Disclaimer: )suspiro( Si reconoceis algo que habéis visto publicado, es de la persona que lo publico, ya sea Rowling o quien sea. Es tedioso tener que poner estas cosas...

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IV

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La fuga de Harry

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Harry respiró hondo una vez. Dos. Una tercera y, poniendo la expresión más hosca que pudo, entró en el callejón Knocturn…

De inmediato le asaltaron los recuerdos de la única vez que había estado ahí. Los Malfoy intentando vender todos sus artefactos de magia negra por miedo a que el Ministerio les sorprendiera en un registro sorpresa, el miedo que había sentido al salir, rodeado de magos y brujos de aspecto horrible, Hagrid rescatándolo de las manos de la vendedora ambulante que le preguntaba si se había perdido…

El callejón no había cambiado nada. Seguía igual de lúgubre y mugriento que cuatro años atrás. "Si el callejón no ha cambiado pero ya no me da miedo, entonces soy yo el que ha cambiado", pensó Harry. Una leve sonrisa maliciosa se insinuó en su cara, atemorizando a una vieja vendedora ambulante (¿Era la misma de la otra vez? Quizá si, estaba tan sucia y ajada como ella), que se apartó de su camino. Ahora eran los demás los que le temían a él. Gratamente sorprendido, Harry se interesó por su aspecto por primera vez ese verano y se detuvo un momento a ver su reflejo en alguno de los sucios escaparates.

- ¡Sirius!- jadeó. Se abalanzó de golpe contra el cristal, intentando alcanzar el espectro de su padrino. Tuvo que apoyar todo su peso en él, pues le fallaron las piernas. En seguida se había dado cuenta de su error, de que la roña del cristal le había jugado una mala pasada.- Solo soy yo…

Miraba su propia imagen como habría mirado a Sirius de estar realmente atrapado al otro lado, en el mundo que hay detrás de los espejos. La tristeza se abalanzó hambrienta, dispuesta a cebarse en el corazón del joven después de tanto tiempo encerrada en un oscuro rincón de su alma. Los ojos ocultos tras el desastroso flequillo brillaban con las lágrimas contenidas, lágrimas que llevaba semanas sin derramar. Cada uno de los sentimientos que se había negado desde su llegado a Private Drive luchaba por imponerse al resto, abrumándolo. Dolor. Ira. Soledad. Culpa. Impotencia… Venganza. VENGANZA. Se aferró a ese sentimiento, apretando los dientes. La humedad de sus ojos se evaporó tan rápido como había brotado, dejando tras de sí un brillo muy distinto. Un brillo incandescente. Dio media vuelta bruscamente y siguió internándose más decidido que nunca en el callejón. Ahora la gente se apartaba apresuradamente de su camino, sin atreverse a dirigirle una segunda mirada, ni de reojo, a ese joven. Era peligroso.

En un murmullo inaudible, sus labios pronunciaron ocho palabras.

- Lo siento, padre. Ahora quiero parecerme a él.

Una hora más tarde volvía por el callejón Diagon camino del Caldero Chorreante con una bolsa más, bastante llena.

Cuando llegó a casa de sus tíos ya era noche cerrada. Los Dursley estaban sin duda profundamente dormidos. Dudley estaba por ahí con sus amigotes. A su madre le había dicho que se quedaba a dormir en casa de uno de su pandilla, pero Harry estaba convencido que andaba por ahí, haciendo de las suyas. A él le venía de perlas que hubiera dado esa excusa, pues así sus tíos no le esperaban despiertos y no se darían cuenta de nada. Le resultaba muy difícil mantener todas las bolsas ocultas bajo la capa invisible de su padre, que amenazaba con caerse a cada paso que daba.

Dejó sus compras en la parte de atrás del jardín, justo bajo su ventana, y cogió una única cosa de la bolsa más sucia y arrugada. Era algo que había comprado en Borgin y Burkes, algo del mismo estilo que la Mano de la Gloria que había querido Draco Malfoy, esa mano amputada que, al ponerle una vela, iluminaba solo al que la llevaba. Pero Harry encontraba su compra mucho más interesante que es estúpida mano. A primera vista parecía una simple cuerda, sin nada excepcional, pero a una orden de su dueño un extremo de la cuerda se elevó en el aire y entró por la ventana. Harry se ató el otro extremo alrededor de la cintura y se agarró fuertemente.

- Súbeme- ordenó. En la habitación, la cuerda empezó a enrollarse en el suelo, izando a Harry hasta la ventana, por donde se coló en su casa.

Harry observó a su apreciada lechuza, Hedwig, ocultando su cabeza bajo el ala, aparentemente dormida. El muchacho sabía que su alada amiga solo fingía. El ave, de plumaje blanco como la nieve virgen, no solo era la más hermosa que él había visto, también era la más inteligente. No tenía la menor duda de que Hedwig sospechaba lo que pretendía hacer su dueño y no lo aprobaba. La acarició cariñosamente mientras le hablaba.

- Sé que no te gusta mi plan, pero no me queda más remedio. Tengo que ir. Aquí no puedo hacer nada más que sentarme a perder el tiempo.- La lechuza al fin levantó la cabeza y le miró. Estaba seguro de que lo que veía en esos grandes ojos ámbar era pesar.- Debes irte. A dónde yo voy correrías un grave peligro. Tú siempre sabes donde encontrarme, así que espera a que regrese para volver conmigo otra vez.- Hedwig ululó, agitando las alas indignada.- Sé que no tienes miedo, preciosa. Pero yo sí. Temo por ti. Y no quiero que te pase nada. No puedo arriesgar a nadie más. No soportaría perderte a ti también. Ve con Ron o Hermione. Ellos sabrán cuidarte. Además, Pig puede hacerte compañía.- Hedwig chasqueó el pico con disgusto. Estaba claro que opinaba que la minúscula lechuza de Ron, tan parecida a una snitch con alas, era una vergüenza para todas las lechuzas. Era alocada, histérica y no sabía comportarse con dignidad. Harry sonrió con ternura a su amiga, acercó su brazo a la entrada de la jaula y esperó a que Hedwig subiera a él. Cuando se hubo subido a su hombro se acercó a la ventana, por donde se alejó volando después de pellizcarle cariñosamente la oreja. Cuando la perdió de vista se volvió a mirar su pieza. No iba a echarla de menos, pero incluso allí habitaban un par de recuerdos de Sirius, como lo mucho que se molestaba cada vez que recibía una carta de su padrino pidiéndole que no se metiera en líos. Parecía que hubiera pasado un siglo, y no a penas un año. Harry se sacudió los recuerdos con un gesto brusco de la cabeza y se puso a llenar su baúl con todo lo que iba a necesitar, y también con todo lo que tenía un lugar en su corazón.

Una vez terminó de empacar, Harry volvió a mirar la habitación. Era sorprendente lo fría que parecía ahora que estaba medio vacía. Nunca hubiera imaginado hasta que punto había reclamado esa parte de la casa para sí mismo como para que pareciera completamente distinta sin sus cosas. Ató con su nueva cuerda el baúl y la jaula de Hedwig y ordenó los bajara por la ventana. Una vez llegaron abajo, se descolgó por la cuerda y dándole un tirón le ordenó:

- Ven.- La cuerda bajó, enrollándose ordenadamente. Harry desató sus cosas para embutir como pudo las compras en el baúl, que apenas podía cerrar, y volvió a atarlo todo.-Llévalo junto a mí. Sin arrastrarlo, no queremos hacer ruido.

Sus cosas se elevaron unos centímetros del suelo y, moviéndose como una serpiente, la cuerda las llevó al lado de Harry, que se cubrió con la capa y las tapó como pudo. Un buen trozo de cuerda quedaba fuera, pero aún si había alguien observando a esas horas, la escasa luz de la calle sería suficiente para que pasara desapercibida. En cuanto a sus guardianes, Harry estaba seguro de que después de cómo se puso el año anterior y su insistencia en que le dejaran solo para llorar a Sirius, se mantendrían en puesto de observación alejado. La cuerda pasaría desapercibida.

Después de caminar muchas manzanas y esperar un buen rato para asegurarse de que nadie parecía estar espiándole a escondidas, se quitó la capa y desanudó la cuerda. Harry quería mantener la cuerda escondida de miradas curiosas, por si la reconocían por lo que era, pero a mano por si la necesitaba, así que optó por hacer que se enrollara en su cintura y la tapó con la camiseta. El contacto de esta en su piel era frío y áspero, y estaba convencido de que para cuando llegara a su destino tendría una buena rozadura. Sacó la varita de su baúl.

Con las primeras luces del amanecer, Harry levantó su varita, como llamando un taxi, y con un estruendo apareció el autobús noctámbulo, donde le esperaba a Harry una gran sorpresa. El vehículo frenó con un chirrido, y las puertas se abrieron justo delante de Harry.

- Bienvenido al autobús noctámbulo, transporte de emergencia para el brujo abandonado a su suerte.- recitó con voz monótona el cobrador.- Alargue la varita, suba a bordo y lo llevaremos a donde quiera. Me llamo Percy Weasley. Estaré a su disposición…- Harry casi se delata por la sorpresa. Ahí, delante suyo, se encontraba el tercero de los Weasley, el más ambicioso y orgulloso de los hermanos de Ron, vestido con el triste uniforme de cobrador, unas ojeras enormes y una cara de hastío como jamás había visto. Percival Ignatius Weasley, ex asistente júnior de Cornelius Funge, antiguo ministro de magia inglés, había caído en tal desgracia que se había visto obligado a trabajar en el autobús noctámbulo. Se preguntó si los Weasley sabrían algo de todo esto. Conociendo a Percy, seguro que su orgullo no le había permitido acercarse de nuevo a su familia después del desplante que les hizo el año anterior, cuando les acusó de frenar su carrera y se marchó de su casa. Harry pensó que se lo tenía bien merecido. No le había tratado nada bien durante la vista en que se decidiría si se le expulsaba de Hogwarts por haber realizado un encantamiento patronus siendo menor de edad y en presencia de su primo, un muggle.

- ¿Piensa subir o no?- dijo Percy irritado, sacando de su ensimismamiento a Harry.

- Claro, coja mis cosas.- dijo Harry con voz gutural, sin poder disimular del todo su sonrisa. Era un placer para él darle ordenes como si fuera insignificante.- ¿Cuánto será un billete para Hogsmeade? Sin nada de nada.

- Veinticuatro sickles.- Harry le dio un galeón de oro y siete sickles de plata.- Sígame.- Percy le llevaba al segundo piso. Aunque ya era de día, aún no habían cambiado las camas por sillas. Pero Percy no era la única sorpresa que le esperaba en el autobús. Sentado al volante ya no se encontraba Ernie, el viejo conductor que conoció cuando también se escapó de Private Drive en tercero, después de inflar a la tía Marge. Al parecer, Ernie Prang ya se había jubilado, y habían promocionado a Stan Shunpike, cuya vacante estaba cubriendo el hermano de Ron. En el segundo piso, Percy le indicó una cama desocupada.- ¿Nos conocemos? Su cara me resulta familiar…

- Todo el mundo dice que me parezco a ese Sirius Black.- Percy no parecía muy convencido con su explicación.- Ahora si no le importa, estoy cansado. Despiérteme cuando lleguemos a Hogsmeade.- Se metió en la cama y corrió las cortinas. Esperaba que Percy no cayera en la cuenta de que era él, al menos no hasta que su pista se hubiera enfriado, o tanto esfuerzo no habría servido para nada.

Harry estaba realmente cansado después del ajetreo del día anterior. Ida y vuelta en tren a Londres, su visita a los callejones Diagon y Knocturn, cargar con los paquetes… Llevaba despierto casi veinticuatro horas, y al poco de echarse en la cama se quedó profundamente dormido. Ese día fue el primero en que no revivió en sueños lo sucedido en el departamento de misterios. Casi al mediodía le despertó Percy.

- Señor. ¡Señor! Su parada. Estamos en Hogsmeade.- Harry despertó sobresaltado, aplastándose instintivamente el flequillo para ocultar su cicatriz. Por la cara de Percy, éste no la había visto, pero una sombra de sospecha cubría su rostro. El gesto que acababa de hacer ese joven de pinta extraña le recordaba a alguien… Desechó la idea y le acompañó a la salida, dejó sus cosas en el suelo junto a Harry con gruñido y volvió a montarse en el autobús sin despedirse. Para esa noche ya había olvidado a ese pasajero que le resultaba tan familiar.

Harry se aseguró de que no había nadie cerca que le viera y se levantó la camiseta. Cuando la cuerda se hubo desenrollado, Harry se acarició la cintura con cuidado. Dio un respingo. Se había despellejado y le escocía una barbaridad, como suponía. Volvió a atar sus cosas e hizo que la cuerda le siguiera. Se dirigía a la Casa de los Gritos.