Ginny, recién salida del contenedor de basura, propinó a Ron unos cuantos golpes en la espalda. Estaba furiosa con su hermano y no podía ocultar por más tiempo su enfado.
-¿Por qué has tenido que enfurecerlo?- preguntó, todavía atizando a Ron con todas sus fuerzas.
-¡Yo no he hecho nada! ¿A qué venía que nos echara de aquí? ¿Qué era eso de que es su casa? ¿Quién puede vivir en un sitio como éste?
-¡Ron, era un mendigo! ¿Es que no sabes lo que es un mendigo?
Ginny empezó a dar vueltas alrededor de sí misma, desesperada, intentando calmar el mal carácter que se había apoderado de ella.
-¿Un menqué?- preguntó Ron, mientras se quitaba una monda de plátano de uno de sus hombros. Los dos hermanos estaban de pie, en plena calle, ataviados todavía con sus pijamas.
-¡Un mendigo, Ron! ¡Una persona que vive en la calle! ¿Por qué no elegiste la asignatura de estudios Muggles?
-¿Muggles? ¿Qué quieres decir con Mu….?
La cara del pelirrojo cambió súbitamente. Se había quedado pálido, hasta el punto de que su pijama hacía juego con el color cadavérico de su rostro. Ron todavía acababa de realizar dónde se encontraban y el problema que eso podía acarrear.
-¿Me estás diciendo que…. que…?- tartamudeó el muchacho.
-¡Si, Ron! ¡Muggles! ¡Estamos en una ciudad Muggle! ¿Es que no te das cuenta, pedazo de mendrugo?
En ese momento, Ron, enfundado en su pijama y apestando a basura, se giró en redondo, dando la espalda al famoso contenedor y pudo ver cómo una jauría de gente le rebasaba. Aturdido por el descubrimiento, el estudiante de Hogwarts dio varios pasos al frente, consiguiendo que alguno de los peatones, apresurado, chocara con él. Tras pedir disculpas, Ron alzó su mirada y pudo ver los descomunales edificios que se alzaban a su alrededor.
-¿Qué…. Qué vamos a hacer?- se escandalizó, intentando buscar apoyo en su hermana.
-Lo primero: mantener la calma. Y lo segundo….- Fue como una revelación instantánea. La pequeña de los Weasley cambió rápidamente su cara y su ceño fruncido se convirtió en un ceño expectante, -¡El medallón!
Ginny pegó un salto y volvió a introducirse en el contenedor como pudo. Su cuerpo provocó un sonido hueco al chocar contra el fondo de la superficie. La muchacha rebuscó entre los escombros y los papeles que yacían en el suelo del contenedor, pero no fue capaz de encontrar nada. Ron, mientras tanto, se asomó para ayudar a su hermana, pero mantuvo la cautela suficiente para no volver a meterse en aquel montón de basura.
-¡Esto apesta, Gin!
-Ya lo sé, lumbreras ¿O es que crees que me lo estoy pasando pipa con este aroma?- échame una mano, se quejó la menor de los Weasley.
Pero Ron, en lugar de acompañarla en la búsqueda, prefirió seguir donde estaba y mantener la distancia con los escombros.
-¡Nada! ¡Se lo ha llevado con él!- se exasperó la pequeña pelirroja. –Estoy segura de que era un traslador móvil.
-¿Qué quieres decir?- preguntó, asustado, Ron.
-Pues que si no regresa él con el traslador, no hay nada que hacer.
-¡Genial! Ahora tenemos unas vacaciones pagadas en el mundo Muggle.
-De vacaciones nada: debemos encontrar ayuda, Ron. Con tu sarcasmo no me ayudas. Concéntrate, por favor.
-¡Ya está! Nos vamos al Caldero Chorreante y desde allí mandamos una lechuza. Está en Londres. No puede estar muy lejos de aquí.
La incredulidad de su hermano empezaba a crispar a Ginny. Pero en ese momento se controló, respiró hondo y le dijo pacientemente a Ron:
-Ron…. No creo que esto sea Londres. No sé dónde estamos, pero esta gente no tiene pinta de ser inglesa- dijo Ginny, señalando a un rapero que pasaba por allí. El chico llevaba los pantalones caídos, agarrados con una cuerda, y una camiseta que parecía ser de un equipo de baloncesto. Su gorra, girada hacia atrás, apenas dejaba ver lo que trasportaba en el hombro. Aún así, todo parecía apuntar que se trataba de algún tipo de aparato eléctrico del cual salía una música estridente, más hablada que cantada. –Vamos- sugirió Ginny, agarrando del brazo a Ron y haciendo que éste se pusiera en marcha. –Larguémonos de aquí y veamos qué podemos hacer. Tiene que haber algún mago por aquí cerca. Esto no puede ser muy grande.
Los dos muchachos se echaron a andar entre la multitud de las calles de Nueva York. Algunas personas se quedaron mirando a la pareja de hermanos. Otros, ni siquiera se percataban de su indumentaria. Y es que tampoco era muy normal ver a alguien en pijama a plena luz del día.
-Oye, Gin, ¿no te parece raro que todavía sea de día?
Era el primer comentario inteligente que había hecho Ron en todo el tiempo que llevaban fuera de casa. La pelirroja, que no se había dado cuenta del "pequeño" detalle, se fijó más detenidamente en la gente que se cruzaba con ellos por la calle. Todas las personas iban ataviadas con sus trajes de trabajo y parecían llevar mucha prisa, como si tuvieran que llegar pronto a algún sitio. La naturaleza desconfiada de Ginny y su desarrollada inteligencia, empezaron a formar una idea bastante extravagante en su cabeza, si bien la pelirroja no quería creer que fuera verdad. No, no puede ser… pensó, cada vez dando más crédito a sus pensamientos.
Ginny no quería preocupar a su hermano, aunque llegados a ese punto, estaba convencida de que la única manera de salir de aquel lío era no ocultarle nada e intentar sopesar juntos las cosas para poder encontrar una solución. De ahí que, a los pocos segundos de recapacitar, la pequeña de los Weasley exteriorizó sus sospechas:
-Ron….
-Dime, Gin- comentó Ron distraído, mirando inocentemente para todos lados y chocándose con unos pocos peatones más.
-Creo que estamos en otra parte del mundo…..
Al escuchar estas palabras, el pequeño de los varones Weasley se quedó inmóvil en la acera y Ginny casi tuvo que reanimarle, dándole pequeños pellizcos en el brazo para que volviera en sí.
-Tranquilo. Todo saldrá bien- dijo valientemente la muchacha, sin confiar demasiado en sus propias palabras.
Poco después, cuando Ron hubo recuperado su pulso normal, los dos hermanos fueron arrastrados hacia el corazón de Times Square por una oleada de gente apresurada que salía del metro.
Al mismo tiempo que ocurría esto, Harry y Hermione hicieron su aparición en el contenedor de basura que sus dos amigos habían dejado momentos antes. Consigo llevaban dos cosas: un hombre demasiado borracho y petrificado como para darse cuenta de lo que estaba pasando. Y el medallón que los había metido en todo ese lío. La siempre precavida Hermione, depositó cuidadosamente el medallón en el interior de su bolso tan pronto llegaron, haciendo malabarismos para no tocarlo y volver, así, a la Madriguera.
Los dos amigos vieron la misma luz que previamente había asustado a Ron y a Ginny.
-Hermione, ¿tienes idea de dónde estamos?- preguntó Harry, intentando ver qué había más allá del fino hilo de luz que se colaba en el contenedor.
-Tengo una ligera sospecha. Pero, venga, salgamos de aquí- dijo la muchacha, incorporándose y levantando con decisión la tapa del contenedor. -¡Lo sabía! ¡Lo sabía!- comenzó a gritar, excitada, al incorporarse.
-¿Qué? ¿Qué ocurre?- Harry también se levantó y se quedó observando lo mismo que ella.
-Estamos en el mundo Muggle- aseguró Hermione, saltando para salir del contenedor.
Harry imitó los pasos de su amiga y se quedó mirando alrededor.
Un señor mayor, que había estado toda la tarde sentado en el banco que había en la acera de enfrente, empezó a darse golpes a sí mismo en la cabeza. Estaba convencido de que sufría alucinaciones: ésta era la segunda vez que veía salir a dos adolescentes, vestidos en pijama, de ese contenedor de basura. Atolondrado, el hombre se incorporó del banco, agarró su bastón y apoyándose en él salió en dirección contraria, todavía propiciándose a sí mismo pequeños golpes en la sien derecha.
-Vale… que no cunda el pánico- comentó Harry, sin tener demasiada fe en sus propios consejos. –Oye… ¿Pero dónde estamos exactamente?
-Pues… yo diría que por la luz del día y por…- Hermione se interrumpió a sí misma para echar un vistazo rápido a la plaza que había cerca de donde estaba ubicado el contenedor. Alrededor sólo se podían ver muchos anuncios publicitarios y grandes luces que empezaban a iluminarse para lucir en la noche newyorkina. De pronto, Hermione atisbó, en uno de esos carteles, un nombre que le resultaba familiar: Times Square, -Harry… creo que estamos en Nueva York….- aseguró la morena, con voz temblorosa esta vez.
-¿¿Qué??- se asustó Harry –pero, pero…
-Sí, estoy segura. Todo encaja: luces, gente apurada, hablan inglés y aún encima todavía es de día. Creo que seis horas menos, aproximadamente- aclaró Hermione, comprobando su reloj de pulsera, al mismo tiempo que observaba uno de los inmensos relojes luminosos que colgaban de los edificios.
-Vale, eso tiene sentido, ¿y ahora qué?- preguntó Harry, sin saber qué hacer.
-Tenemos que encontrarlos ¡Vamos, no hay tiempo que perder!
Mientras que Hermione comenzó a andar para buscar, de la manera que fuera, a sus amigos, Harry echó un último vistazo al fondo del contenedor y pudo ver al mendigo, que todavía estaba allí tumbado, petrificado.
-¡Eh, Hermione! ¿Piensas dejarlo así?- le gritó.
La morena retrocedió, echó una mirada fugaz al fondo del recipiente, sacó su varita disimuladamente y velozmente deshizo el conjuro que había fosilizado al borracho.
-¡Espero que en el Ministerio de Magia entiendan esto!
-Tranquila, creo que en esta ocasión lo pasarán por alto….- ironizó Harry, mientras los dos echaban a correr para impedir que el mendigo los reconociera y armara un escándalo.
Los dos magos siguieron andando a paso lento, pero seguro. Ambos iban mirando hacia todas partes, con la esperanza de encontrar a los hermanos Weasley. Pero ninguno era capaz de desviar sus ojos de los majestuosos edificios y rascacielos que se levantaban frente a ellos. En uno de esos instantes, Harry, angustiado, se quedó mirando a Hermione fijamente a los ojos. Fue entonces cuando recordó que sus amigos nunca habían estado solos en una ciudad Muggle y que apenas tenían conocimiento de otra cosa que no fuera el mundo mágico.
-Estoy preocupado por ellos- admitió Harry en ese momento.
-Yo también, pero más por Ron, que por Ginny ¡Es mucho más torpe que ella!- añadió Hermione, acelerando el paso como podía, intentando abrirse camino entre la cantidad de gente que se agolpaba en las aceras de Nueva York.
La primera dificultad con la que se encontraron los dos hermanos fue cómo cruzar una calle. Un acto tan simple parecía imposible en la ciudad de Nueva York. Los viandantes se atascaban unos a otros, especialmente en las aceras de Times Square. Las luces de los anuncios publicitarios, que ya empezaban a estar prendidas, hacían aún más difícil la visibilidad y la concentración en un punto fijo. Por no hablar de aquel misterio que se anteponía entre los dos muchachos: el semáforo.
-Espera, Ron, esto lo he estudiado yo. Creo que era la lección número dos: Cómo cruzar adecuadamente una calle Muggle.
-Vamos, Gin, no es momento para lecciones. Tenemos que irnos pronto de aquí. Está a punto de anochecer.
Ron hizo un intento de cruzar la calle, pero un coche casi lo atropelló. El conductor, enfurecido, empezó a tocar la bocina con todas sus fuerzas, para desconcierto del pelirrojo, que al no saber de dónde procedía el sonido, empezó a mirar en redondo sin descubrir de dónde había salido.
-¿Has oído eso? ¿Qué demonios….?
-Ron, si no mantienes la calma, esto va a ser muy difícil ¿Cómo se llamaban estas cosas? Semá…semáfonos ¡eso es! Tenemos que esperar a que la luz se ponga amarilla.
La gente seguía cruzando la calle, haciendo caso omiso de las cambiantes luces de los semáforos; simplemente, todas las personas esperaban la ocasión de que algún coche dejara la distancia oportuna y conveniente para poder pasar. Pero Ron y Ginny se quedaron parados al comienzo del paso de cebra, mirando fijamente cómo cambiaban las luces del semáforo: de verde a rojo, de rojo a verde. Estuvieron así al menos unos diez minutos. Alguna que otra persona, pensando que eran niños huérfanos, se había acercado hasta ellos para ofrecerles monedas americanas. Ronestabaverdaderamente emocionado con el dinero que estaban atesorando.
-¿Por qué nos dan dinero? Bueno… supongo que será dinero- recapacitó el aprendiz de mago, desconcertado. –Mira, estas monedas Muggles son baratijas. Ni siquiera son de metal…- dijo, al mismo tiempo que mordía una de ellas con tanta intensidad que estuvo a punto de romperse un diente. -¡Au! A lo mejor sí lo son…
-Yo creo que piensan que estamos perdidos.
-Bueno… pues así es- comentó Ron, mirando nuevamente el semáforo, desesperado -¿No dijiste que tenía que ser amarillo?- preguntó, tras otros cinco minutos de espera.
-Mira, lo mejor será seguirlos cuando decidan cruzar.
Así que ambos esperaron a que alguna persona se decidiera y echaron a correr cuando vieron la oportunidad de pasar a la otra calle.
Estaban ya en plena plaza de Times Square. A uno de los lados se alzaba una increíble tienda de la marca Virgin, en cuya entrada se ubicaban unos gigantescos altavoces tamaño troll de los cuales salía el último grito en música.
Al otro lado, los dos pelirrojos podían ver una de las sedes centrales de la cadena MTV de música, desde la cual se estaba retransmitiendo en ese momento un programa musical que se podía ver en las pantallas que pendían de los edificios. Ron y Ginny se quedaron extasiados, perplejos con el despliegue de luces y sonidos que estaban repartidos por toda la plaza.
De repente, Ron empezó a girar en redondo y en la zona norte descubrió un cartel publicitario gigantesco, en el cual parecía estar dibujada….
-No… no puede ser….- dijo boquiabierto.
-¿Qué pasa? ¿Qué has visto?- se asustó Ginny, mirando espantada a su hermano.
-Gin…. Gin… Es….Eres… eres tú- dijo Ron, señalando el enorme cartel publicitario. En él, una chica pelirroja, con la misma cara que Ginny, sujetaba un micrófono. La chica iba vestida con unos pantalones de cuero negros y un mini top con el cual enseñaba toda la barriga. Si no hubiera sido por eso, casi se habría podido decir que eran idénticas….
-¡Queriiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiida!
Una mujer, de unos cincuenta años, ataviada con una casaca verde limón, agarró de Ginny de un brazo, haciendo que ésta pegara un pequeño bote. La mujer tenía unas espantosas gafas cuadrangulares, cuya montura estaba decorada con pequeñas piedrecitas de colores, que eran una mala imitación de verdaderos brillantes. Su pelo era una mezcla entre rubio y caoba y su cara estaba enmarcada por un tremendo lunar negro que ostentaba en una de sus mejillas. Debajo de la casaca llevaba un jersey negro de cuello vuelto, el cual estiraba tanto su pescuezo que éste podría haber competido en una carrera de avestruces.
Ginny, totalmente turbada, permaneció de pie en donde estaba, al mismo tiempo que la mujer le agasajaba con un abrazo.
-¡Hemos estado todo el día buscándote! ¡Y aún estás en pijama! Dime, ¿es el último grito en Milán o en París? ¡Ay, querida, hace tanto que me descolgué de la moda! Caramba, ¿qué hora es? Dios mío, vamos a llegar tarde. Tenemos mucho que hacer.
La mujer agarró a Ginny de la manó e intentó arrastrarla hasta el otro extremo de la acera, aunque la pelirroja se resistía, sin mediar palabra de lo asustada que estaba.
-¡Oiga!- reaccionó Ron -¡Suelte a mi hermana, bruja chocha!- dijo, agarrando de la cintura a la mujer e intentando que ésta se desprendiera de Ginny.
-Ay, querida, ¿cuántas veces te lo he dicho? ¿Eh, eh, eh? Tienes que dejar las drogas. ¿Qué fue anoche? ¿Éxtasis? ¿Cocaína? Bueno, da igual, hablaremos de eso más tarde ¡Toda la noche buscándote, de verdad! ¡Muévete, llegaremos tarde a la entrevista!
-¿Entrevista?- preguntaron Ginny y Ron al mismo tiempo, mirándose.
-¡Claro! ¿Cómo quieres si no que todos conozcan el nuevo trabajo de la magnífica, maravillosa y sublime Georgia Weasel?
Vale. Todo esto era muy raro. De repente estaban en una ciudad Muggle en donde había un póster gigante con la cara de Ginny estampada en él y ahora una señora que no parecía estar en sus cabales, les estaba hablando de una tal Georgia Weasel a la cual no conocían de nada.
De pronto, todo sucedió muy rápido. Ron, Ginny y la extraña mujer estaban plantados en la acera, decidiendo si cruzar o no la calle, y los Muggles empezaron a volverse locos. Como salidos de la nada, millones de adolescentes y algunos que otros adultos, empezaron a sitiarles, encerrándoles en un diminuto corro, impidiéndoles el paso y abalanzándose sobre la pequeña Ginny, mientras algunos gritaban:
-¡Mirad! ¡Es Georgia Weasel!
-¿Me das un autógrafo por favor?
-¡Georgia, aquí, aquí, mira hacia aquí!
La multitud exaltada empezó a agarrar a Ginny, a zarandearla, mientras Ron hacía todo lo que podía para empujar a aquellos Muggles desquiciados. La señora de las gafas horteras perdió la poca cordura que le quedaba y comenzó a emitir unos gritos de grulla endemoniada, que parecían sacados del fondo de su estómago. La tasa de ruido llegó a tal nivel que Ginny tuvo que taparse los oídos y cerrar los ojos, pensando que estaba viviendo una pesadilla o que acababa de ir al infierno.
-¡SEGURIDAAAAAAAAAD! ¡SEGURIDAAAAAAAAAAD!- comenzó a gritar la señora con cuello de avestruz y gafas de brillantes. Este reclamo vino seguido por más gritos. La mujer estaba desquiciada, pidiendo auxilio no se sabia a qué cuerpo de seguridad, en medio de la confusión. De pronto, dos chicos negros rapados al cero, que tenían la altura de una torre de Hogwarts y la robustez de un armario de Grimmauld Place, se abrieron paso entre la multitud, agarraron a Ginny, cada uno por un brazo, y empezaron a sacarla de aquel atolladero. Ron, muerto de miedo, comenzó a gritar para hacerse notar:
-¡Eh, oigan! ¡Que yo estoy con ella! ¡Socorro!
-¡EH, VENID, AQUÍ ESTÁ SU NOVIO!- aulló una fan desquiciada, señalando a Ron y saltando la distancia de tres cuerpos para ponerse justo a su lado.
Ginny intentó patalear en el aire para deshacerse del abrazo de uno de los robustos chicos de color, pero como vio que no daba resultado se le ocurrió gritar: "¡Que está conmigo!" Tan pronto dijo esto, uno de los dos guardaespaldas se retrasó lo suficiente para volver a por Ron y escoltar también a éste.
En la otra punta de Times Square, Hermione y Harry pudieron oír los gritos de la jauría Muggle que atiborraba el centro de la plaza. Lo único que se podía ver era una gran masa informe de gente que parecía muy excitada por algo. Los dos amigos se miraron fijamente por unos segundos y, sin decir nada, salieron a la carrera para comprobar qué era lo que estaba pasando. Ninguno de los dos sabía por qué, pero intuían que todo aquello tenía algo que ver con Ginny y Ron.
En ese mismo momento, Ron y Ginny, con los pies colgados en el aire, eran arrastrados por los dos chicos de color hacia el interior de un edificio. La señora- avestruz los acompañaba, gritando a todo meter a la muchedumbre para que los dejaran pasar.
A Harry y a Hermione se les hizo muy difícil llegar a la zona, pero cuando por fin lo consiguieron el paisaje era bastante desolador. Algunas personas estaban tumbadas en el suelo, debido a los apretones y empujones con los que se estaban torturando unos a otros. También era toda una odisea no pisar a alguien, teniendo en cuenta que los casos de desmayo entre la población masculina estaban aumentando. El gentío estaba por todos lados, aunque los dos muchachos no tenían ni idea de a qué era debido.
Hermione, tan aguda como siempre, se quedó callada, escuchando los comentarios de la multitud. Ella pensaba que a lo mejor esto podría darle una pista. Probablemente sus amigos se habían visto amenazados por algo y habían decidido usar la magia como método de defensa, aunque Hermione estaba casi segura de que ambos habían dejado sus varitas mágicas en casa.
Para su sorpresa, en lugar de una pista, la pequeña bruja sólo pudo escuchar comentarios de lo más extraño:
-¡Dios! ¿La has visto? Estaba preciosa, ¿verdad?- comentaba un chico, que intentaba salir del apretón humano.
-Sí, hasta con pijama está guapa ¿Tú crees que será la última moda?- le contestó una chica rubia, que llevaba una cámara colgada al cuello.
-Pues eso parece- respondió el chico, señalando disimuladamente a Hermione y Harry, que también llevaban sus pijamas puestos.
-¡Dios, tío! ¡Mañana me compro uno nuevo!
Otras chicas que también pasaban por su lado, estaban comentando lo mismo, aunque ellas hablaban bastante más excitadas y no dejaban de repetir un nombre que ni a Hermione, ni a Harry les resultaba familiar.
-¡Joooo, tíaaaaa! ¡Georgia Weasel! ¡Georgia Weasel, tía! ¡Jo, es que no me lo puedo creer, te lo juro de verdad!
Ahora sabían que habían seguido la pista equivocada. Todo aquel revuelo no era más que el producto de la aparición de algún personaje famoso. Y ellos dos que habían pensado que podía tratarse de sus amigos…
-¿Quién diablos es Georgia Weasel?- preguntó, de repente, Harry, intentando aprender algo de la desventura a la que se veían sometidos.
-Será alguna nueva celebridad de poca monta. Salgamos de aquí, estamos siguiendo pistas erróneas.
Fue entonces cuando Harry y Hermione se abrieron paso como pudieron y se introdujeron por una de las callejuelas que desembocaban en Times Square. A sus espaldas quedó el edificio del cual colgaba el tremendo rostro con la imagen de Ginny. ¿O no era Ginny?
