Capítulo I: No pedí volver.

Tocó nuevamente su rostro, tratando de comprender lo que estaba sucediendo, mientras sus últimas memorias le invadían. Recordaba estar en los brazos de InuYasha, sentir las lágrimas caer en su rostro, mezclándose suavemente con las suyas, mientras se sentía feliz a pesar de ser consciente de que nuevamente moriría.

En ese momento, sintió la necesidad de decirle muchas cosas, siendo consciente de que nunca más lo vería, y sabía que él deseaba lo mismo. Sin embargo, ninguno de los dos fue capaz de pronunciar las palabras que los quemaban. Pero eso no la hizo sentir tristeza porque entre ellos siempre sobraban las palabras y sus miradas decían todo lo que sus corazones atesoraban. Finalmente, en un acuerdo silencioso, sus labios se unieron en un beso que había anhelado tanto o más que su venganza contra Naraku.

Después sintió paz. Fue abrazada por la tranquilidad que siempre había ansiado.

—InuYasha —un susurro escapó de sus labios, mientras su mano se posaba sobre su pecho ante la sorpresa que le generó el hecho de que su corazón estuviera latiendo. Muchos años habían pasado desde la última vez que recordaba haberlo sentido, siendo esta cuando se resquebrajaba por la supuesta traición de InuYasha. Sin embargo, en ese momento, volvía a latir gracias al amor que aún conservaba.

En ese momento, cayó en cuenta de algo y apartó la mano de su pecho, observando con curiosidad el recinto en el que se encontraba, mientras se preguntaba si realmente era posible que estuviera viva nuevamente. Si en ese momento era más que una simple muñeca de barro creada para ser manipulada.

Negó mentalmente, ante aquella posibilidad improbable.

Recordaba que Naraku la había asesinado como había deseado. Pero no podía dejar de preguntarse por qué, si había ocurrido, nuevamente estaba anclada aquel mundo que solo le había provocado sufrimiento.

Bajó aún más la mirada, buscando la herida que le había arrebatado su frágil existencia. Sin embargo, en esa área de su cuerpo no había ni siquiera una cicatriz. Su piel parecía, hasta donde alcanzaba a ver por su posición, no conservar ninguna de sus anteriores marcas.

—"¿Qué sucedió?" —miró a su alrededor, tratando de encontrar alguna pista que respondiera su duda. Pero parecía estar completamente sola, descansando sobre una roca fría, dentro de una cueva—. "¿Otra bruja?" — al pensar en esa posibilidad, empezó a temblar por la furia que invadió su cuerpo.

Haber sido arrebatada nuevamente de su descanso eterno, para ser utilizada como un objeto, provocaba que aquellas pasiones negativas que, generalmente intentaba controlar, se esparcieran por su ser como un veneno ardiente.

Se levantó, dispuesta a encontrar a la persona que había osado perturbar su descanso. No obstante, sus piernas no le respondieron, cayendo al suelo. Intentó erguirse, pero sentía su cuerpo pesado, como si cadenas gruesas tiraran de el para mantenerlo inmovilizado. Sin más opción, empezó a arrastrarse paulatinamente, encontrando en su camino restos de una sustancia blanquecina que se oscurecía lentamente hasta desaparecer.

A pesar de sus deseos, no pudo analizar más a fondo la situación porque unos pasos captaron su atención. Razón por la cual levantó la vista, encontrándose de frente con un ser que claramente no era humano, a pesar de tener una apariencia similar a la suya.

El ser que se mostraba ante su presencia, era un hombre de cabello negro hasta la cintura, con unos símbolos extraños de color azul a cada lado de sus mejillas y que recorrían su cuerpo desnudo.

—Finalmente despertaste —el demonio rompió el silencio, con un tono de voz parco, mientras la analizaba con esos ojos rojos que le recordaban a aquel demonio que había aborrecido.

— ¿Quién eres? —inquirió, mientras intentaba enderezarse, pero su cuerpo aún se sentía extremadamente pesado—. ¿Qué quieres? Responde —demandó cuando el demonio eliminó la distancia que existía entre sus cuerpos.

—Eso carece de importancia… por ahora —respondió sin variar su tono de voz. Y, seguidamente, la levantó sin mostrar ningún esfuerzo, y acercó sus rostros hasta que sus narices se tocaron—. Lo importante es lo que tú vas a hacer por mí, sacerdotisa.

Ante ese contacto, Kikyou no pudo evitar mostrar una expresión de repulsión, mientras se preguntaba como un asqueroso demonio se atrevía a tocarla. Sin pensarlo, alzó la mano y, a pesar del asco, se aferró en el brazo que la aprisionaba. Recordándose que los demonios merecían ser purificados o enviados al único lugar donde deberían tener permitido habitar; el infierno.

Sin embargo, nada sucedió.

Y, antes de que pudiera comprender lo que había sucedido, una mano se aferró a su cuello, elevando su cuerpo aún más.

—No soy estúpido —su tono de voz no había variado, pero la forma en que la observaba era más penetrante—. Me aseguré de que no pudieras utilizar tus poderes espirituales.

— ¿Qué… quie…res? —a pesar de que no podía respirar, trató de no alterarse y obtener información que le fuera de utilidad, dejando momentáneamente de lado el objetivo de querer liberarse.

—A ti —el demonio sonrió a causa del placer que le causaba ser testigo de cómo la vida escapa de aquellos ojos tenaces mientras apretaba más fuerte. Pero no lo suficiente para matarla.

La necesitaba.

Kikyou empezó a sentirse mareada, observando como todo a su alrededor se tornaba negro y, por instinto, ansió soltarse, pero nuevamente fue inútil. Las garras se hundían sin miramientos en la piel de su garganta. Sin poder evitarlo, sus ojos se empezaron a cerrar mientras sus brazos se dejaban de moverse a su voluntad. Sin embargo, mientras era arrastrada a la oscuridad, alcanzó a sentir una presencia. Una que conocía perfectamente. Hizo un esfuerzo sobrehumano para que sus párpados se levantaran una vez más, y finalmente pudo distinguir la mancha roja que se movía en la dirección en que se encontraban.

—"InuYasha" —no podía observar con nitidez, pero estaba segura de que era él.

—Un hanyou —alcanzó a escuchar la voz del demonio, pero esta vez su tono de voz había variado. Ese ser claramente se sentía asqueado a causa de la nueva presencia—. Una insignificante criatura como tú ¿Osa interrumpirme?

A pesar del golpe que recibió su cuerpo cuando fue soltado, Kikyou no tuvo fuerzas para quejarse.

— ¡Maldito! —escuchó su voz. InuYasha estaba enojado—. ¿¡Cómo te atreviste a tocarla!?

Alzó la cabeza con un poco de dificultad, observando como InuYasha se lanzaba hacia el demonio con su espada desenvainada. Pero el demonio esquivó fácilmente el ataque, y con una cola de serpiente, que antes no poseía, lo golpeó, lanzándolo fuera de la cueva para posteriormente tomar ese camino.

Al ver la situación, Kikyou empezó a arrastrarse hacia la salida. A pesar de su estado, no podía permitir que el demonio le hiciera daño. Cuando ya estaba llegando a su destino, escuchó un fuerte estruendo y, temiendo por la seguridad de InuYasha, apresuró sus movimientos lo más que pudo. Ni siquiera le importó que su piel empezara a arder.

Cuando finalmente pudo divisarlo, sintió alivio al observarlo cerca de un río, con su espada aún levantada, buscando seguramente al demonio. Intentó llamarlo, pero la voz no parecía tener la fuerza suficiente para abandonar sus labios.

—InuYasha —después de varios intentos, finalmente pudo emitir un débil llamado, suficiente para la audición desarrollada del hanyo, quien giró en su dirección.

Se miraron por algunos segundos. InuYasha aún no parecía dar credibilidad a lo que sus ojos le mostraban. Sin embargo, cuando Kikyou intentó moverse nuevamente, sin pensarlo y todavía anonadado, corrió a su encuentro.

—Kikyou —su corazón latió más fuerte al escuchar su nombre en ese tono de voz que amaba—. ¿Estás bien? —el haori rojo cayó con delicadeza sobre su cuerpo, y sonrió cuando el olor de InuYasha la acogió.

Observó sus ojos cuando la tomó en brazos y, como el día que había muerto, le dedicó una sonrisa, que le demostraba lo feliz que la hacía verlo una vez más.

—InuYasha… viniste —levantó la mano, tratando de tocar la mejilla del mencionado, pero su mano cayó lánguidamente antes de que pudiera lograr su cometido. Se sentía muy cansada, por lo cual sus ojos se cerraron nuevamente sin que pudiera evitarlo.

Pero estaba feliz de estar nuevamente en los brazos de su amado.

InuYasha se aferró a su pequeña figura, dejando escapar algunas lágrimas mientras se perdía en el olor que desprendía el cabello de Kikyou.

Finalmente, la había salvado como tantas veces se lo había prometido… y querido.