Bueno, comentar que se me ha ido un poco la cabeza en este nuevo capítulo. Esto no estaba planeado, pero la imaginación vuela y vuela… y luego ya no sabes ni dónde estabas, jaja. Espero que no se haga muy pesado. Un saludo a todos!

Quince minutos antes de que la verdadera Georgia Weasel descubriera "el pastel", algo muy misterioso estaba ocurriendo en una casa blanca, muy lejos de Manhattan. En el interior de una impresionante mansión, un muggle de pelo cano y sonrisa embaucadora deambulaba inquieto, observando el crepitar de las llamas que escupía su chimenea. El hombre daba vueltas alrededor del fuego, sin apartar la vista de las lengüetadas que desprendía la fogata. Sudoroso, parecía que aguardaba el peor momento de su vida.

De pronto, las llamas empezaron a revolotear y a serpentear en la atmósfera, enrareciendo el aire que las rodeaba. Una cabeza pálida, cubierta de cicatrices, escuálida y cortada como la forma de un cráneo mal nutrido hizo ¡pop! en el centro de la chimenea.

El hombre de pelo cano pegó un ligero respingo y se alejó tembloroso del lugar donde flotaba la cabeza. Había estado esperando aquel momento toda la tarde, pero ahora se sentía incapaz de aproximarse hasta ese punto.

-Georgie, Georgie, Georgie….- aulló una voz fría, hueca como la fosa de un muerto con vida. –Acércate, no tengas miedo, hombre- incitó la cabeza que flotaba en la chimenea.

-Sss…sí, señor- contestó el hombre con voz temblorosa, cuya cara estaba tornando a una tonalidad pálida que hacía juego con sus canas. El hombre parecía haber envejecido diez años con aquella aparición y ahora lucía el aspecto de un anciano.

-Otra vez hemos vuelto a meter la pata, ¿verdad?- continuó la voz, ahora que el hombre se había aproximado aún más.

-Yo… yo… yo no…-tartamudeó el anciano.

-¡SILENCIO!- bramó la cabeza con forma de calavera desde las llamas. El color rojizo del fuego no conseguía dar colorido a aquella testa mortuoria. -¿Cuántas veces tendré que advertirte que no me interrumpas?

-Sí, señor…-concedió, muerto de pánico, bajando ligeramente la cabeza, el muggle de pelo cano.

-Así me gusta ¡Disciplina! Eso es lo que os falta a los Muggles con poder. Bueno….¿Y cómo vamos a arreglar esto, Georgie?

-No sé a qué se refiere, señor…- dijo, honestamente, el pelicano. –Me… me llegó una de esas lechuzas hoy diciéndome que quería verme, señor, pero no sé de qué me está hablando…- remató, poniendo cara de cordero degollado.

-¿Ah, no? ¿Ah, no?- repitió, iracunda, la cabeza, dando pequeños tumbos de un lado a otro. -¡Enciende ese maldito trasto donde salen todas esas muggles en pelotas!

Ante esta orden tan directa, el empequeñecido muggle salió corriendo al aparato de televisión que había en la estancia. Aunque aquel mandato había sido un poco difuso, el hombre comprendió perfectamente a qué se refería la cabeza y rápidamente la encendió. -¿Qué… qué… canal?- preguntó el muggle, cada vez más tartamudo. La cabeza, que estaba perdiendo la paciencia, sin venir a cuento lanzó un rayo cegador de color amarillo y la televisión, tras escupir una ligera humareda, se sintonizó sola en uno de los canales de noticias.

La misma mujer del Telediario a quien Georgia Weasel estaba a punto de escuchar, apareció en el cuadrado, dominando toda la pantalla. La pequeña Ginny Weasley sustituyó pronto a la presentadora y las imágenes contaron la espectacular gira que acababa de inaugurar la cantante pop.

-¡AHÍ LA TIENES, PEDAZO DE MENDRUGO!- rugió la cabeza, que todavía flotaba en medio de la chimenea. Los ojos, de un color rojizo, se habían puesto aún más incandescentes y miraban la pantalla con un odio incontrolable.

El hombre de pelo cano, confundido, volteaba la cabeza de un lado al otro, primero mirando a la pantalla, luego a la cabeza, a la pantalla, a la cabeza… Pero por más que se estrujaba el cerebro, no era capaz de comprender qué tenía de interesante aquella noticia. Sacando fuerzas de flaqueza y valor de donde no lo había, el pequeño muggle consiguió reunir en su lengua las palabras necesarias para desvelar aquel misterio:

-¿Le… le gusta el Pop? Yo… yo pensaba que el señor de las tinieblas no tendría tiempo para estos….

Voldemort, con su cabeza todavía suspendida en las llamas, cambió su expresión de furia por otra misteriosa y rodó sus ojos hasta las cuencas superiores, como si se estuviera haciendo a sí mismo la pregunta que el muggle acababa de formularle. Bueno… no está tan mal… pensó, inmediatamente desprendiéndose de aquella fantasía estúpida y cambiando su cara en segundos para volver a la realidad:

-¡No, zoquete!- gritó de nuevo, soltando humo por la boca y extendiendo la bocanada hasta aquel muggle, al que consiguió despeinarle el flequillo. -¿Es que no sabes quién es ésa?

-Yo… yo- tartamudeó de nuevo aquel personaje.

-¡Tantos años en la Casa Blanca te están atrofiando!- el muggle, cabeceó taciturnamente ante esta acusación del Que no debe ser nombrado. -¡Es el amor platónico de mi archi enemigo! ¡De ese niño apestoso que me convirtió en lo que soy!

Al muggle se le encendió una bombilla en su frente al oír estas palabras y rápidamente, como intentando resolver el fallo que había cometido exclamó -¡Harry Potter!- pero de repente recapacitó lo que había dicho y volvió a mirar a la pantalla, donde todavía estaban retransmitiendo las últimas imágenes de Ginny haciéndose pasar por una cantante de moda. –Pero ¿y de qué conoce él a Georgia Weasel?

-Estúpido, estúpido, estúpido... ¡Eres más lento que Colagusano!- se frustró Voldemort, desesperado, dando cabezazos contra los ladrillos de la chimenea. -¡No es una maldita cantante! ¡Las han confundido! ¡Ésa es Ginny Weasley!

-¿Acaso no es lo mismo? ¿Quién cuernos es Ginny Weasley?- respondió el muggle, el cual estaba empezando a envalentonarse. –De todos modos, Sr. Riddle, no comprendo a qué es debida su visita, ni que pinto yo en todo esto…. Creía que nuestros negocios ya estaban cerrados…

-Me debes un favor, George ¡Y lo cumplirás si no quieres acabar en tu querido estado de Texas, pidiendo clemencia para que no te apliquen un Adaba Kedava al estilo muggle!

George Bush, presidente de los Estados Unidos, el hombre más poderoso de la tierra, acababa de sentir cómo un vigoroso escalofrío recorría su espina dorsal. Los suelos de la Casa Blanca parecían temblar bajo sus pies. No estaba muy seguro de qué era eso del Adaba Kedava, pero intuía que sería algún equivalente mágico de la pena de muerte.

Tan pronto se le pasó aquel escalofrío, Bush respiró profundamente, se ajustó la corbata y dijo envalentonado:

-Creía que ya habíamos quedado en paz cuando no impedí que tu amigo Bin atacara mis torres. Aquello casi me costó mi Gobierno ¡Todos me odian por eso!

-¡Ah! ¿Ahora quieres sacar trapos sucios?- preguntó Voldemort –Muy bien, pues dime: ¿Quién te puso en esta casa? ¿eh?- reclamó Quién-No-Debe-Ser-Nombrado, fuera de sí por lo que acababa de escuchar. -¿Quién te mandó a la mejor de mis mortífagas, a la más eficiente, para que le hiciera un servicio rapidito a tu oponente?

-No veo por qué hay que sacar ahora el tema de Mónica Lewinsky. Además, habría ganado igualmente aquellas elecciones aunque ella no hubiera desestresado a Bill- argumentó, testarudo, el presidente. Pero Bush, de nuevo sacando fuerzas de flaqueza, se acordó de otro punto de discusión muy importante: -¿Y quién fingió no poder encontrar a tu amigo Ladden? Porque mi servicio de inteligencia y yo sabemos perfectamente que todas las noches se toma unas buenas copas en ese club de alterne afgano.

-¿No estarás intentando decir que el hombre no tiene derecho a divertirse? La Gatita afgana es un club de lo más saludable. Yo he estado allí un par de veces- se defendió Voldemort, desviando la conversación y poniendo cara de polluelo enamorado. De pronto cayó de vuelta a la realidad y con su cabeza agitándose aún más violentamente en la fogata, continuó la discusión, elevando aún más la voz: -¡Pero aún me debes una por aquellas armas de destrucción masiva en Irak! Si no llega a ser por el trabajo de mis muchachos, tú no habrías conseguido todo ese pepróleo irakí ¡Somos socios! Lo quieras o no…

-¡Pero yo no te debo nada, Riddle! ¡Por Abraham Lincoln! ¡Si hasta le hemos dado tu nombre a un huracán! ¿Qué más puedes desear?

-Me llamo Voldemort, no Voldavort- se quejó Quién-Todos-Sabemos, poniendo mueca de ofendido ante las palabras de George W Bush.

-Como sea. De todos modos, con ese nombre no asustas a nadie aquí. Además, estos días estoy haciendo oídos sordos por la que estás armando en Inglaterra. Todos los Telediarios lo comentan ¡Al menos podrías haber dejado alguna evidencia para que no parezca cosa de magia! ¿Es que no sabes lo que es una pistola o un cuchillo? Tú y tu manía de agitar esa varita por todas partes. Estoy en plenas elecciones. Ahora no me puedo permitir ningún escándalo más.

-¿Quieres que llame a Kerry? ¿Es eso lo que quieres?- amenazó Voldemort, con furia iracunda. El presidente de los Estados Unidos, muy asustado por los próximos comicios que se aventuraban, se quedó petrificado, pensando si sería conveniente pactar de nuevo con el tenebroso mago o no….

-Mira, Vold…. Tom….- Voldemort alzó una ceja ante el trato amistoso con el que se estaba dirigiendo a él Bush. –Señor Riddle- se corrigió, entonces, el poderoso muggle,-ayer me llamó Tony y…

El teléfono rojo de la Casa Blanca, de pronto, estalló en rings, rings. George W Bush, cortó entonces su desahogo, giró la cabeza y se quedó mirando el aparato durante unos segundos. Había estado a punto de pedirle permiso al que No-Debe-Ser-Nombrado para contestar la llamada, pero el presidente de los Estados Unidos se lo había pensado mejor y decidió actuar con normalidad y tomar el teléfono:

-Al habla George W Bush ¿Con quién hablo?- contestó con voz desafiante.

-Señor, tengo a un individuo esperando que dice que quiere hablar con el señor Obush ¿Qué desea que haga?- advirtió su secretaria al otro lado del aparato.

-Pase la llamada. A lo mejor es una palabra en clave de nuestro jefe de inteligencia.

-Al momento, señor.

La secretaria se ausentó unos segundos y una nueva voz volvió a oírse al otro lado del hilo telefónico. Voldemort, esperando en la chimenea y empezando a perder la paciencia, había extendido todo lo que podía la cabeza para intentar escuchar la conversación.

-¿Dígame? Al habla George W. Bush, presidente de los Estados Unidos de….

-Sí, sí, ahórrate el discurso para las próximas elecciones, Obushy- le cortó una voz familiar con un acento extraño. -¿Está mi amigo por ahí? ¡Pásamelo! Creo que tenemos un código rojo.

Bush hizo lo que se le había ordenado e intentó alcanzarle el teléfono a Voldemort.

Al ver el aparato, el Señor de las Tinieblas se desquició: -¿Pero cómo quieres que agarre eso si sólo tengo aquí la cabeza?- Bush, retomando su estado de nerviosismo al darse cuenta de que Voldemort estaba cada vez más furioso, sujetó el teléfono y puso el aparato en su oreja, amoldándolo convenientemente para que pudiera hablar con el misterioso interlocutor.

Voldie! ¿Qué tal estás, querido amigo?- comenzó a hablar, muy alto, la lejana voz. –Me han dicho que te apareciste por aquí, pero ya sabes lo ocupado que estoy haciendo la Guerra Santa, ¿no? Bueno, da igual, supuse que estarías en casa del yankee incompetente ¿Qué es lo que te pasa, amigo?

-¡Hola Bin!- dijo Voldemort, muerto de alegría por poder hablar por fin con un individuo de su misma talla. –Necesito tu ayuda otra vez, camarada. Tendrás que venir a Nueva York inmediatamente.

-Pero es que no creo que sea muy bien recibido allí después de la última que liamos, Tom- respondió Bin Ladden.

-¡Me da igual! Tú te vienes aquí ya. Si quieres tráete el Corán bajo el brazo, pero ven aquí de inmediato. Toca el traslador que te di hace años para lo de las Torres esas y vente para acá, que tenemos un trabajito que hacer.

-¿Otra vez perseguimos al Dumbledore ese? Vamos, Tom, aquel día no estaba en las Torres y nos cargamos a toda esa gente para nada ¿Estás seguro de que ahora anda por ahí? No es que no me divierta esto, pero es que hoy tenía una cita y….

Voldemort, que estaba empezando a desquiciarse rodeado de aquella panda de inútiles Muggles, cortó la conversación de su camarada y le dijo: -¡Si no quieres que te haga un Crucios que te persiga por toda la eternidad ya estás moviendo tus barbas hasta aquí, Ladden!

Una vez que hubieron colgado el teléfono, Voldemort se dirigió de nuevo a Bush. El Que-no-debe-ser-nombrado le advirtió que no quería ni que moviera un músculo mientras él y sus Mortífagos irrumpían en el concierto que se estaba llevando a cabo en Nueva York.

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En el otro lado del globo, a esa misma hora, aunque muy tarde en la madrugada debido al cambio de horario, el Ministro de Magia, Cornelius Fudge, empezaba a perder la paciencia intentando despertar al Primer Ministro Muggle, Tony Blair.

El teléfono sonaba y sonaba en la mansión de los Blair, aunque nadie parecía estar en la casa y Fudge, aunque estaba siendo asesorado por los mejores magos estudiosos del mundo Muggle, tampoco se aclaraba muy bien con aquel cacharro, por lo que decidió mandarle una lechuza urgente con un mensaje en el que se podía leer:

Querido Primer Ministro Muggle:

Nos encontramos en un momento muy delicado para nuestros dos mundos. De sobra estará usted enterado de los últimos acontecimientos pertrechados por el mago más peligroso de todos los tiempos, cuyo nombre Ya-sabemos-cuál-es-pero-no-debemos-pronunciarlo.

Aunque estoy inquieto por estos acaecimientos, usted sabe que nunca he intentado rebasar la sutil barrera que divide nuestros dos mundos… Pero la situación en la que nos encontramos ahora es muy diferente.

Fruto de un engaño planeado por Quién-no-vamos-a-nombrar, cuatro alumnos de Hogwarts, la escuela de magia y hechicería más famosa de todo el país, andan perdidos por la ciudad estadounidense de Nueva York.

Mi servicio de aurores ha investigado lo suficiente para saber que esto ha sido una trampa del Señor Poderoso y de sus seguidores. Sospechamos que su idea era trasladar a Harry Potter (ya le hablé de él en otras lechuzas, creo recordar) a una ciudad Muggle para poder asesinarlo sin ningún tipo de protección mágica. Pero una vez más y gracias a la suerte incomprensible del muchacho, sus planes no han dado resultado como era debido. En lugar de Harry, dos amigos suyos andan perdidos por la ciudad de Nueva York, aunque sabemos que El niño que sobrevivió y una estudiante meritoria de Hogwarts han ido en su busca.

Aún así, mis brillantes aurores están convencidos de que todavía se encuentran a salvo. Y por eso me dirijo a usted, señor Blair.

De todos es sabida su amistad con el Primer Ministro estadounidense. A mí no es un personaje que me satisfaga especialmente, por lo que habría pensado que quizá usted pudiera persuadirle para que active las medidas de urgencia necesarias para esta ocasión. Nosotros ya hemos mandado a nuestro mejor batallón para allá, el cual se aparecerá de un momento a otro en la ciudad. Tenemos sospechas de que El Señor de las Tinieblas Más Tenebrosas ya se encuentra por allí.

Ruego su colaboración más urgente para que nuestros dos mundos no queden reducidos a cenizas. Tenga usted en cuenta que tanto usted como yo no podemos permitir que nuestros electores no nos voten en las siguientes elecciones. Nuestros mundos nos necesitan.

Atentamente,

Cornelius Fudge

P.D: Cuento con su voto y el de sus amigos para los próximos comicios. Yo ya he mandado mi papeleta muggle para apoyarle en su nueva candidatura.

Voldemort ya había desaparecido de la chimenea de la Casa Blanca. Pero en lugar de su presencia había dejado la inquietud entre aquellas paredes. Bush se encontraba ahora atrapado, con dos criminales internacionales (uno mágico y el otro muggle), pululando por una de las ciudades que estaban bajo su dominio. Los dos parecían muy dispuestos a arrasar lo que fuera con tal de encontrar a un adolescente cuya única particularidad notable (para George Bush) era que tenía una cicatriz que le avisaba cada vez que Voldemort estaba cerca.

Furioso y a la vez aterrado, George Bush decidió que aquel era un buen momento para poner pies en polvorosa y hacer una visita a su rancho de Texas. Pero cuando estaba a punto de hacer una llamada para que sus empleados prepararan el equipaje, el teléfono rojo volvió a sonar. Con manos temblorosas, el presidente de los Estados Unidos lo descolgó:

-¿Quién?

-¡Bush!

-¿Tony? ¡Qué alegría oírte! ¿Qué ha pasado?- El Primer Ministro del Reino Unido estaba al otro lado del hilo telefónico.

-Tengo malas noticias. Yo ya te dije que no era bueno que nos aliáramos con personajes que comen ranas vivas de chocolate… Pero ahora estamos metidos hasta el cuello y no nos queda otra.

-¿Pero de qué estás hablando, Tony?- inquirió un nervioso Bush

-Me ha escrito Fudge ¿recuerdas? El tipo regordete del Ministerio de Magia. Dice que ha mandado a sus tropas a Nueva York y que Voldemort también está allí.

-¡Por las muelas de Sadam Husein!- exclamó Bush -¿Ahora también vienen los magos para aquí?

-Eso creo, Presidente- aclaró Blair, con un tono de voz parecido al de un soldado cuando se cuadra ante su general. –Parece ser que Riddle quería transportar a Harry Potter hasta una ciudad Muggle porque así sería más fácil deshacerse de él. Pero sus amigos acabaron allí por error…

-¡Claro! ¡Y ahora tenemos a una bruja metida en el mundo del espectáculo, casi casi paseando por Broadway! ¡Tony, esto se nos ha ido de las manos!- dictaminó, sudando, el presidente estadounidense.

-A lo mejor podríamos llamar a Dumbledore. Puede que él tenga ganas de ayudar. Creo que tiene una tarea pendiente con Riddle.

-No, Tony, no quiero acabar en el corredor de la muerte en mi tierra natal- contestó Bush, asustado por las consecuencias que podría acarrear traicionar a Voldemort y avisar al enemigo.

-¿Y entonces qué quieres hacer? ¿Llamamos al tonto de Aznar, al español, para meterlo en el fregado? Luego le echamos la culpa a él y ya está…. Seguro que el Zapatos ese, el oponente, querrá colaborar….

-No, esta vez no. Hay que guardarse esa carta para otro momento, Tony- el presidente de los Estados Unidos guardó silencio un minuto, intentando pensar. Pero aquello de pensar no era algo que a él se le hubiera dado demasiado bien durante toda su vida, así que apartó la idea, cejó en el intento y dijo tranquilamente: -Bueno… ya he tomado una decisión.

El silenció se apoderó del hilo telefónico. Una pausa de tensión necesaria en las meditaciones de las dos personalidades más influyentes el mundo muggle. George W. Bush, valiente, retomó la palabra y sentenció: -Yo me voy de vacaciones. Ya me lo contaréis cuando vuelva. Tengo un toro en Texas al que hay que castrar urgentemente.

-Fantástico. Una gran decisión. Yo me voy a la cama. Espero verte muy pronto en nuestra jornada de puertas abiertas a la prensa. Saluda a la Primera Dama de mi parte, George- le pidió Blair.

-Lo haré. Un saludo, Tony- respondió Bush, mucho más tranquilo tras el esfuerzo mental que había tenido que hacer.

Tony Blair rápidamente colgó el teléfono y regresó a su cama. -¡Ay! ¡Qué duro es gobernar el mundo!- exclamó el inglés para sí mismo, tapándose con la manta.

Completamente iluminado, el estadio de los New York Yankees refulgía en los alrededores del conocido barrio del Bronx. Algo muy grande estaba a punto de ocurrir dentro de las instalaciones y en la parte de fuera del estadio el ambiente que se vivía era parecido al de los partidos de béisbol que disputaba allí el equipo de la ciudad.

Muy pronto, sin embargo, las luces se apagaron. El público asistente contuvo entonces la respiración, consciente de que había llegado el momento. Harry y Hermione abandonaron la conversación que estaban manteniendo para unirse a la emoción general. De pronto, un chorro de luz, procedente de dos enormes focos, se iluminó y enfocó al público que se apretujaba en la parte baja del estadio. Se oyeron entonces algunos silbidos de la gente emocionada.

Incapaces de contener la tensión escénica que allí se estaba desplegando, algunos empezaron a gritar y, de repente, se oyó un estruendo enorme, una especie de ruido de tambores gigantesco, que resonó en el cielo de Nueva York… y la música empezó.

Los bailarines salieron corriendo a escena, con un público enloquecido que empezaba a presionar hacia delante, atorando a Harry y a Hermione contra la barrera que separaba la zona del público del escenario.

-¡Prepárate porque va a salir!- le gritó Hermione al famoso Gryffindor.

Harry notaba su corazón golpeando contra su pecho. Estaba totalmente encajado por una multitud excitada que no podía soportar más la espera por ver a su ídolo. Pero a él le daba igual. Se sentía como si no pudiera ver las luces cegadoras con las que habían decorado todo el escenario. Tampoco podía escuchar. Sólo oía el sonido de su corazón, latiendo fuertemente contra sus tímpanos, sintiéndolo en la parte izquierda de su pecho. Ginny iba a salir y por fin la vería, tras todas aquellas horas de larga búsqueda. La había echado de menos…

Las sombras seguían cubriendo el escenario mientras toda la banda hacía su aparición en él. Los más alejados de la escena no eran capaces de distinguir más que unas siluetas, pero Harry y Hermione estaban perfectamente colocados y pendientes para la entrada de Ginny. Desde allí podían diferenciar perfectamente unas caras de otras.

Un tímido Ron hizo entonces su aparición en el escenario. Iba seguido de dos muchachas, una de color y la otra blanca. El atuendo de las dos chicas consistía en unas camisetas negras, con escote, bastante ajustadas y unos pantalones que también marcaban su silueta. Ron, como miembro perteneciente del coro, tenía que ir a juego con ellas, así que los de vestuario lo habían ataviado también de negro, con una camiseta de tirantes ajustada, y habían volcado medio bote de gomina sobre su pelo, que ahora estaba revuelto, pero totalmente encrespado y firme.

A los dos amigos les costó bastante distinguir a Ron por su indumentaria, a pesar de que éste ya había alcanzado su posición, enfrente de su micrófono, en medio de las dos muchachas del coro.

-¡Ése es Ron!- gritó por fin Hermione, entusiasmada, alzando su brazo y señalando con el índice hacia la dirección del coro.

Harry, sorprendido por la indumentaria y el nuevo estilo de su amigo, no dijo nada en un principio, pero pronto estalló y soltó una carcajada.

-¡No te rías! ¡Está guapísimo!- se dejó llevar la morena de pelo revuelto y encrespado, presa de la emoción de ver a un Ron tan a la moda. El resto del público, en ese preciso momento, rompió a aplausos que iban al compás de la música. La atmósfera era impresionante. Parecía que en cualquier momento el cielo fuera a estallar como si se tratara de una piñata de cumpleaños.

Ginny, aterrada, esperaba detrás del decorado, mientras Kathryn la agarraba por los hombros, con el mismo estilo que lo haría un entrenador con su boxeador.

-Vas a estar estupenda, tú tranquila….

-Madre mía, madre mía…- no dejaba de decir la pelirroja, echando vistazos fugaces por una de las zonas en las que se podía entrever la cantidad de gente que se había concentrado allí. –Uff, uff, uff…- empezó a respirar Ginny, forzadamente, intentando dominar el aire que entraba y salía de sus pulmones.

Fue ahí cuando la música cambió. En lugar del redoble de tambores, ahora los altavoces detonaron el comienzo de una de las canciones de Georgia Weasel. El público enloqueció. Ginny, entonces, captó la señal, respiró profundamente, tomó una increíble bocanada de aire y saltó desde un lateral del escenario hasta el centro.

Los fans comenzaron a aullar y Ginny, aunque estaba muy asustada, comprendió que había dejado a la tímida pelirroja de Hogwarts entre bastidores. Ahora ella no era Ginny Weasley, insegura, a la sombra de sus hermanos. Era Georgia Weasel, la cantante internacional que tenía que comerse el mundo a bocados.

La nueva Ginny se contoneó hacia el centro del escenario, cantando. Su manera de moverse era increíble. Mucho mejor que la propia Georgia Weasel. Se había aprendido tan bien los movimientos de la cantante que nadie podía notar que no era ella. Pero, además, había conseguido mejorarlos, aportándoles su propio toque.

Aunque el problema no era ese. El problema era la voz. Ginny salió tan emocionada que durante los primeros veinte segundos no se dio cuenta de que estaba desafinando. El público tampoco, puesto que estaban todos demasiado ocupados en aullar y volverse locos. Pero pronto se pasaría la euforia y Ginny lo sabía, aunque no tenía escapatoria. Tenía diez segundos para transformar su voz en la de Georgia Weasel o saldría del estadio, pero a patadas, en lugar de a hombros.

En la otra punta de Nueva York, una chica pelirroja, conducía peligrosamente un descapotable rojo. Georgia Weasel y su nuevo novio se habían parado en un semáforo y la chica estaba a punto de perder sus nervios:

-¡Aparta de ahí, viejete!- le había gritado a un pobre señor que intentaba cruzar la calle.

La cantante ya se había recorrido medio Manhattan a una velocidad record y estaba a punto de llegar al puente que unía la isla con la desoladora zona del Bronx. Aún desesperada, la chica había sintonizado una de sus radios preferidas para ver cómo un comentarista radiaba todos los acontecimientos que se iban desarrollando en el concierto, su concierto.

-Todavía no entiendo qué hacemos aquí- comentó Belatrix Lestrange, presa de un tic nervioso que se había apoderado de su ojo derecho.

-Órdenes. Nos han dicho que entremos y entramos- comentó Lucius Malfoy, desesperado por tener que esperar una cola interminable.

Prescindiendo totalmente del sentimiento de discreción, varios mortífagos encapuchados estaban alineados en las taquillas del estadio, intentando conseguir una entrada de última hora. Algunos de ellos, como Crabbe y Goyle, se habían decantado por el sistema de reventa y estaban dando vueltas en busca de un buen precio.

-Al menos esta dichosa marca podría dejar de quemar- exclamó, cansada, Bellatrix, separando su túnica para descubrir la marca tenebrosa que llevaba grabada en el brazo. –Lleva todo el día incandescente y ya no sé cómo moverme. Es obvio que hemos atendido a la llamada de Nuestro Amo- siguió quejándose.

Un grupo de adolescentes que pasaban por allí se quedó mirando a la panda de mortífagos encapuchados.

-¡Qué guapo!- exclamó uno de los púberes. –Ya te dije que teníamos que venir disfrazados al concierto- se lamentó, mirando a uno de sus compañeros y dándole codazos para que apreciara a los mortífagos.

Lucius Malfoy, ofendido, estuvo a punto de sacar su varita para lanzarle al muchacho una de las maldiciones prohibidas, pero Lestrange le agarró el brazo y le dijo amenazadoramente:

-Ya podrás vengarte luego, Lucius. Recuerda lo que nos ha dicho nuestro Señor: discreción hasta que la ocasión sea perfecta. No te aventures ahora. Tenemos órdenes, como tú bien has dicho.

-¡Eh! ¡Las tenemos!- gritó de pronto Nott, seguido de Avery, dos peligrosos mortifagos. Los dos acababan de torturar a un pobrecillo hombre que intentaba revender unas entradas a buen precio y ahora agitaban los boletos en el aire, contentos de poder entrar de una manera "discreta", tal y como les había ordenado Voldemort.

-Perfecto- exclamó, alegre Bellatrix, ya cansada de hacer cola en vano. –Ahora sólo queda encontrar a los inútiles de Crabbe y Goyle. Pensaba que estarían haciéndote sombra, Lucius…- ironizó Lestrange.

-Hay cosas que no son hereditarias- exclamó el rubio, haciendo referencia al eterno placaje que Crabbe y Goyle hijos hacían siempre a Draco.

Mientras tanto, en ese preciso momento, Hermione, que se había dado cuenta de la tortura a la que Ginny estaba sometiendo a los altavoces, miró rápidamente a Harry para ver si éste también lo había notado. Pero Harry estaba embobado ¿Ésa era Ginny Weasley? Pensó el muchacho ¿Cómo era posible que se hubiera convertido en una mujer y él no lo hubiera notado en todos esos años? Guau….

-¡Harry!- le llamó Hermione, propiciándole codazos. Algo que no funcionó porque Harry estaba anestesiado gracias a todos los empujones que los asistentes le estaban dando.

-¡Harry! ¡Despierta!

Harry seguía mirando a Ginny, totalmente ido. Sus ojos verdes brillaban como nunca lo habían hecho. La boca la tenía abierta y se podía percibir que el muchacho estaba salivando tanto como lo habría hecho un perro al ver comida después de un día entero de ayuno.

-¡Harry controla tu baba, por Dios!- se desquició Hermione, la cual estuvo a punto de darle una colleja a su amigo. Pero en lugar de esto, la morena sólo lo zarandeó, consiguiendo que el chico de los ojos verdes por fin saliera del trance en el que le había sumido la pelirroja.

-¿QUÉ?- se alteró Harry.

-¿Pero es que no lo ves? ¡Está desafinando como un payaso de circo!

Harry pestañeó y esta vez estuvo atento a los gruñidos que Ginny estaba volcando en el micrófono. Kathryn, la asistente de Weasel, estaba horrorizada. En la parte de atrás del escenario la mujer avestruz estaba haciendo todo lo posible para que un técnico cambiara el sistema real de sonido y en su lugar pusiera uno de los discos de Georgia Weasel. El play back era lo único que en aquel momento podría salvar a la cantante. Pero el disco no funcionaba. Estaba rayado. Ron había estado jugando con él e investigándolo poco después de los ensayos de Ginny.

Harry y Hermione, en el foso, empezaron a mirar alrededor. Tenía que haber alguna solución. Ginny, emocionada y ajena a lo que estaba ocurriendo, seguía con su recital destroza tímpanos. Sí… se movía como los ángeles, pero cantaba como un jabalí en un barrizal… y el público estaba empezando a darse cuenta de que aquello no era del todo normal. No era que Georgia Weasel tuviera una voz espectacular, pero desde luego no sonaba como una grulla pegándose una ducha.

Los dos amigos de los pelirrojos seguían inquietos, conscientes de que quedaba muy poco tiempo para resolver aquel enredo si no querían que la gente se liara a tomatazos con su amiga. Algunas personas habían empezado a abuchear, aunque por suerte Ginny estaba tan concentrada en sus movimientos que no era capaz de escuchar nada que no fuera su "preciosa" voz. Ron, desesperado por lo que estaban viviendo, comenzó a chistar hacia su hermana, para que ésta se diera cuenta de lo que estaba pasando:

-Schist, Schist, Ginny…. Ginny, déjalo, no funciona… ¡Eh, pist, pist!

Gracias a esto, Ginny abrió por fin los ojos y se encontró con una multitud horrorizada enfrente de ella. La pobre muchacha se quedó congelada en medio del escenario. Ron ya no sabía si acercarse, tomarla del brazo y largarse de allí, o si lo mejor era coger el micrófono y disculparse con cualquier tontería.

De pronto Hermione sufrió una especie de ataque. Empezó a revolver todos sus bolsillos como una loca, bajo la mirada atónita de Harry y en medio del silencio que sus compañeros de lugar estaban formando alrededor de ellos.

-¿Qué ocurre? ¿Estás bien?- se preocupó Harry, el cual tenía la sensación de que su amiga se estaba rascando o había encontrado alguna anomalía en su cuerpo.

Pero lo que sacó Hermione del fondo de sus ropajes no fue otra cosa que su varita mágica, la cual había escondido y amarrado para ser discreta y que nadie la viera. La muchacha, apenas consciente de que estaba en un concierto y de que iba a sonar muy raro lo que estaba a punto de hacer, apuntó como un rayo hacia Ginny y gritó con todas sus fuerzas: ¡Mirlus Cantare!

La pelirroja, todavía congelada en medio del escenario, notó cómo algo se introducía en ella a través del ombligo, recorría su estómago y se instalaba en su garganta. Sorprendida por lo que acababa de ocurrir y consciente de que aquella sensación había sido producto de un acto mágico, miró hacia donde provenía aquel hechizo y, de repente, vio a Hermione y a Harry. La pelirroja dibujó en su cara una sonrisa gigantesca que derritió definitivamente al muchacho de Gryffindor.

Algunas personas se habían quedado mirando a los dos amigos que estaban asistiendo al concierto debido al gesto tan extraño que había hecho la morena. Pero ahora estaban totalmente fascinados porque daba la sensación de que Georgia Weasel estaba dirigiendo su mirada directamente hacia aquellos dos muchachos.

Ginny se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo por lo que se quedó mirando a los dos amigos, alzó el micro hasta su boca y comenzó:

-Querido público. Hoy tenemos entre nosotros a dos personas muy especiales para mí. Quiero que saludéis a Harry y a Hermione- Ginny extendió su brazo a modo de presentación y cruzó el escenario hacia donde estaban sus dos amigos, los cuales estaban más que contentos de haber podido llamar la atención de la pelirroja volviendo así a reunirse con ella.

La gente aplaudió y una cámara enfocó a los dos chicos, proyectando sus caras en una pantalla gigante que había en el concierto. Los dos se habían puesto colorados al recibir toda aquella atención. Y, así, sin previo aviso, Ginny rompió a cantar de nuevo gracias al hechizo que le había lanzado Hermione.

La voz era espectacular. Llenaba todo el estadio y era mucho más profunda y madura que el timbre de la propia Georgia Weasel. Todos enloquecieron cuando vieron que, por fin, su cantante predilecta estaba volcando en el escenario su potencial.

Uno de los empleados de seguridad que guardaban el foso que separaba el escenario de la zona del público se dirigió hacia Harry y Hermione y les hizo una seña para que pasaran. Los dos muchachos se colaron allí para poder estar mucho más cerca de Ginny. Otro de los chicos los condujo a través del foso y los llevó hasta una esquina, donde les señaló unas escaleras que debían subir para poder ir detrás del escenario.

Estaban subiendo esas escaleras cuando Harry sintió un tremendo dolor en la cicatriz que hacía mucho tiempo que no sentía. El muchacho no quiso darle importancia, sobre todo teniendo en cuenta que, desde que Voldemort había regresado, ya no tenía mucho sentido andar siempre pendiente de sus dolores, puesto que a partir de ahora lo más normal era que se repitieran sin cesar. Pero aún así, estaba nervioso. La sensación no era la misma de siempre. Esta vez picaba y quemaba mucho más.

Angustiado por este temor, Harry empezó a mirar a la muchedumbre y de pronto lo vio. Un hombre enfundado en una capucha (a través de la cual se podían percibir unos cuantos mechones rubios) se encontraba en una de las gradas. Harry intentó tranquilizarse, pensando que sería un muggle vestido con una capucha y eso sería todo. Pero es que además debajo de la capucha parecían brillar unos ojos azules de color acero, aunque Harry no estaba seguro porque se encontraba muy lejos de aquella silueta.

Inquieto, el muchacho cogió a Hermione de la mano para detenerla y le dijo:

-Oye, Hermione, tengo que ir al servicio un momento. Pero tú vete yendo. Reúnete con Ron cuando salga del coro y esperadme allí.

-Muy bien… pero, oye, Harry ¿va todo bien?- preguntó la inteligente muchacha, dándose cuenta de que su amigo estaba más pálido que antes.

-Sí, sí… Es que… Tengo un apretón… Ya me entiendes…- mintió el muchacho.

-Ah, bien. Nos vemos ahora ¡No tardes!

Harry bajó otra vez el trecho de escalerilla que había subido y se coló por uno de los pasillos que conducían hasta los camerinos y la zona de preparación del concierto.

Encima del escenario, Ron maldecía a Hermione y hacía todo lo posible para controlar su voz. El pelirrojo se preguntaba por qué a él no le había lanzado también un hechizo de ésos. Pero en realidad no estaba enfadado. Estaba disfrutando tanto de ver a su hermana manejando a aquella multitud, que casi le daba igual si muchas veces arruinaba la canción con su aportación en el coro.

Las chicas que lo acompañaban, muy profesionales, obligaban a Ron a moverse al compás de sus caderas. Hermione, que ya había llegado a la parte de atrás del escenario y ahora estaba viendo el jugueteo del pelirrojo con las dos coristas, frunció el ceño y no ocultó su cara de enfado.

-¿Sucede algo, querida? ¡Ay! ¡Tú eres la amiga a la que se ha dirigido Georgia! ¡Qué encanto!

-¿La conozco de algo?- le preguntó Hermione a Kathryn, que se había acercado para entablar conversación con la teórica amiga de Georgia Weasel.

-No, que yo sepa… ¿Pero y esa carita? ¿Te sucede algo, corazón? ¿Hay algo que pueda hacer por ti?- insistió Kathryn, intentando animar a la morena con su siempre desmesurado tono maternal.

-Sí, de hecho sí creo que hay algo en lo que me puede ayudar…- confirmó Hermione, dibujando en su cara una sonrisilla maligna.

A los pocos minutos empezaron a pasar cosas muy extrañas en aquel concierto. La primera de ellas fue que alguien tiró hacia atrás de una de las chicas del coro y ésta se esfumó entre unas cortinas. Algunos fans lo notaron y estallaron a carcajadas.

Acto seguido fue la otra chica del coro la que parecía que había hecho ¡pop! y se había evaporado.

Ron, aterrorizado y encontrándose muy solo ante los micrófonos, estuvo a punto de salir de allí, aunque de repente se quedó aún más petrificado que antes. Una Hermione totalmente peinada y vestida de negro de pies a cabeza se había aparecido a su lado. La hilaridad del público aumentó aún más con este detalle y los más observadores aplaudieron.

Hermione estaba radiante con aquella indumentaria simple, pero muy sexy. Ron se había quedado extasiado al recibir la compañía de su mejor amiga. No había nada que pudiera desear más en aquel momento. Pero lo más curioso era que ambos podían cantar. La inteligente morena se había ocupado de resolver aquel problema antes de hacer su aparición en escena. Ginny tardó un poco en darse cuenta de la presencia de su amiga, pero cuando lo descubrió les dedicó un guiño a su hermano y a Hermione, aunque no dejó de contonearse.

El otro misterio que sucedió fue que la gente, de repente, se había empezado a agitar. Estaban todos muy raros, frente al escenario. Algunos señalaban, otros aplaudían y otros se habían quedado callados. Ginny, Hermione y Ron no sabían lo que estaba ocurriendo pero se daban cuenta de que todos los estaban señalando. Ron se miró de arriba abajo, como si el problema fuera su indumentaria, aunque no encontró nada anómalo en ella.

Hermione sondeó el escenario con la mirada y Ginny volteó para mirar a sus amigos, en señal de socorro. Ninguno de los tres entendía lo que estaba ocurriendo o por qué la gente actuaba de ese modo tan sospechoso.

Pero, de pronto, todo se esclareció. Uno de los cámaras, que estaba grabando el concierto para proyectarlo sobre la pantalla gigante que se encontraba en la parte opuesta del estadio, decidió enfocar su lente de frente a ellos y gracias a eso los tres amigos pudieron ver lo que había encima del escenario.

El espacio despedía una luz verde, muy brillante y reluciente, casi cegadora. Había un chorro de luz que procedía de una descomunal calavera gigante que alguien había hecho aparecer en el techo frontal del escenario. Ron, Ginny y Hermione se miraron unos a otros con cara de pánico. Era la marca tenebrosa