NOTA: La imagen de portada no es mía.
Capítulo 1
Llevaba teniendo 100 años desde hacía 20 años, ¿y por qué? ¿Por qué, qué persona en su sano juicio iba a creer que tenía 120 años cuando apenas aparentaba 70 años? Y no hablaba de 70 años con cojera y alzheimer. Harriet Potter no era cualquiera vieja chocha, oh no, sino alguien que había perdido el miedo al qué dirán. Desde que Voldermort había muerto había rehecho su vida, se había puesto a trabajar, se había casado, había tenido familia, se había jubilado… Había hecho todo lo que se suponía que tenía que hacer y luego lo que había querido.
Con el paso del tiempo cada vez era más fácil que le importara menos la opinión de los demás, ovejas que eran la mayoría de ellos. La verdad es que no era porque le importara que no le creyeran si decía que tenía 120 años. Decía que tenía 100 porque quedarse con la gente era uno de sus pocos placeres a "su edad", como le recordaba su nieta cada vez que se le metía entre ceja y ceja que tenía que comportarse como una abuela "normal". Ella respondía con una súbita sordera selectiva hasta que se cansaba y la daba por perdida.
Claro está, sabía que tarde o temprano su jubilación iba a llegar a su fin. Lo que no pensó era que iba a llegar tan temprano. No se murió dramáticamente traicionada por su supuesta mano derecha como Dumbledore, ni murió en combate al haber sido impactado por un ridículo hechizo Expeliarmus después de darle a alguien por el culo durante largos años como Voldemort, ni se murió en su cama tranquilamente después de una enfermedad pulmonar tan extraña que había resultado incurable como George… No, el destino tenía una humillación preparada para ella como castigo por haberse reído hasta haberse roto una costilla en la Gala del año pasado después de haber propiciado una serie de catastróficas desdichas con los productos de broma de los Weasley.
Un día de verano se encontraba jugando con sus nietas más pequeñas, pintando las paredes con tizas de colores, comiendo comida basura, sacando su ropa y usándola como disfraces… el ático era un verdadero vertedero, pero a Harriet no le importaba porque sus nietas eran felices entre el desorden y a ella, con 120 años y pudiendo arreglar el estropicio con un movimiento de mano, tampoco es que le importara mucho. Horas más tarde habían progresado del ático a la sala de juegos de la segunda planta hasta que Caroline tuvo la genial idea de jugar al pilla-pilla.
Lo que no predijo fue el estúpido muñeco de plástico dejado como si nada en el segundo escalón de la escalera. Salió corriendo, riendo, con su nieta persiguiéndole lo más rápido que sus piernas de 6 años le permitían y, como no, tropezó. Antes de que pudiera darse cuenta de la precaria y penosa situación se golpeó la cabeza contra la barandilla de piedra y se quedó inconsciente al instante, cayendo y chocando contra los 25 escalones restantes de mármol cuando, de estar consciente, habría detenido la caída con un chasquido de dedos. En uno de esos golpezatos se partió el cuello como si fuera de mantequilla y ahí acabó su larga existencia.
Voldemort no había sido capaz de matarle incontables veces, sus tíos que habían intentado de forma pasiva y activa de deshacerse de ella tampoco, el cerberus, el basilisco, las acromántulas, el dragón, los inferis, Nagini… Nada había sido capaz. Le había matado una simple escalera de mármol. Al contrario de lo que hubiera especulado no se encontró con nadie al otro lado del místico velo del que todos los mortales vivos, no sabía por qué, pensaban que les aguardaba alguien una vez muertos. Simplemente parecía que la habían metido en una lavadora gigante cuyas vueltas le provocaron unas nauseas espantosas. Después de lo que parecían ser siglos, paró y vio una tenue luz a la vez que los chillidos de una mujer le hacían estallar los oídos.
Totalmente sorprendida, pues no había tenido tiempo de procesar su muerte ni el posterior viajecito del demonio, se encontró en silencio, esperando averiguar qué estaba pasando. Estaba envuelta de una sustancia líquida, casi pegajosa y casi creía poder notar un roce de piel contra su cuerpo que, ahora que lo pensaba, estaba desnudo. De repente sintió como todo se contraía alrededor de sí y poco a poco era casi empujada hasta que fue atando cabos y se dio cuenta, como si la hubieran abofeteado, que la estaban pariendo. Así sería su sorpresa y estupefacción que cuando salió al exterior estaba callada como en un velatorio.
—¿Qué le sucede? —preguntó una voz y reconoció las palabras a pesar de que habían sido pronunciadas en japonés pero, si de algo le había servido ser auror, tener dinero y tiempo, era aprender idiomas—. ¿¡Por qué no está llorando!?
La voz femenina preguntó con cansancio, pero rápidamente empezó a gritar de nuevo y comprendió que estaba volviendo a parir. Tenía un hermano o hermana. La sensación era tan extraña. Nunca había tenido familia de sangre viva, a parte de la que ella había engendrado, y ahora se encontraba al alcance de su madre, con un hermano en camino y seguramente los brazos en los que acababa de ser depositada eran los de su padre.
—No le sucede nada —arrulló una voz femenina pero áspera con la edad—. Algunos bebés no lloran.
—Le tomaré la palabra, Biwako-sama —susurró con voz encandilada una voz masculina.
Entonces escuchó los llantos poderosos de otro bebé y los sollozos de felicidad de su madre.
—Mira, Minato…
—Os estoy viendo, Kushina.
Sintió sus párpados cansados, como si alguien estuviera forzosamente presionándolos para que se cerraran y cayera rendida. Lo hizo en poco tiempo pero no sin antes enterarse de que ahora, supuestamente, se llamaba Seina Namikaze. Había varias cosas que casi le quitaron el sueño. Primero, había muerto y renacido prácticamente al mismo tiempo, ¿cómo era posible? ¿Acaso el cuerpo del bebé que habitaba no había tenido alma? Segundo, tenía un hermano pequeño, un hermano… No sabía cómo encajar la noticia. Al final se durmió y pensó que ya tendría tiempo de asimilarlo todo. O eso creía.
Poco tiempo después, y quería decir pocos minutos después, despertó forzosamente y con sus ojos entelados apenas pudo comprender qué estaba sucediendo. Se sentía totalmente indefensa con sus extremidades pequeñas y poco coordinadas, su visión comprometida y su magia fuera de su alcance. Tenía algo dentro, algo parecido a la magia, pero al mismo tiempo totalmente diferente. Tan diferente que le era imposible determinar cómo usarlo cómo ella quería. Como mucho podría haber causado algún destrozo como hacen los niños pequeños cuando su magia se revela accidentalmente.
Los gritos y rugidos eran ensordecedores y se preguntó si realmente quería saber lo que estaba pasando. Su hermano lloraba a su lado escandalosamente y ella se mantenía quieta, intentando captar algo, lo que fuera. Después de lo que pareció una eternidad sintió como algo se introducía dentro de ella y aunque quería chillar y preguntar qué demonios estaba pasando solo gorgoteó y lloró incapaz de usar sus recién estrenadas cuerdas vocales.
Días más tarde, cuando pasó toda aquella pesadilla y volvió a recuperar la consciencia de lo que parecía un periodo constante de sueño se enteró de que sus padres habían muerto. Vaya. Menuda sorpresa. A pesar de haber escuchado la despedida de sus nuevos padres albergaba la esperanza de que, de alguna forma, se hubieran salvado, pero el destino existía para joderle la vida en cualquier dimensión. Lo siguiente que comprendió era que ella y su hermano habían sido enviados al orfanato porque al parecer nadie podía adoptarles ya que su existencia o, mejor dicho, la identidad de sus padres era un gran y terrible secreto y el hecho de que fueran adoptados por uno de sus múltiples amigos era un no-no.
No había escuchado una sarta de idioteces en más de un siglo pero claro, con exactamente 5 días de edad cómo iba a quejarse. Después se enteró de que residía en una aldea ninja y que sus padres habían sido ninjas y lo mejor de todo era que su difunto padre había sido el ninja más poderoso de la aldea. Wow. Se sentía como en una película de esas que le gustaban al gordo zopenco de su primo Dudley, aunque esto era la vida real y estaba más jodida que la protagonista.
Así fue como se encontró despertándose día tras día junto a su hermano, a quién no habían osado separar de su lado debido a las increíbles pataletas y berrinches que era capaz de hacer cuando alguien pensaba incluso alimentarlo fuera de su alcance. No sabía cómo, pero o su hermano mellizo era un genio o bien el hecho de ser mellizos tenía algo que ver con que notara su presencia. Cuando meditó sobre ello, cuando no tenía nada más que hacer que mirar las paredes de lo que suponía era papel raído del orfanato y observar por la ventana, agudizando la visión al límite, la idiotizante pared del mismo edificio día tras día, se dio cuenta que si lo intentaba a consciencia era capaz de saber dónde estaba Naruto aun con los ojos cerrados. Quizás Naruto, con su mente infantil y sus sentidos atrofiados le era más fácil localizarla que ella a él, que no podía parar de pensar y era tan consciente de su alrededor que a veces pasaba por alto la presencia inocente de su hermano.
Poco a poco los días pasaron e intentó captar todo lo que podía de su alrededor, pero la verdad es que apenas sabía nada nuevo. Las matronas del orfanato evitaban todo lo posible estar en contacto con ellos y cuando lo hacían era para alimentarlos, cambiarles los pañales y bañarlos. Era un ritual en el cual no se intercambiaba palabra, quizás porque ellos eran demasiado jóvenes para hablar. Aun así, le quedó clara cuál era la situación cuando una de las chicas la llamó "demonio". Es más, estaba segura que la habría intentado ahogar sino fuera porque el orfanato estaba siendo vigilado por una presencia escondida de la cual era consciente gracias a ese extraño poder que tenía en el interior y que de vez en cuando, llena de curiosidad, tocaba con sus metafóricos dedos internos.
Cuando pasó un mes le dio por preguntarse si seguiría teniendo sus barreras mentales y, cuando se dio cuenta que seguían en pie, se dedicó revisarlas. Para su sorpresa, después de ver que todo estaba intacto, se percató que había dos puertas que antes no estaban. Ver las escaleras de mármol detrás de la primera puerta le hizo soltar una carcajada irónica pero no fue difícil, después de crear un avatar mental de su antiguo yo, bajar las escaleras para ver qué misterio le aguardaba allí abajo. A pesar de sus 120 años lo que vio la dejó muda de la sorpresa durante unos cuantos minutos.
Allí abajo, tras una pared de lo que parecían ser los barrotes rojos más grandes que había visto en su vida y cuya "puerta" era un simple sello que podría confundirse con un amasijo de runas sino fuera porque estaban en japonés y no conocía el diseño, había un zorro gigantesco. Su pelaje era naranja oscuro, casi pardo, y tenía 9 colas que yacían plácidamente a su alrededor. Cerró la boca cuando notó que la tenía abierta y retrocedió lo más silenciosamente posible hasta las escaleras, intentando no despertarle.
Naturalmente, cuando emergió de sus alcantarillas mentales, reforzó la puerta con runas y todos los hechizos protectores que conocía hasta que, cuando acabó, se dio cuenta de que había usado la magia cuando, en un principio, había sido incapaz de notar su presencia al nacer. Lo primero que había notado era esa extraña energía tan abundante en su interior que quizás, ahora que lo pensaba, había eclipsado a su magia. Tal vez, era más fácil usar la magia en su mente ya que estaba acostumbrada a ello y con un avatar mental adulto podía tener el control sobre su cuerpo que no tenía en la realidad…
Fuera como fuera dio gracias por ello y se dijo que debía meditar sobre el nuevo descubrimiento. La segunda puerta era, para su sorpresa, un pasillo directo a la mente de Naruto. Al parecer su mellizo también era mínimamente mágico porque, de lo contrario, ¿cómo podía explicar dicho conducto mágico? Aunque, pensándolo bien, quizás se debía a su magia.
Cuando recorrió la mente de Naruto se dio cuenta que realmente era un bebé. No sabía qué había esperado, pero se quitó un peso de encima al ver que la inocencia de su hermano, todavía, no estaba del todo comprometida. Ver la puerta idéntica en la mente de su hermano le hizo sentir un deje de pavor. Bajó las escaleras y tal y como había pensado allí estaba ese zorro pero su pelaje era notablemente más claro que el suyo. Se preguntó seriamente en qué se habían metido su hermano y ella con tan solo días de vida.
Salió de allí como si le estuviera persiguiendo Filch y su estúpido gato en una de sus noches en Hogwarts, corriendo. Pasó horas pensando sobre el asunto. Estudiar esa extraña energía que se había convertido en su fuente principal de poder pasó a segundo plano pero, por más que se estrujaba el cerebro, las únicas pistas que tenía para resolver el misterio era esa extraña sensación el día de su nacimiento donde sintió como algo era introducido dentro de ella y el hecho de que las matronas los llamaban continuamente "demonios".
La respuesta la encontró una semana más tarde cuando, con un mes recién cumplido, se encontró en los brazos de un señor mayor al que todos llamaban Hokage-sama. Por la deferencia que le tenían debía ser alguien importante pero ni siquiera él se dio cuenta que la bebé que sostenía en brazos y no lloraba estaba agudizando lo más posible el oído para enterarse de todo lo que pudiera.
—Las matronas del orfanato cuidan adecuadamente de los bebés, Hokage-sama, a pesar del obvio odio y resentimiento —informó un ninja a pesar de que solo podía notar su contorno arrodillado en el suelo.
—¿Por qué lo dices?
—Frecuentemente llaman demonios a los bebés, señor, y hablan entre ellas cuando creen que no puedo escucharlas.
—Mmm… Ya veo —suspiró el viejo—. Sin embargo, este es el destino que les espera desde que Minato decidió sellar cada mitad del Kyubi en sus mellizos. Para bien o para mal no podemos hacer nada mientras no actúen directamente para dañarlos.
—¿Y qué hay del secreto? Toda la aldea rumorea sobre el paradero del demonio. Las matronas están intentando influenciar a los niños más mayores sobre el secreto.
—La enfermera culpable del delito está ya siendo interrogada —habló duramente el Hokage y la pasó a los brazos del ninja, que se levantó—. ¿Por qué no le das este pergamino a la matrona jefe? Me gustaría hablar con ella del asunto.
—Así lo haré, Hokage-sama.
Y así fue como ató cabos. Un demonio al que su padre había partido en dos de alguna forma, con algún ritual, y al que había encerrado sendas mitades en sus hijos. A pesar de que quería odiarle no pudo ni sentir una pizca de resentimiento. Había perdido los escrúpulos hacía muchos años y la habían jodido tantas veces que había aprendido a coger su enfado y usarlo para cosas más productivas, como vengarse y salir victoriosa de cualquier situación.
Además, su padre no le había parecido una mala persona durante el poco tiempo que le conoció así que estaba seguro que había hecho lo que había podido en una situación desesperada. Si no había podido matar al zorro seguramente sería porque no habría podido, valga la redundancia. Lo único que le había quedado era encerrarlo en algún lugar y por lo visto lo primero que se le había pasado por la cabeza habían sido sus recién nacidos. Qué vida más perra, se dijo.
Al menos ahora tenía una segunda oportunidad para vivir. Con un hermano. Con nuevos poderes que descubrir. En un nuevo mundo. No podía quejarse, la verdad. Había vivido su antigua vida plenamente y no tenía remordimientos. Su familia estaba a salvo, tenían una gran y cuantiosa herencia y eran felices. No podía pedir más al morirse jugando con sus nietas, las hijas de sus nietas en realidad, y disfrutando hasta el último segundo. Y sí, había muerto de un traspié en la escalera, pero al menos no había sufrido como durante meses como George antes de morir sedado hasta las cejas. Estaba claro que no podía rechistar sobre cómo acabó todo.
Con esa epifanía fue como empezó realmente su nueva vida y dentro de sí nació de nuevo ese sentimiento travieso que le impulsaba seguir adelante y, lo que es más, arrasar con esa nueva realidad que ahora llamaba vida y, quizás, quedarse con la gente mientras lo hacía. Empezando por las matronas del orfanato.
Si algo había aprendido con 3 hijos, 6 nietos y 13 bisnietos era cómo se desarrollaban los bebés. ¿Quién había sido la pardilla que, jubilada, había cuidado durante largas y tediosas horas de sus nietos? Harriet Potter. ¿A quién le habían vomitado, estornudado, escupido, meado y cagado encima una o un trillón de veces? A Harriet Potter. Sí, tenía un par de cosas claras sobre el crecimiento de un bebé así que sabía que con un mes a penas debería comportarse como un vegetal con ceguera casi total que llora y se caga encima. De solo pensar que tendría que estar así, fingiendo, durante mucho tiempo se le revolvió el estómago y se dijo que tarde o temprano iba a fallar y cometer un desliz que iba a ser visto por el guardián invisible del orfanato. Así pues, era más fácil dejar ver que no era un bebé normal para que poco a poco se hicieran a la idea de las travesuras en nombre de Loki que iba a realizar en poco tiempo. Así podría fingir que su comportamiento de adulto era más bien una genialidad en un bebé.
No obstante, a pesar de querer moverse su cuerpo era un estorbo todavía. Hasta que no tuvier meses iba a ser imposible tan siquiera sentarse así que se resignó a esperar que esos meses pasaran rápido porque si no se iba a volver loca de remate. Mientras tanto, pensó mirando el techo grisáceo de su habitación, se dedicaría a lo único que podía hacer: descubrir cómo usar su nuevo poder y entablar conversación su demonio interno.
—¡Hola! —saludó Harriet, Seina, bajando las escaleras mentales—. Por fin despiertas de tu sueño. Has estado haciendo mucho ruido aquí adentro. ¿Estás bien?
—Mmm… Tú también harías ruido si te metieran dentro de un miserable humano como tú —le espetó la mitad oscura del Kyubi, que había despertado hacía un par de días y se había desfogado a los 4 vientos cuando creía que nadie lo escuchaba—. Aunque, ahora que te veo… Curioso, muy curioso. ¿Dónde está la mocosa en la que me han metido, mujer?
Harriet sonrió. Había estado debatiéndose sobre si aparecer con su nueva forma, presentándose como una niña con un cerebro más desarrollado, pero al final había descartado esa opción. No sabía mucho sobre los demonios de los que hablaban en esta dimensión, pero no creía que el Kyubi lo fuera o, al menos, que fuera el tipo de demonio que ella conocía en su dimensión de origen. Teniendo eso en cuenta, y el hecho de que iba a tener al demonio en su interior el resto de sus días, sabía que si quería ganar su confianza y tener algún tipo de relación que no acabara en tragedia tenía que ser sincera.
—Yo soy esa mocosa. Este es mi anterior cuerpo, el cuerpo donde morí hace poco más de una semana.
Kyubi miró como cambiaba de apariencia, enseñándole su rostro actual, con una ceja alzada, pero pareció creerla. —Te reencarnaste en la mocosa del Cuarto.
—No sé quién es el Cuarto, pero supongo que hablas de mi padre, a quien, al parecer, le debemos nuestro aspecto mi hermano y yo.
—Te pareces a tu padre, pero tienes los ojos de tu madre.
Harriet sintió como su corazón daba un vuelco al escuchar esas palabras. Las mismas que le habían perseguido durante años. Era curioso que su destino volviera a repetir los antiguos patrones. Ni muriendo y renaciendo en otra dimensión era capaz de dejar el pasado atrás. Seina. Ese era su nuevo nombre. El nombre que sus padres, una vez más sacrificados por el bien común, le habían dado con amor. Dio gracias por haber vivido una vida plena porque, de lo contrario, las similitudes entre sus dos yo le habrían traumatizado durante años. Ahora, aunque no lo pareciera, era una vieja que estaba curada de espantos. Cambiar de nombre, de hogar, de padres, de poderes… no era nada nuevo para ella.
—No es la primera vez que me lo dicen. Mi nombre era Harriet, ahora me llamo Seina. Sé que nuestras circunstancias no son las mejores, yo siendo un bebé indefenso y tú un demonio atrapado aquí dentro… pero si algo he aprendido en mi anterior vida es a sobrevivir.
Los ojos rojos y enormes del zorro la siguieron atentamente mientras ella se acercaba a su jaula.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó finalmente, recostándose sobre sus patas y acercando sus ojos lo máximo posible a los barrotes.
Harriet sonrió peligrosamente. —Quiero cooperar.
Días más tarde, Harriet, no, Seina, había elaborado una rutina. Cuando estaba despierta interaccionaba como podía con su hermano, Naruto, que al parecer era igual de rubio que ella y quien, como ella, tenía 3 leves marcas paralelas en las mejillas que parecían ser una marca de nacimiento. También practicaba usando su nuevo poder que, en comparación con su magia, tenía unas reservas tan gigantescas que era capaz de esconder su núcleo mágico. Cosa que la dejó estupefacta ya que era una de las brujas más poderosas del planeta en su antigua vida. Descubrir que su magia seguía ahí era un alivio. De hecho, su magia parecía ser la que había alimentado el núcleo mágico de Naruto que, a su lado, era prácticamente poco más de un squib. No podría hacer grandes cosas como ella, pero al menos podría usar runas, aritmancia, pociones y otras ramas más pasivas.
Su chakra, que era como lo llamaba el Kyubi, era una energía mucho más liviana que la magia, casi como el aire. De hecho, la mejor analogía para explicar el chakra era como el aire que llena un globo. El chakra era liviano como un gas, sin forma por sí solo pero fácilmente moldeable una vez se sabía cómo introducir el aire en el globo. La magia, al contrario, era más densa, como la miel. Capaz de mantener la forma sin tener que ser contenida durante mucho tiempo antes de poder ser usada. Por eso los niños, y algunos adultos, eran capaces de usar magia sin varita, a pesar de que era más fácil intentar moldear la magia para realizar hechizos con un foco mágico.
Lo más curioso de todo, era que nadie parecía ser capaz de detectar la magia. La primera vez que la usó para agrandar la jaula del Kyubi, de quién todavía no se fiaba del todo, el gigante zorro se mostró estupefacto.
—¿¡Cómo has hecho esto!? —preguntó el Kyubi y ella se encogió de hombros.
—Con mis poderes, obviamente. ¿No quieres que mejore tu jaula?
—¡Es imposible! ¡No he percibido tu chakra!
Harriet. No, Seina, dudó sobre si contarle la verdad, pero al final se dijo que era una cuestión de confianza. ¿Y a quién le iba a decir el zorro que realmente era una vieja metida en el cuerpo de un bebé con poderes diferentes al chakra?
—Es magia. En mi vida pasada yo era una bruja. La magia reside en el alma, ¿sabes? —le explicó, conjurando un sillón y sentándose frente la mirada atónita del demonio—. Mi alma es la que está metida en este cuerpo.
—Así que no solamente tienes chakra sino también magia… ¿Qué más puedes hacer?
Seina sonrió ampliamente. Ante la mirada estupefacta del Kyubi agrandó la jaula, convirtió el techo en un cielo hechizado, el hormigón del suelo se transformó en tierra, piedra, hierba y bosque y apareció una montaña a lo lejos con un pico nevado del cual nació un río que acababa en un grandioso lago. El agua de las alcantarillas se desvaneció completamente y ese trozo de su mente se convirtió en un bosque a ambos lados. Para acabar, encogió al demonio y conjuró todo tipo de animales para que compartieran su jaula con él.
Se levantó de su sillón, conjurado en mitad de un prado ahora mismo, y se acercó a la jaula. Miró el pequeño zorro que ahora solo le llegaba a la cintura.
—¿Qué te parece tu nuevo hogar?
El Kyubi la miró con algo indescriptible en sus ojos rojos y luego se adentró en el bosque. Seina le dejó irse sin más. No solamente le había destruido su visión del mundo, sino que le había tratado mucho mejor que ningún otro jinchuriki. Simplemente porque tenía el poder de hacerlo. Ahora mismo debía encontrarse entre una encrucijada emocional: intentaba odiarla, pero ella no era la culpable de su encarcelamiento y, lo que es peor, era capaz de mejorar su vida si dejaba su antiguo resentimiento de lado. Pero, ¿cómo hacerlo? Si era lo único que conocía desde hacía años.
Se marchó de su mente, contenta al ver sus protecciones, y al haberse enterado de que la magia no dejaba rastro alguno, al contrario del chakra. El problema de usar su magia era que estaba siendo vigilada cada hora del día. Tarde o temprano podían darse cuenta de que algo pasaba, no necesariamente al notar su magia sino al ver los efectos de sus hechizos. Después de todo, si la matrona empezaba a tratarlos como a reyes cuando hasta ahora parecía querer ahogarlos, sería extraño. Aun así, eso dejaba bastante margen.
Para empezar, puso un hechizo localizador en su hermano Naruto. Como solo podía notarlo ella no se preocupó al usarlo. Después, usó un hechizo médico que le advertiría si Naruto estaba en peligro de muerte. El último hechizo que quería ponerle a Naruto era uno de protección, pero tenía un problema. Al contrario de los otros dos hechizos, ese hechizo haría brillar a su hermano un segundo. Irritada, se anotó mentalmente ponérselo en cuanto pudiera. Lo que sí que podía hacer era proteger la habitación donde dormían, un cuarto del tamaño de una caja de zapatos con una sola cuna que compartían entre ambos. Así, cuando irremediablemente se le cerraran los ojos del sueño, dormiría tranquila.
Se planteó proteger toda la habitación pero, finalmente, decidió usar su cuna. Después de todo, a pesar de los múltiples ninjas que los vigilaban, ninguno de ellos osaba cogerlos de su cuna salvo las matronas del orfanato. Aun así, puso un hechizo para alertarle si alguien con malas intenciones entraba en su cuarto. Si se encontraba en esa situación ya pensaría qué hacer. Eso era justamente lo que pensaba hacer con todo lo demás ya que, por el momento, lo único que hacía era dormir, comer y excretar.
