Ambos habían recibido el aviso de akuma, ya fuera por las noticias, conocidos o sus propios acostumbrados ojos. El cielo de un celeste casi blanco pasaba a ser de un azul azabache a la vez que las ramas de los árboles empezaban a moverse al compás del viento, pegando y desplegándose con un temblor de tipo elegante. Eran como huesos, de los dedos de una larga y arácnida mano que atraparía sus cabezas si decidían acercarse.

La magia también afectaba a las personas, pero no terminaban de entender lo que causaba con solo viendo carreras, oyendo insultos y declaraciones y el silencio de los reservados.

Chat tuvo que ser de esos últimos al ser alcanzado por un rayo cuya procedencia no se molestó en averiguar en cuanto vislumbró piel blanca en vez de garras y percibió sus sentidos agravados.

Su lady ya se estaba dando la vuelta para preguntarle por qué demoraba en seguirla cuando él abandonó las calles con una mano en su pecho y el viento azotándole la cara extrañamente espantada.

Buscó un espejo al azar —el vidrio de una vidriera de zapatos cualquiera— y lo que vio reafirmó su incredulidad. Pues ya no salvajes cabellos caían sobre su rostro, cubriéndolo así como embelleciéndolo de otra manera junto con sus grandes ojos rodeados de su fino antifaz.

Se hallaba descubierto así como prolijo. Sus manos mostraban impecabilidad en su simpleza humana. Y su ropa grisácea instantáneamente le regalaba su ácido humor.

Entonces una determinación conocida endureció sus rasgos y cruzó sus brazos.