Capítulo I
Primera sesión
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Los tacones repiqueteaban en la acera al ritmo del corazón y la prisa que llevaba la mujer que InuYasha tenía delante. Él daba pasos que resultaban largos en comparación con los que daba ella, por tanto no necesitaba la misma prisa para mantener una distancia cómoda que le permitiese observar la forma armónica en que se movía su cuerpo. El tipo de movimiento no le era desconocido y mucho menos indiferente, los tacones permitían al cuerpo femenino dar suaves bandazos con la cadera, de un lado a otro, marcando un ritmo que podías llevar a los placeres de una cama. Uno de sus pasatiempos favoritos cuando iba por la calle era descubrir a las mujeres cuyo andar le resultaba más sensual y apetecible. Su segundo pasatiempo favorito era imaginarlas soportando las embestidas que les procuraría y su mente comenzaba a reproducir los gemidos que daría la desconocida de turno. El tercer paso de ese juego siempre era la culpa, porque no estaba en su espíritu denigrar a nadie, sin embargo, en todo esto el deshonrado siempre era él mismo.
Bajó la mirada a la acera y comenzó a contar las líneas de la calle, mientras ralentizaba el paso, como una forma de aplacar la mente y el cuerpo. Una de las tantas técnicas que había aprendido en las terapias a las que había asistido.
Dobló en la primera esquina que encontró y desde ahí se situó para poder llegar a la dirección que le había dado el último terapeuta al que estaba asistiendo. Lo había escogido expresamente varón, porque así no tendría la tentación se tirárselo en plena sesión; al menos de momento la adicción pasaba sólo por el género femenino.
Hundió los dedos su pelo platinado, desde la sien hasta detrás de las orejas, aquella era una de las tantas acciones que solían relajarlo y darle algo de perspectiva. No quería pensar demasiado en la culpa, porque resultaba dolorosa y había días en que el dolor se toleraba peor. Se encontró caminando por una calle mucho menos concurrida que la anterior y eso le dio cierto respiro a su obsesión. Llevaba una semana sin tomarse el dichoso medicamento que le daban para inhibir su comportamiento y es que cuando estaba medicado se sentía como en mitad de una bruma que no conseguía disipar.
Consultó el móvil, para asegurarse de haber tomado el camino correcto. Si no se equivocaba en ninguna calle, dentro de diez minutos estaría en otra insoportable sesión de terapia. Sabía que él mismo lo había decidido, tenía claro que buscaba sanar de alguna manera, sin embargo no se iba a engañar y tenía prácticamente las mismas posibilidades de fracasar que en los intentos anteriores.
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Escuchaba el sonido de sus propios pasos por la acera y se preguntaba por qué se había empeñado en llevar aquellos zapatos de tacón, se los tendría que quitar al entrar al sitio al que asistiría. La respuesta se instaló en su mente nada más formular la pregunta: le daban seguridad. Le habían gustado esos zapatos desde que los había visto en la tienda: altos, con pulsera en los tobillos y un sensual tono palo rosa que combinaba muy bien con su piel. Estaba claro que su vida iba rodando cuesta abajo desde hacía mucho; sin embargo, Kagome sentía que tomaba el control cuando las miradas se situaban en ella y podía manejar las piezas, habitualmente masculinas, y estos zapatos la ayudaban con ese propósito.
Algunos pasos por delante había un grupo de jóvenes e inmediatamente comenzó a barajar sus posibilidades. Podía cruzar la calle dos pasos más adelante y de esa forma evitarlos, o podía pasar junto a ellos, intentando que no la notaran; sin embargo, ese espíritu guerrero que había desarrollado al enfrentar adversidades, la empujaba a cruzar por el medio de aquel grupo y hacerse todo lo visible que fuese necesario. Sabía que era una imprudencia y sabía, también, que escucharía todo tipo de exclamaciones sobre su figura y aspecto, pero hacia mucho que había decidido que mientras ella tuviese el control lo que dijeran de ella era irrelevante.
O debía serlo.
Con eso en mente continuó en línea recta. Buscó dentro de sí misma el poder al que solía apelar y desde ahí sacó la seguridad para pedir espacio y pasar por entre el grupo de jóvenes. Fue consciente de como afloró la típica amabilidad aparente, tan habitual en las calles cuando se estaba expuesto al examen público, y todos los jóvenes se movieron para que ella pudiese pasar. Acto seguido escuchó el comentario admirativo que uno de ellos hizo en voz baja y fue entonces que Kagome le dedicó una de aquellas miradas que no eran del todo directas, pero que le hablaban al receptor de su total aceptación del elogio, acompañando aquello de una invitación a probar un poco más… si quería.
El muchacho no superaría los dieciocho años, ninguno en el grupo lo haría, varios menos que ella. En ese momento supo que por mucho que necesitara de aquella atención y control, no podía permitirse no llegar al lugar al que se dirigía ahora mismo y lamento haber tolerado el ansia que había tenido de escaparse al estudio de su amigo Kōga, para un desquite de medio día, eso siempre la relajaba y él siempre parecía dispuesto.
Se giró un momento para comprobar que el muchacho venía tras ella. Era alto, con un aspecto físico que hablaba de una musculatura firme que seguramente podía resistir el modo, a veces cruel, en que ella tomaba a sus parejas. Suspiró y le hizo un gesto negativo con el índice de la mano derecha y el joven se detuvo de inmediato con una clara expresión de perplejidad. Kagome chasqueó la lengua, se giró y siguió su camino, no queriendo detenerse más en aquello; no era útil.
Dio vuelta en la esquina de la calle a la que se dirigía y vio el discreto cartel junto a la puerta que le indicaba que la montaña rusa emocional comenzaba de nuevo. No estaba preparada, del mismo modo que no lo había estado las últimas dos veces y las dos anteriores; sin embargo ¿Quién había inventado eso de que la tercera era la vencida?
Quizás fuese la quinta.
Oprimió los labios en uno de sus claros gestos de incomodidad, esos que ejecutaba cuando tenía que encontrar valor. Pasó sus manos por los laterales de su cuerpo, desde la cintura, pasando por la cadera y hasta el inicio del muslo, como un modo de darse ánimo, porque sabía que no podría relajarse. Luego de eso empujó la puerta que se mantenía entreabierta a espera de los asistentes.
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InuYasha no pudo evitar quedarse prendado de la figura de aquella mujer que estaba de pie a metros de él y frente a una puerta. Su mirada permaneció fija en la visión de las pantorrillas marcadas bajo el vaquero que vestía y gracias a los zapatos de pulsera que llevaba, le gustaban tanto que estaba seguro no se los sacaría aunque la estuviese horadando hasta el agotamiento. Soltó el aire con cierta angustia ante el golpe de excitación que le estaba provocando aquella mujer sin siquiera moverse. Lo peor vino al no perder detalle de la forma en que se pasaba las manos por el cuerpo como si se acariciara a sí misma; el pensamiento en su mente cobró otro significado de inmediato y hasta recreó un jadeo de ella y se imaginó a si mismo sosteniéndola mientras ese pequeño cuerpo se retorcía de placer.
Bajó la mirada y bufó molesto ante su propio descontrol. Habitualmente lo manejaba mejor, el deseo era algo permanente, pero lidiaba con ello sin que fuese demasiado evidente; ahora mismo se le estaba escapando de las manos ¿Por qué?
Lo sabía, era la potente carga erótica que había en esa mujer que o bien no era consciente de ello, o por el contrario lo hacía a propósito. La miró de medio lado, no quería sentirse aún más tentado. Quizás hubiese quienes pensaran que la adicción que él sufría era de las mejores, pero lo cierto es que tal como cualquier otra pasaba por fases, siendo la culpa la más oscura. Podía disfrutar tremendamente de la seducción y del sexo, pero cuando la oxitocina decaía volvía a sentirse vacío y miserable, era entonces que comenzaba la fase de la culpa y el fustigamiento emocional que él mismo se provocaba.
Incluso ahora, aún arrastraba el abatimiento de su acción de esta mañana, después de haberse tirado a la dependienta de una floristería a la que entró a comprar unas flores azules que ni siquiera necesitaba y todo porque la vio a ella, como quien mira a un pastel por el escaparate y la muchacha le sonrió.
¿Cómo se llamaba? —pensó e intentó recordarlo, pero no le fue posible. A veces creía que bloqueaba la posibilidad de recordar los nombres por pura sobrevivencia.
No conforme con eso se había distraído en su juego habitual de camino aquí y ahora comenzaba a obsesionarse con la mujer que acababa de perderse dentro de uno de los edificios, subida en unos zapatos que empezaban a cobrar el carácter de fetiche en su mente. Cerró los ojos, respiró hondo y esperó un momento para no sufrir los efectos de una erección fulminante de aquellas que lo dejaban como un idiota delante de otros.
En cuanto se encontró algo más compuesto y pensando en manzanas o en caramelos, o en cualquier otra cosa que lo sacara de la obsesión, se animó a buscar la numeración del lugar al que se dirigía. Era hora de intentar, al menos, darle una vuelta a este círculo de vicio que por muy extraño que pareciese, no le permitía descubrir su amor propio.
Cuando encontró el lugar pensó en que debió nacer con una deuda de karma muy alta ya que no se esperaba que fuese la misma puerta por la que entrara aquella mujer. Su mente estaba nuevamente puesta en el fetiche de esos tacones.
¡Kuso!
Entrar había sido un acto muy personal e íntimo ya que simplemente se encontró la puerta entreabierta y algunas surippa para ponerse en caso de no querer ir descalzo; no había nadie más en la entrada, nadie lo esperaba. InuYasha se sentó en el bordillo del genkan y se puso sus calcetines de fuera de casa; esa era una de sus particularidades, podía tirarse a medio Tokio, pero no se pondría las surippa que hubiese usado otro. Cuando quiso dejar sus zapatos en la estantería lateral que había para ello, pudo distinguir unos de tacón color palo rosa con pulsera en el tobillo, los que descansaban, castos, en uno de los habitáculos. Extendió la mano para tocarlos, pero se detuvo a medio camino de hacerlo.
Ahí estaba otra vez la obsesión.
Puso sus propios zapatos lo más cerca posible de aquellos, como si quisiera que se hicieran compañía. Luego de eso avanzó por el pasillo y se asomó en la primera puerta que encontró abierta. Un suave murmullo de voces lo recibió al entrar y se incorporó al grupo con la seguridad y la claridad de quién ya conoce espacios como éste. Su primera mirada estuvo destinada a recorrer el área e identificar a la mujer a la que pertenecían los zapatos, aunque no tuvo éxito.
¿Habrá más grupos? —la pregunta quedó en su mente sólo un segundo.
—¿Este es el único grupo? —alzó ligeramente la voz, para dirigirse a la persona que lideraba.
—Sí, sólo hay uno. Bienvenido —respondió el hombre con la amabilidad justa. InuYasha miró el lugar, medito la posibilidad de que hubiese algún otro tipo de actividad en el edificio, para finalmente dar por buena la respuesta recibida y buscar un sitio libre para sentarse.
Comenzó a escanear la habitación una vez instalado en una silla que lo dejaba lo suficientemente apartado de las demás personas. Pudo contar a nueve asistentes más, además de él. Hizo un pequeño repaso por ellos, comenzando a detallar características de apariencia. En principio creyó poder definir dos con adicciones a las drogas y otros tres que a simple vista se veían tan normales como él, pero no paraban de mirar a algún punto fijo, así que supuso en ellos alguna adicción al trabajo o a internet; o ambas cosas. Se quedó observando a la sexta persona, una mujer de unos treinta y pocos años, atractiva, a pesar de la ropa de al menos dos tallas más que la propia, llevaba una melena castaña larga hasta los hombros y tenía una mirada intensa que se fijó en él como si reaccionara a su escrutinio. Por un momento se distrajo pensando en que no era el tipo de mujer que lo atraía, pero tenía algo interesante…
El hilo de su pensamiento se rompió en el momento exacto en que entró la mujer de los tacones aparcados en la entrada. InuYasha la siguió con la mirada, desde la puerta, hasta su sitio en la silla, sólo para definir si figura armónica y el largo del pelo oscuro que le llegaba casi hasta la cintura, dándole un largo ideal para sostenerla mientras entraba en ella desde atrás en una postura que le resultaba excitante. Sintió como su respiración se volvía algo más pesada, pero aun así no paró con su análisis. También reparó en el largo de sus piernas, las que de inmediato imaginó rodeándolo mientras él se regodeaba en su pecho que parecía del tamaño ideal para llenarse las manos. Se pellizcó ligeramente el lateral de una pierna para reaccionar y abandonar el análisis descarado que le estaba dando. La vio sentarse varios lugares más allá de él, dejando el espacio suficiente para que la pudiese mirar de forma disimulada si así lo quería; y lo quería.
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Kagome encontró un espacio en el salón, justo antes de que el terapeuta que llevaba la sesión grupal comenzara con su presentación. Dio un disimulado repaso visual a los asistentes, quizás como un modo de situarse y sentir que controlaba el entorno. Se encontró con los ojos dorados de un hombre que no parecía dispuesto a dejar de mirarla. Ella notó de inmediato la inquietud que se instalaba en su pecho cuando algo se escapaba de su manejo y es que la intensidad de esos ojos la habían sacado de su punto de seguridad. Buscó centrar un momento su mente y se cruzó de piernas como un acto de confianza en sí misma, lamentó no llevar sus tacones, ellos le habrían aportado ese punto en el que ella era dueña de la situación.
Alzó ligeramente la barbilla e intentó prestar atención a las palabras del terapeuta, no obstante, su curiosidad estaba puesta totalmente el hombre a su izquierda y en la fuerza que notaba provenir de él. Se sentía expuesta y fuertemente tentada a mirar otra vez en su dirección, pero sabía que no era buena idea hacerlo, no quería que él creyese que tenía alguna clase de interés; no podía darle ese poder.
Este no es una terapia grupal al uso, es una terapia de autosanación, son ustedes mismos los que están a cargo de ese trabajo. Todos los que están aquí tienen algo que saben necesitan tratar y lo primero que deben hacer para poder comenzar es reconocer aquello que los impulsa a fallarse a ustedes mismos.
El terapeuta hablaba y aunque Kagome se quedaba con sus palabras, no era capaz de asimilarlas puesto que toda su fuerza de voluntad estaba puesta en no girarse hacia esa mirada dorada profundamente intensa.
No necesitan ser perfectos. No necesitan demostrar a nadie que pueden con el peso del mundo.
Debía mantenerse firme con los ojos en el terapeuta.
Sólo necesitan mirarse con amor, sin enjuiciar las partes de ustedes que resulten oscuras, puesto que todos estamos compuestos de luces y oscuridades.
Debía tener la voluntad suficiente. Sin embargo, no resistió más y lo miró. No sólo tenía unos ojos hermosos, todo él lo era.
La debilidad es sólo la contracara de la fortaleza.
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N/A
Aquí estoy con el primer capítulo de esta historia que no será demasiado larga y que por lo que ven ya va mostrando más o menos por donde irá. Espero conseguir desarrollarla tal y como la tengo en mi cabeza.
Espero que les guste y que me cuenten en los comentarios.
Besos!
Anyara
