Capítulo I: Si tan sólo...

Mantengo los ojos cerrados, no demasiado fuertes, sino una actuación adulta del dormir. Quieto, quieto, medio desparramado en la cama, de costado y casi en posición fetal, uno de mis brazos debajo de la almohada en la que se apoya mi cabeza y, el otro, casi frente mío, la mano tendida en la sábana. Puedo escuchar todo, desde las hojas azotando la ventana, hasta el clic-clac del reloj que, en otro momento, hubiera sido imperceptible. Mi respiración es pausada, rítmica. Qué bien finjo.

No sé porqué, ya que no hay nadie a quien engañar.

Quizás a mí mismo.

Sí, eso debe ser.

No es por el trabajo, qué va, no. Tengo un empleo decente; sencillo y principiante, pero digno, así que por ahí no van los tiros. Tengo, también, un lindo departamento, modesto pero confortable, acogedor y tranquilo; así que tampoco es eso.

Es sólo... saber lo que me depara el día, toda la rutina.

Abro los ojos, como si sólo los hubiera cerrado para parpadear. Hay que levantarse, lo sé, sólo... un rarito más. No estoy cansado, y no es que me dé flojera hacerlo, es sólo que no deseo hacerlo. Porque no es nada, porque es lo de siempre.

Vale, vale. Ya estoy, ya estoy. Sentado, parado, cogiendo mi toalla, entrando al baño, abriendo el grifo, metiéndome a la ducha. En un rato estaré, en un rato. Ya sé lo que haré y a dónde iré: es lo que he hecho en estos últimos 3 meses. La señora Dortins me ofrecerá una de sus impagables sonrisas y me dará, sin necesidad de petición, un par de pastelitos en una bolsa de papel, acto seguido pagaré y le daré las gracias, por último me deseará un buen día. Que Dios la oiga.

Ya estoy, envuelto en una toalla, chorreando agua de mi cabello. Un traje de los tantos, me lo pongo y, mientras, voy retomando la memoria de lo que me depara el día.

¿En qué me quedé? Ah, sí. La Sra. Dortins, tan amable, ella. Volveré, con la bolsa ya, terminaré lo que queda del café que preparé antes de salir y cogeré mi maletín. Frente a la chimenea, al lado un tarrito con algo parecido a cenizas, enunciaré el lugar a dónde deseo ir y mi deseo será cumplido. Tan fácil, ¿no?

Lo difícil es estar allá.

Ya está, casi me he quemado de lo caliente que está el café. Lo pruebo, a penitas, lo dejo que se enfríe mientras voy por los pastelitos. ¿De qué me dará hoy la Sra. Dortins? Ya le hice rutina, sin querer, el que me diera 4 pasteles diarios, diferentes cada día, claro. Un día fui y, antes de hacer expresa mi orden, ya me tenía ella una bolsa con mi pedido dentro. Dice que me recuerda por que siempre pido lo mismo, porque vengo a la misma hora y porque poseo la mirada más triste que ella recuerde. Yo creo que es porque soy pelirrojo. Eso quiero creer, y que lo otro sea una alucinación suya.

Llego nuevamente al departamento, me tomo el café, ya tibio, de un sorbo, tal como predije, y cojo mis cosas de la silla. La chimenea me espera.

Voy a verla. Todos los días la veo. Demasiado temprano quizás, pero luego tengo que trabajar, por tanto no podré hacerlo ya. Estará despierta, sí, siempre lo está.

Voy a verla y desayunaremos juntos, yo sólo pastelitos, ella beberá algo caliente y quizás hoy pruebe el pastel que le llevaré. Voy a verla, con su cabello rebelde y castaño, con sus ojos miel y esos finos labios.

Ya llegué, me tambaleo un poco, pero es cosa de siempre, por más que toda tu vida hayas usado este medio de transporte, siempre bamboleas, a lo menos un poco.

Recorro un par de pasillos, unas cuantas formalidades y requisitos, y ya estoy, ya la veo, a lo lejos, dirigirse hacia nuestra mesa de siempre. Vestida de blanco y callada. Tan callada y tan ida.

La quiero, la quiero tanto. La quiero tanto que, de jóvenes, me prometí protegerla siempre; la quiero tanto que, si fui a la batalla contra Voldemort, fue más porque ella decidió ir (Harry me preocupaba, sí, pero Dumbledore nos dijo que no seríamos de ayuda, y que, al contrario, podríamos distraerlo) y yo, dejando a un lado mi cobardía, me enlisté con ella; la quiero tanto que nunca me perdonaré el que ella se halla interpuesto en un hechizo que estaba destinado a mí, cuando era yo el que debió hacer eso para con ella. La quiero tanto que me hice cargo de ella, cuando la internaron en San Mungo.

...

Sí, la veo, todos los días, a la misma hora, ella con el mismo vestido, yo con mis 4 pasteles, en la misma mesa. Pero todo ha cambiado.

Te he pedido perdón tantas veces, de frente, entre sollozos, entre mis sueños, en mi habitación, por las noches, mentalmente día a día. He pedido un porqué de tu acción, y un porqué de cómo llegó a ocurrir. He rogado y rezado por ser yo quien esté en tu lugar. He maldecido mi vida más de las que puedo recordar y me he dejado sucumbir otras cuantas más. Pero tú me necesitas, y me mantengo en pie por ti. O, no, yo te necesito, y por eso sigo aquí.

Estoy a tu lado, Hermione, a cada momento, cuando me necesites. Siempre estaré aquí, para ti. Siempre esperaré por ti, por tu regreso, tu bienestar. Mantengo la esperanza, esa lucecita dentro de mí, que me alumbra el camino, dentro de esta tormenta que no parece acabar.

Sé que regresarás, sé que algún día, cuando venga, me encontraré con tu sonrisa, con tu carisma, toda tú de vuelta.

Un Cruciatus demasiado prolongado, repetidas veces, en un mismo momento, fue lo que me arrebató la felicidad. Una maldición imperdonable se llevó mis sueños consigo, se llevó el ¿quieres ser mi novia? y lo convirtió en un despierta, por favor. Un maldito mortífago con una simple varita, logró cambiar mi vida y mi perspectiva de ésta. Tu deseo de protegerme y mi tardía reacción, lograron que estemos aquí hoy, como siempre, no sé durante cuánto tiempo más.

Yo te esperaré, por siempre, 'Mione. Me levantaré temprano, muy temprano, pediré los pastelitos, en mi vano afán de que los comas, y vendré aquí, por ti. No voy a desistir, no voy a ausentarme.

Pero duele, 'Mione, todo esto duele. Es cruel verte así, frágil y distante, fría y disímil. No voy a dimitir, lo juro, pero eso no quita que duela tanto. Es desgarradora toda esta situación. Estás vacía, eres sólo un retrato, una imagen de lo que otrora fuiste. Quiero creer que estás ahí dentro, encerrada en ese cuerpo, que algún día saldrás, que todavía existes. Quiero creer que no te has ido, que no eres sólo un empaque, de algo que ya se perdió. Hazme creer...

Todo sería más fácil, 'Mione, me ayudarías tanto...

Si tan sólo me miraras.

-------------------------------------------------------------------------------------------------

Notas de la Autora: La descripción de San Mungo puede no concordar con la descripción real, pero lo adapté a mi imaginación, creo que tenía que moldearlo, lo hace más fácil para la historia.

Karla

('Mione)