El Hotel Plaza: centro de los sueños de todos los viajeros; set de rodaje de miles de películas. Situado justo frente a Central Park, la solemne construcción hace guiños al pulmón verde más grande de la ciudad. En ella sus afortunados huéspedes siempre pueden disfrutar del servicio más exquisito de todo Nueva York. Precio de la noche: ni se sabe. Tampoco lo queremos saber, por miedo a sufrir un paro cardíaco.
Pues allí era donde la limusina en la que viajaban Ron y Ginny ponía su destino, con unos ocupantes de lo más singular. Al cruzar la Quinta avenida, los dos muchachos pudieron apreciar los escaparates de las boutiques de ropa más selecta. Prendas llegadas de todos los confines del mundo, se ofrecían en esa calle, aunque para los pequeños magos este detalle no significaba demasiado, claro.
Por suerte para Ginny, quien estaba muy cansada y angustiada con el comportamiento de su hermano, no tardaron mucho en llegar. Apenas había un pequeño trecho en coche desde los estudios de la MTV hasta el hotel.
Al poco tiempo, las lunas ahumadas de la limusina dejaron entrever las descomunales puertas de entrada del hotel. Éstas, estaban decoradas con brillos dorados y a ambos lados esperaban dos mozos que no dejaban de abrirlas y cerrarlas a cada uno de los huéspedes y visitantes del Plaza.
-¡Vamos chicos! ¡Hogar, dulce hogar!- anunció Kathryn, feliz, a punto de bajar de la limusina.
El chofer volvió a hacer el mismo procedimiento. Salió del vehículo, se ajustó su gorra, estiró las solapas de su traje y abrió con gracia masculina la puerta para dejar salir a Ginny y a Hermione del interior del coche.
-¡Por las barbas de Merlín!- exclamó Ron, excitado ante la visión del hotel. -¿Es ésta tu casa, Gi…. Georgia?- preguntó, guiñándole un ojo a su hermana, aunque todavía impactado por la mansión a la que estaban a punto de entrar.
-Lo es por estos días, querido- aclaró Kathryn. –La compañía discográfica siempre da el mayor confort a sus estrellas, ¿verdad, reina?
Ginny, que estaba tan sorprendida como su hermano por el lugar donde iban a dormir, no contestó en un primer momento, aunque rápidamente sustituyó su mueca de incredulidad por una actitud mucho más chulesca:
-Sí, bueno, entremos en la choza, pandilla. Estoy cansada- dijo, moviendo la boca como lo haría alguien que estuviera mascando un chicle, y haciendo un gesto a los demás para que la siguieran.
Tan pronto cruzaron las puertas doradas, una música celestial empezó a llenar la atmósfera. Era la típica melodía que existe en todas las consultas de médicos del mundo y en aquellos sitios donde sabes que tomar un ascensor implica una conversación tediosa y monótona, acerca del clima, con alguien que no conoces.
La temperatura del lugar también era perfecta. Uno casi podría haber dicho que un empleado había pasado un día entero midiendo, con un termómetro, el aire del hall de entrada. No hacía ni frío, ni calor. Simplemente era perfecto.
Tan pronto hizo Ginny su entrada, dos muchachos desfilaron a su encuentro. Uno de ellos, el botones, llevaba en su cabeza un curioso sombrero rojo y redondo. Caminaba muy estirado; su porte y su chaqueta con botones brillantes y dorados le daban cierto aire a Napoleón Bonaparte. El otro hombre era el encargado del hotel. Su pelo no podía estar más cosido a su cabeza, gracias a la ingente cantidad de gomina que había usado aquella mañana.
-Buenas noches, señorita Weasel- saludó el más repeinado. –La estábamos esperando. Bienvenida al Plaza.
-Buenas noches, ¿señor…..?
-Gel…. Thomas Gel, para servirla- declaró, inclinándose levemente para saludar a Ginny.
-Es un placer enorme- le imitó ésta, también doblándose, a modo de reverencia.
-Sí… ejem…- el repeinado empezó a ponerse nervioso y a mirar el escote de la pelirroja –Permítame presentarle a Zacary. Él va a ser su botones esta noche. Cualquier duda que tengan, no duden en llamarle.
-Encantado, señorita Weasel- dijo el botones, todavía rígido como el mango de una escoba.
-Sí, sí…. Bueno… ¿Dónde está mi cueva? Estoy deseando pegarme un baño- comentó Ginny, bostezando mientras se estiraba y retorcía sensualmente su cuerpo, consciente de la atracción que despertaba en los dos hombres. Ron, al ver esto, enfureció y no se le ocurrió otra cosa que pegarle un pisotón.
-¡Ayyyyyyyyyyy!
-¡Oh, lo siento, hermanita querida! ¿Te he hecho daño?- dijo Ron con unas palabras cargadas de falsedad. –Me he puesto un poco nervioso al ver que se te habían…- en ese momento bajó el volumen de su tono de voz -…. pegado varios ojos en las tetas….-le susurró al oído, aunque el final de la frase todavía fue audible para los que estaban presentes.
-Ay… estos chiquillos de ahora. Discúlpelos, señor Gel. Siempre están bromeando- quiso aclarar Kathryn.
-Claro, por supuesto- carraspeó el repeinado.
-Bueno, chicos- se disculpó Kathryn –yo voy yendo a mi habitación. Os dejo con Zacary. Estoy segura de que estáis en buenas manos. Recuerda, querida, mañana a las tres tenemos que estar listas para ir al estadio. No desfases mucho esta noche, ¿eh, eh, eh?- dijo, agarrando fuertemente una mejilla de Ginny y estirándola al compás del popular eh, eh, eh, que acompañaba a todas sus preguntas.
Kathryn se marchó por la derecha y Ron y Ginny se quedaron a solas con el botones. Zacary les preguntó si tenían algún tipo de maleta más, puesto que su equipaje ya lo habían depositado aquella mañana en su correspondiente suite. Los dos hermanos le informaron de que no contaban con nada más que sus ropas en aquel momento, por lo que Zacary les sugirió que le acompañaran. Los Weasley, demasiado cansados para negarse, partieron dirección a los ascensores, acompañados de Zacary.
No es que Ginny y Ron nunca hubieran visto un ascensor. Había multitud de ellos en el Ministerio de Magia. Pero ninguno de los dos había tomado uno en la zona Muggle, por lo que hasta esto les pareció una experiencia. Ron, entusiasmado con el sombrero de Zacary, intentó ser amable con el botones y le espetó en plena cara:
-Es como el de Maravías el Mago. Antes siempre coleccionaba todos sus cromos- el botones, muy cortés, en lugar de palabras le devolvió una sonrisa al muchacho, intentando ser amable. Aunque era evidente que no había comprendido nada de lo que había dicho.
Cuando llegaron a la planta 20, Ginny, todavía metida en su papel, decidió seguir con el teatro que había empezado horas antes y enfadar aún más a su hermano. Al abrirse las puertas del ascensor, fue ella la primera que salió y no dudó en recorrer toda la planta meneando escandalosamente el trasero, a la vez que saludaba a los huéspedes que se iban cruzando con ella. Ron, negro por el comportamiento de la pelirroja, estuvo a punto de armar otro escándalo, pero esta vez se limitó a mantener distraído a Zacary para que éste despegara sus ojos del culo de su hermana.
-Bueno, señores, aquí es. Habitación 2005. Estoy seguro de que será de su agrado- dijo el botones, parándose frente a una de las puertas.
-Tu compañía es ssssssúper agradable para nosotros, Za-ca-ry- comentó Ginny en tono sensual para seguir enfadando a Ron. El botones, se llevó una mano al cuello de la casaca y lo despegó ligeramente de su pescuezo para que pudiera entrar el aire.
El chico por fin reaccionó y consiguió abrir la puerta con una tarjeta magnética que según Ron era ¡Una auténtica pasada, tío! ¡Vuelve a hacer eso! Y con un movimiento dejó al descubierto uno de los lugares más lujosos que los Weasley jamás hubieran conocido. Algo así ni siquiera estaba en las revistas del corazón para brujas. Los magos famosos no tenían casas como ésas.
En el hall de entrada había un pequeño recibidor, con dos divanes a los lados y un moderno paragüero. Acto seguido se accedía a una inmensa habitación, decorada con tonos amarillos y bermellones, en donde los esperaba una inmensa cama que ni siquiera era de matrimonio: era al menos para dos matrimonios. La televisión era una pantalla plana pegada a la pared y en un rincón se encontraba un despacho, de estilo monárquico, donde, además de un ordenador, se podían encontrar todos los utensilios necesarios para el trabajo y la escritura. El baño, alejado de la estancia principal, se encontraba en el fondo de la suite, aunque desde aquella distancia no tenían oportunidad de verlo.
-Qué limpio está todo, ¿no?- comentó Ginny, todavía metida en su papel de impertinente, rompiendo la magia del momento. –Ronnie, ya puedes darte prisa en ensuciarlo- le pidió.
-Bueno, si necesitan algo ya saben que pueden marcar el nueve- explicó Zacary. –En ese mismo número encontrarán también el servicio de habitaciones.
-¿Es que hay un servicio comunitario aquí?- preguntó, con una seguridad increíble, Ginny.
-No… señorita Weasel. Su cuarto de baño es privado- comentó el botones, un poco confundido al principio. –Quiero decir que… bueno… nuestros empleados, nuestro servicio, les puede traer comida o lo que necesiten a cualquier hora del día.
-¿Ah, sí? ¿Y cómo se hace eso, entonces?- se interesó Ron.
-Sólo tiene que marcar el 9, señor.
-Aaaah, ya, ya….
-Si no desean nada más….
-No, tranquilo, puedes irte- concedió Ron.
Pero Zacary permaneció allí de pie, todavía rígido, mirando al infinito.
-He dicho que puedes irte, amigo…. En serio, no necesitas estar aquí. Diviértete. Sal un rato… - insistió, dándole la espalda.
De pronto, Zacary empezó a carraspear ¡Ejem, ejem!, como lo haría alguien que se hubiera atragantado con una alita de pollo. Los hermanos, que se habían acomodado sobre uno de los sillones, volvieron la vista atrás y vieron que el botones todavía permanecía allí de pie.
-¿Te encuentras bien?- preguntó el pelirrojo.
Zacary, cansado de disimular, simplemente extendió la palma de la mano para que Ron pudiera captar la indirecta. Éste por fin se levantó, pero en lugar de depositar en ella una generosa propina, lo que hizo fue estrechar la mano del botones y darle también una palmadita en la espalda.
-¿Así mejor?- se interesó. –Vamos, hombre, vete a casa, no trabajes tanto….
El botones, giró sus talones en redondo y salió de la habitación, ultrajado.
-¡Qué tipo tan raro! ¡Estos Muggles no hay quien los entienda! Están locos, ¿verdad?
El hotel que habían encontrado Harry y Hermione, sin embargo, no tenía ni punto de comparación con el de sus dos amigos. Aunque bastante barato y bien situado, el sitio en cuestión consistía en una enorme gotera gigantesca, llena de humedad, polvo y gente poco fiable.
Pero los dos amigos estaban contentos porque, al menos, habían encontrado un sitio donde pasar la noche. A ambos les resultaba un poco extraño tener que dormir juntos. Aún encima en aquella cama de matrimonio.
Hermione presupuso que, al ser un hotel tan barato, sería un sitio muy frecuentado por las parejas, ya que en la recepción les habían asegurado que únicamente disponían de camas de matrimonio.
Tanto él como ella, estaban muertos de la vergüenza. La única ventaja era que al menos conservaban sus pijamas y no se verían forzados a dormir vestidos o en ropa interior. Así que, al final, después de unas operaciones muy complicadas para entrar y salir del baño sin rozarse uno con otro, Harry decidió escoger el lado derecho de la cama y Hermione el izquierdo.
En un principio se les hizo muy extraño sentir el cuerpo de otra persona reposando junto al suyo propio. Era la primera vez para los dos y ambos tenían miedo de moverse por si chocaban o incomodaban al otro.
Momentos antes de apagar las luces, Hermione quiso romper un poco el hielo y preguntó a Harry:
-¿Crees que mañana podremos dar con ellos?
-Eso espero….
-Yo también… porque ya no nos queda mucho dinero…-se preocupó la muchacha.
-Bueno… y si no habrá valido la pena sólo por ver cantar a Ginny- bromeó el muchacho. –Tranquila, algo se nos ocurrirá. Además, estoy seguro de que los Weasley nos estarán buscando…..
-Quizá deberíamos intentar contactar con ellos…
-Mañana, Hermione, estoy tan cansado que lo único que quiero es que acabe este día – Y, dicho esto, los dos amigos cerraron los ojos después de darse las buenas noches y se quedaron dormidos.
-Oye, Gin, ¿no tienes hambre? Me siento como si tuviera un león en el estómago.
-Sí, pero prefiero darme una ducha ¿Cómo diablos funcionan estas cosas?- preguntó a voz en grito, desde el baño, encarando los grifos. Ron, experto donde los haya, salió corriendo al auxilio de su hermana, pero cuando llegó hasta allí se dio cuenta de que aún tenía menos idea que ella.
-¿Por qué no nos dan un curso de supervivencia Muggle?- se quejó el pelirrojo. –No entiendo que Hermione pueda encontrar mil copias de Hogwarts: una Historia, pero nosotros no tengamos ningún tipo de manual para estas cosas.
-Existen, Ron, pero uno no va por ahí cargado con ellos, esperando toparse con un traslador sin retorno- argumentó Ginny, tirando con todas sus fuerzas del grifo, en lugar de girarlo. –Ay, ayúdame, que no recuerdo cómo funciona esto.
-Espera, déjame a mí- Ron se introdujo en la bañera. Primero puso un pie en la pared y luego el otro, apoyando todo el peso de su cuerpo en el grifo para hacer palanca. –Debe de estar atascado- comentó, al tiempo que tiraba con todas sus fuerzas.
¡Fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiisssssssssssssssssssssssh!
-¿Qué ha sido eso, Ron? ¿Qué has hecho ahora?
Un segundo después: Los dos chicos estaban escuchando un sospechoso ruido de agua que subía por la pared.
Dos segundos después: De pronto, los azulejos de la bañera empezaron a temblar peligrosamente.
Cinco segundos: toda la bañera empezó a temblar.
Siete segundos: Ron sintió ganas de echar a correr, pero tenía tanto miedo que se quedó donde estuvo.
Diez: los azulejos estallaron, Ron salió y en medio del cuarto de baño se empezó a formar un manantial artificial, que salía de las paredes del Plaza.
-¡Lo has roto!- gritó Ginny, intentando contener el geiser de agua que salía a borbotones de la pared. Ahora toda la bañera se había vuelto un surtidor y Ron, vestido, intentaba salir de aquella piscina sin resbalar. -¡Haz algo! ¡Se va a inundar todo!- le rogó a Ginny.
-Nueve, marca el nueve- pensó rápidamente la muchacha, volviendo hasta la habitación para buscar algo que se pareciera a un teléfono muggle. Pero estaba confundida y no sabía si mirar encima de una cama o en algún entrante de la pared-¡Aquí está!- exclamó, victoriosa, cuando lo encontró en una de las mesitas de noche.
-¿Por qué tardas tanto, Ginny? ¡Date prisa!
Ginny descolgó el teléfono inalámbrico y vio algo que brillaba. Era la antena del aparato. Tiró de ella y se quedó mirando los dígitos que había en la barriga del teléfono. –Muy bien y ahora nueve- Tras marcar el nueve y pensando que era la antena por donde tenía que hablar, Ginny puso el auricular al revés, dobló la antena para ajustársela a la boca y empezó a gritarle aún antes de que hubieran respondido en recepción. –¡¡SOCORRO. AQUÍ GIN… GEORGIA… TENEMOS UNA INUNDACIÓN….!!!
-Señorita, disculpe- contestó al otro lado, muy calmada y educadamente, el empleado de la recepción -¿Le importaría ponerse el auricular más cerca de la boca? Oigo muy mal lo que dice.
A Ginny le pareció oír una suave voz que procedía de alguna parte. Angustiada, dobló aún más la antena, provocando unas tremendas interferencias que hacían casi imposible entender lo que decía.
-¿PUEDE OÍRME?
-Sí, aunque la oigo muy mal, señorita- siguió diciendo, en el mismo tono cortés, el encargado.
-…¿ME OYE?- Ginny se desesperó. Se asomó a la puerta del cuarto de baño, miró primero a Ron, todo compungido, intentando achicar agua, y luego al teléfono y estalló: ¡¡¡¡¡OIGA, NO QUIERO SALIR NADANDO DE AQUÍ, NI TAMPOCO AHOGARME, MUEVAN EL CULO Y MANDEN A ALGUIEN A LA HABITACIÓN 2005, POR EL AMOR DE MERLÍN!!!!-
El recepcionista recibió sus palabras entrecortadas y al final lo que escuchó fue algo así: Me…..ye….ga….no….salir…..dando…. de….qui….poco….ahogar…mue….culo….en…al….dos….cinco…..lín
-¿Qué pasa, Bob?- preguntó otro de los empleados del hotel a aquél que estaba intentando entender lo que decía Ginny. Bob tapó el auricular para que su clienta no le oyera y comentó extrañado:
-Tengo una loca que no sé qué está diciendo de ahogar un poco su culo a las dos y cinco. No entiendo nada, ¿Puedes localizar la llamada?
-Sí, un momento. Habitación 2005. Georgia Weasel ¿Mandamos a alguien?
-Si no hay más remedio…
Mientras tanto… en la habitación….
-¿Qué te han dicho?- preguntó Ron, que ahora tenía un saludable color carmín en toda su cara, debido al esfuerzo que estaba haciendo.
-¡Este cacharro no funciona!
-Pues yo no puedo aguantar mucho tiempo así- El aprendiz de mago estaba apretando todo lo que podía el hueco de la pared con una toalla.
-Vale, vale, pásamela a mí. Tenemos que hacer turnos si no queremos salir flotando de esta ciudad,
En ese momento, un hombre, muy acalorado, forzó la puerta y atravesó la habitación de una zancada. Era Gel, el repeinado
-¿Qué está ocurriendo aquí?
Cuando llegó hasta el encharcado cuarto de baño se encontró con los dos hermanos, haciendo músculo para impedir que la bañera se convirtiera en un bote, con sus cortinas como velas.
-¡Por el amor de Dios!- Gel salió corriendo hacia el teléfono, que yacía en la moqueta, marcó el nueve y cuando fue a llevárselo a la oreja, la antena que Ginny había torcido se le metió en el ojo -¡AUCH!- Pero el aguerrido encargado no se dio por vencido por este inconveniente y, consciente de que prefería mil veces que le arrancaran el ojo, antes que mojar su acartonado pelo, se quedó a la espera y ordenó que cortaran el agua.
A los tres minutos la lluvia había parado.
-Señorita Weasel, le pido mil perdones y si me lo permite les trasladaremos ahora mismo a otra habitación- se disculpó Gel.
Ginny se quedó un poco desconcertada. No sólo nadie le estaba pidiendo explicaciones o reprendiendo por el estropicio que habían hecho, sino que además le estaban pidiendo disculpas por ello. Sin duda los muggles eran muy extraños…
Pero era obvio que, el pobre Gel, que ahora tenía un ojo más grande que otro, había deducido que el accidente había sido debido al estado defectuoso de los grifos de la habitación. Aunque ni Ginny ni Ron entendían de grifería, por lo que se quedaron callados y perplejos, permitiendo que Gel continuara con sus justificaciones
–No sé cómo ha podido ocurrir esto, de verdad. Revisamos todas las cañerías el mes pasado, pero es indiscutible que necesitan una puesta a punto. Si hay algo que podamos hacer mientras tanto, no dude en decírmelo. Lo que sea… tiene que perdonarnos, por favor.
-Tranquilo, Gel…- dijo, por fin, Ginny. –No vamos a hacer ninguna reclamación. Todos nos equivocamos.
-Gracias, señorita…-
-Pero hay algo que sí puede hacer por mí.
-Lo que sea- replicó, asustado, el empleado del Plaza.
-Vayan preparando un baño con muchas burbujas. Quiero meterme tan pronto llegue.
-Faltaría más… señorita Weasel.
-Y, además, hágame otro favor… A ver si puede usted encontrar una cosilla que necesito….
