Guerreros Legendarios La fusión de la espada

Habían viajado varios días conociendo lugares que en su tiempo y en su mundo no eran más que meras ruinas, allí estaba intacta toda la civilización prehelénica, sus monumentos completos y podían conocer la fisonomía de la gente en terreno, esto mantenía hasta cierto punto contento a Heero, sin embargo, ya había pasado más de una semana y no había ningún dato acerca de las otras dos espadas.

- Tal vez nadie las ha visto – hizo el comentario Deia y Heero le lanzó una mirada fría – No te enojes conmigo, tal vez vamos en la dirección equivocada.

- Tal vez deberíamos separarnos en dos – le replicó enfadado – tú te llevas a Quatre y a Trowa y yo a Wufei – agregó sabiendo cuál sería su respuesta.

- ¡Nos mantendremos los cinco juntos! – respondió de inmediato – ¿Cómo sabremos después que las cinco están en nuestro poder?

- No te enfades, mi trenzado – le acarició la mejilla con delicadeza y le sonrió divertido – me supuse que esa sería tu respuesta.

- ¿Me estabas provocando? – le dijo medio enfadado.

- Está bastante claro que no podemos separarnos – dijo Trowa – no habría manera de comunicarnos sí encontráramos la espada de alguno que no esté con nosotros en caso que necesite desenvainarla y lo otro es la manera que los miran, no los dejaría a merced de cualquier libidinoso que los pudiera dañar.

- Yo no he visto...

- Eres muy inocente, amor – lo abrazó Heero – nos han mirado a todos como si quisieran que fuéramos el postre, no sólo a Quatre y a ti.

- Pero ninguno que valga la pena perder el tiempo – dijo Wufei fastidiado – puros tipos mal encarados a los que de un puro golpe puedo vencer.

- Eres un tipo demasiado exigente – le dijo Quatre abrazando a Trowa – así nunca vas a encontrar a alguien.

- Pero si no llenan los requisitos no pueden gustarme ¿no te parece?

Deia se separó de Heero alarmado, algo dentro de él le avisaba que algo malo estaba por pasar, así que jaló levemente a Heero de la manga para llamar su atención y una sola mirada bastó para que lo entendiera. Sin embargo, era demasiado tarde y se vieron rodeados de alrededor de 20 hombres. Wufei los miró con indiferencia y Trowa los miró sin preocupación.

- Quieren robarnos – dijo Quatre mirándolos – y violarnos – se estremeció.

- Un niño bonito que comprende nuestras intenciones – dijo un hombre alto y moreno que parecía ser el jefe – me gustas.

- Pues él es mi pareja – le replicó Trowa poniéndose frente a él.

- ¿En serio? – se burló – pues te mataré aquí mismo y él será mío.

- No uses a Fuerza – le dijo Heero y le entregó otra espada, lo mismo hizo con Wufei y Deia que permanecían a un lado – Quatre, quédate junto a Wufei, es a ti a quien quieren.

- De acuerdo.

- Así que eres un chico listo, me gustas – le dijo otro de los hombres.

- ¡ÉL ES MIO! – gritó Deia furioso - ¡TENDRAS QUE VENCERME SI QUIERES TENERLO!

Ambos jefes se enfrascaron en una violenta pelea, uno con Trowa y el otro con Deia mientras los demás observaban protegiendo a Quatre que no atinaba más que a levantar una espada y el escudo, sabía que debía luchar contra aquellos tipos, pero no estaba muy seguro de poder hacerlo si por casualidad llegaban a herir a su amado.

- ¡MAL... !– Deia se mordió la lengua la ver como el tipo trataba de besar a Heero pero este le dio un feroz bofetón que lo hizo caer al suelo – sus besos son sólo míos – le informó.

- Déjate de jugar, Deia – lo regañó Heero – usa todas tus fuerzas – le ordenó.

Deia lo miró a la cara y asintió, Heero lo estaba autorizando a que usara sus poderes síquicos contra el enemigo, así que lo hizo mientras evitaba la estocada de la filosa espada haciendo que el tipo se tropezara con algo y cayera de bruces al suelo. Este se levantó furioso y se lanzó nuevamente contra él, pero Deia le leyó el pensamiento y lo esquivó nuevamente, sin embargo, los demás tipos se cansaron y se lanzaran contra todos.

Trowa miró a su pequeño amado, Quatre era un chico delicado, lo sabía, pero también había sido elegido como guerrero y debía confiar en que podría defenderse, así que siguió luchando para vencer al tipo que quería robarse a su pequeño. Enfocó su enojo en él, el tipo era altamente peligroso ya que portaba un puñal al cinto y ya dos veces había intentado sacarlo para herirlo, sin embargo había sido más rápido y había logrado evitarlo. Pero también portaba una segunda espada y él no podría usar a Fuerza en esta pelea, no podía ensuciarla con sangre humana y menos cuando aún no nacía el redentor.

Heero miró a Wufei que apenas y se valía de la espada para atacar a sus rivales, el Karate y sus técnicas de pelea orientales lo hacían un rival difícil de pasar y por lo mismo Quatre aún no necesitaba entrar en combate. Pero sabía que se cansaría así que se lanzó al ataque por su costado con la misma fuerza, él era casi tan bueno con ese tipo de técnicas como el chino, así que derribó a unos cuantos desarmándolos de paso. Pero no vio que uno iba contra Quatre con la espada en alto con la intención clara de matarlo.

- ¡Quatre! – gritó Trowa al ver que iban a atacarlo, pero no pudo ir a socorrerlo.

Quatre se volvió hacia el tipo y levantó su espada entrando finalmente en combate, el tipo no se esperaba esta reacción y perdió el paso por lo que Quatre se le fue encima lanzando una serie de estocadas que le permitieron desarmarlo y hacerlo huir.

Casi todos los hombres fueron desarmados y huyeron despavoridos, pero Deia y Trowa aún luchaban contra los líderes, sin que ninguno de los cuatro notara que la lucha se había terminado a su alrededor. Trowa consiguió atraparle la muñeca al hombre que quería robarle a su Quatre y lo desarmó tomando la segunda espada de su cinto.

- Vete si no quieres que te mate – le dijo furioso entre dientes agarrándolo por el cuello y luego lo soltó dejándolo caer. El tipo le lanzó una mirada furiosa pero lo obedeció y se fue.

El otro tipo, al verse abandonado por su jefe, intentó huir, pero Deia lo detuvo con sus poderes, iba a vengarse, pero cambió de opinión y lo dejó ir.

- Es una de las espadas – dijo Trowa entregándosela a Heero.

- Si – dijo mientras la examinaba. De un lado había un corazón y una pluma y del otro decía Corazón en Arameo – es la de Quatre – se la entregó – ahora sólo nos falta la de Deia para que podamos irnos al desierto a unirlas.

- Ahora sabemos que vamos por buen camino – dijo Wufei sacudiéndose la ropa.

- ¿Buen camino? – repitió Deia – por poco nos roban y nos violan y dices buen camino.

- Es un decir – le replicó Heero abrazándolo mientras le limpiaba el sudor de la frente a su trenzado – lo que quiere decir es que si seguimos por este camino tal vez encontremos tu espada pronto.

- Ojalá y no nos ataquen de nuevo – dijo Quatre cansado.

- Lo hiciste muy bien, amor – le dijo Trowa abrazándolo – yo sabía que podías hacerlo – lo felicitó y lo besó en los labios – estuviste magnífico.

- No fue nada, apenas y me enfrente a uno de ellos, Wufei y Heero de encargaron de casi todos – dijo apenado.

- Creo que deberíamos usar mis poderes para encontrar mi espada – dijo Deia apoyado en el hombro de Heero – así nos evitamos estos percances – acarició las costillas de Heero – y podríamos viajar más tranquilos.

- ¿Crees poder hacerlo? – lo miró Heero preocupado – no quiero que te agotes como cuando le borraste los recuerdos al príncipe.

- Eso era más complicado, debía de crear nuevos recuerdos para él o le haría daño al borrarle los recuerdos – le explicó – pero necesito algunas cositas para hacer uso de mis poderes síquicos, comenzando por un lugar adecuado, uno que concentre este tipo de energía, que se encuentre elevado y despejado, además, necesito de las otras cuatro espadas.

- Hay un lugar así no muy lejos de aquí – dijo Trowa – conozco el lugar, varias veces visitamos el templo en ruinas que se encuentra en ese lugar con Wufei, se supone que es un templo dedicado a la diosa Artemisa y tiene toda una leyenda a su alrededor, ya verán lo que les digo – soltó a Quatre y se subieron de nuevo en sus caballos para ponerse en marcha.

Tal como lo dijera Trowa, el templo en un centro de energía síquica, pero el templo era magnifico, mucho mejor de lo que se habían imaginado con Wufei y este se lamentó no tener alguna manera de reproducir la imagen para llevársela a casa, cosa que Trowa tuvo que admitir era lamentable.

En el templo había varias sacerdotisas y oráculos que no permitían el acceso a los extranjeros si no pagaban primero un tributo muy elevado, a ninguno se le había ocurrido semejante cosa, por lo mismo no llevaban el dinero que ellas pedían. Deia las miró molesto y se volvió hacia los demás bajando hacia el pueblo.

- Deia debe entrar como sea – dijo Heero sacando todas las dracmas que tenían – lo que piden es mucho por cada uno, pero nos alcanza para que Deia entre, aunque sea solo, si logramos pasar las espadas con él.

- ¿Y cómo vamos a tener dinero para ir al desierto santo? – dijo Wufei.

- Nos quedarán apenas doscientas dracmas – dijo Quatre pensativo – pero podemos vender las muñequeras de Deia a un buen precio, así podríamos tener unas mil dracmas más.

- Pero con eso no tendríamos para cruzar el estrecho de Bósforo – insistió Wufei – y menos para llegar al desierto.

- No nos preocupemos por eso ahora – dijo Heero – debemos recobrar la espada de Deia antes de planear el siguiente paso.

- ¿Cómo sabes si me encuentro una mina de oro y podemos viajar con lujo de regreso? – le dijo Deia divertido.

Los cinco regresaron al templo y, luego de ocultar las espadas bajo las ropas de Deia para que pasaran la primera inspección, pagaron el tributo y éste se dirigió al interior siendo vigilado de cerca por una de los oráculos, pero se decidió a usar sus poderes síquicos e hizo que ella dejara de verlo por unos segundos y llegó al patio principal, la zona más elevada del templo de Artemisa. Allí sacó las cuatro espadas y las puso cada una alineada a un punto cardinal, la de Heero al norte, la de Trowa al sur, la de Wufei al este y la de Quatre al oeste, él se sentó en medio mirando al norte y se concentró íntegramente en sentir la quinta espada. En encontrar su poder a través de sus hermanas, tanto que no se dio ni cuenta que comenzaba a irradiar una deslumbrante luz, casi era como una esfera dorada que no permitía ver lo que estaba dentro. La espada de Heero se levantó apoyándose en su punta y avanzó como dando saltitos hacia él, lo mismo hizo la de Wufei y ambas se apoyaron juntas. Luego, la de Quatre y la de Trowa se pusieron junto a ellas formando una cruz y escuchó una voz en su cabeza:

"Pequeño Deia, has venido a pedir mi ayuda y mi padre me ha enviado a ti" la voz era femenina y muy dulce "Lo que buscas está muy cerca de ti, un hombre la ha dejado como tributo en el primer altar hace pocos días, pero para recuperarla deberás hacer alarde de tus poderes, hacer creer a todas las vírgenes y oráculos que eres un Dios"

- Yo soy sólo un hombre.

- "Usa tus poderes, Deia, tú y tus amigos deben regresar pronto a casa."

Deia se dejó caer, no se había dado ni cuenta que estaba flotando en el aire, y se percató que lo miraban, de inmediato volvió la vista a las espadas y las elevó en el aire ordenándoles ir con su hermana. Los guardias lo miraban asombrados y no atinaban a detenerlo, pero se asustaron mucho cuando las espadas se clavaron en el suelo alrededor de una quinta espada. Deia se subió al altar de un salto y tomó la espada, de un lado había tres eslabones entrelazados sin principio ni fin sobre un corazón y del otro lado decía Amistad en arameo, allí estaba su espada.

- ¡ATRAPEN AL PROFANO! – gritó una de las sacerdotisas.

Deia tomó todas las espadas entre sus brazos e intentó escapar, pero lo tenían sitiado, sabía bien que no podía pedir ayuda, los muchachos no podrían llegar hasta él, así que volvió a saltar al altar e intentó huir lanzando con sus poderes síquicos hacia los guardias cuanto se le atravesara en su camino, pero uno lo agarró de la punta de la trenza y se quedó con la cinta en su mano. Corrió sintiendo como el cabello se iba soltando rápidamente, pero no podía hacer nada, si se detenía lo atraparían y no podía soltar las espadas.

- Hasta aquí llega tu camino, profano – le dijo una oráculo parándose frente a él.

Pero Deia ya estaba cansado y concentró su poder generando un aura a su alrededor que le dispersó los cabellos al viento, los ojos se le pusieron blancos y con una luz brillante. Miró a la mujer que estaba pálida del susto y la elevó varios metros del suelo.

- Déjame salir ahora o pagaras las consecuencias – le dijo usando la voz metálica de Deathscythe – debo cumplir mi destino.

- ¡DEVUÉLVANLE SU TRIBUTO Y DEJENLO IR! – ordenó ella aterrorizada.

- Muy bien – dijo bajándola lentamente – estás a salvo, pero te digo que no hagas más oráculos falsos o vendrá un hombre de largos y rubios cabellos y no sólo te matará a ti, sino a todas las sacerdotisas del templo y le destruirá por completo, tanto así que nadie se atreverá a reconstruirlo y la diosa Artemisa jamás volverá a habitar este lugar – tomó la bolsa con las monedas y salió sonriendo hacia sus amigos.

- Vaya – dijo Trowa asombrado – así que fuiste tú.

- ¿Qué quieres decir?

- Bueno, existe una leyenda sobre este templo y de un extranjero que profetizó su fin. Se dice que entró en el templo, tomó algo que un hombre hacía poco había dejado como tributo a la diosa y luego de elevar a la sacerdotisa máxima, se fue diciendo que sí hacían oráculos falsos un hombre de largos cabellos rubios vendría y acabaría con él y sus sacerdotisas, lo que ocurrió varios siglos más tarde, este templo no llegó a ver la edad de oro de Grecia.

- Pero yo nunca he visto el futuro.

- Pero este lugar concentra las energías síquicas – le recordó Heero – no es difícil que lo hayas conseguido, teniendo en cuenta que puedes ver el presente de cualquier persona con relativa facilidad.

- Bueno, ahora podemos irnos – dijo Wufei tomando su espada y repartiendo las demás – y hemos recuperado el dinero de nuestro tributo.

- Es hora de partir al desierto santo – asintió Heero y le rodeó la espalda a Deia echando una última mirada al templo, no podía creer que hubiese sido su trenzado quien presagiara el fin de tan famoso oráculo.

El viaje hacia el sur comenzó al otro día, en la posada habían tenido problemas porque todos querían que Deia les presagiara el futuro, este no quería hacerlo, no era algo que se le diera y ya, así que Heero había tenido que interferir para liberarlo del dilema. Sin embargo, Deia hizo una profecía para los habitantes del nuevo pueblo al que habían llegado, ellos serían el inicio de un gran imperio encabezado por el padre que sería asesinado con veneno y cuyo hijo haría grande esas tierras, llegando muy lejos con su poder, pero que moriría joven, pero dejaría su nombre y el de su tierra marcados en la historia. Muchos le preguntaron quien y Deia movió la cabeza, la visión se le fue.

Trowa y Wufei se miraron en silencio y luego a la plaza del pueblo. ¡Era la cuidad de origen de Filipo, el padre de Alejandro Magno! Era cierto lo que decía Deia, pero él conocía apenas la historia, así que aquello realmente era una visión.

- Debemos irnos pronto – dijo Heero preocupado – no podemos permitir que presagies más cosas del futuro o nos meterás en problemas, Deia.

- Estoy cansado – dijo apoyando la cabeza en el hombro del japonés mientras bostezaba – apenas y aguanto el sueño.

- Vamos a dormir – dijo Quatre preocupado llevándose al trenzado presintiendo que los otros necesitaban conversar a solas.

- Deia ha sido quien dijo la profecía de Alejandro – dijo Trowa preocupado – este parece ser el pueblo natal de Filipo.

- Es el lugar, este potencia sus poderes síquicos y le permite usarlos con mayor claridad – dijo Heero – no podemos permitir que lo siga haciendo o lo perderemos.

- Paguemos ahora el alojamiento – dijo Wufei – así partiremos apenas amanezca y evitaremos que alguien nos detenga haciéndole consultas al trenzado.

- Bien, yo lo haré – dijo Heero – váyanse a dormir.

Una semana más se tardaron en llegar al estrecho de Bósforo, sin embargo, la fama de Deia como oráculo los había precedido y los acorralaron en una esquina del comedor del barco en que cruzaban el estrecho, aunque Deia ya no podía hacerlas y menos interpretar los sueños.

- ¡Déjenlo en paz! – los apartó Heero molesto – ¿No ven, acaso, que está cansado?

- Lo que pasa es que tú no quieres compartir su gran sabiduría – le dijo uno de los tipos.

- ¡ESTÁ CANSADO! – le dijo perdiendo la paciencia lanzándolo lejos – Y AL SIGUIENTE QUE LO MOLESTE, LO LANZARÉ AL AGUA – los amenazó abrazando al trenzado.

Deia se dejó abrazar por el japonés y cerró los ojos, realmente estaba cansado, no sólo el largo viaje lo había agotado, nunca había montado tanto tiempo a caballo, cuando era príncipe y luego Faraón, siempre tuvo un auriga que conducía su carro, y eso de tener que usar sus poderes síquicos para algo que nunca estuvo preparado para hacer, era peor, su cerebro lo sentía como si fuera un limón exprimido.

- No debiste dejar que te forzaran a leerles el futuro – le dijo Quatre preocupado por la salud de su amigo – debiste rechazarlos, inventar algo que los asustara o algo parecido para que no insistieran.

- Lo sé, pero las visiones me llegaban y debía sacarlas de mi cabeza o me iban a volver loco.

- ¿Más de lo que ya estás? – le dijo Wufei y recibió una mirada furiosa de parte de Heero – lo siento.

- Mejor no discutamos eso – dijo Trowa tratando de calmar el ambiente – mejor descansemos, aún no vemos la manera de llegar a nuestro destino.

- Yo lo único que deseo es descansar – dijo el trenzado poniéndose de pie – quiero dormir un poco.

- Pues después de haber dormido cien años, no deberías cansarte así.

- ¡Wufei! – lo regañó Heero molesto y este se escondió detrás de Trowa.

El lugar al que llegaron al otro lado en muchos siglos después se convertiría en Estambul, Turquía, sin embargo, en esos momentos no era más que una pequeña caleta de pescadores. Deia se apoyaba en el hombro de Heero, seguía agotado, pero sintió que algo venía a su mente, trató de controlarlo cerrando los ojos y al final dijo lo que sabía en voz bajísima para que nadie lo escuchara. Heero lo miró y lo atrajo hacia él, tratando de hacer que se relajara.

- Debemos cambiar el dinero mientras viajamos al sur – dijo Heero – de otra manera no tendremos con que comer.

- Pues hagámoslo luego, yo tengo hambre – dijo Wufei.

- Despertó una piraña.

- No molestes, Winner – le dijo entre dientes.

- Yo te secundo – dijo Trowa – estando a bordo no se me antojó probar bocado, ya me veía asomándome a la borda a vaciar el estómago y que alguien me empujaba para así quedarse con Quatre.

- Ay, Trowa – se rió este – venga, de seguro hay un mercado dónde cambiar el dinero y alguna posada donde comer y que nadie nos moleste.

- Siempre y cuando el trenzado no se ponga a hacer profecías de cuanto se te cruce por delante.

- ¿Por qué eres tan ofensivo con Deia? – le reclamó Heero – él ya te dijo que no es intencional y que no puede evitarlo.

- No importa, Heero – le dijo este – yo no le hago caso.

- Pero me molesta que lo haga.

Día tras día avanzaban al desierto santo, al desierto de Neguev tratando de evitar las tribus del pueblo de Israel que ahí habitaban ya que, como venían de imperio egipcio, querían evitarse problemas. Quatre había conseguido un excelente precio por los brazaletes de Deia y con el dinero había comprado todo lo necesario para cruzar el desierto hasta el monte donde le fueron entregadas las tablas de la Ley a Moisés, el Monte Sinaí, al otro lado del reino de Judá o Judea.

- ¿Has calculado la época en que estamos? – le dijo Wufei a Heero.

- Si, no hace muchos años ha muerto el rey Salomón y el reino se ha dividido, el rey de las tierras del norte es Jeroboam que volvió de Egipto hace algunos años cuando supo que el rey murió y en el del sur reina Roboam, hijo de Salomón.

- ¿Por qué viene un rey desde mis tierras?

- Salomón se salió del pacto que Dios hizo con él y tuvo relaciones con muchas mujeres de otras naciones que lo desviaron y lo hicieron adorar otros dioses, levantar otros templos y serle infiel a su Dios. Yahvé se enfadó mucho y le dejó a su hijo sólo una de las doce tribus y la ciudad Santa, Jerusalén, las otras están al servicio de Jeroboam. Salomón supo de esto antes de morir e intentó matarlo, por eso él huyó a Egipto. Creo que es casi un presagio de lo que le pasaría a Jesús dentro de nueve siglos, cuando Herodes quiso matarlo para que no se convirtiera en rey, sus padres también se lo llevaron a Egipto.

- Muchos acontecimientos del antiguo testamento se repiten en Cristo – agregó Trowa – su vida está marcada por acontecimientos antiguos.

- San Mateo lo menciona, "Porque así lo escribió el profeta" – dijo Heero.

- "Aquí es el lugar, mis jóvenes guerreros" – les dijo una voz ronca – "suban, pero quítense los zapatos, este es un lugar sagrado"

Sin dudarlo, Quatre se los quitó y comenzó a subir, los demás lo miraron, se miraron entre ellos y lo imitaron. Arriba había una nube oscura que los ocultaba de las miradas curiosas.

- Señor, aquí nos tienes, tenemos las cinco espadas de San Miguel como nos ordenaste y las traemos para unirlas.

- Lo sé, Heero, ustedes han viajado hasta aquí con ese único propósito y deben saber que tan pronto ella esté completa regresaran a su mundo y deberán elegir el camino que quieren recorrer.

- Perdone, Padre Santo – dijo Wufei – pero ¿a qué se refiere con eso? ¿Cuáles caminos?

- Ya comprenderán, hijos míos – les dijo con suavidad – ahora sólo deben completar su misión. Adelante.

Heero avanzó en silencio hasta donde había una roca con un agujero en el centro y enterró su espada.

- El valor que debemos tener para enfrentar el mal, tanto el del enemigo como el propio – dijo soltándola.

- La fuerza para cumplir las misiones encomendadas y no dejarse caer en la tentación que nos presenta el enemigo – dijo Trowa enterrando la espada junto a la de Heero.

- La justicia para equilibrar nuestros actos y valorar los acontecimientos en forma correcta – dijo Wufei imitándolos.

- Amistad para superar los problemas, ayudándonos los unos a los otros sin importar lo que piensen los extraños sobre nosotros – dijo Deia e hizo lo mismo que los demás.

- El Corazón para actuar con amor, porque sólo él puede salvar tu alma de la perdición eterna – dijo Quatre y también enterró su espada.

Una luz enorme rodeó las cinco espadas y los cinco se tomaron de la mano poniéndose en circulo alrededor de la Espada de San Miguel. Cerraron los ojos y en un pestañeo estaban en el mismo lugar, pero había algo diferente, detrás de ellos estaban sus guerreros y una legión enorme de ángeles junto con San Miguel que se acercó a ellos.

- Misión cumplida – le dijo Heero saliendo de su estupor haciéndose a un lado para que el general cogiera su espada.

- Siempre hemos sabido que son muy capaces – le sonrió el arcángel – ahora es su decisión, pueden pelear junto con mis tropas o ir al paraíso a esperar el desenlace, aunque creo que saben muy bien lo que va a acontecer.

- Yo quiero luchar – dijo Wufei y se subió a Nataku – no soy del tipo que se queda a esperar que las cosas pasen.

- Yo también – dijo Trowa – perdóname, Quatre, pero nunca he sido del tipo que se queda de brazos cruzados.

- Yo también voy – dijo Heero.

- Si tú vas, yo también – dijo Deia.

- No nos queda más que unirnos a las fuerzas celestiales – aceptó Quatre – así terminaremos pronto con ellos y podremos estar para siempre en paz y los cuatro se subieron a sus guerreros imitando al joven chino.

Siempre pudieron haber escogido el camino de la paz o el camino del paraíso, pero los guerreros eran ángeles y quieren limpiar sus nombres y purificarse antes de volver a ser lo que hace mucho tiempo fueron y recorrer un nuevo camino.

Un nuevo ciclo

- Bien, ya que han decidido luchar, son consientes que se convierten en comandantes – les dijo San Miguel – Deia, que en adelante será Dúo nada más, se mantendrá al mando de la primera división; Trowa, de la segunda; Quatre, de la tercera; y Wufei, de la cuarta. Cada uno será apoyado por uno de los querubines guardianes de la entrada al Paraíso y la cuarta parte del ejército celestial. No tengan miedo de usar todo su poder y sus armas celestiales, no dejen ningún demonio suelto.

- ¿Y Heero no va a combatir?

- Deberá fusionarse por completo con Zero para vencer a Epión.

- ¿No perderá así su identidad humana? – dijo Quatre preocupado.

- No se preocupen por eso – respondió – ¿Qué dices, Heero?

- Misión aceptada – dijo y desapareció.

- ¡Heero! – dijo Dúo asustado.

- Ya verán que existen muchos caminos para recorrer a partir de finalizada la batalla – dijo San Gabriel junto a su hermano – podrán escoger a conciencia cuál será el de ustedes, pero primero tienen la obligación de encerrar los demonios.

- Marchen, generales y encierren al enemigo en donde no pueda salir más – les ordenó San Miguel y ellos desaparecieron.

Heero se encontró en un lugar sombrío, frío y con un fuerte olor a azufre, el olor era hostigoso y el frío calaba hasta los huesos.

- Vaya, vaya, miren a quien tenemos aquí – le dijo una voz burlona a sus espaldas – el generalísimo de las fuerzas celestiales nos ha enviado a su más fuerte lugarteniente para encerrarnos ¿verdad?

- Ustedes no destruirán a la humanidad y tampoco se adueñarán del Paraíso – le replicó Zero – Deberías saber que el Padre lo sabe todo y aprender de tus errores, Luzbel.

- Ese ya no es mi nombre, Zero – replicó molesto – sus mismos humanos me dieron un nuevo nombre, pero también me han dado muchos otros, algunos muy divertidos, pero siempre sé que se refieren a mí. ¿Quién diría que sus propias y amadas criaturas me iban a hacer tan fuerte igualándome a Él? – se rió malignamente – lo venceré para siempre.

- Sabes bien que las sombras nunca han vencido a la luz, que ellas se retiran a su paso ¿no puedes verlo?

- ¿Ver qué?

- Aún puedes dar un paso atrás y darte cuenta que has estado equivocado siempre, el Padre no ama a los hombres porque sea mejores que los ángeles – le dijo – los ama porque ellos son capaces de cometer errores y enmendarlos, son seres perfectibles y la única manera de ser mejores es igualándonos a ellos, no a Dios Padre, Él nos creó, es soberbia querer igualarlo.

- Se nota que nunca haz probado el verdadero poder – se burló – ¡Epión!

De inmediato el mencionado apareció ante Zero con una mujer colgando entre sus dedos, se notaba que había sido atacada violentamente, quizás hasta violada. El cabello largo y rubio estaba mancado con sangre y barro y Zero comprendió lo que había pasado.

- Ella quiso traicionarme – le dijo el malvado jefe del mal – no supo comprender que yo soy el más fuerte.

- ¿Acaso creyó que mi alma "humana" podía llegar a amarla? – dijo Epión dejándola caer al suelo – es tan poca cosa, fue compañera de un pobre humano, así que está manchada con su sangre.

- Pobre Lilith – dijo Zero mirando a la mujer – ella no merecía morir así, sabes bien que te salvó de los poderes síquicos de Deathscythe la última vez que nos enfrentamos.

- Ella fue la tonta, yo no se lo pedí.

- Ella fue generosa con alguien que no se lo merecía – replicó enfadado – creer en un ángel que se ha convertido en un demonio no es bueno para nadie, ni siquiera para él mismo, otro podrían hacerle lo mismo.

- Destruye a este hablador – le ordenó el ángel caído.

Epión se lanzó contra él de manera violenta, pero fue más rápido y salió del lugar, allí no podía ser ya que era demasiado estrecho y no podría luchar a sus anchas.

- ¡ERES UN COBARDE ZERO!

- ¡Y TÚ UN ESTÚPIDO! ¿ACASO NO PUEDES VER QUE TAL COMO TRAICIONÓ A QUIEN AMABA BIEN PUEDE HACERLO CON LOS QUE NO?

- NUNCA TRAICIONARÁ A LOS SUYOS.

- ¿Y por eso les ordena pelear una batalla que bien sabe que no ganarán?

- ¡VENCEREMOS POR ÉL!

- Está escrito en el libro de todos los tiempos que aquellos que pretendan tener el poder sin el consentimiento del padre jamás lo tendrán y los que lo alcancen, su tiempo será tan breve como un suspiro.

- ¡ESO PUEDE CAMBIARSE!

- Las cosas sólo pueden cambiar para bien, y tu querido jefe los está confinando en el peor lugar al que puedan llegar los condenados.

- ¡YO NO SOY UN CONDENADO!

- Desde el momento mismo en que te opusiste a Nuestro Padre, traicionándonos a todos y uniéndote a las huestes de Luzbel te volviste un condenado y conocerás, junto con el resto de los demonios, el Lago de fuego y azufre, porque así fue escrito y así será.

- ¡NUNCA!

- ¿Por qué no recapacitas y regresas a nuestro lado? Aún es tiempo de arrepentirse, el Padre te perdonará igual que ha perdonado a los humanos que pecaron contra Él y contra ellos mismos.

- ¡NO ME REBAJARÉ AL NIVEL DE LOS HUMANOS!

- Si así lo quieres – sacó su espada y liberó las alas – sólo quisiera saber por qué tu alma tomó la forma de la de Deathscythe.

- ¿Quién dice que fue así? – replicó – el siempre estuvo interesado en ti, pero nunca le prestaste atención, creías amarme a mí, así que tomó mi forma para que lo amaras a él.

- Estás muy equivocado, su alma encarnó mucho antes que la tuya.

- No me creas – se burló – pero veamos si eres realmente capaz de destruirme.

- Siempre he cumplido con los deberes que me han encomendado – le replicó y las espadas de ambos se cruzaron.

Dúo luchaba contra una gran cantidad de demonios ayudado por Qeber, el querubín que antes acompañara a Heero, mientras los ángeles bajo su mando lo imitaban usando sus largas y filosas lanzas, pero estos no parecían agotarse nunca.

- ¿Cuántos son estos tipos? – le preguntó a su lugarteniente.

- Si calculamos que han vivido en pecado por más de 10 mil años – dijo pensativo el querubín – y que ellos eran alrededor de 5 mil, deben ser... unos cinco o seis millones, eso sin contar a los humanos que se les unieron en este tiempo.

- ¿CINCO MILLONES?

- Tal vez sean más, no estoy seguro.

- ¿Y cuantos somos nosotros?

- Unos cien mil por cada General, lo que significa que hay alrededor de un millón ciento cincuenta mil demonios frente a nosotros.

- Entonces, no nos queda más que seguir luchando con todas nuestras fuerzas hasta acabar con todos ¿verdad?

Frente a él se pusieron dos demonios, uno rojo y otro azul, que trabajaban en pareja, mientras atacaba a uno, el otro lo defendía y cuando no, era la revés, el azul lo atacaba y el rojo hacía de defensa.

- ¡No puedo derrotarlos! – se volvió hacia su ayudante – ¿Sabes quiénes son?

- Ellos son copias de Zero y Heavyarms – dijo Qeber – tienen toda su información de guerreros, sin embargo, tienen un punto débil – saltó apartándose de Deathscythe – son verdaderos demonios y no tienen un alma pensante.

- Genial, tenía que enfrentarme a un par de imitaciones y de los más fuertes, todavía – rezongó.

- No puede ser tan difícil vencer a tu novio, y más cuando conoces su manera de pelear y de pensar – le replicó el Querubín divertido.

- ¡Ninguno de esos es mi novio! – le reclamó y sonrió – y por esos voy a ser capaz de vencerlos.

Los dos demonios se lanzaron contra él con violencia y tuvo que usar sus alas como escudo, pero consiguió separarlos el tiempo suficiente para asestarle un buen golpe al azul y desarmarlo para luego volverse contra el rojo y destruir su férrea defensa.

- ¡Ahora van a tener que tenerme en cuenta si quieren programar un demonio! – gritó y los destruyó por completo lanzándose a luchar contra los pocos que iban quedando frente a él y sus huestes – Heero va a estar orgulloso de su lindo novio que fue capaz de vencer a una burda imitación suya – celebró destruyendo al último de sus enemigos.

- Bien, hemos terminado aquí – le dijo Qeber – debemos regresar al paraíso a esperar a los demás.

- ¿No deberíamos ir a ayudar?

- No nos está permitido interferir en la batalla de los otros Generales, Dúo, eso sería como un signo de desconfianza en sus capacidades de liderazgo y guerreras – le replicó.

- Muy bien, entonces, Misión Cumplida – dijo imitando a Heero y ambos se regresaron al paraíso.

Quatre y sus huestes luchaban muy cerca de la cuidad santa, su ayudante, Saldair, vigilaba atentamente las evoluciones de los demonios, sabía que a cualquiera de ellos se les podía aparecer los demonios copia, sólo esperaba que pudieran enfrentarlos sin problemas.

- ¡Saldair! – le gritó el rubio árabe mirando a sus enemigos que no parecían disminuir, al contrario, cada vez se aparecían más.

- Según mis datos – dijo éste preocupado – nuestros enemigos deben ser algo así como un millón ciento cincuenta mil o lago parecido.

- Pero debemos vencerlos de una vez, no vamos a estar toda la eternidad luchando con ellos – dijo preocupado.

- No te alteres – le dijo el Querubín – mientras las copias de Zero y Heavyarms no se nos aparezcan, podrás vencer a estos demonios.

- ¿Copias de los guerreros de Heero y Trowa? – lo miró preocupado.

- Voy a intentar comunicarme con el General San Miguel – se quedó callado unos minutos mientras Quatre luchaba con más empeño hasta acabar con treinta demonios – Mi general dice que no nos preocupemos de ese par, ya han sido destruidos por Deathscythe, quien ya está en el paraíso esperándonos.

- Entonces, voy a hacer algo especial – se volvió hacia sus huestes – repliéguense de inmediato y tan pronto reinicie el ataque, láncense detrás de mí – ordenó y espero a ver que todos estuvieran detrás de él. Una vez que estuvieron en posición sacó sus espadas, las cruzó sobre el pecho y se lanzó contra los demonios extendiendo los brazos y recogiéndolos sobre el pecho destruyendo a su paso a gran cantidad de demonios mientras sus soldados destruían a los que iban quedando en el camino. Se detuvo al ver que ya no quedaban enemigos frente a él dispuesto s devolverse, pero sólo quedaban ángeles a su lado.

- Hemos terminado nuestro trabajo, general Quatre – le dijo Saldair – es hora de regresar al paraíso.

- Bien, misión concluida – dijo y desaparecieron.

Mientras, Heero seguí luchando contra Epión, debía admitir que era bastante bueno en la batalla cuerpo a cuerpo, pero no podía rendirse, San Miguel le había confiado a él la parte más difícil del Apocalipsis, encerrar al monstruo y al ángel malo en el abismo, pero primero debía destruir a su más cercano colaborador.

- Eres bueno – le dijo Epión.

- Viniendo de ti, es todo un halago – se burló – sabes bien que no puedes vencerme ¿Por qué no te rindes? Tal vez te salves de la condena.

- NI LO SUEÑES.

- Eres un torpe – le replicó y volvió a cruzar su espada contra la de éste – a estas horas mis camaradas ya han de haber derrotado gran parte del ejército del mal, incluidas aquellas estúpidas copias que hicieron de mí y de Heavyarms.

- Eso es lo que tú dices, pero ellos iban contra Deathscythe, así que tu amado corazón alegre debe estar conociendo el infierno.

- A él no lo pueden vencer.

- No suenas muy convencido – se burló.

- Dúo es muy capaz de vencer a ese par – aseguró.

- ¿Por qué no lo vas a buscar entonces al infierno?

Sus espadas volvieron a cruzarse, esta vez con mayor fuerza, haciendo que miles de chispas saltaran por el aire y cayeran al suelo dejando profundos agujeros y la tierra a su alrededor negra, muerta.

- Tanto que proteges la Tierra y le haces daño.

- Mi obligación es proteger el paraíso y a la humanidad – le replicó – Nuestro Padre puede recuperarla con un solo soplo.

Aquello hizo brillar con odio los ojos de Epión que sacó una segunda espada e intentó atravesar a Zero con ella, pero este fue más rápido y usó sus alas a modo de escudo y alcanzó a rozarlo apenas mientras un gran destello de luz los rodeaba.

Trowa ya comenzaba a desesperarse de tanto luchar contra los demonios, aunque ya iban quedando pocos, pero estaba cansado. ¿Acaso pretendían ganar por cansancio? A ese paso se le iban a acabar las municiones, aparte de sus propias energías, después de todo, aunque estuviera sobre lo que antes fuera un ángel, él era humano.

- Calma – le dijo Mistifin – ya casi terminamos nuestro trabajo.

- Me gustaría verte pelear a ti – le replicó cansado.

- No puedo hacerlo aunque quiera, no debo usar mis poderes o no podré volver a ser guardián del paraíso.

- ¿Por qué deberías volver a serlo si ya no habrá fronteras entre éste y la Tierra? ¿No se supone que el infierno y la tierra de los muertos van a desaparecer?

- Eso no será hasta la hora del último Juicio, luego de la segunda resurrección.

- Mil años después del advenimiento del Cordero de Dios y el renacimiento glorioso de Jerusalén ¿verdad?

- Si – se volvió – ¡cuidado!

Trowa usó como escudo su metralleta y disparó sobre el demonio que lo atacaba el arma que portaba en la otra mano con lo que lo hizo polvo.

- ¿Alguien herido? – preguntó a sus soldados pero estos se habían ocultado bajos sus alas a modo de escudo y negaron – bien, adelante – se volvió a lanzar al ataque mientras el querubín se elevaba en el aire para evitar los disparos de uno y otro bando.

- Me pregunto que habrá sido de las copias – dijo mirando el campo de batalla – para estas horas ya se habrían aparecido por aquí ¿Cuál de todos los guerreros habrá sido nombrado su blanco?

- De seguro el trenzado – dijo Trowa – de seguro habrán pensado que, eliminado él, Zero sería debilitado por el dolor o vencido por la ira y la sed de vengar a su amor.

- Voy a averiguar – se elevó un buen poco.

Trowa miró a sus soldados y vio que estaban rodeados de demonios, miró el nivel de municiones y se decidió a hacer un último ataque que eliminaría a los demonios que quedaban.

- Tan pronto dé la orden, elévense – ordenó vigilando las evoluciones del enemigo hasta que todos hicieron un círculo en torno a él – ¡ahora! – y los ángeles se elevaron en el cielo mientras él disparaba girando destruyéndolos a todos.

- ¡Genial! – celebró Mistifin – has acabado con los últimos y me informan desde la base que las copias fueron destruidas por Deathscythe y que, junto con Sandrock nos esperan en el paraíso.

- ¿Quatre está bien?

- Sin un rasguño – respondió sonriendo – vámonos.

- Bien, misión concluida – y desaparecieron.

La explosión por el choque de las espadas hizo retroceder a Zero y a Epión varios metros perdiendo el equilibrio. Zero se recuperó de inmediato, pero Epión consiguió esquivar su ataque atrapándolo con una de sus colas haciéndolo caer al suelo al enredarla en sus tobillos. Apretando los dientes, Zero se puso de pie nuevamente, no le quedaba de otra, iba a tener que usar el último de sus recursos, no podía dejar que ese demonio lo venciera.

- Te tengo en un puño – se burlaba Epión – de seguro irás pronto a ver a tu amorcito.

- Deathscythe no ha sido vencido – le replicó con ferocidad – y sí, pronto me voy a reunir con él, ¡pero en el paraíso! – se lanzó contra él y le dio un puñetazo que lo obligó a elevarse en el aire.

- Sabes que puedo volar – le dijo burlón.

- Es justo lo que necesito – y elevó el cañón de su brazo izquierdo, enfocando apenas y disparando hacia el demonio – si alguna vez te amé, mataste ese amor al traicionarme, aquello puedo perdonarlo, pero que quisieras hacerle daño a Dúo, ¡JAMÁS! – y una potente luz salió del arma.

- Ni creas que podrás vencerme así – dijo Epión poniendo las manos frente a él a modo de escudo y consiguió frenarlo.

- No podrás soportarlo siempre – volvió a disparar y consiguió herir de gravedad a Epión, sin embargo, también resulto herido. Aún así disparó una tercera vez y lo destruyó por completo – primera parte cumplida – dijo sentándose en el suelo para tomar un poco de aire antes de seguir con su trabajo.

Wufei y Desiré luchaban en el último frente de batalla, el joven chino estaba más que furioso, aquellos enemigos eran demasiado fáciles de vencer y, pese a que estaba un tanto cansado por el exceso de los mismos, no había disfrutado del combate y así se lo hizo saber a la querubín.

- ¿Quién dice que las batallas deben disfrutarse? – lo regañó.

- Yo – le replicó – debí acompañar a Yuy, a él le tocó la mejor parte de la pelea al ir a encerrar al malvado.

- No creo que sea un trabajo fácil – le dijo ella – después de todo debía vencer a Epión antes de llegar al jefe y al monstruo.

- Pero a ese sí vale la pena vencerlo – replicó destruyendo a los últimos enemigos – ya terminé.

- Espera un poco, no vaya a ser que haya más enemigos por allí.

- ¿Por qué lo dices?

- Existen dos demonios que son las copias de Zero y Heavyarms, tienen sus mismos niveles de pelea y sus antecedentes guerreros y no sé que sería de ellos – respondió.

- Luchar contra Zero y Heavyarms valdría realmente la pena.

- Mmm – se contactó con la base y asintió con la cabeza confundiendo el joven chino – bien, podemos regresar al paraíso.

- ¿Qué? ¿Y los demonios de que me hablaste?

- Ya fueron vencidos por Deathscythe.

- Diantre – gruñó – a ese siempre le toca lo mejor. Misión concluida – y desaparecieron.

Zero estaba de pie frente al ángel caído, él sonreía sarcásticamente mientras Zero lo miraba, estaba seguro que le había lanzado a Epión no porque tuviera la certeza que este podía vencerlo, sino que como una manera de herirlo o al menos agotarlo lo suficiente como para complicarle la batalla.

- Era lo que querías ¿verdad? Sabes que no puedes luchar conmigo en igualdad de condiciones – le dijo mientras se afirmaba el brazo herido en el retroceso de los tres disparos efectuados contra Epión.

- Puedo ganarte en cualquier condición – le replicó este – pero ¿por qué no aprovechar las ventajas?

- Es lo que mejor sabes hacer y por eso me enviaron a mí.

- Mi querido hermano Miguel siempre confía mucho en su gente – le dijo sonriendo al ver como apretaba los labios al decir que era su hermano – parece que eso se te había olvidado.

- Tú ya no eres hermano nuestro – le replicó fastidiado – nos perdiste cuando te opusiste a nuestro Padre y nos traicionaste a nosotros.

- ¿Quién quiere estar con alguien que ama a seres tan inútiles como los humanos?

- Yo te pregunto a ti ¿Por qué no amar a esos seres que se entregan por entero al amor?

- El amor, una bonita palabra que sólo significa esclavitud eterna. No me gusta la palabra para mí, que me amen a mí, yo no amaré a nadie.

- Es por eso que no podrás dominar nunca a la humanidad, el Padre ama a todas sus criaturas, incluidas las siete esferas angelicales, y nosotros lo amamos a Él.

- Son unas criaturas patéticas, teniendo poder infinito ¿por qué no usarlo?

- Estás loco, el poder no te sirve de nada si no lo pones al servicio de los demás.

- ¿Servir a cambio de nada?

- No hay mejor recompensa que el agradecimiento y el amor de quienes haz favorecido – replicó.

- Patrañas – le dijo y se lanzó al ataque con una afilada espada en mano y con un tridente en la otra mientras convertía sus hermosas alas en dos largas y peligrosas colas que golpeaban el suelo haciendo enormes agujeros.

- Tanto que te llenas la boca con que odias a los humanos y has usado sus energías para ser lo que eres ahora – movió la cabeza y retrocedió – nuca has luchado con la justicia de tu parte y eso es lo que te ha confinado y dejado solo por la eternidad.

- Ya veremos si eres capaz de encerrarme – sus espadas se cruzaron pero el ángel malvado usaba todas sus armas para atacarlo – ni Miguel es capaz de vencerme por completo.

- Eres un iluso ¿sabes? – se burló – no tengo necesidad de vencerte, en el libro de la vida está escrito que serás encerrado y no podrás salir por mil años.

- ¡JAMÁS LO CONSEGUIRAS!

La lucha fue dura y Zero resultó herido, pero lo hizo retroceder el tiempo suficiente para cerrar las puertas y pasar las gruesas cadenas y afirmarlas con los siete candados.

- Pasarán mil años antes que estas cadenas caigan y seas libre nuevamente y te vayas al Lago de Fuego y de Azufre – se tocó el hombro herido y escupió la sangre que tenía en la boca – Misión cumplida – dijo dejándose caer y desapareció.

Las legiones celestiales estaban todas reunidas en las puertas de la Ciudad de Jerusalén esperando la aparición del ángel que iba a encerrar al monstruo y a la serpiente antigua. Él apareció frente a todos agotado y herido, pero triunfante. De inmediato San Rafael voló hacia él y lo sanó.

- Buen trabajo, Zero – le dijo San Miguel sonriendo – los cinco serán premiados por sus buenos actos y su desinteresada entrega por el bien de la humanidad.

- ¿Podemos descansar un poco antes? – dijo Zero.

- Pueden separarse de sus guardianes si así lo quieren – le dijo San Gabriel – Dios nos hizo libres y pueden ser humanos o ángeles según ustedes quieran, el Señor me ordenó se los dijera.

- Yo prefiero ser humano – dijo Quatre y abrió la cabina de su guerrero bajando a tierra – ya estoy acostumbrado a serlo.

- Si Quatre es humano, yo también – dijo Trowa bajándose a su vez – no quiero estar sin él.

- Eres muy dulce – le dijo el árabe y se echó en sus brazos apoyando la cabeza en su hombro.

- Yo también elijo ser humano – dijo Dúo saliendo de su guerrero – quiero sentir la libertad que no tuve en el pasado.

- Yo también – dijo Heero saliendo de la cabina yendo a abrazar a Dúo – quisiera que pudiéramos disfrutar de todo el tiempo que estaremos juntos.

- Yo no sé – admitió Wufei – ser un ángel es bonito, pero acarrea demasiadas responsabilidades y me gustaría conocer el mismo tipo de amor que mis amigos, así que lo mejor será que sea humano y me busque a quién querer ¿no creen?

- El Señor me dijo que después de descansar deben presentarse en el salón principal para que escojan el camino que quieren recorrer de ahora en adelante.

- ¿Cuáles caminos?

- Ya lo sabrán, ahora descansen todo lo que quieran, Dios los estará esperando cuando despierten.

Las habitaciones de la cuidad santa eran bellísimas, hermosamente trabajadas en un material sumamente luminoso y cálido, todo era muy limpio y ordenado, los colores que predominaban eran el blanco y el oro, todo estaba reluciente y brillaba como espejo.

Heero se sentó en la cama, era súper blanda y suave e invitaba a dormir, así que le tendió los brazos a su dulce trenzado y lo hizo acostarse a su lado acomodándolo en su pecho.

- De todo lo que nos pasó, eres lo mejor que me pudo ocurrir – le dijo acariciando un hombro mientras mantenía los ojos cerrados – te amo.

- Yo también pienso lo mismo – admitió Dúo sonriendo – eres lo mejor que me ha ocurrido, y por lo visto fueron cuatro veces que nos juntamos y nos amamos.

- Aún me pregunto por qué las llaves del paraíso estaban en la Tierra y no las tenía San Pedro si Dios Hijo se las dio a él.

- Habría que preguntarle a ellos ¿no te parece?

- Mejor durmamos un poco, San Rafael curó mis heridas, pero sigo cansado de la batalla, Epión no resultó ser muy fácil y encerrar a su jefe tampoco, aunque no me costó engañar al monstruo que quiso ayudarlo y los encerré a ambos.

- Me pegunto si dentro de mil años tendremos que enfrentarlo de nuevo.

- No lo creo, allí será Dios quien lo juzgue y lo mande al Lago de Fuego y Azufre junto con la Muerte y la Tierra de los Muertos – bostezó.

- Cierto – bostezó Dúo también apoyando la cabeza en su hombro besándolo en el cuello – tenemos toda la eternidad para amarnos.

Trowa dormía junto a Quatre, pero el rubio estaba bien despierto con la oreja pegada al corazón del latino, le encantaba escuchar los latidos acompasados de su corazón, era tan especial descansar en sus brazos. Sabía que podía gozar para siempre de esta tranquilidad, pero igual quería aprovechar los momentos en que estaban juntos. Pero le entró una duda, le habían dicho que su familia y su gente estaban marcados por ser descendientes de una de las doce tribus de Israel, entonces ¿dónde estaba su padre y sus hermanas?

- Deberías intentar dormir, corazón – le dijo Trowa con los ojos cerrados.

- Pensé que dormías – le dijo el rubio levantando la mirada hacia él.

- Es que te siento un poco tenso.

- Estaba pensando en mi familia y mi gente y en dónde estarán todos en estos momentos.

- Ya sabremos en que parte están, después de todo sabemos que están aquí, eran de los elegidos ¿recuerdas?

- Lo sé, sólo que me gustaría ver a mis hermanas.

- Tenemos toda la eternidad – le recordó divertido acariciando con suavidad su mejilla – estaremos siempre juntos y podremos ver a tu familia cuando quieras, igual que a la mía, así que no te preocupes y descansa ¿Sí?

- Por eso te amo tanto – lo besó.

- Yo también – se sonrió y lo abrazó con fuerza.

Quatre se volvió a acomodar contra su pecho para seguir escuchando los latidos de su corazón pensando en cuanto amaba a aquel joven, a cuan locamente enamorado estaba, quizás tanto como Dúo amaba a Heero.

Wufei estaba aburrido mirando el cielo azul recostado en el pasto, no había ido a su habitación a descansar ¿para qué si no tenía nadie que lo esperara allí? Sabía que debía dejar a un lado la tristeza, pero no se le hacía fácil lograrlo, al contrario, al saber a Heero con Dúo y a Quatre con Trowa el corazón se le llenaba de amargura ¿por qué no se podía controlar las emociones?

- Hola, Wufei – le dijo una chica a su lado y el chino volteó la mirada hacia él.

- Merian – dijo sentándose al reconocerla.

- Me alegro volver a verte, pensé que, con tu genio, te habías ido al infierno.

- Gracias, pero yo soy un general de las fuerzas celestiales – le replicó cortante.

- Ya lo sabía – le sonrió ella – le pregunté a un ángel y él me dijo que el General Chang se encontraba aquí – miró a su alrededor – ¿Puedo sentarme?

- Haz lo que quieras, es un lugar libre – se encogió de hombros.

- ¿Por qué eres así conmigo? Se supone que las cosas malas quedaron atrás.

- Bueno – se volvió a mirarla – en primer lugar, mi familia me impuso un matrimonio contigo que no quería, segundo, eres chica y tercero, por causa tuya, el chico que yo quería se decidió a buscar a otra persona.

- Primero – le replicó ella – yo no tengo la culpa de nada, a mí tampoco me preguntaron si quería casarme contigo, segundo, no puedo evitar ser chica y tercero, si él se buscó a alguien más no fue por mí sino porque tú no le interesabas como pareja.

- Mi abuelo amenazó con matarlo cuando me fue a buscar a casa – le informó – espero que el viejo se haya arrepentido porque no pienso irlo a buscar al infierno.

- ¿Te puedo preguntar qué hacías en mi pueblo si no ibas a buscarme a mí?

- Un rollo del libro de los muertos que haría más fuerte a Nataku.

- ¿Quién es Nataku? ¿Acaso es tu novia?

- Nataku es mi ángel – replicó poniéndose de pie – parece que no recuerdas al Dragón Sagrado al que venerábamos en mi clan.

- Yo no sé mucho de las tradiciones de tu gente.

- Ya no importa, pronto veré que camino voy a recorrer de ahora en adelante – se levantó – aunque creo que le pediré al Señor que me borre el pasado de la mente y del corazón para poder mirar adelante sin nostalgia.

- ¿Te puedo pedir primero que tengamos un duelo?

- ¿Qué es lo que pretendes?

- Demostrarte que no por ser chica soy débil y que pude ser una buena esposa.

- Muy bien, veamos si eres capaz de vencerme.

Un golpecito en la puerta despertó a Heero que se asombró de ver a Dúo profundamente dormido al otro lado de la cama pero atravesado y con la cabeza a los pies de la misma ¿Cuándo hizo eso? ¿Cómo fue que no lo sintió? Movió la cabeza y se levanto para ir a abrir.

- General Yuy, el general Chang tendrá un duelo con la señorita Merian y el Señor quiere que presencien la última justa antes que sus señorías elijan el camino que quieran vivir por los próximos mil años – le informó de un tirón.

- Bien, voy a despertar a Dúo ¿dónde están?

- En el patio blanco – se retiró.

Heero regresó junto a la cama y le acarició el cabello a su dulce trenzado para despertarlo, pero este en vez de despertarse se encogió buscando más calor. Molesto, lo sacudió por un hombro pero este sólo se quejó y lo jaló por el brazo para que lo dejara en paz.

- Vamos, haragán, despierta, que Wufei no nos va esperar aunque tengamos toda la eternidad – lo remeció de nuevo.

- ¿Qué va a hacer ese chino loco? – le dijo sentándose mientras se desperezaba estirando los brazos por sobre su cabeza – yo estaba durmiendo tan bien.

- Si, atravesado en la cama y con la cabeza hacia los pies – movió la cabeza – debo haber estado muy cansado como para no sentirte cuando te escapaste de mi abrazo – refunfuñó – vamos, no nos van a esperar.

Dúo, un tanto reticente aún, se levantó y se acomodó la ropa antes de seguir a Heero hacia donde estaba Wufei de pie junto a Trowa y a Quatre que lo miraban reprobatóriamente, mientras frente a él estaba un grupo de chicas que hacían todo tipo de recomendaciones a una joven que tenía una espada de esgrima en la mano.

- Ella era la prometida de Wufei – le dijo Dúo al verla – lo retó en un intento de convencerlo de hacerla su esposa, creo que a ella le gusta.

- Mmm – contestó Heero caminado hacia sus amigos.

- Espero que la pelea valga la pena – fue el comentario de Wufei antes de entrar al círculo trazado por San Gabriel que lo miraba de la misma manera que Quatre – es la última ¿verdad?

- Yo no puedo discutir las decisiones de Dios – le replicó él.

- Si, nosotros tampoco – se sonrió y tomó su espada mientras se ponía la mano en la espalda – empecemos.

Ambos contendores se pusieron de pie uno frente al otro y se saludaron con una señal de la espada. Merian lanzó la primera estocada pero Wufei la esquivó con cierta facilidad, pero el segundo golpe tuvo que usar la espada para defenderse.

- No eres tan mala para ser mujer.

- Vaya insulto – le dijo ella entre dientes y volvió atacar.

Wufei se sonrió divertido por la actitud de la chica, se notaba que era buena, quizás tanto como él, pero comenzaba a perder la paciencia y la visión de su objetivo, por eso no conseguía siquiera acercarse lo suficiente. Se hizo a un lado y esquivó un nuevo golpe con relativa facilidad.

- Se nota que eres mujer – se burló.

- Cierra la bocota, Chang – le replicó ella – y pelea como hombre.

- UY – se rió Dúo mirando al chino que al fin se enfadaba – no creo que le haya gustado el insulto a Wufei.

Wufei apretó los labios y entrecerró los ojos. Bien, si era lo que ella quería, pelearía en serio y le demostraría por qué había sido elegido cuando niño para ser el líder de su clan en una competencia justa con todos sus primos mayores. El ataque sobrevino y por poco y no la atraviesa con su espada.

- ¡No la vayas a herir! – gritó San Rafael.

- ¡Ya lo sé, no quiero que se vaya al infierno!

La lucha se hizo más violenta, ella consiguió rozar a Wufei rompiéndole la camisa sin conseguir hacerle un rasguño en la piel, pero este se enfadó y al final la desarmó y le puso la punta de su espada al cuello.

- He vencido y tendrás que hacerme una camisa nueva – le gruñó y la dejó.

- Bien hecho, Wufei – le sonrió Dúo palmeándole el hombro – ahora vamos a ver al Señor para cobrar nuestro premio.

Wufei le entregó su espada a San Rafael que movió la cabeza mirando a su hermano y se fue con sus amigos al salón en donde los esperaban.

- Espero que te sientas mejor ahora, Wufei – le dijo el Señor divertido – ella te quiere mucho.

- Lo sé, pero quería fastidiarla.

- Este Wufei nunca aprende – dijo Trowa – pero quisiera saber primero que opciones tenemos para elegir.

- Bueno, ya eligieron seguir siendo humanos.

- Los ángeles son muy bellos, pero los humanos tenemos muchas cualidades que nos hacen sentir mejor – dijo Dúo – al menos por eso me decidí a serlo.

- Bueno, tienen siete opciones para elegir, cada uno de estos siete caminos los guiará a la felicidad perpetua, sin embargo, si los eligen por separado y sin acuerdo entre ustedes, tal vez nunca vuelvan a verse.

- ¿Cuál sería el primero? – dijo Trowa abrazando a Quatre.

- Es el más fácil de recorrer y es el que muchos ya han elegido y por lo mismo sus memorias de la vida anterior serán borradas, se pueden quedar aquí para siempre.

- ¿Y los otros?

- Pueden regresar a ser lo que eran antes que fueran destinados a cumplir con esta misión, sin embargo, allí Deia no sería Dúo, estaría muerto.

- ¡No quiero separarme de Heero!

- El otro es que sean regresados a la época en que vivieron la primera vez, pero ello significaría que no se verían ya que Quatre nació la primera vez en el siglo X, Trowa en el siglo V antes de Cristo, y Wufei en el siglo XII, lo únicos que estarían juntos serían Dúo y Heero.

- ¡Yo no quiero separarme de Trowa! – dijo Quatre.

- La cuarta alternativa es que vayan al reino Aborigen, allí estarían todos reunidos y serían felices, sin embargo, perderían sus identidades y sus dones, en especial Quatre y Dúo.

- Para mí no hay problema – dijo Dúo – mis poderes me han dado muchos dolores de cabeza.

- Por mí tampoco – dijo Quatre.

- La quinta alternativa es enviarlos a un nuevo mundo, pero para eso necesitarían llevar a quienes les procreen hijos para poblar el nuevo mundo y el único que tiene esposa es Wufei.

- Yo no tengo esposa ¿o sí?

- ¿Por qué crees que autoricé esa pelea? – le sonrió – bien, la sexta es muy similar a la anterior, pero nacerán en tiempos antiguos.

- ¿Y la séptima? – dijo Heero.

- Es que vayan a vivir en la Tierra dentro de varios miles de años, como nuevos pobladores de la misma, sin recuerdos de esta batalla, pero reunidos por un mismo fin, reencontrar la historia de un planeta cuya civilización, para los ojos de cualquier ente ajeno a ella, ha desaparecido sin dejar rastro.

- Me gusta eso – dijo Dúo sonriendo – no tendría las obligaciones de un faraón o de un príncipe, ni las de un chico rico ¿verdad?

- Ni yo me vería obligado a casarme para perpetuar el apellido – dijo Wufei.

- ¿Qué piensan ustedes? – dijo Quatre mirando a Heero y a Trowa – yo estoy de acuerdo con ellos, la pobre Tierra ya vivió un ciclo, es mejor que vea nacer uno nuevo.

Heero se acercó a Dúo en silencio y lo besó en la mejilla siendo imitado de inmediato por Trowa que abrazó y besó a Quatre.

- Bien, la decisión ha sido tomada.

- ¿Me puedo llevar a Merian?

- Claro, es tu esposa – sonrió complacido y los dejó ir a su nueva vida.

Dúo dormía profundamente sobre el hombro de Heero, Quatre hacia lo mismo sobre el de Trowa y Wufei tenía a Merian abrazada a su costado. Su pequeña nave espacial surcaba el espacio en absoluto silencio esperando su arribo al tercer planeta de ese sistema solar. Hacía varios años que estudiaban con atención el planeta, se notaba que era apto para la vida humana, pero estaba más que claro que allí no había habitantes ¿por qué? Eso era lo que los seis jóvenes iban a investigar ahora.

Una señal despertó a Heero, el que tenía mejor oído y el sueño más liviano, así que este separó a su pareja de su hombro con mucho cuidado para no despertarlo y comenzó a preparar el aterrizaje. En eso estaba cuando Trowa lo vio sentado ante los controles.

- ¿Estamos por llegar?

- Si, la computadora me informa que la atmósfera es respirable, pero que la gravedad del planeta es un poco más fuerte que la del nuestro.

- ¿Cuánto más?

- Unas seis décimas – dijo mientras regulaba los controles – según mis cálculos sus días son un tanto más largos que los nuestros, hay zonas en que los climas son muy marcados y extremos, y hay otros en que los climas son suaves.

- Lo mejor es aterrizar en un lugar con clima suave, primero tendremos que adaptarnos a este tipo de vida antes de regresar por los niños ¿no crees?

- Si, tienes razón, pero no me agrada eso de dejarlos solos, aunque sea por poco tiempo.

- ¿Ya llegamos? – dijo Dúo desperezándose y caminado hasta Heero para abrazarlo – el planeta es azul, como tus ojos.

- Los míos son oscuros – le replicó.

- No me eches a perder la metáfora – le replicó adueñándose de sus labios – te amo.

- Vamos, Dúo, deja que Heero nos lleve a un buen lugar para aterrizar, no queremos estrellarnos ¿verdad?

La nave aterrizó en un lugar cálido, a la distancia se podía ver lo que, tal vez, alguna vez fuera una cuidad. Heero activó la mira telescópica y vio los edificios de concreto cuyos vidrios parecían de fuego ante la puesta de sol.

- Es bellísimo – dijo Dúo remeciendo a Quatre y a Wufei para que despertaran – esté será un buen lugar para criar a nuestros hijos ¿no les parece?

- Mira, Merian – le dijo Wufei a su mujer – Te agradará ver nacer a nuestro hijo en un lugar tan hermoso y sin contaminación ¿verdad?

- Claro que sí – le sonrió y ambos se percataron de las miradas que les dirigían los demás.

- ¿Ver nacer a su hijo? – repitió el trenzado – no debiste traerla aquí si ella estaba embarazada, Wufei, no hay médicos aquí que la atiendan.

- Ella no tendrá problemas con el parto, nuestro bebé nacerá de manera natural, no como los de ustedes.

- Déjalo – le dijo Heero abrazando a su trenzado – ya nada podemos hacer, simplemente ayudar cuando les llegue la hora.

- Será el primer habitante nacido en este planeta – sonrió Quatre – ¿qué se siente ser padre de una nueva especie? – le preguntó a Wufei.

- Estaré orgulloso si nace sano y fuerte – sonrió abrazando a su mujer.

- No cabe duda que así será, es mi hijo – le replicó ella.

- Vamos, no te enfades, Nataku.

- No me llames así, no soy un dragón – le replicó molesta.

- Entonces no eches fuego, corazón – le replicó su esposo sonriendo – te amo.

- Yo a ti.

- ¿Les parece que empecemos nuestro reconocimiento? – les dijo Heero divertido – así nos instalaremos y pronto estarán nuestras familias reunidas aquí.

- ¿Y cómo llamaremos al planeta? – dijo Dúo.

- TIERRA.

Fin

Les dije que ni se imaginaran el final, que iba a ser de lo más inesperado, después de todo, Dios nos dio la libertad de elegir lo que queremos y por eso les di la opción de escoger su futuro. En cuanto a la desaparición de la humanidad, bueno, está en el paraíso, por eso los de afuera no pueden verla, sería algo así como una dimensión paralela, el mismo mundo, pero otra tierra.

Gracias por todos y todas aquellas que me escribieron, perdonen que no les nombre, pero si se me olvida alguno después no quisiera que se enojaran conmigo.

En fin, los quiero mucho y muchas gracias por leer mi historia, espero que les haya gustado mucho.

Se despide por ahora:

Shio Chang.