-¿Por qué has tenido que pedirle estas cosas? Siempre quedo yo de tonto- se lamentó Ron, echando un ojo a los múltiples tomos que yacían en el suelo.

-Pues no sé qué tienen de malo… Mira… Son muy útiles. Éste, por ejemplo- la pelirroja se había arrodillado en el suelo, junto a su hermano, para coger uno de los manuales que el encargado les había dejado. –Cómo hacer buen uso de su televisor. Creo que el televisor es eso de allí- dijo, señalando hacia la enorme pantalla rectangular, que también estaba en la nueva habitación donde los habían trasladado. –Y este otro es súper interesante. Marque el teléfono de sus amigos en tres sencillos pasos. Si vamos a vivir en el mundo Muggle durante estos días, tendremos que acostumbrarnos a esto, ¿no? Además, nos hemos dejado las varitas en la Madriguera. Sin ellas, nuestros aliados son estos aparatos, ¿no crees?

-Bueno… sí- concedió su hermano. -¿Pero cómo se supone que me voy a leer esto en un día? ¡Son más grandes que el quinto libro de J.K Rowling!- comentó Ron, acordándose de una de las obras de una bruja literata que había escrito novelas sobre un aprendiz de mago. Ron sostenía en su mano, intentando pesarlo a ojo, un tremendo tomo que abordaba el interesante capítulo de las lavadoras y su centrifugado.

-Vayamos por partes- intentó tranquilizarlo la muchacha. -A ver, capítulo uno: Conecte su televisión. Capítulo dos: La televisión es su amiga, no la maltrate; deje que ella le maltrate a usted. Uy… da un poco de miedo, ¿no? ¡Aquí! Cómo ver la televisión- se emocionó, señalando la página 400 del índice.

-Déjame, yo lo hago- se apresuró a decir Ron, robándole a Ginny el manual que estaba consultando.

-Muy bien. Yo me voy a dar un baño, que me está esperando- comentó la pelirroja, poniendo rumbo hacia el servicio. –Recuerda: la televisión es tu amiga. No le hagas nada que ella no te haría- se burló.

-Qué graciosa…

Fue entonces cuando Ron se quedó a solas en la habitación, con el enemigo justo enfrente: la televisión. Al principio, pensando que no era necesario consultar el manual, permaneció varios minutos delante de ella, esperando a que ocurriera algo.

-Pues qué aburrido….

Pero cuando vio que el aparato ni siquiera se movía unos centímetros, agarró de nuevo el manual y siguió los pasos que se enumeraban allí. Un buen televidente siempre debe contar con la ayuda del mando a distancia. Recuerde, el mando a distancia es un objeto pequeño, habitualmente negro, que dispone de muchos botones que usted puede pulsar de manera sencilla. ¿A qué está esperando? ¡Agarre ese cacharro! Sin él no podremos comenzar nuestra aventura.

-Ya voy, ya voy…- comentó para sí mismo Ron, buscando el mando a distancia con la mirada. Éste se encontraba, afortunadamente, encima de la mesa de despacho que había cerca de la cama, así que no le llevó mucho tiempo encontrarlo.

¿Ya lo tiene? Siguió leyendo. –Sí, lo tengo- respondió y continuó. Muy bien ¡Es usted muy inteligente! Se merece una ovación. El siguiente paso es algo más complicado. Preste atención. Busque en el cuadro de botones del mando a distancia, aquél que sea rojo y presiónelo. Recuerde que debe dirigir el mando hacia la televisión, lo justo como para que la lente óptica que se encuentra en su cabezal haga conexión con la otra lente que se encuentra en el aparato.

-Pues sí que era complicado, sí- comentó Ron, simplemente pulsando el botón rojo.

¡FUM!

-Hola amigo, ¿cómo estás?- preguntó un chico alto y musculoso, al otro lado de la pantalla.

Ron se pegó un susto de muerte ¡Había una persona hablando con él en aquel trasto! Aquello era mucho más moderno que las chimeneas.

-¡Ginny, ven! Creo que he encontrado la forma de comunicarnos con la madriguera.

-¡Estoy dándome un baño, Ron, ahora voy!

El chico musculoso siguió hablando; iba vestido con un chándal de color plateado, de una tela muy fina, en el cual se le marcaban los músculos. El hombre se quitó la chaqueta del chándal y se quedó en camiseta de tirantes, dejando al descubierto un pecho firme y unos bíceps de acero. -¿Tienes problemas?- preguntó retóricamente.

-Si, los tengo- le respondió Ron. -¿Cómo lo has sabido? ¿Y tú quién eres?

-Pues has dado con la persona adecuada, amigo ¡Soy Bill McMuscles y hoy tengo para ti el remedio de todas tus penas!

-¿Tienes un traslador?- quiso saber el pelirrojo.

-¡Tengo algo mucho mejor que eso! No es sólo un remedio, es la solución para toda tu vida. Ven, acompáñame.

-¿Quieres que me meta en eso? No sé cómo se hace, colega. Espera, voy a por el manual- se angustió Ron, tomando el manual y abriéndolo de nuevo para intentar buscar un capítulo donde le enseñaran cómo introducirse en la televisión.

Al tal Bill lo estaban enfocando ahora en un inmenso gimnasio, aunque él se había colocado al lado de una máquina para hacer abdominales.

-Es más fácil de lo que crees, amigo…..

-Ya, para ti que eres un Muggle- se quejó Ron.

-…..pues aquí la tienes ¡Es la nueva máquina abdominal! Con ella todos tus problemas se habrán acabado. Fuera complejos. Fuera celulitis. Fuera esas prendas amplias donde intentas esconder tus michelines……

-¿Pero de qué estás hablado, colega? ¿Qué michelines?

-…..todo lo que quieras, Bill te lo puede conseguir- siguió hablando el hombre de la televisión, por supuesto sin hacer caso de los comentarios del pelirrojo. -Todos tus sueños y problemas: Bill te los arregla. Sólo tienes que llamar a nuestro número de la Teletienda: 554 554 555 ¡Llama ahora! Bill está esperando tu llamada……

-¡Ay, la leche! Voy, voy…- Ron dejó caer el manual de la televisión y se tiró en plancha a por el del teléfono. Bill el musculoso ya había desaparecido de la pantalla y, en su lugar, aparecieron otros dos personajillos intentando vender una milagrosa máquina de coser.

-¡No, espera! ¡No te vayas!- exclamó el pequeño mago desesperado. -Tengo que encontrar tele… el teleeso…. ¿Dónde demonios está?

El menor de los varones Weasley se hizo por fin con el manual. Comprobó los tres sencillos pasos (de los cuales uno de ellos explicaba cómo ponerse el auricular en el sentido correcto) e incluso esperó el tono de la llamada (había todo un capítulo dedicado a esto, aunque con las tres primeras frases cualquiera medianamente inteligente lo hubiera entendido).

-Teletienda, le atiende Sarah, ¿en qué puedo ayudarle?- saludó una voz, al otro lado del aparato.

-Si, Sarah ¡Hola!

-Buenas noches, señor.

-Quería hablar con Bill McMuscles.

-Lo siento, señor, ¿con quién?

-¡Con McMuscles! ¡Acabo de verlo en la telecisión! Me ha dicho que lo llamara.

-Lo lamento, señor, pero no sé de qué me está hablando.

-¡Tiene que estar ahí! ¡Me ha dicho que lo llamara!- insistió Ron. -¿Puede preguntar si todavía está por ahí?

Mientras tanto, en una centralita de Teletienda, una compañera le preguntaba a la joven e inexperta Sarah cuál era el problema. Ésta, tapando el auricular, comentó:

-Hay una especie de loco que pregunta por un tal… ¿McMuscles?

-¡Ah! ¡El de las abdominale! Es el quinto tarado que llama esta noche preguntando por él. Dile que en este momento no se encuentra aquí, pero que tenemos la máquina de abdominales u otros productos, si está interesado en ello.

-Disculpe, señor- dijo Sarah, volviendo al teléfono. –El señor McMuscles no se encuentra ahora mismo aquí, pero si quiere puede comprar alguno de nuestros productos.

-Mmmmm… sí…¡Eso era lo que quería! ¿Tienen trasladores?

-¿Disculpe, señor? Creo que no le he oído bien, ¿puede repetir la palabra?

-SÍ ¡Maldito cacharro!- se enfureció Ron, subiendo el tono de voz y pegándose aún más el altavoz a la boca. -¡TRASLADORES! ¡ESTOY BUSCANDO UN TRASLADOR!

-Claro, señor…. Ahora mismo no sé a qué se refiere, pero supongo que lo que quiere es un trasbordador.

-Sí, eso- afirmó Ron, pensando que se trataba del mismo tipo de artículo, pero en denominación Muggle.

-En este momento tenemos un trasbordador espacial en miniatura, creado especialmente para el juego de los niños. Pero no disponemos de otra cosa ¿Le interesa?

-Sí, me da igual el tamaño. Supongo que, con unos arreglillos, eso servirá.

-Muy bien, señor ¿Puedo saber sus datos?

-Emmm… sí- dijo Ron, abriendo un bolso que estaba colocado en la mesita de noche. A lo mejor allí encontraba algo. Había una cartera. Ron la abrió y en su interior pudo ver miles de tarjetas de plástico, muy parecidas a las que había empleado Zacary para abrir la puerta. Todas ellas estaban a nombre de Georgia Weasel. Ron comenzó a darle los datos personales de la cantante a la señora del teléfono.

-¿Y el número de tarjeta?

-¿Es ése que hay escrito en ella?

-Me temo que sí, señor

Ron se lo dio.

-Muy bien. Como es un pedido urgente, el artículo le llegará dentro de dos días.

-¿Dos días? Pero no puedo esperar tanto.

-Lo siento, señor, es la fecha genérica que tenemos para envíos a los Estados Unidos.

-¿E… Es… Estados U… Unidos?

-Sí, señor

-Vale….. gra….gracias- comentó Ron, abrumado por la información que le acababa de dar la telefonista.

-Que pase una buena noche….

Ginny, que acababa de salir de la ducha, regresó a la habitación enfundada en un algodonoso albornoz blanco.

-¿Con quién estabas hablando?

-¿Tú sabías que estamos en Estados Unidos?

-Más o menos sí, lo intuía.

-¿Y por qué no me has dicho nada?- reclamó su hermano.

-¡No quería asustarte, Ron! ¡Pero te dije que estábamos en otro lado del mundo! ¿O no?

-¿Qué… qué… qué demonios hacemos aquí?

-No tengo ni idea… Pero espero que lo acabemos averiguando. Oye, Ron… ¿vas a quedarte viendo ese trasto?- preguntó Ginny, cambiando de tema y señalando la televisión.

-¡Sí! Un tipo me ha hablado antes. A lo mejor lo hacen más….

-Yo estoy muy cansada. Creo que voy a dormir.

Ginny, entonces, se metió en la cama de mega matrimonio con hijos y eligió el lado izquierdo de la cama. Estaba tan rendida que se habría quedado dormida rápidamente si no llega a ser por…

-¿Es que estas luces nunca se apagan?

-Pues… no lo sé… Aquí no hay ningún manual que hable de electrificidad. Ojalá estuviera papá aquí, para explicárnoslo…

-Ufff… En fin… tendré que dormir así- se resignó Ginny, dando media vuelta y tapándose la cara con una de las quince almohadas que había sobre el lecho.

Ron, mientras tanto, seguía embobado con la Teletienda. Cada quince minutos, un clon de Bill McMuscles, hombre o mujer, aparecía en la pantalla, intentando vender algo. Ron, ajeno al hecho de que en la televisión se podía cambiar de canal, se pasó al menos una hora más escuchando todos los anuncios y respondiendo a todos los anunciantes. Al cabo de ese tiempo, empezó a caer en la cuenta de que aquellas personas hablaran, pasara lo que pasara, tanto si él les contestaba como si no. Con lo cual, llegó a la conclusión de que la televisión era muy aburrida ¿Qué sentido tiene un cacharro donde te hablan, pero donde tú no puedes hablar? Pensó para sí mismo, mientras tomaba el manual para apagarla y acto seguido enfilaba la cama, junto a Ginny.

La madrugada había caído sobre las calles de Nueva York. También sobre las cabezas de los dos hermanos, que se encontraban profundamente dormidos en el lujoso hotel Plaza. Tendida en la cama, Ginny estaba teniendo un sueño de lo más placentero con Harry Potter, su amor platónico desde que había tenido uso de razón para distinguir los contrastes entre los chicos y las chicas. Era el típico sueño. Harry y ella se encontraban en una de las pequeñas calas de Inglaterra, tumbados en la arena. Hacía un día radiante y Harry le estaba poniendo crema en la espalda a Ginny, acariciándole muy suavemente.

-Harry…. Jijijijijiijiji….mmm…. Me haces cosquillas. Más despacio- comenzó a decir la pelirroja en sueños.

La mano de Harry empezó a moverse más lentamente, extendiendo toda la crema. El ambiente se caldeó y poco a poco su mano comenzó a buscar territorios más peligrosos, avanzando hasta los pechos de Ginny.

-No, Harry, para… No debemos, soy una chica decente….

Pero el muchacho no paraba e incluso masajeaba la zona de manera más fuerte.

-¡Harry! Me haces daño….

Ginny se despertó en ese momento, abrió los ojos y….

-¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHHH!

Justo enfrente de ella, iluminado por la luz de la habitación, había un chico que se daba un aire a Harry Potter, aunque, evidentemente, no tenía nada que ver con él. Llevaba el pelo pincho y tenía unos ojos verdes preciosos, además de una pequeña cicatriz, casi imperceptible, en la frente. El alter-ego muggle de Harry Potter empezó a reírse de la reacción que había tenido Ginny

-¿Qué pasa, qué pasa?- se desveló Ron, incorporándose rápidamente en la cama.

-Te he echado de menos, pequeña- dijo el chico, inclinándose para alcanzar la boca de Ginny. Ésta agarró un almohadón y le propició un tremendo golpe en la cara al muchacho. Ron, que todavía estaba demasiado dormido para poder reaccionar, se quedó mirando la escena incrédulo, con los ojos medios cerrados, intentando decidir si lo lógico hubiera sido darle un puñetazo a aquel tipo o no.

-¡Oh, vamos! ¿Aún estás enfadada por lo de anoche?- dijo el extraño, tan pronto su nariz se recuperó del mamporro -Ya te he perdido perdón un millón de veces… Me da igual esa chica, en serio. Ya te he dicho que te quiero a ti ¿Qué más quieres que te diga?

-¿Quién cuernos es éste?- estalló por fin Ron, señalando al muchacho e incorporándose de la cama.

-Ah…. Tú debes de ser su hermano. Encantado. Soy Harry. Harry Troter, el novio de Georgia. Seguramente te habrá hablado mucho de mí- aseguró, también poniéndose en pie y tendiéndole una mano a Ron.

Éste, confundido por el descubrimiento de que ahora su hermana tenía un novio que era una pseudo- copia de su amigo Harry, le estrechó la mano, todavía receloso.

Ginny, todavía tumbada en la cama y tapada con las sábanas hasta el cuello, estaba mirando la escena, desconcertada.

-¿Un besito de reconciliación?- preguntó Harry, extendiendo sus labios para que Ginny los besara.

Pero a la muchacha se le ocurrió rápidamente una idea:

-Si crees que con un beso lo vas a arreglar todo….

-¡Oh, vamos! ¡Georgia ya te he pedido perdón! ¿Qué más puedo hacer? ¿Quieres que te suplique, que me arrastre?

Se veía que la pareja había discutido la noche antes y Ginny tenía muy claro que iba a sacar partido a esa circunstancia todo lo que podía.

-Vale…. como quieras- respondió Harry, rendido, al ver que la muchacha no contestaba -Pero no voy a dejar que esto quede así. Además, tenemos que irnos.

-¿Irnos?- preguntaron los dos hermanos a la vez. Estaban tan derrotados que sólo pensar en mover un músculo les dolía.

-Sí, tenemos una fiesta, ¿o es que no lo recuerdas, muñeca? La droga esa que te di anoche era buena, ¿eh?

Ya están otra vez hablando de la cocoína esa ¿Pero qué tendrá, que a todos los vuelve locos? Se preguntó a sí misma Ginny.

-¡Vamos! Y tú también, colega- dijo Harry, señalando a Ron y haciendo aspavientos. -No voy a dejar que te quedes aquí. Tenemos que celebrar por todo lo alto que el novio de Georgia ha venido a verla. Os espero en el coche. Tenéis quince minutos para quitaros esos pijamas y poneros… divinos…

Y, dicho eso, se dirigió hacia la puerta, pegó un portazo y salió de la habitación.

-¿Y ahora qué?- preguntó Ron, mirando a Ginny.

-Pues…. Creo que tenemos una fiesta….