Antes que nada quiero agradecer a todos aquellos que a pesar de mi tardanza han seguido la historia, les pido una disculpa por no haberme aparecido en tanto tiempo. En verdad desearía ponerle la atención merecida a ésta y mis otras historias, pero desafortunadamente el trabajo y la escuela no me lo permiten, simplemente porque cuando finalmente tengo algún tiempo libre para hacer algo, me siento tan agotada que lo único que hago es dormir.
Este capítulo es un poco exagerado, pero necesitaba asentar la relación entre Ashley y William y el poder que uno ejerce sobre el otro. Más adelante esto tendrá importancia, y con suerte espero poder sacar toda esta historia adelante, todavía hay mucho que Kurt tendrá que hacer.
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¡Los X-Men!
William iba tan absorto en sus pensamientos que casi no se daba cuenta de lo que sucedía a su alrededor. Aunque ya había tenido tratos con mutantes (Ashley era la viva prueba de ello), encontrarse tan repentinamente en medio de toda una escuela llena de ellos era más de lo que su cerebro podía asimilar. Y eso que todavía no conocía a todos los estudiantes, que prometían ser tan interesantes como los que ahora lo guiaban al comedor. ¡Cuánto podría aprender de ellos! ¡Cuántas cosas podrían explicarle!
¡Cuánto podrían hacer para disminuir la culpa que cargaba a diario!
Y luego estaba el profesor Xavier. Sabio, enigmático, no había dudado en dar la bienvenida a William a su hogar. Él, el extraño, que nada tenía que hacer en ese lugar, ni merecía estar ahí. Había tanto que quería preguntarle, tanto que necesitaba saber para ayudar a Ashley así como a sí mismo.
Y sin embargo, muy en el fondo, William le temía. No temía que el profesor fuera malo —con sólo ver la calidez de sus ojos, William había comprendido la naturaleza bondadosa del profesor— sino que temía su reacción cuando supiera la verdad sobre él. William no era un mutante, y por lo tanto el profesor no sentiría ninguna lealtad hacia él. En cuanto supiera lo que había hecho, seguramente lo rechazaría, lo culparía por haber arruinado la vida de alguien y haberla condenado para siempre. Y todo bajo una misma frase que para William significaba su sentencia: Tendría toda la razón.
William sintió un escalofrío e involuntariamente volteó a ver al profesor, temeroso de que éste hubiera estado leyendo sus pensamientos y fuera a correrlo de la mansión de un momento a otro. Pero el profesor venía platicando con Logan, al parecer sin percatarse de la actitud del chico.
—William, ¿escuchaste lo que te dije? —por un momento William no comprendió quién le hablaba, hasta que Kitty le dio un codazo en el estómago que lo regresó de golpe a la realidad.
—¡Auch! ¿Qué? ¿Dijiste algo?
—Dije que si te gusta el caldo de camarón, porque parece que eso es lo que habrá para la cena.
—Ah, eh, pues la verdad nunca lo he probado.
—Pues entonces te advierto, William, hoy Kitty estuvo ayudando en la cocina, así que si cenas con nosotros será bajo tu propio riesgo.
—¡Ya déjame en paz, Evan!
—¡Ay! Auch, no, no me pegues, espera, ¡no es para tanto!
—¡Ven para acá, no huyas!
William esbozó una débil sonrisa ante la actitud juguetona de los dos muchachos. No pudo evitarlo. Se veían tan contentos, tan llenos de esperanza. Eran mutantes, sí, pero antes que nada eran jóvenes como él, con sueños e ilusiones; eran personas que deseaban disfrutar la vida al máximo. Éste sería un buen lugar para Ashley.
Sin poder evitarlo, el muchacho había revertido sus pensamientos a la linda joven que había aceptado renuentemente a acompañarlo en este viaje. Le había tomado horas en el teléfono convencerla de acompañarlo a Nueva York para ayudar a Kurt, al "fenómeno con cola", como ella lo había llamado. No tengo nada que hacer en Nueva York, le había dicho, sólo correría un riesgo innecesario. Y hasta ahora tenía razón. En menos de dos horas se las había arreglado para poner la vida de la chica en peligro. De no haber sido por Kurt y sus amigos, ambos habrían muerto cuando ese extraño muchacho los atacó.
—¿Te parece extraño todo esto?
William volteó para ver a su interlocutor, que caminaba detrás de él.
—No —respondió —. No tanto como supongo que debería extrañarme.
—De verdad quiero agradecerte lo que hiciste por Kurt— William notó que Scott había perdido el tono jovial con que lo había recibido en la enfermería—. Me duele pensar que fue mi propio hermano quien hirió a mi amigo de esa forma, y más porque sé que él no haría algo así, algo debe haberle pasado.
—Desearía haber podido hacer algo por él —dijo William con sinceridad, aunque en el fondo sabía que difícilmente habría podido ayudarlo—, pero sé que tu profesor descubrirá lo que está sucediendo.
—Gracias —respondió Scott con un dejo de tristeza en la voz. Pero un momento después sonrió con picardía y agregó—: espero que nosotros podamos ayudarte con tu adorable amiga.
Casi como si la hubiera invocado con sus palabras, en ese momento las luces del pasillo por el que iban bajó de intensidad unos momentos antes de regresar a la normalidad, sólo para bajar una vez más de intensidad. William supo de inmediato lo que estaba sucediendo.
—Ashley —murmuró, y en seguida se echó a correr por el pasillo y dio vuelta en la primera esquina que encontró, que por fortuna para él daba al comedor.
—¡Ashley!
Allí estaba Ashley, ya sin su traje de hule, de pie frente a la mesa del comedor, encarando con actitud desafiante a un grupo de muchachos que no podían ser mucho mayores que ella y que la observaban con aprehensión. Y no era para menos, Ashley se veía extremadamente alterada. De sus puños emanaban chispas y su cuerpo entero parecía vibrar como un cable de alta tensión.
—¡Atrévete a decir eso de nuevo, fenómeno!
—Ashley, ya te dije que lo lamento, ¿qué más quieres que haga? —replicó el chico que estaba más cerca de ella, un joven moreno de mirada vivaz que en ese momento no podía mostrarse más confundido.
—Por favor cálmate, Ashley, puedes lastimar a alguien —una jovencita de cabello café rojizo y peinada de dos colitas se acercó a Ashley, pero de inmediato se detuvo al ver que la joven le apuntaba con uno de sus dedos.
—¡Déjenme en paz! ¡No se acerquen!
—¡Ashley! ¿Qué crees que estás haciendo?
William se acercó a Ashley resueltamente y sin ningún miedo. Ashley, al verlo, bajó la mano, pero las chispas no dejaron de salir. Sin embargo, para sorpresa de los conmocionados jóvenes, el antes furioso rostro de la chica se transformó en uno de tristeza.
—William, no quiero estar aquí, no me gusta este lugar, por favor vámonos.
—Lo sé, Ashley, tranquila, primero debo saber qué pasó.
Con pasos lentos pero firmes, William se aproximó más a la joven. Ashley, al parecer tranquilizada por el tono suave de la voz del muchacho, dejó de sacar chispas. De pronto, tan repentinamente que varios de los jóvenes hasta brincaron, la chica se abalanzó hacia William y, abrazada a él, se soltó a llorar. William abrazó a la joven y soportó las pequeñas descargas eléctricas que, en su emoción, Ashley liberaba inadvertidamente.
—¿Qué pasó?
—Ese, ese, ese —sin dejar de llorar, y sin apartar la cabeza del hombro de William, Ashley señaló hacia donde estaba el muchacho moreno—, ese tonto me dijo, me dijo que…
—Yo sólo le dije que si no quería sentarse a cenar por sus poderes, podíamos ayudarla —exclamó el joven defensivamente—. Nosotros sabemos lo que se siente no controlar tus poderes y que se te salgan en cualquier momento.
—¡No es cierto! —gritó Ashley, volteando a ver al muchacho con furia. William sintió una fuerte descarga recorrer su cuerpo, pero resistió su deseo de quejarse—. ¡Me dijiste que era tonta!
—¡Yo nunca dije eso! —replicó el joven, sus ánimos también encendidos—. Yo sólo dije que…
—Roberto —con tanto barullo, William ni siquiera había notado la presencia del profesor —, no alteres más las cosas peleando tú también —el profesor esperó hasta que Roberto se sentó en una silla y se tranquilizó para continuar—. Ahora, exactamente qué fue lo que sucedió.
—Ashley quería cenar con su traje de hule puesto —ofreció la niña de colitas como explicación—. Roberto le dijo que no era necesario que lo usara dentro de la mansión y que si temía que se le escaparan sus poderes, él le explicaría cómo controlarse. Ashley le dijo que no necesitaba ayuda y que usaría el traje, y Roberto replicó que se veía tonta con esa cosa puesta.
—¿Es cierto eso? —preguntó el profesor al azorado Roberto.
—Yo, bueno, es que… ah, sí, profesor, eso dije, pero le ofrecí disculpas de inmediato, en serio.
—¡Ni creas que con eso resuelves las cosas! —Ashley, su furia renovada, se había soltado de William y una vez más su cuerpo vibraba con la energía que emanaba. Impulsivamente, se abalanzó hacia Roberto. Sin embargo, antes de que diera siquiera dos pasos, William la sujetó de la muñeca con firmeza. Instintivamente, Ashley dejó escapar una descarga que quemó la piel de William, pero él no disminuyó su fuerza. Antes bien, su rostro reflejaba severidad. Incapaz de controlar su poder, la joven se limitó a ver a los ojos a su amigo.
—No, Ashley, ya basta, no puedes seguir con esto.
—Pero William, yo…
—Dije que no. Ya me cansé de que ataques a todo ser que se te ponga enfrente. Vas a calmarte y dejar en paz a estas personas, ¿entendiste?
Después de ver lo volátil del temperamento de Ashley, los jóvenes mutantes creyeron que se enfadaría otra vez e inconscientemente retrocedieron un paso. Para su sorpresa, la rubia muchacha logró controlar su energía, se relajó y bajó la mirada en actitud de rendición. El rostro de William se suavizó.
—William, quiero irme de aquí.
—Lo sé, Ashley, nos iremos lo más pronto posible, te lo prometo.
—¿Por qué no nos podemos ir ahora?
—Porque no tengo auto —respondió William, sonriendo a pesar de sí mismo.
Ashley subió la vista.
—Necesito alquilar uno para que regresemos, pero a esta hora ya cerraron las agencias.
—Lo había olvidado.
—Bueno, sé que nunca te gustó mucho mi auto, pero de ahí a olvidar su repentina y violenta destrucción, creo que es demasiado —exclamó William, y por primera vez, Ashley sonrió.
—Estas personas sólo quieren ayudarnos —siguió—. Sé que te es incómodo estar aquí, pero los necesitamos para regresar a casa. Te lo pido como un favor: ¿podrías quedarte con ellos, sólo hasta que consiga otro auto?
Por unos segundos que parecieron eternos, todos esperaron inmóviles. Finalmente, con un movimiento casi imperceptible, Ashley asintió.
—Pero no quiero cenar con ellos.
—De acuerdo —consintió William, y volteó a ver al profesor—. Profesor, ¿le molestaría si nos retiramos a nuestra habitación sin cenar?
—Por supuesto que no, adelante.
Aún sujetando la mano de Ashley, pero ahora con suavidad, William la guió hacia la escalera e hizo memoria para recordar cómo llegar a su habitación. Una vez ahí, la exhausta muchacha cayó rendida en su cama y se quedó profundamente dormida. William, su firme actitud reemplazada con una de desesperación, le puso una cobija encima, apagó la luz, se sentó en el piso junto a su propia cama, y pensó.
