El amanecer llegó sin luz. Los elfos se aprestaron a recoger el campamento nocturno mientras su líder contemplaba las tierras al Este de las Montañas Nubladas. Desde las estribaciones montañosas se percibía claramente hasta donde se extendía el poder de Sauron; la oscuridad de Mordor, cual tupido velo, se detenía junto a las profundas aguas del Anduin, aún no contaba con el poder suficiente como para desafiar a Ulmo y desplegar más allá la Sombra.
- Hortalme – ordenó la hermosa voz de Galadriel. (nos vamos)
Los veinte guerreros noldor subieron a sus monturas con un ágil movimiento. Habían acudido a Rivendel desde Lórinand por orden de Celeborn, expresamente para escoltar a su esposa. Pocos eran los Altos Elfos que vivían de ese lado de las montañas y todos servían a la Dama del Bosque.
Galadriel cabalgaba en cabeza, sumida en sus pensamientos, recordando lo dicho en la única sesión del Concilio de Imladris a la que asistió. Elfos y Humanos se prepararían en el Valle durante un año, durante ese tiempo los habitantes de Bosqueverde y Lórinand debían mantener una barrera que permitiera a las huestes de la Alianza congregarse en los Campos Gladios. Con una profunda congoja, se vieron en el trance de dejar que Gondor se arreglase de momento por su cuenta, Anárion debería enfrentarse a Sauron sin ayuda.
Nadie habló en todo el día. Avanzaban raudos por aquella región de colinas, quebradas y pequeños grupos de árboles, atentos a cualquier señal de peligro. La escasa luz que les había guiado fue devorada progresivamente por una nueva noche. Estaban buscando un lugar apropiado en el que acampar, cuando el corazón de Galadriel se sintió perturbado.
- Gildor, tirante na emme -. (nos vigilan)
El guerrero asintió ligeramente e hizo una serie de advertencias a sus compañeros; todos ellos simularon seguir buscando un lugar donde instalarse para pasar la noche, sus manos sosteniendo con fuerza las lanzas.
La mente de la dama eldarin se desplegó, sondeando en un intento de calcular tanto la naturaleza de sus enemigos como su número.
- Yrch, endea haran -. (orcos, alrededor de 50)
- Man carilme? -. (Qué hacemos?)
El último rayo de luz desapareció y un horripilante griterío se abalanzó sobre el grupo de elfos, retorcidos seres armados con emponzoñadas hojas.
- ¡Hostelle, varyelle tári! – ordenó Gildor. (replegaos, proteged a la reina)
Rodearon a Galadriel formando un impenetrable muro de jinetes y lanzas. Los enemigos se estrellaron contra ellos de una manera casi suicida, empalándose en las resplandecientes picas, tiñéndolas de negro. Cuando la proximidad de los orcos imposibilitó el uso de las lanzas, los elfos las arrojaron y esgrimieron las espadas.
La dama desenfundó su arco y ordenó a otros tres guerreros que la imitaran. Una de las armas enemigas alcanzó a un caballo y le derribó junto con su jinete, las flechas volaron raudas una tras otra cubriendo la retirada del desafortunado noldo.
- No podremos con todos, y menos en esta oscuridad que infunde en sus corazones una loca temeridad y a nosotros nos congela el espíritu – pensó Galadriel al tiempo que otra saeta de blanca pluma abatía un orco.
- ¡Aguantad...! – el gritó del eldar se quebró cuando una espada le atravesó el costado.
- ¡Gildor! -.
Galadriel desenvainó su espada, su ira la hizo resplandecer como una llama blanca en medio de las tinieblas. Salió del círculo protector y cargó contra aquellos que pretendían arrastrar a Gildor lejos de sus compañeros, la espada cayó y se llevó por delante a cuatro orcos.
Henchidos de un nuevo coraje al ver a su reina en acción, los elfos se desplegaron y arremetieron con todas sus fuerzas contra la negra horda; poderosos eldar de más allá del Belegaer, la magia de sus armas y sus corazones no encontró resistencia.
- ¡Dejad que huyan! – ordenó Galadriel cuando los orcos se retiraron - ¿Y Gildor? -.
Desmontó del caballo y se arrodilló junto al herido y dos de sus amigos.
- Tarinya, sois formidable – musitó el noldo, su sobrevesta azul teñida de rojo - ¿Hay más torpes como yo? -.
- Silencio, tú eres el más grave – dijo ella – Ayudadme a quitarle la cota -.
Era una fea herida, si Gildor no hubiera llevado la cota de malla seguramente habría sido una estocada mortal. La dama sacó de las alforjas un frasco y vendas.
- Vigilad que esos orcos no vuelvan – ordenó al resto de guerreros, sólo dos se quedaron para asistir a la dama.
Galadriel mojó un paño en lo que parecía agua, limpió la herida de cualquier veneno que la espada del orco pudiera tener impregnado, y vendó con firmeza el torso de Gildor antes de ponerle la sobrevesta. Luego le acercó la botella a los labios.
- Sucalye -. (bebe)
El líquido transparente se deslizó por la garganta del elfo y le devolvió el color a su rostro.
- Miruvor – sonrió Gildor – No merecía semejante dispensa, Artanis -.
- Eso lo decido yo, ¿te sientes con fuerza suficiente como para cabalgar? -.
- Creo que sí, peores heridas he recibido durante los últimos milenios -.
Con ayuda de sus compañeros, Gildor se puso en pie y subió a su caballo.
- Arsigil – llamó Galadriel – Montad con él en el caballo y aseguraos que no perdemos a vuestro intrépido capitán por el camino -.
- Sí, tarinya -.
- Preparaos para una larga cabalgada, no nos detendremos hasta cruzar el Ninglor -. (río Gladio)
Los elfos espolearon a sus monturas y se adentraron en la oscuridad.
Lórinand vivía una tensa calma, un eco de los días de la Paz Vigilante en la Primera Edad. Los guardianes se movían por las fronteras en grupos de no menos de diez. Las familias seguían viviendo en los alrededores de Cerin Celebyrn pero muchos elfos trabajaban en los Claros cerca de Caras Galadhon, especialmente los herreros bajo la dirección de Orrerë.
En el pabellón que hacía las veces de sala de reuniones, Celeborn y Amdír discutían sobre la defensa de los Campos Gladios con los dos enviados de Thranduil. Hasta el momento, ni un solo enemigo se había aproximado a las inmediaciones del estrecho corredor natural en torno al Anduin que formaban los lindes de Bosqueverde y Lórinand, Gondor resistía, sin embargo debían prepararse para lo peor.
- Meletyalda – les interrumpió una doncella – Un guerrero ha llegado con noticias de que la dama Galadriel viene hacia aquí, al parecer han sufrido uno o dos ataque durante el viaje y... -.
Un torbellino plateado casi se lleva por delante a la silvana. Amdír y los dos elfos de Eryn Galen fueron tras el príncipe sinda con ánimo más sosegado.
La tropa de Galadriel aún se demoró dos horas, dos horas que a Celeborn se le hicieron eternas. Sus ojos se iluminaron al ver aparecer entre los mallorns la nívea figura de su esposa; Galadriel parecía haberse enfrentado a un ejército, los cabellos enredados y la blanca capa salpicada de sangre ajena.
- Mae govannen -.
- Celeborn, ¿y los sanadores? – inquirió Galadriel, impaciente – Tenemos algunos heridos -.
El príncipe sinda se aprestó a ayudar a la dama con un inconsciente Gildor. Varios silvanos más, la mayoría elfas, corrieron a socorrer a los maltratados guerreros noldor.
- ¿Qué ha ocurrido? – preguntó Celeborn.
- Emboscadas... – masculló Galadriel bajo el peso de Gildor al trasladarle – Orcos... -.
- Ya me lo explicarás después -.
Las sanadoras acomodaron a los noldor. Ninguno estaba grave a excepción de Gildor.
- Le hirieron en la primera refriega, nunca pensé que podríamos encontrarnos con otra horda mayor – explicaba Galadriel, observando en la distancia como atendían al eldar – Blandió su espada, intentó... le salvó la vida a uno de sus compañeros y casi lo paga con la suya -.
- Tranquila, ya se encuentra a salvo y no has perdido ni un solo guerrero – la reconfortó Celeborn.
- Me he demorado demasiado en regresar – replicó ella, en un tono gélido que su marido conocía demasiado bien.
- ¿Qué estás tramando? -.
- La guerra ha comenzado y pienso limpiar de orcos todo el territorio de Lórinand hasta el Cirith Forn -.(Paso Alto)
- Necesitamos la ayuda de Thranduil y sus emisarios son dos sindar muy tercos – comentó Celeborn.
- ¿Por qué no ha venido él o Eirien?, nunca dejan este tipo de decisiones en manos de sus capitanes – inquirió Galadriel.
- Thranduil ahora sobreprotege a su adorada esposa – una dulce sonrisa asomó a los labios de Celeborn – Eirien espera un bebé -.
- Me alegro por ellos, creo que empezaban a estar preocupados por no contar con un heredero -. La buena noticia aplacó el alterado talante de la dama.
- Ninquenís – era Fanari, la antigua jefa de sanadores del Mírdaithrond – El caballero Gildor se recuperará, sólo necesita reposo y, os aconsejo, que vos hagáis lo mismo -.
- Tiene razón, dejemos que las sanadoras hagan su trabajo – sugirió el sinda.
- Hannad le, Fanari -.
Galadriel sonrió aliviada y permitió que su esposo la guiase hasta sus aposentos. Algunas doncellas habían preparado el baño para su señora, agua caliente perfumada. Mientras ella se sumergía en la tina y una silvana le lavaba los cabellos dorados, Celeborn tomó asiento en la misma estancia pero al otro lado de un sencillo biombo con motivos florales.
- El segundo ataque fue más difícil de repeler, nos encontrábamos en esa abrupta zona donde habitan los periannath – explicaba Galadriel.
- ¿Siguen en pie sus pequeñas aldeas? – interrogó él, sorprendido.
- Sí, aunque se están moviendo, creo que de alguna manera intuyen la oscuridad aproximándose y, despacio pero sin pausa, se están trasladando hacia el Norte – respondió en un tono relajado por el baño - ¿Qué noticias hay del Sur? -.
- Gondor resiste, no parece que vaya a ceder con facilidad ante los embates del Enemigo; Anárion se ha revelado como un excelente estratega y aún retiene Osgiliath en su poder -.
- Excelente – aprobó Galadriel – Debe resistir al menos un año, es el tiempo que precisa la Alianza para prepararse -.
- Eso es demasiado tiempo, al menos para los cánones mortales -.
- Cierto, pero Sauron es un maia, su concepción del tiempo es muy semejante a la nuestra y, para él, un año apenas representa un suspiro, la tregua que necesita para agrupar sus ejércitos y lanzarlos sobre Gondor -. Se sumergió un instante para enjuagar sus cabellos – Se siente invencible gracias al Anillo Único, y esa será su perdición -.
- Esperemos que tengas razón – dijo Celeborn.
- ¿Cuándo me he equivocado en asuntos de esta índole? – preguntó Galadriel, saliendo de tras el biombo vestida con una túnica blanca.
- Déjame que piense... -.
Ella sonrió divertida ante la actitud insolente de su esposo y despidió a la doncella. Se sentó ante un sencillo mueble tocador y tomó un cepillo para desenmarañar su espléndido cabello dorado. Celeborn le quitó el cepillo.
- ¿Qué haces? – interrogó la dama, ligeramente molesta.
- Peinarte -.
Galadriel le dejó hacer, disfrutando de la dulce caricia. Adoraba sentirse mimada y, en tiempos tan turbulentos, eran pocos los momentos en que podía abandonarse completamente al cariño que Celeborn quería ofrecerle.
- Niña de ojos llenos de encanto, ahora eres toda mía. Te has vestido de lirio. Me gusta tu trenza, dorada entre velos blancos. Pareces la diosa de la luna, la pequeña diosa de la luna, que desciende por las noches del puente del cielo, y fascina los corazones, y los coge y los envuelve en un manto blanco. Y se los lleva consigo a los reinos más altos. ¿Sabe, esa diosa, las palabras que calman los ardientes deseos? -.
Aquellas eran las estrofas que Celeborn cantaba siempre para ella y Galadriel le contestó como tantas veces durante los últimos milenios.
- Te amo, mi adorado príncipe sindarin -.
Bosqueverde. Que distintas eran las sensaciones que producía aquel bosque en comparación con Lórinand. El verano se extinguía poco a poco, el aroma de las últimas flores se mezclaba con el fresco de la savia de los árboles y los helechos. Fugitivas ardillas se cruzaban de vez en cuando en su camino, así como pájaros y algún solitario ciervo.
Galadriel sonrió al escuchar los comentarios de dos de sus guardias.
- ¿Has visto la expresión de esos humanos? -.
- Sí, supongo que no están acostumbrados a encontrarse todos los días con una comitiva como la nuestra; somos de los pocos noldor que quedan por estas tierras y tampoco creo que las gentes de Thranduil se dejen ver muy a menudo -.
- Me temo que nuestro paso generará un nuevo culto entre esas personas -.
- Debemos ser una visión portentosa para ellos... pobres -.
Celeborn ladeó la cabeza y sonrió a su esposa. Él también había escuchado la conversación de los soldados.
Prosiguieron su marcha de una manera pausada a lo largo del camino abierto a través del bosque por los elfos, no debían encontrarse muy lejos de su destino.
Los jinetes detuvieron bruscamente a sus monturas cuando un grupo de silvanos se materializó frente a ellos, sus ropas verdes les permitían mimetizarse con la naturaleza con la misma facilidad que los atuendos grises de los galadhrim.
- Maegovannen – saludó uno de los arqueros, un sinda – Soy Indagor, uno de los capitanes de su majestad Thranduil, tengo ordenes de escoltaros hasta palacio -.
- Os lo agradecemos Indagor, guiadnos – replicó Celeborn.
Hacía una eternidad que Galadriel no pisaba las Estancias de los Reyes Elfos, desde la Caída de Númenor. Después de aquello siempre había sido Celeborn quien viajó a Eryn Galen.
Entre la tupida maraña de robles y hayas se alzaba la colina que albergaba la ciudad-palacio de Thranduil y Eirien. Los cascos de los caballos resonaron en el puente que salvaba las salvajes aguas del río, Indagor pronunció unas palabras y las grandes puertas se abrieron para dar la bienvenida a sus invitados.
Solícitos silvanos se hicieron cargo de los corceles y equipajes. Indagor les acompañó entonces hasta el Salón del Trono donde Thranduil les aguardaba.
Sólo había una palabra para describir al rey sinda en esos momentos: resplandeciente. Se incorporó del trono para recibirles, con una sonrisa que hacía tiempo que Galadriel no recordaba haberle visto, destilaba felicidad.
- Mae govannen – exclamó alborozado – Por fin llegáis, ¿cómo se ha desarrollado el viaje? -.
- Sin complicaciones – respondió Celeborn, estrechando el brazo de su viejo amigo – La paternidad te sienta bien -.
- ¿Sí?, supongo – rió Thranduil – Ahora entiendo aquella cara que ponías cada vez que veías a Celebrían, me siento igual -.
- Mis felicitaciones por el heredero – dijo Galadriel - ¿Cuándo podremos verle y también a la madre? -.
- Ya mismo, Eirien me pidió que os hiciese pasar en cuanto llegaseis; a mí no me parecía buena idea porque ha dado a luz hace tan sólo tres días pero ya la conocéis – replicó él – Indagor puede llevar a vuestra escolta hasta el comedor y sus aposentos -.
Celeborn y Galadriel siguieron a Thranduil fuera del Salón del Trono. La túnica verde del rey ondeaba tras él en su apresuramiento, y las antorchas arrancaban destellos a la corona de hojas que ceñía sus rubios cabellos.
- Es aquí -.
Entraron a una amplia y acogedora estancia. Varias camas separadas unas de otras por cortinas permanecían vacías, a excepción de dos en las que descansaban dos elfas.
- Galadriel, Celeborn, me alegro de veros – dijo Eirien desde el lecho.
La reina sinda gozaba de un inmejorable aspecto, su rostro más resplandeciente aún si cabe que el de su esposo. Un pequeño bultito se removió entre sus brazos, de las frazadas surgió una manita.
- Nosotros también nos alegramos de haber podido venir, temimos que la guerra nos lo impidiese – sonrió Celeborn, asomándose para ver al bebé.
- Ni la guerra me lo hubiese impedido, te prometí que vendríamos y lo hemos cumplido – afirmó Galadriel.
Eirien le devolvió una mirada de gratitud a su amiga.
- ¿Queréis coger a mi pequeño Cúthalion? -.
- Tú primero Celeborn, hace tiempo que no te he visto en tu faceta paterna – rió Thranduil.
El elfo de cabello argénteo tomó al niño de los brazos de su madre y sonrió dulcemente al pequeño que le observaba con curiosidad.
- Es un niño encantador – aseveró al tiempo que el bebé le agarraba un dedo con fuerza – Y enérgico -.
- ¿Qué nombre le has dado tú, Thranduil? – preguntó Galadriel.
- Es un nombre muy sencillo que alude a su hogar y a mi amor por los bosques, Legolas -.
- Hojaverde, es apropiado – asintió la dama.
Celeborn le entregó el bebé a su esposa, después de conseguir que le soltara el dedo. Los grandes ojos azules del niño elfo se clavaron en los de Galadriel, sin duda era observador y curioso con todo aquello que le rodeaba. Las manitas se extendieron y agarraron los largos y dorados cabellos de la dama, gorjeó satisfecho.
- Siempre ocurre lo mismo – rió ella mientras Tranduil intentaba desenredar las manos de su hijo – Recuerdo que Elured y Elurín gustaban de jugar con mi pelo -.
- ¿Alguna predicción para mi pequeño? – preguntó Eirien.
Galadriel sostuvo a Legolas ante sus ojos y siguió las hebras del destino. El futuro aún se mostraba borroso debido al poder de Sauron, pero alcanzó a percibir algunos detalles.
- Está sujeto a un importante destino, a una misión, pero también veo en él un alma desgarrada... felicidad salpicada de dolor, algo habitual en nuestra raza, el por qué lo ignoro -.
Eirien tomó de nuevo a su hijo y le estrechó entre sus brazos.
- No te muestres aprensiva – sonrió Galadriel – Será un elfo fuerte y hermoso, un digno príncipe del Bosqueverde, se enfrentará a sus propias pruebas y saldrá victorioso -.
- ¿Y el dolor que has presentido? – inquirió la sinda, suspicaz.
- Es el mismo que podría haber predicho para vosotros cuando tuvisteis que marchar de Ost-in-Edhil, nadie es completamente feliz sobre Endor, cada cual sobrellevamos nuestras propias cargas y tu hijo no será la excepción -.
- Yo acepto tus palabras Galadriel, aunque preferiría que a ella no le hubieras dicho nada, Eirien tiene visos de convertirse en una madre sobre protectora en extremo – comentó Thranduil, depositando un beso en la cabeza de su esposa – Acabarás malcriando al niño -.
- Y tú quieres tenerle con quince años convertido en un soldado – rebatió ella.
Galadriel reparó entonces en la elfa que descansaba a dos camas de Eirien, también ella tenía un bebé en su regazo.
- Es Elîm, su hija nació ayer – informó el rey sinda – Su marido es uno de mis mejores exploradores y se encuentra en las fronteras, de vigilancia -.
La Dama Blanca se aproximó a la solitaria madre.
- Almarë Elîm, felicidades -.
- ¡Ah!, hannad le – agradeció ella, abrumada.
- ¿Cuál es su nombre? -.
- Elhith, mi señora -.
- Tened paciencia con Elhith, intuyo que os dará algunos problemas, posee un espíritu fuerte – aconsejó con una sonrisa – Námarie -.
La madre inclinó la cabeza en un esbozo de reverencia. Galadriel volvió junto a sus amigos.
- La guerra avanza inexorable. Recibimos un mensaje poco antes de partir de Lórinand, Gil-galad y Elendil cruzarán las montañas en dos semanas a lo sumo; espero que entendáis que no podemos quedarnos con vosotros más de dos días -.
- Eso es una manera muy brusca de cambiar la conversación – le reprendió Celeborn.
- Pensé que sería conveniente hablarlo aquí con Eirien, no me gustaría mantener al margen a una de nuestras mejores estrategas -.
- En dos semanas nuestros ejércitos estarán junto a Lórinand – afirmó Eirien.
- Tenlo por seguro, pero tú no estarás con nosotros – añadió Thranduil.
- ¿Qué?, no puedes dejarme aquí, la guerra ha empezado -.
- Y tú acabas de ser madre -.
- Thranduil tiene razón, lo primero es cuidar de tu hijo – intervino Galadriel –Además, Bosqueverde no debe quedar sin un buen regente, vuestro reino es mucho más vulnerable que Lórinand tanto por su proximidad con Mordor como por el tamaño de sus fronteras -.
- Con un poco de suerte habremos derrotado a Sauron antes que Legolas aprenda a caminar – sonrió Celeborn.
Una montaña en llamas se abrió paso en la mente de Galadriel, a sus pies los ejércitos de la Alianza y Sauron se enfrentaban mientras el sol, oscurecido por el poder del Anillo, se alzaba y ponía a una velocidad vertiginosa.
- Años... -.
- ¿Qué? -.
La reina eldarin suspiró tristemente.
- Nos enfrentamos a una guerra que se prolongará años... por esto Ereinion no deseaba coger las armas, por esto retraso el momento de actuar contra Sauron –.
- Sin embargo tú siempre defendiste el atacar al Enemigo lo antes posible – repuso Thranduil.
- Mientras el Señor Oscuro posea el Único nadie en la Tierra Media estará a salvo, prefiero mil veces morir enfrentándome a él que quedarme de brazos cruzados y permitir que someta a todos los Pueblos Libres bajo el poder del Anillo – arguyó Galadriel – Además tengo que saldar asuntos pendientes con Sauron, un par de venganzas no llevadas a cabo -.
- Cuenta conmigo – afirmó el rey sinda – Combatiremos juntos como antaño, ¿querrás acompañarnos, Celeborn? -.
Un suave asentimiento de cabeza fue su respuesta junto con una sonrisa.
- Dejad de juraros amistad eterna y hacer planes de batalla delante de mis narices, os recuerdo que yo me quedo encerrada – protestó Eirien.
Legolas empezó a llorar.
- Hora de la comida – dedujo Celeborn – A mí me sorprendía la potencia de voz de Celebrían, ¿cómo una cosa tan pequeña podía chillar con semejante fuerza? -.
- Será mejor que te dejemos tranquila – dijo Thranduil – Acompañadme y comeremos algo en mis habitaciones -.
Dejaron a Eirien con el bebé y se marcharon a disfrutar del almuerzo, lo que incluía debatir extensamente los futuros planes para la guerra en ciernes.
- ¡Hado i philinn! -.
Una lluvia de flechas surgió de los árboles y se derramó sobre los orcos. Ni una sola de las criaturas que se aproximaron a los lindes del bosque regresaría a su guarida aquella tarde sin luz.
Galadriel descendió de la firme haya desde la que había dirigido a sus arqueros y abandonó el cobijo de los árboles para dar la bienvenida a los recién llegados, escoltada en todo momento por varios galadhrim de ropas grises.
- Una intervención rápida y concisa, perfecta como siempre, mi querida Altáriel – sonrió Gil-galad desde su montura.
Mientras ambos reyes intercambiaban saludos y se felicitaban por la victoria en aquella pequeña refriega, el ejército volvía a congregarse con el objeto de acampar junto a Lórinand.
Galadriel avistó a Círdan y Elrond que se aproximaban a galope seguidos de Glorfindel y Vorondil. El medioelfo informó de las escasa tres bajas sufridas y sonrió apagadamente a la dama.
- Aiya, dama Galadriel -.
- Aiya Elrond, se os ve espléndido en vuestro papel de heraldo y capitán -.
Él aceptó el elogio con una inclinación de cabeza y una verdadera sonrisa.
- Mis nobles señores, cuando hayáis instalado vuestro campamento, os invito a que entréis a Lórinand; hay algunos detalles que deben ser tratados antes de continuar la marcha, además Thranduil no llegará hasta mañana – dijo Galadriel.
- Así lo haremos – asintió Gil-galad.
- Haldir anglenno -. (acércate)
Uno de los arqueros se retiró la capucha y se adelantó.
- Él os guiará hasta el pequeño puesto avanzado que tenemos a este lado del Anduin, allí podréis coger unas barcas que os lleven hasta el auténtico Lórinand – les explicó Galadriel – Traed también a Elendil -.
- Nos acompaña también una tropa de naugrim – advirtió Glorfindel – Han aceptado participar de la Alianza -.
Aquello podría resultar un problema. Por un lado la ley prohibía la entrada de enanos en el bosque, pero, por otra parte, tampoco podía excluir de la reunión a tan valiosos aliados.
- Que os acompañe el líder de la hueste y dos de sus guerreros si así lo desea – resolvió finalmente.
- ¿Y Celeborn? – inquirió Ereinion, recordando los prejuicios del príncipe sinda.
- Yo me encargo, vosotros no os preocupéis -.
Dicho esto dio media vuelta y desapareció entre los árboles junto con el resto de sus guerreros.
En un pequeño claro, en mitad de álamos y los pequeños mallorns que crecían en aquel punto tan cercano a la frontera, se había dispuesto un círculo de sillas muy sencillas; allí tendría lugar la última reunión de los líderes de la Alianza, antes de dirigirse hacia Mordor.
Galadriel y Celeborn aguardaban junto con el rey Amdír, su hijo Amroth, Fanar, Señor de los Guardianes y Taurnil, Señor de los Guardabosques. Amdír se encargó de recibir personalmente a cada elfo y humano. Elendil se hacía acompañar por Isildur, el primogénito de éste, Elendur, y Estelmo, su escudero. Gil-galad se presentó con Elrond, Círdan, Glorfindel y Vorondil. Dáin, representante de los naugrim, acudió con dos de sus guardias como se le indicó.
El intercambio de cortesías se extendió por unos minutos, hasta que Galadriel sugirió comenzar con la reunión.
- Todos somos conscientes de cual es nuestro objetivo: destruir a Sauron y el Anillo junto con él -. Galadriel recorrió a los demás con su penetrante mirada – Ahora bien, ¿cuál será nuestra estrategia? -.
- Creo que yo puedo contestar a eso, mis capitanes y consejeros me dieron una clase intensiva de cartografía en Rivendel – sonrió Gil-galad, en un intento por suavizar la tensión imperante – Desde Lórinand bajaremos hacia el Sur siguiendo el Anduin, bordeando las Tierras Pardas y Emyn Muil; desde ese punto ya serán visibles los muros de Mordor y, posiblemente, suframos nuestra verdadera primera batalla en las estepas que hay entre Emyn Muil y las Montañas de la Sombra -.
- Pretendes atacar de frente el Morannon – afirmó Amdír, incrédulo.
- Sí, esa es mí intención, y también la del señor Elendil -.
- Cierto – asintió el rey dúnadan, divertido con la sorpresa – Mi hijo Anárion y todos los ejércitos de Gondor se reunirán al Sur de Emyn Muil con nosotros, ni siquiera Sauron podrá vencer la unión entre Narsil y Aiglos -.
De repente, irrumpieron en el claro cuatro elfos más.
- Disculpad el retraso, los orcos se muestran un tanto inquietos y hemos sufrido algunas escaramuzas al venir hacia aquí – dijo Thranduil – Mi saludos a todos los grandes señores aquí reunidos... -.
Toda la jovialidad del rey sinda se convirtió en odio al descubrir a los naugrim.
- Sentaos Thranduil, y vuestros acompañantes también – le instó Celeborn, el tampoco era muy feliz con aquellos enanos cerca pero debían soportarlos unas horas, por el bien de la Alianza.
- Ellos son Farothol, Indagor y Osanwë, mis capitanes principales – les presentó Thranduil - ¿Dónde andamos? -.
- En el Morannon – sonrió Glorfindel – Gil-galad y Elendil pretenden llegar, echar la puerta abajo y desalojar a Sauron por las malas -.
- Un buen plan, ¿cuándo nos vamos? -.
Hubo varias risas.
- ¿La marcha de Anárion no dejará Gondor muy desprotegido?, os recuerdo que Minas Ithil cayó en sus manos y es otra puerta para sus huestes – intervino Elrond.
- Es un riesgo que debemos asumir – replicó Isildur.
- Confiamos en que, si presionamos con todos nuestro ejércitos en el Morannon, Sauron se verá obligado a defenderse con todos sus efectivos – añadió Elendil.
- Nosotros os cubriremos las espaldas – dijo Amdír – Muchos galadhrim y silvanos de Bosqueverde nos quedaremos para evitar que los orcos de las Montañas Nubladas puedan acudir a la llamada de su amo -.
- ¿Y los señores enanos?, ¿no deseáis hablar? – preguntó cortésmente Galadriel.
Dáin no había abierto la boca, no obstante parecía pendiente de cada palabra dicha.
- Me gusta como piensan el Rey de los Hombres y el Rey de los Elfos, a los enanos no nos gustan los subterfugios – respondió Dáin – El factor sorpresa es nuestra mejor baza, aún así, me permito advertir, que perderemos a muchos guerreros en un choque de tal magnitud; los khazad sabemos que muchos amigos caerán, ¿están los hombres y los elfos dispuestos a sacrificar sus vidas de igual forma? -.
- Yo lo estoy si con ello consigo que Sauron desaparezca de la faz de la Tierra Media – afirmó Gil-galad, severo – Y aquellos que me siguen son perfectamente conscientes de que sus vidas puede ser el precio que les reclame la victoria -.
- No temo a la muerte en el combate, en cambio sí temo morir como un cobarde que no defendió a su Pueblo – secundó Elendil y, mirando a Galadriel, añadió – Sólo nosotros podemos decidir cuándo tiene lugar nuestro amanecer y cuándo nuestro ocaso -.
- Todos los aquí presentes ofrecerían su vida si ello salvara a la Tierra Media, Dáin – dijo entonces la Dama Blanca, resplandeciente, con la Elessar brillando claramente en su pecho – Ninguno se amilanará, nadie se echará atrás ante la Sombra, pues somos la esperanza de los Pueblos Libres; si nosotros caemos, el mundo enteró será arrastrado en esa caída. ¿Y después?, la Oscuridad, un mundo de tinieblas y ceniza -.
- No temáis a la Sombra a la que nos enfrentamos, pues siempre cerca de las sombras en algún lugar resplandece la luz – añadió Celeborn – Cuando estemos en el campo de batalla es lo que hay que recordar, que siempre ha ardido una Estrella en Occidente que ha derrotado a la Oscuridad, y que, esta vez, nosotros somos esa estrella -.
Durante unos instantes nadie habló, mientras guardaban aquellas palabras en sus corazones. A continuación, la conversación giró en torno a las estrategias a utilizar en el combate.
Sólo cuando todos los presentes quedaron satisfechos con las resoluciones se dio por zanjado el último de los concilios. A la mañana siguiente, partirían hacia una batalla de la que muchos no retornarían. Galadriel presentía quienes serían aquellos que caerían, mas no dijo nada al respecto, por una vez no intentaría interferir en el Destino aunque aquello le desgarrará el corazón.
"Así suele ocurrir, Sam, cuando las cosas están en peligro: alguien tiene que renunciar a ellas, perderlas, para que otros las conserven." Frodo, de El Retorno del Rey.---------------------------------------------------------------------------------------------------------------
N.de A.: Mi inspiración regresó de sus vacaciones, ya era hora ¬¬, la voy a tener castigada sin salir hasta Semana Santa.
Bueno, conozco a unas cuantas lokas que deben estar encantadas, por fin nació Legolas. ¿A qué es lindo?. ^^
Mi eterna gratitud a quienes me habéis estado dejando reviews durante mi sequía mental. Gracias a car_chan, arwen_chang (espero soluciones tus problemas de conexión), Anariel, Selene, Lothluin, Nariko, Eliete, Mith (ánimo que te falta poco para ponerte al día con todos nuestros fics XD) y a Mayu (record woman leyendo mi fic, no sé como no ha muerto de indigestión literaria XD), por cierto Mayu, el nombre de Elessar lo recibe Aragorn precisamente por el susodicho objeto de turno, ya verás la hª que tiene el broche todavía por delante.
Pos eso, que gracias a todas por hacerme llegar a los 142 reviews! Os quiero! ^^
Tenna rato!!!
