DIGITAL TITANOMACHY

Episodio 0: Injusticia.

Eso le pasaba por ser inocente.

Pensó que todo podría solucionarse como por arte de magia, como siempre. Que un milagro llegaría y podría salvar su trasero como ocurría a menudo, la suerte siempre de su lado. Pero fue un completo iluso al pensar de esa manera esta vez. Tarde o temprano terminarían encontrándolo. Sólo hubiera deseado que no fuera mientras su padre estaba todavía en la ciudad.

Las luces rojas y azules de la patrulla se reflejaban en la ventanilla, en la que tenía apoyada la cabeza, maldiciéndose así mismo una y otra vez mientras miraba los copos grises de nieve caer ante el mortecino ambiente que se reflejaba a través del vidrio.

Miró hacia el frente, observando su reflejo en el cristal oscuro que lo separaba de los oficiales en los asientos delanteros del coche por seguridad. Sus ojos café rojizos parecían emitir un brillo furioso que destellaba en el espejo. Volvió a desviar la mirada a la ventana, contemplando el lúgubre paisaje que avanzaba, las fábricas habían quedado atrás, el coche se adentraba ya por las frías calles de Moscú, ignorando algunas tiendas de campaña que las personas sin hogar montaban para intentar tener el más pobre refugio que los defendiera del cruel frío de esas épocas. Que linda vista para comenzar el año.

No faltaba mucho para llegar a la comisaria, donde, apenas descubrieran quién era él llamarían a su viejo para que viniera a recogerlo y pagara por los daños ocasionados al almacén que siniestró. Negó con la cabeza y chocó algo fuerte la cabeza contra el respaldar su asiento. Suspiró con resignación y se sacudió como pudo para quitarse todo el polvo, nieve y pedazos de cristal que pudieron adherirse a su ropa durante su pequeña aventura. Se dio por vencido.

Finalmente, la fachada triste y siniestra de las calles empezaron a volverse cada vez más decentes y llenas de gente que iba y venía de sus respectivas fiestas de año nuevo. Las observaba venir e irse mientras recordaba con precisión cada calle que pasaba. Rodion vivía cerca de aquí. Pequeña rata traicionera. Pensar que estaba dispuesto a compartir el botín con él y apenas apareció la policía huyó sin mirar atrás. Suspiró con aspereza. Ya se vengaría.

Se estaban acercando a la estación de policía. Él empezaba a preguntarse qué le diría a su padre una vez lo llevara a casa y estuviesen a solas. Ninguna excusa funcionaría, como de costumbre, pero como esta vez se había pasado de la raya, no tendría escapatoria. Muchas veces había irritado a su ocupado padre con sus travesuras, pero esta vez sabía que se había pasado de listo.

Lo llevaría al Reformatorio Ropsha. Donde nunca más volvería a ver la luz del sol. Había escuchado que quienes entraban a ese lugar nunca más volvían a salir, y si salían, eran nada más que máquinas sin cerebro con solo el propósito de obedecer sin rechistar a sus queridos padres que los echaron ahí en primer lugar porque ya no los soportaban. Estaba acabado, más que acabado. Perdería lo que quedaba de su vida por culpa de un solo error, que para nada se arrepentía de cometer.

Se arrepentía de no haber sido lo suficientemente cuidadoso.

La patrulla finalmente se detuvo, Nikolai respiró profundo. La puerta a su lado se abrió, y el hombre uniformado lo sacó bruscamente del interior del vehículo y de empujones lo metió dentro de la estación fuertemente iluminada de la policía. No era su primera visita a este lugar, pero no dejaba de sorprenderse con lo grande y bien construida de la edificación. La arquitectura le había fascinado desde niño. Quizás se hubiera dedicado a ella si su padre no le hubiese arruinado la vida hace seis años. Quién sabe.

De otro empujón atravesó el umbral. Si el lugar parecía atractivo de fuera, no quería ni mencionar lo bien que estaba por dentro. Ojalá el resto de los establecimientos importantes de la ciudad lucieran tan bien construidos.

Había muchas personas, pudo notar que no todas eran oficiales. Le daba igual, los crímenes abundaban siempre, y la gente no tenía reparos en echarle la culpa a cualquiera de sus desgracias y venirlos a denunciar personalmente en este edificio. Le dieron ganas de reír cuando escuchó a una señora quejándose con un policía de que su vecino no dejaba de echar la basura de su lado de la calle y que el servicio telefónico de atención al cliente no tomaba en serio su denuncia, además de otras tonterías.

Era curioso escuchar de lo que se quejaba la gente con problemas muchos menos serios que el suyo. No tenían idea de lo que la palabra "injusticia" significaba.

Estaba tan distraído que ni lo había visto parado ahí, junto al mostrador principal.

Fue entonces, cuando estaba casi frente a él, que lo vio. Esos fríos ojos café grisáceo, fijos en él, le hicieron percatarse de su presencia. Su mirada, normalmente inexpresiva, tenía una pista de molestia en sus facciones. Por lo demás, era difícil diferenciar su semblante con el que luciría cualquier en cualquier otro momento del día.

Excepto cuando se enfadaba de verdad. Y por suerte para él, este no parecía ser el caso.

Por el resto, vestía un elegante traje negro con moño, el mismo par de pantalones de clase de siempre y el reloj de plata que le regaló su difunta esposa, hace ya muchos años, cuando todavía era capaz de sonreír.

Al chico de 17 le enfureció verlo tan calmado, como si esto no fuera nada más que un percance o una molestia temporal. El hombre desvió sus ojos de su hijo para fijarse de nuevo en el oficial con el que conversaba, interrumpiéndolo.

- No se preocupe, oficial. Esto no va a volver a ocurrir. –Su voz no delataba ningún tipo de emoción. Era tan fría y robótica que hasta daba miedo.

-Eso nos ha dicho muchas veces, señor Raskol. –El oficial de bigote poblado y barba corta de cabellos castaños frunció el ceño mientras se cruzaba de brazos, con un portafolio en la mano derecha. –Y su hijo sigue provocando problemas. ¿O acaso no le han informado sobre los…?

-Robos, allanamiento, destrucción a propiedad privada y falsificación. –Interrumpió el señor Raskol, negando con la cabeza. –Estoy perfectamente familiarizado con todos estos casos, oficial.

-¿Ah sí? –La expresión del policía se volvió más sombría. -¿Y no piensa tomar medidas para prevenir que su hijo deje de meterse en problemas?

-Las he tomado, y en cada ocasión observo con desdén que no son efectivas. –Los ojos cafés del hombre apuñalaron a su hijo. –He sido blando por el deseo de mi difunta esposa de que nuestro hijo pudiera tener una "vida normal", pero ahora estoy más seguro que nunca de que este chico nunca mereció una.

Nikolai por primera vez le devolvió la mirada, fulminándolo con sus ojos rojizos. La expresión de su padre no cambió.

-¿Lo enviará…?

-¿Al Reformatorio Ropsha? Pero claro. –El hombre se encogió de hombros. –Hubiera preferido cualquier otra opción, es mi heredero, después de todo. Pero si este muchacho no se deja corregir a las buenas, que se encarguen los profesionales. Es claro que su madre no fue la indicada para criarlo. Es hora de que alguien más competente ocupe al trabajo.

-Tú… -Nikolai finalmente dijo algo. Su voz, ya áspera y gruesa, ahora pareció volverse mucho más profunda y aterradora. Tanto el oficial como su padre le fruncieron el ceño. Nikolai dio dos pasos hacia él, luciendo amenazante a pesar de que estaba esposado. –Maldito parásito…

-Cuida cómo te diriges ante mí. –Solo bastó a que diera un paso para arrebatarle todo el valor a su hijo ganó por unos instantes. Su padre se plantó ante él, y miles de recuerdos golpearon su mente y le hicieron retroceder con temor al momento. El semblante de su padre cambió por primera vez, a uno mucho más aterrador. Estaba molesto de verdad. –Me has hecho perder la paciencia hace tiempo, Nikolai. Compórtate, por lo menos una vez en tu vida.

Nikolai solo desvió la mirada sin decir nada, aguantándose la rabia.

-Tsk. –Oyó bufar a su padre. –Jelena estaría tan decepcionada…

No fueron solo las palabras. Fue tu tono. Ese tono tan inexpresivo, el que pronunciara el nombre de su madre tan fríamente.

Sus ojos se dilataron al fijar la mirada en su padre, completamente furioso. Le dio igual estar rodeado de policías, o estar esposado. No podía solo aguantarlo más.

Se abalanzó contra su padre, impulsado con una furia que ardía en lo más fondo de su alma.

El oficial estaba por reaccionar, pero no fue necesario.

Apenas y se enteró cuando su cabeza chocó contra la alfombra azul que cubría al suelo. Su padre le había conectado el puñetazo de su vida, con la suficiente fuerza, no solo para derribarlo, sino noquearlo casi instantáneamente. Todo le dio vueltas y se le acortó la respiración mientras el dolor punzante penetraba en su mente y le difuminaba la visión. Sus ojos cansados apenas se mantenían abiertos mientras el adolescente frustrado perdía la consciencia.

Y lo último que vio desde el suelo fue a su padre, incorporándose y acomodándose el traje, mirándolo desde arriba con un semblante inexpresivo de superioridad. Sus ojos fríos miraban con desprecio a los ojos furiosos y adoloridos de su hijo que terminaron de cerrarse, dando paso a la oscuridad y al silencio.

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Hacía frío. Fue, de hecho, el frío, lo que lo despertó. El frío al que pensó que tanto estaba acostumbrado, pero éste era diferente. Era un frío distinto al que te cala en los huesos y te hace temblar. Era un frío que no conocía, y que no duró mucho. Solo lo suficiente como para traer su consciencia de regreso al mundo real.

Sus ojos cansados se abrieron lentamente y parpadeando mucho. La cabeza le daba vuelvas y le costaba mirar fijo a algo. Se sentó lentamente con una mano en la frente. Pestañeo un par de veces más hasta soltar un respingo. Se dio cuenta de donde estaba.

La oficina de su padre era con diferencia uno de los mejores cuartos de la mansión, amueblada a más no poder, paredes tapizadas llenas de cuatros caros o antigüedades valiosas. La alfombra de piel de tigre cubría todo el centro de la habitación, y delante de ella, enfrente de la enorme chimenea que siempre le recordó a la cueva de un dragón, estaba el escritorio de su padre, con dos grandes estanterías repletas de libros a sus costados y su pintura más valiosa enmarcada en el muro a sus espaldas sobre la chimenea, de él y su esposa recién casados. Un par de papeles, libros y una lamparita de mesas yacían en el escritorio de madera oscura, al igual que un marco con una foto de su padre, su madre y Nikolai, cuando solo tenía 9 años. Todo era mil veces más feliz entonces de lo que es ahora.

Nikolai estaba reposado sobre el sofá de tela valiosa de su padre, al costado opuesto de la habitación. Él estaba ahí, sentado ante su escritorio, revisando papeles distraídamente con sus gafas de lectura puestas. Se había quitado el saco del traje, que estaba colgado del perchero al lado de una de las dos puertas de la oficina.

Nikolai lo miró frunciendo el ceño. Su padre sabía que ya se había despertado, pero ni se animaba a querer echarle un vistazo. El joven se tocó cabeza, precisamente donde su padre lo había golpeado, haciendo una mueca de dolor.

-No seas llorón. El moretón ni siquiera se nota.

-¡¿MORETÓN?! –Exclamó Nikolai, furiosísimo, examinándose en el espejo de la oficina, levantándose los mechones de su desordenado cabello oscuro para apreciar mejor la pequeña marca que le había quedado en la frente.

-Te lo buscaste. –El hombre se encogió de hombros, sin mirarlo siquiera. Seguía bien atento a sus documentos.

Nikolai no respondió, únicamente le clavó una mirada fulminante. Pretendía dar media vuelta y salir, pero su padre predijo sus acciones.

-Ni se te ocurra irte.

-No puedes obligarme a escucharte. Ahora mismo, no puedes obligarme a nada, ¿entiendes? –Nikolai lo encaró, intentando que la ira no lo consumiera. –Ya no más. Me cansé de vivir según tus normas.

-Pues lo siento, Nikolai. Aunque no vivas en mi techo, aunque no quieras responder ante mí, sigues siendo menor de edad, y mi hijo, así que me escucharás. –El señor Raskol dejó finalmente sus papeles sobre el escritorio y se levantó. Nikolai intentó no sentirse intimidado.

-¿Después de que me golpearas? ¿De nuevo? –Nikolai sonrió con cinismo y dio un paso al frente. Sus ojos estaban tan abiertos de la ira que parecían querer salírsele en cualquier momento. –Porque ya hace tiempo que estoy acostumbrado…

-Ibas a agredirme frente a un montón de oficiales de policía. Me pareció lo más obvio para ahorrarte problemas-

-Ahorrarte papeleo, querrás decir. –Gruñó Nikolai, claramente enojado.

-Puedes hacerme lucir como el malo todo lo que quieras, hijo. Me importa tanto lo que pienses de mí como a ti lo que yo pienso de ti.

-¿Qué? ¿Que piensas que soy un rebelde sin remedio? ¿Un patético niño jugando a ser adulto?

-Un mocoso trastornado, más bien. –Contestó el adulto, rápido y cortante. La sequedad con la que lo dijo enojó a su hijo aún más. –Sigues echándome la culpa por lo que le sucedió a tu madre, como siempre lo has hecho. En tus ojos, crees que ella murió por mi culpa, como siempre, pero te equivocas. Murió por las consecuencias de sus errores.

-No te atrevas a…

-Escúchame. –Ese tono le quitó nuevamente su valentía, esa voz que estaba grabada en su mente desde hace años era capaz de apagar su alma de un soplido. –Por más que no lo creas y te lo niegues a ti mismo una y otra vez, no cambiarás la verdad. Y hacerme la vida imposible a mí no te traerá ningún beneficio. Solo estás actuando como un niño inmaduro, como siempre.

-Y vamos con eso otra vez. –Murmuró Nikolai con los ojos en blanco, le dio la espalda a su padre, frustrado.

-Ni siquiera intentes en negarlo otra vez. Con esto, me has dejado absolutamente claro que eres solo un mocoso mimado incapaz de ver a través de esa imagen que tienes sobre mí. ¿Crees que esto es gracioso? –Lanzó un par de papeles en el escritorio. –Me haces perder dinero, dinero que necesito para mis negocios, negocios que necesito para seguir ganando dinero. ¿Qué pretendías al…?

-¿Meterme a robar en el Almacén Androv? –Nikolai logró sacar el coraje. Esta vez no iba a retroceder. –Tenían un par de cosas interesantes ahí.

-Nikolai…

-No, no, no, ahora me toca. –Nikolai revisó en un bolsillo oculto dentro de su chaqueta y suspiró aliviado para sus adentros al comprobar que los policías no lo habían comprobado. –Sigue fresca. –El paquete lleno de polvo blanco cayó redondito en el escritorio frente a su padre, quien ensombreció su mirada al instante. -¿Ya adivinaste por qué ando persiguiendo a tus coleguitas? Fue bastante interesante enterarme de lo que escondes debajo del tapete para mantener intacta tu fachadita de buen empresario. Dices que me junto con gente peligrosa, tú, el mismo hombre que tiene bien metidita su mano en el lindo e inocente negocio de las drogas, ¿Qué ironía, no?

Su padre lo miraba fijamente con una frialdad casi inhumana, sus ojos parecían penetrar dentro del alma de Nikolai, quien suplicaba a su cuerpo que no se atreviera a temblar.

-Nikolai. –Fracasó en eso último. –Escúchame bien.

-Oh, no, t-tú escucha… -Intentó decir Nikolai, pero el puñetazo que su padre le dio al escritorio le hizo quedarse mudo.

-Estoy harto de que metas tu nariz en mis asuntos, hijo. –Su voz era mucho más fría de lo usual, como la de un monstruo que Nikolai finalmente había conseguido despertar. De nuevo. Logró detectar la ira que su padre escondía en lo más profundo de su corazón muerto. –He sido paciente, he intentado educarte, te he dado tu espacio, y sigues reprochándome. Cada decisión, cada paso, tú siempre has sido mi piedra en el camino. ¿Te crees la gran cosa por ser hijo de tu madre? ¿Por considerarte "moralmente" mejor que yo? –Su padre se levantó, y empezó a caminar lentamente hacia su hijo, quien empezaba a despedirse de este mundo. –Todo lo que has hecho, ha sido establecer más firmemente mi decisión. No más de tus tonterías, Nikolai.

-¿Qué pi-piensas hacer? –Nikolai intentaba ser valiente, pero le temblaba la voz. Retrocedía con cada paso que daba su padre, hasta que cayó sentado en el sofá donde lo habían acostado una vez lo trajeron de la comisaria.

-Lo que debí haber hecho hace MUCHO tiempo. –En un rápido movimiento, tomó unos papeles del escritorio y se los lanzó a su hijo. –Mañana, te vas.

-¿Qué? –Contestó este, comprobando rápidamente los papeles. Apenas leyó el título del primero los dejó caer sobre su regazo.

-Mañana, a primera hora, estarás a las puertas del Reformatorio Ropsha.

-¿Y tú crees que voy…?

-Me aseguraré personalmente de que llegues ahí, y les pediré personalmente a sus empleados de que te den cuidados especiales. Creo que sabes muy bien que el dinero abre muchas puertas.

Nikolai estaba sin habla.

-No importa si tratas de decirle a alguien sobre mis negocios, a nadie del reformatorio le importará, de todas formas. Adiós teléfono, así que no podrás comunicarte con nadie. Me he asegurado de que atraparan a cada uno de tus amiguitos y los metieran entre las rejas. He eliminado la evidencia de cada "escapada" que has tenido. Realmente me sorprendió de que te atrevieras a finalmente decirme que has estado siguiéndome la pista, pero adivina qué, muchacho. –El señor Raskol buscó en un cajón cerrado con llave de su escritorio una carpeta y la dejó caer al suelo, esparciendo su contenido. Múltiples fotos de su hijo con su banda estaban desperdigadas por el suelo. Nikolai sintió que se le salía el alma. –Te has dejado capturar a propósito en varios sitios aislados que nada tenían que ver con mis negocios para no levantar sospechas, pero creo que tenías que anticiparte a que no hubieran cámaras de seguridad, un error de novato, hijo. –El señor Raskol sonrió por primera vez en tanto tiempo que Nikolai apenas podía recordarlo, una sonrisa tan siniestra, tan monstruosa que Nikolai a le pareció que le pertenecía al mismo diablo. Dio un paso atrás, y de inmediato todo tuvo sentido. Palideció, pero no del miedo, sino de darse cuenta de la verdad.

-Entonces… ¿tú sí causaste la muerte de mamá?

-No, no directamente.

Nikolai saltó de su asiento, listo para clavarle su puño en la cara a su padre, pero éste atrapó el golpe con su propia mano, y de un movimiento, dobló la muñeca de su hijo, obligándolo a agacharse a sus pies.

-Amaba a tu madre, Nikolai. Y a ti, más que nada en el mundo. Pero bueno, descubrí que los negocios siempre fueron más importantes para mí. –El padre de Nikolai lo soltó y se dirigió a sentarse nuevamente en su escritorio. –Quizás no puedas entenderlo ahora, quizás lo harás algún día. No lo sé, y siendo honesto, no me importa…

-Ja ja ja ja…-Nikolai mantenía su mirada baja, riendo. Alzó lentamente la cara. Unas pocas lágrimas escapaban de sus ojos y se resbalaban por sus mejillas. Sus ojos estaban inyectados de ira y locura al tiempo que reía y miraba a su padre. Parecía haberse vuelto loco de la rabia. –Tenía razón sobre ti… desde el principio… eres un monstruo. Siempre fuiste uno…

-Los monstruos son otros, hijo. –Nikolai jaló el cordón de la campana junto a su escritorio. –Y estoy haciendo lo necesario para lidiar con ellos.

Las puertas de la oficina se abrieron. Los guardaespaldas de su padre entrado a la habitación. El señor Raskol les hizo un gesto y ellos asintieron, levantando a Nikolai bruscamente para llevarlo a su cuarto. Éste intentó forcejear, pero fue inútil. Lo arrastraron fuera de la oficina sin problemas, y el joven de 17 años, Nikolai Raskol, miró desesperado una última vez a su padre, que le sonrió una vez más antes de volver a su escritorio y siguió revisando sus documentos tranquilamente como si nada.

Entonces, la puerta de la oficina se cerró, y la cámara de seguridad en el techo de la habitación emitió una curiosa descarga roja que aquel desalmado hombre notó, frunciendo el ceño.

"Todo está listo."