Cuando el tiempo se detiene
Había llegado al lugar donde van los valientes y cobardes, los que viven más allá del tiempo o son olvidados...Era como un sueño que comenzó siendo una pesadilla. Horas eternas pasaron, semanas tal vez, hasta que logré cruzar de la mano de Caronte la laguna Estigia, y pisar la orilla donde todos sonreían. Atrás quedó la oscuridad de la vida y la oscuridad de la espera. ¿Por qué tardaste tanto en dejarme descansar?¿Es porque te negabas a dejarme marchar o, acaso, Aquiles, te olvidaste de darme tributo mirando su rostro? Su belleza era lo que más odiaba, porque ni yo, amante de hombres, pude dejar de admirarla. Para mí, más hermosa que Elena: Briseida. Como elogié su pelo y su cuerpo... Pero nunca quise besar sus voluptuosos labios, nunca la deseé. Mi odio no era más que admiración y celos. Ella era diferente a las demás, era especial y él lo sabía. ¡Si ese secreto lo hubiera tenido yo, solo yo!...Hubiera sido su amigo, la hubiera abrazado y la habría acompañado en sus penurias, compartido sus confidencias. La hubiera querido como una hermana, solo eso, porque mi amor es para él...Aquiles. Él descubrió lo fantástica que era y ella lo maravilloso de su ser, de su alma; y llegó a su corazón sin forzar la entrada más que con tiempo y confianza. Amor...eso que yo intenté darle, que tantos le ofrecimos y eligió, privilegiada belleza, el suyo. Por más que intenté sentirme feliz por su unión, por más que me dije todas las noches " Intenta quererlos ", ese sentimiento que procuré plantar hacia Briseida se pudrió bajo la tierra siempre húmeda de los celos... Yo también le había amado y ya no existía en sus sueños, ni en su boca sin labios, ni en su cama, un soplo de mi esencia: ella lo borró todo a tu paso. Sin quererlo me tiró al fango de la desesperación, haciendo que dudara de él, de todos, de mi mismo. Y no la culpo por mi muerte ni por mis faltas, dispuesto a darle la espalda para que mi corazón no sufriera más. Yo sé que la culpa fue mía, mi gran estupidez mereció la corrupción de mi joven cuerpo. Quería demostrarle que aun podía sorprenderle, que podía ser como él, pensando que así me amaría de nuevo, de nuevo me besaría. Pero simplemente... caí. Caí en el polvo y me arrancaron el alma atravesando mi pecho. Recuerdo el peso de su armadura mitigando mi respiración, pegándose a la piel abierta y lacerante. La oscuridad. La soledad. ¿Cuántas veces me juré que moriría a su lado, cuantas veces lo imaginé mientras él dormía sobre mi espalda? Me río ahora al pensar lo triste que es vivir soñando...
Aquí hay muchos de los nuestros y charlamos de pasado en este tiempo que no se mueve. He hablado con Héctor también, largo y tendido, ahora que hay tiempo para la palabra; y aunque no merezca la pena pedir perdón, en un absurdo tono de disculpa discutimos mi muerte y terminamos riendo, pobres necios, de lo que dejamos atrás. Le hice un relato de mi infancia, del transcurso entre la escuela de armas y la de literatura, de mi negada aptitud para la música, las cacerías y los baños en la costa. También los atardeceres en el patio de casa de Aquiles mientras escuchábamos historias interminables de batallas que alimentaban su corazón aventurero. Confesé que fue una de aquellas tardes cuando decidí seguirle, para siempre. Y Hector rió al imaginarle en la situación de una mujer embarazada y un amante varón a las puertas...Ahora todo parece tan ridículo...Pero cuanto costó aceptarlo entonces. Él también tiene una vida entera que contar y yo escucho con atención las historias de su curiosa familia, su preocupación por el amor de su vida y su pequeño, mientras me invade la extraña sensación de que fue hace tanto tiempo que polvo es ahora el oro de Grecia, el oro de Troya. En este eterno hoy no hay cabida al rencor porque de nada sirve ya enfadarse.
No estamos siempre juntos. Unos van y vienen, otros nos dejan para siempre bebiendo del Leto...El Leto...¿Cuantas veces he estado tentado de probar y olvidarlo todo?...Mi estúpido comportamiento, mi estúpida muerte...el dolor que te causé...Pero es que hay tantas cosas que no quisiera olvidar...En este tiempo estático puedo recordarlo todo, aquí nada se pierde y el más grande de los pesares revive como el primer día. Es por eso que la gente prefiere recordar las cosas hermosas y él era el más bello recuerdo de una vida bajo la espada...mi primo el burlón, el maestro, mi amigo y confesor, confidente... y alegre el día en que nuestros cuerpos se juntaron por primera vez y pude decir que era y fue mi amante. Aún recuerdo y me ruborizo ante el dolor virginal y me excito por la visión de las noches más ardientes, aquella boca sin labios que me recorría, mi nombre en su grave voz, esa forma sensual de moverse sobre mi...Si recuerdo su tacto enmudezco y con la piel erizada lloro porque nunca me he sentido más feliz y jamás podré volver a serlo. Si vuelvo a renacer todos mis tesoros y felicidad se los llevaría el Leto, el tentador Leto...
No percibo la eternidad y cuento el tiempo por la gente que va llegando, aunque esa realidad aquí no exista. ¡Como hecho de menos las noches y los días! Esto es solo claridad, una grotesca mezcla de amanecer y anochecer, el arco divisor de un tiempo congelado. Y penetra en mi, en ocasiones, la morriña de lo que era sentir sueño solo por tumbarme a su lado. He conocido a troyanos nobles y pobres, a sus familias, a los padres de personajes que vi antaño y que alegremente se abrazaban con sus reencontrados hijos y también hijos que esperaban a padres y a novias y a novios que buscan a sus parejas, a madres y abuelos, hermanos, amigos...Aquí estamos todos: gente de piel oscura, de piel clara, hay rubios cobrizos y rubios blanquecinos, gentes de lugares lejanos que te miran con curiosidad entre sus mantas de gruesa piel y personas de piel carbón, como contaba Filoctetes, que casi van desnudas. Es gracioso y es triste...es ciertamente desconcertante... ¿Pero a cuantos más veré hasta poder alcanzarle y pedirle perdón, suplicar por una mirada?¿Y donde estará ella entonces, Briseida? A su lado tal vez...los dos canos, de la mano... Hay miles como yo y, bajo este techo burlón, me siento insignificante...
¿Qué se hace cuando no se puede esperar el mañana? Ese era el único consuelo al que me atenía cuando aun podía vivir "Tal vez mañana..." me decía y siempre había esperanza, pero lo que me derroca ahora no es la imposibilidad sino la espera, la agónica incertidumbre. Y entonces, en un momento cualquiera de esta eternidad, mi nombre retumbar en el espacio infinito con la familiar voz que guiaba potentes carros de guerra. Me giro lleno de júbilo, mis ojos ven lejos, mas lejos que nunca. Atravesando este mar de gente llego a su encuentro y le abrazo lleno de pena al ver su cuerpo aún joven. Cayó en la batalla como un héroe, lo sé, sé que siempre será inmortal. Mi corazón se divide entre la alegría y el deseo frustrado de haber esperado mucho, mucho más y así saber que conoció y educó al hijo que dejó atrás y que vivió feliz. Mirando su rostro me alarmo y sonrío al descubrir unos labios que ahora le hacen alcanzar la perfección de un Dios. Me encierra en sus brazos y me besa, y yo le entrego todo mi ser como hiciera desde la primera mirada. Y, como ya dije antes, es estúpido disculparse, así que nos amamos como antaño: despacio, sin prisa, dejando el fluir de nuestros cuerpos a nuestro deseo y sonrío sobre su pecho sin atreverme a decir "te quiero". Cuando abro los ojos de nuevo, lo siento. Siento que blancos pies pisan la costa y los más bellos y luminosos ojos buscan los míos, los nuestros. Claro, se me olvidaba que es de ella, ahora y para siempre. Hasta el Hades le ha seguido sesgando su vida sin el menor temor. Ella era valiente, siempre lo he creído. Así que le suplico con la mirada que me deje soñar que es mío el tiempo que dura el recorrido de una lágrima y ella accede con una sonrisa. Lo llevo su encuentro y no espero despedida alguna, pero Briseida me toma las muñecas, me besa una mejilla y me pide que me quede. Y yo me inclino ante su falda porque, quién lo diría, ahora tengo toda la eternidad para aprender a quererlos en mi infinita soledad...
