¡Los personajes pertenecen a S. Meyer, pero la historia es mía! Disfruten ;)
Capítulo 3
.
Bella
.
Pasaron casi cuatro semanas desde mi primer día siendo repartidora en Cullen's bakery. No me tomó mucho acostumbrarme a la forma en que trabajaban y mayormente me la pasé afuera; Edward había tenido razón, solo las mañanas eran pacíficas, a partir de las diez se volvía un caos y había muchos pedidos por repartir.
Conocí a Jacob, el otro repartidor. Tenía más o menos la edad de Seth y era bastante divertido, al menos cuando no estaba tratando de coquetearme. Le había explicado dos veces ya que no me gustaban los críos, pero sólo se había reído, sin aceptar mi no por respuesta. Aun así, no era lo suficientemente molesto como para quejarme.
Luego estaba Seth; él y yo nos habíamos hecho amigos rápidamente. Era como un niño pequeño, y me había sorprendido cuando lo oí llamar tío a Edward. Al parecer, Sue estaba trabajando con Edward desde que la cafetería abrió, hacía once años, así que Seth apenas tenía siete cuando se conocieron. Prácticamente lo «adoptó». Ahora Seth estaba tomándose un año sabático entre la preparatoria y la universidad para poder ahorrar dinero y no ser una carga demasiado grande para su mamá.
Ja. Si había alguien que sabía de años sabáticos, esa sería yo.
Ángela también era muy linda, y descubrí muy pronto que sería una de mis mejores amigas en la ciudad. Era tranquila, muy diferente a mi forma de ser, pero de alguna manera conectábamos. Incluso me había invitado a su baby shower hacía dos semanas. Tuve un verdadero problema en buscar regalos que no tuvieran un género definido, pero le encantó mi mameluco y kit de baño en colores verdes.
Por otro lado, Lauren era harina de otro costal. Ella era unos cuantos pares de años mayor que yo y me di cuenta bastante rápido que era una gárgola. Se la pasaba rondando a Edward en cualquier oportunidad en la que él estuviera momentáneamente desocupado, y no se me pasaban por alto las expresiones incómodas de él cada que eso sucedía.
Finalmente estaban Sue, Kim y Leah. Las primeras dos me habían caído bastante bien, pero Leah… ella actuaba toda rara a mi alrededor, como si estuviera permanentemente enojada conmigo. No entendía cuál era su problema, pero agradecía que no nos cruzáramos muy seguido. Lo único era que la envidiaba, porque donde ella pasaba todo el día trabajando codo a codo con Edward, yo la pasaba afuera en la intemperie. Al principio esa idea me fascinaba, ahora que lo había conocido a él no tanto…
Edward. Edward. Edward.
Él era todo lo que Nana Cope me había contado. Era un dulce; un jefe ejemplar y alguien que estaba cien por ciento dedicado a su trabajo. Le gustaba salir de vez en cuando del encierro de la cocina y si los clientes lo veían se quedaban platicando con él y Edward siempre les hacía un espacio.
No me tomó mucho darme cuenta de que todo el mundo amaba a Edward. Él era fácil de querer.
Incluso creía que yo lo quería ya, o tal vez era admiración y cariño, pero fuera lo que fuera estaba ahí y hacía a mi corazón latir como un colibrí cada vez que lo veía por las mañanas. Justo como ahora.
—Hola, patito —Edward me sonrió cuando estacioné frente a él unos veinticinco minutos antes de las ocho.
Mi estómago se revolvió de emoción cuando lo escuché decir el sobrenombre que me había puesto hacía unos días; en una de nuestras pequeñas pláticas sobre la vida que vivía cuando era más pequeña, le había contado acerca del apodo que mamá tenía para mí. Él lo adoptó muy poco después y yo lo amé, incluso aunque me producía nostalgia.
» ¿Qué te trae aquí tan temprano? —me preguntó, ajeno al caos que eran mis emociones.
—U-uh, y-yo… —tartamudeé como tonta y quise golpearme. Yo no era así, ¿dónde había quedado Bella Swan y por qué cada vez que Edward hablaba me volvía un charco de baba? —. No tenía nada que hacer en casa, así que pensé en venir un poco más temprano y ver si podía ayudar en algo.
—Bueno, estás de suerte, patito —dijo un poco ahogado, mientras habría la cortina de la cafetería—. Ayer limpié las vitrinas del mostrador y necesitaba desempaquetar más donas y galletas para ponerlas ahí, ¿quieres ayudarme?
—Claro —contesté en automático, siguiéndolo hacia dentro. El local olía a limpiador y no al usual olor de los pasteles; Sue y Kim se habían quedado el día anterior hasta tarde limpiando.
Me quedé sentada en el mostrador esperando a que Edward regresara de las cocinas, no tardó mucho y llegó con varios contenedores de plástico.
—¿Hay alguna razón por la que no quieras estar en casa, patito? —él me preguntó después de uno o dos minutos de absoluto silencio. Lo miré sorprendida y casi dejé caer el contenedor de galletas de mantequilla por la impresión de su abrupta plática.
—No, ¿a qué te refieres?
Edward se encogió de hombros, pero sus ojos brillaban con preocupación.
—Es solo que he notado que prefieres estar aquí más que en casa; llegas más temprano que los demás y a veces te vas más tarde de lo usual.
—Me gusta estar aquí —medio expliqué.
—¿Sólo eso?
Suspiré.
—Bueno, es que nunca hay nada que hacer en casa y la señora Cope se la ha pasado últimamente con su hijo, así que por las tardes estoy libre. No es como que conozca a la gente de aquí o algo así.
—Escuché que Jacob te invitó a salir.
Boquee, sorprendida. No entendí su tono de voz y no me miró cuando dijo eso.
—U-uh, sí, lo hizo —admití. ¿Era mi imaginación o sus puños se crisparon detrás del mostrador? —. Pero le dije que no.
—¿Por qué?
—Bueno… no estoy segura. No estoy interesada en él, supongo.
Los ojos de Edward chocaron con los míos.
—¿No?
—No —si hubiera alguien en la ciudad que me gustara, ciertamente sería él y jamás Jacob Black, pero no dije eso—. Solo no es mi tipo.
Edward se rio, pero pareció verdaderamente interesado en nuestra conversación.
—¿Tienes un tipo?
—No necesariamente —eso era una buena pregunta… supongo que no lo sabía. Había tenido 3 novios antes de llegar a Forks y todos habían sido muy distintos entre sí y todas esas fueron relaciones pasajeras, a las que en realidad no les tomé importancia—. Pero si estuviera con alguien, no me gustaría que fuera tan inmaduro como Jake —rodé los ojos recordando sus torpes intentos de avance—. Ni siquiera puede ser estable con su empleo.
Edward hizo una mueca.
—Sí, ciertamente —todos en Cullen's estábamos conscientes de que Jacob era terriblemente impuntual. Aun no entendía por qué todavía mantenía el trabajo—. Si no fuera tan bueno con las entregas, no estaría aquí para este punto.
Me medio encogí de hombros, tomando con cuidado una de las doce donas de azúcar envueltas en papel de estrella y acomodándola en la vitrina.
—¿Vale la pena?
—No lo sé —dijo, viendo hacia el aire. De repente no parecía que estuviéramos hablando de Jacob y me sentí cohibida. Sacudió la cabeza—. Ni siquiera sé por qué estoy hablando contigo de esto.
—¿Tiene algo de malo?
—No… bueno, no lo sé. No debería preguntarte sobre con quién sales, de todos modos, ¿a mí que me importa?
Yo quería que le importara… y no solo por mórbida curiosidad. Quería que le importara de verdad, pero no había parecido ni un poco celoso cuando mencionó a Jake. Era más que obvio que Edward no tenía ningún tipo de interés por mí, ni siquiera del más sano o amable.
Lo nuestro era solo una amable cordialidad de jefe a trabajador.
Mi corazón se estrujó y me molesté, de repente me sentía como Lauren, comportándome como una tonta enamorada. O si bien no estaba enamorada, estaba claro para mí que me gustaba mucho el señor Cullen… y que tal vez lo quería, pero solo un poquito.
—Ajá —murmuré, esquivando su mirada. No quería que viera que lo que había dicho me había dolido.
Edward no pareció convencido con mi desinterés.
—¿Sucede algo?
—No.
—No lo parece.
¿Cómo se lo decía? No podía. Se reiría de mí o peor, me despediría, y no estaba en condiciones de perder mi trabajo tan pronto. No cuando Charlie se había mostrado orgulloso de mí por, al menos, mantener algo.
—Pues… —traté de explicar, pero las palabras se murieron en mi boca así que me encogí de hombros.
—Puedes decirme lo que quieras, patito.
¡Ese sobrenombre! Me tenía loca de ternura por él – especialmente si me miraba con esos ojos preocupados, como si de verdad le importara. Quería que me abrazara y no me soltara nunca.
—Solo no creo que estés siendo entrometido, ¿sabes? Me gustaría que fuéramos amigos, o algo así. No tiene nada de malo tener curiosidad y preguntar —solté a bocajarro, incapaz de mantener mi boca cerrada por más tiempo. Vamos, que yo no era de las que se guardaban las cosas. Nunca lo fui.
Era por eso por lo que me daba miedo que me gustara Edward. No tanto porque creyera que lo nuestro no se podría dar, no… sino porque odiaba el rechazo, y estaba segura de que eso pasaría si le dijera. Lo cual sería pronto; era una cuestión de tiempo para que me fuera de bocazas y le dijera todo. Así era yo. No podía mantener la boca cerrada ni porque me pagaran.
Me mordí la lengua esperando su respuesta, pero Edward parecía sorprendido.
—Yo… bueno, no digo que no lo seamos. Amigos, quiero decir. Solo no quería entrometerme.
—No estás entrometiendo —¿era mi imaginación o ahora estábamos endemoniadamente cerca? Solo tendría que dar un paso más y… —. Todo lo que quieras saber de mí, yo te lo diré.
A Edward se le cortó la respiración y su mirada se dirigió a mis labios. ¿Era posible? ¿Era mutuo todo este asunto? ¿O solo estaba viendo lo que quería ver?
Me relamí los labios repentinamente secos y el tragó, soltando su respuesta en un farfulleo.
—Ah, ¿sí?
—Sí —la intensidad de sus ojos verde claro me estaba dejando sin aliento, y me pregunté si sería posible excitarme con tan solo un vistazo de él—. Siempre y cuando sea mutuo.
Tragó.
—¿Mutuo? —preguntó. Quise decirle que sí, que si nuestra atracción sea mutua, pero no cambió de tema.
—Por supuesto. Quiero saber todo de ti también.
Él parpadeó y se rompió el embrujo. Bajó la mirada hacia la vitrina de vidrio y vio que habíamos terminado de rellenarla. La cerró rápidamente.
—Terminamos.
Asentí, sintiéndome un poco decepcionada.
—Sí.
—Bella…
—¿Ajá?
—Sobre lo de ser amigos, yo… —me removí, ansiosa por su respuesta. Él se quedó parado frente a mí y no me miró; mi yo interior revoloteó feliz. No parecía que fuera de una sola vía lo que yo sentía.
—¿Sí?
—Me parece bien —dijo al fin y sonreí, aliviada—. Me gusta tu… —carraspeó y sus orejas se pusieron rojas. ¿Podía ser más dulce—. Me gusta tu forma de ser y no lo voy a negar, estoy algo interesado en ti.
Alcé la ceja.
—¿En serio?
Él pareció notar la forma en la que había dicho las cosas y negó rápidamente.
—Me refiero a conocernos. Eres… interesante. Sí, eso.
Me mordí el interior de la mejilla para no reírme. Sí, obviamente esta atracción no era unilateral.
—Me parece bien —le dije. Él tarareó en afirmación, pero no hizo seña de que seguiría hablando. Estaba comenzando a impacientarme que fuera tan cerrado consigo mismo, pero recordé lo que nana Cope había dicho acerca de que llevaba muchos años soltero.
Edward no estaba acostumbrado ni siquiera al coqueteo sutil, por otro lado yo sí. Se sentía como si yo tuviera ventaja, y me sentí orgullosa de ello. Él podía ser más grande que yo y muchísimo más maduro, pero yo era extrovertida y no me molestaba decir lo que sentía. Eso me daba muchísimos puntos.
Puntos que pensaba usar.
—Entonces… —comencé a decir y me acerqué más a él, con la excusa de preguntarle algo más personal ahora que me había dado permiso explícito, pero ajá, como siempre y con mi buena suerte, la campana de la tienda sonó anunciando que gente había llegado.
Volteé hacia la entrada y ahí estaba Sue, Seth y Leah. Los primeros dos parecían interesados con la cercanía de Edward y la mía, pero la última me mandaba dagas con los ojos. Me pregunté cuál era su puto problema; esperaba que no estuviera celosa porque solo eso le faltaba para terminar de caerme mal. Yo ya había decidido que quería a Edward para mí, y si se atrevía a interponerse…
Me sentí erizada de repente, queriendo marcar territorio que obviamente no era mío. Edward pareció notar mi cambio de humor, porque me miró sin entender. Gracias a Dios no hizo comentario alguno.
—Buenos días —solté finalmente, forzando una sonrisa.
—Hola, B —Seth me sonrió y caminó detrás del mostrador, posándose entre Edward y yo. Como que quería a Seth, pero sí que era un entrometido—, ¿qué haces aquí tan temprano?
Me encogí de hombros.
—No tenía nada que hacer en casa.
—Sí, eso se nota —Leah soltó mordaz aun desde su lugar. Me volteé hacia ella, con toda la intención de sacarle los ojos. Ya me tenía harta.
—Leah —Sue interrumpió mis pensamientos asesinos cuando la reprendió y me calmé, pero sólo por un mínimo—, no seas grosera.
—Como sea —la pelinegra rodó los ojos y pasó al lado mío, casi rozándome en su camino a la oficina. Estaba buscándome demasiado y cuando me cansara me iba a encontrar, no importaba si eso molestaba a Edward.
El susodicho suspiró a mi lado.
—Lo siento por eso, patito —se disculpó—. No sé qué le sucede últimamente.
—Se porta como una perra total —susurré para mí, pero Seth me oyó y se estremeció en una risa silenciosa.
—No solo se porta, lo es —me guiñó cuando lo miré sorprendida—. ¿Qué? Es mi hermana, pero no estoy ciego.
—Seth, acompáñame a la cocina, corre —Sue le dijo y se lo agradecí internamente. No quería desperdiciar mis últimos momentos con Edward antes de que seguramente se perdiera en la cocina horneando toda la tarde… junto con la perra de Leah.
Seth se deshizo en quejas pero siguió diligentemente a Sue por la puerta de atrás y pronto estuvieron fuera de nuestra vista.
Él me miró con disculpa cuando estuvimos solos de nuevo.
—Te prometo que hablaré con ella.
Suspiré, sabiendo que eso no tendría sentido; no se veía como que Leah y yo seríamos amigas en un futuro cercano. O alguna vez.
—Desearía saber cuál es su problema —contesté, aunque bien sabía cuál era. Edward asintió a mi lado.
—Yo también —torció la boca en una mueca—. No sé qué es lo que le sucede contigo.
Hice un gesto de desinterés, restándole importancia al asunto. No le prestaría más de mis atenciones a Leah, al menos no cuando quería pasar mi mayor cantidad de tiempo estando con Edward y hablando de temas menos escabrosos.
—Edward…
—¿Sí?
Quería seguir y preguntarle más cosas como lo que iba a preguntar hacía un rato: lo de su matrimonio, pero el momento había sido roto así que no creía que valiera la pena sacar un tema así de fuerte con tanta gente cerca nuestro.
Decidí ir por algo más ligero, y que también me interesaba.
—El otro día estuve hablando con mi nana, la señora Cope —bien, vale, me tendría que poner un poco en evidencia y aceptar que había estado de chismosa—. Ella me contó que tu mamá maneja una guardería y que trabajas ahí los sábados, ¿es cierto?
Edward me echó un vistazo por el rabillo del ojo, pero no me dejó ver si pensó algo acerca de que había estado pescando descaradamente información sobre él.
—No trabajo, solo soy auxiliar de vez en cuando —me dio una media sonrisa, marcando su hoyuelo derecho—. ¿Por qué la pregunta? —pareció ponerse blanco de repente y soltó rápidamente—: Oh, mierda, cómo se me pudo haber pasado. ¿Tienes hijos?
Me paniqueé.
—¿Qué? ¡No! ¡Por supuesto que no! —no es como que me molestara la idea, pero tenía 22 años apenas y sí, ajá, quería terminar mis estudios primero y todas esas cosas.
¿Acaso lo que escuché salir de Edward fue un suspiro de alivio?
—Oh, yo… lo siento. Eso fue lo primero que debí haberte preguntado cuando pediste trabajo y no lo hice.
—¿Tendría eso algo de malo?
Edward frunció el ceño.
—No, por supuesto que no —negó rápidamente—. Pero obviamente un hijo acarrea más responsabilidades y necesitarías horarios flexibles.
—Bueno, ese no es el caso.
—Eso veo —asintió pensativo. Bueno, eso fue raro—. Como sea, ¿por qué preguntabas?
Me encogí de hombros tímidamente.
—Me gustaría ayudar también, si es posible.
—Bueno, que estás de suerte, patito, porque les hace falta personal, podría hablar con Esme y…
—No —lo interrumpí, y él me miró confundido—, quiero decir que me gustaría ser voluntaria. Ya sabes, gratis. No me importaría. Amo a los niños y eso… además de que los sábados son mis días libres y nunca tengo nada que hacer.
Edward parpadeó sorprendido.
—¿Quieres trabajar en tu día libre?
—Bueno, no lo veo como un trabajo y además… —lo miré, sintiéndome enrojecer— te tendría ahí conmigo, ¿no?
Esa había sido una tirada peligrosa, pero qué importaba.
—U-uh… —carraspeó nervioso y me costó esconder mi sonrisa—. Sí, por supuesto.
—Entonces me gustaría ayudarte si se puede.
—Por supuesto. Generalmente estoy ahí desde las 12 hasta las siete cuando cierran. Podrías llegar en el horario que quieras —me sonrió, viéndose más calmado y recobrando su compostura.
—Llegaré a las doce también —le dije—. ¿Qué es lo que haces ahí?
—Apoyo en cocina —rodó los ojos—. No es como que pueda hacer mucho más que eso. A veces también asisto en el club de lectura con los niños más grandes.
—Oh, ¿tienen un club de lectura? —musité emocionada—. ¡Qué bonito! Ojalá pueda ayudar con eso.
Edward me regaló una sonrisa torcida.
—Veré que puedo hacer para que lo hagas.
—Gracias.
—Entonces, patito, ¿el sábado?
—El sábado —asentí hacia él.
Prepárate, Edward Cullen. Cuando termine contigo no vas a saber ni qué te golpeó.
.
Edward
.
No importaba cuán bonita fuera Bella o cuán mucho quisiera conocerla, no estaba bien y no lo haría. O al menos eso es lo que pensaba una semana antes, cuando aún tenía un poco de escrúpulos… o de decencia, para el caso.
Era sábado por la tarde y Bella había cumplido su promesa de acompañarme a la guardería de mamá; Esme ya casi no se la pasaba aquí porque tenía un problema en las articulaciones de sus rodillas y cuando estaba demasiado tiempo de pie o en movimiento le empezaban a doler, sin embargo, a pesar de todas sus complicaciones ella nunca desatendía su negocio.
Hoy, por ejemplo, mi cuñada Rose y ella estaban aquí; las pude ver a ambas a través del vidrio de la entrada en la recepción, recargadas en el mostrador y tomándose un café con la que era intendente del lugar, Christy.
—Tierra llamando a Edward —Bella bromeó, sacándome de mi estupor. Estaba tan perdido en mis pensamientos que no noté cuando se bajó de su moto.
A diferencia de otros días donde los looks de Bella se basaban en su uniforme de Cullen's o en su chaqueta de cuero y camisas y jeans negros, hoy ella llevaba una bonita blusa emperador en color azul y jeans deslavados, junto con una trenza de sirena. Se veía muy bonita.
Sonreí cuando sus ojos cafés chocaron con los míos. Las gotas doradas en sus pupilas resplandecieron.
—Hola, patito —saludé en automático—. Estaba distraído, lo siento.
—Eso noté, ¿en qué tanto estaba pensando en esa cabeza tuya?
—Créeme, no quieres saberlo —me estremecí—. No tiene importancia.
—Ahora tengo verdadera curiosidad.
Le sonreí, ignorando su carita curiosa.
—Bueno, eso es una lástima —le dije—. Vamos, vamos. Te quiero presentar a algunas personas.
Ambos caminamos hacia la entrada de la guardería. Esme tenía un gran mural detrás del mostrador que tenía varios dibujos de animales en caricatura; el lugar en sí no era muy grande, pero sí tenía tres salones que dividía a los niños por edad, una pequeña biblioteca para el área de lectura, el salón para recibir a los papás, las cocinas, el comedor y, por supuesto, el jardín, que era lo más preciado para mi mamá. Este estaba repleto de juegos para los niños y tenía un vivero designado específicamente para enseñarle a los niños a plantar, aunque últimamente con el frío extremo que estaba pegando en Forks Esme había decidido implementar plantas de climas húmedos como los jazmines y los crisantemos.
—Wow, es bastante bonito aquí —dijo Bella cuando entramos al calor del lugar—. Hacía años que no visitaba una guardería, aunque ayudaba en un orfanato en Nueva Jersey cuando vivía ahí.
Alcé la ceja hacia ella; la información de su pasado era bastante escasa para mí y no sabía mucho más de los pequeños datos que me había querido contar.
—No sabía que habías vivido ahí.
—Los primeros trece años de mi vida los viví en Forks, aunque casi no salía porque mamá estaba enferma —explicó y recordé esa historia. Había conocido brevemente a Renee Swan, que era unos diez o doce años mayor que yo, y había escuchado sobre el cáncer que había causado su muerte —. Cuando murió viví en Seattle hasta que fui a la universidad y por eso me mudé a Nueva Jersey. Estuve ahí casi cuatro años.
Esa información sólo logró ponerme más curioso.
—¿En serio? ¿Qué estudiaste?
Bella hizo una mueca.
—Bueno, digamos que arquitectura, pero no lo terminé —parecía que había más para decir, pero no lo hizo y se encogió de hombros. Iba a preguntar, casi pecando de entrometido, pero Esme nos vio y se dirigió rápidamente hacia nosotros.
—¡Edward! Llegaste más temprano de lo usual —me dio un abrazo como siempre que nos veíamos y luego dirigió toda su atención hacia Bella—. Oh, ¡hola!
—Buenas tardes, señora Cullen —la aludida sonrió brillantemente, sacando su personalidad de sol casi enseguida—. Soy Bella Swan, trabajo para Edward —le dio la mano y mamá la aceptó. Su cabello un poco canoso revoloteó cuando me vio alzando la ceja.
—Ah, ¿sí? ¡No tenía ni idea!
—Lo sabrías si visitaras la cafetería más seguido, mamá —rodé los ojos.
—Más bien lo sabría si mis hijos me contaran más sobre sus cosas. Tú y Emmett son iguales.
—Esme, ¡no digas esas cosas! Que no quiero que mi Emmett se parezca a este —Rose apareció detrás de ella, con una sonrisa burlona en su cara.
—Eso quisieras.
—Me temo que no —se estremeció y le puse los ojos en blanco. Le dio toda su atención a Bella unos segundos después—. Ah, ¿con que tú eres la biker de la que Emmett llegó hablando el otro día? Tenías a mi esposo realmente emocionado; sino supiera que me ama tanto estaría un poquitín celosa.
Las mejillas de Bella se sonrojaron un poco. Emmett pasaba de vez en cuando a la cafetería y disfrutaba mucho molestarla cuando la encontraba en su tiempo libre; él, al igual que Seth, se la pasaban insinuando que ella y yo nos veíamos bien juntos. Gracias a Dios que no se les había ocurrido irse de bocazas enfrente de ella.
—Supongo que tú eres Rose —le sonrió—. Siempre que Edward te menciona Emmett se calma. Eso como que me produce cierto respeto hacia ti.
Mi cuñada le guiñó.
—Me gustas —le dijo divertida—. ¿Qué te trae a Sonrisitas? No me digas que estás buscando una guardería para tu hijo, porque llegaste al mejor lugar de todos los alrededores.
Mi estómago se apretó y negué con incomodidad, pero a Bella no pareció importarle.
—No tengo hijos —explicó—. Edward me contó que trabajaba aquí los fines de semana y que estaban faltos de personal, así que me ofrecí a ayudar. Hacia voluntariado en un orfanato donde vivía antes, así que tengo bastante experiencia con hijos.
—Oh, claro, cariño —Esme le contestó tiernamente—. Bueno, no sé cómo sea tu horario con Edward pero necesitamos…
—Mamá —la interrumpí—, en realidad Bella no quiere dejar de trabajar en Cullen's, solo se ofreció a ser auxiliar conmigo los fines de semana.
Los ojos de Esme brillaron con reconocimiento y algo más que no pude comprender.
—Ah, ¡en ese caso nos han caído de maravilla! —farfulló contenta—. Justo te estaba esperando porque necesito ayuda en la cocina, Edward. Renata, la cocinera, se enfermó. Me encargué ya de los desayunos pero sabes que no puedo estar de pie mucho tiempo, así que estaba a punto de mandar a Rose a hacer las comidas de hoy…
—Qué sacrilegio, pobres niños —me burlé y mi cuñada se cruzó de brazos, mirándome mal.
—Tu hermano nunca se ha quejado de mi cocina, gracias.
—No es como que tenga opciones —le dije sonriente.
—Ya, ya, que me ponen en vergüenza frente a Bella —Esme nos regañó—. Cariño, ¿crees que puedas ayudar a Edward en la cocina?
—Sí, por supuesto —Bella asintió.
—Vamos, vamos. Primero quiero enseñarte el lugar. ¿Nos acompañas, Edward?
Afirmé con la cabeza hacia ella.
—Por supuesto.
Así que me pasé los siguientes veinte minutos detrás de Mamá y Bella mientras la primera le mostraba todo el lugar a la segunda. Sonrisitas siempre estaba lleno, especialmente en temporadas otoñales y pronto decembrinas. A Esme le encantaba, y sabía cuánto le dolía no poder pasar tanto tiempo aquí como antes, pero lo escondía muy bien, además de que no se separaba tanto, siempre estaba aquí mínimo un par de horas al día con el apoyo de papá, aunque él no se encontraba esta vez.
Ella le presentó a las 4 maestras que tenía en el lugar: Claire, Jane, Samantha y Charlotte. También a Peter, el esposo de la última, que actuaba como administrador y llevaba todas las cuentas y el manejo administrativo del lugar. Era un equipo muy unido y acogedor y a Esme le encantaba, por lo que usó mucho de su tiempo poniendo a Bella cómoda con ellos hasta que no la pudo retener más y me alcanzó en las cocinas.
Bella y yo nos pusimos a la obra una hora después de nuestra llegada y nos pasamos toda la tarde charlando y conociéndonos mejor.
—En realidad, al principio pensé que venir a vivir a Forks sería algo difícil, pero ya estando aquí creo que no. Me gusta bastante, lo cual es una sorpresa —me estaba explicando mientras terminábamos de lavar el montón de trastes que habíamos usado; Rose ya se había llevado los pequeños platos con las comidas.
—¿En serio? —pregunté sorprendido—. ¿Por qué decidiste venir aquí en primer lugar? —estaba curioseando de más, pero bueno, no podía evitarlo.
—Bueno, mi papá me obligó —rodó los ojos—. Amenazó con desheredarme o algo así —su tono era bromista, pero sus expresiones no. Me puse serio casi enseguida.
—¿Por qué?
—Lo hice enojar —se encogió de hombros—. Fue culpa tanto mía como suya, así que decidió que sería bueno que me pasara una temporada en la casa de mi mamá y que pensara en mi futuro y esas cosas.
—Pero tú pensaste que sería desagradable.
Ella asintió viéndose avergonzada. Cabizbaja murmuró:
—No quería venir. Mamá murió aquí y me quedé con malos recuerdos de Forks; para el final, ya ni siquiera me reconocía. Estaba muy mal —se vio más vulnerable de lo normal y mis manos picaron por abrazarla, pero sabía que no era lo correcto. Aun así no pude evitarlo, así que me acerqué y la coloqué bajo mi brazo. Se sentía muy pequeña con su cabeza quedando debajo de mi barbilla. Enterró su rostro en mi pecho.
» Lo siento, no quise sonar tan patética.
—No lo sientas, lo entiendo —no sabía lo que era perder una madre, pero estaba bastante seguro de que ese sería un dolor del que alguien jamás se podría recuperar. No costaba demasiado volverse empático en esos casos.
Un minuto más tarde, ella suspiró y lució más tranquila, con su habitual aura alegre instalándose a su alrededor.
—Como sea, me encanta aquí —dijo sonando más animada, pero sin separarse de mí. Yo tampoco aflojé mis brazos; me gustaba sentirla contra mí, aunque sabía que estaba pecando de confianzudo—. Extrañaba bastante a la nana Cope, aunque la tengo que compartir mucho con su hijo James. Y, bueno, no es por nada, pero me encanta mi trabajo —alzó la cabeza hacia mí, con los labios entreabiertos y los ojos repentinamente brillosos, llenos de invitaciones…
O tal vez yo solo veía lo que quería.
—U-uhm, ¿en serio? —dije, sonando como un idiota por no responder algo más complejo de eso, pero es que era como si de repente las ideas se me hubiesen ido volando hacia la cañería más cercana. Estaba pensando en todas veces en las que había añorado en tener a Bella así de pegada junto a mí… y me recriminé como todas esas veces, solo que en esta ocasión la parte de mi subconsciente que lo hacía me estaba susurrando en lugar de gritarme… vaya cosa.
—Sí, tú has hecho de este pueblo algo mucho más… interesante.
—¿Yo? —mis manos estaban firmemente plantadas en sus antebrazos, pero no estaba haciendo intento para separarla de mí. Pensé brevemente en Lauren y sus intentos de tirárseme encima, los cuales había esquivado cual bala en muchas ocasiones, pero con Bella no era así… y eso que estaba actuando igual de alterada que la rubia.
Vamos, que debería estar acostumbrado a quitarme del camino, pero esta vez no quería. No lo quería hacerlo porque Bella me gustaba, y mucho. Maldita sea.
—Sí, tú —susurró, sonando exquisita. Estábamos más cerca de lo que había planeado, y su rostro se encontraba a solo centímetros del mío. ¿Estaba de puntitas? —. Y estoy cansada de fingir que no nos atraemos, Edward.
Eso como que me sacó de mi trance. La solté rápidamente y trastabilló por la falta de apoyo, por lo que la tuve que sostener de nuevo para que se mantuviera quieta.
—¿Qué dices?
—¡Casi me caigo! —chilló, riéndose. ¿Estaba loca? Probablemente sí. Lo había escondido muy bien la condenada—. Oh, vamos, Edward, ¿o es que me he tomado mal las señales?
—¿Cuáles señales? —sonaba como un idiota respondiendo con puras preguntas, pero como que mis neuronas aun no conectaban bien. Siempre que Bella estaba conmigo se iban de paseo.
—Te mueres por mí.
—Sí —dije, más por inercia que otra cosa—. Más bien no. No lo sé. ¿Qué haces encima de mí, Bella?
—Lo que dije —contestó, pegándose a mí como lapa. No es como que yo estuviera haciendo un intento para quitármela de encima—. Solo estoy comprobando que no me haya equivocado con las señales.
Un segundo después, su boca estaba sobre la mía, dándome un beso.
¡Y qué beso!
Esta Bella tirándosele a Edward me encanta jajajaja. A ver cómo reacciona Edward, que parece bastante asustado respecto a ella. Ya tenemos una visión más clara de lo que podría ser su relación.
Ondeando en otros temas, FF desactivó las notificaciones de las actualizaciones de capítulos vía Email para todos, así que si quieren activarlas de nuevo deben configurar su cuenta. Si tienen dudas siempre me pueden preguntar :D
Gracias infinitas por leer, ya tengo escrito el capítulo 4 así que si me dejan muchos reviews subiré el próximo capítulo el miércoles. ¡Depende de ustedes! 🍪🍪
