Era cerca de la medianoche cuando el profesor Xavier se dirigió a la biblioteca del instituto, con tal sigilo que, de haber estado despiertos, sus alumnos no lo habrían escuchado. Hace unos momentos había ido a ver a Kurt, que ahora dormía plácidamente y sin dolor. Había tantas interrogantes en su mente, que Xavier deseaba irse a dormir lo más pronto posible para refrescarse y encontrar la perspectiva correcta de las cosas. Sin embargo, no se retiraría hasta resolver un importante asunto que requería su inmediata atención.
Lentamente, sin hacer ruido, la silla de ruedas controlada por un motor especial cruzó la entrada de la biblioteca y se acercó a uno de los sillones más cercanos a la chimenea, cuyo alegre fuego iluminaba la habitación con destellos de naranja y rojo. Ahí, en ese sillón, se hallaba una solitaria figura, la única otra persona despierta en todo el instituto, tan absorta en sus pensamientos que no se percató de otra presencia en la biblioteca hasta que el profesor estuvo a pocos metros de distancia y escuchó la vibración del motor. Con un pequeño brinco, la figura se asomó por un lado del alto respaldo.
—¿Profesor Xavier?
—Es un poco tarde para que estés despierto, William.
—Lo lamento, no era mi intención entrar sin permiso, me iré de inmediato.
William hizo el ademán de levantarse, pero el profesor se acercó y puso su mano en el hombro del chico.
—Tranquilízate, no hiciste nada malo, puedes estar aquí el tiempo que quieras.
Confundido, William volvió a arrellanarse en el sillón sin decir palabra. El profesor pasó junto de él y se colocó en frente para poder hablar cómodamente.
—Acabo de ir a ver a Kurt.
—¿Cómo se encuentra?
—Mucho mejor, ahora está durmiendo.
—Me alegro.
El profesor dejó que William se acomodara mejor en el sillón antes de proseguir.
—Kurt me comentó que deseabas hablar conmigo. En parte por eso viniste hasta aquí.
William alzó la vista y sus ojos se encontraron con los del profesor. Por un momento estuvo a punto de revelarle su secreto, de contarle todas las penas que llenaban su alma de sufrimiento, pero el instante fue reemplazado por el temor, por ese temor de empeorar las cosas, de dañar aún más a Ashley. El muchacho bajó una vez más la vista.
—No, no era nada importante.
—¿Estás seguro?
—Sí, no se preocupe.
El profesor no necesitaba leer la mente de William para descubrir la mentira por lo que era, pero decidió no presionar el asunto por ahora. En cambio, miró de reojo la mano derecha de William, que tenía claras muestras de quemaduras.
—Necesitas curarte esa mano.
William miró con indiferencia las quemaduras y escondió la mano en el brazo del sillón.
—No es nada.
—Esas ampollas dicen lo contrario. Anda, permíteme curarte, aquí tengo lo necesario.
Para ligera sorpresa del chico, el profesor sacó un pequeño botiquín de primeros auxilios de un cajón de uno de los tantos escritorios que amueblaban la biblioteca. Con mano experta, al parecer acostumbrado a curar heridas de ese tipo, el gentil hombre lavó las quemaduras, las desinfectó, les puso un ungüento especial y finalmente vendó la mano. William se dejó curar sin quejarse, como si aceptara el dolor como parte de su vida, lo cual no pasó desapercibido a los alertas ojos del profesor, el cual, mientras terminaba de curar las heridas, decidió llevar la conversación a otro punto.
—Ashley y tú son muy unidos, ¿no es así?
William miró al profesor, pero no contestó.
—Lo digo por la forma en que Ashley se controló al verte. Es normal que al enojarse pierda el control de sus poderes, pero cuando te acercaste a ella, de algún modo logró detenerse, aun a pesar de su ira.
—Ashley es una buena niña —replicó William, ligeramente a la defensiva—, sólo es algo temperamental. Necesita que la mantengan con los pies en la tierra.
—Aun así fuiste muy valiente al enfrentarla de ese modo. Ninguno de mis alumnos se atrevió a acercarse, y uno de ellos tiene poderes similares a los de Ashley, pudo haberla detenido de haberlo intentado. Listo, ya terminé, no es tan buen trabajo como el que hiciste con Kurt, pero sanarás.
William observó su mano vendada por unos momentos, considerando las palabras del profesor. ¿Valiente? Ja. Si el profesor Xavier supiera la verdad, probablemente lo llamaría el mayor cobarde del universo. Porque eso era, un cobarde. No había otra palabra para describirlo. Un cobarde que había decidido terminar con su vida antes que enfrentar sus problemas. Y en su cobardía, en su estupidez, en su egoísmo, había arruinado la vida de Ashley también.
—No soy valiente —murmuró William.
—¿Como dices?
Demasiado tarde se dio cuenta de que había dicho eso último en voz alta. Tratando de explicarse, añadió—: Quiero decir, lo que hice no fue un acto de valentía. Sabía que Ashley no me dañaría, es todo. Es sólo que no sabe controlar su confusión. Supongo que ella y yo nos parecemos.
—Ya veo —el profesor meditó un poco estas palabras y el significado oculto que podrían tener. Sin embargo, si algo había entendido de esta conversación, no lo mostró abiertamente, sino que se limitó a sonreír plácidamente al muchacho—. Es hora de dormir, William, mañana te espera un largo día y es mejor que descanses —dicho esto el profesor puso en marcha el motor de su silla y se encaminó hacia la puerta, una vez más apretando levemente el hombro del chico al pasar. Pero antes de cruzar la puerta, la silla se detuvo y el profesor agregó—: Si en algún momento deseas hablar conmigo, aun si no es importante, con gusto te escucharé.
William se asomó por encima del respaldo de su asiento para ver al profesor, sospechando momentáneamente que tal vez había leído su mente. Sin embargo, el profesor Xavier ya había cruzado la puerta y se había perdido entre las sombras.
—No te resistas más, Kurt, sabes que al final perderás.
—¿Quién eres?¿Por qué sigues atormentándome?
—Porque te necesito, Kurt, necesito la información que hay en tu mente, pero más que nada, necesito que seas parte de mi ejército, y para eso, debes volver.
—¿Volver? ¿A dónde? No, no quiero volver, no, el dolor es insoportable, no quiero…
—Ven a mí, Kurt, vuelve con tu maestro, vuelve con aquél al que le debes lealtad… vuelve con los tuyos.
—Déjame en paz, no volveré a caer, no podrás controlarme.
—Vuelve, Kurt…
—¡DÉJAMEEEEEEE!
Con una violenta sacudida, Kurt Wagner volvió a la realidad. Jadeando, apenas con la fuerza suficiente para sentarse, el mutante trató de orientarse en la oscuridad de la enfermería, mientras trataba de comprender el sueño que acababa de tener. Al menos, lo consideraba un sueño, pero muy dentro de él, el chico azul sabía que no lo era. Con un maestro como el profesor Xavier cerca, uno aprendía a distinguir un contacto psíquico de un sueño. Sin embargo, había algo diferente. Más que un contacto, Kurt sentía una intromisión en su mente, una especie de llamado que era estaba obligado a responder, pero que, si lo hacía, sería desastroso para todos. Hasta ahora, la gran fuerza de voluntad que desconocía que tenía lo había ayudado a resistir el llamado, pero a un alto costo, pues el esfuerzo drenaba su fuerza y el dolor de cabeza que le provocaba era más de lo que podía soportar. Y esta vez el contacto había sido más largo, más fuerte, más insistente. Más doloroso. Kurt tenía miedo de volver a dormir, pues sabía que, si volvían a entrar en su mente, esta vez no tendría la fuerza para resistir.
—Wunderbar —exclamó lacónicamente, pues sabía que tampoco podría resistir toda la noche despierto. Ya podía sentir el cansancio apoderándose de él y obligándolo a recostarse de nuevo. Tenía que hacer algo, y pronto, antes de que su cuerpo se sumiera en la inconciencia. ¿Tal vez si llamaba a alguien?
—Ven a mí, Kurt Wagner, deja de luchar y vuelve.
Las últimas palabras que Kurt pronunció, antes de volver a quedarse dormido, fueron casi un susurro: sí… maestro.
