Bueno… Ya sabéis que los personajes no me pertenecen: son de JK (quién fuera ella, ayy).

Esta historia no tiene ningún tipo de advertencia porque es para todos los públicos y está hecha para que os riáis. Yo me lo pasé en grande escribiéndola, espero que vosotros lo hagáis leyéndola.

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El final del verano. Un chico de pelo moreno y revuelto paseaba por un camino pedregoso, cargando un pesado baúl. El muchacho rondaba la mayoría de edad. Era musculoso, aunque todavía su cuerpo no se había desarrollado del todo. En su barbilla ya se podía ver una barba prematura, aunque débil, y en su frente, tras un flequillo mal peinado, relucía una cicatriz, aún más marcada por el paso de los años. Harry Potter, arrastraba sus pies, al tiempo que hacía un gran esfuerzo para acarrear su baúl hasta la entrada de la casa. Hacía calor y en su frente asomaban unas gotas de sudor, debido al considerable esfuerzo.

-¡Harry, querido! ¡Ya has llegado! Deja que te eche una mano con eso- la señora Weasley salió corriendo de la madriguera, sujetando con su mano derecha un cucharón sopero de grandes dimensiones. –¡Ron ven ahora mismo! ¡Harry ya ha llegado!

Dos cabezas pelirrojas se asomaron por dos ventanas de la Madriguera. Una de ellas lucía una larga melena brillante. La otra lucía unos despeinados pelos de punta. Ron y Ginny se apresuraron a alcanzar a su madre hasta el camino de piedras que llevaba hasta la puerta de la casa.

-¡Locomotis!- gritó la señora Weasley, apuntando con su varita al pesado baúl que intentaba arrastrar Harry. –Pero, querido, ¿por qué no has avisado antes? Te esperábamos más tarde.

-¡Hola, señora Weasley! ¿Qué tal ha pasado el verano?- preguntó Harry, con una voz ocho octavas más grave de lo que era habitual.

-¡Harry!

Ginny Weasley había echado a correr al encuentro de su amigo. El viento agitaba su larga melena, que iba marcando el compás de su carrera. En los meses que habían estado separados, Ginny había crecido mucho más que el propio Harry. Ya no era una niña, ahora era una mujer y las curvas de su cuerpo empezaban a estar mucho más marcadas y voluminosas. La pelirroja se echó a los brazos de Harry y le estrujó en un fuerte abrazo.

-¿Qué tal estás, Ginny? ¡Estás muy cambiada!- se apresuró a decir Harry, sorprendido por el estirón que había dado la hermana de Ron durante aquellos meses.

-¿Tú crees? Eso dice mi madre

-Ya no le queda ninguna túnica bien. Estoy desesperada, Harry…- explicó la señora Weasley a voces desde la puerta, haciendo aspavientos, mientras dirigía el equipaje hasta el interior de la casa, -vamos a tener que comprar todo un vestuario nuevo.

-¡Harry, amigo!- Ron y Hermione también habían bajado las escaleras para reunirse con su amigo. Ron había estrechado la mano de Harry, dándole unas palmaditas en la espalda con su otra mano. Hermione fue mucho más afectuosa y también se había lanzado a los brazos de su amigo.

-¡Bienvenido! ¡Al fin! ¡Qué guapo estás!- comentó Hermione, echándole una ojeada de arriba abajo.

-Gracias. Tú también. Todos lo estáis- respondió Harry.

-Vamos dentro. Mi madre está preparando la cena y no queremos que se enfade porque lleguemos tarde- explicó Ginny.

El sol estaba cayendo en las montañas, al otro lado de la Madriguera. Los cuatro amigos se dirigieron, entre la luz enrojecida de la puesta de sol, hasta el interior de la casa. Apenas quedaban dos días para que empezara el colegio. Había muchas cosas que hacer y mucho que contar y planear. El último año en Hogwarts de los tres amigos tenía que ser brillante. Si los N.E.T.s se lo permitían, claro.

La cena en casa de los Weasley transcurrió como de costumbre. Toda la familia estaba contenta de estar de vuelta en la Madriguera, ahora que Voldemort estaba siendo vigilado por otros miembros de la Orden del Fénix. Después de dos años de servicio, las cosas no habían mejorado demasiado, pero los turnos de la Orden sí, por lo que la familia de Ron había podido abandonar su larga estancia en Grimmauld Place.

Los gemelos también habían asistido a la cena, aunque ahora compartían un apartamento alquilado en Londres. Su tienda de bromas cada vez iba ganando más fama y prestigio, por lo que muy pronto pensaban comprar su propia casa y hacer una serie de arreglos en la Madriguera. El resto de los hermanos Weasley, estaban sumidos en sus diferentes labores. Percy, trabajando en el Ministerio de Magia, y Charlie y Bill seguían ayudando con la Orden, además de estar ocupados con sus respectivos negocios.

Cuando por fin se acabó la copiosa cena con la que los había deleitado la señora Weasley, Fred y George se levantaron de la mesa y se fueron pronto a casa, excusándose porque tenían que abrir la tienda al día siguiente.

Los demás ayudaron a recoger los platos y la mesa. Sólo cuando todo quedó inmaculado y limpio, la señora Weasley decidió irse a la cama, acompañada del señor Weasley.

Los cuatro amigos se quedaron un rato hablando, contándose sus respectivos veranos, aunque pronto cayeron en la tentación de agarrar sus camas. A las once de la noche ya estaban todos con las luces apagadas y metidos en la cama, teóricamente, disfrutando de un merecido descanso.

Noche cerrada. Harry no podía dormir. No dejaba de revolverse en la cama, dando vueltas de un lado para otro. Hacía demasiado calor en aquella habitación. Los ronquidos musicales que estaba emitiendo Ron tampoco ayudaban demasiado a que Harry recuperara el sueño. Las pesadillas desde la muerte de Sirius habían aumentado y el insoportable calor del verano no habían contribuido al estado siempre despierto de Harry Potter.

Al salir de Privet Drive y alejarse de la que desde ahora iba a ser su casa para siempre, Harry pensó que podría conciliar el sueño otra vez. Pero se había equivocado. Era su primera noche fuera de la casa de sus tíos y seguía dando vueltas a su cabeza y a sus pensamientos.

Cansado de estar en la cama, Harry se incorporó y se sentó en uno de los lados, mientras introducía sus pies en las zapatillas de andar por casa. Pensó que quizá sería buena idea bajar a la cocina a buscar un vaso de leche caliente, por lo que cruzó la habitación lo más silenciosamente que pudo y salió de ella casi sin hacer ruido.

Al llegar al comienzo de la escalinata de la Madriguera, Harry comprobó que todavía había luz en la parte de debajo de la casa. Se quedó un rato escuchando atentamente, por miedo a interrumpir alguna conversación importante de los padres de Ron. Pero al poco tiempo de estar escuchando al comienzo de las escaleras, se dio cuenta que las voces que llegaban hasta él por el hueco, no eran más que las de Hermione y Ginny, riéndose escandalosamente.

Fue entonces cuando Harry continuó su descenso hasta el piso de abajo y asomó la cabeza al alcanzar la planta baja para que las chicas se percataran de su presencia.

-¡Harry! Pensábamos que estabas dormido- exclamó Ginny, contenta por la aparición de su amigo.

-Ven, siéntate a nuestro lado- sugirió Hermione. -¿No puedes dormir?

-No… hace demasiado calor allí arriba.

-Sí, nosotras estábamos igual, por eso hemos bajado- explicó Ginny.

De repente se formó un silencio molesto entre los tres amigos. Hermione y Ginny habían cortado repentinamente la conversación que habían estado manteniendo momentos antes de que Harry llegara, por lo que éste se sintió bastante incómodo de estar allí sentado con ellas.

-¿He interrumpido algo?- preguntó discretamente, aunque muerto de la curiosidad.

-No, sólo estábamos… ya sabes- intentó explicar Hermione, llevándose un mechón de pelo detrás de la oreja- manteniendo una conversación de chicas.

-Ya veo…Pues seguid, yo sólo quiero coger un vaso de leche- les incitó Harry, dirigiéndose hacia el refrigerador.

Las dos amigas se miraron una a la otra y soltaron una carcajada. Era evidente que habían estado cotilleando demasiado sobre algunos y que ahora era difícil esconder su diversión, incluso con Harry delante. Harry hizo como que no le importaba la reacción que habían tenido, pero en el fondo estaba muerto de curiosidad, aunque lo disimuló bastante bien introduciendo su cabeza en el frigorífico, en busca de una botella de leche que ya estuviera abierta.

-¿Por… por qué estáis armando este escándalo?- preguntó, de repente, un Ron super dormido y con los pelos más que despeinados, en lo alto de la escalera. -¿Y qué hacéis todos despiertos aquí?

-Ron, llegas justo a tiempo- comentó Harry, dando un sorbo al vaso de leche que acababa de servirse. –A lo mejor tú eres capaz de convencer a estas dos para que te cuenten qué es lo que tiene tanta gracia- argumentó Harry, señalando a las dos chicas.

Estaba claro que ellas no tenían ninguna intención de decir ni una palabra y Ron estaba tan dormido que tampoco parecía sentir ningún interés en saberlo. El menor de los varones Weasley hizo amago de sentarse en una de las sillas que había al lado de Hermione, pero en lugar de eso permaneció de pie, rascándose la cabeza, con un ojo más abierto que el otro y comentó:

-¿No os parece que hace demasiado calor?

-Sí, ¿por qué no vamos fuera?- sugirió Harry. –Allí estaremos mucho mejor.

-Ir yendo vosotros, ahora os alcanzamos- contestó Hermione, ansiosa por acabar la conversación que Ginny y ella estaban manteniendo antes.

-Mujeres…- se quejó Ron, abriendo la puerta y dejando pasar a Harry por ella – El día que las entiendas, amigo, mándame una lechuza. Será un gran día para los chicos.

-Estoy de acuerdo- dijo Harry, alzando su copa a modo de brindis.

Los dos amigos se sentaron en la mesa de madera que los señores Weasley siempre tenían instalada en el exterior durante la temporada de calor. No era demasiado cómoda, pero definitivamente fuera se estaba mucho mejor que en la casa. Hacía una de esas noches pegajosas, en las que cualquier tipo de prenda molesta porque se queda pegada al cuerpo. Las chicas no tardaron demasiado en salir. Hermione fue la que primero alcanzó a Harry y a Ron y se sentó al lado de éste. Ginny, sin embargo, había subido un momento hasta el baño y bajó un poco más tarde.

Cuando ésta abrió la puerta de la casa, pudo ver cómo sus amigos estaban entablando una conversación muy animada en la mesa de picnic. Pero cuando se disponía a reunirse con ellos, le dio la sensación de que había visto algo de refilón, en uno de los laterales de sus ojos. Ginny se giró y miró hacia el jardín que había enfrente de la Madriguera. Parecía haber un objeto brillante, reposando en la hierba.

La pelirroja caminó con cautela hacia donde estaba el misterioso objeto, abriéndose paso entre la hierba seca y los matorrales mal cortados de la Madriguera. Cuanto más se acercaba, más relucía el objeto, aunque Ginny no alcanzaba a distinguir su forma desde la distancia que estaba.

-¡Hey! ¿Ginny a dónde vas?- preguntó Hermione, que se había dado cuenta de que la pequeña de los Weasley estaba desviando su camino, como intentando perseguir algo.

-Aquí hay algo muy extraño. Esperad, ahora voy.

-Será mejor que vaya a echar un ojo- comentó Ron, incorporándose para ir hacia donde estaba su hermana.

-¿Está muy protector o me lo parece a mí?- le preguntó Harry a Hermione, una vez que éste se había ido.

-Creo que se ha dado cuenta de que Ginny ya no es una niña pequeña y eso le pone los pelos de punta…

Ron pegó una carrera hasta donde estaba su hermana, que ya podía distinguir qué era lo que brillaba con tanta intensidad.

-¿Qué es lo que pasa?- preguntó el pelirrojo.

-Mira, un medallón- exclamó Ginny.

-¿Y para esto has venido?- se quejó Ron, agachándose para recoger el medallón brillante que reposaba sobre la hierba.

-¡No, espera! ¿Y si no es bueno que lo cojamos?

-Vamos, Gin, no es más que un medallón antiguo. Seguramente lo habrá traído papá de la oficina o….

-¡Eh! ¿Va todo bien?- gritó Harry, desde donde estaban.

-Sí, tranquilos, hemos encontrado un medallón- les informó Ron. –Mira, Gin, ahora lo cogemos y lo dejamos en la mesa de la cocina.

Pero Ginny, que no estaba segura de que ese objeto fuera del todo inofensivo, se agachó al mismo tiempo que Ron y ambos lo agarraron, cada uno por un extremo.

¡ZUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUMMMMM!

-¿Qué ha sido eso?- preguntó Hermione asustada, poniéndose en pie de golpe.

-¡Mira!- Harry señaló hacia donde habían estado sus amigos unos segundos antes. Sólo que ahora no había nada más que oscuridad en donde antes se habían alzado sus figuras. Era como si la tierra se los hubiera tragado. Harry y Hermione, muertos de pánico, corrieron hacia la zona donde habían desaparecido sus dos amigos, pero no encontraron nada. Por más que miraron alrededor no había ni rastro de ellos, como tampoco había señal de que alguien hubiera pasado por allí, intentando llevárselos. De pronto a Hermione se le encendió una idea en la cabeza y empezó a remover la hierba como una loca.

-¿Se puede saber qué estás haciendo, Hermione?- se exasperó Harry. –No es momento para cortar la hierba.

-¡El medallón! ¡Dijeron que había un medallón!

-¿Y qué? ¿Qué pasa con el medallón?

-Pues que si lo han tocado tiene que ser un….

-¡Un traslador!- cayó Harry en la cuenta, poniéndose de cuclillas junto a Hermione, para intentar encontrarlo. -¡Aquí! ¡Lo encontré!

-¡No lo toques tú también! Tenemos que pensar qué hacemos.

-Lo más seguro es que tarden un rato en llegar adonde estén, se den cuenta y vuelvan- intentó calmarla.

-¿Y si no es un lugar seguro? ¿Y si no hay cerca otro traslador para que vuelvan? ¿Y si es una trampa, Harry?

Mientras tanto, en un lugar muy muy lejano, Ron y Ginny habían aterrizado sobre lo que parecía un cubo de desperdicios.

-¡Qué asco! ¡Qué mal huele!

-Ron, ¿te has vuelto a quitar los calcetines?

-¡No soy yo. No sé dónde estamos!

-Vale, pero ¿puedes quitar tu rodilla de mi mejilla, por favor?- Ron se removió entre una materia húmeda y pegajosa. –Gracias.

-Gin, ¿dónde estamos?

-¡Y yo qué sé! Has sido tú quien ha tocado el medallón, así que ahora averígualo, listo.

-¿Puedes ver tú también una luz, Gin? ¿Nos estamos muriendo?- Un fino hilo de luz se colaba entre la tapa del contenedor de basura y la capacidad del mismo. Ron, al ver la línea, empezó a asustarse.

En el exterior del contenedor, miles de coches pasaban a toda velocidad por una enorme avenida. La gente, muy apresurada, caminaba mirando a un punto fijo, esquivándose unos a otros, todos con prisa.

-Escucha, ¿no oyes ruidos?- se extrañó Ginny, más segura en ese momento de que todavía no se había muerto.

-Sí, espera, voy a intentar levantarme.

Ron intentó ponerse en pie como pudo, resbalando un par de veces por culpa de la grasa que había en el suelo del contenedor. Cuando por fin se incorporó lo suficiente, se dio un pequeño golpe con la tapa, pero gracias a esto logró abrirla ligeramente.

Las personas que caminaban en ese preciso momento por la calle, se extrañaron al ver a un chico alto y pelirrojo asomándose del interior de un contenedor de basura urbano. Pero todo el mundo siguió caminando, pensando que se trataba de un mendigo que sólo intentaba buscar comida. Ron tenía la boca abierta. No podía creer todo lo que estaba viendo. La luz ya había entrado completamente en el contenedor de basura, por lo que Ginny, acuclillada en el fondo, podía ver perfectamente la expresión de susto de su hermano.

-¿Qué es lo que pasa, Ron? ¿Dónde estamos?

-No… no te vas a creer esto….

Ginny, intrigada por el misterio, intentó ponerse de pie, pero también resbaló, ensuciándose aún más el pijama que llevaba aún puesto. Al final consiguió levantarse y pudo ver, enfrente de ella, la inconfundible plaza de Times Square, en la ciudad de Nueva York.

Mientras tanto, en el jardín de la Madriguera, ya habían pasado quince minutos y Harry y Hermione empezaban a impacientarse. No sabían qué estaba ocurriendo, por lo que ambos seguían dando vueltas alrededor del medallón, mirándolo de vez en cuando por si sus amigos volvían a regresar. Todavía guardaban la esperanza de que Ginny y Ron se dieran cuenta de lo que había pasado y volvieran inmediatamente a la casa.

-Están tardando demasiado- comentó Hermione, muerta del nerviosismo.

-¿Y qué sugieres que hagamos? ¿Qué vayamos a por ellos?

De repente, el aire empezó a moverse rápidamente en círculos y un sonido, ya familiar, se apoderó de los oídos de Harry y Hermione.

-¡Son ellos!- exclamó Hermione excitada.

Pero lo que apareció no tenía nada que ver con Ron, ni con Ginny. Un hombre, barbudo, de unos cincuenta años, se materializó en el jardín de los Weasley. El hombre llevaba un sombrero plagado de lamparones, una camisa hecha jirones y apestaba sospechosamente a alcohol. Tenía pinta de no haberse duchado en un mes por lo menos.

-¡¡¡¡¡¡¡¡¡GUAU!!!!!! ¡Esta mierda sí que es buena!- comentó el hombre, todavía un poco mareado por el viaje. –Tengo que robar más whisky de éste la próxima vez.

-¿Quién es usted?- se apresuró a decir Hermione, apuntándole con su varita. Aquel Muggle se había aparecido en el jardín de la Madriguera ¿pero dónde estaban sus amigos? El hombre, todavía aturdido, intentó enfocar con sus ojos alcoholizados y rojizos, la figura de Harry y de Hermione. También empezó a mirar a todas partes, puesto que estaba convencido de estar teniendo una alucinación, producto de todas las copas que se había tomado esa noche. Fue entonces cuando Harry tomó las riendas del asunto.

-¿Dónde están Ron y Ginny?- preguntó, también apuntando al hombre con su varita y con cara de pocos amigos.

-¿Qué pasa chicos? ¿Queréis que juguemos a los magos? Esperad….- el mendigo, confundido y divertido al mismo tiempo, empezó a palpar sus bolsillos, fingiendo estar buscando algo. Pero al ver que no encontraba nada que mereciera la pena y que de sus bolsillos sólo salieron servilletas de papel estrujadas y una baraja de segunda mano, comentó: -Puessshh… me he dejado la varita en casa, pero si queréis me sé un juego estupendo. ¿Os hace una partidita de poker?

Hermione, que estaba a punto de perder la paciencia, descargó toda su ira y le lanzó al borracho un Petrificus Totalis, que hizo que se desplomara sobre el césped.

-¿Qué has hecho? ¿Ahora cómo nos va a ayudar?- argumentó, nervioso y molesto, Harry.

-Éste no nos puede ayudar. Está tan borracho que me sorprendería si pudiera ver más allá de su sonrojada nariz- respondió, agudamente, Hermione, agachándose hasta donde reposaba, rígido, el desafortunado mendigo. -Ayúdame a cargar con él.

Los dos chicos lo arrastraron, como pudieron, hacia donde se había caído el medallón.

-A la de tres. Tú agárrale la mano y haz que lo toque también- Hermione, que se había hecho cargo del problema, empezó a darle órdenes a Harry.

-¿Estás segura de todo esto, Hermione?

-Sí, vamos. Creo que tengo una idea de dónde pueden estar.

Cuando estaban a punto de tocar el medallón, Hermione tuvo una idea repentina. Se paró en seco y advirtió a Harry: -¡No! Espera un momento, ahora vengo.

La muchacha echó a correr rumbo al interior de la casa, tan rápido como pudo. Harry, desconcertado por haberse quedado a solas con el mendigo, tardó unos segundos en reaccionar.

-¿A dónde vas? ¡Date prisa, pueden estar en peligro!- dijo, gritando todo lo que podía para que Hermione le oyera desde el umbral de la puerta.

-¡Vuelvo en un minuto!

La morena cruzó rápidamente el marco de entrada de la Madriguera, subió de dos en dos los peldaños hasta el segundo nivel de la casa y bajó de nuevo, extasiada por la carrera. Cuando estaba a punto de alcanzar el lugar donde Harry la estaba esperando con el nuevo e inesperado intruso, su amigo pudo comprobar que llevaba su bolso consigo.

-¿Para qué necesitas eso?- le preguntó.

-Luego te lo explico. Ahora no tenemos tiempo- razonó Hermione.