Capítulo 4.

No hubo ningún incidente fuera de lo común en el entrenamiento del día siguiente. Wakabayashi nuevamente estuvo impecable. Las mismas reporteras bobas y fotógrafos fastidiados estaban allí. Yo me dediqué a tomar todas las fotos que pude, pero sin acabarme el rollo: tenía que guardar unas cuantas para la conferencia de esa noche y para la entrevista. Al finalizar el entrenamiento, un hombre rubio se acercó discretamente a mí y me entregó una invitación y otra tarjeta de identificación. Noté que a la francesita rubia no la hicieron partícipe de esta reunión. Esta vez, desempeñé mi papel de reportera: me limité a realizar preguntas generales a todos los jugadores del equipo. Wakabayashi notó mi cambio de actitud, pero no hizo nada por hacérmelo notar: por lo visto, él también sintió que el incidente de ayer fue un tanto erróneo. Sin embargo, al irme me despidió con un: "te veo en la noche". Me sentí muy feliz: él quería verme allí.

Comí en el restaurante del hotel. El tiempo no nos alcanzaba a ninguno de los dos como para comer juntos otra vez. Además, ya me estaba empezando a dar vergüenza que él pagara gran parte de mi alimentación en este viaje. Subí a mi habitación y comencé a arreglarme con esmero. Afortunadamente, había traído yo un traje apropiado para un evento como éste: un conjunto de seda amarillo mantequilla, de falda y chaqueta cortas. Según la chica de la tienda donde lo compré, me hacía ver muy femenina; y la verdad era que también me había sentirme poderosa. Lo combiné con unas botas altas color camel y una blusa blanca, escotada. Sonrío al ver el amplio escote: tendré que ser el centro de atención. ¡Ahhhhh! ¿En qué momento me volví tan vanidosa? Dejo mi cabello suelto y me maquillo levemente, tampoco quiero parecer payaso de circo.

Tomo un taxi y llego justo a tiempo. Los demás ya están acomodándose en sus mesas. Media docena de hombres voltean a verme cuando paso cerca de ellos: creo que sí voy a ser el centro de atención. Me acomodo en mi lugar y al poco rato entran los directivos y el equipo de Hamburgo, con su entrenador a la cabeza y el capitán justo detrás de él. Genzo Wakabayashi es el último en entrar, pero inmediatamente se convierte en el blanco de todos los periodistas. Empiezan a hacerle mil y una preguntas sobre su carrera. Nada fuera de lo normal. Pero entonces, alguien lanza una granada:

Señor Wakabayashi, yo tengo una pregunta. Me gustaría saber por qué terminó su compromiso con la señorita Liesl Wessel. ¿Es verdad que usted la dejó por que le importaba más su carrera como futbolista?.- pregunta insolentemente un reportero con cara de ratón. ¿Quién demonios lo invitó? Wakabayashi enmudece: la pregunta lo tomó por sorpresa. El entrenador trata de tomar el control de la situación, en vano: el sujeto atrapó a su presa y no está dispuesto a soltarla.

¿Es cierto que no le importaron los sentimientos de la señorita Wessel? ¿Qué le dijo que nunca estuvo entre sus planes casarse? ¿Qué le interesaba más ser el mejor portero?.- continúa el desgraciado periodista. En este punto, el presidente del equipo se hace cargo de la situación.

Señor, tendré que pedirle que deje de hostigar a los jugadores de esa manera o si no tendrá que retirarse, por favor.- le dice al infeliz. El bocón se sienta, al fin. Sin embargo, el daño ya está hecho. Noto que Wakabayashi retoma el control, pero algo cambió: su mirada tiene ahora un aire de melancolía.

La conferencia no volvió a ser lo que era antes. El ambiente se tornó frío e indiferente. Los directivos y jugadores se mostraron distantes, y los periodistas nos limitamos a hacer preguntas que estuvieran lo bastante alejadas de la vida personal de cualquiera de ellos. Ya habíamos tenido con la intromisión que el maldito periodista hizo a la vida de Genzo Wakabayashi.

Al finalizar, intenté acercarme a Wakabayashi, pero los guardias de seguridad me cerraron el paso. Decidí entonces esperarlo cerca de su automóvil; algo me decía que necesitaría de un amigo. No tardó en salir y al verme se sorprendió un poco.

¿Qué haces aquí?.- me preguntó.- ¿Quieres preguntarme algo más?

No. Quiero saber como te sientes.- le respondo.

¿Por lo que pasó? Mucha gente me ha hecho la misma pregunta cientos de veces. Hasta tú misma. Lo que me gustaría saber es si algún día se cansarán de eso.

Noto que está molesto. Y también un poco alicaído. Me acerco más a él y lo miro a los ojos.

¿Necesitas compañía esta noche?.- le pregunto.- éstas cosas se llevan mejor si uno no está solo.- él me sonríe y me abre la puerta de su auto.

Sube.- me dice.- pero tal vez conozcas una parte de mi que no es muy agradable.

Arranca el coche en medio de una lluvia de flashes, pero esta vez, no son para nosotros. Después de un largo recorrido, me lleva a un agradable edificio de departamentos ubicados cerca del río. Su hogar es el apartamento ubicado en el último piso. Observo con atención el lugar: es un sitio acogedor, muy amplio y decorado con buen gusto. Está más ordenado de lo que pensé, pues esperaba encontrar ropa tirada por el suelo y algunos periódicos desperdigados. Después de todo, es hombre.

Wakabayashi cierra la puerta con llave y se dirige hacia el minibar; "¿quieres tomar algo?", me pregunta al tiempo que se sirve una generosa cantidad de vodka con un poco de jugo de uva, "yo en lo particular necesito un trago". Niego con la cabeza; uno de los dos debe conservarse sobrio. Cruzo la habitación para llegar hasta la terraza; él me sigue con el vaso en la mano. Ambos nos quedamos callados varios minutos, contemplando la vista: se alcanza a observar gran parte de la ciudad y una buena parte del río, el cual está iluminado por la luz de la luna. Sí, es una noche hermosa y... romántica.

Conocí a Liesl hace varios años.- empieza a decir, en voz baja.- en un partido amistoso del equipo. Hasta recuerdo haberle firmado un autógrafo. Hermann Kaltz me hizo mucha burla por eso. A partir de ese día ella tomó la costumbre de ir a los entrenamientos, pretextando que llevaba a sus hermanos, pero la verdad era que iba a verme jugar. No tardé en pedirle una cita, ella en verdad me gustaba.- yo desvío la mirada. No puedo evitarlo: me siento celosa.- al poco tiempo nos hicimos novios.- continúa. Afortunadamente no se dio cuenta de mi reacción.- un año después le pedí matrimonio, de verdad creía que la amaba lo suficiente como para casarme... .- enmudece por varios minutos. Me doy cuenta que no es fácil para él hablar de esto.

¿Y que sucedió?.- le pregunto con suavidad.

Le ofrecieron una excelente oferta de trabajo en Moscú, la cual ella aceptó sin decírmelo antes. Liesl deseaba dejar Alemania: su vida aquí no había sido muy buena. Estaba ansiosa por irse a otro lugar y comenzar una nueva vida. Yo estaba furioso y tuvimos una discusión muy fuerte esa noche. No me malentiendas: me daba gusto por ella pero me molestó el hecho de que no me preguntara si yo estaba de acuerdo en irme para allá. Tomó la decisión por ambos. Mi carrera estaba en ascenso, me había esforzado mucho por llegar hasta donde estoy y yo no estaba dispuesto a dejarlo todo por irme con ella. Fue entonces cuando descubrí que no la amaba lo suficiente. Esa noche le dije que me importaba más mi carrera que irme a otro país a apoyar la suya. Y rompí el compromiso sin más.

Me quedé unos instantes contemplando el río. No sabía verdaderamente qué decir. Estaba segura que yo era la primera persona que escuchaba esta confesión de sus labios.

Así que, como vez, ese periodista no se inventó nada. Solo dijo la verdad.- me dice con un tono amargo que va muy acorde con su estado de ánimo.

Tal vez algún día vuelvan a estar juntos.- murmuro. Él esboza una sonrisa triste.

No lo creo. Ella continuó con su vida y yo hice lo mismo con la mía. Además, Kaltz me dijo que está comprometida de nuevo; él todavía mantiene contacto con ella. Solo espero que esta vez le vaya mucho mejor.

Lo lamento mucho. De verdad que sí.- ¿por qué no puedo decir algo que suene menos vacío?

No lo hagas, está bien. Yo ya dejé de amarla, aunque jamás olvidaré todo lo que la hice sufrir.

Wakabayashi se dirige a la segunda puerta que hay en la terraza; evidentemente conduce a su habitación. Él entra, sin prender las luces y se sienta en la cama matrimonial en la que duerme. Yo, sin pensarlo mucho, lo sigo y me siento a su lado. Ambos nos quedamos mirando hacia el vacío.

Esa vez juré que no volvería a enamorarme de nuevo.- me dice en voz muy baja.- Y lo peor de todo es que ahora voy a tener que comerme mis palabras.

Siento su respiración en mi cuello. Por primera vez me doy cuenta de lo peligroso de la situación: estamos solos, en su habitación, con las luces apagadas, con esta enorme fuerza de atracción entre nosotros. Mi cerebro me grita que salga de allí inmediatamente, pero mi cuerpo no se mueve. Volteo a verlo y descubro que su rostro está muy cerca del mío, sus ojos brillan con un deseo contenido. Sus manos están muy cerca de tomar las mías; yo volteo a verlas y no puedo reprimir un pensamiento: cómo desearía que esas manos me tocaran. La situación se ha tornado peligrosa. Mi cabeza me grita que corra, pero yo no puedo mover ni un músculo. Sucumbo ante su mirada: me tiene presa. Él se acerca y me besa en la boca, con un poco de duda, como si aún no estuviera seguro de qué hacer. Yo solo puedo pensar que uno de los tantos rumores que hay sobre él es cierto: besa extraordinariamente bien. Ambos nos quedamos sin aliento; él me mira como esperando que lo abofetee, que lo detenga, que impida que haga algo que ambos hemos deseado hacer desde que nos conocimos. Y sé que debería haberlo hecho, pero ya era muy tarde: la suerte estaba echada.

Me acerqué y lo besé con pasión. Él no tardó en corresponderme. Sus manos recorren mi espalda y mi vientre, navegando por debajo de mi ropa. Empieza a desnudarme rápidamente, como si aún temiera que fuese a arrepentirme. Yo le zafo el nudo de la corbata, le desabotono la camisa negra, mientras sus manos continúan acariciando mi piel y sus labios comienzan a explorar mi cuello y mis hombros desnudos. Yo recorro su espalda musculosa con mis dedos, le acaricio la nuca, le beso el pecho desnudo. Nos deshacemos de lo que queda de nuestras ropas y comenzamos a amarnos con desesperación. Él susurra mi nombre entre beso y beso. Yo susurro el suyo entre cada caricia. Al final, ambos nos fundimos en uno solo: somos dos corazones latiendo en un solo cuerpo...

Dormité en sus brazos como si siempre hubiese sido su amante. Al poco rato él se levantó a cerrar la puerta que conducía a la terraza. Volvimos a hacerlo de nuevo (de hecho varias veces) durante la noche, demorándonos todo el tiempo del mundo para conocer nuestros cuerpos y para disfrutar del acto en sí, como si nunca antes lo hubiésemos experimentado. Al final, ya cerca de la madrugada, nos dejamos caer uno al lado del otro, exhaustos. Él me susurraba frases tiernas al oído mientras me mecía suavemente; lo último que alcancé a escuchar fue: "¿qué me has hecho? Estoy loco por ti, no puedo sacarte de mis pensamientos", antes de quedarme profundamente dormida entre sus brazos...