-Progreso-
IV. Latido
Miró el edificio de arriba abajo. Era grande y, si era sincera, tenía un aura medio siniestra, aunque solo fuera el exterior. Tragó saliva, nerviosa. Se había aventurado demasiado al decir que le daba igual visitar aquella base.
Los Toros Negros siempre habían sido conocidos por ser caóticos, desastrosos y, algunos, hasta misteriosos. Era normal que se sintiera así realmente. Pero lo que más miedo le daba no era lo que hicieran en sí, sino no causarles buena impresión. Charlotte sabía que esos chicos eran especiales. Sabía que Yami los quería profundamente, que eran prácticamente su familia y no quería que pensaran que no era demasiado simpática. Ella era una persona que no había tenido amigos durante su infancia ni su adolescencia. No fue hasta que entró a las Rosas Azules y escaló hasta el puesto de capitana que pudo confiar un poco en los demás y ser más como verdaderamente era. Por ese motivo, no se le daba demasiado bien relacionarse con la gente, así que temía no caerles bien.
Negó con la cabeza. No quería actuar de forma insegura con esos chicos, así que lo mejor era poner la mente en blanco y hacerlo todo por inercia, para evitar así los nervios que esa situación le producía. Sin embargo, falló en cuanto, justo antes de tocar a la puerta, alguien la abrió sin que ella lo esperase. Dio un par de pasos hacia atrás y sintió sus mejillas algo calientes.
Cuando la puerta se abrió por completo, observó a Asta mirándola mientras le sonreía.
—¡Hola, Capitana Charlotte! He sentido tu ki y he venido directamente a abrirte. Ya nos había avisado el Capitán Yami de que vendrías hoy, así que estaba atento.
—Oh, gracias… —respondió ella, de una forma mucho más tímida de la que le hubiera gustado usar.
—¡Pero no te quedes ahí! ¡Vamos, pasa! —exclamó con júbilo el chico mientras se hacía a un lado.
Charlotte entró con algo de duda. Observó la sala principal. Era todo… un completo caos. Había dos chicos peleándose, una chica escondida detrás de un joven alto, la bruja de pelo rosado bebía y los demás o reían de forma desaforada o comían o simplemente hablaban a gritos. Se llevó la mano a la frente con agobio. Eso iba a ser mucho más complicado de lo que pensaba.
—Hola, chicos. ¿Qué tal…? —susurró, rogando que nadie la oyera.
Pero no fue el caso. Cuando el tenue hilo de voz escapó de sus labios, absolutamente todos los que estaban en la sala se voltearon a mirarla. Al segundo, ya los tenía enfrente para interrogarla.
—Capitana, ¿eres novia del Capitán Yami?
—¿No-no-novia?
—¡Claro que lo es, Grey! No estaría aquí si no lo fuera.
—En realidad, creo que también quiere ser nuestra amiga.
—¡Ha venido a luchar! ¡Elígeme como contrincante! ¡Cuando el Capitán Yami y tú tengáis hijos, lucharé contra ellos y los venceré!
—¿Hi-hijos? —preguntó la mujer con el rostro completamente sonrojado.
—Mmm, serían guapos si se parecieran a la Capitana Charlotte.
—Cierto, los genes del Capitán Yami no son tan buenos.
—Pero primero tendrán que casarse, ¿no?
Charlotte, sobrepasada por todos los planes que le habían hecho en un segundo, dio dos pasos hacia atrás. Todavía no era demasiado tarde para irse. Era una experta en huir, así que podría hacerlo rápidamente y ya le explicaría a Yami que no había podido soportar tanta presión. Sin embargo, finalmente no lo hizo, porque él apareció por detrás de todos los chicos. Solo Asta miró hacia él, algo asustado, probablemente porque había sentido el ki furioso de su capitán.
—¿Sois idiotas? Os dije que os comportarais y ni caso. ¿Es que queréis que no vuelva?
—¡Perdón, capitán! —dijeron todos al unísono.
—Solo queríamos hablar con ella —apuntó Asta.
—¿Preguntándole cosas estúpidas? Venga, poneos a hacer algo hasta que llegue la hora de comer.
Los Toros Negros se dispersaron y Charlotte resopló aliviada. Vio a Yami acercándosele. Le sonrió. Probablemente sabía del esfuerzo que estaba haciendo por seguir allí, aguantando a esos chicos tan revoltosos sin siquiera rechistar.
—Hola. Siento que este haya sido el recibimiento.
—No te preocupes. Son intensos, pero supongo que es algo a lo que me tengo que acostumbrar.
Tras decir aquellas palabras, Charlotte palideció. No quería ser tan directa ni que Yami pensara que estaba presuponiendo o adelantando sucesos entre ellos, pero, al contrario de lo que pensó, la reacción del Capitán de los Toros Negros fue sonreírle y acercársele para hablarle al oído.
—Es verdad. Por cierto, ¿cómo es posible que siempre estés tan guapa?
Charlotte enrojeció ligeramente, desvió la mirada y se escondió un mechón de pelo detrás de la oreja. Todavía no podía acostumbrarse del todo a que Yami le dijera esas cosas y que no fueran en forma de burla. Y no es que no le gustara, pero le daba un poco de vergüenza, aunque a él parecía no importarle, porque lo hacía de forma constante.
—Eh, yo…
—Vamos, te enseñaré la base. Seguro que no es tan bonita como la tuya, pero tiene su propio encanto —interrumpió rápidamente para cambiar de tema.
Yami le enseñó la base a Charlotte, comieron todos juntos y, tras algún rato más, la Capitana de las Rosas Azules anunció que era hora de irse.
La acompañó hasta fuera de la base tras despedirse de sus chicos. Aunque la había visto un poco incómoda al principio, después fue soltándose paulatinamente y estaba seguro de que pronto congeniaría con todos muy bien. Ellos la aceptarían sin dudar, porque sabían que lo hacía feliz y eso era lo único que importaba.
—Nos vemos pronto, ¿verdad?
—Sí. Donde quieras. En fin, me voy —dijo Charlotte algo nerviosa porque no sabía bien cómo debían despedirse.
La última vez que se habían visto a solas todo había sido muy intenso. Charlotte no podía esconder sus sentimientos; tampoco quería hacerlo. Pero necesitaba sentir a Yami cerca, así que tuvo que hacer esa artimaña para que él dejara de pensar tanto y actuara más. Obviamente no podían dejar ninguno de los dos de lado los sentimientos de Charlotte, pero no había mentido en ningún momento: ambos se gustaban. Y se alegraba de habérselo transmitido de esa forma y de haberlo convencido. Nunca imaginó que sus primeros besos serían tan apasionados, ni que sus manos se aferrarían con tanta necesidad a su cuerpo y mucho menos que no se limitaría solo a besar sus labios, sino también su cuello con desesperación.
Tuvieron que parar cuando se dieron cuenta de que estaban en el patio bajo la vista de todas las chicas de las Rosas Azules, que no habían perdido ni un solo detalle y que cuchicheaban con emoción ante tal imagen.
—¿De verdad te tienes que ir? —preguntó él con algo de seriedad.
—Sí. Necesito acabar algunos informes.
Yami se rio. Le gustaba mucho su parte más responsable, aunque creía sinceramente que necesitaba aprender a descansar de vez en cuando. Se quedó mirándola de forma intensa, clavándole los ojos en el rostro casi sin parpadear, y ella se dio cuenta irremediablemente. Se sonrojó un poco ante tanta insistencia.
—¿Qué pasa? ¿Por qué me miras tanto?
—Porque eres preciosa, Charlotte. Y yo... soy un hombre muy afortunado —espetó simplemente, sin saber que esas palabras harían que el corazón de Charlotte se acelerara con alegría.
La besó, sujetando su cintura. Notó sus manos tibias sobre su cuello, acariciándolo mientras sus labios se posaban sobre los suyos y se movían; mientras su lengua se adentraba en su boca pasionalmente y sus dientes mordían ligeramente su labio inferior.
Se separaron un instante y Yami le dio un beso en la mejilla. Después, la sintió apoyando la cabeza en su pecho y rodeando su espalda con sus brazos, así que la imitó.
Tras algunos segundos, Charlotte cortó el abrazo definitivamente y lo miró. Le sonrió tenuemente, como ella solía hacer, y su rostro pareció iluminarse con verdad.
—Muchas gracias por lo de hoy. Me ha encantado estar aquí.
—Lo has aguantado bien. Te lo reconozco —dijo él, haciendo que Charlotte riera ligeramente—. Gracias a ti. Puedes volver cuando quieras.
—Lo haré. ¿Nos vemos el sábado?
—Sí.
—Bien. Ahora sí, me voy.
Se dieron un beso más breve y Yami observó a la mujer marchándose. Mientras lo hacía, se sacó un cigarro del bolsillo. Se lo llevó a la boca y lo prendió para luego darle una más que larga calada.
Se quedó mirándola hasta que se perdió de su campo visual. Estar con Charlotte lo hacía tremendamente feliz. Le gustaba verla reírse, alegre, le encantaba su compañía y había descubierto que sus besos eran increíbles y adictivos, y que quería repetirlos en bucle. Quería saber todo lo que tuviera que ver con ella, pasar tiempo a su lado y muchas otras cosas que aún no quería apresurar.
No sabía a ciencia cierta si todo se consolidaría finalmente entre los dos, porque aún era demasiado pronto para afirmarlo con rotundidad, pero sí estaba seguro de algo: sus sentimientos estaban cambiando, se estaban expandiendo y la sensación que tenía con respecto a ello era increíblemente maravillosa.
—Así que así es estar enamorado, ¿eh? —susurró a media voz, aunque realmente se lo preguntaba a sí mismo, justo antes de tirar el cigarro y volver a entrar a la base.
FIN
Córdoba (España), 13 de noviembre de 2022.
