Liderando la misión, los ojos azules de Ladybug recorrían agudos su entorno. Esta situación no iba como siempre, algo que le comentó a Chat Noir, con el ceño fruncido. La preocupación era más prominente en estos momentos para detenerse en el silencioso acuerdo de su compañero. No era la primera vez que este se mostraba en su mayoría concentrado y serio en su "trabajo", uno de los aspectos que respetaba de él así como hacía una mueca ante la luz que lo iluminaba en cuanto su mirada se posaba en ella.

La de azabaches cabellos se dio la vuelta con un plan improvisado en su cabeza para que la vista de las calles solo ocupadas con gente civil la hiciera dudar.

Frunció los labios en reproche. Ya el akuma parecía ser lo suficientemente peligroso con los extraños efectos que tenía sobre los parisinos sin siquiera mostrar su cara.

—¡Chat Noir! —Lo llamó sin temor a revelar su propia ubicación, considerando que aún no habían visto al akumatizado.

Ladybug se apresuró por las calles anchas, pues ahí habían estado trotando sin ver el sentido de saltar sobre los edificios imponentes. Solo los afectados que corrían y sus constantes reacciones rompían esa inquietud que se había apoderado de su persona.

Se estaba preguntando por qué los periodistas aún no se acercaban a grabar la acción cuando lo escuchó, perdido como ella. Quizás ese era el punto.

La heroína corrió en la dirección de la voz, esquivando los débiles obstáculos y adentrándose por otra calle, vacía de vehículos como la anterior.

—¡Ladybug!

Con una mezcla de alivio y acostumbrada exasperación se giró a encararlo, solo para que una leve confusión se apoderara de sus facciones.

A solo un par de metros de distancia, estaba Félix, el amor de su vida del que se olvidaba cuando los ciudadanos de París se convertían en su prioridad.

—¿Quiere que lo lleve a un lugar seg…? —Sus pasos acercándose interrumpieron su automática sugerencia.

No sintió la fuerza para moverse ante sus siguientes palabras:

—Bésame —Le dijo, le demandó como en sus sueños. Y a Ladybug no le sorprendería que estuviera en uno que le quitara la compostura.

—Félix, ¿qué…?

Lo vio, aturdida, como si no pudiera ver otra cosa que su apariencia y seriedad, la superficie de lo que él realmente era. No parecía de verdad.

—No hay tiempo para explicar.

Y esas palabras arrasadoras callaron sus sospechas.