Disclaimer: ...Harry Potter de Rowling... trama de Lana Lang.... Yo no pinto nada...
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VI
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La ausencia de Harry
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Cornelius Fudge, ex ministro de magia, estaba haciendo cuanto estaba en su mano por olvidar. Ya era su sexta copa de whisky de fuego y la embriaguez era como una manta cálida que le envolvía, pero no conseguía librarse de los recuerdos. Lo que sí había conseguido era cierto distanciamiento respecto a estos. Aunque su mente siguiera reviviendo todo lo que había hecho por desprestigiar a Albus Dumbledore y al chico, Potter, y su empecinamiento en negar que tuvieran razón respecto al regreso de quien-no-debe-ser-nombrado, ya no se sentía culpable. Si lo pensaba fríamente, era lógico que no les hubiera creído. No había ninguna prueba, tan sólo la palabra de un chiquillo que no paraba de buscarse líos para conseguir la fama. La única prueba que le habían ofrecido, si se le podía llamar así, era el descubrirle que uno de los profesores de Hogwarts había sido un mortífago. ¿Cómo confiar en la palabra de alguien que había sido seguidor de quien-todos-saben? Y era evidente que la noticia no había sorprendido al viejo entrometido, él sabía a quién había contratado desde un principio, ¿no? Sus sospechas eran perfectamente razonables. Pero el resto de la comunidad mágica no lo había visto así. Habían creído que él lo había tapado todo a propósito. Que todo lo ocurrido durante ese año se debía a su incompetencia y su ambición. ¡Su ambición! Cuando él había actuado desinteresadamente en beneficio de todos… Una sombra cubrió su mesa e interrumpió sus pensamientos.
- ¿Qué hace un ministro como usted en un cuchitril como este? –dijo con sorna una voz grave pero joven.
- Ya no soy ministro. ¿Es que acaba de salir de una cueva o qué? –contestó irritado levantando la vista. Ante él se encontraba un hombre de estatura media, con una larga y enredada melena y una poblada barba. Vestía con ropa muggle muy vieja y andrajosa. La voz le había parecido joven, pero cuando logró enfocar su mirada en los ojos verdes de su interlocutor dudó. Esos ojos parecían desmentir el resto de la apariencia de aquel hombre. Tras lo que parecía un brillo burlón, era una mirada que hablaba de una larga y dura vida, llena de pena y rencor.
- Algo así. –De nuevo ese tono sarcástico. –Así que no ha conseguido mantener su puesto tras el regreso de Voldemort, ¿verdad? –Fudge dio un respingo al escuchar el nombre, y derramó la mitad del contenido de la copa que tenía en la mano.
- ¿Cómo se atreve a…?
- Aún no ha sufrido bastante por sus pecados, Fudge. –Sus ojos verdes seguían clavados en los del borracho, que rehuía su mirada, incapaz de soportar la acusación que veía en ellos. Todas las excusas que el alcohol le había susurrado al oído se desmoronaban. Si no se libraba de su indeseado acompañante pronto, las copas ingeridas durante la tarde perderían su efecto.
- Váyase. –Imploró con voz temblorosa. –No me atormente más.
- Nadie tiene más derecho que yo a atormentarle, Fudge. –Su voz había abandonado la ironía y se había vuelto dura y fría. –Pero creo que durante un tiempo solo será necesario un espejo para eso.
Fudge no le vio marcharse, estaba demasiado ocupado mirándose las puntas de los dedos. Pero cuando la sombra se retiró de la mesa suspiró aliviado. ¿Por qué le había afectado tanto aquel joven? No se sentía tan desgraciado desde que le habían comunicado que debía abandonar su puesto debido a la moción de censura presentada contra él. Estaba convencido que lo que más le había perjudicado había sido el hecho de que se descubriera que Lucius Malfoy, con quién tan buenas relaciones mantenía, era un mortífago. Ese había sido el golpe de gracia para terminar con su carrera.
Al final tendría que empezar de cero otra vez con las copas. Se sentía más sobrio que nunca.
Severus Snape fue de los primeros en sentarse a la mesa. Los alumnos ya habían llegado a Hogsmeade y estaban de camino, por Harry Potter no se encontraba entre ellos. Pero al contrario que al resto de profesores, esa noticia ni le sorprendía ni le preocupaba. Una sonrisa se instaló en su cara. El estúpido y arrogante hijo de James Potter al fin se había dado cuenta de la verdad. Al menos había de reconocerle que había madurado algo, pues al fin se enteraba que nada de lo que ocurría era un juego. Había sido necesaria la muerte de su padrino, ese condenado Sirius Black, para que Potter se percatara del peligro que suponía andar jugando a los héroes cuando se tiene por enemigo al Señor Tenebroso. Él había advertido al crío incontables veces las consecuencias que acarrearía su arrogancia. Había hecho todo cuanto estaba en su mano para evitar que Dumbledore y los demás lo malcriaran, pero siempre le habían consentido que se entrometiera en asuntos que le venían grandes y habían confundido la suerte y las casualidades que le habían salvado hasta entonces por habilidad. Pero la suerte siempre acaba por terminarse, y ese verano casi lo había hecho. No podía decirse que le hubiera abandonado del todo, pues Lord Voldemort no había conseguido la profecía que tanto ansiaba y el crío había salvado el pellejo, pero al final hubo víctimas. Eso había logrado abrir los ojos de Potter de una vez por todas, y la cruda realidad había conseguido traspasar esa dura cabecita engreída y había corrido a esconderse en el rincón más oscuro y remoto a temblar de terror.
La comunidad mágica podía estar agradecida a Potter por una cosa. Con su patética huida había logrado mantenerles a todos a salvo de Lord Voldemort, pues en su obsesión por matarle, y sabiéndole lejos de la protección de Dumbledore, todos sus esfuerzos se habían concentrado en encontrarle, retrasando el resto de sus planes durante un tiempo. A él no le importaba mucho el estado en que se encontrara el alumno favorito de Dumbledore. Personalmente, era incapaz de entender por qué el profesor perdía tanto tiempo protegiendo a una sola persona. Lo ocurrido quince años atrás fue algo casual, provocado por el sacrificio de su madre, pero ahora el Señor Tenebroso había superado esa barrera y Harry Potter no era más que un niño cualquiera. Con mucha suerte, sí, pero tan importante como cualquier otro. La entrada de los alumnos interrumpió sus cavilaciones. Ahí estaban los otros dos entrometidos, Weasley y Granger, mirando a todas partes como esperando que su amigo saliera de algún rincón gritando "¡Sorpresa!". La sonrisa de Snape se ensanchó.
Rita Skeeter, periodista, paseaba furiosa en el salón de su casa. Hacía algo más de un año, esa maldita mocosa de Hermione Granger había descubierto su secreto, que era una animaga no registrada capaz de transformarse en escarabajo, y la había obligado a guardar silencio por casi un año. Pero había sido esa misma niña la que le había dado la oportunidad de escribir su mejor artículo. Una entrevista en la que Harry Potter explicaba al detalle el regreso de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado. No había sacado ni un knut por esa entrevista, pero la había devuelto al mundo editorial por la puerta grande. Ahora cualquier artículo que escribía encontraba fácilmente alguien que lo publicara. Cualquiera menos el que tenía encima de la mesa, junto a una copa y su querida pluma a vuelapluma.
El artículo se trataba nada más y nada menos que una serie de cortas entrevistas a numerosos magos y brujas de todo el país sobre el tema de moda: la desaparición de Harry Potter. Pero todas las publicaciones se negaban a publicarlo bajo el mismo pretexto: era demasiado deprimente. ¡Deprimente! Era realista. La comunidad mágica estaba desolada. El niño que sobrevivió, el único que había logrado derrotar al Que-No-Debe-Ser-Nombrado, había desaparecido sin dejar rastro. Por supuesto que la gente estaba más aterrorizada que nunca, por supuesto que se sentía desesperanzada. Y ella estaba segura de que la gente quería saber que los demás se sentían igual, que la gente quería saber que no eran los únicos que creían que Harry Potter había muerto y que ya no les quedaba ninguna esperanza. Pero los editores sencillamente decían que no sería su periódico, o su revista, o su lo-que-fuera, el que contribuyera a disminuir más la moral de la gente.
Bueno, pues si eso era lo que querían, Rita Skeeter iba a dárselo. Ella sabía adaptarse mejor que nadie a las exigencias de los editores. Si querían esperanza, ella les daría un artículo lleno de esperanza para todos. Aunque el artículo que desechaban era sencillamente genial, les daría la bazofia que pedían.
- Maldito sea Potter. –siseó una voz fría e iracunda. Voldemort estaba sentado en un viejo sillón frente a la chimenea, cuyo fuego proporcionaba la escasa iluminación que llenaba la habitación de sombras. Junto a la chimenea dormitaba Nagini, la enorme serpiente que tenía por mascota, y a los pies de Voldemort estaba postrado un hombre muy bajito, con una calva en la coronilla y una mano plateada. Peter Pettigrew, alias Colagusano, se estremecía ante la ira de su señor. -Parece que está aprendiendo a cerrar su mente bastante bien.
Durante todo el verano había intentado penetrar en la mente del maldito chiquillo, pero las poderosas protecciones de Dumbledore le habían impedido notar siquiera su presencia. Cuando el crío huyó de la tutela de Dumbledore creyó que era su oportunidad, que al fin estaba desprotegido, y que solo necesitaba una pista para encontrarlo y acabar con él de una vez por todas. Pero de nuevo fracasaba. Estaba claro que la misma cicatriz que les vinculaba advertía a Potter de lo que intentaba, y este, aunque torpemente, conseguía cerrarle el acceso a su mente. Todos sus intentos tenían el mismo resultado. Lo único que lograba ver en la mente del chico era una estúpida imagen en la que este debía concentrarse fuertemente para no revelar nada. Estaba harto de ver a un mago de pelo grasiento y nariz ganchuda llevando un estúpido sombrero con un buitre, un vestido verde ribeteado de encaje y un bolso rojo. Y a menos que Potter tuviera un secreto interés por el travestismo, eso solo podía significar que se concentraba en un recuerdo específico para cerrar su mente.
- Se… señor… -interrumpió Colagusano el hilo conductor de sus pensamientos. –Ya hemos localizado donde mantienen encerrados a Malfoy y los demás…
- Eso carece de importancia por el momento –repuso fríamente Voldemort. Toda su atención y sus esfuerzos estaban dedicados a un solo objetivo: encontrar y eliminar a ese maldito Potter. –No estarían donde están si hubieran cumplido con la misión que les encargué. –El fracaso de sus mortífagos había supuesto perder para siempre la profecía, y con ella la posibilidad de averiguar qué hacía que Harry Potter fuera tan peligroso para él. Si conociera el contenido de esa maldita profecía, podría encontrar la forma de acabar con el chico con facilidad, estaba seguro. Pero Malfoy, Bellatrix y los demás habían desaprovechado la oportunidad que él les había brindado al atraer a Potter al Departamento de Misterios, y Dumbledore le había arrebatado la oportunidad de matarlo. Potter siempre acaba estropeando sus planes y eso le desquiciaba. A Bellatrix ya le había dado su merecido y ahora estaba ocupada intentando enmendar su error buscándole. En cuanto a los sirvientes que habían quedado en manos del Ministerio… podían alegrarse de que estuviera demasiado ocupado en esos momentos para rescatarles. Cuando volvieran su lado recibirían el castigo apropiado por su incompetencia. -¿El chico de Malfoy sabe lo que tiene que hacer?
- Sí, maestro… Si P-Potter pone un pie en Hogwarts nos avisará de inmediato.
- Bien. Si vuelve a Hogwarts será más difícil llegar hasta él, pero al menos sabremos dónde está. Si no fuerais todos tan inútiles... –La voz del Señor Tenebroso era cada vez más y más colérica. –Crucio. –Voldemort empezó a descargar su frustración en Colagusano, que gritaba agonizando.
Al salir del Cabeza de Puerco Harry estaba furioso. Había ido en busca de información de los últimos movimientos de Voldemort, aunque solo fueran rumores. Pero tan pronto había entrado había visto a Fudge y no había podido controlarse. Y ahora estaba ahí fuera, paseando con los puños apretados en el atardecer de Hogsmeade, intentando calmar su genio antes de que le hiciera volver sobre sus pasos y acabar con Fudge ahí mismo.
- ¡Primer año! ¡Los de primer año por aquí! –le llegó un eco desde la estación.
- ¡Ya están aquí! –se sobresaltó Harry, que se apresuró a sacar su capa invisible de debajo la ropa y cubrirse con ella. -¿Ya es uno de septiembre? –Harry había perdido la noción del tiempo últimamente, y había olvidado completamente que otra de las razones por las que había salido de su escondite era averiguar en qué día estaban. –Debo darme prisa o me perderé la selección. –Soltó una carcajada ante su propia ocurrencia. No podía importarle menos la selección. Pero había decidido que no volvería al mundo mágico por la puerta de atrás. No, él iba a volver por la puerta grande, que Voldemort supiera que no le tenía ningún miedo, que viniera a buscarle. Y ¿qué puerta más grande que llegar durante el banquete de bienvenida, frente a todos lo alumnos y profesores? Debía darse en recoger sus cosas y llegar al castillo o para cuando hiciera su reaparición todos estarían en sus salas comunes. Harry echó a correr en dirección a la Casa de los Gritos.
