Hola chicas, no he muerto. Pero he estado liadisima con el trabajo, llegando a casa tarde, y sin ganas de sentarme a traducir. Lo siento, pero yo nunca dejo una historia sin acabar. Iré más lento, pero acabaré esta y la otra.

El secreto de Colibrí

No tenía sentido que Ingrid se acercara a la vieja casa, al menos no para Regina, quien se había quedado agónicamente callada, parada como un palo en el sitio. Nunca había escuchado su voz, nunca pensó que se fuera a ver en persona con la madre de Emma, y pensar en lo que ella quería le causaba terribles escalofríos. Tras el aviso dado, Regina hizo a la mujer esperar un poco más afuera, ¿qué debía hacer? No tenía elección a no ser verla entrar. Si ella no le abría, lo haría ella con la llave, así que no había sitio para el dilema. Regina se pasó una mano por la cabeza, alzándose un poco el flequillo, se miró en el espejo que había en el mueble que tenía al lado y se preguntó si iba a soportar aquello por Emma, porque no iba a decirle nada a Ingrid por su propia honra. En realidad, quizás ella sabía por qué Ingrid había ido a buscarla. Emma. La hija a la que tanto había ignorado. Y encima teniendo que enfrentarse a tantas coincidencias infelices entre ella y Daniel, seguro que quería que Regina le diera cuentas de toda esa historia.

Mills abrió la puerta y se encontró de cara con la madre de Emma, un hermoso par de ojos claros, los cabellos rubios cayendo sobre sus hombros y una sonrisa convencida. Ingrid dio un paso hacia delante, después entró en la casa donde había vivido un día, pasando por el lado de Regina sin pedir permiso alguno. No es que le faltara educación, sino que no sentía la necesidad de pedir permiso para entrar en una casa que una vez fue suya. Miró alrededor, miró hacia Regina por encima del hombro y le ofreció aquella sonrisa irónica otra vez. Obviamente era un desdén y Regina no sabía hasta qué punto iba a dejar que Ingrid se riera de ella de aquella manera.

Ingrid echó a caminar por la casa, observó las estancias de la planta baja, puso expresiones de alguien exigente, cínica como era, no tenía derecho alguno sobre lo que ella pensaba que era suyo, aunque quería mostrar lo contrario con su soberbia apariencia.

Se detuvo en medio de la sala, se puso a observar una foto de su madre en un portarretrato, incluso lo cogió y lo acarició. Por un repentino momento sus ojos ardieron. Dejó la foto en el mueble donde la había encontrado y cogió la que estaba al lado. Emma cuando tenía 12 años. La hija tenía los cabellos dorados como los de ella, sonreía para la foto con tanta inocencia que incluso daba pena. Ingrid se giró con el portarretrato en la mano.

‒ ¿Hermosa, no cree? Emma siempre fue muy bonita‒ miró a Regina, después la foto de nuevo ‒ Por más que se parezca a mí, tenemos pocas semejanzas. No sé si me gustaría que tuviera los mismos ojos y la misma manera de andar, pero me gustaría que nos pareciéramos en más detalles. Emma ahora es tan sosa, tan boba, tontita…‒ suavizó el tono de voz, mientras dejaba la foto en el mueble, empinó la nariz mirando a la escritora, y esa pose la morena sí que la reconoció ‒ Siento pena por mi hija, aunque usted piensa lo contrario, ¿no es verdad? Pero la siento. ¡Vaya que sí la siento!‒ asentía muchas veces seguidas ‒ Emma debería haber aprendido a ser más inteligente, a ser menos dependiente. Porque si fuera así, jamás habría estado de acuerdo en vivir esta aventura que tienen las dos dentro de mi casa. Si Emma fuera inteligente, jamás habría caído en su palabrería, jamás habría aceptado ser la amante de una mujer casada, el objeto de una traición sin piedad. ¿No siente vergüenza en usar a mi hija para satisfacer sus deseos perversos, Regina?

Mills cerró los ojos, respiró hondo. Con los brazos cruzados y con un pie golpeando el suelo, signo de inquietud, intentaba no decir lo primero que le venía a la mente, ¿para qué exaltarse cuando podía solo ser paciente?

‒ ¿Para qué ha venido, Ingrid?‒ hizo una sencilla pregunta y miró a la rubia de la forma más pacífica posible.

‒ Perdón, querida, ¿no lo he mencionado?‒ cuestionó Ingrid con su cinismo nato.

‒ Aún no. Pero supongo que quiere hablar sobre Emma.

‒ También, a fin de cuentas es mi hija y tiene que ver con lo que he venido a contar

‒ ¿Entonces hay un motivo para su aparición?

‒ Tengo dos. Uno es usted, el otro es dar una fabulosa noticia. Pero me temo que a usted no le va a gustar saberlo.

Regina se encogió de hombros después de que un pequeño estremecimiento le subiera por la espina y tuviera que apretar más las manos dentro de sus brazos cruzados.

‒ Pruebe‒ hizo un gesto con sus cejas alzadas.

Ingrid sonrió, observando a Regina durante torturantes segundos antes de hablar.

‒ Voy a casarme con su ex marido.

La escritora se guardó una sonrisa.

‒ Mire, Ingrid, sinceramente no sé por qué se ha molestado tanto en venir a contarme algo que ya no es una novedad para mí

‒ No le estoy contando una novedad, le estoy confirmando que voy a casarme con su ex marido. El hombre que usted me robó en el pasado. ¿No lo ve increíble?

‒ ¿Que me acuse de haberle robado a Daniel?‒ Regina movió la cabeza de un lado a otro ‒ No

‒ Bueno, quizás deba hacerle entender a dónde quiero llegar. Ser la esposa de Daniel tiene un gran significado en mi vida. Veinte años después de conocernos siento como si lo hubiera acabado de conocer en San Francisco. Si no hubiese sido por usted, me habría casado con él primero.

‒ ¿Y por qué cree que yo se lo robe? Yo ya salía con Daniel cuando ustedes se conocieron, aunque era muy al principio, aún no éramos ni novios.

‒ Pues eso, eran conocidos, coqueteaban, él me conoció, nos enamoramos perdidamente el uno del otro y fueron días maravillosos. Pero vamos a olvidar eso, es pasado y tengo la certeza de que la hace sufrir, porque por un buen tiempo, incluso tras la boda, Daniel continuaba viéndose conmigo.

‒ No, no voy a olvidar lo que él me hizo‒ Regina asumió el odio por los recuerdos de su infelicidad.

‒ Deje de ser tonta, ni siquiera lo sabía hasta hace unos días. Él me confesó que te reveló lo nuestro. Y muy astutamente hiciste la relación entre los nombres, la Ingrid que vivía en esta ciudad y Colibrí. Sí, querida, yo soy Colibrí y la prueba de eso son las cartas‒ Ingrid caminó por la sala, por encima de la alfombra, tuvo un lapsus ‒ Oh, sí, el cuadro también, o los cuadros, porque son dos, idénticos.

Mills le prestó atención

‒ Entonces es verdad…‒ dijo para sí misma, en un susurro.

‒ Creo que Emma nunca ha bajado al sótano de esta casa, ¿cómo lo haría sin llave, no? Si siente curiosidad, solo tiene que coger la llave que se encuentra en un fondo falso de aquel cajón ‒ señaló hacia un mueble en la pared, el mayor ‒ y abra una puerta de un lado del garaje, baje, allí encontrará el cuadro que Daniel me hizo. Es un hermoso y único Colibrí, y jurará nunca haber visto uno igual.

‒ ¿Para qué voy a perder mi tiempo buscando ese cuadro? ¿Para torturarme y comprobar lo que todos ya sabemos? Si ha venido pensando que va a provocarme hablando de él, está equivocada.

‒ Ya, usted lo odia. Debe haber hecho una fiesta cuando él firmó los papeles del divorcio, pero no contaba con que fuera a volver a verme y pedirme matrimonio.

‒ Realmente no podía imaginarme que usted era la mujer de las cartas, mucho menos que volvería y se encontraría con Daniel. Pero pensándolo bien, imaginándolos juntos, hasta creo que se merecen mutuamente ‒ Regina se irguió tras mucho tiempo, miró a los ojos a Ingrid y siguió hablando ‒ Porque fíjese en una cosa, son dos mentirosos, dos pervertidos, dos parásitos, dos hipócritas y dos petulantes. Son la combinación perfecta de sucias semejanzas.

Swan se quedó callada mientras encaraba a Regina, intentaba tomar una decisión. Por fin dijo

‒ ¡Qué linda comparación, gracias!‒ aplaudió y rió taimadamente ‒ Y esa mezcla fue tan acertada que nos convertimos en combustión. Puede decir lo que quiera de mí y de él, si quiero yo también puedo contar mi secreto, y su historia con Emma quedará arruinada ‒ Sus ojos brillaron más de lo común, pero no de una forma hermosa ‒ Hay una cosa que usted no se imagina, querida, una cosa que solo yo sé y que con certeza va a destruir su aventura con mi hija.

Regina sabía de lo que estaba hablando, en el fondo sabía que ella tocaría el asunto para chantajear, estaba en su naturaleza.

‒ ¿Qué sería tan grave como para separarme de su hija?

‒ Ah, ¿quiere saberlo? No sería tan atrevida para contarle lo que sé, querida, no quiero que Emma me odie para el resto de su vida. Pues sería eso lo que le meterá usted en su cabeza cuando se entere, y ciertamente es usted la que insiste en decir que le estoy escondiendo hechos durante todos estos años. ¿Se ha parado a pensar que podría estar protegiendo a mi hija?‒ dijo Ingrid con agresividad.

‒ Ella sabe quién es su madre sin tener que escuchar de su boca con cuántos hombres se ha acostado en esta ciudad, la gente colocó sobre sus hombros el peso que usted debería haber soportado. Emma ya no busca saber quién es, sino que quiere saber por qué la odia tanto.

‒ Yo no la odio. ¡Lo que he hecho fue pensando en ella!

Regina respiró hondo, esforzándose para controlarse. No sirvió de mucho.

‒ ¿Escondiéndole quién es su verdadero padre? ¿Haciendo eso la va a proteger? No, soy yo quien está protegiendo a su hija escondiéndole lo que sé.

Ingrid sacudió la cabeza.

‒ ¿De qué está hablando?

Regina necesitó aire, quizás había hablado demasiado. Intentó darle la vuelta a la situación.

‒ Quise sacar a Emma de aquí, de la ciudad, del estado, para evitar que las dos se encontraran y tuvieran esa conversación. Desde aquel día, ella busca incansablemente respuestas que no van a venir de usted.

‒ Si yo abro la boca, ella se va a arrepentir y usted también. Si le dice algo de mí, prendo el detonador de la bomba. Su cabeza estallará, y ojalá que la suya también ‒ dijo Ingrid, como una loca.

‒ ¿Lo que yo le diría a Emma de usted? "Mi amor, tu madre es una zorra! ¡Vámonos, no le vas a sacar nada a esa loca arpía!"

Ingrid se echó a reír sin abatirse. Era lo que quería, ver a Regina descender a su nivel para aprovecharse de la situación.

‒ Quién diría, una mujer tan culta usando palabras tan rastreras para referirse a mí. He sido llamada cosas peores, querida. Emma seguro que ha oído insultos mejores que los suyos en relación a mí. Invente palabras mejores.

‒ Puede estar segura que tengo un arsenal de palabras de las que puedo servirme para referirme a usted, todas mucho peores que "arpía loca", y aunque quiera usarlas todas, no debo, porque respeto el hecho de que es la madre de Emma.

‒ Escuche bien, querida, le aconsejo que guarde su rencor para usted cuando ella se entere de que voy a casarme con Daniel.

‒ A fin de cuentas, ¿qué es lo que quiere de mí?‒ preguntó Regina una vez más, con enorme dificultad en contener el tono de voz.

Ingrid le ofreció una sonrisa de satisfacción.

‒ Exactamente lo que estoy viendo ahora. Ver su cara de odio cuando percibe que voy a vivir lo que usted no consiguió con Daniel‒ Había tanta certeza en Ingrid que su voz rezumaba éxito. Pero era en esa falsa victoría que vivía un objetivo enfermizo de ser lo que nunca fue. Todo lo que Ingrid anhelaba desde que había descubierto que Daniel vivía en Mary Way Village y, quien sabe, enamorado de ella una segunda vez, era una venganza sobre quien le quitó la oportunidad de triunfar en el pasado. Todos aquellos años, ultrajada por el único hombre a quien amó de verdad, eran una dolorosa ofensa que, con su poca capacidad de benevolencia, nunca perdonaría. Pensaba que, casándose con él, finalmente sería la mujer que siempre mereció ser. Dispuesta a desahogarse del todo con Regina, Ingrid Swan quiso disfrutar aún más su triunfo momentáneo sobre la escritora ‒ Él nunca dejó de amarme. ¿Se puede creer que el cuadro de Colibrí aún está en su taller? No podría querer mejor prueba de amor. A veces me arrepiento de no haber vendido el cuadro original y mandado a hacer una réplica, habría ganado una buena cantidad de dinero, pero él me descubriría y se enteraría de que tiene el cuadro falso. Al final, al no hacer eso, acabé salvando su matrimonio, ¿no? Sería interesante si una obra suya fuera vendida sin su autorización, y de repente descubriera usted la traición. Se lo habría dicho si hubiera muerto antes de decidir mudarse para acá, pero no se lo contó porque aún me amaba y mantuvo mi nombre en secreto. Es lindo por su parte. ¿Cómo se siente sabiendo que usted fue apenas un objeto en la relación, eh, querida? Mal. Imagino que muy mal.

‒ Feliz. Renacida‒ respondió Regina poniéndose recta ‒ Amar a Daniel no debió haberse vuelto una tarea tan difícil si nunca nos hubiésemos casado. Hoy me doy cuenta de que ha sido mejor pasar por lo que he pasado con él porque mi verdadera razón estaba en esta ciudad a la que él me trajo. Su hija‒ No dudó, llenó los pulmones y encaró el rostro de Ingrid con una calma que acababa de darle vigor a su alma ‒ Sabemos lo que piensa de nosotras dos, especialmente de mí, pero Emma no sabe que me odia por haberme casado con el padre de ella. Emma no sabe nada respecto a él, nada que al menos usted pueda contar ‒ Si era el momento de decirle a Ingrid que conocía su secreto, no lo sabía. Lo que sabía era que, en algún momento, esa teoría, tanto si era verdadera como falsa, llegaría a oídos de la mujer que amaba. Prefería ser sincera. Sacudir el árbol para ver qué caía. Había aceptado entrar en el juego de ofensas de Ingrid en aquel instante sin necesidad de ser mezquina con ella ‒ La tarde en que Daniel firmó el divorcio, supe esta historia, no me pregunté cómo. Aún no he tenido el valor para contárselo a su hija, porque hasta donde yo sé solo es una sospecha. ¿Es verdad, Ingrid? ¿Daniel es el padre de Emma?

La cabeza de Ingrid dio un giro.

‒ Entonces…¿no es por eso que está engañando a mi hija? Cuando supe que estaban juntas, habría jurado que usted sabía algo.

‒ Es verdad, entonces.

‒ ¡No!‒ Ingrid gritó ‒ ¡Nadie debía saber!

‒ Le escondió a Emma que su padre era mi marido‒ Regina caminó hasta la mujer, la cogió de los brazos antes que cayera al suelo ‒ No estoy con su hija para vengarme de usted, si es lo que piensa. Nos conocimos por casualidad, nos enamoramos por una gran coincidencia y estoy devastada solo de imaginar que esto pueda ser verdad. ¡Emma no merece a una madre como usted! ‒ sacudió a Ingrid una vez, después otra y otra a media que gritaba ‒ Emma no merecía sufrir por su culpa. Usted es la responsable de todo su sufrimiento, incluso este. Usted debería morir y dejar a todos en paz. Su vida entera fue libertinaje, ha destruido familias, hombres, causado vergüenza…¿Quién siente placer avergonzando a las personas que ama, eh, querida?‒ Regina usó el mismo tono que Ingrid había usado para acusarla ‒ Aceptó ser amante de un hombre comprometido, se quedó embarazada de él pensando que lo amarraría, pero su plan salió mal y se sintió tan frustrada que volcó su infelicidad en los otros que cayeron en su palabrería. Pero el peor de sus crímenes fue haberse olvidado de su hija, la única persona que la amaba incluso después de tantas decepciones. La única persona capaz de traerla de vuelta y defenderla cuando fuera necesario. Usted es basura. Es la persona más desgraciada que he conocido. Lo único que siento es pena, y no por usted, que ni digna de pena es. La pena que siento es por su hija, por tener tan mala suerte y haber nacido de su vientre.

Ingrid estaba recibiendo y sintiendo el impacto de las palabras de Regina. Sus ojos estaban brillando a causa de las lágrimas, que estaban a punto de descender por su rostro, se apretaba los labios para no gritar. Su cara estaba roja, seria, con arrugas debido a la fuerza ejercida para aguantar el llanto. Ingrid iba a estallar en lágrimas, gritos, faltaba poco, no aguantaría más si Regina continuaba.

‒ Si usted no hubiese conocido a Daniel…‒ dijo Ingrid, con los labios ya dormidos.

‒ Yo no soy la razón de su frustración ni el motivo para que haya escogido ser quien fue‒ Regina pegó un dedo en su frente ‒ Si quiere proteger a su hija, como dice, haga al menos algo bien por ella. Cuéntele ahora la verdad, búsquela y cuéntele la verdad. Va a sufrir, pero al menos una vez en su vida, piense en ella. Aunque lo que yo tenga con ella acabe, va a quitarle un peso de la espalda a Emma. Libérela, Ingrid.

Ingrid tenía una mirada aterradora cuando Regina la soltó. Su rostro estaba de nuevo entre el lloro y el grito, no parpadeaba.

La mujer a la que envidiaba, la amante de su hija, le había pedido que fuera tras Emma y le contara la verdad. No tenía que ser así, no de esa forma en hipótesis alguna, pero ella tenía razón. Había un guijarro, un sentimiento del tamaño de una piedrita dentro de Ingrid, lo único que había hecho bien en su vida, su hija. Nunca había necesitado tanto hablar con Emma, mirarla y pedirle que la perdonase por sus enormes errores como madre. Por ser tan mala con la única persona que, aún negándolo, aún la amaba.

No había nada más importante ahora que hablar con Emma.

Ingrid desorbitó los ojos mirando a Regina y salió de la casa, trastornada. Corrió por toda la calle, tapándose la boca con un brazo, cuando el sr. Booth, de la carnicería, paró su camioneta.

‒ ¿Beth? ¿Beth, eres tú? ¿Qué ha pasado?‒ abría la ventanilla y la llamaba por el falso nombre.

‒ ¿Hacia dónde vas?‒ preguntó ella, asustada.

‒ Para el centro de la ciudad, ¿por qué?

‒ ¿Puedes llevarme hasta el Hotel Hopper?‒ pidió con prisa

‒ Claro. Entra‒ abrió la puerta del copiloto y ella entró

El hombre no entendió nada, pero dejó a Ingrid en la puerta del hotel diez minutos después sin decir palabra dentro del coche, al menos le dio las gracias. Ingrid entró y tocó la campanilla de la recepción, llamando a Archie unas cuatro veces seguidas.

‒ Hola, Ingrid‒ Archie apareció de dentro, estaba sorprendido al verla allí.

‒ Archie, Emma…Tengo que hablar con Emma. ¿Dónde está?

‒ Vaya, se marchó no hace ni una hora. Le di su sueldo y le di la semana libre. No hay muchos clientes‒ dijo él, mientras salía de la salita.

‒ ¿Se fue a casa?

‒ Creo que sí‒ sacudió varias veces la cabeza.

Swan se giró y echó a correr por la calle, pero estaba sin bolso ni cartera y no podía contar con la buena suerte de encontrarse con otro vecino. Iba a volver caminando todo el trayecto.


Parecía que todo se había puesto de acuerdo para resultar en un día extraño. Emma regresó a Blue Hill teniendo todo el día por delante, pero en realidad, no podía evitar pensar en qué hacer con Regina. La escritora estaba rara y Emma estaba segura de que Daniel tenía la culpa de eso. Hacía días que venía percibiendo que la mujer evitaba hacer planes, tener conversaciones e incluso aquello que más le gustaba hacer cuando nada parecía llenar el tiempo vacío, escribirle. Emma y Regina no estaban distantes la una de la otra, solo estaban viviendo una fase que la muchacha no entendía. Algo había sucedido en la mansión y desde aquella tarde, Regina ya no era la misma. Con ese pensamiento en la cabeza, Emma dobló la calle con el escarabajo y se detuvo en la calle de la mansión. No sabía lo que iba a hacer, pero quizás descubriendo lo que había ocasionado el comportamiento cerrado de la sra. Mills, volvería a recuperar la confianza. Sin vacilar mucho, decidió apagar el motor y bajar. Daniél tenía la culpa, sí, pensaba ella, le diría unas cuantas verdades si supiera lo que le había dicho a Regina. Así que, aprovechando que era temprano, hablaría con el pintor y no tendría ningún problema en remangarse para luchar con él por la mujer de su vida. Era algo arriesgado, pero Emma no quería volver a casa y encontrarse a Regina en aquel estado de nuevo, necesitaba hacer algo o no se llamaba Emma Swan.

La muchacha tocó el timbre, de repente sintió que se le encogía el pecho, una falta de aire, una tristeza.

Belle abrió la puerta, y desorbitó los ojos al ver a la amiga.

‒ ¿Qué estás haciendo aquí?

– Tengo que hablar con tu jefe‒ Emma intentó ser educada.

‒ ¿Eh? ¿Te has vuelto loca?

‒ Es serio, Belle‒ Emma apretó los ojos, y lo pidió de nuevo con educación ‒ Tengo que hablar con tu jefe.

La empleada no se lo podía creer, intentó empujar a la amiga hacia afuera y explicarle que era una mala idea ir a hablar con el pintor, pero Emma no se achantó.

‒ Emma, si es sobre Regina, mejor que no digas nada.

Emma empujó con fuerza a la amiga y entró en la casa, no había modo de impedírselo.

‒ Disculpa, Belle, tengo que hacer esto.

Belle, acorralada contra la pared, pensó en ir tras la amiga y agarrarla, pero había cierta determinación en Emma que ella nunca había visto antes. Si todo aquello era por Regina, ella no estaba allí para bromas. Dejó que Emma entrara en el comedor.

Daniel estaba desayunando con la ayuda de Graham, sentado a la cabecera de la mesa gigante de doce plazas que parecía aún mayor sin las sillas ocupadas. Emma siguió el olor a café y lo vio desde la puerta. Ella se asustó al encontrarse con el hombre, delgado, parecido a un cadáver, sentado en la silla de ruedas. Incluso de lejos, se podía apreciar las mejillas hundidas, la barba de dos días y los ojos extraños, opacos, sin vida. Aquel hombre no podía ser el Daniel que Regina había descrito, ni siquiera el hombre al que vio y saludó una vez en la puerta de aquella casa.

Aunque estaba asustada entró en la estancia, escuchó cómo él pedía los medicamentos al enfermero, y a este retirándose rápidamente. Fue cuando él la vio, pero no se sorprendió, apenas se acordaba de ella en las actuales circunstancias.

‒ ¿Quién es usted?‒ preguntó, frágil

‒ Me llamo Emma. Emma Swan, soy su vecina del final de la calle‒ dijo deteniéndose a dos sillas de distancia de él.

‒ ¿Swan…?‒ él frunció el ceño, le era familiar, el apellido de Ingrid.

‒ Sí, y usted es Daniel, el pintor que ha estado casado con Regina Mills.

‒ Ciertamente estuve casado con Regina Mills‒ no le gustó la manera en que ella lo miraba. Intentó llamar a Graham, pero este aún no había regresado ‒ ¿Qué está haciendo en mi casa? ¿Cómo Belle la ha dejado entrar?

Se miraban fijamente el uno al otro.

‒ Le pedí poder hablar con usted. En realidad, solo quiero que me diga lo que le dijo a Regina el día en que estuvo aquí por última vez‒ la muchacha lanzó las palabras como un flecha.

‒ ¿Cómo supo eso?‒ tosió al preguntar

‒ No le aconsejo al señor que pregunte por qué sé tantas cosas sobre su ex mujer.

Daniel no comprendía. ¿Quién se creía que era aquella muchacha para hablarle de esa forma?

‒ No sé quién es usted, muchacha

‒ Ya, no lo sabe y ahora eso no es importante. Por favor, ¿qué conversaron aquel día usted y Regina?

Daniel pensó por un momento que Regina podría tener problemas y aquella muchacha venía a pedir ayuda. Se preocupó, de repente quedó angustiado, una serie de malas ideas aparecieron en su mente.

‒ Aquel día hablamos sobre nuestro divorcio. Firmé los papeles y se los di.

‒ Estoy segura de que hablaron sobre muchas cosas.

‒ Conversamos sobre los motivos que nos llevaron a la separación. Voy a casarme dentro de algunos días, necesitaba firmar el divorcio.

‒ No hablaron solo de eso.

Él entendió a dónde quería llegar.

‒ Ah, sí, le conté la aventura que había tenido con otra mujer.

‒ ¿Y qué más?‒ preguntó Emma entre dientes

Daniel volvió a no comprender a la muchacha.

‒ Nada más que recuerde‒ él sacudió la cabeza, realmente no se acordaba de nada más, su mente estaba confusa, pero acabó recordando.

Se miraban el uno al otro, él tenía su mirada clavada en la de ella, y algo extraño se estableció entre los dos. Emma escuchó una voz que le decía que no debía estar ahí. No consiguió sentir rabia por aquel hombre cuando lo vio en aquellas condiciones. Reconocía el brillo en su mirada, un brillo de esperanza, quizás fuera esperanza en la vida que estaba perdiendo poco a poco sentado en aquella silla de ruedas. Ella no pudo seguir hablando, simplemente la voz no le salía. Entró en pánico, sus manos comenzaron a sudar.

‒ ¿Cómo dice que se llama, muchacha?‒ Daniel solo había escuchado el Swan, así que tenía que ser pariente de Ingrid.

‒ E-Emma…Emma Swan‒ tartamudeó lo único de lo que fue capaz.

Daniel alzó, lentamente, un dedo hacia ella.

‒ Eres familiar de Ingrid‒ se calló para mirarla mejor. Tenía algunos trazos de cuando su prometida era más joven, pero sus cabellos eran oscuros. Intentó imaginársela de rubio y sí, era pariente de Ingrid, con certeza.

Emma tragó en seco, él conocía a su madre, frunció el ceño.

‒ ¿Conoce a mi madre?‒ la pregunta salió de su boca como una nube de vapor en invierno.

A Daniel todo esto le resultaba muy extraño, se puso pálido. Emma pensó que iba a desmayarse.

Con miedo de la reacción de Daniel, Emma se acercó a la silla de ruedas, solo que una voz le impidió que tocara al hombre. La puerta se abrió de par en par.

‒ ¡Emma!

Ella miró hacia atrás, Ingrid acababa de llegar, exhausta, cansada por haber subido la calle, tres manzanas y todo el borde de la playa a pie. La rubia observó a los dos juntos, una escena que jamás pensó que sucedería.

‒ ¿Qué estás haciendo tú aquí?‒ preguntó Emma a la madre

‒ ¿Qué estás haciendo aquí, muchacha?‒ Ingrid replicó y entró para apartarla del lado del pintor, colocándola a sus espaldas, escondiendo su tesoro, su vida, la única persona que aún la amaba. Miró a Daniel y él parecía saberlo todo. Su mirada de repente se iluminó, su mano temblorosa señaló a la muchacha ‒ No digas nada‒ pidió Ingrid.

Demasiado tarde.

‒ ¿Qué está sucediendo aquí, Colibrí? ¿Esta muchacha es…?

Ingrid lo llamó por su nombre, en voz baja.

‒ Daniel…

Emma sintió de nuevo, en aquel momento, la tristeza, incluso desde detrás de la madre podía ver cómo Daniel señalaba hacia ella. Ingrid movía la cabeza, negando enérgicamente, y cayó en un llanto copioso, un grito de súplica para no contar nada. La muchacha nunca había visto nada igual, no proveniente de la madre.

‒ ¿Esta muchacha es tu hija?‒ Daniel volvió a hablar golpeando a Ingrid de muerte.

No había elección. No había escapatoria. Ingrid asintió hacia él, cerró los ojos, había dolor en la expresión de su rostro.

‒ Y tuya también‒ la voz salió triste ‒ Esta muchacha es nuestra hija, Dani.

El corazón de Emma dio un salto. De repente, el comedor desapareció por un momento y ella intentaba absorber una información como aquella. ¿Qué tipo de broma estaba haciendo Ingrid? ¿Qué diablo de historia era aquella?

Cuando regresó en sí, Emma agarró a la madre por los brazos y quiso sacar algo en limpio.

‒ ¿Qué es esto? ¿De qué estás hablando?

‒ La verdad, Emma, mi amor, mi hijita…‒ Ingrid Swan tocó el rostro de su hija con la palma izquierda, acarició sus mejillas ‒ Daniel es tu padre. Es él.

Emma agarraba a la madre, pero comenzó a temblar tanto que apenas podía equilibrarse.

‒ No‒ dijo Emma soltándola ‒ No

‒ Sí, querida, es verdad…

‒ No

‒ Es él

‒ ¡No!‒ gritó Emma

Miró al hombre que decía Ingrid que era su padre, y de repente vio una mirada congelada, pero no eran los ojos de él, eran los suyos. Emma miró a Daniel y se vio en él. Sintió cómo la dilaceraban por dentro, un frío cortante rodeando las manos, los brazos, los labios. El mundo le daba vueltas, iba a desmayarse.

‒ ¡Emma! ¡Emma! Perdóname, querida, quería protegerte de esta historia.

La voz de Ingrid se hizo distante, de nuevo salió de su cuerpo.

‒ Tu padre y yo nos enamoramos hace más de veinte años. Él nunca supo que me había quedado embarazada‒ Ingrid intentó explicar, intentó tocar a Emma, ampararla, pero cada vez que abría los ojos, se veía a sí misma y a Daniel.

Padre e hija. ¿Cómo iba a pensar que ese hombre era su verdadero padre? ¿Entonces era él? ¿Por qué tenía que ser él? Emma se llevaba las manos a la cabeza, estaba enloqueciendo, se sentía mareada, confundida. Todo lo que significaba no estar bien era Emma en ese momento.

‒ ¿Daniel es mi padre? ¡No! No puede ser verdad. ¡No quiero que sea verdad!

Él se había quedado al fondo, petrificado en la silla de ruedas. Tenía una hija, entonces. Era padre y esa noticia le había sido comunicada como un golpe en el estómago. Ingrid intentaba controlar la situación, alocada, no sabía por dónde comenzar, solo decía cosas sin nexo que iban formando escenas en la cabeza de la hija.

‒ Lo siento mucho, hija mía, no quería que supieras…

‒ ¿Por qué? ¿Porque tengo una relación con su mujer? ¿Es eso?‒ Emma le gritó, pero Daniel estaba allí, era imposible que no escuchara ‒ ¿Por qué me estás haciendo esto? ¿Por qué me odias tanto?‒ finalmente lloró, dejó caer el llanto cuando se acordó de Regina ‒ ¡No te creo!‒ tambaleaba, sufría. Finalmente sabía por qué Regina había estado diferente, ella estaba al tanto, su madre se las había ingeniado para contárselo, solo podía ser eso.

‒ ¡No es mentira, es verdad!

Cada vez que Ingrid pronunciaba la palabra verdad, Emma perdía un pedazo de corazón y de vida. Pero Ingrid lo había dicho tantas veces, y tantas veces ella quiso saber quién era su verdadero padre que ya no resultaba absurdo lo que estaba pasando. Emma aceptó la verdad por más descontrolada que estuviera. Ya no tenía saliva en la garganta para seguir negándolo, ni Ingrid para seguir repitiendo que era verdad. La muchacha vio a Daniel, ahora su padre, en una esquina, algo le brillaba en el ojo, dedujo que era una lágrima. No se dijeron nada el uno al otro.

Emma dio la espalda, echó a correr por el pasillo hacia el hall y pasó por delante de Belle sin ver cómo de destrozada estaba la amiga por haberlo presenciado todo a escondidas. Dejó la mansión. En la calle silencio absoluto o eran sus oídos que no escuchaban nada más que los latidos en su pecho y el sonido de sus pies golpeando el suelo. Ecos. Iba a desmayarse. Condujo hasta la casa del final de la calle, Regina estaba allí dentro, ¿y ahora? ¿Acaso ella aún la amaba? ¿Acaso es que la odiaba y no quería decírselo? La muchacha miraba hacia la puerta de la casa, su rostro bañado en lágrimas. Había perdido a Regina, no podía pensar en otra cosa.

Entró en la vieja casa a trompicones, con el corazón tan disparado que era imposible que Regina no la hubiera escuchado. Sollozaba, aún temblaba. Se vieron. Regina vio su rostro, estaba en el sofá sentada en posición de rezo, rezaba o algo así para que la tormenta acabara pronto, entonces vio a Emma completamente desamparada en la entrada. La muchacha apenas tenía valor para caminar hacia la mujer. Pero se acercó, dio un paso, después otro y la sra. Mills se levantó y estiró sus brazos en donde ella se refugió. Regina sabía lo que había acabado de suceder y lo único que podía hacer era dejar que Emma llorara hasta que ya no hubiera lágrimas que verter.