"Fui heraldo de Gil-galad y marché con su ejército. Estuve en la Batalla de Dagorlad frente a la Puerta Negra de Mordor, pues nada podía resistirse a la lanza de Gil-galad y a la espada de Elendil: Aiglos y Narsil. Fui testigo del último combate en las laderas del Orodruin..."
La oscuridad era completa, hasta el punto de no poder distinguir el cielo de la tierra. El viento gélido, ululante, un recuerdo de la pesadilla helada del Helcaraxë. De repente, al gemir del viento se unió un aullido, eterno, espeluznante. Lobos, ¿o quizás algo peor?. Su mente evocó unas fauces ensangrentadas, saciadas con la vida de aquel ser que más había amado.
Un brusco vendaval le hizo cerrar los ojos momentáneamente. Cuando pudo volver a mirar, la oscuridad se había abierto para revelarle una escena dantesca; una manada de huargos devorando los últimos despojos de un grupo de personas de ropas verdes. Sobre la colina, en el borde de su ángulo de visión, se recortaba la silueta de un caballo negro con un cadavérico jinete envuelto en un ajado sudario. El espectro alzó la cabeza ceñida por una triste corona y reveló dos cuencas vacías, una mirada vacía de vida. Una carcajada inhumana le traspasó el corazón.
La cristalina y fresca agua fue una bendición, liberó su boca y garganta del ardor que producían los ponzoñosos efluvios que flotaban en el aire de Mordor. Miró a su alrededor. Gran parte del ejército descansaba por la árida llanura de Gorgoroth, unos pocos intentaban dormir en las tiendas, a pesar del constante tronar del volcán; otros comían sus magras raciones; alguno charlaba con su vecino, quizás de la hermosa doncella que esperaba en su hogar. Elrond sonrió ante aquellos alegres pensamientos, un reflejo de los suyos, en los que aguardaba una muchacha de cabellos argénteos.
- Me satisface descubrir que aún queda un poco de alegría en esta desolación -.
El medioelfo alzó la cabeza y vio a la pálida Dama Blanca recortándose contra el cielo negro. Era extraño contemplar como la luz que envolvía a Galadriel podía variar según su estado de ánimo, en aquel instante era como una de las estrellas que ocultaba el eterno manto de tinieblas de Mordor.
- Estamos ganando, aunque llevemos casi siete años de guerra y eso conforta de alguna manera – replicó Elrond, incorporándose – Barad-dûr se haya sitiada con Sauron atrapado en su interior, algún día se le terminarán los orcos y se verá obligado a salir -.
- Y en esos siete años han muerto tantos... – suspiró Galadriel - ¿Has visto a Elendil? -.
- Sigue en el frente masacrando orcos -. La mirada gris perdió su acostumbrado brillo – La muerte de Anárion pesa sobre su corazón con la misma intensidad que hace seis años -.
- Vengarse sobre esas míseras criaturas no calmará su alma, nada lo hará -. Galadriel sintió la penetrante mirada del heraldo de Ereinion sobre ella - ¿Deseas preguntar algo? -.
- Algo os inquieta, mas yo no soy quien para exigiros respuestas al respecto -.
Un tenue sonrisa cruzó fugaz por los labios de la dama elfa.
- Tus habilidades son parejas a las de Gil-galad – le elogió – Y, sí, algo me inquieta, mas no se lo confiaré a nadie, ni siquiera a Celeborn -.
- ¿Por qué motivo?, siempre habéis compartido vuestras visiones con los que os rodean – inquirió Elrond, sorprendido del cambio operado en la actitud de Galadriel.
- Recuerdo, cuando vivía en Doriath, una conversación con Melian; me advirtió encarecidamente que jamás emplease mi don con la intención de enmendar las desgracias futuras, que me limitase a aconsejar, pues el Destino no puede ser alterado. Durante milenios he ignorado sus palabras, una vez tras otra he querido evitar los males futuros, y lo único que he recibido a cambio es un profundo sufrimiento -. Los ojos de zafiro relampaguearon un instante – Les advertirás que cabalgan hacia un precipicio, les gritarás, pero ellos seguirán cabalgando -.
- Es un don amargo – musitó Elrond – Mas, aunque no podáis cambiar lo que ha de venir, siempre habéis sabido como usar vuestros conocimientos para atenuar esos males... de lo contrario, yo no estaría aquí hablando con vos -.
Galadriel recordó la difícil evacuación a los Puertos de Sirion y a la joven reina Elwing, la madre del medioelfo.
- Agradezco tus palabras -.
- Debéis descansar más -.
- ¿Qué? - inquirió ella, sorprendida.
- No pretendía molestaros, es sólo que vuestras defensas mentales se encuentran muy bajas y, a veces, he escuchado cosas que no debería -.
- Gracias a Ilúvatar que no eres Glorfindel – sonrió Galadriel.
Elrond rió con el comentario. Sólo ella sabía cuan difícil era tumbarse y ser consciente que oscuras pesadillas irrumpirán en los hermosos sueños que plagaban las vigilias élficas; premoniciones mezcladas con horribles recuerdos de muerte y guerra, el dolor de revivir las fauces ensangrentadas de un lobo al cerrarse en torno al cuerpo de un hermano.
- ¿Qué tenemos aquí?, mi heraldo conspirando con mi osellë -. (hermana)
- Almarë Ereinion – saludó Galadriel – Luces más que de costumbre -.
- Vengo de arrasar unas cuantas hordas de orcos en el frente, y dejar que Vorondil se encargue un rato de dirigir a nuestros soldados – sonrió el rey noldo – Necesitaba consultarte algo -.
Con un par de palabras formales, Elrond se retiró y fue en busca de Isildur. Hacía tiempo que una fuerte amistad los unía a ambos.
- ¿Qué deseas de mí, oh, alta taro eldaron? -. (gran señor de los elfos)
- Dentro de una semana Elendil y yo ordenaremos el asalto final, Sauron habrá de salir de su madriguera – le explicó Gil-galad – Prácticamente todos los elfos y edain de la Tierra Media se encuentran asediando Mordor, es el momento -.
- No podía prolongarse esta guerra eternamente, me alegra saber que por fin todo acabará para bien o para mal – replicó la dama.
- ¿No vas a decir nada más? -.
- ¿Qué habría de decir? -.
- Alguna premonición -.
La dulce risa de Galadriel desconcertó al rey noldo.
- Ereinion, discúlpame, es que últimamente demasiada gente ha deseado conocer el futuro a través de mi persona, era de lo que hablaba con Elrond justo antes que aparecieras -.
- ¿Acaso Sauron ha bloqueado por completo tu don? -.
La risa dio paso a la ira en un instante.
- No me tomes por una ridícula hechicera humana que afirma leer el destino en las manos – le espetó – He dicho que no revelaré a nadie mis premoniciones y así será; no creas que por despecho hablaré contra mi voluntad y, si así lo creíste, me temo que tu juicio ha sufrido un severo acceso de insensatez -.
- Acepta mis disculpas, Altáriel – dijo Gil-galad, acompañando las palabras con una inclinación de cabeza – Jamás pretendí tenderte ninguna trampa en nuestra conversación, sólo quería conocer tu consejo ante la última batalla -.
El tiempo pareció detenerse mientras Galadriel escrutaba fijamente los ojos del rey noldo, de un azul tan intenso como los mares de Occidente bajo la luz del sol.
- Camina con paso seguro Gil-galad, tu mano no dudará al empuñar la lanza y tu corazón no te traicionará, conviértete en la Estrella que devuelva la luz a la Tierra Media – dijo pausadamente la dama – Creo sinceramente que venceremos, y no por un presentimiento, sino por una certeza nacida de la esperanza. Sólo explícame por qué tienes que atacar precisamente dentro de una semana -.
- Las flechas, no nos quedan apenas y sin ellas desperdiciaríamos las mejores habilidades de los nandor de Lindon y tus galadhrim – respondió él, sonriendo de nuevo – Necesito la cobertura que otorga una lluvia de flechas para avanzar, más cuando no disponemos de caballos, es una lástima que no soporten este aire -.
- Mordor no es precisamente un lugar que yo escogería para vivir – comentó Galadriel.
- Sólo alguien como Sauron lo haría – echó una agria mirada al Orodruin – Espero que los de Bosqueverde no se demoren demasiado, Eirien me prometió que tendría las flechas en una semana pero no sé si les dará tiempo a cruzar... ¿Altáriel, te encuentras bien? -.
Ella no habló, acababa de encontrar respuesta a las pesadillas de las ultimas semanas.
- Oh Ilúvatar, ella no -.
Un par de ojos esmeraldinos escrutaban el cielo, añorando el brillo de las estrellas. Devolvió su atención a la tierra y agradeció el odre de agua que le alcanzó un compañero.
- ¿Cuánto tardaremos, señora Eirien? – preguntó el joven elfo, al recibir de vuelta el odre.
- Le prometí en un mensaje a Gil-galad que nos tendría en Mordor en una semana y en una semana llegaremos – afirmó ella.
- No vamos a poder descansar mucho – opinó el silvano, mirando críticamente el lento avanzar de los diez carros cargados de flechas.
- Muy perspicaz, Dúlin – sonrió Eirien, divertida.
Un elfo descendió cabalgando de la colina más cercana a una gran velocidad.
- Mithross, ¿qué sucede? – le gritó la reina sinda.
- ¡Emboscada...! -.
La hermosa voz se quebró cuando una saeta de color negro le alcanzó en la espalda y le hizo caer del caballo.
- ¡Mithross! -.
Los elfos desmontaron y se parapetaron tras los carros, armados con sus arcos. La oscuridad reinante pareció tornarse más opresiva, asfixiante. Una horda de orcos se derramó por la colina, cabalgando hacia ellos montados en huargos. El enemigo parecía imbuido de un frenesí cercano a la locura, cargando contra ellos de una manera suicida; por el contrario, un creciente pánico se fue abriendo paso en los corazones élficos. Las flechas erraban sus objetivos, pero las lanzas orcas no. Los silvanos caían uno tras otro. Más de uno acabó despedazado entre las fauces de los lobos de Mordor.
Una lanza alcanzó a Dúlin de lleno; una mueca de sorpresa y dolor asomó a sus ojos antes de desplomarse sobre un charco de sangre. Eirien se arrodilló junto al cadáver del muchacho, aguantando el llanto. Al alzar la mirada reparó en una siniestra figura que aguardaba en la cima de la colina, un jinete negro; su alma se estremeció de terror.
- Diez días, deberían haber llegado ya -.
Celeborn observaba como Thranduil se paseaba de un lado a otro de la tienda. La lona de la entrada estaba levantada pero eso no proporcionaba demasiada luz al interior.
- ¡Y seguro que Eirien iba con ellos!, ¿¡qué se cree que hace!?, ¡tiene en casa a un chiquillo de seis años solares que cuidar y se ha pasado toda la guerra yendo de un lado a otro! -.
- No hace falta gritar – le reprendió Celeborn – Quizás sólo han tenido problemas con alguna rueda. No es sencillo traer provisiones y armas hasta Mordor -.
- Eso es lo que me preocupa -.
Un elfo rubio de uniforme azul irrumpió en la tienda, su rostro aguileño oscurecido por la preocupación.
- Lindir, ¿sucede algo? – se extrañó el sinda de cabello plateado.
- Los exploradores que Gil-galad envió... han encontrado a los elfos de Bosqueverde -.
- ¿Y? -.
- Elrond me ha ordenado que lleve a Thranduil con los sanadores -.
Los sanadores se habían instalado fuera de Mordor, a cierta distancia del Morannon. La zona de tiendas destinadas a los heridos más graves andaba seriamente revolucionada cuando los dos sindar y el guerrero noldor llegaron. Descubrieron a Galadriel frente a uno de los toldos, parecía hacer guardia más que esperar noticias de los sanadores. Al reparar en Thranduil, su gélida mirada se llenó de aflicción, lagrimas contenidas a duras penas.
- No... – musitó Thranduil – No es cierto... -.
- Lo siento... -.
- ¡¡¡No!!! -.
El alarido de dolor y cólera atravesó el corazón de los presentes. Celeborn intentó evitar que su amigo entrara en la tienda, sin embargo la rabia le daba a Thranduil una fuerza extraordinaria y se zafó de sus manos.
- Detente Thranduil – le rogó Galadriel.
- Hazte a un lado – bramó el sinda.
- El dolor te ciega, mi querido amigo, y no dejaré que veas a Eirien en el estado en que se encuentra -.
- Aparta, o yo mismo te quitaré de en medio -.
Celeborn retrocedió ante aquel inusitado duelo.
- No harás semejante cosa, intenta pasar por la fuerza y me obligarás a hacerte daño – advirtió Galadriel, su voz sonó diferente, grave, cercana y lejana al tiempo.
Thranduil dudó, y ese instante de indecisión fue suficiente para recobrar el juicio. Sus hombros se hundieron bajo la capa verde oscuro, sus rodillas cedieron y cayó al suelo, llorando; entre Celeborn y Lindir le incorporaron y Galadriel les precedió hasta una pequeña tienda donde Thranduil podría recobrarse en privado.
La dama sabía cuanto amaba Thranduil a Eirien, de sólo mirarla sus ojos se iluminaban y cualquier enojo desaparecía. Era su vida. Muchas veces Galadriel había reído con Eirien recordando la primera vez que él la vio, recién llegada a la corte de Menegroth, lo único que fue capaz de balbucear fue "aiya" y quedarse mirándola perplejo.
Lindir abandonó la tienda. Thranduil se derrumbó sobre unas cajas, el rostro oculto tras las manos, incontenibles sollozos sacudiendo su cuerpo. Celeborn se encontraba junto a él, sin hablar, limitándose a ofrecer su presencia plácida y reconfortante. Su relación siempre había sido más de hermanos que de amigos. Galadriel besó la rubia cabeza de Thranduil y les dejó solos, sabía que a su amigo le sería más sencillo conversar con Celeborn.
- Altáriel – era Gil-galad – Acaban de comunicármelo, ¿y Thranduil? -.
- Agonizando -.
El hermoso rostro de Ereinion se oscureció por la preocupación. Todos sabían que cuando el amor ataba a dos elfos tan profundamente, como era el caso de Thranduil y Eririen, si alguno perecía no era extraño que su pareja muriese de pena.
- ¿Crees que la seguirá? -.
Galadriel negó con la cabeza.
- Nada es seguro, pero Thranduil tiene un poderoso motivo para continuar con nosotros: su hijo -.
- Es horrible, ahora me arrepiento de haber enviado a los jóvenes en busca de la caravana – comentó el rey noldo – Incluso Glorfindel parece realmente afectado por lo que han visto -.
- Elrond ha estado trabajando con las sanadoras, han salvado a uno de los heridos y ha podido relatarles lo sucedido; sufrieron una emboscada de jinetes de huargos... y el señor de los Nazgûl – informó Galadriel – Ve a hablar con tu heraldo, él podrá ofrecerte detalles -.
- ¿Dónde irás tú? -.
- A hablar con los jóvenes soldados, con este revuelo les habrán prestado poca atención -.
Gil-galad pareció querer añadir algo más, sin embargo se despidió y fue con Elrond. La dama eldarin sonrió. Había leído el corazón del rey y agradeció su abrazo, aunque no llegase a recibirlo.
Fueron días muy duros los previos al ataque. Sobre el ejército de la Alianza pesaba el dolor de la emboscada y la muerte de una reina a la que todos apreciaban. Los elfos de Bosqueverde llevaron los cuerpos de sus compañeros fallecidos hasta el río Anduin y se los entregaron a las aguas, lo preferían a entregarlos a la oscura tierra que tantos amigos había devorado en Dagorlad.
Eirien había sido vestida como para una fiesta, con el vestido verde ribeteado de rojo que gustaba de usar para los consejos de guerra. Thranduil cogió delicadamente a su esposa y con ella se introdujo en el agua. El cristalino líquido hinchó el vestido y acarició los rubios cabellos coronados de hojas. Durante un instante, Eirien pareció un antiguo espíritu del río, hermosa y serena, pero sus ojos, verdes como las hojas a la luz del sol, no volverían a abrirse para sonreír a aquél que la había amado y que ahora lloraba uniendo sus ardientes lagrimas a la fría corriente.
Las manos de Thranduil se apartaron a regañadientes y la reina de Bosqueverde se hundió, tragada por las aguas, mientras su gente cantaba encomendándola a Ulmo, Vala de las Profundidades.
Los guerreros de Eryn Galen dieron la espalda al río y regresaron al Morannon, a Mordor, donde el resto de la Alianza les aguardaba para la última batalla.
El día anterior Galadriel había conversado con todos aquellos a los que conocía, ofreciendo palabras de aliento y, por lo que pudiera ocurrir, también de despedida.
- Es un día triste -.
La dama levantó la mirada del carcaj que estaba revisando y descubrió a Círdan junto a ella, contemplando los miles de efectivos que componían la Alianza.
- Me recuerda a la Guerra de la Cólera, aunque no hay tantos grandes príncipes y ni un Vala de aquellos que arrasaron Thangorodrim -.
- En verdad se le parece, no creo que el mundo sea el mismo cuando llegue el nuevo día – asintió Galadriel - ¿Acompañaréis a Gil-galad, señor? -.
El Señor de los Barcos sonrió afable. Él era el único a quien Galadriel mostraba una auténtica deferencia y respeto, quizás porque ella era plenamente consciente que fue uno de los primeros en despertar en Cuivinién. Círdan era un Eldar, igual que lo fue Thingol.
- Le acompañaré, igual que el joven Elrond, aunque no presiento nada bueno – afirmó y clavó sus ojos grises en Galadriel para revelarle lo siguiente a través de su mente – Narya me ha sido confiado -.
La dama eldarin asintió y permaneció cabizbaja.
- Suerte en el combate Altáriel; si Ilúvatar nos lo concede, espero veros al despuntar el día -.
- Os deseo lo mismo, Círdan -.
Una nueva erupción del Orodruin hizo temblar la tierra, una lluvia de ceniza se abatió sobre la tierra de Mordor. Lagrimas grises sobre un mundo gris, negro y rojo.
Repartió algunas ordenes con respecto a la formación de los galadhrim, posición y estrategia. Todos tomaron las armas y cubrieron sus cabezas rubias con las capuchas grises.
Galadriel reparó en una presencia blanca dirigiéndose hacia las tropas de Rivendel.
- Glorfindel -.
El noldo sonrió y trotó hasta la dama eldarin.
- Empezaremos en cualquier momento – dijo al llegar junto a ella – Ereinion estaba con Elendil en la tienda discutiendo los últimos detalles, en cuanto se unan a nosotros dará comienzo el avance -.
- De acuerdo, suerte en el combate -.
- Que Elbereth os proteja, aunque no lo necesitáis -.
Galadriel le vio alejarse, antes que ella misma se encaminase a la tienda donde estaban los dos reyes. Elendil salía en el instante que ella llegó, se veía sorprendido por encontrarla allí.
- Saludos señora, ¿puedo hacer algo por vos? -.
- Deseaba hablar con Gil-galad -.
- Está dentro, quería estar solo un momento pero no creo que vuestra presencia le disguste -.
- Gracias... – sonrió Galadriel y, tomándole ambas manos, añadió – Mis mejores deseos para la batalla; puedo decir que es un honor haber conocido a uno de los edain más sobresalientes que han existido, ya os habéis hecho un hueco en las leyendas -.
- En mi caso es un honor haber recibido semejante halago de la Dama Blanca de los Eldar, así como el hecho de conoceros – el rostro, envejecido por los años, el dolor y la guerra, se tornó luminoso una vez más – Suerte para vos también, que los Valar os protejan -.
Elendil se ciñó la espada y se encaminó al frente de su ejército. Galadriel golpeó un par de veces el travesaño de la puerta y entró en la tienda.
El interior estaba iluminado por un pequeño candil, su llama arrancaba destellos a la armadura del elfo que, sentado, contemplaba el pequeño fuego con inusitada fascinación. Aquella tenue luz acentuaba los rasgos de su rostro y jugaba con ellos de tal modo que Galadriel pudo ver una vez más a Fingon Astaldo. (el valiente)
- Ereinion... -.
- Mañana, los habitantes de la Tierra Media, volveremos a ver el sol – afirmó convencido – La muerte de nuestra gente no habrá sido en vano, Sauron será derrotado... lo he visto -.
- La luz que llega después de una larga noche – asintió Galadriel.
- ¿Para qué me buscabas? – preguntó el rey noldo, incorporándose.
- He estado deseando suerte a todos aquellos a los que me une un lazo de cariño, sólo me faltaba en Señor Supremo de los Noldor – sonrió ella.
- ¿No resulta paradójico que desee suerte aquella que conoce la trama del destino? – bromeó Gil-galad, abrochando su capa con ayuda de la dama.
- Es posible – reconoció Galadriel – Pero quiero deseártela de todas formas. Eres lo único que conservo de mi familia, Ereinion, hijo de Fingon, y es lógico que me preocupe lo que pueda ocurrir hoy -.
- Muchas veces llego a olvidar ese lazo que nos une debido a tu despotismo – rió él – No te preocupes, osellë Altáriel, lo que haya de ser, será -.
Galadriel hizo a un lado su orgullosa dignidad y abrazó a Ereinion, al muchacho que creció en los Puertos de Sirion y al que ella contaba anécdotas sobre su padre. Y él le devolvió el abrazo con el mismo cariño.
- Será mejor que vayamos con los demás, o empezarán a pensar que al temible Gil-galad le ha entrado miedo – señaló el rey noldo.
Abandonaron la tienda juntos, pero Galadriel se quedó con los galadhrim mientras Ereinion seguía adelante, hasta situarse al frente de las tropas en compañía de Elendil.
- Namarië Ereinion... Estrella Resplandeciente de los Noldor -.
- ¡Bado!, ¡herio! -. (avanzar, cargad)
La voz de los capitanes parecía perderse en el griterío generalizado. Los orcos se replegaban por momentos, mientras los ejércitos de la Alianza los masacraban sin piedad; a ello se unían los bramidos del Orodruin, dando al campo de batalla un aspecto dantesco salido de la peor pesadilla.
- No resistirán mucho más – informaba Haldir, manchado de ceniza y sangre ajena – Thranduil ha desarmado el flanco derecho y nosotros hemos hecho otro tanto por aquí; en cuanto al núcleo de nuestras fuerzas, me parece que nada puede parar a Narsil y Aiglos, esos dos reyes juntos son temibles -.
- Mantendremos nuestra posición, comunícaselo a los jefes de tropa – ordenó Celeborn.
Un estremecimiento les asaltó a todos repentinamente. La oscuridad se cerró en torno a ellos, de una manera tan angustiosa que ni siquiera habían sentido ante los Nazgûl.
- Ha llegado – dijo Galadriel – El combate que decidirá nuestro destino -.
La batalla parecía haberse ralentizado, la atención de ambos ejércitos concentrada en un solo punto en las faldas del Orodruin. Allí se alzaba una imponente mole de tinieblas y negra armadura, incluso desde la distancia, Galadriel podía sentir el poder que emanaba Sauron, precedido por una eterna aura de terror; y, frente al Señor Oscuro, se encontraba Gil-galad, la Estrella de los Noldor más resplandeciente que nunca, desafiante, con Aiglos firmemente agarrada entre sus manos. La espada de Sauron contra la lanza de Ereinion, la lucha fue brutal, intensa y mortal, Aiglos se quebró y Gil-galad cayó ante el Enemigo. El corazón de Galadriel sufrió como si ella misma hubiera recibido la estocada de Sauron, al contemplar la muerte del último rey noldo de los Días Antiguos.
Aquella muerte inflamó la cólera de Elendil. Empuñando a Narsil se abalanzó contra Sauron, buscando venganza por el amigo elfo y por su hijo Anárion. Un solo golpe bastó para terminar con la gloriosa existencia del rey númenóreano.
- ¡Los matará a todos! – exclamó Celeborn junto a Galadriel – Debemos ayudar a... -.
- Aguarda, y contempla la voluntad del destino -.
Se encontraban demasiado lejos como para percibir qué sucedía exactamente. De repente, con un rugido de frustración y dolor, Sauron se desintegró ante los perplejos ojos del ejército de la Alianza y los del enemigo. La oscuridad se abrió y, más allá del Morannon, se vieron los primeros rayos de sol.
Galadriel descendió la colina a la carrera, hasta el lugar donde había tenido lugar el último combate. Muchos elfos y dúnedain se agolpaban ya en un perfecto círculo en torno a sus reyes, lamentando su caída, algunas voces élficas ya entonaban tristes cantos por la desaparición de Gil-galad y Elendil.
O Gil-galad i
Edhelchír
dim linnar i thelegain:
Im Belegaer a Hithaeglir
Aran ardh vethed vain a lain.
Se abrió un hueco para dejar pasar a la Dama Blanca. Círdan se encontraba arrodillado junto al cuerpo del elfo a quién él había criado desde la infancia, lamentándose igual que lo haría un padre por su hijo. Acompañando a Elendil estaba su escudero, Estelmo, conmocionado por lo ocurrido.
- ¿Dónde está Isildur? – inquirió Galadriel.
- Elrond le ha llevado al interior del Orodruin, para destruir el Anillo – la respuesta se la dio Glorfindel, grave como jamás se le viera antes – Hemos vencido, aunque me temo que a un precio demasiado alto -.
Círdan ordenó a los capitanes de Gil-galad que lo transportaran a su tienda, e igualmente dispuso para Elendil una guardia de honor.
Gariel maegech
Gil-galad,
Thôl palan-gennen, ann-vegil;
A giliath arnoediad
Tann thann dîn be genedril.
- Convocad a los sanadores, que limpien sus heridas y los preparen como corresponde los últimos reyes de los Días Antiguos – su voz destilaba autoridad y se le obedeció al instante – Aquellos soldados que no tengan heridas de consideración que destruyan Barad-dûr, no dejaremos ni una alimaña en esta tierra maldita -.
La ira por la muerte de sus reyes movilizó a los ejércitos, en un último arranque se abalanzaron hacia la torre oscura para cumplir una tarea que, si bien no les ofrecía la venganza deseada, al menos se aproximaba.
Galadriel y Celeborn acompañaron a Círdan al campamento. Allí recogerían aquellas pertenencias que habían dejado atrás e irían al acuartelamiento fuera de Mordor. Por fin, la guerra había terminado.
Dan io-anann
os si gwannant
A mas, ú-bedir ithronath;
An gîl dîn na-dúath di-dhant,
vi Mordor, ennas caeda
gwath.
- Ha sido la peor guerra a la que he asistido, y espero no volver a vivir ninguna semejante -. Thranduil apuró el vino – Jamás pensé que pudieran morir tantos... -.
- Por lo menos Sauron ha sido derrotado y Endor vuelve a ser libre – suspiró Celeborn – Ah, que alegría sentir el sol de nuevo -.
Galadriel sonrió, sentada junto a su esposo en el exterior de la tienda de Thranduil, disfrutando de la mañana. Aún se demorarían en levantar el campamento unos días, hasta que los heridos se recobrasen lo suficiente para viajar y se reorganizasen los poderes de los reinos.
- Isildur volverá para gobernar Arnor, y en Gondor permanecerá Meneldil, el hijo de Anárion -.
- Es lo más lógico, pero ¿y Lindon?, Ereinion no poseía herederos -.
- Círdan se hará cargo de Lindon, y Elrond asumirá el título para el que fue designado hace siglos -.
Como si las palabras de la dama lo hubiesen convocado, Elrond apareció seguido de Glorfindel, ninguno de los dos parecía muy feliz y el medioelfo ni siquiera se había quitado la ropa de la batalla.
- ¿Qué sucede? – inquirió Celeborn.
- Isildur es lo que sucede – renegó Elrond - ¡Se ha quedado el Anillo! -.
- ¿¡Qué!? -.
El medioelfo se sentó y aceptó agradecido la copa de vino que le tendió Thranduil.
- Ya le he dicho a Elrond que, cuando Isildur se negó a tirar el Único al Orodruin, debió arrojarle al fuego con Anillo incluido -.
- No es un tema para bromear, Glorfindel – le reprendió el señor de Imladris - ¿Qué hacemos? -.
- No podemos quitárselo por la fuerza al hijo de Elendil, me temo que debe renunciar al Anillo por propia voluntad – dijo Galadriel – En parte Glorfindel estaba en lo cierto, habrás de matar a Isildur para quitarle el Anillo porque a muerte luchará para conservarlo -.
- Si no destruimos ese objeto viviremos eternamente bajo la sombra del miedo a un regreso de Sauron, la esencia del Enemigo habita en él – insistió Elrond.
- Tú mismo has intentado razonar con Isildur, es tu amigo, y observa como el Anillo ya lo ha dominado; si matamos al príncipe dúnadan para destruir el Único no servirá de nada, porque estaremos haciendo aquello mismo que desea el Anillo -.
- ¿Entonces abogas por dejarle marchar? – inquirió Celeborn.
Galadriel asintió con tristeza.
- Hay algo más fuerte que nuestros deseos operando en la trama del destino, y algo me dice que el destino de Isildur era conservar el Anillo -.
Todos guardaron silencio, abrumados.
- Si me disculpáis, iré a mudar mis ropas – dijo finalmente Elrond, abatido.
- Aguarda Elrond, deseo que me acompañes un momento a ver a Círdan, hay algo que debemos tratar de inmediato – le pidió la dama.
- Os sigo -.
Encontraron al constructor de barcos hablando con dos de los capitanes de Lindon, Vorondil y Hirwe. Ellos eran de los más afectados por la muerte de Gil-galad, pues, más que consejeros y soldados, habían sido amigos para el rey.
Círdan los despidió con palabras amables e hizo pasar a su tienda a Elrond y Galadriel. El Señor de Mithlond se entristeció al saber lo ocurrido con el Anillo, y compartió la opinión de la dama; nada podía hacerse sino encomendarse a la voluntad de Ilúvatar.
- Ahora nosotros somos los Guardianes de los Tres – suspiró Círdan, y sacó la cadena de la que pendía Narya.
Elrond le imitó y otro tanto hizo Galadriel.
- Sauron ya no posee el Único, es tiempo de usar el poder de los Tres para sanar las heridas infligidas a la Tierra Media – dijo la dama eldarin.
Narya, Nenya y Vilya se deslizaron en los dedos de sus portadores. Intercambiaron miradas de sorpresa y desconcierto. Aquellos anillos producían una sensación extraña, expandían la mente y el poder innato de quien los empleaba de una manera ilimitada.
- El poder para detener el tiempo y preservar aquello que amamos – musitó Elrond – Esas fueron las palabras de Gil-galad -.
- Aquellas que yo escuché de labios del mismo Celebrimbor – asintió Galadriel - Fueron hechos para ayudar a su portador y los que le rodean a aprender, curar y comprender, son anillos de vida, en ellos anida la esencia élfica -.
La Dama Blanca alzó su mano y Nenya se iluminó como una estrella. Elrond y Círdan comprendieron su intención y unieron su poder al de Galadriel.
En el exterior de la tienda, los ejércitos de la Alianza alzaron el rostro emocionados. Un extraño viento del Oeste comenzó a soplar, arrastrando la nube de oscuridad que se había cernido sobre ellos durante más de diez años, y trayendo otra que descargó una dulce lluvia sobre los exánimes campos. El sol y la primavera harían el resto, pronto las tierras al Este de las Montañas Nubladas volverían a ser verdes.
- Ya está – sonrió Elrond, extendiendo su mano fuera de la tienda, sintiendo la lluvia – Por fin podemos volver a casa -.
"...Fui testigo del último combate en las laderas del Orodruin donde murió Gil-galad y cayó Elendil y Narsil se le quebró bajo el cuerpo, pero Sauron fue derrotado, e Isildur le sacó el Anillo cortándole la mano con la hoja rota de la espada de su padre y se lo guardó... Pero pronto el Anillo le traicionó y le causó la muerte..."
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N.de A.: (Elanta vestida toa de negro y cara depre total) Aiya, bueno, ya sé lo que va a pensar todo el mundo, que me he pasado con la concentración de muertes. Sorry. Una que está un poco alicaída y no me ha venido demasiado mal para escribir un capi triste tristísimo. ;_;
Lo primero decir que la poesía en sindarin es La Caída de Gil-galad, sale en el SdlA en spanish, cuando los hobbits están con Trancos y la canta Sam, en el capi 11, no digo la page porque mi edición es antiquísima. :P
Nariko: pues sí, a ver si sigo con la racha de capi por semana, y sí, que triste fue perder a Amdír. ;_;
Cari_chan: sí, tu elfito se ha muerto. ;_; Te dejo a ti la descripción pormenorizada de los hechos de su muerte y que tus elfitos le den la noticia a Arien. Pobrechita.
Lothluin: me vino de perlas tu sanadora ^^, por cierto, Miluinel y cía son los que acompañan a Glorfindel a la búsqueda de la caravana de Bosqueverde, también va Aradan y alguno más de Lindon pero esos son de cari. ^^
Mayu: vale, lamento escribir tan rápido :P (y un rábano, ahora que estoy inspirada estoy como una posesa con el ordenata) XD, lástima que mis padres me corten en los mejores arrebatos. Ánimo que dentro de poco te pones al día con todos los fics. Ah, y siento haber matado a tan lindo elfito como es Ereinion, pero fue Sauron, yo sólo soy la reportera. :P
Elloith: ya he visto que mi préstamo de la inspiración ha ido bien, te está saliendo un fic muy xulo. ^^ Gracias por decir que mi fic es perfecto. *_*
Anariel: lo siento, ya sé que maltrato a los pobres elfitos (que obsesión que tiene todo el mundo con esta palabra ¬¬, ¡CARI_CHAN, ponle copyright!)XD Pero así las hª son mejores, me encanta el drama.
Selene: gracias, el ritual parece funcionar a la perfección, mi inspiración sigue esclavizada y sometida a un rendimiento que raya con la explotación laboral.XD Lástima no disponer de más tiempo para escribir. ;_;
Tenna rato!!! Hasta el siguiente capi, es decir, prox lunes!! ^^
