Disclaimer: la mayoría de los personajes mencionados son propiedad de Stephenie Meyer.
Capítulo 1
Bella
Cuando tienes veintisiete años y tus padres inventan pretextos para que te vayas de su casa.
Deberías ir a Forks, Bella y conocer la casa que heredaste de tu abuela Marie.
Mi padre casi me guió hasta la puerta mientras mamá había hecho una maleta exprés con lo necesario para que no volviera en dos años. Ambos me llevaron al aeropuerto y bueno… Hoy estaba en un pueblo llamado Forks.
Con mis zapatos Chanel llenos de polvo y detenida en medio del pasto marchito del patio delantero.
La casa era horrible; vieja ya punto de caerse. Nada qué ver cómo era antes donde pasé unos gratos veranos.
Sacudí la cabeza echando algunos mechones rubios detrás de mi oreja.
¿Cómo una licenciada en administración de empresas y un futuro brillante terminó aquí? En un triste pueblo casi desolado y polvoriento. Fácil, necesitaba replantear mi vida, me había convertido sin querer en una esclava del trabajo y una egocéntrica de mierda que solo podía pensar en mí, ¿y para qué? Para que una estúpida niñata se la chupara a mi jefe y le dieran el puesto de gerente administrativo porque el que yo me esforcé estos putos cinco años.
Trabajar para Amazon había sido mi perdición. Me abrió las puertas del infierno y me convirtió en un monstruo amante del dinero y de la maldita vanidad.
Y no es que me quejara. ¡No! Para nada. Solo me daba cuenta que poco a poco me convertí en la tía buena onda que solo obsequia regalos a sus sobrinos para no soportar sus conversaciones infantiles.
Sí. Tenía una hermana menor, Vanesa. Ella está felizmente casada con Jake y tienen tres hijos. Tres hermosos críos que me llaman tía Bells, creo son los únicos que me aman y se emocionan al verme. Bueno, y también porque les lleno de regalos y los he malcriado. Mis gordos, confundía sus nombres y había decidido llamarlos gordos: gorda mayor, gordo mediano y gorda pequeña. Así de sencillo.
Di un paso hacia la casa y el tacón izquierdo se hundió en el barro. Trastabillé y las maletas cayeron sobre el fangoso lugar.
— ¡Puta mierda! —resoplé mirando hacia todos lados por si alguien me miraba tendría que despistar y fingir que probablemente tenía un ataque de tos. Pero no, nadie absolutamente estaba por ningún lado en todo el bloque.
Si que eran raros. Seguramente en Phoenix ya estuvieran todos los vecinos queriendo saber quién era yo, sin embargo aquí a nadie le importaba, lo que venía estupendo para mí.
Así pasaría desapercibida en este pueblo feo.
Malditamente encabronada recogí las maletas marca Chanel, sí, porque tenían que combinar con mi atuendo, ¡claro que sí! Antes muerta que sencilla.
Arrastrando las maletas por el pequeño pasillo de concreto y maldiciendo una y mil veces las manchas de barro de mi costoso equipaje, las ingresé en la estancia.
Cuántos recuerdos golpearon mi mente al impregnar mi sentido del olfato con ese olor a viejo. A la abuela Marie.
Me adentré en el lugar recorriendo cada rincón de la planta baja. Habían pasado muchos años desde la última vez que estuve aquí, ¿qué serán? Tal vez trece años. No recordaba bien, solo podía saber que eran suficientes años para no tener recuerdos claros.
Miré el viejo portarretrato sobre la polvorienta encimera: era la abuela, conmigo. Tenía quizás cinco años y tenía dos grandes coletas, mal hechas por cierto y sin dos dientes frontales, era una hermosa chimuela… castaña.
Aún no recurría a tintes rubios para teñir mi preciosa melena y tampoco usaba lentillas de contacto en color verdes.
¿Cuánto has cambiado Bella?
Empecé a quitar las sábanas percudidas que cubrían los sofás y otros muebles. La esencia de Marie estaba de nuevo.
Me senté en el viejo sofá desteñido y miré algunos álbumes que estaban sobre la mesita de centro; la mayoría eran de mi infancia y siempre con abuela Marie a mi lado.
En una imagen hacía galletas en forma de corazón sonriendo gratamente junto a la abuela.
En otra estaba tomando un baño espumoso en la tina de baño mientras abuela enjabona mi cabello.
En una imagen estamos compartiendo un pastel y hay más niños alrededor de mí. Mi abuela está en el fondo sonriendo emocionada y parece aplaudir. ¿Quienes eran ellos? Negué. Volviendo mi atención a la menuda mujer de melena castaña que lucía rozagante y llena de vitalidad.
Derramé una solitaria lágrima al darme cuenta de su apreciable amor por mí.
Fui una hija de puta que apenas creció y jamás volvió a buscarla. La dejé sola, a su suerte. Aún así, ella fue tan generosa de heredarme su casa.
— ¡Queremos trick or treat! —vitorearon afuera— ¡Queremos trick or treat!
Arrugué la nariz al asomarme por la ventana: un grupo de niños disfrazados iban por la calle y habían elegido la casa para molestar.
Había olvidado que era noche de Halloween.
Aporrearon la puerta y el timbre comenzó a sonar insistente. Me habían visto y agitaban sus manos hacia mí, me escondí detrás de las cortinas y ellos más fuerte golpearon la puerta.
Ofuscada busqué en mi bolso y encontré varios sobres de sustituto de azúcar y cremas para café.
Abrí la puerta y eché los sobrantes en sus grandes canastas en forma de calabazas.
— Esto no son dulces —se quejó un niño vestido de fantasma. Literalmente traía una sábana blanca con dos orificios donde estaban sus ojos.
— ¿Y…? Es splenda, niño. Endulzante artificial baja en calorías que no te picará las muelas.
— ¡De estas cremas usa mi mami! —Una niña pequeña vestida de princesa Blanca Nieves dijo felizmente mientras presumía las cremas sabor avellana a los demás mocosos.
— ¡Qué aburrido! —mencionó un chico alto vestido de payaso dando media vuelta—. ¡No vengan! —escuché que exclamó a otro grupo de niños que corrían hacia la entrada— la vieja es tacaña y no está dando nada bueno, vamos a otra casa.
Abrí la boca y boqueé como pez fuera del agua.
— Mocosos majaderos —murmuré al ver que se alejaban sin decir un "gracias".
Apreté los puños cuando cerré de un portazo.
Odiaba toda la algarabía y el consumismo de las fechas impuestas.
Resoplé.
De nuevo sola en la vieja casa volví a sentirme mejor, sin ruidos ni gritos de niños indeseables.
Era la paz que necesitaba en mi interior. Eso fue lo que me arrastró a buscar a un pueblo olvidado llamado Forks.
Buenos días. Bienvenidos a mi nueva historia navideña, espero lograr hacerlas reír y olvidarse un poco de la rutina de nuestros días.
¿Me acompañan?
Gracias totales por leer 🎅
