II. La familia Malfoy

Con los labios sangrando de furia y el corazón dándole martillazos, la vistieron de negro. Si alguna vez había sido una mujer fría que usaba la cabeza, desde luego ahora era otra se había convertido en otra persona. Sentía el espíritu de la venganza crecer en ella tanto, que pensaba que su cuerpo no era lo suficientemente grande.

Sólo le bastaron dos días para comprender todo lo que estaba sucediendo en el holocausto. Ya no llegarían más esclavos, pero sí cargamentos interminables de muggles. No sabía lo que hacían con ellos, pero podía hacerse una vaga idea. Los mestizos trabajaban duramente, según supo gracias a Corbella, a uno o dos quilómetros de la mansión, sin magia y continuamente apaleados por mismos esclavos sobornados, que comían pan a cambio de maltratar a sus propios camaradas. El crucio era su hechizo preferido.

Corbella no cesaba de repetirle que ellas dos eran afortunadas por no estar destinadas allí. A la muerte. Y le martirizaba intentando convencerla de respetar a los Malfoy. Hermione la odiaba. Se había resignado a guardar su propio pellejo. ¿Llegaría ella algún día a sentirse así? Sólo de pensar en las atrocidades que estarían pasando sus compañeros y muggles, le daban ganas de matarse. De hecho, había logrado birlar una pequeña daga con ese propósito...o por sentirse más segura. Pero sobretodo, no podía evitar pensar en sus padres, muertos o condenados a una de esas cárceles repartidas por Inglaterra. También se retorcía al pensar en qué situación habrían quedado Ron, los Weasleys, Harry y Dumbledore. Aislada del mundo, encerrada en una mansión protegida por miles de hechizos, en cuyos terrenos se masacraba a decenas de personas todos los días.

En la casa convivían elfos domésticos, ella y Lucius Malfoy. Éste último era la fuente de sus desgracias diarias. Le producía repulsión ver su rostro y huía continuamente de sus pasos. Siempre que se lo encontraba (y no eran pocas veces, puesto que el hombre disfrutaba martirizándola) entre amenazas y castigos, además de sucias palabras, no dejaba escapar la ocasión para relatarle las supuestas torturas de sus padres y de Harry. Hermione descansaba en un catre de madera, junto a un cubo, en el lugar más frío de la casa. Los sótanos. Era un lugar sin luz, en el hueco de una escalera. Allí esas torturas de las que le hablaba Malfoy se le aparecían por las noches, en sus sueños, una y otra vez. Los rostros desfigurados de sus amigos, la sangre, los muertos muggles...Era imposible dormir en aquel sitio inmundo.

Whiltshire era un lugar de fuertes contrastes, y la mansión, aplastante. Rodeada de campos y jardines, la arquitectura gótica del lugar imponía respeto y de noche se transformaba en un lugar tenebroso. Del panteón, a pocos metros de la casa, se podían escuchar gemidos y gritos espeluznantes acompañándolos de un asqueroso hedor a muerte. Para Hermione todo era oscuridad, sangre y frío.

Al espíritu vengativo se le unió a los pocos días la más terrible desesperación.

Doce en punto de la noche. Londres estaba deshabitado y de nuevo, otra suave lluvia empapaba las calles adoquinadas. Al fondo, más allá, iluminaba el resplandor de un incendio. En el cielo se podía distinguir una sugerente luna llena, que paso a paso, se reflejaba en los pulcros y exageradamente brillantes zapatos de una figura solitaria.

La sombra se movía con determinación y elegancia, acompañada del eco que producían sus zapatos contra el pavimento. Se detuvo frente a una tienda abandonada para susurrar lo siguiente al viento:

Visita a Nox Malfoy

El Hospital San Mungo abrió sus puertas, pero ya no era el de antaño. La madera de las paredes estaba destrozada y el suelo lleno de polvo. Apenas había luz. En la recepción, no había nadie, sólo dos muggles heridos sentados en el suelo, deteniendo una hemorragia con recortes de su propio pantalón. Caminando por los oscuros pasillos llenos de manchas de sangre y suciedad, el misterioso visitante llegó a la cuarta planta, dónde un mago que no era sanador guardaba la puerta.

Está al fondo, con los demás de su clase. – dijo mirando al suelo.

La sala estaba llena de muggles y magos apretados, heridos o enfermos. Las condiciones del lugar eran deprimentes y apenas había sanadores para atender a toda esa gente. Extendidos en el suelo, apoyados unos contra otros, los gemidos reverberaban en San Mungo. Al fondo, había un grupo apartado de los demás, de entre los cuales se distinguían con facilidad unos lacios cabellos platinados. Nox Malfoy, el propietario de esa cabellera, volvió la mirada a la persona que se le acercaba. Sin inmutarse cerró los ojos lentamente.

Hola – dijo, mientras una fría sonrisa se esbozaba en su rostro – querido sobrino.

Como respuesta obtuvo un tirón. Le había cogido del antebrazo con una mano, y con la otra, de la solapa de su polvorienta gabardina. Le enderezó y estiró sin miramientos hacia la salida. Nox, débil y moribundo como estaba, sólo pudo obedecer. Al pasar por delante del mago celador, el maltrato se acentuó con algún empujón, y ambos salieron a la fría noche londinense.

Con rapidez, se refugiaron de ojos ajenos.

-Siéntate y quítate la camisa.

-Vaya...no sabía que tenías esas inclinaciones querido sobrino. – dijo sarcásticamente, mientras veía que el otro sacaba su varita, lo que le hizo cambiar su expresión. – No me impresionan más torturas. – añadió despojándose de la gabardina y su camisa. Cuando terminó, dejó al descubierto un pálido torso cubierto de sangrantes heridas. – Ya de los magos...

Collapso

Automáticamente, la sangre dejó de fluir.

Necesitas tratamiento. Este hechizo no garantiza que la sangre deje de fluir para siempre. Es inevitable recurrir a pociones.

¿No me digas? ¿Quizá las pociones y almacenes de San Mungo que vosotros mismos eliminasteis? ¿Sabes por qué sólo has visto heridos en San Mungo? Porque a los muertos los recogen cada hora...

Sin prestarle atención, continuó.

Hay un traslador cerca de aquí que no está vigilado. Lleva directamente a Whiltshire. Allí encontraré lo necesario para evitar que pierdas toda tu sangre.

A Wilthshire, ¡ja! ¿No...no te sería más sencillo...dejarme aquí...? ¿O pretendes que viva para disfrutar más cuando tú y tu bendito padre me sacrifiquéis?...

Nox. Si aún crees que estoy aquí para matarte, es que el riego sanguíneo a dejado de fluirte por el cerebro – dijo cruelmente. – Porque he arriesgado mi vida para venir a sacarte de tu segunda tumba. Las cosas no son fáciles para nadie.

...¿Cómo te llamas?

¿No te acuerdas de mi nombre?

Es natural. Después de todo, es la primera vez que hablo contigo. Y sólo te había visto de pequeño en fotos.

¿Entonces cómo estás tan seguro que que soy tu sobrino?

Aaaah...- dijo con misteriosamente mientras le cogía su cara y la acercaba a la suya – pues porque cuando te miro, me veo a mí

En efecto, ambos Malfoy, incluido Lucius, poseían los mismos agudos y fríos ojos grises.

Draco. Me llamo Draco. – dijo simplemente.

Eran las tres de la madrugada, y como de costumbre, Hermione no conseguía dormir. Los aullidos del viento la estremecían y la oscuridad la asustaba como nunca. Se sentía indefensa sin varita, y había llegado a creer que aquella casa, de noche, no era normal. Esta vez fueron unos evidentes crujidos en el piso de arriba.

Crack.

Crack.

Crack.

CRRRAAACK

Aquello era demasiado. Se volvería loca antes de morirse de inanición si no se aseguraba de que allí no había algo más que un simple fantasma. Cada vez los sonidos se hacían más perceptibles, convirtiéndose en pasos. Hermione se vistió en un instante y subió a oscuras las escaleras del sótano donde dormía cada noche. Caminó descalza por un pasillo, hasta detenerse que unas voces la hicieron detenerse cerca del recibidor.

-Este lugar me trae recuerdos desagradables...

-Pues procura olvidarlos. Arriba hay habitaciones de sobra, podrás descansar. Procura no hacer mucho ruido, mañana le daré la noticia a mi padre.

-¿Lucius no sabe que me has traído aquí?

-No.

-¿¡estás loco!?

-No te preocupes, le mentiré.

Hermione escuchó como subían las escaleras principales de la mansión. Hablaban dos hombres, y se le erizó el vello al reconocer la voz, la serpentina voz de uno de ellos. Ahora empezaría la verdadera pesadilla. Asustada, volvió corriendo a los sótanos, pero no tuvo el valor de ponerse a dormir.

Dos pisos más arriba, Draco ayudaba a su tío a recostarse en una confortable y gigantesca cama.

-Te dejo descansar – dijo. Nox estaba completamente agotado, respirando con dificultad, cubierto por las espesas mantas.

-Espera Draco...quiero preguntarte una cosa...

El chico le miro expectante.

-¿No tienes miedo?- susurró con voz ronca.

-¿De ti? ¿De mi padre? ¿De quién tú sabes?...¿De Potter? – dijo socarronamente.

-Supongo que era una pregunta estúpida

Draco no le replicó y cerró la puerta tras él. Intentaba ordenar sus ideas y encajar todas las piezas de sus acciones. Era imposible. Ahora, en su casa, se arrepentía de haber recogido a su tío. Se había vuelto loco. Un loco era en lo que se había convertido. Y por supuesto que la pregunta de Nox no era estúpida en absoluto. Ahora curaría a Nox, y después ¿qué haría? ¿le dejaría irse tan tranquilo?...¿pero qué se le había pasado por la cabeza para ir a recogerle? Y lo peor de todo, ¿cómo evitaba que su padre se lo cargara al descubrir que estaba allí?

Se dirigía a los sótanos. Al almacén de la casa. Si todo marchaba como él creía, desde que empezó la limpieza de sangre su padre se habría preocupado de recoger cualquier cosa que les sirviera de ayuda. Desde pociones de San Mungo hasta objetos de magia oscura. Con una vela en la mano, bajó las escaleras. Olía rancio.

Recorrió un pequeño pasillo hasta la gran puerta sellada. De repente cayó en cuenta. No recordaba la contraseña. Se quedó pensando frente a la entrada, buscando en su memoria, cuando de repente algo le sobresaltó. Notó una presencia ajena allí mismo. Y muy lentamente, con el ceño fruncido, giró la cabeza hacia su izquierda.

Era el espacio que dejaban las escaleras que subían y la luz de la vela no alcanzaba a iluminar su interior. Lo que vio le dejó de piedra. Dos ojos destacaban en la oscuridad.

-¿Quién eres? – dijo con asco y arrastrando las palabras

-Sal. –repitió, acercando la vela. Esta iluminó más y descubrió a una mujer sentada sobre un catre de madera. La mujer se levantó y se fue acercando. Poco a poco se iban descubriendo sus rasgos.

Era de su edad, y una larga melena ondulada caía sobre sus hombros. Estaba vestida de negro, con una túnica larga, fruncida en la cintura y en los antebrazos. Los ojos no habían parpadeado desde que la había descubierto y su rostro era completamente inexpresivo. Draco frunció el ceño mucho más. Reconoció algunas facciones. No podía ser...

-¿Quién eres? – Repitió

-Cuarenta y nueve – contestó muy lentamente.

Draco cayó en cuenta inmediatamente. Estaba demasiado entretenido como para acordarse de los esclavos. Sin embargo...se acercó más a ella, cada vez más intrigado por la posibilidad que se estaba formando en su cabeza. La chica parpadeó y bajó la mirada a un costado. Él la inspeccionó. Y ella volvió a alzar la cabeza.

Ahora sí. Indudable. Sólo había una persona en el mundo que le dirigía esa mirada. No había asco, no había furia. Eran desprecio, lástima y autocontrol mezclados. Las pupilas de la chica se dilataron, mientras en Draco se había dibujado inconscientemente una expresión de asco y repulsión.

-Granger...-dijo rasposamente. Ella volvió a mirar a otro lugar. Dracó bufó.

-Así que número cuarenta y nueve...-dijo mordazmente. El rostro de Hermione se endureció.

Draco echó una mirada rápida al catre y al cubo en el hueco de la escalera.

-Cuarenta y nueve...- repitió, como pensando en todo lo que eso conllevaba. Conllevaba tortura y subordinación. Era una esclava, y su padre la había puesto en la masión para regocijarse él mismo y probablemente pensando en él.

Ahora sin embargo, todo eso le resbalaba. Sólo quería terminar con Nox cuanto antes...y en cuanto a Granger...otro problema más. La chica seguía mirando a un punto perdido, como esperando alguna orden suya. La tendría.

-Lárgate cuarenta y nueve, procura no molestarme. – Rápido y sencillo. No estaba para más tonterías.

Sin embargo, ella no se movió. Sus ojos se endurecieron más y alcanzó a ver chispas en ellos. En la mente de Hermione Granger no cabía la sumisión. Ahora no veía la inteligencia en sus acciones. Y si no la había no iba a permitir que la asquerosa serpiente de Draco Malfoy, causante de sus desgracias, la pisoteara. Antes prefería estar muerta. ¿A quién habría matado? ¿Sabría algo de los suyos...?

Draco la miraba expentate y severo.

-¿No me has entendido?- su espíritu más cruel floreció esta vez- he dicho que desaparezcas de mi vista.

Lo que sucedió a continuación no lo pudo explicar bien. Tras sus palabras, la chica se le lanzó encima, ni más ni menos, que con una daga. ¿Qué demonios? ¿De dónde la había sacado? Con la sorpresa, ella aprovechó la oportunidad para clavarle el arma en el hombro. Maldita mujer. Él se quedó mirando la herida, sin mostrar dolor, sin mover ni un músculo.

-¿Y ahora? – dijo mirándola fríamente. Ella se había quedado parada absurdamente consternada por lo que acababa de hacer. – cuando atacas a alguien...

Para horrenda sorpresa de Hermione, Draco se arrancó la daga sin demasiada un cuchillo...- prosiguió, como si le estuviera dando clases - tienes que mantener muy bien sujeto el mango, así...¿ves?- Draco caminaba hacia ella mostrándole el filo ensangrentado. – porque luego, tendrás que volver a acuchillarle...- Hermione temblaba de pies a cabeza, la situación hacía tiempo que se le había ido de las manos - a no ser claro, que tengas la suficiente experiencia...tsk, cosa que dudo, como para clavársela directamente al corazón.

Draco se había detenido frente a ella, de manera que le hacía notar la diferencia de altura y complexión. La daga, efectivamente, apuntaba ahora directamente al corazón de Hermione, que palpitaba exageradamente. La mirada helada del rubio estaba fija en los ojos asustadizos de la chica, hasta que sin previo aviso, en arrebato de dolor en el hombro le hizo vacilar.

En ese momento, una Hermione fuera de sí, le arrebató la daga, y esta vez Draco tuvo que evitar el nuevo el rabioso golpe forcejeando con ella. La chica se movía con el propósito de hacer daño y sólo consiguió inmovilizarla ayudándose de la pared. La dura roca se le clavó a Hermione en la espalda y la presión que ejercía el chico le hizo soltar la daga. Su rostro estaba manchado con la sangre que salía del hombro de Draco, que la apretaba con furia y severidad. Ahora sí estaba sintiendo dolor.

Aquella lucha animal había terminado. La rabia que había cegado anteriormente a Hermione desapareció, y volvió el vacío a su corazón. Draco, totalmente enfadado, la empujó hacia fuera y la metió dentro de la primera habitación con la que se topó.

-Yo pensaba que no pasabas de fierecilla, Granger. – dijo irónicamente mientras se apretaba el hombro. - ¿No has aprendido que es mejor quedarse quietecita? – sentenció, al cerrar la puerta con llave.

Sí, y a base de crucios pensó ella. Un momento, aquello la hico reaccionar. A pesar de que Malfoy tenía varita, no había usado la magia contra ella. ¿Por qué? ¿Sería posible que Malfoy...? No, no sería posible. Con los huesos doloridos, se acurrucó en un rincón y cerró los ojos.

Notas: Perdonad la falta de seriedad al actualizar. Me cuesta, me cuesta. Aunque ahora parece que le he cogido el gusto. Gracias infinitas por esos reviews tan amables.

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