IZON SHŌ
Capítulo L
Quincuagésima sesión
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Las mañanas comenzaban cada vez un poco más tarde. El sol empezaba a adormecer la tierra poco a poco, avanzando con el paso de una nueva estación. InuYasha lo notaba, a pesar de iniciar sus días cuando éste ya había despuntado.
Esta mañana había decidido levantarse un poco más temprano y retomar su hábito de salir a correr. Con los cambios que había hecho en los últimos meses y la adaptación a la nueva rutina y horarios, apenas podía pensar en restablecer cuestiones como ésta. Acarició al gato que dormía sobre su cama y a continuación bajó la escalera sin cuidar el ruido que hacía dado que su madre ya estaba en la cocina.
—Buenos días —la escuchó decir en el momento en que él se estaba cerrando la sudadera para salir.
—Buenos días —respondió con la sonrisa habitual que le daba, antes de acercarse y dejar un beso en un costado de la sien de la mujer, justo en la base del pelo.
—He preparado café —acentuó sus palabras con un sorbo de la taza que tenía entre las manos.
—Gracias. Desayunaré en cuánto vuelva.
Se acercó al genkan, se calzó las zapatillas y se despidió para comenzar el recorrido que había planeado el día anterior. Conocía Nakano, era una ciudad pequeña o un pueblo grande, se podía definir de ambas formas. No era difícil salir hacia el campo y dejar que la mente se despejara en medio de la ruralidad de las casas más alejadas. Se había puesto música, hacía mucho que no escuchaba la lista que tenía para cuando salía a correr.
Al paso de unos minutos se encontró saliendo de la zona de mayor población y vio el monte que hacía de línea divisoria entre una parte y otra de la ciudad. Siguió adelante y consiguió cruzarlo con cierto esfuerzo, aunque sin problemas debido al buen camino. Tal como lo había calculado en su previsión del día anterior, se había acercado a una zona de cultivos que le pareció interesante para su trabajo. Siguió adelante y se encontró con un mercado de productos locales que comenzaba a instalarse al costado de una plaza. Tuvo la sensación de poder hallar aquí verduras de calidad y a buen precio.
No le costó hablar con una mujer que vendía su producción y llegó a un trato con ella para pasarse por algunas verduras que había escogido para la preparación de este día. Se volvió a poner la música que pausó durante la negociación y emprendió el camino de regreso, cruzando nuevamente el monte. Cuando estaba aún a cierta altura en el éste y volvía a tener la ciudad en todo su esplendor delante, una canción llamó su atención. No recordaba haberla agregado a la lista, sin embargo estaba ahí y se detuvo en su carrera al notar que le faltaba el aire.
¿Dónde has estado? ¿Sabes si vas a volver? Estábamos demasiado cerca de las estrellas. Nunca conocí a alguien como tú… Cayendo con la misma fuerza, prefiero perder a alguien que usar a alguien. Tal vez sea una bendición disfrazada. Me veo a mí mismo en ti. Veo mi reflejo en tus ojos.
Le costó reponerse a la letra que contenía la canción. Quiso detener la reproducción de inmediato y sin embargo algo dentro de él se lo impedía; era como acceder a una cerradura que le permitía ver algo de lo que había en su pasado. No obstante, al paso de un momento consideró que era suficiente.
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Ya era habitual para InuYasha estar un par de horas antes de abrir la izakaya que llevaba con Jinenji y así empezar con los preparativos para abrir la cocina a medio día. No les había costado adecuar una cocina en el espacio que antes usara su amigo como bodega, aunque eso había implicado alquilar un pequeño espacio en un recinto colindante para guardar las bebidas que se servían en el lugar. Al medio día se acercaban persona cuyos trabajos estaban cerca y otras que no tanto, la buena cocina del lugar iba sumando clientes. A InuYasha se le daba bien lo que conocía, no aspiraba a ser un cocinero que consiguiese premios en la alta cocina, no obstante su ramen y sus demás preparaciones eran apreciadas por aquellos que querían algo saludable y accesible.
Dos de pollo y otros dos vegetarianos —mencionó una de las dos chicas que trabajaban atendiendo las mesas a esta hora. Él preparó lo que se le pedía.
—Estamos cerrando —advirtió, para que detuvieran los pedidos.
Había llegado a un buen acuerdo con Jinenji. InuYasha trabajaba por la mañana y hasta que se cerraba el comedor. En ese momento llegaba su amigo, que se encargaba de las primeras horas de la tarde y del bar por la noche, hasta terminar. InuYasha regresaba para la hora de la cena su turno terminaba con el horario de éstas. Aunque muchas veces se quedaba con Jinenji para atender la barra y cerrar.
Esto no cuenta como paga extra —le había dicho su amigo un día, al intentar mandarlo a casa o a divertirse en algún otro sitio en fin de semana.
Lo sé —había respondido InuYasha con una sonrisa. En realidad no le importaba quedarse, no ansiaba otros planes de momento.
Estaba conforme con el cambio, en la mayoría de los aspectos había sido positivo para él. Salir de Tokyo lo alejó de los lugares que le costaba visitar nuevamente, incluso el parque por el que iba a correr cerca de su apartamento ya le resultaba intransitable.
Miró la hora, llevaba diez minutos más de los que le correspondían, así que dio por terminada su labor del medio día cuando puso los detalles en el último cuenco que sirvió.
—InuYasha, preguntan por ti en la mesa diez —se dirigió a él la misma camarera que ahora se llevaba el pedido que acababa de terminar.
—Mi turno acaba ahora. Jinenji está en la barra ¿No? —comenzó a quitarse el mandil.
La chica se encogió de hombros antes de responder.
—Sí, pero dijo que debías ir tú.
InuYasha suspiró y terminó de quitarse el mandil y el pañuelo que se ponía en la cabeza como medida de higiene. Salió de la cocina y se encontró a Jinenji, literalmente cruzado de brazos.
—¿Qué pasa? —quiso saber, no entendía que lo sacaran de la cocina así. No era habitual.
Su amigo le indicó la mesa y fue entonces que vio a la mujer que se acercaba. Kikyo sonrió con una suavidad que él le recordaba de su tiempo en el instituto.
—Vaya —mencionó para sí mismo.
Se adelantó unos pasos hacia ella, sin prisa.
—Hola, InuYasha —lo saludó con amena alegría—. Me enteré hace unas semanas que habías vuelto a Nakano.
—Sí, ya ves, las raíces atraen —intentó ser cordial.
—Bien lo sé yo —aceptó ella—. Esperaba a poder venir, saludar y desearte suerte.
—Gracias —resultaba extraño notar tal desenvoltura en una mujer que recordaba seria y habitualmente tensa.
Ella miró hacia atrás y le hizo un gesto con la mano a un hombre que permanecía sentado solo junto a una mesa.
—Él es Bankotsu, mi novio —nuevamente volvió la mirada a InuYasha—. Me gustaría presentártelo.
Era una situación particular que InuYasha no imaginó, sin embargo le resultó cómoda y eso lo hizo sentir bien.
—Claro —aceptó.
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Abrió la puerta de casa con facilidad. Siempre se sorprendía de encontrar la cerradura sin una vuelta de llave, como si con cerrar de un toque fuese suficiente; y de hecho lo era. Nakano tenía problemas pequeños de desórdenes que terminaba solucionando la policía, lo positivo es que el robo no estaba entre ellos. Una vez estuvo dentro se descalzó y subió la escalera de dos en dos peldaños para encontrarse con el gato que lo esperaba junto al umbral de la puerta de su habitación.
—Hola, gato —dijo, recibiendo un maullido por respuesta.
Se agachó y le acarició la cabeza a lo que el gato respondió pasando todo el lateral de su cuerpo por la mano que lo tocaba. InuYasha rió, se puso en pie y entró en la habitación, para dejar la mochila en una silla que tenía a un lateral de la cama y dejarse caer en ésta; las actividades del día lo tenían agotado.
Notó que el gato saltaba a la cama y luego se paseó de lado a lado de su cuerpo, pisando aquí y allá, sin reparo. Extendió la mano y el animal se volvió a restregar contra ésta.
—¿Tienes hambre? —preguntó con los ojos cerrados, esperando a que si el gato pudiese responder le dijese que no; no quería tener que bajar. No obstante el maullido que recibió por respuesta fue largo e intenso, con lo que comprendió que el animal esperaba ser atendido.
Suspiró.
—Creo que te has acomodado en esta vida —le dijo, mientras se ponía en pie para ir hasta la cocina.
Una vez ahí tomó el recipiente en que se mantenía la comida para el gato, al que su madre llamaba Tora porque era como un pequeño tigre. InuYasha sólo lo llamaba gato y el animal siempre le respondía. Puso comida en el plato que tenía a un lado y éste olisqueó lo que le acababan de dar, volviendo a maullar en dirección al único humano presente.
—También te has vuelto un gourmet —lo reprendió, para luego sacar un sobre con unas pequeñas croquetas con mucho más aroma y que para el gato eran como golosinas. Le puso unas cuántas por encima del resto de comida. El animal las olió ligeramente y de inmediato comenzó a comer—. Lo dicho; cómodo y gourmet.
Se quedó mirando un momento la escena del gato comiendo y no pudo evitar la sensación de alegría por verlo bien y nostalgia al pensar en que después de todo los dos se acompañaban. No alcanzó a profundizar mucho más en su reflexión, el timbre de la puerta sonó y se acercó para ver quién podía ser. Al abrir se encontró con su anciano amigo Myoga.
—Pasa Myoga ¿Qué tal llevas la tarde? —al parecer su tiempo de descanso sería corto o nulo.
—Todo lo bien que puede llevarla un viejo —expresó en ese tono agudo que solía usar. Entró y luego de descalzarse dijo—. La pregunta aquí es ¿Qué tal lleva la vida un joven como tú?
La mirada que le dejó después de aquellas palabras permitía poco espacio para la duda. Aun así InuYasha intentó evitar dar una respuesta clara, tal y cómo llevaba haciendo desde que había regresado.
—¿Quieres un té? —le ofreció e hizo un gesto con la mano, invitando a Myoga hasta la sala.
—Hojicha, si tienes —pidió, adentrándose en una casa que conocía tanto como la propia.
InuYasha comenzó a preparar todo, mientras el gato se le cruzaba por las piernas. Lo tomó y lo subió a uno de los sillones.
—La izakaya está yendo bien. Jinenji y yo estamos contentos —mencionó, sabiendo que su amigo esperaba alguna palabra.
—Me alegro ¿Es lo que esperabas? —continuó. InuYasha se sintió algo más relajado al ver que la conversación parecía fluir por un camino fácil.
—Sí, desde luego. Hemos podido adecuar todo de buena forma y aunque es mucho trabajo, me reconforta porque la clientela está aumentando —todo era cierto y además, todo era parte de la superficie de su vida.
—Sí, tu madre me ha mencionado lo mucho que trabajas y lo tarde que regresas —Myoga recibió al gato que se le subió al regazo y comenzó a acariciarle el lomo cuando el animal pareció pedirlo.
—Bueno, ella dice que trabajo mucho —se encogió de hombros—. Sin embargo, es lo que tengo que hacer si quiero que todo esto funcione.
Se acercó para acariciar la cabeza del gato que ahora se acomodaba a descansar sobre su amigo.
—¿Tiene nombre? —preguntó Myoga.
InuYasha rememoró una pregunta similar y se sintió atravesado por lo que significaba la respuesta que daría.
—Gato.
—Tienes un gato, llamado Gato —Myoga remarcó lo evidente.
—Mi madre le llama Tora —uso aquello como un argumento en su defensa; lo complejo era necesitarlo.
—Ya veo —acarició el lomo del animal que parecía profundamente dormido, aunque InuYasha sabía que estaba alerta por el suave movimiento que hacía con sus orejas— ¿Cómo es que lo adoptaste?
InuYasha comprendió que distaba mucho de estar a salvo de la curiosidad de Myoga, aunque ésta le hubiese dado un tiempo de tregua desde su llegada. El agua para el té comenzó a hervir. Se puso en pie sin responder, cómo si necesitara del tiempo que aquel movimiento le daba para generar una respuesta que no lo expusiera.
—Más bien, diría que él me adoptó a mí —una respuesta fácil, casi jocosa, lo que le daba un aire limpio y sin mayores lecturas.
Aunque claro, a InuYasha se le olvidaba la tenacidad de su amigo.
—Y él ¿Tenía un hogar antes de ti? —notó cómo se le erizaba el vello de la nuca.
Respiró profundamente, mientras servía el té en dos tazas, dejando caer el agua con cuidado para que la hierba emulsionara de buena forma.
—Algo así —fue toda la respuesta que dio, sin llegar a mirar al anciano.
Myoga había sido respetuoso de su silencio durante los meses que llevaba viviendo aquí, del mismo modo que lo estaba siendo su madre. Ambos habían asumido que a InuYasha le vendría bien cambiar de aire y él no hizo nada para dar detalles mayores sobre sus acciones. Entendía que si trabajaba y cubría sus gastos, nadie tenía por qué cuestionar sus decisiones.
Pudo escuchar a Myoga respirar profundamente, era algo que él conocía bien, una forma que tenía el anciano de centrar sus ideas y fluir con los eventos. Se lo había mencionado una vez, hace muchos años, e InuYasha no lo olvidó.
Se encaminó con las dos tazas de té en una bandeja pequeña y puso una de ellas en la mesilla que mantenían junto a los sillones.
—Supongo que no importa —aceptó el anciano, finalmente. Luego fijó la mirada en el té y sonrió con un deje de amabilidad que también le conocía—. Esta mañana te ha llegado esto.
Le extendió un paquete que hasta ese momento había permanecido junto a él y en el que InuYasha no había reparado. Tendría unos veinte centímetros por su parte más larga y estaba envuelto en un papel corriente de color verde claro. Para InuYasha no fue extraño recibir algo, había dejado la dirección de su madre para que le enviasen cualquier cosa que hubiese quedado pendiente en Tokyo. Lo que sí lo sorprendió fue el no encontrar remitente.
—Qué extraño —mencionó en voz baja.
—Yo también lo pensé —aceptó Myoga, alcanzando su taza de té.
El gato se estiró en su regazo, olfateó el aire en dirección al paquete y se bajó de un salto. Ambos hombres se quedaron mirando al animal mientras se alejaba por el pasillo.
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La noche de trabajo había sido intensa, ya era jueves y de alguna manera se sentía el fin de semana. En cuánto terminó con las cenas se quedó preparando unas cuántas cosas para los que pedían raciones que acompañaran a lo que bebían y finalmente se había acercado a la barra. Jinenji le puso una cerveza y se la tomó con calma para bajar un poco la prisa que le solía dejar la cocina.
—¡Ha ido bien! —aseguró su amigo, usando un tono alto para que lo escuchase bien en medio de las conversaciones que se producían alrededor.
InuYasha asintió y entablaron una conversación que duró lo mismo que su cerveza. En ella hablaron sobre algunos detalles que quería ajustar en la cocina y Jinenji hizo hincapié, una vez más, en lo satisfecho que estaba de tenerlo como socio e InuYasha aceptó las palabras para luego expresar el mismo sentimiento hacia su amigo.
El camino a casa lo hizo en medio del silencio de las calles y el frío de los últimos días de octubre. Se ciñó un poco más el cuello de la chaqueta y pensó en que le sería necesaria una bufanda. En cuánto estuvo en el interior de casa notó la calidez de ésta.
¿InuYasha? —preguntó su madre, desde el piso de arriba.
—Sí, soy yo —aclaró, mientras se descalzaba.
—Sé que vienes de una cocina, aún así tienes algo de estofado en una olla —mencionó su madre, asomándose por los últimos peldaños de la escalera.
—Gracias —le sonrió—comeré un poco.
—¿Quieres que te acompañe? —se animó a bajar un par de pasos e InuYasha pudo ver que ya vestía la ropa de dormir.
—Oh, no. Tranquila —intentó detenerla—. Comeré algo y me iré a la cama.
Estaba cansado, aun así pudo ver que su madre cambio suavemente el gesto a uno más serio.
—Mañana desayunaremos —le ofreció. Parecía lo correcto, entre el horario partido de trabajo que él tenía y el de su madre, compartían poco tiempo.
—Bien —aceptó ella y notó que se aligeraba su expresión—. Yo prepararé el café.
InuYasha asintió y pudo ver cómo su madre se perdía por la escalera. Después de eso se acercó a la cocina y puso a calentar el estofado que ella le había mencionado. Reparó en el paquete que le había dejado Myoga y que aún seguía sobre la mesilla que había junto a los sillones en la sala. Se le había olvidado completamente. Lo tomó en sus manos y buscó un punto por el cuál comenzar a abrir el papel. Parecía tener el peso y el tamaño de un libro en un envoltorio simple y que aun así estaba cuidadosamente preparado. Tuvo una extraña sensación de anticipación cuando comenzó a tirar de un extremo del papel para abrirlo y se obligó a centrar el pensamiento e intentar mantener cierta calma; probablemente sería algún libro que el mismo había encargado antes de venir y que olvidó.
Al desenvolver el papel de color verde claro, se encontró con el ejemplar de un libro que no tendría más de doscientas páginas. La portada resultaba extrañamente inquietante, dado que sólo se trataba de un dibujo hecho con tinta que delineaba una grieta negra sobre una piedra blanca; no recordaba haberlo visto nunca. El título era Sisu, una palabra corta que tenía un profundo significado; extraordinaria determinación, coraje y resolución ante la extrema adversidad.
Parecía interesante y aun así sabía que él no había encargado este libro.
Lo abrió y en cuanto estuvo en las primeras páginas se encontró con una hoja doblada por la mitad. Mentiría si dijera que no pensó enseguida en quién podría haber enviado esto y eso llevó a los latidos de su corazón a enloquecer de un modo traicionero.
Al abrir la nota la letra le resultó extraña, en realidad no conocía la caligrafía que la había redactado, incluso así supo de inmediato a quien pertenecía.
"Este libro es la recopilación de relatos relacionados con situaciones de vida que quienes los escriben han superado o están en ese proceso. Hace unos meses supe de esta convocatoria y me decidí a enviar el mío; ahora quiero compartirlo contigo. Si esto te ayuda a entender algo de todo, habrá cumplido su cometido.
Sé que no tengo derecho a pedir nada, sin embargo me atrevo a pedir que si lo que aquí leas te dice algo; asistas a la celebración del momiji en Tokyo. Estaré, por la tarde, frente al lago que conocemos.
Kagome."
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N/A
La canción es: The Neighbourhood – Reflections
Momiji, celebración similar a la de ver florecer los cerezos, relacionada con los colores de las hojas en otoño.
Con este capítulo estoy a un par de ellos de terminar esta historia y NO QUIERO!
Amo a esta pareja, sobre todo por el camino que han recorrido, de la mano de momentos que me ha encantado relatar.
Espero que el capítulo les haya gustado y que me cuenten en los comentarios.
Besos!
Anyara
