Guerreros Legendarios Una nueva misión

Los cinco jóvenes fueron llamados a la presencia de San Miguel para recibir nuevas órdenes, en especial porque ya casi se había cumplido lo dicho en las profecías del Apocalipsis y no tenían gran cosa que hacer más que esperar.

- Hay algo que ustedes deben recuperar del pasado – les dijo el general – en los territorios de los antiguos Mayas en la península de Yucatán, en una pirámide que los hombres aún no encuentran, hay una poderosa arma, a los hombres no podrá servirles para nada, pero a los demonios sí, es la llave que cierra las puertas del paraíso. Antes no nos habría importado que la encontraran, pero ahora, con el juicio final tan cerca, debemos recuperarla para que no lo cierren y nos alejen de los hombres.

- ¿Y cómo se supone que vamos a viajar al pasado? – dijo Wufei.

- Ustedes los humanos son muy cerrados – le dijo – Nosotros podemos estar en cualquier tiempo y lugar, Dios es Omnipresente ¿recuerdan?

- Muy bien, pero ¿por qué debemos ir al pasado?

- Los demonios están por encontrar la pirámide, así que los enviaremos al pasado para evitar que encuentren la llave. Y para evitar problemas, han de tomar el lugar de cinco jóvenes que están por venir a este mundo, ustedes deben evitar, tal como lo hicieron ellos, una guerra catastrófica.

- ¿A qué época nos manda?

- Más o menos el siglo XIV Después de Cristo, un siglo antes del descubrimiento de América.

- ¿Quiénes seremos?

- Son cinco príncipes guerreros de cinco tribus distintas, sus mayores están en guerra por la posesión de una gran extensión de terreno cultivable a las orillas de un río, la guerra está siendo ganada por el reino Machica, que es a dónde irá Deia, y han capturado el príncipe del reino Yuchica, que es dónde irá Heero. Mientras, por matrimonio el reino Bachica, que es el de Trowa, se unirá al reino Winichica, que es el de Quatre, por medio de un matrimonio entre sus príncipes y luego al reino Chanuchica, que es el de Wufei. El príncipe del primero y del segundo reino se enamoran poco antes de la ceremonia del sacrificio y deciden morir juntos para detener la guerra...

- ¡Que romántico!

- ¡Deia! – le regañaron todos.

- Ambos van juntos al sacrificio tomados de la mano y comienza a temblar, es el momento en que ustedes entrarán a ocupar sus lugares, deben unir los cinco reinos y convertirlos en uno para el único heredero de los cinco reinos.

- ¿Un sólo heredero? ¿Por qué si son cinco reinos? – le dijo Deia intrigado – ¿acaso no podrán tener hijos?

- Claro, Deia y Heero son una pareja, Trowa y Quatre la otra y el hijo de quien va a reemplazar Wufei será el heredero.

- ¿Acaso voy a ser padre?

- Bien, deben ir con Gabriel al lugar del "envío", toda la información necesaria les será traspasada subliminalmente de manera que no tengan problemas con que les pregunten algo – los guió hasta donde los esperaba su hermano – una advertencia, no hagan alusión al tiempo del que vienen ni nada que sepan que va a pasar, no están autorizados a decir nada de ustedes mismos y Deia, trata de no usar tus poderes síquicos de manera visible. Heero, debes cuidarlo, él recibirá tres intentos de asesinato antes que logren unificar las cinco tribus.

- Misión aceptada – replicó.

- Podrías haber dicho que lo harás de todo corazón – le reclamó.

- Claro que sí – le jaló la trenza – te cuidaré porque te amo.

- Mucho mejor – se abrazó a él y sonrió.

- Bien, mis niños, deben partir de inmediato – les dijo San Gabriel – y recuerden que sólo tendrán 16 años cuando lleguen allá, sólo Wufei tendrá 17 y será padre de un bebé recién nacido que será el primer gran rey de las tribus Chicas.

- Mm, eso de ser padre de un rey no me agrada.

- Tan pronto ustedes tengan la llave, serán traídos de vuelta y los verdaderos regresaran a su tierra con los recuerdos que ustedes le hayan dado.

- ¿Cómo nos llamaremos?

- Lo sabrán a su debido tiempo – les señaló cinco cápsulas – cada uno será enviado a un lugar diferente pero se reconocerán de inmediato, no se verán como los verán los humanos de allí, pero si se paran frente al agua verán quienes son y cómo se llaman. Que les vaya bien y regresen pronto.

- Hasta luego – respondieron ellos y cada uno entró en una cámara.

Heero abrió los ojos y vio el lugar a su alrededor, iban subiendo aquella larga escalera hacia el altar del sacrificio, miró las prendas que le quedaban en el cuerpo. Según los datos que tenía, vestía una hermosa y delicada túnica de algodón rojo prolijamente bordado con hermosos y delicados hilos de oro, llevaba sandalias de cuero labrado y doradas a fuego, tobilleras, muñequeras, cinturón y collarín de oro con incrustaciones de hermosas piedras de jade rojo, un tocado del mismo material y con plumas rojas, una capa pendiendo de su espalda de la que colgaban hermosas plumas por el borde inferior. De sus orejas y de las delgadas trenzas en su frente pendían pesados colgantes de oro y jade. Pero en estos momentos sólo le quedaba el cinturón y la túnica, era parte del ritual irse quitando las prendas hasta quedar desnudo al llegar al altar, sólo conservaría las piedras en el cabello. Miró a su derecha y vio a Deia que estaba en sus mismas condiciones y que volvía a tomarlo de la mano.

Deia miró a Heero, estaba cansado ya de subir aquellas largas escaleras ¿Por qué no había un ascensor allí? Gimió para sus adentros.

Tal como les habían dicho, iban al sacrificio porque sus tribus luchaban por un extenso campo de cultivo, a él le parecía que bien podían compartirlo e igual les sobraría de comer, pero la gente de Heero había perdido la batalla y éste había aceptado ser el sacrificado para detener el exterminio de su gente y al mismo tiempo darle su sangre al dios Xipe Totec, dios de la primavera y de las nuevas cosechas, así tendrían una excelente cosecha y su muerte habría de valer la pena. Él lo había acompañado porque lo amaba y quería demostrarle al Halach Uinic (jefe supremo) que las cosas no se solucionaban de esa manera.

Estaban por quitarse la túnica cuando comenzó a temblar violentamente, varios sacerdotes e incluso el Ah Kin (Sumo sacerdote) rodaron por las escaleras. Heero abrazó a Deia y se hizo a un lado mientras seguía temblando y caían los que estaban arriba del altar de sacrificios. Pero se quedó tieso al ver como empezaban a llenarse las escalinatas de sangre sin que nadie estuviera siendo sacrificado.

- Hee Kun – le dijo Deia a Heero asustado – ¿qué está pasando?

- No lo sé Dúo Kile – lo abrazó con fuerza – pero parece que es sangre lo que corre por las escaleras, parece que los dioses no han querido nuestro sacrificio.

- Yo le dije al Halach Uinic que la tierra era más que sobrante para las dos tribus, pero de todas maneras quiso sacrificarte, que así sería mejor la cosecha, que a Xipe Totec le iba a gustar tu sangre de noble enamorado de su hijo.

- Intentemos bajar – le dijo al ver que se detenía el temblor – no se le vaya a ocurrir venir una replica y ahora sí nos matemos.

Ambos bajaron con cuidado evitando pisar el río de sangre que corría, a ambos se le hacía extraño todo aquello, pero era claro que a la gente de allí no, tal vez era su mentalidad de otras épocas que los hacía verlo como nauseabundo.

- ¡Gran dios Xipe Totec! – gritaba el Ah Kin – dinos ¿no te ha gustado el sacrificio? – un nuevo temblor remeció la tierra, está vez con mayor intensidad – Oh, gran dios, la sangre de los príncipes no debe ser derramada ¿verdad? – un temblor más débil se dejó sentir – Bien, ambos son libres.

- ¡Gracias a Dios! – gimió Dúo Kile y ocultó el rostro en el pecho de Hee Kun.

- Kukulcán me ha protegido, como siempre – le dijo éste despreciativo al Halach Uinic de la tribu del trenzado – espero que ahora si podamos trabajar unidos, creo que mientras más manos trabajen la tierra, más frutos nos dará Xipe Totec al final de la jornada.

- A mi hijo lo habrás convencido con tus tonterías, pero a mí no – se volvió y se retiró – y no creas que el dios te ha de proteger siempre, ya caerás de su gracia y entonces será tu fin – afirmó mientras se alejaba.

Trowa miró a su alrededor, había temblado y muy fuerte unas tres veces, pero sentía algo, un peso conocido, contra su cuerpo. El lugar estaba en la semipenumbra y el polvo que se había levantado con el temblor lo hizo toser al igual que aquella persona que lo abrazaba con fuerza. Puso la mano en el mentón de esta y se sorprendió al ver los bellos ojos agua marina de Quatre frente a él. Este le sonrió amablemente y volvió a ocultarse en su pecho.

- ¡Trowataxi! – se escuchaba una voz que llamaba al castaño.

- ¡Amo Quatrexi! – llamaban al rubio.

- ¡Estamos bien! – le respondió el primero intentando ponerse de pie, pero su pierna no respondía a sus órdenes y no era porque su amado estuviese estorbando, seguramente durante el temblor se había golpeado con algo – amor ¿te puedes poner de pie?

- ¡Por mi culpa estás herido! – le dijo el rubio levantándose y ayudándolo – si yo no hubiese regresado a buscar a Huixic nada de esto habría pasado – le dijo abrazándolo por la cintura mientras salían de los restos de su vivienda.

- Tú no podías saber que vendría un segundo temblor, corazón – trató de consolarlo – al menos tu mascota está bien ¿verdad?

- Él escapó tan pronto se dio cuenta que la casa se iba a caer – se disculpó – debí haberlo sabido, es tan cobarde.

- No te culpes – le levantó la barbilla y lo besó suavemente – lo importante es que estamos bien y que aparte de una pierna rasmillada no tengo nada, ni tú tampoco.

Caminaron hasta el centro del poblado donde Ah Kin de su gente trataba de descifrar el significado de aquellos temblores.

En eso llegó un joven de cabellos negros tomados en una cola en la nuca, con un bebé en brazos, los guardias lo detuvieron, pero este exigió hablar con el Halach Uinic de allí y ellos lo levaron con el rubio que curaba a su esposo. Cuando los dejaron solos, los tres se miraron y sonrieron.

- Hay que ver que saben harto allá arriba – murmuró el chino mirando a sus amigos y les mostró al bebé – se parece a mí ¿no es bello?

- Pensé que no te gustaban las mujeres – le dijo Trowa divertido.

- Pero eso no me quita que quiera ser padre – le replicó de vuelta.

- Así que este será el futuro rey – se sentó el rubio junto a su esposo al terminar de curarlo – es muy hermoso – dijo tomando al bebé.

- No me digas que tú también quieres ser padre – le dijo Trowa abrazándolo mientras le hacía cosquillas al bebé en la barriga – todos los bebés son tiernos

- Bueno yo vine porque se supone que vamos a hacer una alianza entre los tres para atacar la ciudad de Uxmal que es donde deben estar en estos momentos Heero y el trenzado – les dijo Wufei.

- Me dijeron que luego del sacrificio iban a hacer una fiesta antes de comenzar la cosecha – dijo Trowa.

- Espero que no les haya pasado nada malo a Heero y a Dúo con el temblor, ellos iban a llegar aquí mientras se intentaba hacer el sacrificio ¿recuerdan? – les dijo Quatre preocupado.

- ¿Por qué no te enlazas con ellos?

- Está prohibido usar nuestros poderes aquí – lo regañó el rubio.

- Muy bien, lo olvidé – le dijo levantando las manos – supongo que si les hubiese pasado algo de alguna manera ya lo sabríamos.

- Es cierto – dijo Quatre – tan pronto Ah Kin nos diga que significaron los temblores nos pondremos en marcha, recuerden que en ese templo en el que iban a sacrificarlos están las llaves para cerrar las puertas del paraíso.

- ¿Por qué las habrán traído aquí?

- El valor y la sabiduría se juntan – dijo Wufei pensativo – él único que conoce toda la historia es Yuy, así que debemos preguntarle a él al respecto, creo que es algo relacionado con el Chilan Balam.

Al poco rato dos sacerdotes les informaron que los dioses habían rechazado de aquella manera un sacrificio humano de parte de los Machicas.

- Ese par de locos siempre tienen suerte – sonrió Trowa y le entregó al bebé a Wufei – ¿qué haremos ahora, amor?

- De todas maneras iremos allá, si los dioses rechazaron el sacrificio del pueblo vencido, entonces tendrán que negociar con nosotros sobre las siembras en aquel valle – dijo Quatre.

Heero se estaba bañando tranquilamente en aquellas aromáticas aguas termales cuando se apareció a su lado Dúo que de un salto se metió al agua empapándole el rostro. Divertido, agarró a su novio y lo atracó contra su pecho.

- ¿Qué crees que haces, travieso?

- Llamar tu atención ¿qué más? – le sonrió – Halach Uinic está furioso porque Ah Kin le dijo que debíamos casarnos, que era eso lo que querían los dioses de nosotros y que si no lo hacemos, tendremos malas siembras y peores cosechas – se separó de él y tomó de la orilla un grano de cacao – abre la boca – se la introdujo bajo la lengua – me fascina el chocolate ¿a ti no?

- No soy dulcero – le dijo y lo atrajo de nuevo hacia él – pero puedo compartirlo contigo – y lo besó en la boca apasionadamente.

- No deben estar juntos – dijo una voz a sus espaldas y ambos se voltearon a ver quien los hablaba – hasta después de la boda que será mañana en la noche – era el padre de Dúo que los miraba molesto – salte del agua de inmediato.

- Pero...

- Nada, ya no verás más a Hee Kun hasta la boda o no se casarán.

- Ve, Dúo, ya habrá tiempo para nosotros – le besó la mejilla y lo dejó ir.

- No me hace ninguna gracia – murmuró.

- Aprovecha e intenta averiguar algo acerca de las llaves del paraíso, recuerda que cuanto más pronto las tengamos, más pronto estaremos de regreso en casa – le susurró al oído.

- Pero no estés mucho rato en el agua – le recomendó y salió siguiendo a su padre que le lanzaba miradas asesinas a su novio y que este respondía con miradas peores.

Fue a ver a Ah Kin al templo central para saber sobre el ritual matrimonial y aprovechar de hacer lo que Heero le había pedido, pero allí nadie sabía nada al respecto y le estaba prohibido usar sus poderes síquicos para intentar ubicarlas.

- Y en esta habitación guardamos las profecías del Chilam Balam – le decía un joven iniciado – yo no las conozco bien, lo único que sé es que son siete.

Dúo sonrió para evitar preguntar que era éso, no tenía idea de qué le hablaba, pero se notaba que era muy importante ya que el cuarto estaba sellado y había un guardia constante en la única y estrecha entrada.

Siguieron el recorrido por el templo buscando a Ah Kin que estaba ocupado preparando un extraño perfume con el cual debía cubrir el cuerpo de su novio la primera vez que hicieran el amor, por lo que le explicó el otro joven, era para dejar una marca sobre el cuerpo del otro que sólo la muerte habría de borrar de su piel y de esta manera evitaba que le fuera infiel.

- También es una poderosa forma de hacer que la pareja lo desee toda la noche, príncipe – le dijo Ah Kin divertido al ver como se ruborizaba – así se asegurará que su noche de bodas sea perfecta, aunque al principio duela un poco.

- Supongo que tiene mucha experiencia – dijo sin pensar.

- No tanta como quisiera, pero algo tengo – dijo divertido – con esto me he asegurado muchos hijos e hijas – se encogió de hombros – se lo recomendé a su padre cuando se casó con su madre, pero se negó a usarlo y por eso no tuvo más hijos. Espero que usted no se niegue, de seguro sería más fácil para dos chicos pasar la noche con esto para que les quite la timidez.

- Hee Kun de tímido no tiene nada.

- Y usted tampoco, por lo que escuché – lo regañó divertido – antes del intento de sacrificio durmió con él ¿verdad?

- Solo dormimos juntos, él me dijo que nuestro sacrificio sería más valioso así.

- Su amado está medio loco, príncipe, por eso le daremos de beber esto – le mostró una botellita semitransparente de color violeta – y lo cubrirá con este aceite especial, verá como lo potencia sexualmente.

- ¿Querrá mucho conmigo?

- Le va a tener que pedir tregua – le sonrió y se las entregó – pero póngaselas sólo si está dispuesto a agotar toda su energía en una noche de pasión.

- Está bien – sonrió – una pregunta ¿de casualidad no ha visto una llaves de oro con extraños dibujos?

- No lo creo, príncipe.

- Bueno, me voy, tengo que preparar mi atuendo para la boda.

- No se olvide del lecho – le dijo y Dúo se puso rojo como la grana.

Las tres tribus aliadas avanzaban rápidamente hacia Uxmal, pero era obvio que no iban a llegar hasta el anochecer del día siguiente debido a que debían esquivar los riscos caídos de las cumbres de las montañas sobre los estrechos caminos y los árboles que habían sido descuajados de la tierra. También había enormes grietas por el camino y el río había desviado su curso y era difícil cruzar a pie su torrente.

- Si tuviéramos nuestros Guardianes – dijo Wufei entre dientes mientras hacían fuerzas para poner un grueso tronco de árbol sobre las aguas del río a modo de puente – este trabajo sería pan comido.

- Deja de quejarte – le dijo Trowa – debemos apurarnos y encontrar a ese par de locos para regresar a casa.

Cuando al fin consiguieron terminar el puente, comenzaba a ponerse el sol y no podían avanzar más debido a lo espeso del bosque y a que no podían ver que cosa interrumpía su avance, así que decidieron montar un campamento provisorio en el claro en el que estaban.

- Y yo tengo que cuidar a mi hijo y ustedes tendrán una linda noche uno en los brazos del otro.

- Parece que te come la envidia – se burló Trowa divertido.

- Si me gustara Quatre, tal vez – le replicó en el mismo tono.

- Entonces te gusto yo – siguió con la burla.

- Tendría que estar loquito – continuó – ¿A quién le vas a gustar tú? Si pareces mazorca.

- ¡Oye! – le reclamó Quatre – a mí si me gusta, y no parece mazorca, es muy guapo y simpático, no te atrevas a insultarlo.

- Vamos, vamos, es una broma – le dijo el chino divertido.

- Pues no me parece gracioso – le reclamó abrazando a Trowa.

- Bueno, al menos me lo dijiste – le sonrió éste abrazándolo de regreso – no le hagas caso, siempre nos tratamos así – le señaló al chino – desde aquella desgraciada tarde que nos conocimos.

- ¿Desgraciada?

- Pues sí, tu querido esposo me cayó encima cual fuera un saco lleno de semillas cuando se cayó del techo de una casa, yo pensé que el cielo se estaba cayendo, pero no era un ángel precisamente lo que me cayó encima.

- Te cayó algo mucho mejor, un guapo dios guerrero.

- Bueno, lo de dios guerrero podría creerlo pero, lo de guapo, creo que Quatre es el único que lo cree.

- Eso quisieras – se rió.

- ¡Trowa!

El día de la boda había amanecido magnífico, al menos eso pensaba Dúo que ya tenía casi todo listo para esa deliciosa noche, casarse con Heero era como un sueño cumplido, antes nunca se habría imaginado que podía ser suyo en toda la extensión de la palabra, cuando lo conoció la primera vez, no era mal visto que dos chicos se amaran, pero él era el faraón y Heero su esclavo, y como aún no tenía esposa, sólo se acariciaron y nunca pasaron más allá de darse placer con las manos sin entrar en el otro, en el tiempo nuevo habían llegado a expresar por completo su amor, pero no estaban casados, eran amantes, y ahora tenía la oportunidad de llamarlo su esposo, suyo.

Miró a la gente de su pueblo que preparaba un enorme banquete para la fiesta de esa noche y sonrió, no le iba a decir nada a Heero, sin querer había entrado en contacto con alguien que conocía el lugar donde estaban ocultas las llaves y eran muy fáciles de tomar, pero pensaba en cumplir la otra parte de su misión también, además, habían dicho que debían evitar que lo mataran antes de ser rey y el antiguo aún seguía vivo.

- ¡Dúo Kile! – lo llamaron y el trenzado se volvió hacia aquel que lo llamaba – Halach Uinic lo necesita en la plaza central, dijo que era urgente.

- Voy de inmediato – se acercó a uno de los ciudadanos y lo detuvo en su trajín – dale esto a Hee Kun de mi parte – y se marcho siguiendo al soldado.

Pero algo activó sus poderes síquicos y descubrió que allí había gato encerrado y ni el propio soldado lo sabía, su padre iba a matarlo a él, a acusar al guardia de asesino y luego le echaría la culpa a su novio de complot para quedarse con todos los terrenos de cultivo. Se miró de refilón, iba vestido con una sencilla túnica de algodón y no levaba armas porque le estorbaban ¿cómo salvarse sin usar sus poderes síquicos? ¿Y cómo le hacía saber a su amor lo que estaba pasando?

- Debí tomar las llaves cuando pude – gruñó entre dientes.

- ¿Dice algo, príncipe?

- ¿Sabes que querrá mi padre?

- No, señor, sólo sé que estaba preparando una sorpresa especial para usted – lo miró pensativo – ahora que lo pienso, dijo que tendría que hablar con Ah Kin porque no lo iba a casar con Hee Kun ¿piensa cambiar de opinión en el último momento?

- No, los dioses decidieron nuestra unión allá en las alturas – le señaló el hermoso cielo azul – estoy seguro que ellos protegerán nuestra unión siempre.

- Está muy enamorado, ¿verdad?

- Supongo que sí, sólo espero que él lo haga de la misma manera.

- Es posible que sí, pero creo que no ha salido mucho de la casa en que se aloja, su padre lo tiene constantemente vigilado y me temo que no lo quiere mucho como su futuro esposo.

- Seré quien me case con él, no mi padre – afirmó.

Heero estaba muy cerca de la plaza donde estaba el padre de Dúo Kile estaba planeando la muerte del trenzado y cómo echarle la culpa a él después, sin embargo, él había sospechado algo porque de repente el guardia que lo vigilaba constantemente no estaba y siguió su corazonada hasta allí.

- Maldito – murmuró y vio que su trenzado venía en camino hacia la trampa – y Dúo viene desarmado ¿qué hago? – miró a su alrededor y se fijó que estaban junto a un árbol frondoso, desde allí podría ayudar a su amado sin que lo vieran – Bien, Dúo, es hora que evitemos tu primer intento de asesinato – se subió a la copa y espero que su amado llegara.

- ¿Me mandó llamar, Halach Uinic?

- Claro que sí, hijo mío – y avanzó hacia él ocultando un filoso cuchillo en la mano con el que pensaba atacarlo – quiero decirte que ni ahora ni nunca te casarás con el enemigo.

- Hee Kun no es mi enemigo, lo amo mucho – retrocedió leyendo sin querer sus intenciones en sus ojos – no seas obstinado, padre – intentó convencerlo pero el cuchillo rozó su carne y emitió un gemido de dolor.

Heero no lo soportó más y de un salto se interpuso entre los dos evitando que matara al trenzado pero recibiendo un horrible corte en el pecho que lo hizo perder el equilibrio.

- Maldito, no serás de mi hijo – le dijo el hombre mayor enterrando con más fuerza el cuchillo en las costillas del japonés – muérete.

- ¡NO! – gritó Dúo tomando a Heero para apartarlo – ¡NO LO HAGAS!

- Claro que sí, así serás libre de su hechizo – sonrió malvadamente.

Quatre sintió una fuerte punzada en el pecho, era el mismo dolor que sintió cuando aquellos demonios atacaron a Dúo cuando luchaban para proteger a Saldair, pero no era éste el atacado, el dolor ahora era de Heero y el angustiado el trenzado que hacía denodados esfuerzos por protegerlo.

- Debemos apurarnos, Dúo y Heero están en peligro – les dijo a Trowa y a Wufei apurando el paso – Heero se está muriendo.

- ¿QUÉ? – dijo Wufei alterado echando a correr como loco luego de colocar al bebé en manos de su nodriza – ¿Y dónde está ese loco que se dice su novio que no lo ayuda?

- A Dúo también están tratando de matarlo – le dijo y vio como Trowa también se echaba a correr tratando de darle alcance al chino que se alejaba a grandes pasos – Wufei aún ama a Heero, aunque haya aceptado que este ama a Dúo – se dijo y corrió tras ellos luego de dar la orden de que les dieran alcance lo más pronto posible en Uxmal.

Wufei sentía el corazón aprisionado en la garganta, su querido Heero corría peligro de muerte y él tan lejos para ayudarlo. Ahora que lo recordaba, San Miguel les dijo que iban a intentar asesinar al trenzado antes de ser rey, tal vez por eso él estaba herido ahora, por protegerlo.

- Maldito, como Heero se muera por culpa tuya, vas a pertenecer al reino de los muertos desde esta misma época – gruñó entre dientes.

- Wufei, no puedes maldecir a un ángel, ni siquiera deberías hacerlo, recuerda que también lo eres y que eres la justicia – le dijo Trowa poniéndose a su paso mientras daban saltos entre las piedras sueltas y los árboles caídos.

- Justicia le voy a hacer a ese trenzado si algo malo le pasa a Yuy, me quité del medio pero no para que lo mataran.

- Aún lo amas ¿verdad?

- El primer amor nunca se olvida – replicó y siguió corriendo sin esperar que Quatre les diera alcance.

Dúo consiguió ocultar a su herido Heero detrás del árbol del que este se había bajado para rescatarlo esquivando una nueva estocada en el cuerpo de su amado que comenzaba a perder la conciencia. ¿Qué podía hacer? Le había prohibido usar sus poderes, pero de seguro allá arriba entenderían que lo hacia para salvar una vida, así que se concentró un poco y una fuerte ráfaga de viento de levantó a su alrededor creando una especie de escudo a su alrededor mientras intentaba detener la sangre que brotaba de la herida.

- No... debes... usar tus... poderes – le dijo Heero entrecortadamente.

- Ellos no saben que es esto – le limpió la herida con el borde de su túnica – no se te ocurra dejarme, te amo.

- Tú sabes... que yo... también.

En eso se escuchó un fuerte griterío que Dúo identificó de los sacerdotes menores y del Ah Kin, así que bajó la barrera y se mostró ante ellos con Heero acostado en su regazo, herido gravemente pero vivo.

- ¡Príncipe! – saltó el sumo sacerdote – no debería estar con su novio, las leyes...

- ¡Qué me importan las leyes cuando mi novio se está muriendo! – le reclamó – mi padre trató de matarme – le mostró el corte en su costado – y como él se interpuso en su camino, lo atacó a él – lo acarició con cuidado – no te desmayes, Hee Kun, no quiero perderte – y las lágrimas comenzaron a correr a torrentes por sus bellos ojos.

Un violento trueno se escuchó, luego vino un temblor y se vieron las luces de un relámpago, y luego otro y otro más y los sacerdotes se miraron entre sí antes de mirar a Ah Kin que se volvió hacia Ahalach Uinic enfadado.

- Con tu terquedad has conseguido que los dioses se enfaden con nosotros y nos castiguen – le dijo furioso – esos tres truenos son la señal que tres jóvenes poderosos vienen hasta aquí para destruirte.

- Para entonces, ese muchacho estará muerto.

Dúo puso la mano en la herida tratando de detener la sangre, debía contener las lágrimas, los ángeles no debían llorar de tristeza, pero no podía evitarlo. De pronto, se escucharon gritos por el costado de la plaza y tres jóvenes se dirigieron de inmediato hacia ellos.

Quatre se agachó junto a Heero y retiró las manos de Dúo antes de poner las suyas sobre la herida, ese era un don propio del muchacho al que estaba reemplazando, así que podía usarlo, cerró los ojos y se concentró en sanarle la herida a Heero frente a los asombrados ojos de todos. Cuando terminó, lo apoyó contra el pecho de su amigo y miró a Wufei que parecía echar fuego por los ojos, parecía un auténtico dragón en espera de saber quien sería su victima.

Trowa también estaba asombrado, les habían dicho que no ocuparan sus poderes allí, pero no sabía que Quatre tuviera los dones del arcángel San Rafael, sólo el de sentir las emociones de los demás ¿o no?

- Gracias – dijo Dúo acariciando el cabello de Heero que descansaba en su pecho.

- No te preocupes, está a salvo ahora – le sonrió y se acercó a Trowa – cierra la boca – le dijo divertido empujándole la barbilla delicadamente – pareces pescado – se abrazó a él antes de mirar nuevamente a Wufei – Hee Kun está fuera de peligro, Wuxica – le dijo – aunque no creo que Ahalach Uinic de aquí lo esté – miró al hombre mayor – usted intentó asesinar a nuestro amigo – le dijo señalando el cuchillo que aún sostenía en la mano.

Wufei avanzó amenazadoramente hacia él, sabía que el joven al que reemplazaba tenía el don de controlar el fuego, ¿por qué? Ni idea, pero lo hacía. Lo tomó por la muñeca y lo miró fijamente a los ojos, iba a vengar la herida de su amado. Casi de inmediato el hombre comenzó a arder sin razón aparente hasta convertirse en cenizas sin emitir ningún sonido. El chino se volvió hacia sus amigos y vio que Dúo había ocultado el rostro en el cuello de Heero y que este lo abrazaba tratando de calmarlo.

- Tranquilo, Dúo Kile – le acariciaba la nuca con ternura – sólo se ha hecho justicia – le dijo en un susurro.

- Pero ¿tenía que ser frente a mí?

- ¿Acaso él no intentó matarlo delante de ti también? – le dijo Wufei molesto por su actitud – eres un llorón, mejor alégrate que llegamos a tiempo.

- Las estrellas le habían dicho ya a su padre que si intervenía en su boda con el príncipe Hee Kun, él moriría de la peor manera, pero no me hizo caso – le dijo Ah Kin moviendo la cabeza – ahora debe separarse de él hasta la boda de esta noche.

- ¿Se van a casar? – susurró apenas Wufei con un gran dolor en el pecho que Quatre sintió de inmediato – no quiero estar aquí.

- Está bien – dijo Dúo soltando a Heero – vuelve a tu casa, Heero, tengo muchas cosas que hacer todavía para esta noche – se volvió hacia los demás y les sonrió feliz – ¿Vienen conmigo o acompañarán a Hee Kun?

- Iremos con él – decidió Trowa mirando a su rubio esposo y al chino – nos veremos más tarde.

Wufei estaba sentado en silencio en la casita que le habían asignado a Heero para descansar antes de la boda, miraba a su alrededor, pero no quería ver, sentía la garganta apretada de un enorme dolor, pero sabía que no debía llorar, aquello acarrearía tragedias a esas tierras, las lágrimas del ángel de la justicia no debían salir jamás.

- Estás molesto conmigo ¿verdad? – le dijo Heero agachándose frente a él – esto no lo hacemos por nosotros, a quienes reemplazamos les valerá de mucho esta unión.

- Pero eso no impide que tú y el trenzado loco ese estén contentos y de acuerdo con eso – le replicó.

- Wufei, siempre has sabido que mi corazón es de Dúo y que te quiero como si fueras mi hermano, y me preocupa mucho tu actitud – miró a Quatre que permanecía en silencio apoyado en el hombro de Trowa con la mano en el corazón – ¿Acaso no puedes ver que tu dolor repercute en Quatre y por medio de él en todos los demás? Míralo – se lo señaló – le duele que sufras y a Trowa le duele que sufran los dos.

- Si me hubieses amado a mí.

- Lo siento, Wufei, yo siempre supe que amaría al trenzado – se puso de pie – lo amé en mis vidas pasadas y hoy vuelvo a hacerlo – respiró profundo – él entró en mis recuerdos ¿sabes? Fui su esclavo cuando él era príncipe solamente, él me amaba y yo a él, así de simple y de complicado, estuvimos siempre destinados a volver a estar juntos y esta es sólo una manera de demostrar lo que sentimos.

- Y ni siquiera soy capaz de odiarlo – lo abrazó – no quiero llorar, no quiero atraer males a estas tierras con las lágrimas de la justicia, pero me duele mucho.

- Lo siento, Wufei – le dijo – deberás ser testigo de la boda esta noche.

- Heero, perdona – le dijo Quatre recordando algo – ¿Qué sabes del Chilam Balam?

- Es un libro en el que se guardan las siete grandes profecías mayas que hablan del fin del mundo, es tan preciso que hasta una fecha da, señala el fin de un ciclo que ocurre cada alrededor de 5 mil años y se parece mucho al Apocalipsis pese a que no conocen la cultura de los cristianos, creo que en el templo hay una cámara sellada donde lo guardan, Dúo debe saberlo, él se ha paseado por allí.

- ¿Y no han encontrado las llaves?

- No he podido hablar con Dúo, nos mantienen separados hasta la boda.

- Yo iré a preguntarle – ofreció Quatre – a ver que sabe de las llaves también.

Dúo andaba corriendo por todos lados trasladando cosas de su habitación a otra más grande junto con cuatro guardias que le eran totalmente leales, allí tendría más espacio para estar con su Heero, abrazarlo y acariciarlo toda aquella magnífica noche de bodas que iban a tener. Se volvió para salir y se encontró con su rubio amigo.

- Hola, Quatre – le sonrió – espero que Heero esté bien.

- Él sí, quien no está bien es Wufei.

- Si, me imagino, nunca se va a conformar porque me ame a mí y no a él – suspiró – me había olvidado de eso, me gustaría que fuera feliz también.

- Mientras no se olvide de su amor por Heero, lo veo bastante difícil.

- Bueno, olvidémonos de las cosas tristes – esbozó una hermosa sonrisa – quiero saber si me quieres ayudar.

- Claro, pero yo venía a preguntarte por si sabes dónde está el Chilam Balam.

- Si, en un cuarto especial en el templo central y tiene un guardia especial día y noche, ayer estuve allí y traté de averiguar más, pero no conseguí mucho, aquellos guardianes tienen muy poco conocimiento de la sabiduría que este guarda.

- Sabes que tienes prohibido usar tus poderes.

- No los usé – se defendió – al menos no con ellos – se sonrió disculpándose – y ni siquiera fue adrede, es como si esa persona se hubiese puesto en contacto conmigo para avisarme de algo, aunque aún no sé bien qué.

- ¿Y sobre la misión que nos encomendaron?

- Yo... – miró a su alrededor – no le digas nada a Heero, por favor, sé donde están, pero quiero pasar esta noche con él, que sea mi esposo aunque sólo sea una noche.

- Así que las encontraste pero no le has dicho.

- Nos mantienen separados, y me lo he callado porque es mi más preciado sueño, ser suyo por completo.

- Heero dijo que estaban destinados a amarse desde siempre y que antes que fueras faraón fue tu esclavo.

- Así es, me lo enviaron de regalo para mi cumpleaños, pero ya antes soñaba con él y sus caricias – suspiró – no nos estaba permitido estar juntos porque yo no tenía esposa, mi padre estuvo a punto de matarlo, pero algunos sacerdotes leales a mí lo salvaron y cuando él fue asesinado, yo no estaba en palacio, estaba con Heero. Después que me convertí en faraón, los sacerdotes me buscaron una buena esposa, yo no quería casarme con ella, mis obligaciones conyugales me separarían de Heero, nos engañaron a ambos y me lanzaron aquella maldición. Y como él no sabía la manera de despertarme, se alejó y tuve que esperar mucho tiempo su regreso.

- Así que recuerdas lo que pasó.

- ¿Sabes? Todo aquello había sido olvidado, pero cuando hacíamos el amor en el paraíso, las palabras de Heero me lo trajeron de vuelta. Además, fue el propio Heero quien le puso la trampa al sarcófago y lo hizo recubrir de oro por dentro y por fuera.

- ¿Por qué?

- Para protegerme, el oro, al contrario de lo que muchos piensan, potencia los poderes mentales, y así, si alguien intentaba profanar mi tumba, yo podría espantarlo.

- ¿Y cómo es que Heero vio tu "fantasma" antes de abrir el sarcófago?

- Por lo mismo, creo que siempre supe que era él el único que me podía despertar y por eso quise llegar hasta él.

- Wufei tiene razón, estás bien loco – se rió.

- Heero me decía lo mismo – se rió también – pero que por eso me amaba.

- Ahalach Uinic – le dijeron a Dúo – han llegado al pueblo un grupo de extranjeros que dicen venir de Tulum.

- Es mi gente – dijo Quatre – vamos a recibirlos.

Cinco pueblos estaban reunidos en torno a la enorme plaza central de Uxmal preparando el banquete, este sería descomunal teniendo en cuenta que allí hacía alrededor de dos mil personas que querían ver a los novios y festejar con ellos. Las mesas estaban llenas de alimentos, había maíz, frijoles, chiles, tomates, camotes y cuanto fruto se les pudiera ocurrir. Además, había dos grande odres de cuero llenos de licor de maíz y de otros frutos fermentados para desearle prosperidad a la pareja.

La boda se efectuaría en el segundo altar del templo ya que el primero era sólo para los sacrificios. Allí ambos novios intercambiarían sus votos y unirían sus almas al amparo de los dioses frente a todos los presentes, luego beberían y comerían antes de ir a consumar su unión.

Heero estaba más que nervioso, aunque no se le notara, pero se acomodaba una y otra vez las muñequeras de oro y plata con incrustaciones de jade que portaba, como también se sacudía la túnica blanca y se reacomodaba el cinturón.

- Déjate eso tranquilo – le dijo Wufei – te lo vas a terminar sacando.

- Es que quiero verme bien para Dúo – admitió.

- Pero si ya estás perfecto – lo regañó fastidiado – nunca habías actuado así antes.

- Nunca antes he estado por casarme – le recordó – me gustaría tener un espejo para poder arréglame a mi gusto.

- Ese trenzado te tiene echado a perder – lo inmovilizó – estás bien, Heero, estoy seguro que él te encontrará hermoso tal como te veo yo.

- Basta – se soltó de su agarre – no me gustan tus palabras.

- Te estás portando como una mujer.

- Sigue molestando y te voy a dar feroz patada en el trasero, Wufei – le dijo recobrando su postura fría.

- Menos mal, volviste a la normalidad – le dijo burlón.

- Un día de estos, Wufei – lo amenazó – un día de estos me vas a conocer enfadado y vamos a ver quién te salva.

- ¿En serio?

- ¿Estás listo? – le dijo Trowa entrando en la habitación y se encontró con que se miraban de frente uno al otro, la mirada del chino burlona y la del japonés gélida y furiosa – vamos, el novio nos espera – tomó del brazo a Heero y miró a Wufei que seguía sin moverse – ¿Acaso no vas a venir?

- Claro – le dijo como saliendo de un trance.

En el altar esperaba Ah Kin junto con Dúo que vestía una delicada túnica blanca bordada finísimamente con hilos de plata, todos los adornos que portaban eran de plata, perfectas piezas de orfebrería complementadas por las delicadas piedras de jade blanco con delicadas tonalidades violeta que hacían resaltar el brillo de sus ojos y el leve rubor que cubría sus mejillas. Su cabello había sido prolijamente peinado enredando en él blancas cintas con piedras y bellas plumas, a su espalda ondeaba al viento su blanca capa con delicadas plumas blancas.

Heero lo observo tratando de no dejar que se le cayera la mandíbula, realmente se veía arrebatador, no encontraba otra palabra que describiera mejor los sentimientos que con tan sólo verlo habían despertado en su interior. Subió la escalinata hacia él tratando de no apurar el paso, no quería demostrarle lo ansioso que estaba por terminar con aquello para poder robárselo toda la noche.

Dúo miró de reojo a Heero y tuvo que contener el aire, se veía bellísimo con aquella túnica blanca que resaltaba el bronceado de su piel mientras se ajustaba a sus contornos tan masculinos, esos brazos tan musculosos adornados con brazaletes de oro y su cabello despeinado que se agitaba con el viento al pasar por su hermoso rostro, cómo no amarlo si era tan perfectamente hermoso. Le sonrió cuando llegó a su lado y apoyó su mano en la suya.

Los altos dignatarios de las tribus eran los únicos que podían estar cerca del altar, así que Quatre, Trowa y Wufei estaban viendo todo de cerca. El primero puso la mano en la de su esposo y le sonrió imitando a su trenzado amigo, la mirada del latino se dirigió al árabe y también le sonrió, ellos también podían hacer sus votos de amor eterno, aunque nadie se fijara en ellos.

- Para que la dicha sea eterna y la unión de nuestras tribus sea siempre perfecta, nuestro nuevo Halach Uinic y el príncipe Hee Kun unen sus vidas hoy y para siempre bajo la sombra protectora de Xipe Totec – dijo Ah Kin.

Heero tomó la mano derecha de su novio y la llevó a sus labios antes de prometerle su amor eterno e incorruptible. Este, ruborizado, lo imitó haciendo exactamente lo mismo.

Una hermosa lluvia de flores comenzó a caer sobre ellos y ambos se abrazaron sin comprender que ocurría, tal vez había algunas personas en la plataforma superior y ellos lanzaban las flores, pero en realidad no les importaba demasiado ya que ahora eran uno del otro.

Felices y bajo los vítores de todos, bajaron de la mano hacia la plaza en donde comenzaron el banquete de celebración. Allí empezaron por derramar el primer trago en la tierra para tener abundancia y luego lo repartieron entre todos. Luego siguió la comida que corrió en igual abundancia entre los presentes, hasta Wufei disfrutaba de la fiesta pese a su dolor.

Dúo se sentó junto a Heero mientras comían, iba a poner el brebaje en su vaso apenas se descuidara, pero Heero le rodeó los hombros al verlo cerca y lo atrajo contra su pecho mientras con la otra mano atrapaba su barbilla para que lo mirara a los ojos.

- ¿Te has dado cuenta, corazón?

- ¿De qué? – lo miró preocupado.

- Ay, Dúo – movió la cabeza y posó su boca en la del trenzado – volverá ser nuestra primera vez – bajó lentamente la mano por su espalda acariciándolo sobre la ropa – será fantástico ¿no crees?

Dúo se apartó sonrojado mirándolo a los ojos y volvió la mirada a la gente que los rodeaba, pero nadie les prestaba mayor atención, todos estaban entretenidos conversando, bailando, comiendo o bebiendo.

- ¿Por qué la vergüenza? – lo volvió a atraer contra su pecho – eres mi esposo, podemos besarnos y acariciarnos – lo sentó en su pierna – aunque no me gusta tener público ¿nos vamos?

Dúo lo miró y vertió en su copa el líquido del brebaje y lo llevó a los labios de su esposo y dejó que resbalara lentamente por su garganta.

- Vamos – se puso de pie y se lo llevó de la mano.

La habitación tenía un aroma delicioso para los alterados sentidos de Heero y se preguntó qué le habría puesto el trenzado en el trago para sentirse así cuando ni siquiera había comenzado a imaginarse la pasión que vivirían esta noche, debía ser un afrodisiaco muy potente para tenerlo en ese estado, pero iba a controlarse, no se le iba a ir encima como fiera salvaje en celo, eso le terminaría por hacer daño y era lo que menos quería hacer.

- Pasa algo malo – lo miró Dúo sentándose en la cama y tendiéndole los brazos.

- Solo me preguntaba que fue lo que me diste para dejarme así – le dijo sentándose a su lado sin tocarlo – no entiendo, nunca me había sentido así.

- Así ¿cómo?

- Así – lo acercó a su pecho con las manos temblorosas – siento como si nunca más fuera a tener la oportunidad de estar contigo y amarte – lo besó en los labios – siento deseos enormes de comerte – le mordió con suavidad el labio inferior – de estar dentro de ti, sentirte dentro de mí, amarte hasta agotar todas mis energías – arrastró los labios viajando por la mandíbula hasta llegar a su oreja – pero no quiero hacerte daño.

- ¿Te gustaría poner en práctica algunas de las posturas que vimos en el libro? – le dijo ruborizado – que hagas realidad nuestras fantasías.

- Siempre que estemos juntos – lo empujó contra la cama – te amo.

- ¿Sabes? Es la primera vez que me lo dices primero – lo atrajo a su pecho rodeándole el cuello con los brazos – yo también – lo beso perdiéndose en su sabor.

Heero comenzó a desnudarlo y sonrió a medias, era más fácil de quitar esa ropa que los complicados pantalones que le gustaba usar al trenzado en su tiempo. Miró su torso desnudo y pasó los dedos suavemente por sus costillas hasta llegar a la tetilla derecha que se irguió de inmediato en respuesta a sus caricias, se inclinó hacia ella y la rodeó con la lengua y su dueño en respuesta se estremeció entero.

- Cada vez que lo hacemos es como si fuera la primera – dijo Dúo quedo presionándolo contra él – me gusta mucho sentirte – le acarició el cabello y vio como este pasaba a la otra tetilla arrastrando los labios y los dientes por su piel - ¡Ah, Heero! – gimió y sintió como una mano traviesa viajaba hasta su sexo y comenzaba a moverlo lentamente mientras los labios de su esposo comenzaban a bajar lentamente por su abdomen saboreando levemente su piel enrojecida.

- No hay mejor música para mis oídos que tus gemidos de placer – le dijo antes de comenzar a prepararlo – te va a doler un poco, corazón – le dijo presionando levemente los dedos en el recto, pero en eso vio una botellita de lo que parecía ser lubricante, se apartó un momento y la untó en sus dedos – esto ayudará – lo besó en lo labios y volvió a iniciar su labor.

Dúo sintió como algo entraba dolorosamente en él, sabía que eran los dedos de Heero preparando el camino, pero de repente se asombró al sentir que el dolor desaparecía como por arte de magia y se volvía placer y se abrió de piernas aún más para facilitarle la labor. Entonces sintió como resbalaba dentro de él algo más grande y más duro lo penetraba fácilmente y lo llenaba de placer en especial cuando su olvidado sexo sintió los dedos de Heero frotándolo al mismo ritmo de sus potentes movimientos contra su trasero. Le rodeó las caderas con las piernas para hacer más profunda la penetración y arqueó la espalda al sentir como sus puntos sensibles eran tocados por las hábiles manos de su esposo.

- Heero – gimió – voy... a acabar... – dijo sintiendo que no soportaba más.

- Ah, no – se detuvo viendo como Dúo se derramaba en su mano entre los dos, pero él se contuvo – quiero que goces como nunca – le prometió.

Dúo se despertó con la luz del sol pegándole en la cara, si no fuera por eso de seguro seguía durmiendo mucho tiempo más. Intentó enderezarse para cerrar las cortinas pero no pudo, la espalda le dolía, el trasero no aguantaba su peso y para colmo, Heero lo tenía bien sujeto con las piernas y los brazos.

- Estoy muerto – se quejó tratando de soltarse aunque sabía que no tendría fuerzas para alcanzar las cortinas – Heero, suéltame – le pidió pero este en vez de soltarlo lo acercó más tomando su pene entre los dedos despertándolo una vez más – ¡No, por favor!

- ¿No quieres más? – le dijo frotándolo con cuidado pasando levemente un dedo sobre la punta mientras seguía recorriéndolo – yo si quiero.

- ¿Qué clase de pilas tienes? – le dijo entrecortadamente sintiendo el miembro erecto de su amado contra su adolorido trasero – no tengo fuerzas ni para resistirme – puso la mano en la de Heero.

- Fue tu idea la de drogarme, ahora aguanta.

- No abuses de mí – le rogó.

- Yo quiero más – insistió – pero si te duele, podemos hacer otra postura – los destapó a ambos y lo puso boca arriba – yo te acaricio y tú haces lo mismo – y se puso a gatas sobre él dejado su sexo a la altura de la boca de Dúo – ¿te gusta más así?

Dúo sentía placer y más placer, era casi tan loco ¿cómo tenía fuerzas para seguir haciéndolo con las tantas veces y formas en que lo habían hecho la noche anterior? Y parecía que Heero tenía cuerda para rato, lo poco que habían descansado se había recobrado lo suficiente como para recomenzar como si nada.

Quatre se despertó apoyado en Trowa, le encantaba eso de ser su esposo, así podía pasar todo el tiempo del mundo entre sus brazos, allí nada impedía que lo buscara y lo amara, nadie les decía nada si andaban de la mano o se besaban. Miró a su alrededor y sintió algo extraño, el ángel del valor se estaba llenando de lujuria y eso estaba mal. Se sentó en la cama y miró hacia afuera, estaba bien entrada la mañana

- ¿Pasa algo malo?

- El ángel del valor se ha llenado de lujuria – le dijo bajándose de la cama – si dejamos que siga así, se habrá contaminado y no podremos regresar a nuestro mundo.

- ¿Por qué lo dices?

- Es que el ángel de la justicia se llenó de ira cuando hirieron a Heero, pero éste no puede controlar los impulsos de la carne ¿recuerdas los siete pecados capitales? Dos de ellos han caído sobre los ángeles en este mundo, así que debemos apresurarnos a salir de aquí o perderemos nuestro lugar en el paraíso.

- ¿Dúo sabía algo sobre las llaves?

- Si, me dijo que las encontró pero que no se lo iba a decir a Heero hasta hoy porque quería casarse con él primero – se comenzó a vestir – sin embargo, creo saber dónde están, ni siquiera es tan complicado encontrarlas ¿sabes? La gente de aquí no las cree importante y sólo debemos tomarlas para desaparecer.

- Entonces – le dijo Trowa levantándose también – vamos por Wufei, tomamos las famosas llaves y regresamos a casa, aunque a Heero y a Dúo no les guste la idea.

Ya vestidos, los chicos fueron a buscar a Wufei que estaba sentado con "su bebé" en la escalinata del templo, se le veía cansado y ojeroso, incluso un poco deprimido, pero jugaba con el bebé.

- Encontré las llaves – les dijo señalando una pequeña estatua no muy lejos de donde él estaba – las habría tomado anoche, pero había mucha gente y no pude acercarme lo suficiente para sacarlas.

- Si lo hubieses hecho alguien te habría matado – dijo Trowa divertido.

- Tomémoslas ahora, antes que este mundo los contamine aún más – le dijo Quatre decidido y se acercó a la estatua de piedra pero no las alcanzaba – Trowa, sácalas y regresemos a casa.

- Está bien, no te enfades – de un salto retiró el collar de la estatua y contó las llaves – bien, nuestra misión está cumplida – de inmediato una luz los rodeó y los cinco estuvieron de regreso en el salón del "envío" como si sólo hubiesen soñado con la misión. Sin embargo, Trowa llevaba las llaves en la mano.

- Estoy muerto – dijo quejándose el trenzado abriendo los ojos y mirando a San Gabriel – ¿puedo ir a dormir la siesta una semana?

- Me temo que estás castigado, mi querido Deia – le dijo divertido el arcángel.

- ¿Por qué? – lo miró preocupado.

- Porque la lujuria es uno de los siete pecados capitales e hiciste que el ángel del valor cayera en ella – miró a Heero que se había puesto rojo – así que ambos van a tener que practicar la abstinencia por un buen tiempo desde ahora.

- ¡Buuuuuuaaaaaaa! – se puso a llorar.

- ¡Dúo, cállate!

La purificación de un ángel

Los cuatro guerreros miraban al trenzado que lloraba pero no de pena sino de rabia, y más que nada porque lo habían castigado y no por el castigo en sí, de todas maneras, estaban seguros, iba a practicar la abstinencia por un buen tiempo por el desgaste que había hecho de su cuerpo y de sus energías junto con Heero.

- ¡Déjate de llorar! – le dijo Heero abrazándolo – recuerda que yo también estoy castigado.

- Yo no quiero estar castigado – lloriqueó.

- Vamos, si sólo vamos a estar juntos sin hacerlo, el practicar la abstinencia no significa que no estemos juntos.

- ¿En serio? ¿Nadie nos va a separar? – lo miró con sus ojitos llenos de ilusión.

- ¿Es por eso que lloras? – lo atrajo hacia su pecho – no vas a dejar de verme, Deia, sólo vamos a abstenernos de amarnos físicamente por un tiempo.

- Y de besos tampoco – les dijo el arcángel – también Wufei tendrá que practicar la paciencia porque se dejó invadir con mucha facilidad por la ira, así que tendrá que soportar a la persona que menos aguanta una semana para purificarse. Y Trowa y Quatre van a tener que ayudarlos.

Todos asintieron mientras Wufei se cruzaba de brazos enfadado pero sin decir nada, no quería ni imaginarse a quién iba a tener que aguantar una semana.

- ¿No vas a preguntar quién es?

- No, aunque creo que de todas maneras me lo vas a decir.

- No te lo voy a decir, los vamos a mandar directamente con él, deben rescatarlo, Epión está intentando ponerlo bajo su control nuevamente, eso le daría a Zech la libertad de manipular a Talguis y dejar que Traize controle a Ypsilón sin que esto le produzca mayores contratiempos.

- ¡El trenzado antipático ése! – chilló Deia mientras Heero se tapaba los oídos – ese no es castigo para Wufei, es castigo para mí – se volvió hacia Heero y ocultó el rostro en el pecho de este.

- También debes cultivar la paciencia, Deia – le dijo San Gabriel con una gotita cayéndole por el costado – y no es tan terrible como crees, deben purificar a ese muchacho para que vuelva a formar parte del ángel.

- ¿Qué quiere decir con eso? – le dijo Quatre preocupado.

- Lo sabrán a su debido tiempo, ahora deben regresar a la tierra y rescatar a ese muchacho.

- ¿No me puedo quedar aquí con Heero? – le pidió Deia.

- Lo siento, pero deben ir los cinco.

- Diantre – dijo entre dientes – después no se enojen si lo mato por tratar de quitarme a Heero.

- No lo va a intentar – le aseguró.

- ¿Y quién me asegura que cuando lo vea no cambia de opinión y vuelve a la carga? No creo que le dure mucho el gusto por Wufei, mi Heero es más bonito.

- Oye, trenzado loco, no me molestes – le dijo el chino.

No le hagas caso – abrazó Heero al trenzado divertido – tiene una visión muy parcial de mí, no es para nada objetivo en sus apreciaciones.

- Cierto, aunque debo admitir que no tiene tan mal gusto.

- ¡Wufei!

- Ya, basta de tonterías, bajen a la Tierra y tengan cuidado, no quiero que vayan a caer en el peor de los pecados capitales, la soberbia.

- ¿Por qué?

- Por eso fueron expulsados los ángeles malos del paraíso – le recordó Heero y caminaron de regreso a los hangares donde descansaban los guardianes.

La tierra se veía muy extraña, por todos lados había un rastro de la miseria que habían sembrado las siete plagas y los jinetes del Apocalipsis en su paso por ella, cosa que se veía multiplicada por la acción de los demonios al mando de Zech y su Epión, que seguían destruyendo a cualquiera que no se sometía a sus ideas. Había ciudades que estaban deshabitadas por completo por todos lados, algunas con rastros de guerras e incendios enormes.

- Por aquí pasaron los jinetes del Apocalipsis desde un principio, estamos muy cerca de donde se inicia el Armagedón – dijo Quatre preocupado – siempre se supo que todo se iniciaría en el Oriente Medio.

- El Chilam Balam también lo señala – dijo Heero – sus profecías se van cumpliendo de acuerdo al Apocalipsis una por una, aunque sus señales son más nítidas para aquel que abre su mente a ellas.

- ¿Abrir la mente? – le dijo Deia extrañado.

- Me refiero que, al igual que el Apocalipsis, es un libro hecho para que la gente cambiara su conducta destructiva, para que se dieran cuenta que las guerras son innecesarias, que los instintos del hombre por dominar al hombre no son constructivos, que más bien lo llevan a su perdición, que la tierra que le heredemos a nuestros hijos debe estar cimentada en la paz, en la unidad y en la comprensión mutua.

- Pareces predicador, Yuy – le dijo Wufei – mientras antes lleguemos con el gringo loco y lo salvemos de Zech, antes estaremos de regreso.

- Y nos desharemos de él – agregó Deia.

- Ustedes deben recordar que lo van a tener que aguantar una semana – les recordó Trowa entre divertido y preocupado – recuerden que San Gabriel dijo...

- ¡YA SABEMOS!- gritaron el trenzado y el chino al mismo tiempo.

- Ok, pero no se enojen así.

Aterrizaron en lo que quedaba del antiguo cashba de los Winner y revisaron todo el lugar buscando al americano hasta que lo encontraron jugando ajedrez con Rasid no muy lejos, al lado del oasis bajo la sombra de una palmera.

- Amo Quatre, jóvenes, que bueno que están de regreso.

- Hola, Heero – le sonrió el trenzado y se fijo que el otro se apegaba a este – hola Wufei – le sonrió también.

- ¿Hay alguna novedad, Rasid? – sonrió Quatre desentendiéndose de las miradas de odio que se lanzaban ambos trenzados.

- Unos cuantos problemillas que ya solucionaron sus hermanas, amo Quatre – le respondió mirando al trenzado americano – hay rumores que al otro lado de las dunas se ha desatado una terrible guerra, pero no hemos visto ni oído nada.

- Es mejor así – dijo el rubio.

- Su padre nos ordenó que lo esperáramos aquí, le ofreció a su amigo llevarlo a casa – le señaló.

- No me quise ir, sabía que volverían aquí – dijo Dúo moviendo una pieza negra – jaque.

- Pésima jugada – dijo Rasid y movió la suya – jaque mate.

- Es hora de comer – sonrió – ¿vamos?

Deia y Dúo se dedicaron a molestarse mutuamente, si bien el americano había mostrado interés por Wufei, cada vez que podía se acercaba a Heero y le conversaba e intentaba coquetearle, pero este se hacía el desentendido tratando de no provocar más roces entre ambos, cosa que no conseguía porque Deia iba y se sentaba en sus piernas, lo abrazaba por atrás o simplemente le plantaba un beso en los labios y el otro apretaba los puños y se iba a coquetearle a Wufei. Y este estaba sumamente ofendido, no le gustaba, como era lógico, ser segunda opción y se había tenido que armar de paciencia para no darle un buen golpe.

- Te pones pesado de más – le dijo a Dúo el joven chino – ¿Acaso no descansas de tus tonterías?

- A ratos – le sonrió y se acomodó en su hombro – Oye, ¿me enseñarías tu guardián? Debe ser divertido ser en parte un ángel.

- No quiero mostrarte a Nataku.

- ¿Tiene nombre de mujer?

- No es un nombre de mujer, es un dragón guerrero legendario – lo corrigió molesto – ahora hazte a un lado.

- ¿Por qué?

- ¿Cómo que por qué? – lo miró fastidiado – estoy cansado y quiero relajarme un poco y tú me estorbas.

- Podría ayudarte un poco, mi querido Wufei – le sonrió muy coqueto – sé hacer muy buenos masajes.

- Oh, claro – le replicó Deia – tal como sabes jugar ajedrez.

- Deia – lo regañó Heero.

- ¿Sabes, Faraoncito? Eres más antipático que una ortiga.

- Vete al... – le replicó pero Heero le tapó la boca.

- No debes decir éso – le dijo haciendo girar su rostro hacia él – recuerda que nos dijeron que nosotros podemos mandar a cualquiera a ese lugar, nos volveríamos jueces y cuando nos toque a nosotros, nos juzgarán con la misma dureza.

- Paciencia – gruñó entre dientes y se volvió hacia él – ¿por qué no mejor vamos a caminar un poco? A ver sí se me pasa un poco la rabia.

- Está bien – lo abrazó por la cintura y vio que Wufei se ponía de pie – vendrás con nosotros ¿verdad?

- Alguien tiene que ver que practiquen la abstinencia – le respondió el chino y los siguió.

- Así nunca vas a tener novio – le dijo el americano.

- Ni lo necesita – le replicó el egipcio – tiene una prometida esperándolo en China.

- Deia, cállate – le dijo Heero y se alejaron.

Trowa estaba sentado en la orilla del pequeño estanque que daba vida al oasis con los dos pies en el agua mirando a Quatre que dormía a su lado con una sombrilla sobre su cabeza y sonrió. Hacía unos días habían descansado de la misma manera junto al lago plateado en el paraíso, sólo que allí el agua estaba deliciosa y el sol no quemaba ni producía insolación, aquí en cambio, si uno se dejaba llevar por la somnolencia que este provocaba, lo más probable era que le diera insolación, se deshidratara o se quemara la piel expuesta y luego pareciera jaiba.

- Que aburrido – dijo el americano sentándose junto a Trowa – creo que debí irme con el padre de Quatre, al menos podría haber ido de tiendas con una de sus hermanas y no tener que soportar a ese horrible faraón.

- No creo que Deia sea horrible, además, te le pareces mucho.

- No me refiero a su aspecto físico – movió la cabeza – es su forma de ser, es un acaparador, nunca deja solo a Heero y se dedica a fastidiarme.

- Es probable que lo haga porque sabe que tú tienes segundas intenciones con él, recuerda que tiene poderes síquicos. Además, Heero fue quien lo despertó de su sueño eterno.

- Eso no le quita que sea un fastidio.

- Para él también debes resultarle fastidioso – le replicó Quatre sentándose – estás tratando de quitarle su novio y por eso se pone así contigo.

- Pero si me fastidia hasta cuando estoy con Wufei.

- Lo hace por protegerlo.

- ¿De quién? – dijo enojado – además me dijo que este tiene una prometida ¿es verdad?

- Sí, ella lo está esperando hace tiempo pero él no se decide.

- Así que todavía tengo una oportunidad con él.

- Lo veo medio difícil – le dijo el latino – Wufei ha estado mucho tiempo enamorado de Heero como para que te preste atención y menos con el parecido que tienes con aquel que se lo arrebató.

- Pues no pienso darme por vencido, uno de los dos será mío – se levantó y se fue.

- Parece que nosotros también vamos a tener que practicar la paciencia – murmuró Quatre mirando al trenzado que se alejaba – sólo espero que las cosas salgan bien.

Zech estaba sentado en el pasto tomando el sol, no era raro verlo así, descansando despreocupadamente, en especial desde que habían quedado libres todos los demonios del infierno, pero si él verlo solo, normalmente a su lado estaba su amante, pero este estaba practicando tiro al blanco del otro lado de la casa solariega. Realmente, estaba muy molesto, desde que los sellos habían sido rotos unas semanas atrás no sólo había perdido su trabajo, que consistía en fastidiar a los humanos, sino que también a su juguete favorito, es decir, Traize, que no dejaba de prepararse para la batalla final más que cuando se sentía muy agotado para seguir y eso no les dejaba tiempo para hacer otras cosas y menos para el sexo.

- Joven Miliardo – se inclinó ante él un demonio respetuosamente – el gran jefe quiere verlo lo antes posible en la base central.

- Muy bien, voy para allá – se puso de pie y en un pestañeo desapareció.

- ¿Adónde fue Miliardo? – le dijo Traize que había llegado a buscarlo, estaba aburrido del entrenamiento y quería divertirse un rato – iba a invitarlo a la ciudad a bailar.

- Lo llamó el gran Jefe, Sr. Traize.

- Ah, entonces será en otra ocasión.

Zech miró el lugar, nunca le había gustado mucho, en realidad, hacía demasiada calor en la sala, él prefería los lugares frescos, aunque tampoco le gustaba el frío, pero eso se remediaba fácilmente. En todo caso, no le daba mayor importancia.

- ¿Me mandó llamar?

- He recordado algo ¿Recuerdas al muchacho que usaron para despertar a Babilonia? – el rubio asintió – bueno, teniendo en cuenta en parecido que guarda con el alma de Deathscythe, debe ser la mitad perdida del ángel, así que debe haber sido contaminado al estar en Epión.

- ¿Qué pretende, Excelencia?

- Simple, reducir el poder de las fuerzas celestiales, recuerda que fueron ellos los que impidieron que nos hiciéramos con el poder del Padre hace tanto tiempo.

- ¿Y qué es lo que debo hacer?

- Irás con tu gente a buscarlo al desierto en Qatar, sé que los guardianes están de vuelta en la tierra, lo que significa que mis deducciones son exactas, te llevarás a Epión, a Talguis y a Ypsilón y secuestrarán al chico. Mis informes dicen que le gusta el alma de Zero, pero que éste apenas y lo soporta, hazlo creer que le darás el poder para conquistarlo y será fácil convencerlo.

- ¿Y qué ganaremos con eso?

- Fácil, mi querido Zech, la mitad de Deathscythe estará contaminada y sus poderes no le servirán de mucho. También, de paso, contaminaremos la espada de Miguel y le será completamente inútil en la batalla final.

- Bien, entonces, voy a necesitar un par de demonios...

- Que Traize pilotee a Ypsilón.

- ¿Traize? ¿Por qué él?

- Será mucho más poderoso si controla un alma humana – le dijo – y te estás encariñando demasiado con él, deberás demostrarme tu lealtad entregándome a aquella persona que más quieras.

- Como ordene – desapareció, pero había una espina clavada en su mitad humana que comenzaba a desgarrarlo.

Deia miraba a la distancia, estaba un poco alejado de sus amigos, se sentía extraño, no era la primera vez que veía cosas relacionadas con Zech y Traize y tampoco creía que fuera la última, sin embargo, había cosas que se sabían en el infierno y que él, que era el verdadero afectado por aquello, no conocía ¿sería cierto que aquel insoportable americano era su otra mitad? Tal vez era por eso que no se soportaban el uno al otro. Sin embargo, recordaba que les habían dicho que en el libro de la vida aparecía tanto su nombre como el del americano como almas de Deathscythe ¿qué podía significar aquello? Nada bueno, tal vez.

- Estás muy silencioso, amor – le dijo Heero abrazándolo – ¿qué pasa?

- Es que he vuelto a tener visiones presentes de Zech y Traize. No, no de ese tipo – negó moviendo la cabeza – su jefe planea algo contra nosotros.

- Déjalos que vengan, los venceremos.

- Traize va a controlar a Ypsilón.

- ¿Qué? – lo miró asombrado – ese demonio, si toma el alma de un humano, tendrá tanto poder como tres de nuestros guardianes juntos. Aunque no creo que a Zech le guste mucho eso de convertir a su novio en un condenado.

- Él se lo ha pedido como prueba de su lealtad.

- Está malo – dijo preocupado – pero yo venía a otra cosa – lo tomó de la mano y lo llevó dentro de la tienda que compartían – recuerdo que fui tu esclavo en otra vida y que era tu verdadero amor, sin embargo, pese a que estaba allí, no te pude despertar ¿por qué?

- Yo también me he preguntado aquello – se sentó en la cama junto a Heero – recuerdo claramente que cuando leíste la tablilla en la entrada me desperté, mejor dicho, mi alma regresó a este mundo ya que desde el momento en que me maldijeron me separé de mi cuerpo, te pude seguir, entonces, la tablilla sellaba mi alma lejos ¿no crees?

- Eso quiere decir...

- Hola, chicos ¿tienen dudas?

- Hola, San Gabriel ¿qué lo trae por aquí?

- Bueno, yo quisiera decirles algo respecto a lo que pasó cuando te hicieron dormir – les dijo – las almas son seleccionadas minuciosamente antes de ser enviadas a este mundo a encarnarse, pero tres de ellas se fugaron y bajaron al mundo humano, dos de ellas regresaron, una cubierta de tristeza y la otra vacía, la tercera quedó atrapada entre dos mundos, la tuya – le dijo a Deia – Es cierto que han estado destinados a ser siempre uno, pero el que lo hicieran significaba en inicio del mal, por eso los mantuvimos separados. Sin embargo, ustedes los humanos pueden hacer lo que quieran y se reunieron antes de tiempo. No podíamos permitirlo, pero tampoco podíamos hacer nada. Pero ocurrió algo extraño, el Diablo metió su cola e intentó hacerse del poder humano ya que no podía acceder al divino sin saber que así se encerraba a sí mismo ya que los otros ángeles no habían bajado aún a la tierra.

- Pero ¿por qué no pude liberarlo de la maldición?

- Porque la maldición no fue completada hasta mucho después de tu partida de Egipto – señaló – la mujer que encontraron posteriormente en la pirámide lo hizo en venganza, no pudo matar al faraón por el sello que tú habías puesto en su sarcófago, así que le volvió a poner otro sello que sólo tú podrías romper para despertarlo, pero allí nadie lo sabía y ya estabas muy lejos. Además, fue tu deseo que te olvidaran para que cuando despertara pudiera ser feliz y ella te borró de su memoria con los hechizos del libro de los muertos.

- Pero yo lo recordé – dijo Deia.

- Pero fue porque las palabras de Heero te habían marcado el alma.

- Una cosa, dice que soy el alma de Zero, pero este amaba a Epión y no a Deathscythe, sin embargo, yo amo a su alma.

- Zero si amaba a Deathscythe, pero estaba confundido, era su amigo, casi su hermano, y cuando Epión le ofreció una salida a su dilema, la tomó. Creo que no quería sentirse así de atraído por él, pero si sufrió cuando Deathscythe le dijo que lo amaba y que haría lo que fuera por él.

- Perdón, pero ¿por qué tiene dos almas? – dijo Deia.

- En realidad debió ser Zero quien se dividiera en dos – dijo – él se encontraba dividido entre amar a Deathscythe y amar a Epión, sin embargo, fue decisión de Deathscythe hacerlo para proteger ambos mundos para demostrarle su amor a Zero.

- ¿Y tengo que unirme a ese gringo loco?

- No, cada uno es una persona diferente, tú eres el alma de Deathscythe y, aunque Dúo piloteara a tu guardián, ya no sería lo mismo.

- Entonces ¿para qué purificarlo?

- Para que su poder regrese a Deathscythe y él tenga oportunidad de redimir su alma y entrar en el paraíso.

Dúo estaba sentado en una roca mirando el anochecer y viendo como las primeras estrella comenzaban a refulgir en el cielo. Se le antojaba muy romántico, pero Heero estaba con el faraón y Wufei no quería ni verlo. Suspiró, le gustaría conocer alguna forma de conquistarlos a los dos ¿qué mejor que dos chicos guapos perdido por él? Aunque Trowa tenía razón, el chino estaba enamorado de Heero, lo había notada por la cara que ponía este cada vez que el egipcio le decía algo al japonés y este le sonreía de manera afectuosa. ¿Qué hacer? Nada.

- Claro que hay algo que puedes hacer, pequeño – le dijo una voz masculina a sus espaldas – en especial si quieres conquistar a Heero Yuy.

- ¿Sabes que hacer? – miró al hombre, era alto y rubio y se le hacía muy familiar ¿de dónde lo conocería?

- Epión era el novio oficial de Zero, si te conviertes en su piloto, Zero influirá en su piloto para que te quiera – le dijo al verlo interesado.

- ¿Crees que sea posible? – lo miró asombrado.

- Es más que posible, así desplazarás en su corazón a Deia.

- ¿Quién eres?

- Mi nombre es Miliardo Piscraft – le dijo el rubio sonriendo.

- ¿Por qué me ayudas? – le dijo dudando de sus palabras – ¿Qué ganas tú con que Heero me ame? ¿Acaso te gusta Deia?

- Lo sabrás a su debido tiempo, ven conmigo – le tendió la mano, el trenzado la tomó y luego ambos desaparecieron y reaparecieron en Ámsterdam.

Traize se volvió al sentir a Miliardo de regreso pero sus ojos se llenaron de ira al ver que llevaba de la mano al trenzado con que habían despertado a Babilonia ¿qué era lo que pretendía ahora? Como si no fuera suficientemente malo ya que lo hubiese plantado para el almuerzo sin decirle nada y ahora venía con el americano y de la mano, para colmo.

- Dúo, él es Traize Krusrenada – lo presentó sin soltarle la mano.

- Buenas tardes.

- Para otros serán buenas – le respondió de malas maneras – los dejo, tengo cosas importantes que hacer – se volvió para salir, no pensaba montarle una escena, pero sentía que los celos se lo comían.

- Tengo que hablar contigo, Traize – lo detuvo tomándolo del brazo.

- Pues yo no tengo ganas de hablar contigo – le replicó de malas entre dientes soltándose de su agarro y se marchó.

- Espérame aquí ¿quieres? Traize está muy extraño – lo siguió – Oye, no te pongas así – intentó detenerlo pero este no lo escuchaba.

- A mí no me parece tan extraño – murmuró el americano – está actuando igual que Deia cuando nota que estoy demasiado cerca de Heero, así que supongo que debe estar celoso de mí – pero el rubio no lo escuchaba.

Deia apoyó la cabeza en el hombro de Heero, no había dicho nada todavía, quería averiguar un poco más acerca de lo que iba a hacer el demonio ese con Dúo, pero tenía que informar de su desaparición, se suponía que por el momento eran sus custodios. Además, ¿Dónde estaba su ángel de la guarda que no le decía que ese tipo era un demonio?

- ¿Pasa algo malo?

- Zech se llevó a Dúo – le dijo en voz baja – le ha hecho creer que si pilotea a Epión Zero te hará amarlo.

- Diantre – gruñó – ¿qué más averiguaste?

- Traize está molesto con él, creo que teme que le quiten a su demonio, él está tratando de explicarle las cosas en este momento, pero me temo que no lo está consiguiendo.

- Bueno, mientras menos se entiendan ellos, mejor para nosotros, tendremos más tiempo para prepararnos para su ataque.

- Quieren la perdición de un ángel y la contaminación de la espada de San Miguel.

- No te preocupes tanto, rescataremos a ese loco – le dijo y iba a besarlo cuando Trowa y Wufei los separaron – ¿qué pasa?

- Abstinencia y nada de besos – le recordaron los dos.

Suplicio y abstinencia

Deia miró a sus amigos y luego a Heero que los miraba un tanto avergonzado, se había olvidado por completo que el castigo de ambos, aparte de la abstinencia, les tenía prohibidos los besos, podían estar juntos siempre y cuando no cayeran en la tentación.

- ¡BUAAAAAA! – empezó a chillar Deia – ¡Me quieren quitar a Heero!

- Deia – lo regañó el japonés – estamos castigados ¿recuerdas? Nada de besos ni nada parecido que nos pueda tentar a romper la abstinencia

- ¡No es cierto, Wufei nos quiere separar!

- ¡Basta! – le dijo el chino molesto – no los separamos por eso ¿Acaso no recuerdas lo que dijo San Gabriel? Ni sexo, ni besos.

- Heero es mío – insistió y se echó a los brazos del japonés.

- No seas burro – le dijo Trowa molesto – los hacemos por el bien de ambos, no querrás que los castiguen de nuevo y con la separación ¿verdad?

- Tiene razón, Deia – le dijo Heero – ahora aboquémonos a nuestra misión, me contabas que viste a Zech y a Traize hace un rato, y que el rubio se robó Dúo.

- Debemos recuperarlo de inmediato – dijo Wufei.

- ¿Por qué no dejamos que se queden con él? – les dijo – aunque Traize está furioso con Zech por llegar con él de la mano, no le ha dejado explicarle los planes que tiene para ellos, como será que se ha encerrado en su cuarto con llave y el demonio no puede abrirla.

- Recuerda lo que nos dijo San Gabriel – insistió Trowa – debemos purificarlo para que sus poderes regresen a Deathscythe y su alma sea redimida.

- Está bien, pero ellos se encuentran muy lejos, creo que dijeron que era Ámsterdam o algo parecido – se encogió de hombros – van a subirlo a Epión y Traize deberá pilotear a Ypsilón.

- De seguro atacarán muy pronto – dijo Trowa – mejor los esperamos aquí, no podemos provocar una pelea en una cuidad tan grande.

- Oye ¿y Quatre?

- Se quedó conversando con su gente – respondió Trowa – estaba un poco cansado, así que le dije que se acostara temprano, creo que mi pequeño se va a enfermar, los cambios de clima y de lugar parecen estarlo afectando bastante.

- ¿No se supone que somos ángeles?

- Pero eso no significa que seamos inmortales – le replicó Heero jugando con su trenza – esa facultad la tendremos sólo estando en el paraíso, aquí somos simples mortales como cualquier otro ser humano.

- ¿De qué nos vale ser ángeles entonces?

- Es el poder, tonto, y no otra cosa lo que necesitamos para luchar.

- Bueno – se encogió de hombros ante el regaño de su novio – regresemos al campamento a descansar, no creo que ellos ataquen pronto, en especial porque dudo que Zech convenza con facilidad a Traize que no lo estaba engañando con el gringo loco ese ¿cómo puede creerlo?

- ¿Cómo lo crees tú? – se burló el chino.

- Ajniashi toha – le dijo y Wufei quedó suspendido en el aire y de cabeza.

- Deia, basta – le dijo Heero y vio como dejaba caer al chino de golpe al suelo – no te comportes como un crío, recuerda que tienes que aprender a tener paciencia.

- Pues creo que no tengo mucha – gruñó fastidiado.

- Es por eso que nos mandaron a la Tierra de vuelta – le dijo Trowa ayudando al chino a levantarse – regresemos al campamento, es mejor que descansemos mientras esperamos el ataque de los demonios.

Amanecía y Heero no había conseguido dormir más de un par de horas, a cada rato se despertaba al no sentir el calor de su trenzado a su lado. Se volvió fastidiado mirando a Trowa que dormía en la otra cama ¿cómo podía dormir tan tranquilo con su novio al otro lado de la cortina? Molesto, se sentó abrazándose a sí mismo para darse calor pensando si Deia estaría en las mismas condiciones, sin poder dormir y echando de menos su calor.

- Deberías tratar de dormir un poco más – le dijo con voz somnolienta Trowa – son apenas las tres de la mañana.

- No puedo, hace demasiado frío sin Deia a mi lado.

- Sabes perfectamente que no pueden estar juntos, deben practicar la abstinencia una semana y si duermen juntos más que de seguro la rompen.

- Cómo si fuera tan fácil de mantenerla.

- Te aseguro que no es nada fácil, lo sé por experiencia propia – le dijo – estar sin Quatre también es doloroso para mí, pero cuando al fin podamos estar juntos, te aseguro que será fantástico siempre y cuando no caigamos en la lujuria.

- No fue nuestra culpa, fue el brebaje y el aceite ese que le dio el sacerdote a Deia lo que nos alteró las hormonas.

- ¿Lo sabías y lo bebiste?

- Deia lo echó en mi copa y la acercó a mis labios ¿cómo iba a soportar semejante tentación? No podía despreciar lo que ofrecía mi esposo, menos delante de todos.

- ¿Lo consideras tu esposo todavía?

- Sí – admitió volviendo a acostarse – y creo que la abstinencia me está haciendo mal, tengo aún más tentaciones.

- Es porque es forzada, fuera de manera voluntaria, tal vez fuera más llevadera, aunque eso no impide que tengas pensamientos pecaminosos – admitió avergonzado.

- Quatre y tú no tenían que practicar la abstinencia también – le dijo – Wufei podría habernos vigilado.

- Deia habría reaccionado tal como lo hizo en la tarde, sabes que no le perdona que esté enamorado de ti.

- Posiblemente sí – asintió mirando el techo – pero yo nunca sentí nada por Wufei, para mí era un héroe al que quería imitar, nunca tuve interés romántico en él.

- Pero Wufei sí en ti, y es eso lo que no soporta – lo miró – creo que lo único que lo va a tranquilizar es verlo interesado de verdad en alguien más.

- Mientras no sea Dúo – dijo sonriendo – no creo que sea bueno para Wufei, es un tipo demasiado mundano para él, lo único que haría es complicarle la vida.

- ¿Y qué piensas de la chica que lo espera en China?

- No lo sé, ella fue elegida por su familia y si hay algo que Wufei odia es que le impongan algo – miró al latino – aunque aquello signifique perder su herencia y el liderazgo de su clan a la muerte de su abuelo.

- ¿Qué fue lo que pasó?

- Yo conocí a su abuelo pocos días después de terminar la secundaria cuando fui a visitar a Wufei para proponerle un negocio que nos favorecería a los dos sin saber que él no estaba ya en China. Su abuelo me recibió de mala gana y me dijo que Wufei se había marchado por mi culpa y que no había querido cumplir su deber con el clan casándose con Merina tal como estaba establecido desde hacía muchos años. Yo le dije que nada tenía que ver con las decisiones que tomara él, yo no sabía que estaba enamorado de mí y le dije que sólo éramos amigos.

- En aquel tiempo Wufei estaba en mi casa, en Italia.

- El anciano me dijo que yo había pervertido a su nieto y que no quería que me acercara más a su casa, que no iba a permitir que contaminara a alguien más de su clan – movió la cabeza negativamente – yo le repliqué que para qué me iba a juntar con gente así, se enfureció y me sacó con violencia de su casa, tanto así que terminé en el hospital y tuve que poner una denuncia en su contra para poder regresar a Japón. Sólo que yo no me esperaba que intentara vengarse de mí matándome, por poco y lo consigue mientras estaba en Japón con una bomba incendiaria puesta por su gente, así que me fui a estudiar a Londres, esperaba estar a salvo, pero la mafia china me persiguió y estuvo a punto de matarme, me vi obligado a buscar protección y estuve prácticamente recluido dos años cuando al fin me dejaron en paz pues Wufei estaba en Grecia contigo.

- Ya me extrañaba tu actitud para con él cuando coincidimos en las ruinas del Partenón hace un año.

- ¿A quién le va a gustar encontrarse con la persona por la cuál haz estado tres veces al borde de la muerte? Yo pensaba que él lo sabía y que lo hacía por vengarse que lo hubiese despreciado.

- ¿Cómo pudiste pensar semejante estupidez? – le dijo Wufei molesto desde el otro lado de la cortina – me hubiese enterado entonces de ello le habría puesto un atajo y no te habrían perseguido tanto.

- Pero siempre hubo alguien a mi lado – miró la cortina que lo separaba de su trenzado – sólo ahora reconozco quien era.

Un fuerte estallido se escuchó a la distancia y se repitió cada vez más cerca haciendo que Quatre lanzara un grito de dolor...

Zech estaba sentado en su cama con Traize recostado contra su pecho, mucho le había costado convencerlo que entre el americano y él no había nada, que era sólo un medio de conseguir nuevas fuerzas para la batalla final. Sin embargo, había una extraña felicidad por aquella actitud de parte del trigueño, lo hacía sentir amado y le había dado une excusa para retrasar el ataque, no quería convertirlo en un condenado, no quería que compartiera con él tan terrible destino, aunque eso significara que debía traicionar a los suyos.

- ¿Qué hago, Traize? – lo miró con ternura – no sé por qué no quiero que conozcas el infierno y mucho menos el lago de fuego y azufre al que ya estoy destinado ¿esto es lo que ustedes llaman amor?

- El amor está prohibido para los demonios – le recordó una voz.

- ¿Que quieres, Lilith?

- No entiendo a aquellos que sienten aquella terrible debilidad por estos seres tan insignificantes, ninguna clase de poder, la inteligencia mal utilizada, sólo pretenden brindarse una vida cómoda y sin sobresaltos, pero sin hacer grandes esfuerzos – señaló a Traize que dormía – no sé cómo Él los prefiere sobre nosotros, tanto así que les pone ángeles que los cuiden toda la vida, que hasta los acompañan a la entrada del infierno cuando son enviados allí

- Supongo que de tanto cuidarlos se enamoran de ellos – se encogió de hombros enredando los dedos en el cabello de Traize – no parece ser tan difícil.

- Estás mal de la cabeza.

- Eso a ti qué te importa, es mi cabeza ¿no?

- No te alteres, sólo vengo a decirte que Babilonia ha caído y que la última etapa del Armagedón acaba de empezar y se encuentra muy cerca de donde están los Guardianes, que si quieres hacer bien tu trabajo, lo hagas ya.

- No vas a decir nada.

- Aquel hombre me expulsó del paraíso – dijo molesta refiriéndose a Adán – pero no los odio, al contrario, aquello me dio poder, uno que jamás imaginé tener cuando estaba en el paraíso – desapareció.

- Traize, despierta, tenemos una tarea que cumplir – lo movió con suavidad.

- Te amo – le replicó enderezándose y plantándole un suave beso en los labios – vamos.

Zech no pudo responder y se levantó de la cama siguiendo a su amante hacia donde los esperaba Dúo que dormía profundamente sentado en un sillón con la trenza sobre el hombro como si alguien lo hubiese estado acariciando.

Trowa tenía fuertemente abrazado al árabe que se estremecía con violencia y sentía cada vez más fuerte las dolorosas puntadas en el pecho y que no atinaba a explicarles a los demás que era lo que pasaba, aquel dolor no le permitía coordinar las palabras correctas. Deia se sentó a su lado y lo abrazó tratando de calmarlo y de leer su mente para explicar lo que pasaba, sin embargo, fue rechazado violentamente por algo que no era de Quatre.

- ¿Qué pasa? – lo ayudó Heero sentándolo en su regazo – ¿por qué te atacó?

- No fue Quatre – le dijo acomodándose en su hombro – la última parte del Armagedón está muy cerca y él está sintiendo como muchas personas están muriendo, ha sido su ángel de la guarda y el mío los que me han apartado, ellos no quieren que yo comparta su dolor.

- Pobre amorcito – dijo Trowa besando la frente del árabe – pero esta parte vendría solo después de la caída de Babilonia – dijo pensativo y se volvió hacia Deia – ¿sabes algo?

- Una tal Lilith se lo dijo a Zech, ellos vienen en camino.

- ¿Lilith? – repitieron los otros tres.

- ¿La conocen?

- Lilith era un ángel del paraíso, pero le gustaba mucho la sangre, así que Adán la echó del paraíso, sin embargo, aquí se hizo más fuerte y comenzó a matar a los jóvenes y a los bebés para saciarse, mantenerse joven y hacerse fuerte – le explicó Heero – y si ella está de ese lado, hay que cuidarse.

- Esa vampiresa es peligrosa.

- Tal vez haya sido ella la que acariciaba a Dúo antes que lo fueran a buscar.

- Y de seguro a ese le gustó – dijo Wufei.

- No lo creo, estaba muy dormido.

- Olvidemos eso, y mejor preparemos nuestros guardianes – dijo Heero y se volvió hacia Quatre – No podemos hacer nada para evitar la muerte de aquellas personas – le dijo con calma – recuerda que deben morir para alcanzar la gracia de la resurrección, así que es mejor que dejes de angustiarte, y tratemos de salvar a los que están tratando de matar los demonios, no podemos dejar que los condenen.

- Eso no hará que no sienta el dolor de sus muertes – le replicó Trowa molesto – amor, mejor quédate aquí – le pidió acariciándolo con ternura.

- No, ustedes me necesitan en el campo de batalla – se apartó mirando hacia afuera – y Heero tiene razón, no puedo abatirme por aquellos que van a alcanzar la luz, debo proteger a los otros para que alcancen la luz y no se vayan a la oscuridad.

- Bueno, pero ten cuidado – lo soltó.

Al poco rato los cinco jóvenes estaban en sus guardianes esperando la llegada de los demonios que no se hizo de rogar y que de inmediato se lanzaron al ataque. En total eran trece, diez normales y los tres principales: Epión, Talgis e Ypsilón. Los rodearon separando a Heero de los demás obligándolo a luchar contra los superiores lejos de sus amigos.

- ¡Quieren tu corazón! – le advirtió Deia preocupado intentando llegar hasta él siendo detenido por uno de los demonios menores – ¡quítense del medio! – gritó sacando su guadaña luchando con fuerza – ¡Heero!

Heero volvió la cabeza hacia su amado y se topó con que Talguis lo detenía por los brazos aunque Deia hacía denodados esfuerzos por safarse, pero Zech lo tenía bien sujeto.

- Mi querido Heero – le dijo Dúo acercándose peligrosamente a él, iba decidido a robarle un beso, así sería para siempre suyo – volvamos s ser pareja, Zero.

- ¡No te dejes, Heero!

- Ya me traicionaste una vez, Epión – le replicó Zero por medio de la boca de Heero – lo único que querías de mí era aquello que Deathscythe y yo custodiábamos, no volveré a permitir que juegues conmigo.

- Eso significa que aún me amas – se sonrió Dúo, estaba posesionado por completo por el demonio acercándose aún más – sólo quiero probarlo, antes no pude hacerlo porque Talgis se apuró demasiado y tu querido amigo estaba allí.

- ¡Nunca te quise! – retrocedió sacando su espada – ¡estaba confundido con lo que sentía!

- Nunca haz sido un buen mentiroso, amor mío – se sonrió.

- ¡No es tu amor! – le gritó Deia desplegando las negras alas de su guerrero para soltarse del agarro de Zech – ¡nunca lo será! – intentó avanzar hacia ellos pero lo volvieron a detener.

Los demás peleaban tratando de proteger lo mejor posible el campamento, toda esa gente estaba marcada como de las tribus elegidas, para aquellos demonios sería un triunfo robárselos, y por lo mismo luchaban tratando de no disparar, sin embargo, los detenían momentáneamente, ellos volvían a aparecer con fuerzas renovadas y no les daban descanso.

- Debemos usar las armas de los sellos – dijo Wufei un tanto cansado – así no volverán del infierno.

- Pero podemos hacerle daño a la gente de aquí – dijo Trowa.

- Tu arma posiblemente – replicó – los brazos de Nataku no – y los desplegó en dirección a dos de los demonios que los rodeaban rompiendo sus corazas.

Quatre sacó sus armas y comenzó a atacar a los demonios haciéndoles una cruz sobre el pecho, viendo como estos desaparecían a su paso. En eso notó que los tres demonios principales estaban con Heero y Deia y que Epión se acercaba peligrosamente a Zero, pero sus intenciones no eran de atacarlo. Miró a Deathscythe y vio como este luchaba por liberarse de Talgis e Ypsilón, pero que ellos no aflojaban su agarro.

- Trowa, ayuda a Heero y a Deia – le dijo Quatre – Wufei y yo nos haremos cargo de los demonios, no permitas que logren su objetivo.

Heero retrocedió más usando sus alas como escudo, no podía atacar a Epión porque dentro de él estaba una pequeña porción del alma de Deathscythe y eso significaría enviarlo al infierno, contaminar a su ángel y condenar al propio Deia al lago de fuego y azufre aunque no tuviera nada que ver con aquello.

- ¡SUÉLTENME! – gritaba Deia agitándose desesperado consiguiendo herir en una pierna a Talgis con su guadaña. Este, al sentir el dolor quemante, lo soltó cayendo sentado al suelo, por lo mismo lo soltó Ypsilón, que fue a socorrerlo – ¡NO BESARÁS A ZERO!

Heero vio que Deia venía al ataque y levantó su espada para proteger a Epión consiente que si lo destruía ambos se irían al lago de fuego y azufre, pero Deia lo interpretó de otra manera.

- Zero, aún amas a Epión ¿verdad? – le dijo dolido.

- Deia, no es lo que crees.

- Por eso no te importaba no estar conmigo y te enfadabas cuando yo quería estar más tiempo a tu lado – agregó sintiendo como las lágrimas se acumulaban en su garganta y pugnaban por salir de sus ojos – lo amaste antes, le permitiste usarte como su juguete y te olvidaste de mí, ¡siempre has rechazado mi amor!

- ¡No, Deia, estas equivocado!

- Nunca fuiste verdaderamente su dueño, era el mero parecido – se rió Dúo burlón con una risa maniática que a Heero no le gustó nada.

- Deia, mira en tu corazón – le rogó subiendo sus manos para tomar las de él – te estoy protegiendo a ti, recuerda que sólo debemos ser jueces de los demonios, él es humano, tiene parte de tu esencia, no te dejes llevar por la ira, recuerda que no debemos caer en los pecados capitales.

- ¡Dime que ya no lo amas!

- ¡NUNCA LO AMÉ, TE LO JURO!

- Nunca haz sabido mentir, Zero, ni por tu propio bien – se burló Epión – tú lo amas tanto como Zech ama a Traize, el ni siquiera puede aspirar a tener siquiera un pedacito de su corazón – se rió – el pobre es tan tonto, que se dejaría matar.

- ¡TÚ NO SABES AMAR! – gritó Deia molesto – ¡AL ÚNICO QUE AMAS ES A TI MISMO!

- ¿QUÉ SABES TÚ, REMEDO DE ÁNGEL? – le disparó y una fuerte explosión lo rodeó a ambos, sin embargo, el escudo de las alas de Zero y Deathscythe evitaron que los dañaran a ellos, pero el disparo se había desviado y había caído sobre Talguis hiriendo de gravedad a Zech – miren lo que han hecho, han matado a un demonio, lástima que no se vaya a ir al lago de fuego y azufre – se burló.

- ¡Maldito! – gritó Traize sacando el habla por fin – estás muy contaminado, no eres ni ángel ni humano, estás podrido por dentro – se lanzó contra él – si no fuera por Zech estarías muerto, te habrían comido los buitres.

- Que lástima – se burló cruzando sus espadas – pero él no podía saber que no era lo que necesitaba para ser libre, es medio demonio, su alma no me servía, así como tampoco le sirve a mi querido Talguis, necesitamos un alma humana para ser dioses – se rió – y tú tampoco nos sirves – y le lanzó una violenta estocada con la lanza, sin embargo, esta fue interceptada por Zech que fue atravesado de parte a parte por ella – que tonto eres, sabes que si hiero al guerrero que piloteas irremediablemente la herida se repetirá en tu cuerpo humano.

- No importa – dijo el rubio casi sin voz – al menos... evité... que lo... mandaras a... conocer... el infierno...

- Zech, a mí no me importa si estoy contigo – le dijo él – ¿cómo puedes pensar qué estaré tranquilo con tu muerte?

- El amor hace débiles a los más fuertes – se burló.

Wufei y Quatre siguieron a Trowa que se había detenido a cierta distancia de la pelea principal, allí estaba Talguis con una lanza atravesada en su estómago y escupiendo sangre, la misma que debía brotar de los labios de su piloto.

- Dicen... que los... demonios... no debemos... amar... o encontraremos... el camino... de la luz – murmuró Zech apoyado en el regazo de Traize – pero... no pude... evitarlo... te amo... mucho.

- Silencio, sólo apuras tu muerte – le dijo casi llorando.

- Ya no... importa...

- ¡CÓMO NO VA A IMPORTAR SI YO TAMBIÉN TE AMO!

- Patético – murmuró Epión agarrando su lanza y sacándosela a Talguis teñida de la sangre de Zech – muérete ya – levantó su cañón contra él.

- ¡NO! – Ypsilón se lanzó contra él al ver que le iba a disparar de nuevo para ultimarlo, pero recibió el disparo en medio del pecho, siendo herido de muerte.

Deia ya no pudo soportarlo más y con sus poderes síquicos amplificados por el propio Deathscythe, se le acabó la paciencia, lo lanzó lejos evitando que los ultimara y lo atacó mentalmente de manera tal que perdiera la conciencia por un buen rato.

- Debemos sacarlos de allí – dijo Quatre bajando de un salto de su guardián – es la única forma de evitar que mueran.

Wufei y Heero de inmediato los rescataron sacándolos de las cabinas de Talguis e Ypsilón, pero era demasiado tarde, ambos ya habían perdido mucha sangre con el ataque de Dúo.

- El ángel caído ya ha sido purificado – llegó diciendo San Rafael y los cinco lo miraron asombrados – no me miren con esa cara, el ángel que debían salvar era Zech o Miliardo, como lo conocen los humanos, aunque pensábamos que debía ser Dúo, pero, al parecer, es la parte más oscura del alma de Deathscythe y no tan necesaria.

- ¿Los vienes a sanar?

- Ellos le pertenecen ahora al paraíso.

- Pero si los mató un demonio – dijo Deia.

- Pero ambos se dejaron matar por amor, tal vez no de forma conciente, pero se amaron profundamente que se protegieron el uno al otro sin importar nada más y eso es algo que siempre se tiene en consideración allá arriba.

- ¿Y qué haremos ahora con Dúo?

- Él ya no existe, ahora es Epión, un ser con dos formas, al igual que los guardianes, una humana para mezclarse entre ellos y tratar de llevarlos a la perdición y otra de demonio guerrero, con sus poderes completos, capaz de rivalizar en magnitud con Zero y quizás hasta vencerlo, pero sin la poderosa magia de un corazón que sabe amar.

- San Rafael ¿qué pasará con los elegidos?

- Ya se van – les mostró a la distancia como un camino de luz subía hacia el cielo llevando a montones de gente que se veían felices y en paz – ellos serán los primeros en conocer la nueva Jerusalén, los primeros en ver al Cordero de Dios sentado en el trono.

- Pero, ¿Y Epión?

- Habrá que esperar a ver que hace su desalmado jefe con él, no creo que le agrade saber que su más leal y servicial ayudante a última hora se cambió de bando por su culpa, él no suele admitir este tipo de cosas, ese tipo de errores serían imperdonables para él, sólo espero que... Bueno, no hay nada que hacer por el momento, es mejor que descansen mientras puedan.

- Está bien – asintieron los cinco.

- Y no dejen la abstinencia – les dijo y desapareció llevándose a Traize y Zech por el camino de luz, hacia la nueva Jerusalén, rumbo al paraíso.

Dúo abrió los ojos en un lugar extraño y se quedó viendo a aquella hermosa y rubia mujer que, apoyada en su hombro, le acariciaba el pecho pasando sus largos y delgados dedos con bien cuidadas y manicuradas uñas rojas por encima de su ropa que ahora no era la misma que llevara antes de comenzar a pilotear a Epión.

- ¿Dónde estoy? – miró a su alrededor, era un lugar oscuro, pero había una extraña calidez – ¿quién eres?

- Soy Lilith, un ángel caído – le sonrió rozando sus labios con los rojísimos suyos – muchos hombres me conocen como la vampiresa desterrada del paraíso.

- Pero no me dices...

- Estamos en mi escondite secreto, y como verás yo no obedezco las ordenes del ángel bello, yo hago lo que quiero y me gustas, serás mi pareja, eres casi tan malo como yo, corazón – le sonrió – ¿qué te perece llevar la revuelta contra el Padre por nuestra parte?

- Mi jefe no estará nada de contento cuando se entere que dos de sus mejores guerreros regresaron a la luz – dijo pensativo.

- No te preocupes tanto por eso, haz alcanzado tu máximo poder y de seguro ahora serás capaz de vencer a Zero en cualquier batalla, de seguro eso lo tranquilizará un poco.

- ¿Y si no lo hace?

- Amor, él no se opondrá a mis deseos, menos si quiero conservarte, yo conozco todos sus puntos débiles y no le conviene tenerme por enemiga – le sonrió – ¿Te quedarás conmigo?

- Voy a pensarlo – cerró los ojos.

- Sabes que te conviene hacer lo que te pido, corazón – se acomodó en su pecho y se intentó dormir, curar las heridas síquicas que le había hecho el ángel no había sido fácil, pero lo había conseguido y se había agotado mucho.

- Lo sé, pero es algo difícil cambiar los gustos de manera tan repentina.

- Nunca has estado con una mujer, yo te enseñaré y te gustará.

- Haré la prueba – aceptó y ambos se durmieron.

La espada de San Miguel I

A Deia no le importaba mucho, en realidad, lo que hiciera Dúo desde ahora, sin embargo, sabía bien que la decisión que este tomara a continuación los afectaría igual, porque, pese a ser una ínfima parte del alma de Deathscythe, algo era y si lo contaminaba a él, contaminaba la espada de San Miguel y la hacía inservible para la lucha final contra los ángeles caídos.

- Mantener la abstinencia – gruñó Heero fastidiado – como si fuera una cosa tan fácil de hacer teniendo a tan tentador ángel a tu lado.

- ¿Eh? – Deia se volvió hacia él asombrado – que bonito piropo – le sonrió y le echó los brazos al cuello con la intención de besarlo.

- ¡Deia! – los separó Trowa – no hagas eso, nos terminarán castigando a todos.

- Eres muy malo, Trowa – le replicó pero se apartó de Heero.

- Así como vamos no vamos a llegar al fin de semana – dijo Wufei – y no lo digo por lo de la abstinencia de ustedes, ese gringo loco se ha dejado dominar por Epión y le ha dado poder suficiente para vencernos en una batalla en igualdad de condiciones, ¿y si ha contaminado la espada de San Miguel?

- San Rafael nos habría avisado...

- San Rafael es el arcángel de la sanación, no podría habernos dicho nada – respondió Heero – tendría que haber venido San Gabriel a informarnos de algo semejante.

- Pues si no ha venido es que no hay nada que informar ¿verdad? – dijo Quatre.

- Esperemos que así sea – dijo Heero regresando a lo que quedaba del campamento – y que Epión no regrese muy pronto a fastidiar.

- Se encuentra con Lilith – informó Deia – ella quiere que sea su amante, pero Epión no está muy convencido de estar con ella, aunque creo que está de acuerdo con su idea de llevar la revuelta por su cuenta.

- Tal vez debiéramos buscar información sobre ella, debemos conocer al enemigo para saber a qué nos enfrentamos

Heero entró a su tienda y se sentó en el escritorio encendiendo su portátil, puso un Cd y comenzó a buscar información respecto a la "dama".

- No es mucho lo que sale de ella en la enciclopedia – les mostró – al parecer no es tan importante como ella cree.

- ¡Léanme lo que dice! – pidió Deia por encima del hombro de Heero sin lograr ver nada – no sean malitos.

Heero lo miró y le leyó el pequeño párrafo:

Lilith, en el folclore judío, demonio hembra, enemiga de los recién nacidos. En la Biblia (Is. 34, 14), Lilit, que anda entre las ruinas, aparece descrita en compañía de diversos animales de rapiña y carroñeros con motivo del juicio contra Edom, el cual ha sido nombrado, a veces, como el Pequeño Apocalipsis. Se trata de un personaje conocido en la mitología babilonia, aunque también aparece en la literatura judía posbíblica. Allí se la presenta como primera esposa de Adán, a quien abandonó después de un altercado.

- Es muy poco, no nos ayuda en nada.

- Veamos que dice la Biblia – cambio el disco y comenzó la búsqueda – apenas y la nombran: "... allí también se echará a descansar el monstruo que es Lilith".

- ¿A qué se refiere?

- A la Tierra de Edom, supongo – revisó un poco más – también se le conoció como Idumea, allí habitaban los hijos de Esaú, hijo mayor de Isaac y hermano de Jacob, también conocido como Israel.

- ¿Quién era Esaú? – lo miró intrigado.

- Bueno, en el libro de génesis se relata que Rebeca tuvo mellizos y sólo el mayor podía recibir la bendición de su padre. Esaú regresó cansado y le vendió a Jacob su primogenitura por un plato de comida. A pesar de ello, Esaú intentó asegurarse la bendición patriarcal de Isaac en su lecho de muerte, pero Jacob lo suplantó y Esaú recibió sólo una bendición secundaria. Esaú, encolerizado, decidió matar a su hermano, por lo que Jacob se vio obligado a huir. Debido a esto mismo se volvieron ambos pueblos enemigos encarnizados, aunque los hermanos se hayan reconciliado mucho antes.

- Entonces no tenemos mucha información que nos sirva para defendernos de ella si decide atacarnos junto con ese malvado.

- Si pudiéramos hacer algo para evitar que se junten.

- Ay, si lo único que quiere ese desgraciado es quitarme a Heero – replicó Deia – me gustaría echarle uno de los maleficios del libro de los muertos.

- ¿Estás loco? – lo miró Heero – recuerdo que tuviste horribles pesadillas cuando tomaste los rollos en el monasterio.

- Lo sé, no sería capaz de hacer algo semejante – le dijo – sé bien que pasaría, terminaría de contaminar a Deathscythe con su poder maligno y echaría a perder el poder de la espada de San Miguel.

- Creo que deberíamos devolvérsela – dijo Trowa abrazando a Quatre que de inmediato apoyó la cabeza en su hombro – así evitaríamos contaminarla.

- ¿Por qué tú puedes abrazar a Quatre y yo no a Heero?

- Nosotros no estamos castigados.

- Pero es malo que lo hagas delante de nosotros – le reclamó.

- No debes "Contar dinero delante de los pobres" – le dijo Heero molesto también – es de mala educación.

- Perdonen, Heero, Deia – les dijo Quatre apartándose – mejor vayamos a descansar.

- Esto comienza a aburrirme, bien podrían mandarnos a una misión en el pasado – dijo Wufei – aquí ya no hay nada que hacer, excepto esperar que no llamen a unirnos a las legiones celestiales en la batalla final.

- Es posible, pero no lo sabemos a ciencia cierta.

Amanecía un nuevo día en el desierto, nada había pasado en varios días, excepto que, tal como lo pronosticara Wufei, se habían aburrido de lo lindo mientras se mantenían los cinco juntos tratando de evitar que Heero y Deia rompieran la abstinencia, pero casi se iba la semana y el genio del japonés se había agriado, cada vez que Trowa se acercaba a él se ponía de malas pulgas y no hablaba con nadie, ni siquiera Deia podía acercársele sin que se enojara y le levantara la voz.

- Yo debería estar enojado – dijo Trowa molesto al sentarse a comer – nosotros no estamos castigados e igual practicamos la abstinencia con Quatre, ni un abrazo nos hemos dado en estos días.

- No te enfades tú también – le dijo Quatre – lo que pasa es que Heero se siente incómodo al no poderle demostrar su amor a Deia, tú sabes que es un hombre de acción y no de palabras.

- Pero no tiene por qué desquitarse con los demás ¿no te parece?

- Estoy aburridísimo – dijo Wufei – esta cuestión de la paciencia me ha dejado sin nada en qué entretenerme ¿por qué no vendrán y nos atacarán de una vez para que todo se acabe? Al menos peleando me sentiría satisfecho.

- La guerra no es una buena entretención – les dijo una voz a sus espaldas y los cuatro jóvenes se volvieron hacia quien les hablaba – ¿y Heero?

- Con el humor con que anda, es mejor ni hablarlo – le dijo Deia cansado – parece que está decidido a hacerme llorar, San Gabriel.

- Bueno, espero que esta noticia le mejore el humor – les sonrió el arcángel – tienen una nueva misión que cumplir y en retribución por su buen comportamiento, se les ha levantado la abstinencia a condición que no vuelvan a caer en la lujuria ¿está bien?

- Claro que sí – dijo Heero abrazando a Deia al entrar – ¿Y cuál es la misión que nos tienes?

- Pues verán, la espada debe volver a ser una, sin embargo, esto no puede ser en el paraíso porque, a partir del inicio de la última parte del Armagedón, ellas quedaron proscritas en nuestro mundo, pero tampoco puede ser aquí, este mundo está contaminado por el mal y no debe ser así para reunirla.

- ¿Entonces?

- Deberán viajar nuevamente al pasado, pero no al pasado vuestro, no podemos alterar lo que aquí está ocurriendo, irán a un mundo parecido y a una época que te interesará mucho, Heero.

- ¿A Egipto antiguo?

- Si, es un mundo paralelo a este, es casi como para que se hagan una idea de cómo habría sido el mundo si Deia Mon hubiese despertado de su sueño hace muchos años.

- Pero ellos – Deia señaló a los demás – no pertenecían a mi gente.

- En este mundo no, pero allá sí, sin embargo, no se reunirán al mismo tiempo, habrán pasado cien años desde que te echaron la maldición.

- ¿Cien años? – repitió Deia.

- Si, es necesario que Heero vuelva a nacer allí para que viaje a tu mundo a rescatarte, será divertido verlos en acción. Pero no fuercen los acontecimientos, perderán la memoria de este mundo y perderemos la espada de San Miguel en el año 918 Antes de Cristo y eso no puede ser ¿entendido?

- Misión aceptada – dijo Heero abrazando con fuerza a Deia.

La ceremonia fue preparada tal como lo decían las reglas, sin embargo, el faraón parecía vivo para muchas personas y los sacerdotes leales hicieron esparcir la idea que la muerte se había enamorado de él y que por eso seguía tan bello después de tantos días.

Después de cumplido el ritual, Heero regresó solo a la pirámide, iba a despedirse de su amado faraón antes de sellar definitivamente el sarcófago, un sarcófago que sólo él podía abrir. Pasó los dedos delicadamente por los dibujos y presionó el que decía "Amado" y este se abrió.

- Lo amo tanto, mi faraón que no puedo seguir así, regresaré a casa, allí lo recordaré siempre y reviviré nuestros días de felicidad – le cubrió el rostro con un fino paño de lino y puso la máscara mortuoria sobre su bello rostro – ojalá despierte y se olvide para siempre de mí, lo único que quiero es que sea siempre feliz – cerró la tapa del sarcófago y dijo – sólo la persona correcta podrá abrirlo, nadie podrá profanarlo, mi amo – y se marchó.

La pirámide fue sellada heréticamente y su nombre quedó inscrito en la puerta. Heero se alejó navegando por el Nilo con los ojos arrasados en lágrimas y con un profundo dolor en el corazón que lo acompañó hasta el día de su muerte en su hogar en la Isla Yuy de la cual se convirtió en príncipe e iniciador de una gran dinastía de guerreros fuertes, valientes e inteligentes.

Cien años pasaron y el faraón Jefron había buscado por mar y tierra a aquella única persona capaz de despertar al faraón llave del imperio, sin embargo, su nombre había sido borrado de la pirámide y los pocos que habían podido llegar hasta su sarcófago no sabían cómo abrirlo.

- Busquen en los escritos, en alguno debe salir quién fue el último en visitar su tumba, el que selló su sarcófago – le insistía a sus escribas que habían puesto patas arriba la biblioteca buscando alguna pista, pero no había nada, parecía como si no hubiese existido nunca, pese a que la tumba estaba – si encuentro el libro de los muertos los maldeciré a ustedes – los amenazó y salió del cuarto.

- Mi señor – le dijo un esclavo – los sacerdotes dicen haber encontrado unos documentos que hablan de la coronación del Gran Deia Mon.

- Envíalos aquí de inmediato – le ordenó y al poco rato ambos sacerdotes estaban ante su presencia – ¿Y bien?

- Nuestros escritos señalan que el día décimo del tercer mes, el joven príncipe Deia Mon asumió como Faraón de nuestro pueblo luego del alevoso asesinato de su padre, esa noche él se encontraba en el Templo junto con su esclavo favorito cumpliendo un ritual de purificación – leyó uno de ellos.

- ¿Algo más?

- Er... sí, su esclavo favorito era un joven que le llegó de regalo de tierras muy lejanas de oriente, tenía extrañas habilidades con las que relajaba a su amo y sabía preparar un maquillaje muy especial que al joven no se le corría cuando se mojaba la cara. Dice que fue a él a quien se le ocurrió ocultarlo en aquella pirámide para que no lo mataran y que lo acompañó durante la ceremonia funeraria y selló la pirámide.

- ¿Y su nombre?

- No se encuentra registrado, su Majestad, no era alguien tan importante como para que nuestros libros lo mencionen, era un esclavo.

- ¿No era importante? – los miró desdeñoso – ¿CÓMO QUE NO VA A SER IMPORTANTE SI ACOMPAÑÓ A SU SEÑOR A LA TUMBA Y PRESENCIÓ LA CEREMONIA? – les gritó furioso – ¿y los nombres de los artesanos que construyeron el sarcófago?

- Sus nombres fueron borrados, Mi señor – dijeron asustados.

- ¡INÚTILES! – gritó furioso – castigarlos sería poco, a ustedes y a los escribas, no merecen vivir.

- Mi señor – le rogaron.

- A cualquiera que me encuentre algo de información sobre el esclavo favorito de Deia Mon o los artesanos que construyeron su sarcófago, les voy a dar un premio – miró a los escribas que lo miraban asombrados – porque lo digo, y así se escribe y quiero que se entere todo el mundo.

- Como usted ordene – se inclinaron y salieron del palacio.

Al otro día fue publicado a viva voz que el faraón quería información sobre Deia Mon y su esclavo favorito, que pagaría muy bien a quienes le dieran una pista de cómo traerlo de regreso, pero les daría la muerte a aquellos que le hicieran perder el tiempo. La gente humilde del pueblo no se atrevía a acercarse a palacio, entre ellos un joven rubio de ojos azules como el agua del mar que guardaba unos papiros que hacían referencia al faraón del que se había enamorado la muerte, pero necesitaba comida para su familia y se decidió a acercarse a darle los papiros al faraón.

- El faraón no los verá si no entras – le dijo el guardia y lo obligó a entrar tomándolo del brazo. Quatre sintió como una corriente eléctrica lo recorría allí donde lo tomaba el joven guardia. Era un joven de hermosos ojos verdes y un largo mechón de cabellos castaños que le cubría la mitad de la cara, era casi una cabeza más alto que él, y su porte atlético lo hacía perfecto – ¿Cómo te llamas?

- Quatre – respondió apartando la mirada, no quería que notara que lo había estado examinando.

- Yo soy Trowa – le sonrió – no tengas miedo, estoy seguro que Su Majestad pagará bien tus servicios.

- Yo espero que sí, o mi familia se morirá de hambre – se detuvo en la puerta y observó como el guardia se adelantaba y lo presentaba.

- Su Majestad, adorado faraón, el joven Quatre tiene estos papiros que quiere que usted vea – se acercó y se los entregó a un escriba.

- Acércate – le ordenó al muchacho y este lo obedeció sin mirarlo a la cara – ¿sabes de qué hablan estos escritos?

- Están escritos por Heero Yuy y hablan del hermoso faraón del cual se enamoró la muerte pero que no puede tocarlo por la maldición del libro de los muertos.

- ¿Sabes quién era él?

- Su esclavo favorito, pero no dice quien era su amo, sólo dice que tenía unos hermosos ojos color violeta y una larga trenza castaña que él adoraba acariciar.

- ¿Estás seguro de lo que me dices?

- No habría venido si creyera que lo iba a hacer perder el tiempo, Mi faraón, ya que yo soy el único que mantiene a mi familia – respondió algo asustado.

- Te creo, denle su premio al muchacho – ordenó – si tu información nos ayuda a despertar a Deia Mon, el premio te será multiplicado diez veces.

- Gracias, Mi señor, mis hermanas y yo se lo agradecemos de corazón, es usted infinitamente generoso.

- Trowa, acompaña al muchacho a su casa.

- A sus órdenes, mi señor.

Pero seguir el rastro de Heero Yuy en su viaje de regreso a su antiguo hogar no había sido nada fácil, los escritos habían señalado una isla lejana al otro lado de la tierra, un joven Mandarín llamado Wufei Chang les había explicado que esa isla le pertenecía al emperador de Japón y que no sería fácil llegar allá. Pero para Trowa no podía haber una misión imposible de cumplir, se había enamorado perdidamente del pequeño rubio que le había llevado aquel dato a su faraón y el ayudarlo a tener seguridad para su familia era la única forma que se ocurría para demostrarle su amor.

Contrató una pequeña embarcación y cruzó el mar hasta la isla conocida como Yuy, una vez en ella pidió hablar con su señor en nombre de su rey, los guardias lo retuvieron en el embarcadero, pero luego lo tuvieron que llevar ante su jefe.

- ¿Para qué quieres verme? – le dijo un hombre mayor.

- Soy Trowa y vengo desde Egipto buscando a los descendientes de Heero Yuy – le dijo de un tirón, la mirada del hombre lo ponía nervioso.

- ¿De Egipto? – repitió un joven de su misma edad casi al que no había visto antes. Tenía el cabello castaño desordenado y los ojos de un oscuro color azul – De allí regresó mi bis abuelo hace cien años ¿verdad, padre? Nunca se olvidó del joven que fue su amo.

- Él es Heero, mi hijo mayor, se llama igual que su bis abuelo.

- Es por eso que vine a verlos, hemos encontrado la forma de despertarlo, pero nadie sabe como abrir el sarcófago y nuestros informes dicen que sólo él lo sabía abrir.

- "Solo la persona correcta podrá abrir el sarcófago sellado por amor" – parafraseó Heero – Yo sé como abrirlo, sin embargo, no puedo decírtelo, mi abuelo me prohibió terminantemente revelar el secreto a quien no fuera de la familia.

- Entiendo, pero ¿sabes? El despertar al faraón dormido significaría para la familia de un amigo muy querido para mí la salvación y me gustaría que me acompañaras a Egipto, estoy seguro que mi señor te compensaría con creces si lo haces.

- ¿Qué dices, padre? – se volvió a mirarlo.

- Debes hacerlo, hijo, tienes que cumplir la misión de tu bis abuelo.

- Bien, misión aceptada – se inclinó y se fue a preparar su equipaje.

Varias semanas más tarde llegaron a la ribera oriental del río Nilo acompañados del joven chino que le había proporcionado el dato de la isla a Trowa, este tenía curiosidad por conocer aquel lugar en donde los muertos estaban vivos, o al menos eso creía. Además, tenía curiosidad por ver a aquel joven que Heero le había mostrado dibujado en los cuadernos de su bisabuelo.

- Debe haber sido un joven muy hermoso – comentó mirando el ancho río – pero ¿por qué lo maldijeron?

- Su abuelo, el faraón Ramsés III tuvo muchos hijos, creo que más de cincuenta, pero sólo lo sobrevivieron dos, el hijo mayor y uno de los últimos, sin embargo, sólo uno de ellos podía heredar el trono – le explicó Trowa – y el otro debería volverse sumo sacerdote de Ra. Saamón II sólo tuvo un hijo varón, por lo tanto sus sobrinos eran los siguientes herederos si este moría. El faraón fue asesinado y el príncipe, soltero aún, se convirtió en el nuevo faraón. Sin embargo, sus ambiciosos primos se confabularon contra él, usaron el libro de los muertos y ha dormido por cien años.

- Debe haber sido un débil para que lo vencieran así.

- No lo creo – dijo Heero – según los escritos de mi bisabuelo, era un gran guerrero, pero los tomaron por sorpresa, a él lo sacaron de palacio y al faraón lo atacaron mientras dormía.

- Es lo que dicen también los escritos de su pirámide – asintió Trowa mirando el velero que los conduciría a la capital del imperio – debemos partir de inmediato, el faraón nos espera en Tebas para ir al valle donde descansa el faraón Deia Mon.

Heero levantó su bolsa de viaje y se la echó al hombro, allí llevaba varias cosas que eran recuerdos de su tierra y un regalo para el faraón dormido, no sabía por qué, pero tenía la certeza que no volvería a ver a su familia cuando aquel joven despertara, que su corazón estaba allí, con él, tal como su bisabuelo había escrito en muchas ocasiones en su diario.

- Mañana en la madrugada estaremos llegando a Tebas, capitán Trowa – le dijo un marino al joven soldado.

- Muy bien, zarpemos – y guió a sus acompañantes a sus habitaciones.

Era casi media mañana cuando el faraón recibió a los tres jóvenes, estaba asombrado al escuchar el nombre del joven japonés que sabía abrir el sarcófago de Deia Mon, pero no dijo nada y fijó su atención en el joven moreno y de ojos negros que dijo ser mandarín, tenía curiosidad por saber que significaba aquello.

- El mandarín – dijo Wufei – es un alto funcionario perteneciente a uno de los nueve niveles de la función pública del Imperio Chino, no cualquiera puede serlo – dijo frunciendo el ceño – yo tuve que aprobar un examen especial luego de arduos años de estudio, otros llegan a serlo por parentesco, pero yo no quise usar mis influencias, al menos así le probé a mi familia que soy la persona idónea para gobernar mi clan a la muerte de mi abuelo.

- Me parece una excelente idea – asintió el faraón – poner a la persona correcta en el lugar correcto.

- Por supuesto, yo provengo de una dinastía que gobernó el imperio hasta hace poco más de cien años, pero el último de ellos era un tirano y un libertino así que ahora gobiernan los Zhou, a quienes les hemos jurado lealtad cambiando levemente el apellido y con quienes varias de nuestras mujeres se han casado.

- ¿Y qué me dices de ti?

- Bueno, yo he terminado mi trabajo por el momento, así que debería haber regresado a mi hogar a casarme con Nataku, pero lo haré después, ella es aún demasiado niña para tales obligaciones.

- Ya veo – asintió – después que descansen partiremos al valle de los reyes – les informó – quiero ver si es cierta la leyenda del faraón dormido.

- Como diga, Su majestad.

- Trowa, ve por Quatre, estoy seguro que él estará contento de saber que sus datos no han llevado a buen término.

- Sí, señor – dijo feliz de volver a ver a su adorado rubio.

Al otro día por la tarde llegaron a la pirámide del faraón dormido y sólo Trowa, el faraón Jefrón y Heero entraron en ella. El primero llevaba un arcón con ofrendas para el muerto, en caso que se hubiesen equivocado de tumba y lo estuvieran profanando y ropa, en caso de tratarse del que debía ser. En cambio Heero tenía la extraña sensación de conocer los pasillos por los que transitaban, cada piedra, cada escrito lo hacían sentir que ya antes había visitado esa tumba. Se detuvo y detuvo a los demás y empujó una piedra, de inmediato el suelo falso cayó dejando ver a la luz de las antorchas un profundo pozo que en vez de agua tenía afiladas estacas.

- Uhg – se estremeció el faraón – si que querían asegurarse que no lo profanaran – dijo mirando el fondo – ¿Cómo supiste que eso estaba allí?

- No lo sé – dijo mirando a su alrededor – es extraño que alguien haya llegado al sarcófago sin pasar por aquí.

- Es que hay otro túnel de acceso, pero no es digno de un faraón entrar por la salida – afirmó.

Pasaron del otro lado y siguieron rumbo a la cámara mortuoria, pero antes de romper la pared encontraron una tablilla: "Aquel que creen muerto habitará nuevamente entre los vivos cuando llegue la hora indicada", rezaba el primer párrafo. "Su corazón regresará a su pecho y latirá con mayor fuerza que antes pues al amor habrá florecido", decía al final. Heero se lo entregó a Trowa y derribó el muro, no se había percatado que del otro lado también había algo escrito. Y el ruido de la pared cayendo ocultó el ruido de los latidos del corazón del joven faraón que se escuchaban perfectamente desde adentro y las palabras que estaban escritas al dorso de la tablilla: "Quien lea estas palabras le traerá de regreso y será su único amor. Sin embargo, el joven faraón tendrá como límite un tercera luna para conquistarlo por completo o su alma regresará al valle de los muertos para siempre".

Entraron en la cámara y se fijaron en los tesoros que allí había, sin embargo, el sarcófago no se veía por ningún lado, así como tampoco la segunda entrada de la que había hablado el faraón.

- Es obvio que esos sacerdotes me mintieron – dijo el faraón molesto – ni siquiera han entrado, ni sabían si esta era su pirámide.

- Pero sí lo es – dijo Heero señalando los escritos de las paredes y el suelo – él está aquí – movió algunos objetos y aplastó una baldosa. Casi de inmediato se abrió una puerta del piso y se levantó el sarcófago – tiene un seguro – les dijo y comenzó a pasar suavemente los dedos por él presionando levemente los dibujos hasta llegar a la palabra amado con lo que se abrió la tapa.

- Vaya, está recubierto de oro por dentro también – dijo Trowa asombrado.

Heero se asomó a mirar la momia, tenía sobre el rostro una máscara de oro que imitaba la belleza de su rostro y sintió algo extraño dentro de su pecho. Miró sus manos y vio una nueva tablilla descansando bajo ellas. Con cuidado retiró la máscara y la tablilla y vio como el paño de lino sobre el rostro del faraón se movía ligeramente al compás de su respiración. Miró la tablilla y la leyó en voz alta:

"Tú, el único que puede traerme de regreso, has llegado hasta aquí porque el destino así lo quiso. Descubre mi rostro y permite que mis ojos te vean y vean nuevamente la luz del sol de la cual el libro de los muertos me privó".

Heero descubrió el rostro de la momia con delicadeza retirando el paño de lino y revisando las facciones del joven durmiente antes de continuar leyendo:

"El tiempo no ha pasado por mi piel, ni mi sangre, me he conservado joven para que tú me despiertes hoy".

Heero miró la cara del joven faraón y le vio los ojos color violeta que lo miraban fijamente.

- Heero – susurró este al verlo y levantó su mano para tocarlo, la que de inmediato el joven atrapó entre las suyas – ¿dónde estoy?

- En una pirámide, mi faraón – le dijo retirando con cuidado las vendas mientras lo ayudaba a sentarse ante los asombrados del otro faraón y de Trowa – al fin lo hemos librado de su maldición.

- Tengo hambre – le sonrió echándole los brazos al cuello para que pudiera sacarlo con más facilidad – ¿quiénes son ellos?

- El Faraón Jetrón y el capitán Trowa – dijo bajándolo con cuidado y tomando la ropa que este último traía – ha pasado mucho tiempo desde que usted fue dormido, mi amo.

- ¿En serio? – lo miró sorprendido – pues tú no has cambiado mucho – le pasó los dedos por la mejilla.

- Debemos salir de aquí – dijo el hombre mayor – para que vuelvas a reinar y saques a nuestro pueblo del estado deplorable en que ha quedado.

- Eh, yo no quiero reinar de nuevo – dijo Deia – puedo ayudarle si lo quiere, pero necesito un tiempo de libertad para estar con Heero.

- Muy bien, sé que eres joven todavía, pese a los cien años que has dormido, y que ser príncipe te quita muchas libertades, y faraón muchas más, así que te comprendo. ¿te parece un año para hacer lo que quieras?

- Eres muy amable, un año me basta – sonrió – también me gustaría que me prestaras a tu guardia – señaló a Trowa – tengo intenciones de conocer un lugar llamado Grecia, me llegaron muchas leyendas de ese lugar, en especial acerca de la guerra de Troya.

- ¿Te parece bien Trowa? – este asintió – bien, puedes llevártelo – sonrió y salieron por donde habían entrado.

Todo el mundo estaba asombrado por la aparición de aquel joven al que llamaron el faraón dormido. Trowa estaba contento y llevó a su pequeño amado delante de él y se hizo acompañar por Wufei en la reunión.

- Bien – dijo Heero sentado a los pies de Deia que le acariciaba la cabeza con delicadeza – estamos los cinco reunidos.

- ¿Por qué vamos a viajar a Grecia? Ni siquiera la vamos a conocer en todo su esplendor, eso no será hasta dentro de 4 ó 5 siglos – dijo Wufei.

- Cuando fuimos enviados a este mundo – le dijo Deia – las cinco partes de la espada se separaron de nosotros y ellas están repartidas por varias ciudades de ese reino. Es nuestra obligación recuperarlas para poder unificarlas.

- Además – dijo Heero levantándose – tendremos el tiempo suficiente para ver las construcciones griegas más antiguas tal como eran en realidad, de seguro aquello clamará tus ánimos, Wufei.

- Pero nos dijeron que debíamos unirla en el desierto sagrado – dijo Quatre – y no nos dieron la ubicación exacta.

- No te preocupes tanto, cuando tengamos las cinco espadas reunidas sabremos a dónde tenemos que ir, además, el desierto sagrado es donde las tablas de la ley le fueron dadas a Moisés – le recordó Heero.

- ¿Te refieres al desierto de Neguev? – dijo el rubio.

- Si, por allí vagaron 40 años los judíos antes de entrar a la tierra prometida.

- Probablemente estés en lo cierto – asintió Trowa – de todas maneras lo sabremos cuando hayamos conseguido completar nuestra misión.

- Hay alguien espiándonos – dijo Deia y lo detuvo con sus poderes síquicos.

Wufei se acercó a la puerta y tomo al joven que lo espiaba, estaba pálido y tieso por efecto de los poderes del trenzado.

- Es el príncipe Abenaton – dijo Trowa mirando al muchacho – ¿qué hacemos con él? – miró a los demás.

- No podemos matarlo, es el primogénito ¿verdad? De inmediato las sospechas caerían sobre nosotros – dijo Heero – Deia ¿puedes borrarle un poco la memoria?

- Claro, pero no garantizo nada.

- Entonces, hazlo.

La espada de San Miguel II

El pequeño príncipe miraba con ojos asustados a aquel joven que decía tener el poder de borrarle la memoria. Había ido a verle porque quería saber si en realidad era lo que le dijeron los sacerdotes, alguien que le quitaría el lugar que le correspondía, pero lo que había escuchado era muy extraño, hablaban de cosas y de lugares lejanos y de un tal Cristo, del esplendor de una ciudad que vendría dentro de muchos años.

- No creo que nos haya estado espiando – dijo Quatre compadeciéndose del muchacho – los sacerdotes han estado metiéndole ideas ridículas en la cabeza acerca de Deia.

- Pues ha escuchado cosas que no debería – dijo Wufei jugando con el mechón que lo señalaba como primogénito del faraón – Esas cosas no las hace un joven de alta alcurnia ¿verdad?

- Wufei – le dijo Trowa – no lo molestes, no ves que está asustado.

- Los débiles tienen miedo – dijo este y lo dejó.

- Hasta los más fuertes pueden sentir miedo, Wufei – le replicó Heero – Deia, libéralo para que nos diga que hacía espiándonos.

- Yo no los espiaba – se defendió el muchacho- solo quería saber si es cierto que él tiene los poderes de Ra.

- ¿Te refieres a mis poderes síquicos? – dijo Deia y este asintió – Bueno, los tengo, pero yo no pretendo quitarte tu herencia ni mucho menos, yo fui faraón, poco tiempo, pero lo fui y te diré que no es nada agradable el tener tantas responsabilidades que no tienes tiempo ni de pensar, mucho menos para hacer las cosas que te gustan.

- Pero tú eres el verdadero descendiente de Ra ¿verdad?

- No pretendemos hacerte daño – lo interrumpió y puso sus ojos en blanco mientras se concentraba al máximo y al poco rato el chico desapareció y el cayó agotado al suelo.

- ¿Qué pasó?

- Borré sus recuerdos de cuando llegó aquí y lo hice creer que se quedó dormido.

- Descansa, Deia, te ves agotado – dijo Quatre – yo veré con Trowa la manera de viajar cómodamente a Grecia.

Un gran navío los esperaba a las orillas del mar, Heero no había querido que viajaran por tierra como comúnmente se hacía, porque llevaban mucho oro y si había algo que quería evitar era que los robaran, aunque sabía que corrían el mismo riesgo viajando por mar.

- Pensar que cuando era pequeño en lo único que pensaba era en ver el mar – dijo Quatre pensativo – era una obsesión para mí, cada vez que mi padre viajaba yo le pedía que me llevara pero hasta que no cumplí los doce años no me dejó acompañarlo, siempre me dejaba con una de mis hermanas.

- Pues yo soñaba con hacerme pirata – dijo Trowa divertido.

- ¿Pirata? – dijo Deia – ¿qué es eso?

- Eran hombres de mar que atacaban y robaban otras embarcaciones – le dijo Heero abrazándolo – ¿por qué querías serlo?

- Me gustaban mucho las novelas de Emilio Salgari, él los mencionaba en gran parte de sus novelas, pero me gustaba en especial El Corsario Negro.

- Pero si esa novela es más que trágica – dijo Wufei.

- Lo sé, también es trágica la historia de Sandokán y los tigres de Mompracen y casi todas sus novelas, incluido el León de Damasco y el Capitán Trueno, pero me encanta la manera en que enfoca el romance.

- Y este tipo se dice duro – se burló el chino.

- Por lo menos yo me identifico con una figura humana, no con un animal, tigre.

- ¡No me llames así!

- Oigan, no se peleen – les dijo Deia – no entiendo de lo que hablan.

- Son novelas románticas y de aventuras – le explicó Quatre – pero su autor era trágico en si, se suicidó haciéndole el harakiri.

-. Cuando regresemos, te prestaré algunas – le prometió Trowa.

- Si tenemos a donde regresar – dijo Wufei.

- Eres un pesimista ¿sabias? – le dijo Heero – mejor vayamos a comer, comienza ha hacer frío aquí fuera.

Los siguientes tres días de viaje habían sido agotadores, pese a todas sus experiencias de viajes. Heero siempre había viajado en avión, igual que Trowa, Wufei había viajado en Sampan varias veces y Deia había viajado en variadas ocasiones en velero, pero no era nada comparado con viajar por el Mediterráneo y con mal clima y para colmo en una embarcación que parecía se iba a dar vuelta de campana cada vez que la golpeaba una ola, en realidad el único que había disfrutado de la experiencia era Quatre. Wufei se había mareado la segunda mañana y la mera mención de comida lo obligaba a correr a la borda para vaciar el estómago, Trowa lo había seguido pocas horas más tarde y ambos se mantenían con un extraño color verde en la piel, Heero no se sentía tan mal pero igual estaba pálido y no podía comer, y Deia, bueno, no se había enfermado de milagro, aunque tampoco se le veía muy sano.

Quatre estaba feliz, de todas maneras, porque aquello le daba una excusa para cuidar de su querido Trowa y que este no reclamara por sus cuidados y atenciones. Lo acomodó con cuidado sobre las almohadas y le dio a beber todo el líquido posible para que no se deshidratara.

Deia procuraba no mirar por las ventanillas mientras cuidaba de Heero y Wufei, este último no era ni la sombra de sí mismo, tanto así que ni siquiera lo había bromeado por dar muestras de debilidad, era como para tenerle lástima, pero, claro, no iba a decírselo ni en broma, de seguro cuando se recuperara una vez en tierra lo mataba.

- Mañana llegaremos a Creta – les dijo el capitán sonriendo benévolamente ante los cinco jóvenes – allí capearemos lo peor del temporal.

- ¿Lo peor? ¿Acaso no lo hemos pasado ya? – dijo Wufei palideciendo todavía más si se puede.

- No, la tormenta apenas comienza – le sonrió tratando de calmarlo – pero es una suave.

- No quiero ni imaginarme una fuerte – susurró Heero ocultando el rostro en el pecho de Deia – si no pisamos pronto tierra, me voy a enfermar en serio.

- Calma, Heero, esto se va a acabar pronto, ya verás que cuando vayamos cruzando a Grecia el mar vuelve a estar tranquilo y disfrutas el resto del viaje – le acarició el cabello.

- Ojalá – dijo Trowa casi sin voz apoyado en el regazo de Quatre – todo lo que tengo en el estómago me baila.

- Pero si sólo haz bebido agua – lo acarició el rubio – mejor descansen, cuando estemos en tierra nos preocuparemos de otras cosas ¿les parece?

- Claro – respondió Deia y se sonrió al ver que los "enfermos" ya dormían.

Cnosos era una ciudad muy prospera según podía verse a simple vista, las casas eran de un rico aspecto arquitectónico que habrían entusiasmado sobremanera a Wufei si hubiese estado en condiciones de apreciarlas, pero el capitán les dijo que podría verlas más tarde ya que sospechaba que iban a estar allí a lo menos una semana mientras la tormenta amainaba.

Quatre consiguió una hermosa vivienda para los cinco mientras estuvieran allí, así que con Deia de inmediato instalaron a los enfermos en sus habitaciones lejos del mar para que se recuperaran un poco.

- Te ves menos pálido en tierra firme – le sonrió Quatre al trenzado que bebía té del que le había fomentado Heero a beber como panacea para todos los males.

- Odio las tormentas, me ponen los pelos de punta, pero no quería que cargaras con los cuatro, así que lo intenté superar para ayudarte.

- Gracias, Deia, no creo que hubiese podido con todos – aceptó – Trowa de por sí es demasiado para mí, es tan independiente que no le gusta que lo cuiden.

- A Heero tampoco le hizo gracia el que se enfermase con tanta facilidad, al menos estamos un poco lejos del mar y podrán reponerse antes de seguir camino a Atenas.

- Creo que podríamos ir al mercado de la ciudad si mejora el clima un poco, me gustaría conocer un poco de las costumbres de esta gente – sonrió – y podríamos comprar alimentos frescos, estoy cansado de comer frutos secos.

- Si, ojalá los chicos también se sientas mejor, me gusta cuidarlos, pero eso de tener que vigilar su sueño inquieto comienza a agotarme.

- Te gusta mimarme pero no cuidarme ¿eh? – lo regañó Heero y este se puso rojo – ya sé que castigo te voy a dar por eso – lo abrazó – si te sientes bien.

- ¿No deberías estar descansando? – lo regañó también y se volvió hacia él – supongo que te sientes bien si tienes ánimos de semejante cosa.

- ¿Sabes si Trowa...?

- Duerme como un angelito – respondió – lo mismo que Wufei, creo que ni cuenta se dieron que entré a verlos.

- Entonces iré a hacerle compañía – sonrió – y no hagan locuras ¿quieren?

- ¿Locuras? – repitieron los dos y Quatre se rió con ellos.

La noche se hizo larga para algunos, pero para Deia y Heero se hizo cortísima, habían estado demasiado tiempo separados y sin amarse, así que el tiempo no les bastaba, sin embargo, lo hicieron con calma, no deseaban provocar un nuevo periodo de abstinencia.

- ¿En que piensas, mi amado faraón?

- En lo bien que se está entre tus brazos.

- Me alegro que te guste mi calor – le masajeó suavemente los hombros – a mí también me gusta el tuyo – le besó el cuello – y tu dulce sabor.

- ¿Sabes? Me gustaría hacerlo sentado sobre sus piernas.

- ¿Y por qué?

- Quiero ver la expresión de tu rostro mientras me tomas ¿aceptas?

- No sé, ya lo hemos hecho dos veces esta noche y no quiero rayar en la lujuria, no me gustó nada que nos castigaran por perder el control.

- Será la última ¿sí? Además, en aquella ocasión hicimos el amor toda la noche, no dejamos de acariciarnos ni dormidos ¿recuerdas?

- Mmm – se sentó y comenzó a acariciarlo suavemente antes de sentarlo sobre él – espero no hacerte daño, corazón.

- Nunca lo harías – lo acarició a su vez siguiendo las líneas de su cuello con los labios – sólo que me dejaras.

- Nunca lo haré, te amo demasiado, me siento incompleto sin ti – paseó los dedos por su pecho y comenzó a acariciarle suavemente las tetillas mientras Deia hacía lo mismo en su pecho pero con los labios – sigue, me gusta mucho.

De repente se escuchó un violento ruido y si vio una potente luz que iluminó la habitación por unos segundos que hizo saltar al trenzado del susto.

- Lo siento – le dijo a Heero – les tengo miedo a las tormentas.

- Ven acá, corazón – le tendió los brazos y lo acunó contra su pecho – tranquilo, no pasa nada, la tormenta ya se irá – le acarició los cabellos estirándolo entre sus dedos y besándolo en las mejillas – ella está afuera y nosotros dentro, no puede hacernos nada.

- Tengo miedo – ocultó el rostro contra su pecho.

Heero se sintió mal, su pequeño temblaba como hoja al viento, así que decidió distraerlo con pequeñas caricias en algunos lugares erógenos, lo que fue transformando sus espasmos de miedo en placer.

- ¿Te sientes mejor? – le susurró sensualmente al oído mientras bajaba su mano preparando el camino del amor – ¿Quieres?

- Si – y se entregó a su amado.

Quatre, Deia y Heero caminaban por el mercado de la cuidad mirando todo lo que se vendía, desde dulces y extraños frutos hasta las más diferentes alhajas que hubiesen visto jamás. Heero había cambiado uno de los pendientes de Deia por dinero griego y se detuvo frente a una tienda que vendía distintos tipos de espadas. Allí lo encontraron el trenzado y el rubio.

- ¿Quieres alguna en especial? – le dijo el mercader mostrando su mercadería.

- Esa espada – le señaló una que tenía escrito en arameo Valor.

- La he vendido varias veces, pero siempre regresa a mí.

- ¿Por qué? – le dijo Deia al detenerse junto a Heero.

- No pueden sacarla de la vaina – le mostró – no se puede usar.

- ¿Cuánto pide por ella?

- Doscientos dracmas – le dijo.

Heero lo miró y le pago lo que pedía era obvio que no sabía del verdadero valor de esa espada y no pensaba decirle nada tampoco y no sería suya jamás.

- ¿No crees que es mucho dinero por una espada que no puedes sacar de su vaina? – le dijo otro vendedor y Heero vino y le mostró que sí podía hacerlo.

- Vaya, entonces esa espada estaba destinada a ser tuya – le dijo el mercader sonriente y ellos se apartaron.

- Parece que hice bien en acompañarlos – dijo Heero – ustedes no habrían reconocido mi espada ni en mil años.

- ¿Crees que todas sean igual de fáciles de recuperar? – le dijo Quatre esperanzado.

- Lo veo poco probable, pero no imposible – le dijo – compremos de comer, les apuesto que las pirañas deben haberse despertado y se están comiendo la casa a pedazos a falta de alimentos.

- Y dices que yo soy el exagerado – le reclamó Deia divertido.

Siguieron caminando por el mercado y compraron un montón de cosas, los alimentos habían sido lo principal, pero tanto Deia como Quatre se habían enamorado de unas hermosas telas y las compraron con lo que Heero terminó jurando nunca más acompañarlos ya que se estaba "muriendo de hambre".

Cuando al fin llegaron a la casa, Trowa y Wufei se les fueron encima preguntando si habían comprado pan o algo que se pudieran comer de inmediato, por lo que Heero sonrió y les entregó las hogazas.

- Bueno, gané la apuesta ¿verdad? – dijo mirando a Quatre.

- Pero la casa está intacta – dijo Deia mirando las paredes.

- Tonto.

- ¿Por qué lo dices?

- Era una metáfora ¿has visto a alguien comiéndose una casa alguna vez?

- No.

- Entonces ¿por qué creíste que este par era capaz de hacerlo?

- Porque tú lo dijiste.

- Ay, Deia – lo abrazó contra su pecho – era sólo un decir.

- Pues debes tener cuidado con lo que dices – lo regañó – no siempre te entiendo ¿sabes?

- ¿Por qué tardaron tanto? – les dijo Trowa.

- Heero encontró la espada del valor – le dijo Quatre.

- ¿En serio? – dijo Wufei y Heero se la entregó – vaya, es la tuya.

- Pero esa no es la causa de su demora ¿verdad? – insistió Trowa mirando a su novio.

- Bueno, no – admitió Deia mirando a Heero – nos entretuvimos comprando otras cosas bonitas que encontramos con Quatre.

- Y por su culpa recordé porque odio ir de compras – agregó Heero – no se decidían nunca por cual querían y al final se decidieron por todas y yo las tuve que cargar – se quejó.

- ¿Qué cosa?

- Telas – dijo Quatre avergonzado.

- Chicos, chicos – se rió Trowa divertido – espero que las telas los favorezcan y después nos luzcan sus nuevas ropas.

- ¿Aunque tenga intenciones de seducirte con ellas? – le dijo Heero – creo que lo has descuidado un poco, amigo, si cree necesario hacerlo – se burló.

- ¡Heero! – le reclamó Quatre avergonzado.

- Yo pensaba seducirlo esta tarde – le replicó Trowa divertido y Quatre lo miró escandalizado – incluso probar algunas cositas nuevas – lo abrazó.

- ¡Trowa! – le reclamó rojo al máximo.

- ¿Qué? Si no vamos a caer en la lujuria – le dijo acariciándole el rostro.

- Déjalo tranquilo, le vas a provocar un ataque – le dijo Heero divertido – o por lo menos una taquicardia.

Quatre se escabulló de los brazos de su novio y se fue a la cocina llevándose con él a Deia que sonreía divertido.

Una semana más tarde partieron de nuevo con muchas mejores condiciones en el mar, además, Deia había buscado por todo el pueblo un médico que les diera un remedio contra el mareo a sus amigos y había pagado bastante, aunque bien pudo haberse robado la formula leyéndola de la mente del curandero, pero no se le ocurrió hasta que Wufei se lo dijo.

- Eso habría estado mal – le dijo Heero – recuerda que uno de los mandamientos es "no robar", quien sabe que castigo nos dieran ahora si lo hubiese hecho.

- No sería tanto como caer en uno de los pecados capitales – le replicó.

- De todas maneras – dijo Trowa – y no podemos contaminarnos antes de unir las cinco espadas – le recordó.

- Muy bien, sólo lo dije porque gastó mucho dinero en un remedio que no lo vale.

- Pero lo hizo porque nos quiere – le replicó Heero – gracias, Deia.

- Gracias, Deia – repitió Trowa y Wufei se vio obligado a imitarlos de mala gana.

- De nada – contestó sonrojado – solo espero que el viaje no sea muy largo – sonrió apoyando la cabeza en el hombro de Heero.

- Debo buscarme una pareja en estas tierras – dijo Wufei viendo como Quatre imitaba al trenzado sin ningún reparo – a veces siento que estorbo.

- ¿Le vas a ser infiel a la chica que te espera ansiosa en China?

- Eso es del Wufei de aquí – replicó.

- Pobrecita, tanto aquí como en casa no la quieres – le dijo Deia – ¿por qué? ¿Es muy fea?

- Porque las chicas son débiles.

- Pues debiste verte cuando estábamos en alta mar – le dijo y de inmediato se tapó la boca al recibir una mirada asesina de su parte – no siempre se puede ser fuerte.

- Además, creo que no has tratado mucho con ella ¿verdad? – le dijo Heero – no sabes si ella es fuerte y valiente.

- Ni pienso hacerlo, no me gusta que me impongan cosas.

- Así que en realidad es eso y no que no te guste la chica – dijo Trowa – pero no nos haz dicho como es ella.

- Ni te lo diré – se cruzó de brazos y les dio la espalda.

- Este tipo es terrible – dijo el trenzado y cerró los ojos.

El resto del viaje fue bastante tranquilo, no hubo más problemas antes de llegar a puerto. Este era un poco rústico pero tanto a Wufei como a Trowa le interesó bastante, en especial la forma en que había sido emplazado el muelle, aquellas escaleras de piedras eran casi perfectas y Wufei se lamentaba de no haber traído sus instrumentos para medirla. Otro tanto hacía Trowa, le habría agradado medir la topología del lugar, pero así, era muy complicado.

- Pues deberían tener en cuenta que en esta época todo se hacía sin mayores instrumentos que la inteligencia humana – le dijo Heero.

- ¿Por qué nos miran así? – dijo Deia fijándose que todo el mundo los miraba.

- Porque, aparte de ser extranjeros, estamos hablando en una lengua totalmente desconocida para ellos.

- Pues deberíamos tratar de hablar en su idioma ¿no?

- Pues yo no hablo griego – dijo Wufei – por eso siempre ando con un traductor.

- Yo lo hablo, pero el moderno así que va a ser un poco complicado hacerlo.

- A mi no me miren – dijo Quatre – escasamente hablo el egipcio y el arameo antiguo, no se nada de griego, el experto es Heero.

- Se complican mucho la existencia – dijo el aludido – yo entiendo el idioma, sin embargo, creo que lo mejor es que permanezcamos juntos, Deia puede entenderlo perfectamente ¿verdad?

Deia y Quatre habían ido al mercado de los pescadores a buscar pescado fresco mientras los demás buscaban la manera de viajar al interior. Heero se las había visto feas con un vendedor de caballos, pretendía venderles los animales a precio de oro y ellos se negaban a pagarle de más. Sabían que lo hacía más que nada porque eran extranjeros.

- Ni que tuvieran los dientes de oro – gruñó Wufei viendo como el japonés regateaba el precio.

Al final Heero se había salido con la suya y había comprado los cinco animales a la mitad del precio de un caballo al inicio de la discusión.

Quatre y Deia había conversado un rato con algunos pescadores y les contaron la historia de un noble que tenía una espada que nadie podía desenvainar y que ofrecía un premio enorme a quien lo consiguiera. Decían que eran miles los que lo habían intentado pero nadie lo había conseguido.

- Lo mismo pasaba con la espada de Heero – susurró Quatre – puede ser cualquiera de las otras cuatro ¿no te perece?

- ¿Y me podrían decir dónde es?

Y les dieron las indicaciones necesarias para llegar al lugar, al parecer era bastante lejos de donde estaban, así que decidieron decirle a los muchachos que descansaran primero.

Cuando llegaron a la casa que compartían, vieron que había cinco caballos en el establo y que los demás conversaban sobre las mejores rutas al interior del país.

- Hola ¿cómo les fue? – les sonrió Deia.

- El vendedor era un usurero, quería vendernos los animales por 10 veces su valor – le dijo Wufei.

- Pero tengo una pista – dijo Heero – me dijeron que a dos días de aquí hay un noble efectuando una prueba de destreza cuya última etapa es desenvainar una espada con un solo movimiento. Varios han llegado hasta el final, pero no han conseguido sacarla, así que supongo que es una de las que buscamos.

- Nosotros también tenemos un dato – le dijo Quatre – nos dijeron que un noble tenía una espada que nadie había logrado desenvainar pese a que hay un enorme premio si lo logran.

- Bien, si las conseguimos, ya serían tres las espadas y faltarían dos – dijo Trowa – es mejor que descansemos hoy, ya mañana estaremos descansados del viaje.

El noble del que les contaran los pescadores estaba a medio camino del que les habían hablado a Heero, así que el viaje no sería tan largo, sin embargo, no tenían ni la más remota idea de dónde buscar las otras faltantes.

Al llegar a la casa del primer noble, Deia se presentó como un noble de Egipto que tenía curiosidad por las historias que contaban acerca de la espada que este tenía en su poder. El hombre se la había pasado y la había examinado minuciosamente. La vaina tenía una balanza en uno de sus costados y del otro lado decía Justicia en arameo, así que se la enseñó a Wufei que la tomó y la sacó de su vaina.

- Vaya – dijo el hombre – ¿de casualidad saben lo que dice?

- Justicia – dijo Wufei – ¿ve la balanza?

- Entiendo, sólo un hombre justo podía sacarla de su vaina – miró la espada – es tuya, entonces.

- Gracias – se la enganchó al cinto.

- Y el dinero del premio.

- ¿Eh? – miró la bolsa y luego a Deia que le sonrió afirmando con la cabeza – gracias.

- Te lo ganaste.

Al otro día llegaron a la enorme casa del noble que hacía las pruebas de agilidad, su casa era enorme y Wufei se dedicó a explorarla por completo mientras los demás trataban de averiguar cómo participar de la competencia y si podían ver la espada antes de hacer la prueba, si se trataba de agilidad, sería Trowa quien participara, pero ¿y si la espada era de Quatre o de Deia? Sería imposible que la desenvainara.

- Este lugar es bellísimo – dijo Wufei al encontrarse con ellos en uno de los patios – estas piedras son del mármol más fino que haya visto jamás, el arquitecto es un verdadero genio, los colores se contrastan en perfectas armonía con la naturaleza, la iluminación es constante y permite una excelente ventilación.

- Me alegro que le guste – le dijo el dueño de casa – a mi abuelo le costó muchísimo la construcción de nuestro hogar y murió sin disfrutarla, lo asesinaron antes que terminara de edificarla.

- Perdone, señor ¿sería posible ver la espada antes de la competencia?

- Siempre que no traten de sacarla de la vaina – les advirtió.

Heero se adelantó y la tomó girándola entre sus dedos, de un lado había un león y un arco con una flecha y del otro decía "fuerza" en arameo. Le hizo un leve gesto a Trowa y se la devolvió a su dueño antes de dirigirse al patio de competición.

- ¿Es la de Trowa? – dijo Quatre.

- Sí, es fuerza – asintió.

La prueba era un tanto complicada teniendo en cuenta las vueltas que se daban por el enorme patio trasero de la mansión. Era como las pruebas del pentatlón de las olimpiadas y Trowa se sonrió seguro de conseguir la victoria, ya antes las había superado cuando estaba en la Universidad.

- Cuidado, Trowa – le pidió Quatre – no te vayas a hacer daño ¿sí?

Trowa se puso en el punto de partida junto a otros seis competidores e iniciaron la carrera con obstáculos, le siguió la natación, el salto con garrocha, el salto largo y finalmente debía alcanzar la espada colgándose de una liana. En las primeras dos pruebas, Trowa se mantuvo parejo con los otros competidores, pero ya en el salto con garrocha y el largo les tomó ventaja y fue el primero en tomar la liana para balancearse hasta donde pendía la espada. Enredando la misma entre sus tobillos, se colgó como mono y tomó la espada entre las manos y la desenvainó sin mayores problemas. Sin embargo, no podía descolgarse porque se le había enredado como nudo en su tobillo derecho.

Quatre contenía el aire al verlo desde abajo, se veía tan peligroso lo que estaba haciendo, pero se tuvo que tapar la cara cuando vio lo que su amado pretendía hacer para liberarse.

- ¡Trowa! – gritó desesperado.

Trowa ignoró el temor en la voz del rubio y puso entre los dientes la vaina de su espada y en el siguiente movimiento se dobló, cortó la liana y se dejó caer, cayendo de pie con los brazos en alto.

- ¡Trowa! – volvió a gritar Quatre echándose en sus brazos llorando.

- Tranquilo, estoy bien – lo abrazó poniendo la espada en su vaina – ya, ya pasó – le acarició la nuca – sabía que podía.

- ¡Que podías matarte! – le recriminó – estaba muy asustado.

- Bien, ahora debemos buscar pistas sobre las otras dos – dijo Heero.

Continuará...

Había planeado darlo por completo, pero estaba demasiado Largo, así que pondré los dos capítulos finales aparte.

Shio Chang.