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LLAMAS DE LOCURA Y MUERTE
-No -respondió Faramir-. Pero mi corazón te lo pediría. Parece menos grave aconsejar a alguien que falte a una promesa que hacerlo uno mismo, sobre todo si se trata de unamigo atado involuntariamente por un juramento nefasto. Pero ahora... tendrás que soportarlo si quiere ir contigo. Sin embargo, no me parece necesario que tengas que ir aCirith Ungol, del que no te ha dicho ni la mitad de lo que sabe. Esto al menos lo vi claro en la mente de ese Sméagol. ¡No vayas a Cirith Ungol!-¿A dónde iré entonces? –dijo Frodo-. ¿Volveré a la Puerta Negra para entregarme a los guardias? ¿Qué sabes tú en contra de ese lugar que hace su nombre tan temible? -Nada cierto -respondió Faramir-. Nosotros los de Gondor nunca cruzamos en nuestros días al este del camino, y menos nuestroshombres más jóvenes, así como ninguno de nosotros ha puesto jamás el pie en las Montañas de las Sombras. De esos parajes sólo conocemos los antiguos relatos y los rumores de tiempos lejanos. Pero la sombra de unterror oscuro se cierne sobre los pasos que dominan Minas Morgul. Cuando se pronuncia el nombre de Cirith Ungol, los ancianos y los maestros del saber se ponen pálidos y enmudecen.
J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos, "El estanque vedado"
"En medio de la luz que aún brilla en medio de la oscuridad y el terror,
su valor salvará al moribundo de las llamas de locura y muerte..."
La misma noche que Pippin despertó de su oscura pesadilla en las estancias de la torre, Mavrin tuvo la misma horrible visión, y esta vez no fue una sensación lejana, sino que traía consigo el terror de que todo ocurriría de un momento a otro. Y pudo sentir, por primera vez, el terror que se asentaba en el corazón del pequeño hobbit, y lloró, presa de la rabia y la desesperación que traen consigo la incertidumbre. ¿Es que ella no podía hacer nada?
Así, a la mañana siguiente y mientras Faramir se reunía con el consejo, Mavrin se preparaba para un gran viaje. La elfa envolvía una provisión de lembas, que ella misma había preparado para su último viaje a Lorien hacía unos meses, en unas verdes y grandes hojas. Elrond entró en la estancia, y tan absorta estaba Mavrin que no pareció darse cuenta de su presencia.
- Mavrin... –dijo, y ella se sobresaltó levemente- ¿Qué estás haciendo? ¿Te preparas para un viaje? No tengo entendido que la Dama te haya llamado.
- Voy a ir a Gondor...-respondió ella- Hace días que una sombra cubre mi corazón. He tenido una visión sobre el pequeño perian, y el temor no desaparecerá hasta que no le vea con mis propios ojos, y vea que está bien. Y ya ni siquiera estoy segura de que lo está, mi señor Elrond- su voz habló con susurros cuando dijo estas palabras, como si temiera decirlas en voz alta-. La profecía se está cumpliendo, puedo notarlo en mi corazón. Y a veces soy capaz de verlo.
- ¿A Gondor? –preguntó el elfo; el rostro se le puso tenso- Mavrin, corren tiempos difíciles, pero no...
- No lo entendéis, mi señor Elrond... Tengo que ir a Gondor.
Y Elrond no vio a Mavrin Ellindalë tal como la conocía durante los últimos años, sino que vio a aquella joven elfa de mirada penetrante y sonrisa dispuesta, que tanto disfrutaba de aprender y conocer, y cuyos ojos verdes escondían todo el orgullo y determinación de los Noldor, no la tristeza y soledad que sufriría más tarde.
- Mavrin, tú...
- Él me necesita... Estaré bien, mi señor.
Elrond suspiró gravemente. Entonces una sonrisa se dibujó en su rostro.
- En ese caso no podré impedirte nada, algo que por cierto, nunca he intentado hacer...-e inclinándose, besó su mano-Elio galu or le, Mavrin.1
- Hannon l...2 Volveré pronto... Muy pronto, si la oscuridad no cubre antes mis esperanzas y el mundo. Entonces afrontaré mi destino.
Y con una reverencia, se envolvió en la capa y salió de la habitación. Elrond la siguió, y desde el balcón la vio entrar a la caballeriza. Allí ensilló un bello caballo blanco y hermoso, radiante como la mañana y de flancos poderosos y firmes, que a la vez irradiaba una belleza y majestuosidad solo superadas por el Señor de los Mearas. Se llamaba Celegîlroch, y era un noble corcel élfico de la estirpe de Asfaloth, el leal caballo de Glorfindel, y a él había pertenecido hacía ya muchos años, antes de que le cediera su lealtad a Mavrin.
- Celegilroch, mi querido amigo, tenemos un largo viaje por delante –le dijo ella.
Y le susurró unas suaves palabras en élfico, ante las que el caballo relinchó y pareció inclinarse con respeto. Con la gracia de una dama y la presteza de un jinete, Mavrin montó en el bello caballo y partió, sin mirar atrás, ante la profunda mirada de Elrond, su mentor y señor.
- Garo lend vaer , Ellindalë...Celio calad Belain lend lîn... 3–dijo.
Y volvió a la casa.
Pronto, tras apenas haber tomado un frugal desayuno con Beregond y los hombres, Pippin fue llamado a servicio. Aun le estaba dando vueltas a lo acontecido apenas unos momentos antes con el arco y los wargos, y supo que si le pidieran que lo repitiera, no le saldría. Pippin ahogó un grito al ver el cielo. Sumido en sus pensamientos y en su curiosa hazaña con el arco, no se había dado cuenta de que el día estaba oscuro, como una noche recién nacida pero tenebrosa, tanto como la esperanza que los hombres tenían en ese momento.
Entonces, justo cuando estaba a punto de entrar a la Torre, vio que Faramir salía de ella. Los dos se encontraron y se quedaron quietos un momento, sin decir nada. Pippin notó que enrojecía ante la mirada del capitán, clavada en la suya, pero no la apartó.
- Fue una sorpresa verte, maese Perian, pues pensaba que no volvería a ver otro hobbit en los años que me quedan –le dijo-. Pero me recuerdas mucho a Frodo, no tanto en aspecto, aunque es cierto que tienes un aire a él. Tienes esa misma mirada penetrante y llena de vida.
- Es mi primo, señor –respondió. Mi queridísimo primo, desde que recuerdo que existo.
Faramir rió. Durante un momento hubo un palpable silencio entre los dos. Pippin estaba abrumado ante una sensación a medias entre el miedo y el respeto; era como ver a Boromir de nuevo, pero sin embargo a la vez era todo lo contrario a él, y casi hasta pudo notar toda sabiduría y pureza que irradiaba. Tal era la agitación que el corazón le latía desbocado, y temió que hasta Faramir pudiera oírlo, pues le miraba con una extraña sonrisa contenida, como si detectara su desasosiego.
- ¿Cómo están ellos? –preguntó entonces Pippin, sintiendo un gran alivio al romper el silencio- ¿Frodo y Sam?
- Están muy bien, pequeño, o al menos era así la última vez que les vi –dijo Faramir-. No debes preocuparte por ellos, pues tienen gran determinación en su corazón, en especial el sirviente de tu querido Frodo... Samsagaz, creo que se llamaba. Él sí que tenía un brillo especial en los ojos.
Pippin sintió un gran cariño hacia sus amigos en ese momento. Una pequeña esperanza penetró en él, hasta que recordó la que quizá era la pregunta que más le inquietaba. Tomo aire, y preguntó:
- ¿Y ese camino que tomaron? Cirith Ungol, decían que se llamaba...
Faramir enmudeció y una sombra pareció cubrir su rostro.
- ¿Señor Faramir? ¿Qué ocurre?
- No creo que deba hablarte de eso, maese mediano. Pero no desesperes. Estos son tiempos oscuros, y todos tendremos nuestras dificultades.
Pippin bufó como un niño decepcionado cuando no logra su objetivo.
- Lo mismo que Gandalf me dijo anoche... –murmuró.
- Tu curiosidad es inefable, ¿eh, maese hobbit? –dijo Faramir entre risas.
Los hombres pronto estuvieron listos, y dieron el aviso. Pippin les vio a lo lejos, montados en los caballos.
- ¡Adiós, maese hobbit! –dijo Faramir- Debo ir a afrontar mi misión. Ahora defender Osgiliath depende solo de mí, sin importarme lo que pueda pasar.
Faramir le dedicó una reverencia. Durante un instante Pippin vio un extraño brillo de tristeza en sus ojos, y se le encogió el corazón. Desobedeciendo a sus órdenes de empezar sus servicios, siguió a Faramir, y vio que hablaba con Gandalf. Luego partió, y Pippin tuvo la inquietante sensación de que no volvería.
Pippin entró temeroso en la estancia de su señor, pero Denethor no le abroncó por su tardanza. El señor de Minas Tirith parecía preocupado, pero Pippin no preguntó, y se limitó a cumplir sus obligaciones. Continuamente pensaba en Faramir, pero el resto del día pasó sin más preámbulos, hasta que llegó la noche y con ella el siguiente día.
Al día siguiente, aunque la Sombra había dejado de crecer, pesaba aún más sobre los corazones de los hombres, y el miedo empezó a dominarlos. No tardaron en llegar otras malas noticias. El cruce del Anduin estaba ahora en poder del enemigo. Faramir se batía en retirada hacia los muros del Pelennor, reuniendo a todos sus hombres en los Fuertes de la Explanada; pero el enemigo era diez veces superior en número.
-Si acaso decide regresar a través del Pelennor, tendrá el enemigo pisándole los talones –dijo el mensajero-. Han pagado caro el paso del río, pero menos de lo que nosotros esperábamos. El plan estaba bien trazado. Ahora se ve que desde hace mucho tiempo estaban construyendo en secreto flotillas de balsas y lanchones al este de Osgiliath. Atravesaron el río como un enjambre de escarabajos. Pero el que nos derrota es el Capitán Negro. Pocos se atreverán a soportar y afrontar aun el mero rumor de que viene hacia aquí. Sus propios hombres tiemblan ante él, y se matarían si él así lo ordenase.
-En ese caso, allí me necesitan más que aquí –dijo Gandalf; e inmediatamente partió al galope, y el resplandor blanco pronto se perdió de vista. Y Pippin permaneció toda esa noche de pie sobre el muro, solo e insomne con la mirada fija en el Este...
"El sitio de Gondor"
A Pippin la oscuridad le pesaba. De vez en cuando y cada vez más frecuentemente se le escapaba un suspiro, no solo de cansancio, sino también de preocupación. Aunque era cierto que lo que más deseaba era un lecho mullido, allá en su casa, amparado por una noche que no era ni oscura ni provocaba terror, los lazos que le ataban a aquel lugar eran cada día más fuertes. Podía notarlo, tanto que ahora se veía solo sobre el muro, esperando noticias provenientes de Osgiliath, de Gandalf, o de Faramir, en lugar de estar en su alcoba descansando. Pero la ciudad entera parecía aguardar, insomne.
A Pippin el sueño ya estaba empezando a vencerle, y a veces se encontraba dándose cuenta de que los últimos pensamientos que había tenido habían volado al olvido, como cuando uno nota que la conciencia se le adormece. Finalmente sus ojos se cerraron, y la cabeza le cayó pesadamente sobre el hombro. Pronto tuvo un sueño oscuro, el mismo que tuviera hacía unos días. Y despertó sobresaltado y temblando, incapaz de volver a dormirse.
Gandalf llegó al día siguiente, con las primeras luces. Pippin estaba con Denethor y Gandalf corrió a su encuentro, y el hobbit, abrumado, presenció otra larga y tensa conversación entre ambos. Faramir no había venido. Pippin se revolvía. A veces tenía ganas de salir corriendo, pero aguantó, porque algo más poderoso que el miedo se lo impedía.
Esa misma noche, volvieron nuevos jinetes, y aunque los hombres tenían esperanza que ver venir a su capitán con ellos, tampoco Faramir apareció en ese momento.
Pronto Pippin volvió a sentir la fría mano del terror más puro retorcer su corazón. Se asomó como pudo a la ventana, y de nuevo oyó gritos, como si todo un ejercito enemigo atacara sin aviso y dispuesto a matar. Y vio que toda una legión avanzaba contra los hombres de Gondor. Entonces vio que algo caía del cielo, y oyó el penetrante aviso de muerte de los Nazgûl. Lleno de terror, no se atrevió a seguir mirando. La trompeta sonó, y cuando Denethor dio la orden, el ejército que aún quedaba en la ciudadela salió dispuesto a acabar con el ataque enemigo. Pippin volvió a abrir los ojos, ante el clamor, y volvió a asomarse. Y de nuevo, como cuando lo contemplara con Beregond desde lo alto del muro en su primer día como Guardia de la Ciudadela, Gandalf, el alentador Jinete Blanco, apareció entre la enorme marea de hombres y enemigos, y ante la luz cegadora de la esperanza y el poder, los Nazgûl huyeron. Y Faramir no estaba. La caballería imparable logró derrotar al enemigo, pero una desgracia aconteció. La mitad de los hombres pereció, y Faramir, traído a caballo por el noble príncipe Imrahil de Dol Amroth, había sido gravemente herido. Entonces Denethor pareció sumirse en una enorme trsiteza. Nunca abandonaba la estancia, y Pippin apenas podía soportar verle tan dolido. Solo algunas veces él y los hombres le vieron subir a lo más alto de la torre, y allí, una extraña luz, como una tímida candela, tilitaba y volvía a apagarse. Pippin sentía un escalofrió cuando la veía, sin saber por qué.
En una de esas idas a la torre, el hobbit se quedó solo en la estancia. De repente, oyó un gemido amortiguado proveniente del lecho de Faramir. Pippin se sobresaltó. Quería salir corriendo y llamar a alguien, pero estaba paralizado. Faramir volvió a decir algo que a oídos de Pippin no sonó a nada que reconociera, pues tal era el entumecimiento que atenazaba al joven capitán. El hobbit se acercó al lecho con el corazón desbocado.
- Soy yo... Peregrin, el mediano... Un humilde servidor de vuestro señor... –dijo con voz trémula.
Faramir volvió a cerrar los ojos. Y tras un silencio que a Pippin le pareció eterno, le dijo:
- Sí... te reconozco... –dijo, y habló de nuevo tras una pausa tan larga que alarmó al hobbit- Siento que todo se oscurece... ¡Pero no! La ciudad no caerá... Mi tierra no debe caer...
Pippin jamás supo describirla, pero una sensación cálida, de lealtad y respeto, empezó a arder en su corazón.
- No lo permitiré, mi señor –dijo con una voz que no se reconoció como suya.
Y cuando Faramir volvió a sumirse en el profundo y ardiente sueño previo a la muerte, el hobbit besó sus manos.
Cuando Denethor regresó, Pippin no había visto nunca tanto dolor en su mirada. De repente le parecía más viejo y desgraciado que nunca, como si hubiese visto o sabido algo que le hubiera provocado una angustia y un dolor tremendos. Tal era el sobrecogimiento, que no tuvo ni el valor de decirle que Faramir le había hablado durante un leve momento, porque Faramir no había despertado ni dicho nada en todo el tiempo que estaba postrado en el lecho, presa de una fiebre ardiente.
- ¿Mi señor? –le decía, pero el senescal no contestaba.
A Pippin se le encogió el corazón, y una extraña sensación de incomodidad e intranquilidad se asentó en él, como si de repente ambos tuvieran algo en común. Sólo más tarde sabría lo que era: Denethor había consultado un Palantir, y también él había soportado la mirada de Sauron, pero durante tanto tiempo que le estaba consumiendo, y que en la voluntad de fuego de la Piedra había visto que los temidos Navíos Negros desembarcarían en el puerto, trayendo consigo la ruina. Pero lo que Denethor no sabía era que Aragorn y sus aliados habían tomado los barcos, y que desde los campos de Anórien, una nueva esperanza estaba a punto de entrar en la ciudad.
Horas después, Pippin estaba en medio del asedio, agazapado detrás de un carro de madera volcado, apoyado de espaldas contra él. Había encontrado por fin a Gandalf. Pippin respiraba profundamente, intentando calmarse. Tenía el corazón completamente enloquecido. Cerró los ojos un instante, y cuando las piernas dejaron de temblarle, se dio la vuelta, asomando levemente sobre el carro, y contempló, horrorizado, la escena que transcurría ante él. Gandalf, montado en Sombragris, permanecía alto y erguido, ante uno de los Jinetes Negros. Supo que era el Rey Brujo, el Señor de los Nazgul, y empezó a temblar otra vez. Pero no debía tener miedo; no en ese momento. Pippin miró sus manos temblorosas, y se sintió avergonzado por un instante. Gandalf permanecía allí, inquebrantable. La única luz que brillaba aún en medio de la oscuridad y la muerte. Blanco y negro, luz y oscuridad, enfrentados cara a cara. Pippin cerró los ojos. Pasados unos instantes logró dominarse; las manos dejaron de temblarle, y el corazón alcanzó ahora un ritmo más normal. Pero aunque su cuerpo ya no lo manifestara con vehemencia, en su pensamiento seguía aterrorizado.
Las últimas horas habían sido terribles. Atemorizado por el asedio, Denethor había tomado la tremenda decisión de quemarse vivo junto a Faramir en una pira, allí donde los muertos descansaban eternamente, en las sagradas estancias de la torre. Y después de ser liberado de tido cargo por el Senescal, perdido ya en la locura, Pippin spo que podía hacer algo, y entonces había corrido, corrido sin mirar atrás cientos de metros, hasta llegar al campo de batalla y ver a Gandalf, allí, imponente, delante de una criatura que era maldad pura.
Durante un instante, un leve dolor palpitó en su rodilla. Se había caído durante su frenética carrera, y agotado y presa de la desesperanza y el pánico, se había quedado quieto durante un tiempo que a él le pareció eterno, mientras la rodilla le ardía de dolor. Solo una cosa cabía en su cabeza en esos momentos: salvar a Faramir de las llamas. Pensó en Gandalf, al que buscaba desesperado, y pensó entonces en Frodo y Sam, y luego en Merry. Y una fuerza interior que nunca antes había sentido le obligó a ponerse en pie y seguir, en medio del fuego, el pánico y la muerte, y allí estaba ahora, escondido.
Le vino a la mente la conversación que había mantenido con Faramir apenas unas horas antes, aunque en aquellas circunstancias ya no recordaba si habían sido horas o minutos. Pero no debía dejar que la esperanza le abandonara. Como le había dicho Beregond, si ellos no la tenían, ¿quién la iba a tener si no? No habría nada perdido mientras pudieran seguir en pie, había dicho él, mucho antes, cuando charlaban por primera vez contemplando la ciudad ante ellos, y presenciaban la llegada de los ejércitos aliados. Pippin suspiró.
"No hay nada que perder... No aún... Seguiré luchando mientras me queden fuerzas..." Entonces oyó los cuernos, el atronador sonido de los cuernos de Rohan, como una nueva esperanza proveniente de allá afuera, donde no sabía ni quería saber si el terror y la oscuridad eran tan o más profundos como en donde él estaba. Pippin se levantó. Toda duda o terror parecieron desaparecer como impulsados por un viento repentino. De nuevo el corazón le brincaba dentro del pecho, pero esta vez de pura alegría. Y entonces, corrió al encuentro de Gandalf, y le contó todo lo que acontecía allá arriba, en la ciudadela.
Alcanzaron a tiempo la pira, presenciando una profanación que hubo de servir para salvar la vida de Faramir: Beregond había segado la vida de dos guardias que intentaban impedirle desobedecer las órdenes y rescatar a su capitán. Pero aún salvado Faramir, la desgracia no se pudo prevenir del todo, pues Denethor, consumido finalmente por la locura, pereció en las llamas, llevando consigo su más preciada pertenencia: un palantir, que había consultado durante tanto tiempo, y durante tanto tiempo había soportado la mirada del Señor Oscuro, que había acabado con su cordura engañándole con falsas visiones.
Ahora, Pippin, de pie e inmóvil, veía cómo Faramir era tendido en un lecho de las casas de curación, que al agotado hobbit le pareció tan confortable que durante unos instantes sintió flaquear sus fuerzas. Vio como Beregond hablaba con los curadores, quedándose luego al lado de Faramir, y luego él mismo se acercó al lecho, y allí contempló a su capitán un instante, en silencio. Por un instante volvió a recordar a Boromir. Beregond le puso la mano en el hombro.
- Esto ya no depende de nosotros, joven maese Peregrin –dijo.
Luego los dos fueron al encuentro de Gandalf, quien parecía lleno de un pesar que no podían describir, y que sin duda, se refería a la batalla acontecida abajo, en el Pelennror.
Cuando bajó con Gandalf, Pippin encontró a Merry, herido y agotado, cerca del campo de batalla, perdido en medio del cortejo fúnebre del rey de Rohan, muerto en la batalla. Fue un reencuentro tan doloroso que tuvo que esforzarse por contener las lágrimas de pena y terror. No debía llorar, no ahora. En un camino que le pareció largo y tortuoso, le llevó lo más cerca que pudo de las Casas de Curación, donde Gandalf les recibió y se llevó al hobbit herido. Merry yacía ahora con Faramir, y la Dama Eowyn, noble mujer de Rohan, herida en batalla y afectada por el mismo mal que sufría Merry. Ahora, Pippin si sintió que vivía los momentos más duros desde que entrara en Gondor, sintiendo que la vida se escapaba del mejor amigo que jamás había tenido desde que su mundo era mundo. Se enteró de las hazañas de Merry, de como la Dama de Rohan y él dieron muerte al señor de los Nazgûl; y entonces Pippin comprendió de qué procedía el grito que había oído cuando llevaban a Faramir a las Casas de Curación
Pippin esperaba, sin moverse de la estancia, durante los que para él fueron las horas más largas de su vida. Fue entonces cuando llegó Aragorn. Y despertando viejas canciones y creencias, fue él quien salvó a los enfermos del sueño eterno de la muerte y el olvido.
Aún el destino del mundo no se había decidido. Pero la primera batalla había pasado, y la esperanza era ahora superior al miedo. Pippin se sentía alentado. Él y Merry, más recuperado aunque aún convaleciente, pasaron buenos momentos contando los últimos acontecimientos con Legolas y Gimli, que también habían venido con Aragorn y sus hombres. Pippin sentía que la Comunidad seguía viva.
Esa noche la pasó casi toda pensando, sin saber que sería la última noche tranquila en mucho tiempo. Tantos acontecimientos funestos y buenos se agolpaban en su cabeza, que casi sentía que le pesaban y le dolía. Aún le parecía increíble, como si todo hubiera sido otra horrible pesadilla. Pero había visto de nuevo a Merry, a Aragorn, Legolas y Gimli; a todos sus seres queridos, o al menos a casi todos. Durmió en paz, con una leve sonrisa de esperanza.
Al día siguiente por fin se le permitió ir a las casas de curación a ver a Faramir, aunque en realidad, el hijo del senescal había requerido su presencia. Gandalf fue con él, pero no entró en la habitación. Pippin se inclinó respetuosamente ante la cama de su capitán, hincándose en su rodilla como cuando jurara lealtad al senescal.
- No debes inclinarte, maese hobbit. Yo debería hacerlo, si realmente tuviera fuerzas –dijo con una risa amarga-. Te he hecho venir porque quería darte las gracias.
- ¿Gracias? –preguntó Pippin confuso- ¿Por qué? No las merezco, mi capitán... Ni si quiera pude salvar a vuestro señor y padre de su destino en las llamas.
Faramir sonrió amargamente, y tras un instante en silencio, volvió a dirigirse al hobbit.
- No, mi valiente mediano, no debes lamentar eso. Ese ha sido el destino que él ha elegido, y aunque me llena el corazón de pesar, tampoco yo debo lamentarlo. Era un hombre noble, pero ya hacía mucho tiempo que estaba muerto.
Pippin no comprendió del todo estas palabras, pero la congoja y el gran respeto que sentía le impidieron preguntar. Solo pudo mirar a su capitán, con los ojos brillantes, y agachar la cabeza en actitud de respeto.
En la puerta, Gandalf le miraba en silencio. Pues solo el valor de Pippin había sido capaz de rescatar a Faramir, de las llamas de la locura y la muerte.
La profecía se seguía cumpliendo.
1 Sindarín "Que lluevan bendiciones sobre ti, Mavrin"
2 Sindarín: "Gracias"
3 Sindarín: "Buen viaje, Ellindalë... Que la luz de los Valar ilumine tu camino..."
