Los personajes originales de Marvel no me pertenecen (obviamente) pero los demás personajes sí son míos. En esta historia hice algunos cambios en algunas cosas, por ejemplo, el traje que trae Alex (y algunos trajes que traerán otros personajes) no es el original sino invento mío, y el inductor de Kurt funciona ligeramente diferente, es decir, Kurt se pone ropa, la que quiera, y el inductor hace un holograma de su cuerpo con la ropa puesta, si quiere ponerse su traje de batalla el inductor no lo oculta con un holograma de ropa normal, sino que aparecerá como un humano con el traje puesto.
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Era de mañana, y el cálido sol que se asomaba por entre las casas auguraba un día apacible y alegre.
Era viernes, y era el último día de clases antes de las vacaciones de pascua. En los pasillos del Instituto Superior Westchester se respiraba un ambiente de nerviosismo. En vez de poner atención a sus clases, los muchachos habían pasado el día observando por la ventana de su salón hacia la torre de rectoría, donde el enorme reloj marcaba lentamente las horas hacia su libertad. Algunos tenían planes para las vacaciones, otros, improvisarían. Algunos sólo se dedicarían a descansar y reflexionar. Lo importante era que en unas pocas horas podrían cerrar los libros y no pensar en ellos hasta que regresaran a clases.
Finalmente, el toque de salida. En cuestión de segundos los pasillos fueron invadidos por muchachos corriendo y gritando de alegría. ¡Una semana entera de descanso! Los salones quedaron vacíos. Los profesores salieron detrás de sus alumnos, contentos de tener un descanso de tanto barullo. Ese día sería diferente, sería un día especial, de festejo, de descanso de la rutina, de olvidarse que dentro de poco vendrían los exámenes finales… Sí, sería un día de tranquilidad y felicidad.
O eso era lo que creían.
No muy lejos del Instituto, hay un conjunto residencial con calles perfectamente trazadas y casas casi idénticas pintadas todas de blanco. Un lugar donde nunca sucede nada fuera de lo común. Jamás había pasado nada extraño en ese lugar. Jamás la paz había sido alterada por algún suceso que afectara la vida de alguno de los habitantes.
Jamás había sucedido nada… hasta ahora.
Casi al final de una de las calles hay un lote baldío que alguna vez albergó una vieja casa pero que, después de ser abandonada por sus dueños, fue derribada y ahora sólo quedaban montones de maderos viejos y pedazos de chatarra que la gente había echado. A media tarde las calles suelen estar desoladas, pero si alguien se hubiera asomado en ese momento, habría visto que algo curioso y totalmente fuera de lo normal estaba sucediendo. Un enorme objeto inesperadamente se había materializado en medio del lote baldío, o al menos a primera vista eso habría parecido. Un vistazo más detenido habría revelado a dos sujetos forcejeando salvajemente, dos sujetos de lo más inusual y fuera de lugar en un lugar tan apacible como esa calle. Uno de ellos, alto y joven, parecía haber salido de una fiesta de disfraces. Vestía un traje holgado de una pieza azul oscuro, por cuyas mangas se asomaban unos brazos bronceados, y una máscara del mismo color que le cubría los ojos, como una copia mal hecha del Zorro.
El otro parecía más bien un demonio.
Pero no era un demonio común. Entre otras cosas, su vestimenta no era la de un demonio, o al menos no la de los demonios que uno habría visto en cómics o en libros. Parecía más bien un uniforme de batalla, negro con rojo, que apenas dejaba entrever un cuerpo bien formado, si bien cubierto de un fino pelaje color índigo. Los pies y las manos del extraño sujeto a simple vista parecían tener menos dedos, sus orejas eran puntiagudas y, para colmo, tenía una larga cola que se movía sin cesar al ritmo de la respiración agitada de la criatura.
De pronto, el ser azul logró zafarse del otro joven, lo empujó con fuerza y se dirigió a él con un marcado acento extranjero.
—Alex, por última vez, no sé qué te esté pasando pero por favor detente, no quiero pelear contigo.
El muchacho que respondía al nombre de Alex no se movió. Se quedó observando a la criatura con un brillo demoníaco en los ojos que hizo que le recorriera un escalofrío por el cuerpo. De repente, Alex levantó un brazo y de la palma de su mano salió lo que parecía ser un rayo que el muchacho lanzó hacia el ser azul, el cual desapareció dejando atrás una nube de humo con olor a azufre y reapareció a unos cuantos metros de donde había estado, justo cuando el rayo tocó el suelo. Un olor a quemado llegó a la nariz de la criatura y se dio cuenta con horror que el rayo había dejado la tierra hecha cenizas. El ser azul miró un momento hacia ese punto con una mezcla de temor y preocupación y luego regresó la vista hacia su oponente.
—No sé qué te hicieron, Alex, pero no me queda de otra, pelearé contigo hasta que los demás nos encuentren y te detengan y el profesor Xavier pueda ayudarte.
Alex sonrió malévolamente—: Tonto —dijo—. Te has teletransportado tanto que, además de drenar tu fuerza, sin darte cuenta nos has alejado de tu escuela. Pasará un buen rato antes de que Xavier pueda localizarte, y con lo débil que estás, para entonces ya habré acabado contigo.
—Tal vez, pero no por eso dejaré de intentarlo.
Dicho esto el ser azul dio un ágil salto y desapareció nuevamente para reaparecer justo al lado de Alex, que no alcanzó a esquivarlo y recibió una patada que lo hizo perder el equilibrio y caer sobre unos maderos rotos.
Alex se levantó rápidamente y lanzó otro de sus rayos hacia su oponente, que lo esquivó con un movimiento rápido y volvió a atacar al joven, que esta vez estaba preparado y logró detener el golpe con los brazos. Sin embargo, no contaba con la cola de la criatura, que se había enroscado en sus piernas y de un tirón lo hizo caer de nuevo. Esta vez, el ser se hincó sobre los brazos del muchacho para mantenerlo quieto, sin dejar de aprisionar sus piernas con la cola. Alex forcejeó un poco, pero luego se contuvo y miró a su captor con furia.
—No tienes el mismo entrenamiento que yo, Alex, así que no me ganarás. Por última vez, ríndete y ven conmigo, el profesor te ayudará, ya lo verás.
—Suéltame, maldito demonio, pelea como debe ser, cobarde.
En ese momento un estruendo proveniente de atrás alertó al demonio y lo hizo voltear, en busca de algún enemigo. En una esquina del lote había unos botes de basura y de algún modo una de las tapas había caído ruidosamente sobre unos pedazos de chatarra que estaban esparcidos alrededor. Desgraciadamente, aprovechando esta distracción, Alex logró soltar un brazo y, antes de que el demonio pudiera detenerlo, le lanzó uno de sus poderosos rayos en pleno cuerpo.
El demonio azul dejó escapar un grito desgarrador que congelaría el corazón. El impacto del golpe fue tal, que lanzó al demonio hacia los botes de basura. Se alcanzó a percibir el horrible olor a carne chamuscada al tiempo que los botes caían y se aplastaban bajo el peso del ser azul. Sin poder moverse, atorado entre los botes y por los desperdicios que le habían caído, alcanzó a ver que Alex extendía ambos brazos y las palmas de sus manos comenzaban a brillar.
—Ahora es mi turno —murmuró—. Me las vas a pagar por humillarme.
Dicho esto Alex apuntó hacia el demonio, el cual estaba demasiado débil como para moverse y sólo atinó a pronunciar algunos gemidos. Mas no había dado ni dos pasos cuando a lo lejos se escuchó el estridente sonido de una sirena, y luego otra y otra. El sonido poco a poco cobró fuerza y junto con él se mezclaron los ruidos de motores y de llantas derrapándose sobre el asfalto. Obviamente alguien había escuchado el barullo y había avisado a la policía.
—¡Demonios!
Alex al parecer no deseaba un enfrentamiento con la ley. Lanzando una última mirada de furia hacia el demonio azul, el muchacho se echó a correr en dirección contraria a donde provenían las sirenas, los dorados cabellos brillándole con el sol de la tarde.
William Stratton se quedó observando escapar al extraño sujeto hasta que el aullido de las sirenas lo hizo regresar a la realidad. Con algo de dificultad logró arrastrarse fuera de los botes de basura que le habían caído encima y en donde había estado escondido, en donde había sido testigo de todo, en donde accidentalmente había golpeado uno de los botes y había tirado la tapa que distrajo al ser azul. Rápidamente, el muchacho se incorporó y aguzó la vista. Varias patrullas se acercaban a toda velocidad por la calle. No había tiempo que perder. Tomó los botes de basura y algunos desperdicios y con ellos cubrió al demonio azul, que había perdido el sentido. Luego él también se escondió, metiéndose entre la chatarra. Las patrullas pasaron zumbando por la calle sin detenerse, persiguiendo al muchacho que habían visto correr por la calle. Pronto el sonido de las sirenas se fue alejando hasta que ya no se oyó más.
William salió de su escondite y se asomó para asegurarse que no hubiera nadie. Entonces, sacó al ser azul de entre los escombros, como pudo se lo echó en la espalda y se abrió camino por entre los escombros hasta llegar a la cerca que rodeaba el patio trasero de su casa, que estaba de espaldas al lote baldío. William trepó sobre unas cajas de madera, dejó caer con suavidad al ser en el jardín, saltó la cerca, se lo echó a la espalda nuevamente y, dando un último vistazo para asegurarse de que nadie lo hubiera visto, entró a su casa y cerró la puerta silenciosamente.
