A la mañana siguiente Kurt estaba lo suficientemente fuerte como para levantarse.
Con ayuda de William, el chico dio algunos tambaleantes pasos por la habitación antes de tener que recostarse de nuevo en la cama, agotado. William le subió el desayuno, un sándwich de jamón y queso que definitivamente era mucho mejor que una sopa de lata, y le puso un vendaje nuevo, para desconcierto de Kurt, que independientemente del dolor que le causaba odiaba ver su piel rasurada.
En todo este tiempo Kurt no se había atrevido a preguntarle a William sobre lo que le había pasado, en parte por cansancio, en parte por temor a que en cualquier momento el chico lo denunciara. Pero en el fondo, el chico azul sabía que esto no podía seguir así, tarde o temprano tendría que preguntarle, y si era posible, tendría que pedirle ayuda para regresar al instituto y advertirles a sus compañeros sobre el peligro que los acechaba. Así que, esa tarde, después de comer y de un nuevo cambio de vendaje, Kurt se armó de valor y se dirigió a William mientras éste acomodaba unas cosas en los cajones de la cómoda.
—William.
—¿Qué pasa? —inquirió el muchacho sin dejar de meter y sacar ropa de los cajones.
—Dime, ¿cuánto tiempo llevo aquí?
—Mmm —William se detuvo un momento y alzó la vista, pensando—. Veamos… llegaste aquí el viernes y hoy es lunes, contando el día de hoy, llevas aquí cuatro días.
—¿Y tus padres?
—Están en Boston. Ambos son paleontólogos y se la pasan viajando. A veces los acompaño, pero ahora iban a estar ocupados dando conferencias así que decidí quedarme.
—Ya veo. Y…el otro sujeto… con el que estaba peleando…
—Escapó cuando escuchó que venía la policía. No creo que lo hayan atrapado, ya habrían dicho algo en las noticias.
—¿Y desde entonces he estado aquí?
—Así es —William se agachó y siguió moviendo cosas en los cajones de abajo, con gesto preocupado. Kurt, sin embargo, no lo estaba mirando. Estaba absorto en sus propios pensamientos.
—Cuatro días. Es mucho tiempo. No pensé que estuviera tan mal.
William volvió a detenerse.
—Sí, supongo que debo disculparme por eso.
—¿Tú? —Kurt volteó a ver a William, desconcertado—. ¿Por qué?
—Yo fui el que hizo ruido y te distrajo durante la pelea —dijo William, tan avergonzado que no se atrevía a mirar a Kurt a la cara y mantenía la vista clavada al piso—. Es por mi culpa que ahora estás así. De verdad lo siento. Supongo que siempre será así. Lo único que sé es dañar a las personas. Ni siquiera puedo… —su voz se apagó. Por la expresión en su rostro Kurt pudo adivinar que William estaba librando una lucha interna con sus emociones. Lentamente Kurt se levantó, se acercó a William y, aguantándose el dolor, se agachó detrás de él y puso una mano sobre su hombro. William hizo un esfuerzo por controlarse y balbució unas palabras:
—Perdóname, debes creer que soy un tonto.
—No, no hay nada que perdonar —contestó Kurt con gentileza—. Tú me salvaste y para mí eso es todo lo que cuenta. Si alguien debe pedir perdón soy yo, porque estuve desconfiando de ti todo este tiempo, después de todo lo que has hecho por mí. Ya sabes, con mi apariencia, no acostumbro recibir muchas muestras de amabilidad por parte de extraños.
William esbozó una pequeña sonrisa.
—Je, supongo que ambos somos unos tontos.
—De primera —respondió Kurt, alegre—. Ahora, si no te molesta, de verdad quisiera regresar a la cama, pero no puedo moverme.
William ayudó a Kurt a levantarse y lo llevó de regreso a la cama. Una vez recostado y cómodo, Kurt dejó que William acabara con sus tareas mientras lo observaba discretamente. No lo había notado, pero en los ojos de William se reflejaba una profunda tristeza producto de alguna preocupación que le acongojaba el corazón. Lo único que sé es dañar a las personas. Estas palabras de William daban vueltas en la dolorida cabeza de Kurt y lo tenían intrigado. ¿Qué le había sucedido a William para tener esa imagen de sí mismo?
* * *
Tienes que obedecer, Nightcrawler, es tu deber.
No puedes obligarme, no me dejaré.
Si así lo quieres, tendré que utilizar medios más… persuasivos.
¡Déjame ir! ¡NO!
—¿Nightcrawler?
—¡AGH! —Kurt despertó bruscamente al sentir que lo sacudían suavemente—. ¡¿Was ist los?! ¡¿Wo bin ich?!
—Nightcrawler, elfo, soy yo, William.
—Ah… ah… ah.. ¡William! —Kurt seguía algo desorientado—. Qué alivio. Era una pesadilla.
—¿Te sientes bien? Estás muy agitado.
—Ah, no lo sé, he estado teniendo muchas pesadillas y me tienen intranquilo.
—Bueno, ya pasó, traje algo que te calmará —William le entregó una taza a Kurt y acercó la silla al borde de la cama para sentarse—. Es chocolate caliente.
—¡Qué bien! —después de las hamburguesas, el platillo favorito de Kurt eran las barras de chocolate. Y para una noche fría como esa el chocolate caliente era justo lo que su cuerpo necesitaba.
—Nightcrawler, hay algo que he deseado preguntarte desde hace tiempo —William tomó su taza del buró y se acercó un poco más a la cama—. Tienes un acento muy curioso. ¿De dónde eres?
—De Alemania —contestó Kurt, dándole un rápido sorbo a su chocolate—. Pero actualmente vivo aquí en Nueva York.
—¡¿Qué?! —William casi dejó caer su taza—. ¿Dijiste Nueva York?
—Sí, en la Escuela para Jóvenes Dotados del Profesor Xavier (Professor Xavier's School for Gifted Youngsters). No sé qué tan lejos esté de aquí, como me teletransporté muchas veces creo que me salí del condado de Westchester.
—Pero… pero… —William de verdad se veía anonadado—, ¡pero si ni siquiera estamos en Nueva York!
Ahora era el turno de Kurt para sorprenderse—: ¡¿Qué?!
—Este es el pueblo de North Woodbury, en Connecticut —le informó William—. No estamos muy lejos de Nueva York, pero fácil son casi 60 kilómetros.
—¡Mein Gott! ¡Nunca me había teletransportado tanto! —Kurt reflejaba verdadero pánico en su rostro—. ¿Y ahora cómo voy a regresar? Mis amigos deben estar preocupados por mí. ¡Y además tengo que avisarle al profesor del peligro que corre el instituto!
—¿El profesor Xavier?
Kurt volteó a ver a William—: Sí, ¿lo conoces?
—No, pero lo has mencionado mucho en sueños.
Sueños… Kurt de pronto recordó la voz del profesor Xavier llamándolo, buscándolo. Kurt no había logrado comunicarse con él debido a su constante dolor de cabeza, que él suponía era a causa del golpe que se había dado. Pero de pronto recordó otras voces, voces siniestras, voces que hacían que todo su pelo se le pusiera de punta…
—Oye, ¿y por qué no llamas al instituto?
Esta simple sugerencia regresó a Kurt a la realidad. ¿Por qué no lo había pensado antes?
—Tienes razón, ellos podrían enviar a alguien a recogerme.
William salió un momento y regresó con un teléfono inalámbrico que Kurt en seguida tomó, listo para marcar. Pero cuando tuvo el teléfono en sus manos… no pudo. No lograba acordarse del número.
—¿Qué pasa? ¿Por qué no marcas?
—Yo… de pronto olvidé el número.
—¿Qué? ¿Pero cómo?
—No lo sé, yo… ¡¡AAAGHHH!!
Kurt soltó el teléfono y se llevó las manos a la cabeza, tratando de calmar el repentino dolor que se había apoderado de su cabeza, como si le estuvieran enterrando clavos al rojo vivo. William, alarmado, sólo atinó a sostener al muchacho de los hombros para tratar de tranquilizarlo y que no se fuera a caer de la cama. Poco a poco el dolor se fue disipando, dejando a Kurt jadeando y exhausto.
—¡Nightcrawler! —exclamó William, visiblemente asustado—. ¿Qué tienes?
—Mi cabeza… —jadeó Kurt—. De pronto… empezó a… a dolerme…
—Recuéstate, traeré unas aspirinas.
—No —Kurt tomó a William del brazo para evitar que se fuera—. Ya se me está pasando. Esto… no es normal. Algo me está sucediendo.
—¿Qué quieres decir?
—Mira, el día que desperté había escuchado la voz del profesor en mi mente. Él, cómo decirlo, él tiene poderes psíquicos y por lo tanto es capaz de comunicarse con nosotros por medio del pensamiento.
—¿En serio? ¿Y qué le dijiste?
—Ese es el problema. Cuando traté de comunicarme con él, mi cabeza empezó a dolerme y se cortó la unión psíquica. Fue el dolor lo que hizo que despertara.
—Ya veo, y ahora que quisiste marcar el número del instituto…
—Volví a sentir ese dolor, como si algo o alguien no quisiera que regresara y me estuviera haciendo algo.
—Mmm, eso no es bueno, tendremos que encontrar otra manera de comunicarnos con ellos.
—Sí, pero no se me ocurre cómo, en mi estado no puedo teletransportarme y si no uso mis poderes Cerebro no puede localizarme.
—¿Cerebro?
—Ah, sí… —Kurt se dio cuenta demasiado tarde de que estaba hablando en voz alta—. Bueno, em, verás, Cerebro es una, pues, una máquina que sirve para localizar, este…
—¿Mutantes?
Kurt casi se cayó de la cama de la sorpresa—: ¿Cómo lo supiste?
—No se necesita ser un genio para saber lo que tú y tu profesor son —contestó William, lacónico—. Yo vi cómo ese tal Alex lanzaba rayos de sus manos y te vi teletransportarte. Además, tu apariencia como que te delata un poco. Digo, no todos los días se ven elfos azules caminando por las calles.
—Oh sí, claro —dijo Kurt, desalentado. Su viejo temor de que lo reconocieran como mutante y lo rechazaran se había apoderado una vez más de él. En su mente vio con claridad cómo William tomaba el teléfono y llamaba a la policía, describiendo cómo un horrible fenómeno se había metido en su casa. La imagen fue tan vívida que Kurt volteó a ver a William, casi esperando que éste tuviera ya el teléfono en sus manos. Pero para su sorpresa William ni siquiera le estaba prestando atención. Estaba recargado en el buró, mirando hacia el techo y tomando sorbos de su chocolate, al parecer muy pensativo. De pronto, se irguió, volteó a ver a Kurt y sonrió. Kurt lo miró, inquieto.
—Te diré lo que haremos —anunció—. Mañana mismo nos iremos a Nueva York. Creo que ya estás lo suficientemente fuerte para aguantar un viaje en carro. Estoy seguro de que, una vez ahí, alguien podrá decirnos en dónde está tu famoso instituto.
—¿De veras? —preguntó Kurt, con la esperanza renovada—. ¿En serio me llevarías?
—Con una condición.
—¿Cuál?
—Que me dejes hablar con el profesor Xavier.
Kurt notó que William de pronto se había puesto muy serio. Una vez más sus ojos brillaban con el recuerdo de algún viejo dolor que lo atormentaba. Kurt en verdad deseaba preguntarle, ayudarlo, pero no sabía cómo hacerlo. Finalmente le respondió.
—Claro, te llevaré con él. Pero, ¿para qué?
—Es que… creo que él es la respuesta a mis problemas, él podrá quitarme este peso que llevo encima y que me está matando.
—¿A qué te refieres?
—Tengo un secreto, amigo elfo, un secreto que no sé cómo manejar y que me está consumiendo lentamente. Un secreto del que sólo ustedes pueden liberarme.
—No entiendo —balbució Kurt, confundido—. ¿Acaso tú…?
—No, yo no —lo interrumpió William—. No soy yo. Pero es alguien muy cercano a mí. Lo llamaré. Vendrá con nosotros. Tiene que ser así. Ya no puedo seguir ocultándola, ya no puedo seguir lastimándola.
William tomó el teléfono y se lo metió en el bolsillo del pantalón. Luego tomó las tazas vacías, apagó la luz, salió de la habitación y cerró la puerta. En todo ese tiempo Kurt no se movió ni un ápice, tan atónito estaba ante la revelación que había tenido.
Ya no puedo seguir lastimándola. ¿De quién hablaba? ¿Qué había hecho para lastimarla? ¿Cómo resolver este misterio?
—Cálmate Kurt —se dijo en voz alta—. No serás de mucha ayuda si te alteras. Mejor me duermo, mañana será un día muy largo.
