Una noche más.

Epílogo.

Un buen día, seis meses después de que se publicó la exclusiva, al llegar al trabajo mi jefe estaba esperándome a la entrada del edificio. Al parecer, había alguien en mi oficina, una persona que quería decirme algo sobre uno de mis reportajes. Yo protesté, pero mi jefe no me hizo caso, me dijo que era algo que solo yo podía resolver y que tenía que hacerlo en persona. Todo el camino hacia mi oficina me la pasé farfullando sobre los desgraciados que no estaban de acuerdo sobre lo que se publicaba acerca de sus estrellas; como si yo me inventara datos, no es mi culpa que los deportistas sean simples seres humanos.

Entré como huracán al departamento donde trabajaba, ya estaba harta de tener que lidiar en persona con esas gentes. ¿Por qué no me mandaban mejor un maldito e-mail? Mis asistentes salieron pretextando que querían tomarse un café, y me dejaron sola con el o los tipo(s) que había ido a quejarse. "Lo que me faltaba", pensé, "voy a despedirlos cuando regresen".

Había una persona sentada en el diván del fondo; yo empecé a soltar una perorata sobre la libertad de expresión del país, el derecho de los reporteros a indagar y publicar los datos de la gente a la que investigamos, y hasta del derecho que tenemos las mujeres a trabajar en lo que se nos pegue la gana, cuando una voz masculina, una que tantas veces había escuchado en mis sueños estos últimos seis meses, dijo fuerte y claro:

- Aún me debes un desayuno.

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Lily de Wakabayashi