Heero se sentó en un taburete frente al espejo del tocador de Dúo mientras intentaba por enésima vez hacer contacto con Quatre, miró su celular y dejó de llamar, no había caso, de seguro viajaban por un lugar dónde no había señal para su aparato y por eso no le respondía.
- ¿Lo contactaste? – le preguntó Dúo sentándose en la cama.
- No, de seguro está en el desierto de nuevo y no tiene señal.
- Tal vez yo...
- No, tus poderes síquicos alertarían a los demonios y atacarían este lugar para obtener las dos llaves que no haz querido activar.
- Me cuesta cada vez más no entrar en contacto con el pasado de esos rollos – le respondió – y no me gustan aquellas pesadillas que me hacen tener.
- Bueno, lo único que nos queda es tratar de contactarnos con Wufei por medio de los guerreros – se puso de pie – debemos marcharnos ahora, sin despedirnos de nadie.
- Eso es de mala educación, además, angustiaríamos a todo el mundo si nos desaparecemos así.
- Dúo, los meteremos en problemas si los demonios nos descubren aquí, ya atacaron dos puntos en que había rollos y no sabemos si tienen alguna llave en su poder o si han liberado otro demonio.
- Entonces, debemos hacer que alguien nos lleve hasta los guerreros...
Un fuerte estallido se escuchó a la distancia y ambos se asomaron por la ventana a ver qué ocurría y se quedaron de una pieza al reconocer a Epión de pie frente al bosque separaba la propiedad de la de los Noventa.
- Ya nos encontraron.
- No seas tonto, sólo busca los rollos – se volvió hacia el trenzado – llama a DeathScythe con tus poderes, nos llevaremos los rollos e iremos por Zero al desierto, así los sacaremos de aquí y podremos luchar sin que dañen a gente que nada tiene que ver con esto.
- ¿No dijiste que no usara mis poderes?
- ¿Tienes la cabeza vacía? Ya están aquí, así que ¿crees que importe que sepan que estamos aquí? Sólo apúrate, o destruirán toda la hacienda.
Dúo se puso de pie y se concentró lo mejor que pudo hasta contactarse con su guerrero que de inmediato se levantó de dónde lo había ocultado y voló a toda velocidad hacia él. Se detuvo junto a la ventana y se abrió la cabina, Dúo se subió y miró a Heero que le arrojó la caja con los rollos.
- Si me subo en la cabina estorbaré en tus maniobras.
- Pero te puedo hacer daño – le dijo tendiéndole la mano – no pienso luchar en este lugar, podemos dañar a alguien.
- Ellos son demonios, Dúo, no les importará hacerle daño a quien sea con tal de obtener lo que desean.
- Pero...
- Cierra ya la cabina – lo regañó – yo me subiré en tu hombro y me ocultaré detrás de las defensas – le dijo y de un salto estaba en el lugar que indicara – despega y alejémonos de aquí antes que se vuelva una catástrofe.
Para cuando Trowa, Quatre y Wufei aterrizaron en Qatar ya era casi media tarde y estaban los tres hambrientos y cansados, los dos primeros habían luchado y Wufei había cruzado todo un continente para llegar con ellos.
- Al parecer tendríamos todas las llaves – dijo Quatre sacando cuentas – dos de Heero, dos de Dúo, una de Trowa, una de Wufei y una mía.
- Oye, una duda ¿Por qué Yuy y Maxwell tienen dos y nosotros sólo una?
- Porque sus guerreros tenían alas antes de ser destinados a ser los guardianes del infierno y poderosas armas que deberían soltar con ellas – les contestó por medio de la pantalla San Miguel – ellos están luchando contra Epión en Arizona.
- Eso significa que ya se dieron cuenta que no había nada en Hiroshima – dijo el chino – algo más, general, ustedes tienen la ubicación exacta de los rollos ¿Por qué ellos no si supuestamente tienen algunos?
- Nuestros agentes en otro tiempo fueron los encargados de separarlos y esconderlos y, con excepción de los rollos en Arizona, sabíamos en que lugar estaban.
- Pero los de Hiroshima...
- Cuando los americanos lanzaron la bomba atómica en ese lugar, los ocultaron en una cueva, no sabían a ciencia cierta si eran llaves o demonios y no podíamos arriesgarnos a que se liberaran si eran estos últimos.
- Pero si los hubieran abierto, habrían sabido que eran.
- Un ángel, mi querido Quatre, no puede leer lo que dicen aquellos rollos o se pasará irremediablemente al bando del mal – le explicó – sólo los humanos pueden leerlos sin que les afecte ya que sólo ustedes tienen esa facultad de elegir ir y venir del mal al bien, supongo que esa es otra de las cosas que le molestó tanto de ustedes al ángel caído.
- Pero sabemos que tienen dos demonios y como ellos ya tienen el libro del Diablo, los liberarán para tratar de rescatar los cinco que tenemos nosotros.
- Es posible, Trowa, que hagan como dices, sin embargo, lo que tienen es Babilonia y la bestia devoradora de hombres, según el Apocalipsis, una viene después de la otra, ella es capaz de engatusar hasta el más célibe de los hombres y convertirlo en un ser hambriento de su cuerpo y entregarlo luego a la bestia para que lo devore. Pero hay un pequeño problema, esta bestia, luego de comerse a miles de hombres, la devorará a ella también, pero habrá llevado a la perdición a muchas naciones del mundo.
- ¿Pero si sólo la libera a ella?
- El mundo se volverá un caos, ella es una mujer lujuriosa, le gustan todos los placeres carnales y es capaz de todo con tal de tenerlos, está dicho que tentará a uno de los guerreros Guardianes de la Tierra para cambiarlo de bando, sólo espero que el guerrero de hielo no caiga en sus garras.
- Es peor que Maxwell, entonces – dijo Wufei molesto.
- Dúo podría ser la salvación de Heero si le entrega su cuerpo y su corazón, ella podrá intentar tentarlo, pero ya no tendrá poder sobre él para traspasarlo al otro lado sin su virginidad.
- ¿Dice que Yuy no ha tenido pareja jamás?
- Le ha reservado su cuerpo sólo a la persona que realmente ama – afirmó – pero no le digan que yo les dije, se enfadaría mucho.
- El parcito – comentó Trowa abriendo la cabina de su guerrero – mejor vamos a comer y luego intentamos comunicarnos con ellos.
- Coman bien y descansen – les dijo San Miguel y cortó la comunicación.
Dúo aterrizó en el lugar donde estaba Zero vigilando atentamente el radar, le había ganado cierta distancia a Epión y a los suyos, pero no era demasiada, así que apenas Heero se bajó del hombro de su guerrero se volvió hacia ellos y comenzó a atacarlos.
Heero se ganó la cabina de Zero y de inmediato lo hizo despertar para enfrentar a Epión que conseguía darle un buen golpe a DeathScythe dejándolo en el suelo escupiendo sangre.
- Dúo, rompe los rollos – le exigió molesto.
- ¡No quiero sus pesadillas!
- ¿No ves que Epión es más poderoso que tú y que te puede matar? – le replicó – no tiene que conectarte con ellos, sólo romperlos.
- Pero Heero...
- ¡Hazlo y cierra la boca! – se lanzó contra Epión para apartarlo de su trenzado.
- No podemos estar dependiendo de Zero para cada vez que se le ocurra aparecer a Epión – le dijo su guerrero – Podrían herir a Heero y tú no podrías ayudarlo con el poco poder que tenemos.
- ¿Y que hay con las pesadillas?
- ¿No sería mucho peor que mataran a Heero por tu testarudez de no tocar los rollos? Estarías de regreso en menos de lo que canta un gallo en el reino de los muertos porque no haz concretado tu amor con él ¿recuerdas? Es por eso que tienes pesadillas.
Dúo abrió tamaños ojos y se puso rojo como la grana, tenía razón, aún debía seducir a Heero para terminar de romper la maldición, así que sin más contemplaciones rompió uno de los rollos y una luz rodeó a su guerrero y en su espalda aparecieron dos enormes y negras alas como de murciélago. Rompió el segundo rollo y apareció una guadaña en su mano derecha con la que se lanzó al ataque contra los demonios.
Epión siguió luchando contra Zero, pero al ver que todos los demonios comenzaban a desaparecer a su alrededor y que los rollos de las llaves habían sido rotos, decidió desaparecer al instante, debía consultar al respecto a sus superiores.
- ¿Dúo, estás bien?
- Sí, Heero, estoy bien – le sonrió tratando de tranquilizarlo – no te preocupes tanto por mí.
- Estás muy pálido, corazón, es mejor que regresemos a la hacienda, voy a intentar comunicarme con Quatre de nuevo, tal vez hayan regresado a Qatar y ellos tengan noticias de Wufei.
- ¿Y qué les diremos cuando nos vean?
- La verdad, Dúo, no nos queda de otra, creo, además, que ya nos vieron antes y que también vieron a Epión.
- Está bien, volvamos.
Anochecía en Qatar cuando Rasid entró al comedor a avisarle a Quatre que el joven Heero deseaba hablar con él y que la llamada era de larga distancia desde Estados Unidos.
- Gracias, Rasid – aceptó el rubio y fue a la biblioteca a tomar el llamado de su estoico amigo con el fin de informarle lo que les había dicho San Miguel – Hola, Heero.
- No soy Heero – le respondió el trenzado del otro lado de la línea – lo dejé fuera de combate – se rió – ¡no, Heero, no me hagas cosquillas!
- Hola, Quatre – le dijo éste quitándole el auricular al trenzado.
- Malo – se sentó en su regazo y le mordió la oreja.
- Oye, no me muerdas – lo regañó y lo acomodó – ¿Hay algo nuevo?
- Sí, uno de los rollos que encontramos con Trowa era una llave que le sirvió a él y vencimos a los demonios que atacaron el poblado, sin embargo, murieron muchos inocentes.
- Los rollos de aquí eran llaves como yo pensaba y sirvieron para Dúo, le dieron alas y una guadaña a su guerrero – le jaló suavemente la trenza al mencionado – ¿Tienes noticias de Wufei?
- Sí, el también encontró una llave y se reunió con nosotros, además rescató los rollos de Hiroshima. También se contactó con nosotros San Miguel, calculan que los demonios que tiene Zech son Babilonia y la bestia devoradora de hombres.
- Entiendo, son los rollos que encontraron en Australia.
- ¿Sabes, Quatre? – le dijo Dúo tomando el auricular – en el periódico salió la noticia que encontraron una segunda momia en la pirámide pero que el sarcófago no tenía ninguna inscripción, igual lo abrieron y encontraron que la momia tenía una larga trenza castaña y piensan que soy yo – se rió.
- Pero sólo las esposas favoritas eran enterradas con el faraón al morir y tú no tenías esposa ¿verdad?
- Claro que no – dijo ofendido – además, no la habrían enterrado sin nombre. Heero piensa que puede haber sido uno de los complotados en mi contra – metió la mano bajo la camisa – aquí vi a alguien idéntico a la mujer que ayudó a mi primo a maldecirme.
- Claro, ahora dame con Heero, hay algo que debo decirle.
- ¿Qué cosa?
- Dame con él ¿quieres?
- Siempre y cuando no te le vayas a declarar.
- Oye, yo amo a mi Trowa – le replicó.
- Me alegro saberlo.
- ¿Qué pasa, Quatre? – le dijo Heero viendo que Dúo se ponía de pie y se dirigía a la puerta – Dúo me dejó solo.
- Es sobre Babilonia, San Miguel nos dijo que intentaría seducir a uno de los Guardianes de la Tierra y te señaló a ti como su posible víctima.
- Yo amo a Dúo.
- Lo sabemos, pero tú eres el que tiene más poder ¿recuerdas? Si tú caes, seremos derrotados – no se atrevió a decirle la verdad – aunque no creo que Dúo se vaya a quedar de brazos cruzados viendo como esa ramera intenta conquistarte.
- Nunca me han gustado las mujeres – afirmó.
- Recuerda quién es ella: "Babilonia la grande, la madre de las prostitutas y los abominables ídolos del mundo entero"
- Sí, lo recuerdo, pero la bestia que vendrá con ella la destruirá y luego devorará sus carnes.
- No creo que Zech libere la bestia al mismo tiempo, ya que cuando ella caiga vendrá el ejército celestial.
- No me queda de otra.
- ¿Qué dices? ¿Qué vas a hacer?
- Comerme a Dúo ¿qué más? Así ella no tendrá nada que robarme si me trata de seducir – miró la puerta – así nada funcionará en mi contra.
- Heero, yo sé que ambos se aman, pero ¿estará bien?
- Siempre que Wufei no se entere, no permitiré que vuelva a golpearlo.
- De todas maneras se ha de enterar.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Nada, mejor hablaremos aquí cuando lleguen – lo esquivó.
- Muy bien, mañana nos vemos en tu casa – le colgó.
Quatre regresó al comedor preocupado por Wufei ¿sería capaz de soportar el dolor de saber que Heero se había entregado a Dúo? Ya bastante le dolía, lo sabía bien, que prefiriera la compañía del trenzado y que admitiera que lo amaba como para aguantar algo semejante.
- Y para colmo de males, conocí a mi prometida en aquel poblado – se quejaba Wufei con Trowa que se reía – si, ríete, Barton, no era a ti a quien querían matar por ser un Chang.
- Pero ellos no sabían que eras el despreciable novio ¿verdad?
- Claro que no, sólo dije mi apellido, menos mal que alcancé a callarme el nombre, no habría amanecido vivo por quererles "Robar su princesa".
- ¿Robar su princesa? – repitió Quatre divertido viendo como Trowa se reía de las desventuras de su amigo – ¿cómo es eso?
- Se supone que ella iba a ser ida a buscar por un miembro del clan Chang para contraer nupcias con el siguiente líder del clan, sólo que yo no he ido a mi casa desde hace ocho años. ¿Se imaginan si se enteran que yo era su famoso prometido? Y yo no tenía ni idea quien era hasta que hablé con el jefe del pueblo y me dijo por qué me trataban así.
- Soberano lío – se burlo Trowa – encontraste a tu prometida, pero dime ¿es bonita como dice Heero?
- Que sabe ese de mujeres – dijo Wufei fastidiado – si las únicas mujeres con las que se relacionaba eran las maestras de la escuela.
- Pero ¿es o no bonita? – insistió Trowa.
- Tal vez lo sea – se encogió de hombros sin comprometerse con su respuesta – de todas maneras, antes de irme le dije quien era.
- Vaya, ¿y se puede saber por qué lo hiciste?
- No lo sé.
- Heero dijo que llegarían mañana – les informo Quatre – es mejor que vayamos a descansar – salió de la habitación y los otros jóvenes lo siguieron.
Dúo estaba sentado en una tumbona tomando el sol junto con el resto de la familia a espera que llegara Heero para que les explicaran que estaba pasando, no quería explicarlo él, no sabía mentir y era posible que terminara "metiendo la pata" y no le gustaría a Heero y lo menos que quería era que se enojara con él. Se puso a leer el periódico y se quedó de una pieza.
LA SORPRESA DE LA MOMIAPruebas hechas a segunda momia señalan que se trataría de una mujer.
El Cairo.- (ANSA) Según todas las pruebas efectuadas a la segunda momia encontrada dentro de la pirámide de Deia Mon estas demuestran que se trataría de una mujer y que, por lo tanto, no se trataría del faraón dormido del que hablan los jeroglíficos de la pirámide. Expertos dicen que de tratarse del faraón, significaría que la historia le mintió nuevamente a la humanidad, pero también es muy probable que se trate de alguna mujer que ayudó a aquellos que lanzaron la supuesta maldición sobre aquel y que la hayan castigado de esta forma, esto explicaría que su sarcófago no tenga inscripciones de ningún tipo para que ella no pudiese descansar y no pudiera entrar el reino de los muertos.
Otra de las pruebas realizadas han datado la momia en el año 1105 antes de Cristo aproximadamente, lo que estaría dando la fecha aproximada de la época del faraón, si es que realmente existió.
- Bien, es hora que les expliquemos qué es lo que está pasando en este mundo loco – dijo Heero sentándose junto a Dúo y miró lo que leía – era como yo pensaba.
- Empecemos en Orden – dijo Donald – ¿qué era esa cosa de anoche?
- El que apareció primero se llama Epión, es un demonio.
- ¿Y el otro?
- El otro es DeathScythe, es un Guerrero Guardián del Infierno y yo lo controlo – dijo Dúo – y el que controla Heero se llama Wing Zero.
- ¿Para qué los tienen?
- Empecemos explicando todo desde un principio. Eran siete los Guerreros, Epión, Zero, Talguis, DeathScythe, Sandrock. Heavyarms y Nataku, los dos primeros tenían el mismo poder, sin embargo, el primero engañó al segundo y se robó del paraíso siete elementos que lo harían indestructible y junto con Talguis se unieron al ejército del ángel caído, Zero quiso reparar su error y junto con los demás luchó contra ellos y consiguieron poner estas llaves selladas en rollos que sólo los humanos podían romper. Pero con el tiempo, el ángel caído consiguió que los hombres los unieran al libro de los Muertos y tuvieran un poder infinito y maligno, pero dentro del mismo estaban encerrados seis demonios aparte de Epión y de Talguis y la única manera que los liberen los malos es con el libro del Diablo.
- Nosotros tenemos en nuestro poder las siete llaves del poder y cinco de los demonios encerrados en el libro de los muertos, pero el mal ya ha liberado uno de los demonios, aquel que vieron esta madrugada.
- Pero ¿Qué tienen que ver ustedes con todo esto?
- En el gran libro de la vida están escritos nuestros nombres desde tiempos inmemoriales como los Guardianes de la Tierra y estamos destinados a proteger a la humanidad antes del Juicio final, muchos caerán, es cierto, pero nosotros trataremos de evitar que destruyan el mundo, la humanidad la salvará el cordero de Dios.
- Entonces, se marcharán de nuevo – dijo Hilde.
- Sí, los muchachos nos esperan en Qatar – dijo Heero – pero hay algo más – miró al trenzado – Dúo tiene poderes síquicos y...
- ¿Cómo que tiene poderes síquicos? – lo interrumpió Helen.
- La telekinesia, la telepatía y otros poderes síquicos como la lectura de las mentes y el contacto trascendental con los recuerdos grabados en cualquier cosa y en las personas – acarició la frente de Dúo.
- Eso no es posible – le dijo Noin.
- Puedo probarlo – dijo el trenzado y respiró profundo, miró fijamente a Noin y vieron como sus ojos se ponían blancos y luego lanzaban destellos azulados – tenías cinco años cuando tu padre, el excéntrico mayor Gilbert Noin te regaló de mascota un pequeño mono titi al que le diste por nombre manduco por la costumbre que tenía de ponerle la mano derecha en la oreja a las personas que se le acercaban, pero no pudiste tenerlo por mucho tiempo, tu padre falleció en un accidente aéreo y descubrieron que tenías un animal salvaje y se lo levaron a un zoológico y nunca más supiste de él.
- ¿Cómo lo sabes? Ni mamá lo supo.
- Tú lo recuerdas – le dijo Heero – son tus recuerdos los que está leyendo – se puso de pie – pero hay veces que no los controla por completo, es lo que pasó con los rollos que guardaba tu abuelo.
- ¿Qué son?
- Rollos del libro de los muertos – se estremeció el trenzado – vi cosas horribles cuando entré en contacto con ellos y he tenido muchas pesadillas por su culpa.
- Lamento mucho que se hayan tenido que enterar de todo esto, habíamos pensado que lo mejor era que no supieran nada y así no correrían peligro, sin embargo, vieron a los demonios y es necesario que sepan que el Apocalipsis se acerca – abrazó a Dúo hacia él – estén tranquilos, nosotros estaremos bien. Vamos, Dúo.
Dúo se puso de pie y siguió a Heero a la habitación que le habían dado a él, al entrar en contacto con Noin había entrado en contacto con el verdadero Dúo, sin embargo, este estaba en un lugar extraño y brumoso.
- ¿Pasa algo malo?
- Un mal presentimiento, podría decirse – se acercó al japonés y lo abrazó – no me agrada el rumbo de los acontecimientos, yo soñaba con que al despertar me encontraría con mi amor y todo sería paz y felicidad a su lado, pero nada de eso ha pasado, nos hemos visto envueltos en una guerra y ni siquiera hemos tenido tiempo de estar juntos, de hacernos cariño, apenas y nos hemos dado unos cuantos besos, pero nada más.
- Dúo, tú y yo sabemos que no tenemos todo el tiempo del mundo para dedicarnos a jugar, ya después podremos amarnos a nuestras anchas.
- Pero ¿y si no es así? ¿Y sí ellos consiguen matar a alguno de nosotros? Ya no podremos estar juntos, no habrá oportunidad...
- Amor – lo hizo elevar el rostro hacia él y vio sus ojos llenos de lágrimas y no pudo evitarlo, tomó sus labios en un cálido beso – sabes que te amo de todo corazón, que siempre seré sólo tuyo, no llores, por favor – volvió a besarlo está vez con más pasión.
Dúo separó los labios para permitirle el acceso a su boca y sintió como aquella lengua recorría sus rincones hasta encontrarse con su lengua. Cerró los ojos y se dejó llevar por sus emociones, sus manos que hasta el momento se aferraban a su espalda, subieron por la columna hasta llegara a su nuca y acercarlo mucho más hasta adueñarse del beso que los estaba dejando sin aire.
- Heero – gimió casi sin voz y este se sonrió apartándose un poco antes de volver a atrapar sus labios – te amo.
- Yo a ti – le respondió y comenzó a tironear la polera hasta sacarla del cinturón de los pantalones y así poder acariciar su piel desnuda – ¿Quieres? – le preguntó mirándolo a los ojos.
- Si – era ahora o nunca, se dijo y dejó que le quitara la polera mientras él intentaba lo mismo – eres hermoso.
- Nunca tanto como tú – le replicó y comenzó a acariciarle el pecho lentamente haciendo pequeños círculos alrededor de un pezón mientras sus labios acariciaban su rostro en suaves besos y se acercaban a su oído – eres lo más bello que hay.
- Heero – volvió a gemir cuando sus dedos traviesos atraparon el pezón erecto y comenzaron a frotarlo mientras sentía que sus piernas ya no lo sostendrían más tiempo, el japonés, previendo esto, se dejó caer sobre la cama y luego lo empujó hasta dejarlo de espaldas contra el colchón – me gusta.
- Me alegro – respondió deteniéndose un poco.
- Sigue, por favor.
Pero Heero sólo se había detenido a mirarlo y ahora sus labios comenzaron a descender por su cuello dejando un reguero de pequeños besos que le quemaban la piel hasta llegar al sonrojado pezón atrapándolo entre los dientes mientras su lengua jugueteaba con él. Dúo se sintió desfallecer y un violento espasmo sacudió su cuerpo mientras sentía que los pantalones estaban por estallarle,
- ¡Heero! – dijo acariciando sus hombros y sus cabellos.
Heero sonrió para sí y dejó que una de sus manos vagara por su costado acariciando la piel mientras Dúo contenía la respiración. Se enderezó un poco y volvió a besarlo en los labios antes de tomar el siguiente paso; tomó la hebilla del cinturón y la soltó, luego desabrochó los pantalones y comenzó a retirarlos llevando con ellos la ropa interior y se detuvo a medio camino al ver lo rojo que su amado trenzado estaba.
- ¿Estás bien?
Pero Dúo no le respondió, se quitó los zapatos y se termino de desnudar antes de tomarlo por los hombros y acercarlo a él.
- Es mi turno – le sonrió y lo acarició lentamente.
Pero Heero estaba ya al límite así que se quitó toda la ropa que traía y lo sentó en sus piernas mientras se acariciaban, pero ninguno en realidad se atrevía a dar el siguiente paso puesto que era su primera vez.
- Me gustaría decir que sé lo que hago – le dijo Heero – pero es la primera vez que hago esto y no quiero hacerte daño – le acarició la espalda lentamente.
- Yo he visto cosas – le dijo ruborizado – podría intentarlo y luego tú ¿OK?
- Vamos – lo besó en los labios y se recostó sobre la cama.
Dúo tomó aire y se colocó entre sus piernas, recordaba cómo lo hacían Zech y Traize, así que introdujo con mucho cuidado un dedo dentro de Heero para dilatarlo poco a poco mientras con su boca acariciaba su torso desnudo de arriba abajo y luego atrapaba entre sus labios el miembro excitado, le sabía a gloria aquella parte de su anatomía, su sabor salado le inundaba los sentidos mientras Heero se retorcía de placer olvidado de la invasión de sus dedos que ahora eran dos en su interior al que se le unió un tercero hasta que Dúo lo sintió lo bastante preparado para penetrarlo.
- Yo te amo, pero esto va a doler – se disculpó y se posicionó entre las piernas del japonés poniendo su miembro en su entrada y de un envión entró en él.
Un grito ahogado fue la respuesta de Heero, pero trató de relajarse al ver la cara de angustia de su trenzado. Le tendió los brazos y lo atrajo hacia él para atrapar sus labios en un beso.
- Te amo, Dúo, me había guardado para ti – le rodeó las caderas con las piernas y lo hizo hundirse más en él – hazme tuyo, por favor.
Dúo se sentía apretado en su interior, pero al moverse era tan placentero, pero no quería gozar a solas, así que atrapó entre sus dedos el pene de Heero y comenzó a frotarlo al mismo ritmo en que se movían sus caderas en un ir y venir tan placentero que ambos querían prolongar al máximo, pero que ya no podían detener.
- ¡Ah! – gritó Dúo sintiendo que no podía más y acabo derramándose en el interior de Heero. Casi de inmediato este lo imitó derramando su semilla en su mano sobre los vientres de ambos.
Con mucho cuidado Dúo se retiró de su interior e iba a colocarse a su lado para descansar un poco cuando vio que las piernas de Heero aún lo aprisionaban contra él.
- Quedémonos así un rato – le pidió y lo volvió a besar en los labios con un beso húmedo y apasionado, pero ya no tan salvaje como los anteriores...
Era una caverna oscura, pero las paredes parecían estar teñidas en rojo sangre, por allí caminaban de la mano Zech y Traize, llevaban con ellos los rollos que los demonios habían conseguido en Australia y el libro del Diablo, Traize había leído ya los rollos y sabía dónde y que demonios liberarían, sin embargo, para liberar a Babilonia debían realizar un ritual, necesitaban que un joven virgen dejara su semilla en su carne al momento de despertarla y, obviamente, no podía ser Traize ya que era amante de Zech y Miliardo, que, a pesar de ser una sola persona, eran dos seres distintos, así que habían preparado aquel ritual con ese chico que se parecía tanto al faraón llave.
- ¿Y si no fuera virgen?
- Simplemente Babilonia no despertará – se encogió de hombros.
- ¿Y que haremos para que le dé su semen?
- Es simple, mi querido Traize – lo atrajo hacia él – lo vas a tomar tú y lo harás acabar sobre ella – lo besó en la boca.
- Eso sería serte infiel – se negó en rotundo.
- ¿Infiel? – se burló Zech – es sólo una manera de obtener lo que deseamos.
- No lo haré.
- ¿Ni por mí? – le dijo transformándose en Miliardo.
- Con una condición – accedió finalmente mirando al muchacho trenzado que estaba inconsciente – él no me excita, no es mi tipo, así que vas a tener que hacer la mitad del trabajo antes.
- No juegues.
- ¿Por qué no un trío? Así lo podré tomar mientras me tomas.
- Necesito las manos libres para hacer el conjuro.
- Pero, Miliardo – insistió desviando la mirada, el rubio podía ser muy duro con él y peor cuando era demonio, pero no podía obligarlo a violar al chico, ni siquiera le gustaba ¿Cómo hacerlo si su herramienta no le funcionaba? – no va a resultar.
- Está bien – lo agarró pos las caderas y sin consideración alguna comenzó a frotarle el sexo por encima de los pantalones hasta dejarlo erecto pero adolorido.
- Eres muy bruto – se quejó pero lo besó en los labios con deseo.
- Debes hacerlo con él.
- La violación no es mi estilo – se quejó sin soltarlo.
- Sólo hazlo, después te compensaremos con creces – le dijo tomando su rostro entre las manos – además, él no se dará ni cuenta, su alma anda vagando en el reino de las sombras y no regresará por estos lados en un buen tiempo.
- ¿Me prometes no mirar?
- Déjate de niñerías – lo regañó molesto y Traize tuvo que hacer de tripas corazón y levantó al pobre muchacho y comenzó a tomarlo mientras frotaba su miembro tratando de imaginarse que se trataba o del potente y salvaje Zech o de su tierno y desenfrenado Miliardo hasta acabar mientras el semen del trenzado caía sobre la lujuriosa Babilonia que de inmediato se levantó y tomó entre sus labios rojos el miembro palpitante del joven tragando su semen. Traize se salió de él y se arrojó a los brazos de Miliardo avergonzado al máximo.
- Humanos – dijo ella sonriendo mientras se limpiaba la boca de los restos del semen – le importa demasiado el amor, deberían disfrutar más del placer de la carne ¿no crees, Miliardo?
- Bien, ya tienes lo que querías, Babilonia, ahora ve a hacer tu trabajo – le replicó con frialdad abrazando a Traize contra su pecho – necesito que traigas de regreso los cinco demonios que tienen los Guardianes de la Tierra.
- ¿Son chicos guapos? – dijo lujuriosa.
- Uno de ellos es idéntico a ese muchacho – le señaló y vio como se relamía los labios – dudo que consigas mucho de aquel, él tiene poderes síquicos y puede leer tu mente.
Dúo abrió los ojos y descubrió que Heero se había quedado dormido abrazado a él mientras tenía aquella visión, no le gustaba ver aquellas cosas, pobre Dúo, había sido violado y él no tendría ni idea, pero al menos así no sufriría. Sin embargo, por un lado era bueno, sabía que aquella mujer estaba libre y así podría evitar que alguno de ellos cayera en sus garras.
- Hace un poco de frío – le dijo Heero frotando su mejilla contra su hombro – ¿te gustaría que te diera un poco de calor?
- Claro – le ofreció los labios y volvieron a comenzar el juego...
El ataque a la casa de los WinnerAmanecía nuevamente en Qatar cuando Heero y Dúo aterrizaron en el patio de la casa de su rubio amigo, allí fueron recibidos por Rasid que los llevó a una habitación puesto que el trenzado estaba más dormido que despierto y les dijo que tan pronto el joven amo fuera a desayunar le avisaría de su presencia en la casa. Heero asintió y acostó a Dúo que se acurrucó de inmediato contra él. Cerró los ojos y lo acomodó contra su hombro, era delicioso saberlo sólo suyo, que esa tal Babilonia ya no tendría manera de llevarlo a la perdición, pero aún estaba preocupado por la pesadilla que había despertado a Dúo hacía unas horas.
- Te amo – le murmuró dormido.
- Hasta dormido hablas, corazón – le acarició la nuca con ternura – descansa sin pesadillas.
Dúo se acurrucó mejor y pasó el brazo por sobre su pecho y la pierna sobre las suyas para estar más cerca de su calor.
Quatre entró en el comedor junto con Trowa que le sonrió dulcemente pero que volvió a bajar la cabeza cuando entró Wufei detrás de ellos. Se notaba que el joven chino había pasado mala noche no sólo por la cara y las ojeras que traía, sino que por la manera tan cortante de responder.
- Amo Quatre, los jóvenes Heero y Dúo llegaron hace unas horas y están descansando en la habitación que le dio a este último – le informó Rasid – de seguro en un rato más están por aquí.
- Gracias, Rasid – le sonrió y se sentó a la mesa junto a Trowa.
- Así que trajo de regreso a ese resbaloso – dijo Wufei de manera agria – yo se lo daría a Babilonia para que se lo diera a su bestia.
- Wufei, Dúo es necesario para evitar que el mal se libere – le dijo Trowa divertido – y no creo que a Heero le gustara tu comentario.
- Me importa poco.
- ¿Qué te importa poco, Wufei? – le dijo el trenzado sentándose frente a Quatre y dejando el asiento a su derecha desocupado para Heero – buenos días, hace un bonito día ¿verdad?
- Te veo muy contento, Dúo.
- Es que las cosas se me han dado muy bien últimamente – se sonrió feliz – y mi mundo está color rosa, he pasado una noche maravillosa...
- ¡Cállate, Dúo! – lo interrumpió Heero pero sabía que el trenzado ya había dicho demasiado por la cara que puso Wufei al oírlo.
- Maldito – le gruñó Wufei dispuesto a matarlo.
Heero le dio un golpe en la cabeza a Dúo y lo atrajo hacia su pecho.
- Basta, Wufei, Dúo tiene algo que decirnos, y no sacas nada con pegarle, no solucionarás nada pegándole a mi hablador trenzado.
- ¿Qué cosa tienes que decirnos? – intervino Quatre tratando de desviar el tema.
- Miliardo y Traize liberaron a Babilonia esta mañana.
- Así que la bruja esa está libre – dijo Trowa.
- Y para liberarla le ofrecieron la semilla del verdadero Dúo – movió la cabeza – lo violaron al pobre, pero él no se va a acordar ni por broma de lo que pasó.
- San Miguel dijo que iba a tratar de tentarnos – dijo Wufei – y el que más peligro corre es Yuy.
- Esa mujer escarlata no le va a poner un dedo encima a mi Heero – dijo Dúo – ni a ninguno de ustedes, porque se las voy a presentar para que no los engañe ni trate de seducirlos – se puso de pie y se concentró en la imagen que había visto de la mujer.
- "Hola, guapo, espero que seas capaz de complacerme por completo" – dijo ella en una pose seductora agitando las pestañas como abanico.
- ¿A quién le habla? – dijo Wufei mirando bien a la mujer.
- No lo sé, pero si sé que se aparecerá por aquí, le encargaron que recuperara los demonios que nosotros tenemos.
- No será fácil el trabajo para ella si a ninguno de nosotros le gustan las mujeres – dijo Trowa en voz baja.
- Es verdad, pero podría usar a alguien más para tratar de llegar a los rollos, espero que nadie sepa dónde están.
- Los que recuperé en Hiroshima sólo yo sé donde están – dijo Wufei viendo como desaparecía la imagen de la mujer – y no pienso decirle dónde están.
- El que nosotros encontramos está a salvo y ni siquiera Quatre sabe dónde está – dijo Trowa.
- Y los que yo tengo, Zero los puso fuera del alcance de cualquier humano – dijo Heero – en ese aspecto están a salvo.
- Algo está mal – dijo Dúo pensativo – cuando le contábamos a la familia la historia que descubrimos de los guardianes, dijiste que había siete ángeles y que cinco de ellos son guardianes del infierno, entonces ¿Qué fue de Talguis?
- No lo sé, tal vez nosotros lo tengamos, pero es mejor no liberarlo, de inmediato se pondrá de parte de Zech y es casi tan poderoso como tu guerrero.
- Entonces, ellos tienen dos guerreros iguales a los nuestros – dijo Trowa – eso es mala señal aunque no tengan los rollos.
- Perdonen – dijo Dúo y salió corriendo del cuarto rumbo al baño con una mano en la boca y la otra en el estómago. Heero salió detrás de él y lo vio vomitar.
- ¿Qué pasa, Dúo?
- Alguien está tratando de usar el libro de los muertos en mi contra nuevamente – le dijo lavándose la boca y la cara – pero mi organismo se resiste.
- Debemos buscar una protección para ti – lo llevó de regreso al comedor – tal vez lo mejor sería preguntarle a San Miguel qué es lo que está pasando, de seguro Babilonia ya comenzó a hacer de las suyas en alguna parte del mundo.
- ¿Estás bien? – le dijo Quatre – estás pálido.
- No estoy nada de bien, no sé que me pasa, algo me tratan de hacer por medio del libro de los muertos, no estoy muy seguro.
- Llamemos a San Miguel – dijo Heero y dijo - ¡General! ¿Puede venir?
Casi de inmediato los cinco desaparecieron del comedor y aparecieron en el hangar dónde habían encontrado sus guerreros.
- Creo que es hora que conozcan algo más de sus guerreros – les dijo San Miguel – y así podremos averiguar qué es lo que traman esos demonios al usar el libro de los muertos para maldecir con la enfermedad a todos aquellas personas que tienen algún poder psíquico o paranormal.
- ¿Paranormal?
- Los que ven fantasmas y apariciones y cosas parecidas – le explicó Trowa.
- Al parecer junto con Babilonia se ha liberado la Enfermedad y la Hambruna, aunque no sé cómo es que no han liberado a Talguis.
- ¿Qué quiere decir? ¿Acaso no lo tenemos nosotros?
- No, Talguis no alcanzó a ser encerrado como Epión, él se escapó ocultándose entre los desterrados del paraíso. No es un demonio mayor ya que su poder como ángel no era del tipo guerrero sino que más bien era pedagógico, así que su rol en el destierro de todos ellos fue el de conocer los secretos de las siete llaves y entregarlas, luego de quitárselas a Zero, a su superior inmediato.
- ¿Y cómo pueden liberarlo?
- Por medio de un ritual no muy complicado que necesita de alguien que engañe a uno de los Guardianes de la Tierra y le robe algo muy preciado y haga llorar de rabia y de dolor a otro – miró hacia una pantalla gigante y vio a Babilonia seduciendo a los hombres poderosos y ricos del mundo – cuatro de ustedes corren peligro, Trowa y Quatre y Heero y Dúo.
- Se nota que yo no puedo hacer llorar a nadie – dijo Wufei – y por lo mismo no soy blanco para ellos.
- A ti podría intentar seducirte Babilonia – dijo San Miguel – aunque asegures que no te gustan las mujeres.
- Dúo ya nos mostró a la bruja esa, no me voy a dejar engañar por la resbalosa esa – le dijo.
- Bueno, ella suele ocupar trucos sucios – le mostró – ella se presentará ante cualquiera como esta persona quiera que sea, si le gusta rubia, será la rubia más hermosa y exuberante que hayas visto; si morena, morena, y si quieres un joven, será un excelso varón, incluso puede copiar la imagen de las personas amadas para seducir y una vez en sus garras, es bien difícil escapar de ella.
- A mí me daría pena que algo así te pasara, Wufei – le dijo Dúo preocupado – aunque tú no me quieras, yo te considero mi amigo.
- ¿Cómo te voy a querer si me haz quitado a la persona que amo? – Murmuró el chino molesto.
- ¿Qué dijiste?
- Que qué te importa – le replicó con violencia.
- No se peleen así ¿no ven que están en un recinto dentro del Paraíso? – Les regañó San Miguel.
- ¿Cómo iba a saberlo? El único brujo es Maxwell.
- Yo no soy brujo, soy síquico que es distinto – le replicó este molesto.
- No le hagas caso, te está provocando – le dijo Heero abrazándolo.
- Sí, protégelo Yuy, pero ese cabeza de alcornoque te va a traer problemas – le dijo Wufei cruzándose de brazos molesto.
- Déjalo es paz, Wufei – le dijo Trowa – comienzas a aburrirme con toda esta tonta pelea con Dúo.
- Tú no te metas, Barton.
- Wufei, vas a terminar dividiendo el grupo con tu tozudez – le dijo el arcángel en reprimenda – intenta controlarte, pequeño dragón.
- Bueno, mejor díganos a qué nos trajo aquí, San Miguel – le dijo Quatre desviando el tema.
- ¿Recuerdan los rollos de los guardianes? – ellos asintieron – hasta cierto punto ellos debían enseñarles a manejar sus guardianes, pero hay algo más que deben saber acerca de ellos, y es su historia.
Zero y Deathscythe, guardianes de las siete llaves del poder, amigos inseparables pese a ser tan diferentes, cuidaban la entrada a la bodega donde se guardaban las armas. Unas puertas más allá estaban Sandrock y Heavyarms, custodios de las trompetas del trueno, ellos también permanecían siempre juntos y se amaban profundamente. Nataku, el ángel solitario, dormía esa tarde la siesta luego de un arduo entrenamiento junto a San Rafael y San Gabriel, él quería ser un arcángel, pero era un papel difícil de lograr y debía esforzarse al máximo.
Sin percatarse casi de su presencia, Talguis averiguó qué era lo que tanto protegían Zero y Deathscythe y para qué servían, nadie sospechaba que él ayudaba al ángel más bello en su rebelión en contra del Padre y mucho menos se imaginaban que era el "otro" de Epión, quien era uno de los guerreros más poderosos y uno de los más ambiciosos ya que soñaba con derrocar a San Miguel y convertirse en el máximo general de las fuerzas celestiales, pero ello sólo se concretaría si el Padre era derrocado.
Lo único que debía hacer para probarle su lealtad a aquel ángel bello y malvado era entregándole aquello que le daría el poder que tanto ambicionaba, pero para ello debía burlar la vigilancia de Zero, dudaba que aquel ángel amigo suyo, que estaba perdidamente enamorado de él pero que no se atrevía a declarársele, fuera algo difícil de controlar. Habló con Epión y este le pidió a su seudo novio que fueran a caminar por las orillas del lago Amor. Con semejante propuesta, el ángel se alegró y aceptó gustoso, lo que angustió a su joven amigo, el ir a aquel lago sólo significaba una cosa, quería proponerle matrimonio. Por el mismo motivo, descuidó sus labores y le dio la oportunidad a Talguis que esperaba mientras él trataba de evitar que ellos se unieran.
Pero Epión se apresuró demasiado, pretendía tener a Zero antes de la boda y este, pese a amarlo, lo rechazó y trató de regresar a sus labores. Tratando de detenerlo el tiempo que necesitaba su amante para robar las llaves, intentó convencerlo que se había equivocado, que esperarían hasta la boda, pero Zero se negaba a escucharlo, había escuchado los sollozos de alguien detrás de los arbustos. Intentó enderezarse, pero el otro ángel lo detuvo.
- ¡Ya lo hice! – le gritó Talguis alejándose a toda velocidad.
Epión se levantó victorioso, tal vez no había conseguido profanar a Zero, pero había conseguido algo mejor y pronto, muy pronto, sería el general de todas las fuerzas celestiales y así se lo hizo saber.
Zero sólo se quedó en silencio, estaba tan herido que ni siquiera era capaz de derramar lágrimas, su corazón se había secado al oír sus palabras, usado, era lo único que podía pensar, que aquel bello ángel lo había usado para obtener lo que ellos guardaban. Entonces recordó a su querido amigo y ambos se abrazaron llorando, a uno lo habían engañado de frente y al otro le había llegado de rebote el mismo dolor, pero debían de recuperar las llaves antes que pudieran usarlas.
Regresaron a su casa y le contaron todo a sus amigos, Zero se sentía avergonzado por haber caído con tanta facilidad en las garras de aquel ambicioso, pero estaba dispuesto a lo que fuera con tal de recuperar las siete llaves del poder. Hicieron un plan muy cuidadoso pero sencillo, dos de ellos se infiltrarían y recuperarían las llaves, uno de ellos montaría guardia y los otros dos les darían un medio de escape.
Sin embargo, llegaron en muy mal momento, todos los traidores se encontraban reunidos en un lugar oscuro, cosa rara en el paraíso, y las llaves estaban en el medio, pero tenían una ventaja, ellos no querían compartir los poderes, todos querían adueñarse de todos y eso había armado tremenda trifulca entre ellos. Deathscythe se aprovechó del pánico y tomó las llaves y junto con Zero intentaron huir, pero al llegar junto a Nataku, alguno de los confabulados notó la ausencia de las llaves y los atacaron. Se defendieron como pudieron ya que, aunque ellos eran fuertes, eran demasiados. Sandrock y Heavyarms entraron a ayudarlos y pudieron dispersarlos un poco y regresar a la base, pero los primeros guerreros venían mal heridos, aunque conservaban las llaves.
- ¿Qué podemos hacer para evitar que las toquen? – dijo Deathscythe preocupado mientras Sandrock curaba las heridas de Zero – de otra manera van a intentar robarlas de nuevo.
- Debemos hablar con nuestros superiores antes que intenten destruirnos – sentenció Nataku – recuerden que les vimos a todos y que sabemos que preparan una rebelión en contra del Padre.
- Nataku tiene razón – dijo Zero – si toman a todos desprevenidos, van a hacer una terrible masacre.
- Pero eso significaría admitir que fallamos al proteger las llaves del poder – dijo Deathscythe.
- Es mejor que sepan que fracasamos pero que pudimos enmendar a que piensen que somos traidores – le replicó Zero.
- Esperemos que Epión no los haya acusado de entregar las llaves – les dijo Sandrock preocupado – ese infeliz ya le andaba metiendo ideas en la cabeza a San Rafael sobre nosotros.
Los cinco fueron con sus jefes con apenas tiempo para informarles lo ocurrido antes del ataque. San Miguel los miró preocupado y no los castigo, simplemente les pidió que sellaran las llaves dentro de siete rollos que sólo los humanos pudieran abrir y los guardaran y se unieran al resto del ejército.
Fue así como los ángeles de dividieron en buenos y malos, los que apoyaban al ángel más bello y el peor de todos, y los que apoyaban al Padre Santo. La lucha fue terrible y muchos ángeles buenos cayeron, pero el jefe de los traidores fue desterrado finalmente y los suyos, que pasaron a ser demonios, también. Epión fue capturado y encerrado en uno de los rollos por las súplicas de compasión de Zero, que lo seguía amando para dolor de Deathscyhte, y ellos, por haber permitido que los engañaran y no reaccionar a tiempo, también fueron castigados y obligados a custodiar las puertas del infierno para que aquellos seres que eran realmente peligrosos no llegaran hasta la humanidad y la destruyeran por completo. Habían aceptado el castigo con humildad, pues, al menos, habían conseguido detener las ambiciones de aquel traidor, por el momento.
- Y también supimos por qué él se rebelaba contra Dios Padre, Él amaba a aquellas frágiles criaturas que había puesto bajo nuestra custodia en el paraíso, muchos de los nuestros también lo hacían, pero él los envidiaba, su ira era tanta porque siendo aquellas criaturas tan pequeñas, sin poder, sin sabiduría, tan delicadas eran los preferidos del Padre que los odió, los odió tanto que los hizo expulsar del paraíso convenciendo a aquella serpiente que les dijera cosas.
- ¿Se puede saber qué era aquel fruto que les prohibieron comer?
- Aquel era el árbol de la ciencia del bien y del mal, hasta ese momento, ellos no sabían que había cosas malas, sólo conocían las buenas y era lo que hacían, pero al desobedecer, perdieron su inocencia.
- Pero ustedes no odian a los humanos.
- Los leales amamos a estas criaturas y envidiamos sanamente a los ángeles guardianes, ellos están siempre cerca de ellos cuidándolos como hacíamos nosotros cuando estaban en el paraíso, sin embargo, son pocos los humanos que pueden vernos, sólo lo hacen de pequeños, después, cuando pierden su inocencia, dejan de vernos y ya no piensan más en nosotros.
Quatre, repentinamente, sintió un profundo dolor en el pecho que lo hizo aferrarse al brazo de Dúo para no caer.
- ¿Qué pasa, Quatre? – le dijo el trenzado al verlo pálido y con la mano sobre el corazón.
- Mi casa... están... atacando... mi casa – tartamudeó – están... matando... a... mi gente.
- ¡Deben saber que no estamos en la Tierra y que aquella es nuestra base y piensan que allí están los rollos de los demonios! – Dijo Wufei exaltado.
- Traize debió abrir la boca – dijo Heero molesto – de seguro le preguntó a alguien si estabamos allí y le contestaron que sí, pero que en esos momentos no estábamos y por eso atracan. Debemos regresar.
- No puedo dejarlos ir sin que reciban su entrenamiento – les dijo San Miguel.
- Nos iremos igual – dijo Dúo molesto y los cinco desaparecieron de inmediato.
El cashba estaba cubierto en llamas, los hombres le disparaban a los demonios tratando de evitar que continuaran destruyéndolo todo a su paso, pero no les hacían ni cosquillas y ellos seguían destruyendo el lugar.
En eso aparecieron los cinco en le mismo lugar de dónde los sacaron y corrieron a defender el hogar de los Winner con sus guardianes. Heero y Dúo fueron por los que atacaban la casa principal, Trowa y Quatre para proteger el área en que estaban las mujeres y los niños y Wufei atacó a los que estaban del otro lado. Sin embargo, se llevó una sorpresa al ser atacado por otro guerrero muy similar al suyo y totalmente blanco, es su brazo portaba un escudo y llevaba una espada muy parecida a la de Zero. Retrocedió con asombro recordando a Talguis, así que el otro ángel de su tipo estaba libre aunque no era guerrero.
- ¡Yuy, Talguis está libre!
- Puedes con él, evita que tome prisioneros – le dijo.
Quatre y Trowa luchaban denodadamente por el otro lado cuando notaron algo raro, ¿por qué Epión se había quedado atrás sin atacar? ¿Acaso aquella era una trampa para ellos?
Heero consiguió vencer a varios demonios pero estaba siendo apartado de Dúo sin darse cuenta hasta que se topó de frente con Epión que no atacaba, simplemente lo esperaba. De pronto, abrió la cabina y su piloto cayó al suelo. Sin pensarlo dos veces, al ver la trenza, se lanzó tras él y lo recogió.
- ¿Dúo? – dijo mientras intentaba recordar las palabras de San Miguel sobre la liberación de Talguis: " Por medio de un ritual no muy complicado que necesita de alguien que engañe a uno de los Guardianes de la Tierra y le robe algo muy preciado y haga llorar de rabia y de dolor a otro", pero sus palabras no estaban cumplidas ¿o si?
- ¡Eviten que Heero se acerque al otro Dúo! – ordenó San Miguel.
El otro Dúo abrió los ojos al verse atrapado por los brazos de Heero y le echó los brazos al cuello al japonés que lo miraba sorprendido e intentó besarlo.
- ¡NO! – gritó el joven faraón usando sus poderes síquicos...
Dúo contra DúoEl americano sintió que era apartado por unos brazos invisibles con gran violencia de aquella hermosa aparición que lo había detenido y evitado que se golpeara ¿qué había sido? Aquel joven aún lo miraba asombrado, era hermoso, tal vez fuera el ángel que había partido a buscar a Egipto meses atrás y que no había encontrado aún, pero ¿qué había sido aquella fuerza que lo había apartado cuando justo iba a besarlo?
Quatre se volvió hacia donde Wufei luchaba contra Talguis y se asombró al ver que este desaparecía, pero se preguntaba quién era su piloto y por qué el verdadero Dúo conducía Epión ¿no se suponía que sólo podía tener conexión con un solo humano? De pronto también este desapareció dejando al joven trenzado frente a Heero que lo miraba preocupado, pero su hogar estaba ahora en ruinas y no veía a su padre por ninguna parte.
Deia se bajó de su guerrero apresurado de un salto y de inmediato se paró junto a Heero mientras bullía de ira contra el americano controlando a duras penas sus poderes, no iba a permitir que se acercara a su amado demasiado, eran idénticos y tal vez consiguiera confundirlo y robarle un beso, aquello liberaría por completo a Talguis y no podían permitírselo.
- ¿Qué intentas hacer, aprovechado? – Le reclamó furioso Deia, un aura roja parecía verse a su alrededor y Dúo se le quedó viendo fijamente ¡Parecían gemelos idénticos! – Ni creas que porque te pareces físicamente a mí me vas a quitar a mi novio – lo amenazó abrazando a Heero contra su pecho – ¡espero que te quede claro!
- ¿Es tu novio? – Dijo con tristeza.
- Claro que sí, es MIO – recalcó.
Heero movió la cabeza intentando despejarse, eran tan iguales físicamente que sería difícil diferenciarlos para cualquiera que los viera, incluso el timbre voz era el misma, que si no fuera por el cinturón dorado que el faraón llevaba en la cintura, recuerdo de su verdadero ser, no sabría cuál es cuál.
- Heero – le dijo Trowa bajándose también – debemos verificar los daños ocasionados por esos Demonios a la casa de Quatre – se quedó viendo a los dos trenzados que se miraban el uno al otro como midiendo sus fuerzas – ¿Dúo Maxwell?
- ¿Quiénes son Ustedes? ¿Cómo es que saben mi nombre? – Preguntó de repente ignorando al joven faraón acercándose a Heero mirándolo coquetamente lo que provocó que Deia se enfadara y usara todos sus poderes síquicos sobre él lanzándolo lejos.
- ¡YA TE DIJE QUE ÉL TIENE DUEÑO!
- Calma, corazón – lo abrazó Heero y lo besó en la mejilla.
- ¡Otro resbaloso! – Dijo Wufei fastidiado llegando al lado de ellos – si no era suficiente con uno, ahora hay dos.
- No me han respondido – dijo el americano sacudiendo sus ropas.
- Heero Yuy, Trowa Barton, Wufei Chang - dijo el primero – y Deia Mon.
- ¿Bromeas? Él tendría más de tres mil años - dijo señalando al otro trenzado.
- Me conservo bien – replicó el otro trenzado rodeando la cintura de Heero y apoyando su cabeza en su hombro – ¿Qué le pasa a Quatre?
- Su padre y su hermana mayor no están por ninguna parte – dijo Trowa – esos demonios lo destruyeron todo, sólo espero que no haya muerto nadie de la familia de Quatre, no me gustaría verlo perder la razón.
- Chicos – dijo el rubio apareciendo junto a ellos y fijándose en el americano – ¿Dúo Maxwell?
- Ustedes saben mi nombre ¿quién eres tú?
- Quatre Raberba Winner – se presentó.
- ¿Qué pasa, Quatre?
- Dicen mis hermanas que mi papá y mi hermana mayor salieron del cashba poco después que nosotros, que iban a la cuidad y que hemos estado ausentes alrededor de cinco horas, que ellas nos estaban preparando un gran banquete, pero que la comida se perdió.
- ¡Otra desgracia! – Dijo Wufei.
- A veces creo que piensas con el estómago, Wufei – le dijo Heero burlón y se volvió hacia Quatre – aparte de la comida ¿se perdió algo más?
- Los soldados de mi padre están tratando de volver a habilitar las líneas telefónicas y la antena para la radio y los celulares.
- ¿Por qué se habrán ido así los demonios?
- Es lógico, Talguis fue liberado temporalmente mientras ellos conseguían robarle algo a uno de los guardianes de la Tierra y hacían llorar a otro, sin embargo, se metieron con quien no debían y se olvidaron de mis poderes síquicos – dijo Deia – pero me las van a pagar todas juntas y por separado. Y tú – le dijo a Dúo – ni te atrevas a acercarte siquiera a mi Heero o te mato ¿entendiste?
- No te tengo miedo – lo enfrentó – eres tú quien teme que me prefiera a mí.
- ¡Ja! – Replicó apartándose de Heero – cómo si yo no supiera que te rechazaron hace unos meses allá en tu casa.
- ¿Cómo te atreves?
- Basta – dijo Heero volviendo a atraer hacia su costado a Deia – veamos mejor que podemos hacer por Quatre – ordenó.
En los terrenos donde antes estuviera el Cashba instalaron provisionalmente un campamento mientras Quatre intentaba contactarse con su padre luego que su gente reinstalara las antenas de radio. La tarde se había vuelto un mar de peleas entre ambos trenzados saliendo siempre ganador el faraón ya que podía usar sus poderes síquicos para adivinar qué haría el otro a continuación, sabiendo que pretendía, sólo que el mantenerse en alerta permanente lo tenía agotado y se había sentado junto a Heero y éste lo había hecho apoyar la cabeza sobre su regazo dado que estaban sentados en el suelo sobre un montón de cojines para cuidarlo y mimarlo un rato.
Wufei sólo los observaba en silencio, pero había terminado tomando partido por el faraón, al menos era menos hostigoso que el otro, era exasperante la manera en que insistía una y otra vez con eso de tratar de robarle un beso a Heero, al menos el otro se había tranquilizado un poco al ver que ya era suyo el amor del Japonés.
- Aquí hay dos parejas – detuvo Wufei a Dúo cansado ya de verlo molestando al japonés – Heero y Deia, Trowa y Quatre, el único libre aquí soy yo.
- Tú no me gustas.
- Y tú menos me gustas a mí – le replicó – sólo que ya me cansaste, eres enfermante ¿Acaso no te das cuenta que sólo haces el ridículo?
- Eres un entrometido.
- Eres un acosador, deja a Yuy en paz.
- Eres un antipático.
- Eres un buscapleitos.
- ¿A ti que te importa todo esto?
- Yo conocí a Yuy en la escuela y desde entonces lo protejo, tal vez no sea yo su novio, pero yo lo amo.
- ¿Y te lo quitó ese y te quedas tan tranquilo?
- Yuy nunca fue mío – replicó – él me quiere como hermano, nada más, y prefiero dejarlo así, pelear con ese trenzado es tiempo perdido, tiene sus poderes síquicos y si consigues hacerle algo, será Yuy quien se enoje y perderás igual, te lo digo por experiencia.
- Yo no me voy a rendir, nos parecemos mucho y tal vez piense que yo soy mejor que él.
- ¿Y si lo hace tan sólo porque te pareces a Deia?
- ¿Qué quieres decir?
- Tú mismo lo has dicho, te pareces mucho a él, así que sólo vendrías ser un reemplazo de la persona a la que verdaderamente ama.
- ¡Cállate!
- Bueno, es tu problema, no el mío, pero dudo que puedas llegar a confundir a Heero, es un tipo muy astuto y especial, él ya sabe cual es su amado trenzado y cual no – se levantó – más te convendría escucharme y perseguir a alguien que esté libre y que pueda amarte.
Heero acariciaba tiernamente los mechones de la frente de Deia mientras descansaban, su pobre faraón se veía agotado con todo ese pleito que el americano había decidido sostener con él, comprendía que tuvieran los mismos gustos ya que se parecían muchísimo, pero eran bien distintos al fin y al cabo. Su trenzado era distraído pero entregado, duro pero tierno, malo pero gentil, coqueto pero ingenuo y altanero y a la vez humilde. En cambio, el otro era más mundano, un tipo que se sabía los secretos de la vida social por libro y que de humilde no tenía nada, tampoco tenía respeto por la propiedad ajena, ya que él, si bien no era una cosa que se pudiera poseer, le pertenecía por entero al hermoso faraón.
- Deia – le dijo acariciando sus labios con el pulgar – me gustaría estar a solas un rato contigo, hay algo que quiero hacerte – le sonrió – el abuelo me regaló algo que me encantaría mostrarte.
- ¿En serio? – Le sonrió también – Deberíamos preguntarle a Quatre si podemos alejarnos un poco, si hay un lugar pacífico donde descansar y estar a solas los dos un rato, ese tipo ya me tiene hasta la coronilla con sus insinuaciones, estoy cansado de aguantarme las terribles ganas que tengo de matarlo, tal vez debieron dejar que Babilonia se lo diera de comer a su bestia.
- Oye, que si liberan a su bestia esa mujer se va a poner desenfrenada y quién sabe que va a ser de la humanidad luego.
- Ustedes se vienen conmigo – les dijo un ángel apareciendo frente a ellos y los dos desaparecieron frente a los ojos asombrados de Dúo.
- ¿Quién eres?
- Soy el arcángel de la sanación, San Rafael – puso su mano cuidadosamente en la frente del trenzado y este sintió como recobraba lentamente sus fuerzas.
- ¿Y por qué nos trae sólo a nosotros? Somos cinco, ¿recuerda? – le dijo el trenzado.
- Es por aquel joven, no quiero que uno de los guardianes mate un humano por muchos motivos que éste le dé, sería tu perdición.
- ¿Por qué lo dice?
- Es muy simple, ustedes sólo deben luchar contra los demonios, sus almas le pertenecen al infierno de todas maneras, pero todas las almas humanas son de Dios de todas maneras hasta la hora del juicio final, y si uno de ustedes mata un humano, a no ser que esté siendo controlado por uno de los guerreros infernales, lo envía de inmediato al infierno y se convierte en juez.
- "No juzgues, pues con la misma vara que juzgues serás juzgado" – dijo Heero – así estaríamos condenándonos nosotros a la hora del juicio ¿verdad?
- Pero ese tipo es desesperante – replicó el trenzado.
- Por eso los saqué y los llevaré a un lugar donde podrán estar a solas.
- ¡Gracias! – Sonrió Deia feliz mientras abrazaba a Heero.
Quatre entró en la tienda en que descansaban sus amigos y se encontró con que Dúo estaba solo, Wufei estaba afuera conversando con Trowa, pero Heero y Deia no se veían por ninguna parte ¿Dónde estarían?
- ¿Y los demás?
- Alguien vino y se los llevó, no sé quién era, pero desaparecieron.
- Entiendo – murmuró preocupado y fue por los otros dos – ¿Qué hacen afuera?
- No aguantamos a ese tipo – admitió Trowa cansado – es desesperante, el único tema del que habla es de Heero, aunque le digamos mil veces que él ya tiene dueño.
- Dice que desaparecieron, de seguro un ángel se los llevó para que los dejara en paz – dijo Quatre apoyando la cabeza en el hombro de Trowa – y Deia no lo matara.
- Tal vez deberíamos meterlo en un paquete y enviarlo de regreso a su hogar.
- Ellos vienen de allá, los meteríamos en un tremendo lío, Dúo me dijo que había presentado a Heero como su novio a la familia Maxwell.
- Debemos encontrar la manera de deshacernos de él sin que nadie se entere para que deje al mundo de una vez en paz – dijo Wufei – si lo dejamos en el desierto...
- Ni se te ocurra matarlo, podrías meterte en muchos problemas si llegas a hacerlo, no querrás convertirte en uno de los siete Jueces del final del tiempo – le dijo otro hombre apareciendo frente a ellos y sonriendo tranquilamente – fue mi hermano, el arcángel San Rafael, quien se llevó a los otros, así que ustedes ahora se vienen conmigo – y desaparecieron, reapareciendo en un rincón del paraíso.
- Que bonito – dijo Quatre admirando el lugar.
- ¿Lo reconocen? Aquí nacieron los siete ángeles guardianes – les mostró todo el lugar – cada uno de ellos nació de una hermosa piedra, pero dos de ellas fueron contaminadas por la ambición del ángel caído sin que el Padre se diera cuenta.
- ¿Por qué nos trajo aquí, San Gabriel?
- Para evitar que se transformen en jueces y verdugos, si lo hacen podrán en riesgo sus almas para cuando llegue el juicio final.
- ¿Sólo por querer deshacernos de ese estorbo? – Dijo Wufei – creo que prefiero cien veces a Deia, al menos él se preocupa por todos y no sólo por él mismo como hace este otro.
- Él debería pilotear a Deathscythe, realmente es su nombre el que está escrito en el libro de la vida, pero también está el de Deia Mon a su lado.
- El problema con él es su forma de ser – dijo Trowa – quiere a toda costa ser el centro de atención de Heero y cuando no lo consigue provoca a Deia y de paso a nosotros.
- Bueno, deben tener en cuenta que siempre ha sido siempre consentido por su familia y sus hermanas mayores, que casi siempre ha obtenido todo lo que ha deseado y siempre se lo han dado sin luchar, por lo tanto, es una gran novedad para él encontrar preocupaciones y alguien que se oponga a sus deseos.
- ¿Qué vamos a hacer mientras?
- Descansar un poco – les sonrió y los dejó solos.
- ¡Espera, yo no voy a hacer de violinista! – Le gritó Wufei siguiéndolo mientras Trowa y Quatre se miraban sonrojados.
- Está bien, acompáñame.
Deia permanecía sentado junto a un hermoso lago en donde nadaban hermosos cisnes tan blancos como la nieve mientras Heero se recostaba en su regazo y se dormía. Ambos estaban muy relajados y a gusto así, en silencio y en paz, aunque al trenzado le estaba costando sobremanera mantener el silencio, había tantas cosas que le podía preguntar a su amado y que le podía decir pero sabía que no debía romper aquella paz que en esos momentos disfrutaban, por lo mismo le sorprendió cuando Heero se enderezó y se apoyó en su pecho mirándolo preocupado.
- Estás muy silencioso, amor – le dijo acariciando su costado – ¿Estás bien?
- No quería molestarte, Heero – le acarició una mejilla sonriendo – te ves tan hermoso así dormido – lo besó en los labios – te amo tanto que duele.
- Eres un poquito exagerado – le replicó y le rodeó el cuello con los brazos acercando sus labios a los del trenzado – pero te entiendo, me pasa lo mismo.
- Heero, quisiera preguntarte algo.
- ¿Dime?
- El otro Dúo ¿te gusta? Nos parecemos mucho en más de un sentido y sé perfectamente que se ha encaprichado con tu persona, eres un joven muy guapo y a cualquiera le has de gustar, pero necesito saber qué es lo que tú piensas, si yo soy tu favorito, si no pretendes dejarte engañar por su coquetería, si en algún momento, dado el caso, nos podrás diferenciar uno del otro...
- Cállate, Deia – lo besó en los labios – te amo a ti.
- Pero...
- Nada, amor, sé que los puedo diferenciar perfectamente, tienes un algo que él jamás tendrá, una chispa que enciende mis sentidos y que en él nunca estará. Se pueden parecer demasiado físicamente y tener la misma voz, pero él no tiene tu esencia, tu aroma, ese algo que me hizo enamorarme perdidamente de ti – le explicó mientras se acurrucaba de nuevo en su pecho – nunca podrá engañarme con facilidad, su personalidad dominante me repele y me molesta, así que deja de usar tus poderes y descansa.
- Eres tan lindo – lo abrazó y se recostó contra el pasto – me alegro que hayas sido tú quien me despertó de mi sueño milenario, es muy fácil amarte.
- Estaba escrito que fuera yo – le sonrió cerrando los ojos – recuerda que alguien encontró la pirámide mucho antes que yo pero, antes de encontrarte, hubo una tormenta de arena que hizo desaparecer tu pirámide y no te pudo despertar.
- Me gusta estar así contigo, descansar a salvo de todo, sin nadie que nos moleste, pero me gustaría... – se sonrojó.
- A mí también – le sonrió Heero.
- ¿Qué fue lo que te dio el abuelo?
- El kamasutra.
- ¿Qué es eso?
- Es un libro muy especial, una especie de manual de los rituales sexuales, trae explicadas muchas poses para hacer más sensualmente el amor. Algún día podremos hacer realidad nuestras fantasías, allá en mi hogar, a nuestras anchas y los dos solos, sin nada que nos moleste y sin más preocupaciones que nuestro amor
- Espero que llegue pronto, no quiero tener que convertirme en guerrero de las fuerzas celestiales para exterminar a los demonios y librar a la humanidad.
- Durmamos un rato, después iremos a buscar a San Miguel para hacerle algunas preguntas – le ordenó y se durmieron en la posición en que estaban mientras el sol los calentaba tenuemente.
Quatre estaba sentado tranquilamente en la orilla del hermoso lago de aguas claras con los pies desnudos en el agua fresca, llevaba los pantalones enrollados hasta las rodillas y miraba a su amado hincado a su lado pero fuera del agua.
- El agua está tibia – le dijo sonriendo dulcemente – anda, siéntate a mi lado – le pidió golpeando levemente el pasto – por favor.
- ¿Te das cuenta lo tentador que me pareces así? – Trowa lo miraba fijamente – me dan ganas de comerte.
- ¡Trowa! – Le reclamó sonrojado – por favor recuerda dónde estamos.
- No creo que le moleste a nadie. Además – le mostró el otro lado del lago – mira a esos dos, se ven tan tranquilos dormidos abrazados que dan envidia ¿Cómo sabes si ya lo hicieron? Además, Dios mismo es amor.
- Pero dudo que hayan hecho algo más que descansar, Deia se veía agotado– le dijo mirando el agua viendo su rostro rojo en el reflejo – sólo disfrutan de la paz del lugar.
- ¿Y tú no tienes sueño? – Le dijo abrazándolo por la espalda apoyándolo contra su cuerpo – podríamos imitarlos ¿sabes?
- Me gusta el agua.
- Está bien – aceptó Trowa suspirando un tanto molesto mientras se sentaba a su lado quitándose los zapatos, los calcetines y enrollándose los pantalones hasta la rodilla – todo lo que sea por darte gusto, Quatre.
- Gracias – le sonrió éste apoyando su cabeza en su hombro lo que obligó a Trowa a pasarle el brazo sobre los hombros para estar más cómodos – me encanta estar así contigo, siempre eres amable y dulce conmigo, me siento a gusto a tu lado, es como tener un paraíso personal el que me abraces y me des tu calor y tu aroma, sentir tu sabor y saber que es sólo mío...
- Te has contagiado demasiado con el trenzado loco ese ¿sabes? – Le levantó el mentón y lo besó con ternura – te amo, todo lo demás no importa ¿no crees?
- ¿Te estás quejando? – Le dijo juguetón mientras una mano traviesa bajaba por su pecho y se posaba juguetonamente sobre su sexo abultado – ¿Ves? Ya estás excitado.
- Siempre me pasa cuando estás tan cerca – le dijo avergonzado tratando de apartar su mano desde aquel lugar – desde que te conocí en Italia supe que serías mi único amor.
- Eres muy dulce – le dijo frotando un poco por encima de la ropa.
- ¡Quatre! – Lo detuvo y miró por encima de su hombro – pueden vernos.
- Están dormidos.
- Pero podríamos despertarlos.
- Malo – se apartó – Y tú que decías que ellos lo habían hecho y ahora te avergüenzas.
- No es eso – le dijo justificándose – sabes que podemos despertar a todo el paraíso si hacemos el amor.
- ¿Me acusas de escandaloso?
- Ambos lo somos – admitió y se recostó el pasto arrastrándolo con él pero manteniendo los pies dentro del agua – por eso te amo.
Wufei miraba inspeccionando todo el lugar, era interesante todo aquello que le enseñaba y explicaba San Gabriel, el lugar tenía de todo, cualquier cosa que se le ocurriera lo podía encontrar allí, excepto armas, esas permanecían siempre guardadas en una bodega especial bajo tierra custodiadas férreamente para así evitar problemas.
- Tengo una duda – se paró frente a la ventana del pasillo principal del edificio del comando central – allí hay dos ángeles custodiando una puerta – señaló a los seres – y hay dos más del otro lado ¿por qué?
- Esa es la puerta que une el Cielo con la Tierra, y esos no son ángeles, son querubines, hay una gran diferencia entre ambas especies.
- ¿Cuáles?
- Bien, los ángeles tienen forma humana, aunque son mucho más grandes, algunos tienen hermosas alas blancas, pero pueden ir y venir entre tu mundo y el nuestro, aunque sólo nos ven los niños y los humanos que están por morir muy pronto, cuya muerte no tiene remedio y los traen aquí. En cambio, los querubines son y serán los eternos guardianes de la vida y la muerte, ellos son los protectores del reino. Los ves pequeños aún en comparación de los humanos, parecen bebés, pero su poder es inigualable, ellos pueden lanzar fuego por la boca y sus miradas queman, así que lo mejor es no provocarlos, a nadie les gustaría verlos realmente enfadados como pasó cuando echamos al ángel caído de aquí.
- ¿Y cómo entran las almas al paraíso?
- Supongo que sabes que aquí llegan a un gran salón donde las almas deben rendir cuentas – el chino asintió – ese lugar es el purgatorio, allí hay un enorme libro en el que aparecen los nombres de los que van llegando, si el nombre no aparece tan pronto el alma lo señala, su alma no entra al paraíso y es enviada a las tinieblas a que espere la llegada del juicio final.
- ¿Cómo es que nosotros nunca hemos pasado por allí si ya hemos venido varias veces?
- Es muy simple, mi querido Wufei, ustedes están vivos en la Tierra y en parte son ángeles porque controlan a los Guardianes y no necesitan pasar por allí para llegar hasta aquí, aún no llega el momento en que deban rendir cuenta de sus actos y tal vez ni lo tengan que hacer jamás, el simple hecho de ser ángeles blancos los libera de ello.
- ¿Cómo que ángeles blancos?
- Cada uno de sus guerreros era un ángel blanco, así que, al convertirse en su mente y corazón, han pasado a formar parte de nuestras legiones. Pero siempre debes tener en cuenta que no cualquier humano puede alcanzar esta bella categoría, solo cinco ángeles buenos pudieron bajar a la Tierra a defenderla del mal y encarnaron en humanos, que son ustedes.
- Dime algo ¿Por qué Maxwell estaba en Epión?
- Zech no es ningún tonto, sabe bien que Talguis no es guerrero y que necesita, por lo tanto, un corazón de guerrero, tal vez se lo pudo dejar a su amante, pero él le dio algo a Zech que no permite que este lo vuelva un demonio de verdad, creo que su lado humano aún no desaparece por completo y tal vez lo ama
- Pero ¿cualquiera puede controlar a Epión?
- No, necesita una persona fuerte, alguien que se mantenga firme en sus decisiones, que no se deje llevar por las emociones y piense con la cabeza en vez del corazón acerca de los actos que realizará, que mida los alcances y las consecuencias de sus actos...
- Necesita a alguien como Yuy ¿verdad?
- Por eso debemos mantenerlo alejado de él, Zero no es nada en comparación con él. Epión es malo de adentro y, por muy bueno que sea el corazón de su piloto, estamos casi seguros que influirá en él y lo convertirá en lo que él es.
- Puede que haya influido en Maxwell y por eso sea tan insoportable – le dijo y lo siguió hacia otras salas.
El cielo acababa de teñirse de un extraño color rojo.
A la distancia se escuchaban voces y la ruptura de los sellos de un enorme rollo. El Cordero degollado estaba frente a él y cuatro seres vivientes estaban a su alrededor. El primero llamó con voz de trueno al romperse el primero de los siete sellos y apareció un caballo blanco; el que lo montaba tenía un arco, le dieron una corona y partió como vencedor y para vencer.
Al romperse el segundo sello, el segundo ser viviente se adelantó y llamó también, a su llamado acudió otro caballo, esta vez de color rojo fuego. Al que lo montaba se le ordenó que desterrara la paz de la Tierra y se le dio una gran espada para que los hombres se mataran los unos a los otros.
Al romperse el tercer sello acudió al llamado de otro ser viviente un caballo negro cuyo jinete portaba una balanza
Al romperse el cuarto sello acudió al llamado del cuarto ser viviente un caballo verdoso, cuyo jinete era la muerte y detrás de él iba una sombra, el hades, y se le dio el poder para exterminar la cuarta parte de la humanidad por medio de la espada, el hambre, la peste y las fieras.
- ¡LOS CUATRO JINETES DEL APOCALIPSIS HAN SIDO LIBERADOS! – Exclamó Deia aterrado sentándose mientras Heero lo abrazaba contra su pecho – ¡LOS OTROS SELLOS TAMBIÉN SERÁN ROTOS!
- Tranquilo – le dijo Heero, aquello significaba algo, se había terminado su tiempo para regresar a Epión y a sus demonios a dónde pertenecían...
Los jinetes del ApocalipsisCuando abrió el cuarto sello, oí el grito del cuarto Ser Viviente: "Ven". Se presentó un caballo verdoso. Al que lo montaba lo llamaban Muerte, y detrás de él iba otro; el Mundo del Abismo. Se le dio poder para exterminar a la cuarta parte de los habitantes de la Tierra por medio de la espada, el hambre, la peste y las fieras. (Ap. 6: 7 – 8)
Deia permanecía aterrado, temblaba mientras ocultaba el rostro en el pecho de Heero que trataba de calmarlo pese a que sabía que las palabras de su trenzado eran ciertas y que lo que vendría a continuación era la destrucción de gran parte de la humanidad que no había sido marcada por las huestes de Dios.
- ¿Qué fue lo que gritó? – le dijo Trowa alarmado acercándose a ellos junto con Quatre.
- Se han abierto los sellos que guardaban a los jinetes del Apocalipsis, eso significa que nuestro tiempo se ha acabado – respondió Heero – debemos buscar a San Miguel para que nos diga que va a pasar de ahora en adelante.
- ¿Y Wufei? – Dijo el trenzado mirando finalmente a sus amigos – ¿no lo trajeron acaso?
- Se fue con San Gabriel, dijo que no pensaba hacer de violinista – admitió Quatre sonrojado.
- Entonces, debemos ir por ellos – Heero se puso de pie y ayudó al trenzado a imitarlo – puede ser una visión de futuro y no de presente.
- Nunca he soñado con el futuro – le dijo.
- Pero ahora estamos en el paraíso y aquello que me has narrado que viste se encuentra narrado en el Apocalipsis, son visiones de un hombre santo que de seguro se encuentra en uno de los sectores de este lugar esperando la hora de resucitar.
- Quisiera poder creerte.
- Al fin los encuentro – le dijo un ser con alas pero con aspecto de ser un bebé – Las puertas del paraíso a vuestro mundo han sido abiertas y nosotros debemos unirnos a los ejércitos celestiales de San Miguel, pero ustedes tienen un nuevo destino y el general los necesita junto al libro de la vida. Vengan conmigo.
Los cuatro muchachos siguieron al pequeño Querubín y este los dejó junto a un reluciente y enorme caballo blanco con hermoso adornos dorados.
- Gracias, Qeber – le dijo San Miguel y se volvió hacia los guerreros mientras éste se alejaba – Supongo que saben que cuatro de los sellos están rotos y que ahora viene el justo enojo del Hijo – ellos asintieron luego de mirarse entre sí – bien, su deber ahora es ayudar a los Cuatro Querubines que bajarán a la Tierra a marcar a todos los hijos de Dios, todos aquellos que sean marcados tanto por ellos como por vosotros serán salvos, pero habrá quienes intenten detenerlos e intenten destruir a los querubines.
- ¿Qué ha pasado?
- Al romperse los primeros sellos se han roto los que aprisionaban a los demonios más fuertes del infierno y ahora ellos tienen libertad de hacer lo que quieran.
- ¿Y qué fue de los que estaban sellados en los rollos?
- También están libres, pero con ellos se libertará también la gran bestia de la marca y vendrá un falso profeta.
- Regresaremos a la Tierra ¿verdad? – dijo el trenzado.
- Cada uno de ustedes irá acompañando a un Querubín – le dijo San Gabriel – ellos pondrán la marca del cordero a los elegidos mientras los Guerreros encargados de hacerle daño tanto a la Tierra como al mar se detienen, pero eso no significa que los demonios no intenten detenerlos o confundir a los humanos para que nieguen a Dios.
- Ahora ya no habrá más paz ¿verdad?
- Hasta la hora del juicio final – asintió – Heero irá con Qeber, Dúo y Quatre con Saldair, Trowa con Mistifín y Wufei con Desiré, cada uno de ellos lleva una larga lista con los nombres de los elegidos, son doce mil por cada tribu de Israel, en total 144 mil, pero muchos otros más también serán salvos si sus nombres aparecen en los libros que ustedes han de custodiar – se volvió a su hermano – Gabriel, entrégales sus nuevas armas y llévalos de regreso.
- ¿Qué va a ser de nuestras familias? – Le preguntó Quatre preocupado a San Miguel.
- No te preocupes, pequeño, nadie que los ame y que ustedes amen morirá, todas tus hermanas se encuentran ya a salvo en el paraíso, igual que buena parte de la familia de Wufei y la hermana de Trowa.
- ¿Y los Maxwell? – Preguntó el trenzado.
- Ellos no son tu verdadera familia, no sé qué vaya a ser de ellos, lo siento. Ahora, vayan a cumplir su nueva misión y no se rindan, recuerden que van en nombre de Dios y que nadie puede convencerlos de hacer mal.
Gabriel los guió a la bodega y les entregó a cada uno una espada diferente.
- Heero Yuy, la espada del valor; Wufei Chang, la de la justicia; Trowa Barton, la de la sabiduría; Quatre, la de la esperanza; y Dúo, la de la alegría. Tan pronto su trabajo haya concluido, deben regresar las espadas a San Miguel – le entregó a cada uno una espada.
- Entendido.
- Otra cosa, no dejen que ellas sean contaminadas con el odio o la desesperanza, estas espadas son parte de aquella que terminó por desterrar al ángel caído del Paraíso, una dañada y quedará por completo inutilizable.
Los cinco jóvenes desaparecieron y reaparecieron en donde estuviera por años el hogar del rubio en Qatar, allí había mucha gente tratando de recoger todo del suelo y Quatre se angustió por ellos.
- Recojan a sus guardianes y marchémonos de inmediato – dijo uno de los querubines volando alrededor de Heero – aquí pueden contaminarse.
- Espera – dijo Queber abriendo su libro – aquí hay cincuenta hombres de la tribu de Gad y debo marcarlos para que no los dañen, creo que los llaman Maguanac y sirven a los Winner que también fueron marcados por ser de la misma tribu.
- Bien, mientras antes empecemos, mejor.
- Debemos dividirnos en continentes.
- Imposible, los elegidos de las tribus están repartidos por todos lados y cada uno tiene a los doce mil de cada tribu y tres de las tribus de Israel – miró su libro leyendo algunos lugares – debemos apresurarnos, los ángeles se han detenido al sentir nuestra presencia en este mundo, pero ni Babilonia o algún otro de los demonios liberados se han detenido y siguen llevando a la perdición a los hombres.
- Epión se acerca – dijo Deia mirando las montañas arenosas – y Talguis viene con él ¿Qué es lo que quieren ahora? Los demonios han sido liberados de los rollos, ya no los necesitan.
- El corazón de un guerrero de la Tierra – dijo Saldair preocupado – a Talguis lo puede conducir cualquiera, pero Epión necesita la fuerza de un corazón fuerte y decidido, en este caso, cualquiera de ustedes puede ser, sin embargo, él es peor que Zero en este aspecto ya que él puede robar el corazón y convertir en zombie a su piloto a no ser que este sea un demonio.
- Y nosotros somos ángeles ¿verdad? – Le dijo Quatre.
- Si, pero ellos en algún momento también lo fueron – dijo Mistifin – lo que les daría una sola oportunidad de destruirlo.
- ¿Cuál es el plan? – dijo Wufei.
- Para poder cumplir con nuestro deber, debemos destruir a varios demonios – dijo Desiré – entre ellos a los que han usado el corazón de otros ángeles que les han brindado sus corazones con amor.
- Y Epión es uno de ellos ¿Verdad? Por su culpa Zero perdió su verdadera forma y encarnó en un humano, pero se endureció con la experiencia.
- ¿Quieres decir que nosotros somos las encarnaciones de esos ángeles? – dijo Deia asombrado.
- Así es, por eso sólo ustedes pueden controlarlos.
- Pero Epión fue controlado por Dúo – dijo Wufei.
- Es un demonio, no un ángel – le recordó Saldair – además, no perdió su alma, sólo necesita un corazón puro para liberarse y convertirlo en su esclavo.
- Bien, están marcados, ahora nos vamos, Heero – dijo Qeber.
- Es mejor que nos separemos, aún si nos topamos unos con otros o visitamos los mismos lugares uno detrás del otro, haremos más rápida nuestra labor, en especial si no hay elegidos de alguna tribu en algún lugar.
Deia se volvió hacia Heero y lo abrazó, tenía un mal presentimiento respecto a la siguiente vez que se vieran, así que se despidió con un beso. Quatre lo miró y lo imitó besando a Trowa también.
- Que desgracia que yo no tenga quien me despida – dijo Wufei e iba a subirse a su guerrero cuando alguien lo detuvo por un brazo – ¿Maxwell?
- Cuídate mucho, Wufei – lo besó y se marchó corriendo avergonzado.
- ¡VUELVE AQUÍ, GRINGO LOCO! – le gritó asombrado.
- No hay tiempo, Wufei – le dijo Desiré apresurándolo – debemos irnos de inmediato, ya después podrás averiguar qué es lo que piensa.
- Wufei tiene novio al fin – dijo divertido Deia y se subió a su guerrero sonriendo – a ver si ahora se olvida de mi Heero.
Los demás se subieron a sus guerreros también y se separaron en dirección a los cuatro puntos cardinales.
- Nos reuniremos en el paraíso – dijo Qeber guiando a Heero hacia el norte.
Dúo y Quatre siguieron a Saldair rumbo al sur, Trowa siguió al Mistifin al occidente y Wufei a Desiré a oriente.
A Heero le tocó visitar los países nórdicos, habían recorrido gran parte de Gran Bretaña y Europa y ahora estaban recorriendo el norte de Rusia, llevaba una cuenta bastante grande de elegidos marcados, pero faltaban muchos aún para llegar a los 36 mil que debían marcar, lo único bueno es que aún no se topaban con algún demonio ni nada parecido, aunque sí se habían topado con Babilonia en Amsterdam bebiendo con algunos ingenuos gobernantes, de seguro luego los haría tener relaciones con ella. Pero lo que más le llamaba la atención a Heero era la gran devastación de los países, se notaba que por allí habían pasado los Jinetes del Apocalipsis dejando su sombra de destrucción.
- No te angusties, los justos, los que creen en el Padre y en el Hijo pasarán esta dura prueba – le dijo el querubín.
- Pero ¿qué fue lo que pasó?
- Cuando el Cordero rompió el sexto sello se produjo un gran terremoto y no me refiero únicamente al movimiento telúrico, sino que también algunos figurativos que hicieron a muchos caer. Además, debes recordar el paso de los Jinetes, uno de ellos trae la guerra consigo y es casi tan dañino como el último.
- Cada Jinete representa algo ¿Verdad?
- Así es, pero ellos dañarán solo a los impíos, el problema es para nosotros que también los demonios interfieren, lo que ayuda a los Jinetes a destruir más y más humanos, tengo miedo que sólo los marcados se salven al final.
Deia y Quatre viajaban por África junto con Saldair, ellos habían tenido que enfrentar a dos demonios menores que acosaban varios pequeños poblados y los habían destruido, sin embargo, ellos habían vuelto más tarde a buscar pelea de nuevo y los había agotado.
- Deben usar las armas que obtuvieron con las llaves – les dijo el querubín viendo que se agotaban – eso los mandará al mar de fuego y azufre y no podrán regresar.
Deia sacó su arma extendiendo las negras alas de su guerrero lanzándose contra aquellos demonios que insistían en volver a la carga contra ellos. A uno lo partió en dos de arriba abajo y a otro en diagonal, pero un tercero lo atacó por la retaguardia y consiguió hacerle un enorme agujero en el estómago antes que Quatre pudiera destruirlo.
- ¡Deia! – gritó preocupado – ¡no te mueras!
- Malvados demonios, con las puertas de los abismos abiertas la única manera de destruirlos era mandarlos al lago de fuego y azufre – dijo Saldair.
Quatre se salió del guerrero y abrió la cabina de Deathscythe para ayudar a su amigo que apenas y respiraba mientras tenía un boquete en el estómago como su guerrero.
- ¡DIOS MIO! – lo sacó con cuidado y asustado – ¿qué le voy a decir a Heero cuando sepa lo que le pasó a su amado? – miró al querubín – dime ¿no puedes ayudarlo?
- Esa es capacidad sólo del arcángel de la sanación y él no puede venir hasta aquí si el Padre no se lo ordena así.
- Llevémoslo entonces al paraíso – le pidió.
- No podemos regresar allí sin haber cumplido nuestra misión – le dijo él.
- Pero si Deia muere ¿quién va a pilotear a Deathscythe? – lo miró molesto.
- El verdadero Dúo.
En eso una potente luz blanca llegó hasta ellos y una voz de trueno señaló:
- Deathscythe, regresa al paraíso con tu piloto.
Quatre y apenas alcanzó a bajarse y este desapareció.
- ¿Qué fue eso?
- El faraón ha muerto – susurró apenas pero Quatre sintió el terrible dolor en su pecho y gruesas lágrimas comenzaron a brotar, no por el trenzado, sino por aquel que lo amaba.
Trowa se detuvo en medio de la pelea que sostenía contra aquella horrible bestia, sentía una terrible angustia en el pecho, como si a su pequeño Quatre le hubiese pasado algo malo. Preocupado, disparó con la metralleta y destruyó a la bestia antes de seguir su camino junto al querubín que seguía marcando gente.
- ¿Qué pasa, Trowa?
- No lo sé, algo le ha pasado a Quatre y está llorando, mi corazón lo siente desgarrarse de pena.
- No podemos hacer nada por ahora, debemos seguir adelante, apenas y llevamos 10 mil marcados de los 36 mil que son.
- Lo sé, pero ¿no podemos comunicarnos con él?
- Lo siento, ello nos tomaría tiempo y no lo tenemos, los cuatro pilares no podrán contener por mucho tiempo el azote del mar y del viento contra el planeta, debemos apurarnos, si lo hacemos pronto podrás ir a ayudarlo.
Trowa transformó a Heavyarms en avión y comenzó a volar en la dirección que el querubín le señalara, pero no podía olvidar el terrible dolor que llevaba en el pecho por no poder ir a socorrer a su amado.
- Animo, Trowa, no dejes que la desesperanza contamine tu corazón.
Wufei luchaba denodadamente contra aquellos demonios, ellos no eran nada para él, eran unos debiluchos que no sabían ni pelear, aunque comenzaba a darse cuenta que al poco rato de deshacerse de ellos volvían a aparecerse frente a él aunque no hubiesen mejorado sus fuerzas.
- ¡Déjate de jugar, Wufei! – lo regañó Desiré molesta – usa los brazos de dragón para mandarlos al lago de fuego y azufre y que no regresen más.
- Muy bien, muy bien, no te enfades – le dijo y extendió uno de los brazos destruyendo a uno de los demonios que no volvió a aparecer, al otro le dio con la lanza y lo partió en dos – esto es muy aburrido.
- Sigamos nuestro camino, aún nos falta mucho camino por recorrer y muchos humanos por marcar.
- ¿Y se puede saber cuantos llevamos?
- Veamos – miró el libro que portaba – doce mil, la tercera parte.
- ¿Una tribu completa?
- No, son de diferentes tribus.
- Sigamos, tengo hambre y no la podré saciar hasta que terminemos nuestra tarea ¿verdad?
- Así es, Wufei, debemos cumplir primero, todo lo demás deberá esperar.
Heero se detuvo en su lucha, ya se había desecho con el cañón láser de muchos demonios, pero había algo en el aire, un algo que le apretaba la garganta y lo llenaba de deseos de llorar. Sin embargo, apretó los labios y continuó luchando contra los demonios, no podía rendirse, ya les faltaba poco para terminar su labor y regresar al paraíso y recostar su cabeza en el cálido pecho de su trenzado. El sólo pensamiento le oprimió aún más el pecho y las lágrimas brotaron sin control.
- ¿Heero? – dijo Queber preocupado – ¿por qué lloras?
- No lo sé – dijo quitando las lágrimas de su rostro con el antebrazo – creo que algo le pasó a Deia, no estoy seguro.
- Ya nos falta poco para terminar – dijo el querubín mirando el libro – nos quedan seis mil elegidos y podremos irnos.
- Lo sé, pero no puedo dejar de llorar, siento este terrible dolor en el pecho – se puso la mano sobre el corazón – y tengo miedo, no sé de qué.
- Vamos, sigamos nuestro trabajo – le ordenó y se alejaron del lugar mientras los demonios destruidos desaparecían para siempre.
Heero volvió la mirada hacia el este donde sabía que Quatre y Deia estaban luchando, pensó en establecer la comunicación con ellos, pero para ello tendría que detenerse y eso sería perder tiempo valioso.
- Perdóname, Deia, pero tan pronto termine con misión iré por ti – sin embargo, las lágrimas no cesaron de brotar por un buen tiempo.
Quatre volaba a gran velocidad llevando con él a Saldair que ya estaba por acabar su trabajo, en aquel apartado lugar de Groenlandia estaban los últimos elegidos que debían marcar, era un lugar al norte del mundo y no quería toparse con ninguno de sus compañeros ¿cómo explicarles lo acontecido? De seguro Heero jamás le perdonaría que no hubiese evitado que mataran a su amado trenzado ¿cómo se iba a atrever a mirarlo siquiera a los ojos de ahora en adelante?
- Deja ya de preocuparte – lo regañó el querubín – y de mirar el radar esperando ver aparecer a Zero, quizás ya terminó su labor y se encuentra ya en el paraíso entregando de regreso los libros de Queber.
- Es que tú no entiendes – dijo Quatre dolido – a mi no me importa quién va a pilotear de ahora en adelante a Deathscythe, sino los sentimientos de Heero, él va a sufrir mucho y me culpará a mí de la muerte de Deia.
- Mira, no podías hacer nada y no fue tu culpa que aquellos demonios montoneros los atacaran a la mala y por detrás – lo regañó – ahora estamos por terminar y no tenemos tiempo de estarnos preocupando por cosas que ya no tienen remedio.
- De seguro vas a ser tú quien le explique las cosas a Heero cuando nos veamos – le replicó – como se nota que tú eras un guardián interior de las puertas del paraíso.
- ¿Cómo sabes que lo era?
- Porque no conoces la manera de comportarse de los humanos – le dijo y se detuvo – es mejor que terminemos de hacer nuestro trabajo antes de toparnos con nadie, aún si no tienen comunicación con Heero me van a preguntar por Deia al no verlo con nosotros y no sabré que decir sin ponerme a llorar.
- Está bien, sólo nos faltan unos mil elegidos para terminar.
Heero miró el radar de Zero y se preocupó al ver que sólo le mostraba a Sandrock y no estaba Deathscythe. Amplio la señal lo más que pudo pero no lo mostraba cerca de allí. Miró a Queber siguió volando, le faltaban unos pocos elegidos para terminar su labor y estaban en el mismo lugar donde estaba Quatre. Preocupado aceleró lo más que pudo, le daría alcance para preguntar por su amado.
Wufei estaba cansado y hambriento, pero allí en el desierto australiano estaban los últimos elegidos que debía marcar Desiré y pronto podrían regresar al paraíso a descansar un poco y comer. En esos Nataku le dio la señal que otro de los guerreros se acercaba al lugar al que viajaba.
- ¡Hola, Barton! – le dijo abriendo la comunicación con el latino.
- Hola, Wufei – le contestó desanimado – ¿cómo van?
- Supongo que bien, ya casi terminamos de marcar a los elegidos, nos faltan unos pocos cientos ¿y a ustedes?
- También nos falta poco.
- Entonces ¿por qué la cara de funeral?
- Estoy preocupado por Quatre, lo sentí llorar y aún está angustiado, lo sé.
- Debemos terminar primero antes de ir a averiguar qué es lo que le pasa – le dijo Mistifin fastidiado – El Padre debió enviarnos solos a hacer este trabajo.
- Mi querido Mistifin, has pasado mucho tiempo junto a Saldair, te has puesto igual de insoportable que él – le dijo Desiré – se nota que son guardianes del interior del Paraíso. Los humanos son criaturas sensibles y bellas, recuerda que el padre los hizo a su imagen y semejanza. Además, nosotros tenemos prohibido usar nuestros poderes en la Tierra y no habríamos podido hacer nada contra los demonios que intentaron detenernos en el camino.
- Eres terrible – le dijo molesto – pero yo obedezco al Padre.
- ¿Y qué crees que están haciendo ellos? – lo regañó – es hora de terminar nuestro trabajo para regresar al paraíso, un día en este mundo es suficiente para mí, ahora me conformaré con verlo a la distancia, aunque lo dudo, quien sabe que misión nos den ahora que paraíso esté en la Tierra.
- ¿Y por qué los eligieron a ustedes si los ángeles de la guarda tienen más contacto con los humanos? – les dijo Trowa.
- Por lo mismo, los humanos son su gran debilidad y de seguro los marcarían a todos para salvarlos y estar para siempre con ellos.
- Eso no puede ser tan malo ¿no?
- Es que sólo los limpios de corazón pueden entrar en el paraíso – le explicó Desiré – los otros deben limpiar sus corazones y para ello deben pasar por el juicio Final.
Siguieron su camino hacia un pequeño poblado de cuidadores de canguros y comenzaron su labor sin las interrupciones de los demonios.
Heero se detuvo a esperar que Queber marcara a los elegidos vigilando constantemente el radar, no había demonios cerca, pero Quatre había comenzado a moverse nuevamente en dirección contraria a donde él estaba, sentía que lo estaba evitando y sin esperar que el querubín terminara su labor fue detrás de él, no sabía por qué pero tenía el extraño presentimiento que él intentaba escaparse de explicarle la desaparición de Deia.
- ¡Oye, no puedes abandonarme! – le gritó Queber siguiéndolo – ¡ya terminé y podemos regresar al paraíso!
- Quatre está cerca, pero mi Deia no está, quiero saber por qué – siguió su camino hacia Quatre intentando comunicarse con él, pero éste no le respondía ni se detenía.
- ¡Perdóname, Heero! – dijo el árabe desapareciendo mientras gruesas lágrimas caían por su rostro – perdóname tú que yo no puedo hacerlo.
- ¡Se han ido al paraíso, allí podremos alcanzarlos! – le dijo el querubín al verlo detenerse - ¿Lloras nuevamente?
- ¡DEIA! – gritó con el alma desgarrada y comenzó a llorar más fuerte.
- Regresemos al paraíso, allí estará tu amado – puso su mano en el hombro del guerrero y los dos desaparecieron...
Paraíso de pasiónEse rincón del paraíso no era el mismo lugar que había visitado la vez anterior, aquí sólo se veían animales de todas clases retozando en paz y armonía, las fieras salvajes no prestaban mayor atención a los animales más pequeños, algunas aves hasta descansaban sobre los lomos de aquellos que podrían considerarse sus más feroces cazadores.
- Este lugar, Deia, es para los destinados, sólo aquellos con alma de niños conocerán el paraíso y eres uno de los primeros.
- ¿Estoy muerto acaso?
- No, no estás muerto – le sonrió el ángel – yo te traje aquí para que San Rafael te curara.
- ¿Quién eres? – le dijo percatándose recién que no era uno de los ángeles conocidos.
- ¡Ay, Deia! – se rió con una risa blanca y cristalina – Soy tu ángel de la guarda desde el momento que despertaste.
- ¿Un ángel de la guarda?
- Todos los humanos tienen uno desde el momento de su nacimiento, sin embargo, al perder la inocencia de la primera infancia, dejan de vernos y se olvidan de nosotros, pese a ello, nosotros los amamos profundamente y los seguimos cuidando hasta la muerte.
- ¿Todos lo tienen?
- Claro, incluso aquellos que no creen en Dios tienen uno – lo abrazó contra su pecho.
- Oye, mi corazón es de Heero – se apartó ruborizado.
- Lo sé, yo amo a su ángel de la guarda, pero él prefiere cuidar a Heero que mirarme siquiera un minuto – se lamentó – al menos con ustedes aquí tendré tiempo de coquetearle un poquito.
- Oye, ¿pero ustedes se la pasan siempre con nosotros? – le dijo poniéndose rojo con la idea.
- Bueno – le sonrió sonrojándose también – cuando los humanos intiman nosotros solemos irnos por algunos minutos, no queremos "espiarlos", por así decirlo, pero hay ocasiones en que no lo hacemos.
- ¿Cómo cuales?
- Cuando son a la fuerza – admitió – no podemos hacer nada, pero estamos allí, es una de las más dolorosas labores que nos encomiendan, es terrible ver como los humanos dejan de creer en ti cuando les viene un revés en la vida, pero allí estamos.
- Si no estoy muerto ¿qué hago aquí?
- Te secuestré. San Gabriel debe cumplir ahora una misión en la Tierra, San Miguel no sabe que estás aquí y tampoco San Rafael está, él fue llamado a la presencia del hijo y quién sabe cuando regrese.
- ¿Por qué haces eso?
- Para obligar a Heero a venir aquí con su "dulce" ángel de la guarda.
- Oye, se supone que ustedes son buenos – lo regañó el faraón.
- No lo hago por maldad, es para que estés con Heero sin que nadie los interrumpa – le sonrió – ¿a qué no te gusta mi idea? Yo sé de un rinconcito en el que podrán estar solitos y hacer lo que quieran.
- ¡Pervertido!
Quatre permanecía silencioso oculto bajo la mesa de San Miguel esperando que llegaran los demás, no quería enfrentarlo, no quería aceptarlo, aquello sólo significaba que le había fallado a Heero y a sí mismo.
- Muy bien, Saldair, terminaste pronto tu labor, pero dime ¿qué pasó con Deia?
- Un terrible percance, mi general, Quatre y él combatían a los demonios y ellos regresaban una y otra vez, así los tuvieron que mandar al lago de fuego y azufre para librarse de ellos – el arcángel asintió – pero los tomaron por sorpresa y le hicieron un hoyo en el estómago a Deathscythe, Quatre quería regresar para que San Rafael lo curara, pero alguien desde aquí lo llamó y ambos desaparecieron, me temo que está muerto.
- ¡No! – dijo Heero que venía entrando acompañado de Queber y se puso pálido agarrando al querubín de las alas – ¡Deia no puede estar muerto!
- Pero es que tenía tamaño agujero en el estómago, era difícil que sobreviviera – le replicó tratando de liberarse – no fue nuestra culpa.
- ¿Dónde está Quatre, no me irás a decir que lo perdiste también?
- Claro que...
- ¿Dónde está Quatre? – entró preguntando también Trowa al no ver a Quatre y que venía acompañado de Wufei.
- ¿Y Mon?
- Dice que está muerto – respondió Heero llorando soltando al querubín y saliendo de la sala.
Quatre se encogió aún más en su escondrijo, el dolor de Heero era enorme, sus sollozos lo desgarraban y le provocaban un profundo y desquiciante dolor en el pecho.
- ¿Quién se murió? – dijo Trowa asustado al no ver a Quatre por ningún lado.
- Deia – le dijo San Miguel moviendo la cabeza – Quatre, es mejor que salgas de allí, tu novio está preocupado por ti – le dijo agachándose bajo el escritorio pero este no se movió y se encogió aún más – está así desde que llegaron – vio como los querubines se iban – antes que desaparezcan, sepan que los cuatro están castigados.
- ¿Qué? – dijeron los cuatro al mismo tiempo deteniéndose.
- ¿Por qué? – preguntó Desiré.
- Los ángeles no deben llorar, y dos de ellos han llorado y ustedes no han hecho nada para impedirlo, en especial tú, Queber, y tú, Saldair, ellos son y serán más importantes que cualquier misión.
- Pero el Padre...
- Ustedes saben como detesta que sus criaturas amadas sufran – les recordó – y por eso se quedarán de custodios a las puertas del purgatorio.
- Está bien – dijo Queber – yo pude haber ayudado a Heero a saber que pasaba, que era lo que lo hacia llorar, me merezco el castigo – se retiró.
- Lo siento, Trowa, yo pude hacer que fueras a consolar a Quatre y no pensé en tu corazón, perdóname – dijo Mistifin – también me lo merezco – se retiró.
- Yo no sabía nada, pero también pude haber llevado a Wufei a apoyar a Heero y no lo hice – dijo Desiré – también me lo merezco – se retiró.
- Y como la mayor parte de la culpa es mía – dijo Saldair – soy quién más se merece el castigo, perdónenme, chicos – se retiró.
- Debemos velar por Heero ahora – dijo Trowa metiéndose bajo la mesa y sacando a Quatre de allí echo un ovillo – no te pongas así, mi ángel, no sufras.
- ¡Yo no pude ayudarlo! – lloró amargamente ocultando su rostro en el pecho del latino – si yo hubiese estado atento...
- San Miguel – entró un hombre mayor de vestimentas muy sencillas, nada en comparación con las vestimentas de los bellos ángeles – el joven que buscan se encuentra en el sector alfa del paraíso, pero debo decirles algo, sólo uno de ustedes puede entrar allí con la ayuda de su ángel de la guarda – se retiró.
- ¿Quién era? – dijo Quatre habiéndose calmado casi por milagro sintiendo en su interior una gran paz.
- Ni se imaginan quien es – dijo el arcángel – Él no suele pasearse por estos lados con mucha frecuencia.
- Pero ¿quién es ese viejito? – insistió Wufei.
- Es el Padre Eterno – dijo Trowa asombrado – ¿no es así?
- Sí, es Él, pero no crean que siempre anda así, es sólo una forma que Él puede tomar, por algo es Dios.
- Vamos por Heero – dijo Quatre aún abrazado a Trowa – Él nos dijo que sólo uno de nosotros debe entrar con su ángel de la guarda y quien mejor que Heero, así se sentirá mejor.
Heero estaba sentado llorando sentado en las orillas del lago que antes visitara con Deia, allí habían estado tranquilos y contentos, pero ya no estaba con él. De repente una idea iluminó su mente, se enderezó, y se dijo que estaba actuando como un tonto. San Gabriel les había dicho que ellos no debían esperar el juicio final ya que, siendo ángeles, tenían reservado un lugar en el paraíso, así que su trenzado debía de estar en algún lugar por allí. Respiró profundo y se puso de pie sólo para estrellarse con un ángel que lo miraba fijamente.
- Deia no está muerto – le dijo muy serio – de ser así, su ángel de la guarda estaría cesante y lo tendría molestando a mí alrededor, lo conozco bien, dice que, cuando al fin todo termine, podremos estar juntos toda la eternidad.
- ¿Quién eres?
- Tu ángel de la guarda, por supuesto, y tengo la desgracia que, tal como el trenzado te ama a ti, su ángel de la guarda me ame a mí.
- Pero yo amo mucho a Deia.
- ¡No se lo digas a nadie! – le rogó – no quiero que él se entere que yo también lo amo a él, no me dejaría en paz un minuto.
- ¿Por qué no te había visto antes?
- No muchos humanos pueden vernos, son pocos los que conservan esta facultad cuando crecen y pierden su inocencia, creo que ahora puedes verme porque quiero consolarte y no hay otra manera.
- Gracias, me siento mejor.
- ¡Heero! – lo llamaban sus amigos y este se volvió hacia ellos sin darse cuenta que ellos no podían ver a su ángel de la guarda – ¿estás bien? Nos dijeron que Deia está en el sector alfa del paraíso.
- Yo sabía que tenía que estar en alguna parte – dijo Heero más tranquilo.
- Nos dijeron que debes ir por él con tu ángel de la guarda – le dijo Trowa.
- ¿Por dónde?
- Es mejor que me sigas a mí – le dijo su ángel – ellos no lo saben, yo he estado antes allí, he llevado a varias personas a ese lugar, generalmente no están mucho tiempo allí porque es un lugar preferencial, sólo los más puros de espíritu pueden llegar a ese lugar.
- Dúo es inocente como un niño pequeño, no creo que haya un mejor lugar para él – dijo – vamos.
- Creo que a Yuy se le safó una tuerca – dijo Wufei al verlo caminar hacia un ascensor que parecía tocar las blancas nubes.
- Alguien lo acompaña – le dijo Quatre – lo puedo sentir, aunque no podamos verlo, tal vez sea su ángel de la guarda.
- Bueno, no nos queda más que esperar ¿verdad?
- Wufei, puedes regresar a la tierra si quieres – le dijo San Miguel – allá hay alguien que te espera ansioso.
- ¿Por qué, me estás echando?
- Es que te está llorando – le dijo y se lo llevó – ¿o es que quieres hacer de violinista de esos dos?
- Entiendo – aceptó y regresó a la Tierra.
Deia estaba sentado a la sombra de un árbol mirando el diáfano cielo azul mientras esperaba que llegara Heero, su ángel guardián le había asegurado que vendría, pero ya comenzaba a aburrirse de esperarlo.
- Al parecer la paciencia no es una de tus virtudes – le dijo el ángel sentándose a su lado – como tampoco es una de las mías – le sonrió – pero ellos vienen en camino, lo presiento.
- ¿Estás seguro? – lo miró.
- Completamente, aquel es su aroma – aspiró profundo – espérame un momento, voy por ellos y regreso.
- No me moveré de aquí.
- No debería dejarte solo... – murmuró mientras se alejaba volando. A los pocos metros se encontró con Heero y su ángel y se le echo encima a este último – sabía que vendrían – lo besó mientras este trataba de quitárselo de encima.
- No seas tan efusivo, qué van a pensar de nosotros – logró quitárselo.
- ¿Dónde está Deia? – le dijo Heero divertido.
- Ven, es por aquí, se estaba aburriendo de esperar – se sonrojó y abrazó de nuevo a su ángel – yo también.
Heero los dejó atrás al reconocer la trenza de su amado y corrió a abrazarlo y besarlo con ansiedad.
- ¿Por qué no puedes ser tú así conmigo?
- No estoy tan loco.
- Si él quiere a Deia, tú debes quererme mí, es la ley.
- Te quiero, pero eres demasiado efusivo, demasiado empalagoso para mi gusto.
- Pensé que te gustaban los chicos dulces – hizo un puchero.
- Eres enfermante ¿sabes? – le levantó el mentón y lo besó en los labios para que no llorara – los ángeles no deben llorar ¿recuerdas? Te amo – y lo volvió a besar – dejemos a ese par solos, no creo que les pase algo estando en tan lejano rincón del paraíso – se lo llevó.
Heero abrazaba con fuerza a Deia mientras este ocultaba su rostro contra el pecho de él ocultando sus lágrimas, estaba tan feliz que Heero lo amara tanto como para irlo a buscar que no podía contenerlas. Él le levantó el rostro para besarlo en los labios y las notó.
- ¿Por qué lloras?
- Porque soy inmensamente feliz, te amo.
- Yo a ti – le rodeó el rostro con ambas manos – y estamos solos – le señaló rodeándole el cuello – esos dos se aman y se odian, pero ahora nos dejaron a solas en un lugar al que casi nadie viene y que nadie visitará por ahora porque están ocupados.
- ¿Podemos... podemos hacerlo? – le preguntó ruborizado.
Heero, en vez de responderle, comenzó a besarlo lentamente por el rostro mientras sus manos vagaban delicadamente por su espalda acariciando suavemente sus contornos. Deia se sonrió y le rodeó la espalda con los brazos atrayéndolo más hacia sí.
- ¿Crees que alguien se enoje si hacemos el amor aquí?
- Mi ángel me dijo que a eso veníamos, que mientras estuviéramos en este rincón del paraíso nadie nos vería ni nos interrumpiría – le sonrió – el sector alfa es el séptimo cielo, el más glorioso de todos, y el lugar dónde llegaran únicamente aquellos tan puros de espíritu que sean merecedores de ver a Dios.
- ¿Y Él?
- Está ocupado con lo del Apocalipsis ¿recuerdas? – le apartó la chaqueta del hombro mientras le besaba el cuello – y tenemos su permiso para estar aquí, él nos dirá que destino tendremos después, ahora disfrutemos ¿sí?
Deia sonrió y comenzó a corresponder las caricias desvistiendo y acariciando también lentamente a su amado. Se besaban apasionadamente, nada más importaba que el aquí y el ahora, piel contra piel, su aroma impregnando el cuerpo del otro.
- Heero, empieza tú – le rogó y este asintió bajando lentamente por su pecho, acariciando, pasando la lengua y succionando los pezones erectos, bajando por los firmes músculos del vientre hasta llegar al ombligo. Allí se entretuvo un momento mientras le quitaba los pantalones y los boxer tomándolo por la cinturilla y bajando lenta y sensualmente la ropa aprovechando de acariciar y dejar pequeños besos por las piernas – Heero – gimió extasiado.
Heero sonrió y comenzó a ascender por la parte interna de las piernas recorriéndolas con manos y boca hasta llegar donde el miembro orgulloso de su amado lo esperaba altivo y palpitante. Lentamente lo recorrió con la punta de la lengua hasta llegar a la punta donde comenzó a pasearla haciendo que el trenzado se estremeciera de placer, ambas manos lo tomaron y comenzaron a recorrerlo jalando suavemente la piel y luego lo tomó entre sus labios.
- ¡Heero! – gemía retorciéndose de placer mientras sus manos se hundían entre los cabellos del japonés que lo continuó torturando hasta hacerlo acabar.
Deia respiraba agitado, aquello era tan delicioso que tomó a Heero por los hombros y lo empujó hacia atrás para poder hacerle lo mismo.
Trowa y Quatre se dirigieron hacia un sector privado luego de comer, la cama era grande y blanda, "perfecta para dormir o hacer el amor", pensó Trowa mirando a su pequeño rubio que se sentaba en ella y luego de quitarse los zapatos se acostaba en ella. Lo imitó, pero apoyó la cabeza sobre su pecho y comenzó a abrirle la camisa lentamente para disfrutarlo.
- Trowa, no – le dijo deteniendo sus manos.
- ¿Por qué no? – le sonrió – estamos en una habitación a solas, la cama es grande y cómoda ¿por qué no aprovecharla? Te apuesto que Heero y Deia, donde sea que estén, se disfrutan el uno al otro ¿por qué nosotros no?
- Ellos están autorizados – intentó evadirse.
- Nosotros también lo tenemos – le dijo terminando de abrir por completo la camisa del árabe – ¿por qué crees que San Miguel se llevó a Wufei? – le sonrió acariciando levemente una tetilla que de inmediato respondió a su contacto – ¿o es que acaso ya no quieres estar conmigo? – le dijo tomándola entre sus labios.
- ¡Trowa! – gimió y terminó por rendirse – te amo.
- Yo a ti – le sonrió y comenzó a desvestirlo y acariciarlo lentamente – me gusta tu sabor y tu aroma, son lo más dulce que hay.
- A mí me gusta el tuyo – respondió él acariciando sus cabellos.
Las caricias lentamente comenzaron a hacerse más apasionadas, torturaban la piel del otro con ansiedad y deseo, los besos subían y bajaban por todos lados dejando leves marcas en la piel que parecía arder con el fuego de sus besos, de las caricias de sus manos, el roce de piel contra piel.
- Hazme tuyo, Trowa – le pidió casi sin voz.
- Como... quieras – respondió entrecortadamente mientras comenzaba a acariciarle la espalda con los labios y hundía un dedo en su recto para preparar el camino – te duele mucho ¿verdad, Corazón?
- No, sigue, por favor.
Trowa le permitió acostumbrarse a su invasión antes de introducir un segundo dedo y continuó moviéndolos lentamente de adentro hacia afuera hasta conseguir introducir un tercero y moverlo fácilmente.
- Estoy listo – le dijo Quatre sintiendo que su cuerpo no aguantaría más – ¡Tómame ya!
- Claro, amor – y se colocó en la posición correcta tomándolo por la cintura para poder entrar lentamente en su cuerpo para no hacerle daño.
- ¡Trowa! – gimió Quatre al sentirlo en su interior, sentía como lentamente iban volviéndose uno solo, pero aquella tortura comenzaba a volverlo loco, así que se hizo hacia atrás y sintió que entraba en él por completo tocando puntos muy sensibles en su interior y un ligero grito escapó de sus labios – ¡Ah!
- Quatre – se asustó y trató de retirarse, pero este volteó su rostro hacia él y le sonrió con las mejillas arrebatadas – Amor ¿estás bien?
- Sigue, Trowa, quiero más, mucho más – se movió hacia adelante y luego hacia atrás sintiendo un gozo infinito.
- ¡Quatre! - gimió y se dejó llevar por el movimiento del rubio.
Heero descansaba un momento con la cabeza sobre el pecho del trenzado que aún respiraba agitadamente por las acciones pasadas, se notaba que no tenían la misma resistencia, se dijo pensativo y comenzó a acariciarlo lentamente de nuevo sólo por donde alcanzaban a llegar sus manos, pero era suficiente teniendo en cuenta que lo principal estaba al alcance de sus dedos.
- Heero, sigamos – le pidió en voz baja.
- Claro, mi pequeño faraón – le sonrió y atrapó sus labios en un nuevo dulce y apasionado beso mientras sus dedos recomenzaban el camino de la pasión.
Deia sentía que todo giraba a su alrededor y se detenía con cada beso que su amado le depositaba sobre la ardiente piel, a cada roce sensual en su carne y el firme pero suave agarre de su miembro de nuevo despierto. Heero había vuelto a bajar a su vientre para prepararlo, tocando y acariciando su hipersensible piel, separándole cuidadosamente las piernas y preparando el camino haciéndolo que se olvidara del dolor de la penetración de sus dedos mientras lo masturbaba con la otra mano y sus labios. Cuando ya lo tuvo listo, regresó a su boca sin soltarlo y lo penetró lentamente, pero Deia quería más, lo rodeó con las piernas y lo hizo hundirse profundamente en él y dejó escapar un sonido de éxtasis.
- Te amo, Heero – le dijo en los labios.
- Yo a ti, mi faraón, yo a ti – y comenzó a moverse lentamente provocando fuertes y deliciosas sensaciones en el cuerpo del trenzado, pero también despertando extraños recuerdos que este tenía olvidados...
El pasado del faraónEl joven príncipe despertó sobresaltado, había tenido un extraño sueño, un sueño lleno de imágenes muy vívidas y llenas de erotismo que habían hecho palpitar su corazón de manera alocada y que también había despertado sus hormonas, lo podía ver en sus ropas manchadas con su semilla. Pero ¿qué había sido? ¿Quién era ese joven que acariciaba su piel con tanta delicadeza?
- Su Alteza – le dijo uno de los guardias entrando en la habitación manteniendo la mirada en el suelo, no podía ver a su amo a los ojos o moriría – el faraón desea verlo de inmediato.
- ¿A qué se debe el apuro? – apartó la ropa cubriendo sus partes pudientes.
- Quiere que usted vaya a Tebas a buscar un cargamento especial, un reino vecino le ha enviado a su alteza un grupo de esclavos y su señor padre dijo que escogiera usted mismo quiénes podrían servirlo en su casa y quienes enviaría a trabajar a las canteras – le informó.
- Está bien, que preparen mi carro mientras me visto – ordenó fastidiado y lo vio salir, de inmediato se vistió y fue al salón de conferencias a despedirse de su padre.
- Estás molesto, Deia – afirmó el faraón divertido al verle la mala cara.
- Dispones de mí como si yo no tuviera otras ocupaciones que cumplir – replicó.
- ¿Cómo sabes si uno de los esclavos nuevos te gusta? – le dijo divertido.
- Ojalá, o me vas a tener que encontrar la manera de compensarme por este viaje ridículo – le dijo y se retiró sin acordarse ni de comer – podría estar el joven con el que sueño – sonrió al fin y se subió a su carro sin mirar al auriga que conducía.
El viaje fue bastante agotador, en especial teniendo en cuenta que no había comido antes de salir de palacio. Lo primero que hizo fue pasar a la casa del gobernador a comer mientras este le informaba que los esclavos habían llegado esa mañana a la ciudad, en total eran 30, ocho de ellos eran jóvenes y uno de ellos tenía gran cantidad de habilidades, pero no habían conseguido hacerlo hablar ni a la fuerza.
- Yo me encargaré de averiguar su edad y su nombre – dijo él y lo siguió a las bodegas donde estaban los esclavos y él comenzó a revisarlos uno por uno – estos dos, envíalos a mi casa, los otros servirán para el trabajo de las canteras, se ven muy fuertes – miró a su alrededor contando a los esclavos – falta uno.
- Perdón, Alteza, lo tuvimos que encerrar en una celda especial porque rompió las cadenas que lo apresaban.
Deia entró en la celda y vio al muchacho cabeza gacha con grilletes no sólo en los tobillos, sino también en el cuello. Sintiendo lástima por aquel joven viendo lo golpeado que estaba, se acercó a él y le levantó el rostro para verlo a los ojos.
- ¡Dioses! – gimió asombrado, era el joven que aparecía en sus sueños – libéralo de inmediato – ordenó furioso y el gobernador obedeció asustado de inmediato – pobrecito – le acarició el rostro, pero el joven se lo retiró – déjanos solos.
- Sí, su alteza – se retiró.
- ¿Cómo te llamas?
- Heero Yuy – respondió en voz baja pero bien modulada.
- Bonito nombre – le sonrió – Yo soy Deia Mon, príncipe de Egipto.
- Entonces, no debo mirarlo a los ojos – bajó la mirada.
- ¿De dónde vienes?
- De un lugar muy lejano – respondió.
- ¿Qué edad tienes?
- 20 años, señor.
- Eres mayor que yo – pasó un dedo por el brazo y sintió como una corriente eléctrica le llegaba desde la punta de los dedos hasta el pecho – y eres muy guapo ¿Qué es lo que sabes hacer?
- Sé leer y escribir.
- No dice nada – acarició la barbilla lentamente – ¿sabes algo más?
- Sé hacer masajes con una técnica especial, reparar fracturas y torceduras, corregir dolencias musculares.
- ¿Masajes? – un dulce rubor cubrió su rostro al pensar en sentir sus dedos acariciando su piel y se alegró que no lo mirara a la cara.
- También sé hacer acupuntura – agregó al ver que lo comenzaba a entusiasmar.
- ¿Qué es eso?
- Una técnica especial con pequeñas púas que no duelen y que sacan los malos humores del cuerpo y del alma – dijo tranquilo y lo sintió estremecerse – no duele – insistió – también podría maquillarlo.
- Me servirás personalmente, pero primero conseguiré que te curen las heridas – se levantó – ¿por qué no hablaste de inmediato? No te habrían golpeado.
- Me trataron mal – replicó – sólo mi amo me puede tratar así, y ninguno de ellos lo era, vengo destinado a servir y complacer al príncipe de Egipto.
- Está bien – se sonrojó a un más imaginando las miles de forma en que podría complacerlo y los muchos sentidos que estas palabras implicaban.
- ¿Me llevará a su casa?
- "Y a mi cama" – pensó y asintió dándole la espalda.
- ¿Cómo debo llamarlo?
- Todo el mundo me dice Su Alteza – se volvió hacia él – pero ellos son egipcios, y tú eres mi esclavo, debes llamarme amo.
- Está bien, amo.
"Pronto lo dirás en otro tono" se sonrió y salió a buscar al gobernador.
La casa del príncipe era una hermosa construcción de ladrillos con leves toques dorados como incrustaciones de oro y piedras preciosas, pero la habitación del joven era lo más impresionante, las cortinas de doble seda traídas de oriente y las delicadas y trasparentes de tul que separaban la estancia del baño la hacían una delicia para el joven que no podía quitarse de la cabeza la sensación de haber descansado en los brazos de su ahora esclavo personal, aún podía sentir como las mariposas bailaban en su estómago de solo pensar en lo cerca que estuvo de probar los labios del esclavo.
- Su alteza – le dijo un guardia – lo esclavos ya han sido instalados en sus habitaciones.
- ¿Y Heero?
- En la habitación que usted ordenó, Su alteza.
- Hazlo venir – ordenó y espero que saliera antes de ir al baño, quería saber que se sentiría que aquel lo bañara, no había mejor manera de hacer que lo acariciara entero, sólo había un problema, sabría que lo excitaba, pero no le importaba en lo absoluto. Se desnudó y entró al agua tibia a esperar a su esclavo.
- Ordene, amo – le dijo sin mirarlo a los ojos, los esclavos mayores lo aleccionaron en la atención del príncipe, aunque eso lo sabía, y le dijeron que debía hacer todo lo que este quisiera menos convertirse en su amante, podía hacerlo con él si se lo pedía, pero debía ser siempre el trenzado quien lo tomara, no podía ser de otra manera, y tampoco debía dar su opinión ni aunque se la pidiera.
- Quiero que me bañes – le ordenó y vio como se agachaba a su lado – no, entra conmigo.
Heero se quitó la ropa e iba a entrar cuando lo pensó mejor.
- ¿Adónde vas? – le dijo Deia molesto al ver que se retiraba de su lado sin haberlo tocado siquiera – haz lo que te ordené.
- Le pondré unas sales especiales que traje para usted desde mi tierra – le dijo y al poco rato regresó con una botella cuyo contenido vertió en el agua y de inmediato comenzaron a hacer burbujas que despedían un dulce aroma – es de violetas, como sus ojos – le dijo y bajó la mirada.
- Anda, métete conmigo – le dijo con los sentidos exacerbados por el aroma y el deseo de sentir su piel desnuda contra la suya.
Heero no era un chico tímido, nunca lo había sido y sabía que por ello había terminado allí, como esclavo de un príncipe siendo que él era un buen trabajador, era fuerte, pero su obstinación había terminado obligando a su señor a venderlo y había terminado en tierras tan lejanas sin ninguna posibilidad de regresar a su hogar.
- ¿En qué piensas? – le dijo apoyándose en su pecho mientras este le lavaba los músculos pectorales y bajaba por su abdomen – eres muy silencioso.
- En mi hogar – respondió y lo siguió limpiando.
- ¿En dónde aprendiste estas cosas?
- Yo hacía esto para mi señor, estuve seis años con él.
Deia sintió la punzada de los celos brotando en su pecho, el muchacho era hermoso y ahora era suyo, pero ya antes había tenido otro dueño al que acariciaba igual, al que tal vez le había dado su virginidad, y varias lágrimas se asomaron a sus ojos sin poder evitarlo.
- ¿Por qué llora, amo?
- Estoy triste.
- ¿Por mí? No debe estarlo, yo no lo estoy, mi antiguo señor era un hombre muy vengativo y me vendió porque me vio besando a una de mis hermanas y no me quiso creer que era de cariño.
- Él ¿te tocó?
- Fue por eso que me vendió, no lo dejé y casi lo mato cuando intentó tomarme a la fuerza.
- Debiste hacerlo – se volvió hacia él y este bajó la mirada – no hagas eso, te autorizo que me mires a los ojos mientras no haya nadie más a nuestro alrededor.
- Gracias, amo.
- Siempre y cuando acudas de inmediato a mí cuando te llame.
- Cómo usted diga – empezó a frotar su espalda suavemente y Deia suspiró gozando de las caricias – pero quiero hacerle una pregunta.
- ¿Qué cosa?
- Me dijeron que tuviera cuidado con usted, que si quería mi cuerpo, debía entregárselo, pero que no debo tocarlo a usted.
- Eres muy directo – intentó evadirse.
- Me gustan las cosas claras, amo.
- Está bien – se volvió hacia él y apoyó la cabeza en su hombro – si yo tuviese esposa, podríamos hacer lo que quisiéramos, pero debo llegar "virgen" al tálamo nupcial.
- Entiendo – lo miró a los ojos – pero puedo besarlo y acariciarlo ¿verdad?
- Sí, hasta dormir conmigo, siempre que no nos pillen.
La relación entre los dos era bastante calmada y grata, en especial para el joven príncipe que sentía una felicidad especial cuando estaban juntos, pero pasó algo inesperado. Una tarde dormía tranquilamente apoyado en el regazo de Heero cuando su padre entró intempestivamente a su habitación y los encontró juntos. El grito que dio se escuchó en toda la casa y de inmediato Heero fue apresado pese a los ruegos del trenzado.
Pero el faraón estaba furioso, no quería saber más del muchacho y lo envió a prisión por haber profanado a su hijo y debía esperar la sentencia de muerte para los siguientes días. Deia lloraba y no salía de su habitación, se negaba a comer y se la pasaba más en la celda de Heero que cumpliendo sus obligaciones.
Los días pasaron lentamente para los jóvenes, Deia había conseguido detener la sentencia amenazando a su padre con una rebelión si mataba a su esclavo amado, con suicidarse porque no hay otro heredero.
Una noche el faraón ordena la muerte del joven, pero sus sacerdotes lo sacan de prisión y lo llevan al templo de Ra pues temen por la vida del joven primogénito del faraón, las estrellas les han dicho que él es la única salvación de su reino.
Pasan los días y el príncipe es llamado a cumplir un rito al templo por los sacerdotes y esa noche el faraón es asesinado mientras él duerme tranquilamente entre los brazos de Heero. Regresan juntos a la capital del reino y el trenzado se convierte en faraón por lo que le comienzan a buscar esposa, cosa que no lo hace nada de feliz.
La noche era calmada, las estrellas parecían ser más brillantes esa noche, Deia pretendía convertirla en la más grande de su vida, va a entregarle su cuerpo a Heero, a amarlo como nunca y a nadie, pero sabe que este no lo va a aceptar fácilmente, ya de por sí ha sido difícil conseguir que le permita tenerlo, el amarlo no ha sido un lecho de rosas, más bien un lecho con más de alguna espina filosa.
- Si no te dejas hacer, vas a tener problemas – le dijo la primera vez cuando intentó poseerlo y vio como sus ojos se entristecían y tuvo que seducirlo para borrar el hielo de sus ojos – te amo – le dijo besándolo apasionadamente en los labios – te amo.
Heero había sonreído tiernamente y le había rodeado el cuello con los brazos antes de entregarse a él por completo diciéndole que lo amaba también.
- Yo a ti mi faraón, yo a ti.
Y con aquello contaba para lograr lo que quería, nunca se entregaría a alguien más sin haber sido primero de su Heero. Pero ¿cómo conseguirlo? ¿Cómo conseguir que Heero lo tome sin tener que obligarlo?
- ¿Qué pasa, mi faraón? – le dijo levantando su rostro para poder maquillarlo – lo noto preocupado.
- No me quiero casar, Heero – replicó atrapando su mano para atraerlo hacia él – quiero ser feliz, pero dudo lograrlo sin ti.
- No debería pensar así, mi faraón – lo besó en los labios – yo siempre estaré a su lado, no lo dude.
- Pero es que no quiero estar con nadie que no seas tú – le devolvió el beso.
- Está loquito, mi faraón, por eso lo amo.
Deia sonrió acomodándose en su hombro abrazándolo por la cintura, debía empezar por allí para conseguir sus objetivos, esa noche debía ser magnífica, debían gozarla como nunca, después de casado no podría pasar el tiempo a su lado tanto como quisiera, las obligaciones serían demasiadas.
- ¡Faraón! – llegó gritando un guardia y se separaron bruscamente.
- ¿Qué sucede?
- Señor, la señorita Helfali acaba de llegar y los sacerdotes quieren saber si comienzan a preparar su boda para mañana.
- ¡No! – dijo sin precaución – para dentro de tres días, diles.
Deia miró al Heero que dormía a su lado profundamente ¿cómo pudo olvidarlo así? No podía ser cierto, en su vida anterior fueron uno, se amaron, pero las diferencias los separaron.
Amanecía y Heero no estaba a su lado como siempre desde que había asumido como faraón, le llamó la atención y le pareció extraño que no viniera a verlo tan pronto lo llamó, por lo general estaba muy atento a sus deseos, incluso los más pequeños. Entró a la habitación del joven y vio que la cama estaba estirada. Avanzó más y vio que había un papiro sobre la ropa:
"Amo, usted es la persona que más me importa en esta vida, es por eso que creo que es lo mejor que lo abandone, usted debe cumplirle a su pueblo y a usted mismo y yo sólo soy un estorbo, perdone que lo haga así, pero es necesario. Heero".
Deia sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor, ni siquiera había conseguido que lo tomara, había mucha gente a su alrededor como para intentarlo, pero tenía planes para quedarse a solas con él, y esta traición echaba por tierra todo. Volvió a acostarse y sintió como las lágrimas caían sin control por su rostro despintado.
- ¡Heero! – susurró en el silencio esperando despertar y ver que aquello había sido una terrible pesadilla y que él seguía a su lado, que acariciaba su piel y se volvían uno, que la pasión los desbordaba una vez más y que su sueño de entregarse al joven de ojos cobalto se cumplía.
Pero no estaba sólo en la habitación, una mujer de cabellos castaños estaba esperando en momento preciso para atacar. Espero que el joven se calmara y se quedara medio dormido para amordazarlo mientras su amante le lanzaba una maldición:
"El sueño eterno para el Faraón Deia Mon, un sueño que sólo el amor verdadero podrá romper..."
El joven comenzó a perder la conciencia lentamente, sentía que su cuerpo se iba haciendo más y más liviano y a la distancia escuchó la voz de Heero gritando:
- ¡Guardias, han atacado al faraón! – el ruido de sus pasos los escuchaba levemente – ¡atrapen a los traidores!
"Heero no me ha abandonado, fue una mentira".
- Amo, no se muera – le rogó remeciéndolo un poco – no me deje.
Pero Deia no podía abrir los ojos por más que intentaba.
- ¡El libro de los Muertos! – y ya no escuchó más.
Miró de nuevo a Heero que permanecía a su lado pero de espaldas a él con una duda profunda clavada en su mente ¿cómo era que había estado allí más de tres mil años si el amor estaba a su lado? Se acercó a Heero y lo abrazó por la espalda, iba a intentarlo visitando las vidas pasadas de él.
Escuchó un fuerte ruido afuera de la habitación de su amo y se levantó apoyándolo con cuidado para no despertarlo. Se quedó unos segundos viéndolo y luego salió. Hacía unos cuantos días un sacerdote le dijo que había quiénes querían deshacerse de su amo, y por lo mismo había hablado con los guardias leales para que tuviera protección noche y día.
Se alejó por el pasillo y salió al patio en donde interrogó a los guardias que le dijeron que habían visto sombras en el patio pero que no habían podido encontrar a sus dueños, pero que seguirían buscando. Regresó a la habitación y lo que vio lo dejó mal, una mujer tenía a su amo amordazado y un hombre sostenía un libro mientras se reía.
- ¡Yo seré el faraón!
- ¡Guardias, han atacado al faraón! – los guardias atraparon a la mujer pero el hombre desapareció – ¡Atrapen a los traidores! – vio a los guardias salir y abrazó a su amado trenzado – amo, no se muera, no me deje – le rogaba mientras lo remecía. En eso vio algo en el suelo y se puso pálido – ¡El libro de los muertos!
Toda la mañana estuvo acompañando al dormido faraón, esperaba que en cualquier momento despertara de aquel horrible sueño, pero no conseguía despertarlo y comenzaba a desesperarse.
- No sabemos que maldición fue – dijo el sacerdote junto a la cabecera del faraón – no nos queda más remedio que esperar que despierte sólo.
- ¿No se puede intentar algo? Él no tiene herederos ¿recuerdan?
- Si, pero sin saber que maldición le echaron, es imposible prácticamente que consigamos hacer algo más que perturbarlo.
- Mi amo – apartó los cabellos de la frente – debemos evitar que lo ataquen de nuevo, hay que ocultarlo.
- ¿Qué propones?
- Enterrarlo como si hubiese muerto, pero no momificarlo, él respira y algún día va a despertar y a ocupar su verdadero lugar.
- Su pirámide está lista, pero nunca pensamos que tan pronto tuviera que ser ocupada y menos por él.
La ceremonia fue preparada tal como lo decían las reglas, sin embargo, el faraón parecía vivo para muchas personas y los sacerdotes leales hicieron esparcir la idea que la muerte se había enamorado de él y que por eso seguía tan bello después de tantos días.
Después de cumplido el ritual, Heero regresó solo a la pirámide, iba a despedirse de su amado faraón antes de sellar definitivamente el sarcófago, un sarcófago que sólo él podía abrir. Pasó los dedos delicadamente por los dibujos y presionó el que decía "Amado" y este se abrió.
- Lo amo tanto, mi faraón que no puedo seguir así, regresaré a casa, allí lo recordaré siempre y reviviré nuestros días de felicidad – le cubrió el rostro con un fino paño de lino y puso la máscara mortuoria sobre su bello rostro – ojalá despierte y se olvide para siempre de mí, lo único que quiero es que sea siempre feliz – cerró la tapa del sarcófago y dijo – sólo la persona correcta podrá abrirlo, nadie podrá profanarlo, mi amo – y se marchó.
La pirámide fue sellada herméticamente y su nombre quedó inscrito en la puerta.
Heero se alejó navegando por el Nilo con los ojos arrasados en lágrimas y con un profundo dolor en el corazón que lo acompañó hasta el día de su muerte en su hogar en la Isla Yuy de la cual se convirtió en príncipe e iniciador de una gran dinastía de guerreros fuertes, valientes e inteligentes.
Así que eso era lo que había pasado en sus vidas, estaba escrito que volviera a aquel amor imposible y volvieran a ser.
- Lo olvidé porque tú lo pediste – lo movió con cuidado y se apoyó en su hombro – te amé antes y te amo ahora.
- Yo a ti, mi faraón, yo a ti – le respondió medio dormido abrazándolo fuerte.
Continuará...
¿Por qué? Yo no lo sé, averígüenlo en el siguiente capítulo, a la misma hora y en el mismo canal.
Shio Chang.
