—Capítulo XXI: Augurios—
- Lo siento, chicos, pero no puedo dejarlos pasar. Los derrumbes han hecho esta zona demasiado peligrosa para su uso. -fue lo que les dijo Jenny, desde su patrulla estacionada a un lado del camino.- Los últimos derrumbes han sido muy frecuentes y no podemos dejar que nadie arriesgue su seguridad.
¿Tendremos que volver a Ámbar? Habían caminado toda la mañana sólo para encontrarse con el camino bloqueado. Parecía que el viaje a ciudad Ópalo debería esperar. Todas las rutas que se internaban en las montañas, según lo que les había dicho Jenny, estaban cerradas para los viajeros. Terry no pudo disimular su decepción mientras daban media vuelta y se disponían a regresar a ciudad Ámbar, como la oficial les había aconsejado.
- Parece que tendremos que esperar unos días para que se despeje la ruta... semanas, quizás... -murmuró el joven, apesadumbrado.
- ¿Crees que vamos a volver a Ámbar? -contestó Ian, en voz baja. Obviamente tenía una idea. Apenas estuvieron a una buena distancia del automóvil en que Jenny se encontraba, Ian le indicó a Terry que se apartaran del sendero. Fuera de la vista de la oficial, Ian liberó a su Drowzee de la Pokebola que lo contenía.
- Saca a tu Exeggcute. -le dijo Ian.- Pueden teletransportarnos adonde Jenny no nos vea. Desde allí podremos seguir sin problemas.
Terry dudó al principio, pero las energías de su amigo acabaron por invadirlo. En instantes, los poderes psíquicos de sus Pokémon los habían dejado fuera del alcance de Jenny. Jamás sabrá lo que pasó, pensó Terry, un tanto divertido. Comenzaron a caminar, una vez más, hacia el Norte. Hacia las Montañas Pétreas.
Los colosos de roca, cuyas cumbres estaban sumergidas en oscuros nubarrones, parecían crecer con cada paso que daban. El pasto y la maleza comenzaron a desaparecer lentamente, dando paso a un camino más pedregoso y árido. El sendero serpenteaba entre rocas y peñascos. La pendiente comenzó a aumentar, a medida que se acercaban a las montañas. Terry se sintió observado desde que comenzaron a ascender, mas estaba casi seguro de que no era nada más que el paisaje montañoso que comenzaba a rodearles.
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Aquel sería un día bastante ocupado para Samuel Oak. Su encargo acababa de llegar desde la región de Kajar. Tendría que pasar días, quizás semanas, descifrándolos. Pero se había comprometido a ello. "- Necesito que lo analices tú, Oak. - había pedido la voz al otro lado de la línea telefónica- Eres la única persona que conozco que podría mantener esto en secreto. Conoces algo sobre esto... ¿No eres amigo de Spencer Hale, el científico que investigaba sobre la escritura Unown? Tú mismo sabes bastante sobre el tema.
- ¡Pero mi trabajo se centra en los Pokémon, no en la arqueología, ni la paleografía!
- Por favor, Samuel. -le había rogado Hemlock- Si le encargo esto a otra persona, lo más probable es que la noticia se divulgue, y ya sabes lo que pasará. Docenas de aficionados y curiosos llegarán a la zona antes de que pueda ser asegurada. ¡Lo estropearán todo!
- Es cierto... Está bien, lo haré. Creo que aún tengo uno o dos libros sobre lenguas antiguas en el laboratorio."
Abrió uno de los viejos tomos que había extraído de su pequeña biblioteca, acumulada a lo largo de sus años de investigación. Podía decirse que en aquellos estantes podía encontrarse casi cualquier cosa relacionada con los Pokémon, y quizás más. El libro que el profesor Samuel Oak extrajo tenía ya sus años. Las páginas habían sido amarilleadas por el paso del tiempo, y amenazaban con romperse ante el más mínimo contacto.
Oak, sin embargo, no dudó en hojear rápidamente el libro, que soportó el escrutinio de las experimentadas manos del científico. Encontró entonces lo que buscaba: una lista de dialectos antiguos, y sus escrituras.
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Ya atardecía, y habían avanzado bastante. Se encontraban cerca de un paso que los internaría en las montañas aún más. Caminaban silenciosamente, quizás a causa de los imponentes gigantes rocosos que les rodeaban. Resolvieron detenerse a un lado del camino. La pendiente había aumentado, y el caminar de noche involucraría el peligro de caer por el abrupto precipicio que comenzaba al otro lado del sendero.
- Si no desperdiciamos nuestras raciones -dijo Terry, cuando ya habían desempacado sus cosas- deberíamos llegar a algún poblado cercano sin problemas.
- Sólo espero que no demoremos mucho. -contestó Ian, mientras el sol descendía- No me agrada mucho dormir con un barranco al lado. Por lo menos el clima no se ha descompuesto.
Era cierto. El cielo había estado despejado todo el día. Un día de verano, como cualquier otro. Comieron un poco y se prepararon para dormir. Largos días les esperaban.
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Abrió los ojos. El sol brillaba sin igual. Y algo brillante, en el cielo... Algo de muchos colores. ¡No puede ser!
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Terry despertó de golpe, sobresaltando a Ian. Ya era de mañana, y su amigo, en pie, comenzaba a empacar sus cosas. Ese sueño... esta vez fue algo más nítido... Los colores... Pero cada detalle que pudiese haber recordado se le fue de la mente en un abrir y cerrar de ojos. Frustrado, empacó también sus pertenencias.
Aquel día fue un largo caminar. Siempre subiendo, el aire comenzó a enrarecerse poco a poco debido a la altura. Los jóvenes debían hacer un esfuerzo cada vez mayor para continuar su camino, y el sol pegaba fuerte en sus cabezas. El paso estaba cada vez más cerca. Los chicos conversaron, mientras caminaban, sobre su siguiente desafío de gimnasio.
- La altura afectará a nuestros Pokémon... -indicó Terry- A grandes alturas el oxígeno en el aire es menor. Tendrán que hacer esfuerzos mayores...
- Yo me preocuparía también por el nivel de nuestros Pokémon. No hemos entrenado nada... aunque quizás nuestros Pokémon estén más fuertes para cuando lleguemos a Ópalo. Si la altura les afectará... lo mejor será que se acostumbren lentamente. Pueden caminar con nosotros.
No hubo más preguntas. En instantes, el grupo se engrosó con una multitud de Pokémon. El viaje se volvió más agradable con sus Pokémon haciéndoles compañía; aquel día, sin embargo, no llegaron al paso que buscaban. El camino se hacía más y más difícil a medida que avanzaban, por lo que decidieron esperar el siguiente día para seguir avanzando.
Sus Pokémon los acompañaron también de noche, durmiendo alrededor de las bolsas de dormir de los chicos. Terry se introdujo en su bolsa, mirando el cielo estrellado y pensando en las aventuras que le esperaban. Sin embargo, la imagen de Ana apareció, involuntariamente, en sus pensamientos. Ya era habitual: no podía quitarse de la mente la idea de que todo podría ser mejor si la joven siguiese con ellos. Observar las estrellas... Ya cállate y duérmete, se dijo, girando en su bolsa de dormir. Vio entonces dos ojos rojos, resplandecientes en la oscuridad. Que le miraban fijamente. Desaparecieron al instante, como si jamás hubiesen estado allí.
Parecía que el haberse sentido observado no había estado lejos de la realidad.
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Terry no quiso decirle nada a Ian. Después de todo, tampoco estaba completamente seguro de haber visto aquellos ojos... Sin embargo, no se quedaría de brazos cruzados. Ya tenía un plan.
Los siguientes días fueron cansadores. Siempre acercándose al paso hacia las montañas, siempre ascendiendo, el camino se hizo mucho más sinuoso y angosto, de modo que en algunos lugares los chicos y sus Pokémon tuvieron que avanzar de lado, con las espaldas pegadas a la pared de roca, de cara al abismo que podía significar una dolorosa caída y una probable muerte.
Pero no era solamente la altura lo que, en cierta forma, abrumaba al joven de ciudad Turmalina. Por otra parte, sentía el acoso de aquellos ojos rojos, y la creciente sensación de que estaban haciendo algo indebido al cruzar las montañas.
Terry presintió que aquellos ojos rojos volvería: una vez más, se sintió observado durante todo el día. Aquella noche se acostó temprano. El cielo estaba nublado, quizás una señal de que se acercaban más y más a las tormentas que cubrían las Montañas Pétreas. Poco a poco, Terry comenzó a sentirse somnoliento. Los párpados le pesaban, como si ya no pudiese sostenerlos sobre sus ojos. Los cerró lentamente, comenzando a rendirse ante el sueño.
Y entonces volvió a verlos. Dos ojos rojos en la oscuridad, mirándolo fijamente.
- ¡Ataca, Umbreon! -ordenó Terry, levantándose de pronto. Su Pokémon apareció de la oscuridad dando un gran salto. Los anillos dorados en su cuerpo refulgieron en la noche mientras el Pokémon se abalanzaba sobre un sorprendido enemigo. Terry se había preparado.
- ¿Qué... qué pasa, Terry? -preguntó un somnoliento Ian desde su bolsa de dormir. Terry, por su parte, ya se encontraba de pie.
Junto a él, había dos Pokémon. Uno era Umbreon. El otro, a pesar de tener la misma forma de Umbreon, poseía un pelaje largo y denso de un color blanco que parecía brillar en la oscuridad.
- ¡Cabezazo, Umbreon!
El Pokémon de Terry se lanzó una vez más hacia su oponente, que lo esquivó sin problemas. No parecía querer luchar, ya que escapó de un gran salto, que lo dejó en lo alto de un peñasco. Ian logró encender entonces una linterna, y apuntar al Pokémon. La piel de su rostro y de la especie de cuchilla que surgía de su mejilla derecha era oscura, y poseía garras en sus patas que probablemente le ayudaban a moverse en aquellos montes escarpados.
Al verse iluminado por el artefacto, el Pokémon dio otro salto, con el que se hundió en la oscuridad de la noche. Más allá del alcance de la vista de Terry o Ian.
- ¿Crees que vuelva? -preguntó Ian. Terry negó con la cabeza, murmurando "Al menos no por ahora"- ¿Y qué era? -articuló el joven.
- Creo... que un Absol.
"Absol, el Pokémon Desastre. Cada vez que Absol aparece ante la gente, es seguido por una catástrofe como un terremoto o maremoto. De esta forma, ha llegado a ser conocido como el Pokémon Desastre", sentenció el PokéDex.
- Esto no puede ser una buena señal. -murmuró Ian.
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Samuel Oak dejó el viejo libro sobre la mesa, para poder descansar un rato sus ojos. Habían transcurrido ya varios días de trabajo que, sin embargo, no habían arrojado ningún resultado. La traducción de los símbolos sólo arrojaba palabras inconexas y sin sentido alguno. La tablilla seguía allí, en la caja de cristal en que la había depositado. Como burlándose de él, de que no pudiera descifrar los secretos que podría ocultarle.
Oak estaba a punto de rendirse. Había revisado cada símbolo, cada detalle de las escrituras en la tablilla... Se merecía un descanso, después de todo. Se levantó de la silla. Seguiría al otro día - más bien, más tarde, ya que el viejo reloj de péndulo en la pared marcaba, con un triste repique, la una de la madrugada.
Apagó la luz del estudio y cerró la puerta, sin notar el suave resplandor que despedía la reliquia sobre la mesa.
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- ¿Alcanzaron su objetivo? -exigió la voz ronca que salía del receptor, apenas audible.
- ¡¡Aún no, señor!! -gritó uno al comunicador, ya que el fuerte viento amortiguaba su voz.- ¡¡Las condiciones meteorológicas son muy malas!!
- ¡Tontos! ¡Es obvio que sean malas y ustedes saben por qué! Saben que podría enviar a alguien más capaz...
- ¡¡No, por favor!! ¡¡Cumpliremos nuestra misión!!
Un apagado "Más les vale..." fue la respuesta.
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Aquella noche no sucedió nada "catastrófico" como Terry o Ian pudieran esperar. Tampoco sucedió nada inesperado en los días que le sucedieron, por lo que los jóvenes superaron rápidamente el miedo a lo que pudiera traer el asunto del Absol, pensando que sólo eran supersticiones. Aquel Absol probablemente se les había acercado buscando comida: después de todo, no parecía haber muchas fuentes de alimento en aquellas desoladas montañas.
El camino se hizo demasiado sinuoso como para que sus Pokémon los siguieran acompañando, por lo que sólo los entrenadores continuaron la caminata solos, sus Pokémon a salvo en sus Pokebolas. Con constancia, los chicos llegaron al paso por el que entraron a las Montañas Pétreas. Caminaron en silencio por el estrecho pasillo entre las dos paredes de roca. ¿Dónde nos hemos metido?, se preguntó Terry en un momento.
Su siguiente destinación sería detenerse en alguno de los poblados de la zona, para obtener un buen descanso y reaprovisionarse. En los siguientes días, comenzaron a descender, con la esperanza de encontrar alguno.
El paisaje al interior de la cadena montañosa era más vivo. Las faldas de las montañas se hallaban, en algunos lugares, invadidas por bosques de coníferas, y de vez en cuando se dejaba oír el canto de una que otra ave. Los jóvenes caminaban en silencio, cuando Terry vio que algo se acercaba desde lejos. Era una persona, corpulenta, que se acercaba rápidamente. Traía un abrigo del cual colgaban diferentes artículos, que iban desde vasos metálicos a ganzúas. Se les acercó.
- ¡No pensé que volvería a verte, Ian! -dijo el hombre.
- ¡Hola, Sam! -saludó Ian, reconociendo al sujeto- ¿Cómo has estado?
Era Sam, el alpinista que Terry había visto aquella vez intercambiando Pokémon con Ian. Tenía una barba densa, pero corta, y su grueso cuerpo recordaba graciosamente a Papá Noel.
- ¡Bien! Desde que dejaste Ciudad Turquesa, mis Pokémon y yo nos hemos vuelto muy fuertes. Aunque no nos vendría mal una batalla... ¿Qué me dices?
- Podría ser, pero antes tenemos que llegar a algún pueblo. La comida casi se nos acaba.
No era una mentira. El viajar con sus Pokémon había menoscabado las provisiones que llevaban. Debían encontrar pronto algún lugar donde abastecerse. Sam rió con grandes y profundas carcajadas, y les indicó que lo siguieran. A pesar de su aspecto corpulento, Sam fue muy difícil de seguir. Mantenía un paso rápido y firme a través de los caminos rocosos de la montaña por la que descendían. Parecía conocer aquellos alrededores a la perfección, ya que no se detenía un momento.
- Y, ¿cómo es que están aquí? -les preguntó Sam, mientras la pendiente disminuía a cada paso que daban.- Deben saber que los caminos están cortados. ¿Y con esas ropas? Me sorprendería que no hayan pasado frío en las noches.
- Sobre nuestra presencia en las Montañas Pétreas, podríamos preguntarte lo mismo. -respondió Ian.- Y sobre las ropas... bueno, no ascendimos mucho. Encontramos un paso entre las montañas sin tener que subir mucho.
- Bueno, Ian, sobre por qué estoy aquí... tú sabes que nunca me canso de buscar Pokémon en las montañas. Aunque esta vez subí por un encargo. Los habitantes del pueblo al que vamos me encomendaron ahuyentar a un Absol que parece andar rondando por la zona. Algunos dicen que es el que causa todo este revuelo en el clima. Ya saben, eso de la nieve, que nunca ha nevado...- Tanto Terry como Ian se detuvieron por completo al escuchar estas palabras.
- Puede que sea el mismo Absol que vimos. -dijo Terry. Sam también se detuvo.
- ¿Vieron a ese Absol? -les preguntó. Los jóvenes asintieron.- Es posible que sea el mismo... Pero al parecer no les ha pasado nada malo. -concluyó con una sonrisa.
A pesar de ello, el resto de la caminata transcurrió en silencio. La vegetación comenzó a aumentar a medida que descendían, entrando el grupo a un bosque de pinos. En los límites del bosque encontraron el pueblo que buscaban. "Villa Geoda", anunciaba una pequeña señal de madera, clavada en el suelo a una distancia del poblado.
- Los dejo aquí, chicos. Voy a hablar con el jefe de la villa para contarle del Absol que vieron. Por esa calle hay un hospedaje -les indicó Sam.
El pueblo era pequeño. Las casas eran pequeñas, de madera, probablemente extraída del bosque aledaño. Siguiendo por la calle que Sam les indicó, los jóvenes encontraron lo que buscaban. Un simple cartel, de madera, mostraba que habían llegado al hospedaje que buscaban. Una vez en el cuarto que reservaron, comenzaron a planear su siguiente destinación.
- Muy bien -dijo Ian, vaciando su mochila sobre la cama- tenemos muy poca comida. Hay que comprar más. Y como yo fui el que compró la última vez... -comenzó, alargándole el dinero a Terry.
- Está bien, está bien. Yo iré a comprar esta vez -respondió el joven, recibiendo el dinero y sacando un poco de suyo.- Pero luego, ¿dónde iremos?
- No sé, pero no quisiera quedarme mucho en este pueblo. Creo -dijo, observando el mapa holográfico que desplegó su PokéGear- que simplemente seguiremos por entre las montañas.
Terry asintió y salió de la habitación. Iba un tanto distraído, ya que al salir del hospedaje no notó que lo seguían. Escondido en las sombras, la figura lo había seguido desde hacía ya unos días.
Era un Pokémon, conocido por los humanos como Absol.
