintos panteones, con posibles enemigos…
Y obtuvo la respuesta cuando el sonido seco acompañado de un dolor agudo y concentrado atravesó la carne de uno de sus gemelos.
Cayó al suelo, fulminado, mientras Seiya retrocedía para socorrerle.
- ¡Seiya, vete, no te dejes….!
Demasiado tarde. Una segunda flecha impactó en la pierna del hasta ahora invicto, el cuál le acompañó en su caída al polvo.
- Aghhhh… - se quejó.
- Están envenenadas… - sentenció el antiguo Dragón. – No intentes romperla o sacarla, o el veneno penetrará en la sangre aún más, y entonc…
- Shiryu…
El alumno del Viejo Maestro no tuvo más remedio que seguir la dirección de la mirada del caballero. Al mirar con dificultad hacia arriba, se topó con un numeroso grupo de guerreros que habían formado un círculo alrededor de ambos, y les miraban con hostilidad.
¿Guerreros?
Pestañeó con fuerza, y sus ojos confirmaron las sospechas. No, no eran hombres… Eran mujeres, hermosas, salvajes… Con una particularidad… El faltaba el seno derecho, y portaban sendos arcos de hermosa talla.
- Los perros falderos de Atenea no son bienvenidos en estas tierras…
Una de las guerreras se adelantó, clavándoles la mirada.
- Habéis osado penetrar en los dominios de Artemisa, no se os perdonará la imprudencia tan fácilmente.
- ¿Artemisa? ¿Quién es Artemisa? – preguntó encolerizado, quién si no…
La mujer golpeó la cara de Seiya con la suela de su bota, y volvió a hablar.
- Soy Pentesilea, y a partir de este momento, quedáis bajo nuestra custodia, guerreros de Atenea… Perros que hacéis que nuestras hermanas se oculten bajo una máscara de falsedad… - escupió cerca de ellos.
Y a un potente grito, dos jóvenes más clavaron otra flecha en los cuerpos de los intrusos, haciendo que éstos quedaran inmóviles por los efectos de las toxinas, consiguiendo que las armaduras de oro resultaran inútiles.
A punto ya de perder el sentido, Shiryu fue consciente de que la Discordia y la Muerte tenían nombre de mujer… Y que estaban metidos en serios problemas.
