¡Los personajes pertenecen a S. Meyer, pero la historia es mía!
Capítulo 1
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Bella
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Estacioné mi Iron 883 frente a uno de los edificios que más llamaban la atención, sino es que el único, del pueblo. La bonita panadería que se encontraba frente a mí me recordaba mucho al estilo de la gran manzana; su paleta de colores era otoñal, con un toldo verde y paredes beige, ventanales gigantes con marcos en café oscuro y adornados con letras doradas y cursivas con el nombre «Cullen's Bakery» en grande.
Cuando entré, el aroma a café y a pan recién horneado atacó mis sentidos. Inhalé, sintiendo la sensación de familiar y bien recibido calor entrar a mi cuerpo. Afuera hacía un frío de cojones, aunque no estaba nevando y no lo haría pronto porque apenas eran mediados de septiembre.
—Bienvenida a Cullen's, ¿te puedo ofrecer algo? —un risueño chico, de tal vez unos 17 u 18 años, me sonrió cuando me acerqué al mostrador. Su cabello era negro azabache y su piel de un bonito color trigueño rojizo.
—Hola…—miré la plaquita dorada en su camisa verde pino— Seth. Me llamo Bella. De hecho, estaba buscando a tu jefe. Vine aquí por lo del anuncio del trabajo —señalé con mi pulgar el pintoresco cartelito que tenían colgado en la puerta tras de mí.
El muchacho, Seth, alzó la ceja.
—¿Eres repartidora?
—No de oficio —sonreí, ignorando su incredulidad—. Pero tengo lo que se necesita.
Una moto y muchas ganas de trabajar, ¡wuu!
Seth asintió, no viéndose muy confiado, pero sin decir nada aún.
—Le diré al Sr. Cullen que estás aquí, permíteme.
Me quedé por ahí, inspeccionando el lugar. Era muy bonito y me recordaba a una cafetería que estaba cerca del campus en el que estudiaba en Nueva Jersey. Se sentía como en casa, con la diferencia de que hacía muchos años que no consideraba a nada como un hogar.
Seth regresó unos minutos después y me asintió, haciéndome saber que su jefe estaría ahí pronto. Supuse que eran muy informales para dejarme entrar a la oficina, así que lo dejé pasar. Esperé uno o dos minutos, pasando mi peso de un pie a otro con incomodidad, hasta que la puerta de la cocina detrás del mostrador se abrió, revelando a un hombre alto y con un mandil un poco sucio de harina.
Supuse que él sería el Sr. Cullen. Tenía el cabello marrón rojizo, casi del color del centavo, y sus ojos me recordaron al verde de la camisa de Seth. Su mandíbula cincelada estaba cubierta con una barba casi recién recortada y era, vaya, bastante guapo en realidad. A pesar de todo, su expresión era amable y me dio una pequeña sonrisa que le creó ligeras arrugas alrededor de los ojos.
Oh, bien. El jefe estaba buenísimo, pero eso era común. Creo.
—Hola, Sr. Cullen —saludé, acercando mi mano a la suya para estrecharla. Él aceptó el gesto, y me di cuenta de lo pequeña que me sentía a su lado—. Mi nombre es Isabella Swan. Estoy aquí por el trabajo de repartidor.
Mi voz salió segura, justo como hubiese querido. El pequeño jadeo que se quedó atorado en mi garganta cuando me di cuenta de lo atractivo que era quedó en el olvido. No estaba aquí para liarme con nadie, y dudaba que el guapo hombre estuviera interesado en mí, por muy chula que pudiera verme.
No importó que se tomó unos segundos para desenroscar su mano de la mía.
—Buenas tardes, señorita Swan. Sí, en efecto, estoy buscando un repartidor —alzó la ceja, poniendo los brazos en jarras. El movimiento de sus fornidos bíceps me llamó la atención. ¿Era así por amasar constantemente o iba al gym o…? — ¿Señorita?
Parpadeé hacia él, sintiendo el sonrojo salir a borbotones de mi cuerpo cuando vi su expresión divertida y su ceja alzada.
—Uh, sí, como estaba diciendo… —balbuceé, y sacudí mi cabeza para intentar recuperarme—. Vine por el trabajo —sonreí brillantemente.
—¿Tiene experiencia?
—¿Cómo repartidor? —hice una mueca cuando me dio su mejor expresión de «duh» —. Bueno… no. Pero soy motociclista desde los diecisiete. Ni un accidente. Tengo mis papeles en regla y soy mayor de edad. Podría hacerlo con los ojos cerrados.
—No creo que manejar con los ojos cerrados sea una buena idea, señorita Swan.
—Bella —corregí apresuradamente y me sonrojé cuando él volvió a lucir divertido—. Quiero decir, prefiero que me digan Bella. Y mmh, en realidad necesito el trabajo. Podría ponerme a prueba o lo que sea, yo estaría dispuesta.
—Bien, Bella —probó mi nombre en sus labios y Jesucristo, me ericé. Estaba actuando como una adolescente, pero no me lo podía permitir, ¡necesitaba el trabajo! —, entonces tú puedes llamarme Edward. Ese acento que tienes… no es de aquí, ¿cierto?
Parpadeé.
—Bueno, no —contesté al fin—. Soy mitad italiana.
Él asintió, comprendiendo, pero lo dejó pasar.
—Sobre lo de ponerte a prueba, no estoy tan seguro —dijo, frunciendo el ceño.
Instantáneamente me puse a la defensiva.
—¿Por qué no? ¿Es porque soy mujer o porque soy muy joven? ¿O es por mi nacionalidad? No me diga que usted tiene alguno de esos prejuicios de…
El señor Cullen, Edward, paró mi verborrea con una mano y se rio entre dientes, notablemente divertido.
—Señorita Sw… Bella, me temo que… bueno, déjame explicarte primero que en mi cafetería no existe ningún tipo de prejuicio por la edad, sexo, raza o preferencia sexual —me alzó la ceja de lo más alegre, y se vio mucho más joven de lo que seguramente era.
—Ah… ¿no?
—No, Bella —dijo jovial—. Me temo que tengo mis temores acerca de «probarte» —¿por qué eso suena tan bien? ¡Concéntrate, Bella! — porque me parece que no eres de Forks, ¿o sí?
Ahora fue mi turno de cruzar mis brazos en jarras y azotar mi pie contra el suelo.
—¡Por supuesto que soy de Forks!
—Jamás te había visto por aquí, y yo conozco a todo el mundo.
Alcé la ceja.
—No es muy difícil conocer a todo el mundo por aquí —espeté, encogiéndome de hombros—. Pero, Edward —ahora probé su nombre en mi boca, ¡qué bien sonaba! —, sí soy de aquí. Es solo que me mudé hace muchos años, pero regresé.
Edward lo pensó durante un momento.
—¡Ah! Isabella Swan. Hija de Charlie Swan. Lo recuerdo.
¿Y por qué yo no recordaba a este hombre tan hermoso? Me había mudado a los trece; a esa edad ya me gustaban los niños. Aunque siempre fui de mayorcitos, si lo pensaba con detenimiento…
Sí, definitivamente no conocía al señor Cullen de antes.
Por otro lado, hice una mueca ante la mención de mi padre.
—Sí, así es —confirmé. Él alzó una ceja.
—Que yo sepa, Charlie Swan no vive en el pueblo desde hace años.
Ah, con que eres del tipo cotilla, ¿eh, Cullen?
—No lo hace. La que se ha mudado he sido yo solita —contesté valiente.
Edward asintió, pero no siguió haciendo más platica al respecto.
—Bueno, entonces, si ya has vivido en Forks has de saber que siempre llueve…
—Estoy plenamente consciente de ese hecho.
Él me ignoró.
—No estoy hablando con presunción, pero Cullen's Bakery es la cafetería más solicitada en Forks y en Port Ángeles. Hacemos muchos envíos… en esta época del año aun es tranquilo, pero comenzando octubre y noviembre las cosas se ponen un poco locas. Las condiciones del clima empeoran conforme entra más fuerte el otoño, y si eres foránea no sabrás manejar las calles permanentemente húmedas.
—Lo comprendo, Edward. Estoy al tanto de todos los contratiempos que podría implicar y como dije… puede que no tenga experiencia como repartidora, pero sí que la tengo conduciendo.
Él abrió la boca seguro que para decirme algo jocoso y despecharme, pero Seth lo interrumpió llamando su atención. Tenía la cara pegada al teléfono y lo atendía mientras hablaba con Edward.
Me di la oportunidad de mirar la cafetería, que tenía unos cuantos pares de clientes platicando amenamente, y vi a una mesera rubia y regordeta recargada en la esquina del mostrador, casi que a un pie de distancia de Edward. ¡Y se estaba comiendo el trasero de mi prospecto de jefe con los ojos! Quise abrir mi boca para decirle que se calmara con sus hormonas, pero, hey, no pude evitar echar un vistazo yo también. Definitivamente el Sr. Cullen iba al gimnasio, ¡no había manera de que esos músculos estuvieran trabajados solo con amasar la mezcla del pan!
Desvié mis ojos rápidamente cuando él se dio la vuelta y regresó a paso veloz frente a mí. Ya me había resignado, este hombre no quería contratarme. Le iba a decir algo chistoso para irme con lo que me quedaba de mi dignidad, pensando que al menos me había ganado una miradita del que seguramente era el sueño de sugar daddy de todas las chicas de Forks, cuando Edward me interrumpió y me volvió a sorprender.
—Tienes mucha suerte, Bella —sonrió, mostrándome su perfecta dentadura de anuncio de pasta dental—. Me ha entrado un pedido y mi otro repartidor no está, ¡así que te puedo probar!
Casi quise ponerme a dar saltitos, pero me mantuve en mi lugar y lo miré tranquila, guardándome la fiesta para mi interior.
—Puedo empezar ahora mismo —avisé sonriente—. Dígame qué hacer.
—Sígueme.
Edward me llevó a la parte trasera del mostrador y cuando pasé junto a Seth este me alzó el pulgar y me guiñó el ojo. ¡Qué crío! Seguramente él me había ayudado dándole el empujoncito a Edward. Oh, bueno, se lo iba a deber.
Entramos a la cocina y ahí había tres personas más.
—Ellas son Sue, Leah y Kim, son reposteras al igual que yo —me explicó rápidamente. Saludé a las tres mujeres de bonito cabello lacio azabache, pero no me paré porque Edward se siguió de largo a la siguiente puerta—. Ya tendrás tiempo de conocerlas, ahora mismo me urge entregar este pedido. Ven, ven.
Cuando entramos al cuarto, me di cuenta de que esta era la oficina por la que había estado pidiendo antes. Era más que nada simple, con paredes en tonos verdes, plantas de decoración en las esquinas, un escritorio, unas cuantas sillas y wow, una MAC de las de última generación. Seguro que Edward llevaba bien sus cuentas…
—Bien, Bella —me dijo como si nada, abriendo un cajón de su escritorio—, antes que nada deberías conocer los horarios y todo. El trabajo en sí es bastante fácil, de ocho de la mañana a las tres de la tarde con un día de descanso entre semana, que sería el sábado —me miró por un momento—. ¿Estás bien con eso?
No era como que tuviera otra cosa que hacer durante mis tardes, así que asentí.
—Sí, estoy bien con eso —confirmé.
—No siempre hay pedidos, así que en los tiempos libres te la podrás pasar aquí. La cafetería te ofrece la comida, así que por eso no hay problema —sonrió brillantemente—. Y sobre los honorarios...
Me contó un poco acerca de los pagos y me volvió a preguntar por milésima vez si estaba bien con eso. Los pagos estaban bien, un poco más que decente, así que le dije que no tenía problema. Realmente no estaba buscando el trabajo por el dinero, no tenía necesidad, bueno, sí la tenía, pero solo era necesidad de demostrarle a Charlie que podía perfectamente actuar de manera responsable...
Edward me sacó de mis pensamientos cuando se acercó a un casillero que estaba pegado a la pared y se volteó hacia mí, sonriente. Me daba cuenta de que este hombre, a pesar de que había parecido algo serio al principio, era más del tipo dulce y abierto. Me lo imaginé como una de las galletas de coco que tenía exhibidas en el mostrador de enfrente; no tenía la pinta extravagante como una de mantequilla, pero era absolutamente rica cuando la probabas. Le quedaba.
—Te diré algo, Bella —me dijo, sacando una mochila térmica terroríficamente grande del locker que tenía un parche con el logo de la cafetería. Bien, ya me imaginaba que me pondría algo así, pero eso no quitaba que me vería ridícula—, entrega este pedido a tiempo y sano y salvo y tendrás el trabajo.
Parpadeé, anonada. ¿Así de fácil?
He de haberle caído bien.
—¿En serio?
—Ah, no es tan fácil como parece —se burló de mí, divertido—. Siempre he dicho que los repartidores y las meseras son tan importantes como el propio sabor de la comida, así que en tu actitud está la receta.
—Mmh, bueno —acepté insegura—. Creo que podré manejarlo.
Él me guiñó el ojo y creo que mi respiración se atoró un poquito. Suspiré aliviada cuando pareció que no se dio cuenta, aunque el hoyuelo imposiblemente lindo que se formó gracias a su sonrisa torcida me dijo que sí lo había hecho.
Tomé la mochila de sus manos, casi que arrebatándosela, y me planté firme.
—Puedo hacerlo —dije, ahora más segura.
—Esa es la actitud, Bella —sonrió complacido—. Vamos a la cocina.
Ahí, en la isla de metal donde tenían un montón de herramientas de pastelería, estaba un bonito pastel lila con forma de corazón. Me recordó a los quequitos que se habían puesto de moda (¡gracias a Dios que el fondant estaba quedando en el pasado y habíamos regresado al glaseado!) con un diseño sencillo que solo decía «Feliz cumpleaños, Jess» y perlas moradas de decoración.
El lugar entero olía a merengue y se me hizo agua la boca. Me di cuenta de que más allá, en la otra parte de la cocina, había un cuarto separado donde estaban las máquinas para el pan y el horno. ¡Este sitio era gigante!
Edward me explicó cómo acomodar los pasteles en la mochila, me dijo que eso era la parte más difícil, aparte de mantener el equilibrio en la moto para no batir nada. Le dije que por ese lado estaba segura, si había algo que yo conocía bien era mi moto.
Pronto me puse la ridículamente grande mochila y mi casco, y partí pitando de ahí en mi Harley Davidson. Era el único regalo que papá me había hecho en todos mis años que de verdad había apreciado.
No tardé mucho en encontrar la dirección, ya que Forks era, en resumidas cuentas, un lugar bastante pequeño. La casa tenía el buzón Stanley en frente y ¡gracias a Dios! El pastel había sido pagado por anticipado, así que esta vez no tenía que preocuparme por el cambio u esas cosas.
No sabía si debía pitar o bajarme con el pastel en mano y tocar el timbre. Recordé lo que Edward me había dicho acerca de la… ejem, actitud, así que me decanté por la segunda opción.
Suspiré y comencé a caminar rumbo a la entrada. Aquí vamos.
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Edward
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Seth se rio entre dientes cuando me acerqué a arrancar el pequeño cartelito que teníamos en la entrada de la cafetería. Me volví hacia él, apretando el «se busca repartidor» entre las manos.
—¿Qué tanto te da risa, crío? —pregunté, tratando de lucir serio, pero fallando miserablemente.
—Oh, nada —batió las pestañas hacia mí, viéndose absolutamente ridículo—. A que era bonita, ¿no?
—No sé de qué me hablas.
—Ay, vamos, tío E, hablo de Bella, duh. Estabas que babeabas. Es más, creo que tienes algo de baba ahí —se señaló la boca y le rodé los ojos, acomodándome detrás del mostrador junto con él y quitándome el mandil.
—Serás bocón. Es una niña.
Bueno, no tanto así. Tal vez pasaba unos años después de los veintes, pero yo no estaba ni cerca de ellos, así que me mantuve sereno. Sin embargo, parecía bastante divertida e intrépida. No se molestó cuando le dije que no podía trabajar por obvias razones como su seguridad, ¡e incluso tuvo el valor para, de alguna forma, implicar que yo era un cerdo chovinista!
Y yo de ninguna manera era así, pero la chica tenía agallas. Eso no se lo niego.
—Sí, sí. Lo que digas, Tío E —me rodó los ojos y lo ignoré olímpicamente, pero con Seth no se pueden tener dos minutos seguidos de paz—. Entonces, ¿la contratarás?
—Depende.
—¿Y por qué quitaste el cartel si no?
—Seth, ¿no quieres ir a buscar a tu mamá? Creo que la oí llamarte, así que probablemente te necesite.
El muchacho frunció el ceño.
—¿En serio? Pero si no he oído nada…
—Corre, yo te cubro en el mostrador —le guiñé el ojo y él no tuvo más remedio que suspirar y dirigirse la cocina a paso resignado. Me recargué en la madera, aliviado por mi pequeño momento de paz.
El cual no duró mucho porque medio minuto después ya tenía a Lauren, la mesera, encima de mí.
—Señor Cullen, ¿está bien? —me preguntó, fingiendo interés y enredando una hebra de su cabello entre sus dedos, de forma coqueta. Me aguanté mi gemido de frustración, preguntándome por décima vez en la semana por qué chingados la había contratado. Y apenas era miércoles.
—Estoy bien, Lauren —contesté con desgana—. Deberías revisar las mesas; asegúrate de que los clientes no necesiten nada.
La rubia me hizo un puchero pero asintió y se fue. Gracias a Dios.
No tenía un buen motivo para despedirla, ya que no consideraba acoso sexual a su insistente valoración diaria de mi estado de ánimo, pero era muy molesto de verdad todo ese asunto.
Me quedé atendiendo por unos diez minutos más, cobrando por aquí y por allá, también en la ventana de autoservicio. A pesar de que la cafetería era popular, por estas épocas a la gente le gustaba más el drive thru*. Ni siquiera el Starbucks local nos ganaba, y eso que yo había estado bastante preocupado cuando había sido construido dos años atrás.
Pensé en la pequeña Bella Swan y su carisma; llevaba como ¿qué? ¿media hora de conocerla? Y me parecía absolutamente adorable; era enérgica y desde el momento en que comenzamos a hablar supe que sería una buena repartidora. Pero sabía de las condiciones del clima en Forks y, en general, a mí siempre me habían parecido algo peligrosas las motocicletas. Traté de dejar de darle vueltas al asunto.
Estaba enmarañado en mi neblina de pensamientos cuando el teléfono sonó.
—Cullen's bakery.
—¿Edward? —la voz de Jessica Stanley sonó a través de la línea e inmediatamente me preocupé. Ella era, más que nada, una criticona… esperaba que no se le hubiera atorado el pie con Bella. Si lo hizo, entonces no tendría un buen motivo para contratarla.
—Sí, Sra. Stanley, dígame.
—Oh, Edward, ¡qué adorable jovencita que contrataste, eh! —exclamó—. A la pequeña Jessie le ha encantado su pastel y se hicieron amigas rápidamente. Me encanta.
Sonreí, aliviado de haber errado.
—Me alegra mucho, Sra. Stanley. Sí, Bella es un encanto —confirmé, sintiéndome orgulloso sin saber por qué.
—Bueno, solo quería avisarte que ya va de regreso. Me preocupa un poco que ande en moto, pero bueno… esta juventud. No es como en mis tiempos. Supongo que tendré que actualizarme, o eso es lo que dice Jessie.
Me reí entre dientes.
—Supongo que sí, Sra. Stanley. Dígale a la pequeña Jess que le deseo un feliz cumpleaños.
—Por supuesto, ¡y gracias de nuevo, Edward!
Colgué el teléfono y negué divertido. Con que a Bella le había ido bien.
Cinco minutos después la vi estacionar frente a la cafetería, con la mochila impermeable más grande que ella en su espalda. Se quitó el casco polarizado y se sacudió el cabello, viéndose absolutamente hermosa.
Me sentí como un voyeur, así que bajé la mirada hacia la caja registradora y sólo la alcé hasta que escuché la campanilla de la puerta sonar.
Ella se acercó a paso seguro hacia mí.
—Bueno, mi trabajo está hecho —sonrió, y sus ojos marrones se volvieron más brillantes—. En el tiempo justo y sin batir el pastel o a mí misma.
La idea de verla cubierta de merengue…
¡NO! No vayas allí.
—Eso he oído —contesté, ignorando mis pensamientos sucios—. La señora Stanley me marcó hace poco. Estaba absolutamente encantada contigo.
Bella se encogió de hombros.
—Tiene una pequeña cosa adorable por hija —explicó—. Adoro a los niños. Es fácil para mí estar alrededor de ellos.
Sonreí, extasiado con esa información. Era más parecida a mí de lo que creí. Así que, con eso, dije las palabras que había querido decir desde que se apareció frente a mí para pedirme trabajo.
—Bueno, Bella, te tengo buenas noticias. Estás contratada.
*Drive Thru: auto servicio.
Les advierto desde ya que esta historia estará llena de amor, tan empalagoso como las galletas de Edward. No creo que tenga más de diez capítulos y ya la tengo contada en mi mente :D
Si me dejan sus bonitos reviews tal vez le meta presión y suba el siguiente capítulo el sábado ;) 🍪
