Disclaimer: Esta historia y sus personajes no me pertenecen. La historia es de Novaviis y los personajes son de Rumiko Takahashi, yo únicamente traduzco.

Enciéndeme un farolillo

Capítulo 1

Aquella noche llovió. Largas horas después de que Inuyasha la hubiera sacado del pozo devorador de huesos, tras las reuniones llenas de lágrimas y los años con los que tenían que ponerse al día, había empezado a llover. Las nubes llegaron con la tarde, bajando de las montañas y trayendo consigo una suave lluvia. Dentro de la cabaña de Kaede estaban secos, abrigados y juntos, y hablaron alrededor del hogar hasta que se fue la luz del día. A decir verdad, Inuyasha no podía recordar una palabra de lo que se había dicho en toda la tarde. Se había pasado cada segundo de ella incapaz de apartar los ojos de Kagome. Kagome, que estaba allí, sentada a su lado, con su muslo tocando el suyo. Kagome, a quien había visto por última vez apartándose del abrazo de su madre, apoyándose sobre el borde del pozo y gritando su nombre. Kagome, allí, tan animada e impresionante que Inuyasha luchaba por convencerse de que no estaba soñando. A menudo, ella notaba su mirada y sus ojos brillaban con lágrimas frescas incluso mientras sonreía y le apretaba la mano.

La lluvia había llegado sin que ninguno de ellos se diera cuenta. Miroku y Sango apenas podían soportar separarse de su amiga, medio temerosos de que fuera a desaparecer para cuando llegase la mañana. Sin embargo, las gemelas se estaban cansando y habían querido volver a su propio hogar antes de que la lluvia se volviera demasiado intensa. Con despedidas casi tan emotivas como sus primeros saludos de aquel día, se encaminaron por la aldea con niños adormilados siguiéndolos. Pronto, Kaede, Rin y Shippo se retiraron a sus camas para dormir, aunque Shippo optó, por el bien de los viejos tiempos, por dormir profundamente en el regazo de Kagome. Kagome parecía perfectamente contenta con dejarle.

Apoyado contra el marco de la puerta, Inuyasha tenía la mirada fija en la noche, observando mientras el aguacero emborronaba las líneas de las casas y de los campos hasta que pareció que ellos eran lo único que quedaba en el mundo. Una pequeña isla de cálida luz en mitad de lóbrega oscuridad. El fuego ardía ininterrumpidamente, su calor radiaba contra su espalda. Incapaz de apartar la mirada durante demasiado tiempo, los ojos de Inuyasha gravitaron de nuevo hacia Kagome. Estaba todavía arrodillada junto al hogar, avivando el fuego con una varilla de hierro mientras Shippo dormía hecho un ovillo en su regazo. Fue su expresión, no obstante, la que de verdad llamó la atención de Inuyasha: un bajo tirón en su ceño y el borde de su labio inferior entre sus dientes.

—Para con eso —dijo Inuyasha, aunque incluso él tuvo cuidado de hablar en voz baja mientras los demás dormían.

Kagome levantó la mirada hacia él.

—¿Mm?

—Tu labio. —Asintió en su dirección—. Para de mordértelo, vas a hacerlo sangrar.

Al darse cuenta por primera vez de que de verdad lo estaba haciendo, Kagome lo soltó, frunciendo los labios mientras volvía a mirar hacia las llamas.

—Perdón —dijo con un encogimiento de hombros—. Es una costumbre.

—Una mala costumbre.

—No me voy a perforar la piel.

—¿Y cómo lo sabes?

—Creo que me daría cuenta, Inuyasha.

Silencio. Una pausa. Ambos cedieron al mismo tiempo, las miradas fijas se disolvieron en risas apagadas. La madera que estaba ardiendo hizo un ruidoso chasquido, provocando que las llamas se estirasen más hacia arriba. Inuyasha negó con la cabeza, dirigiendo la mirada de nuevo hacia la puerta. La lluvia trajo consigo una fresca brisa, un crudo contraste con el calor seco del interior de la cabaña.

—¿Vas a quedarte a pasar la noche? —La voz de Kagome, incluso siendo un susurro, atravesó el silencio. Inuyasha dejó caer la esterilla de la puerta para que volviese a su sitio, mirándola con confusión. Kagome inclinó la cabeza—. Es decir, sé que está lloviendo, simplemente no estaba segura de si en realidad… te quedabas aquí a menudo, sé que no te gusta… o no te gustaba estar encerrado.

Inuyasha se apartó de la pared, subiendo al suelo elevado.

—¿Bromeas? —se mofó—. No te voy a dar la espalda ni por un segundo. Hasta donde yo sé, podrías volver a caer en otra dimensión. —Mientras decía esto, se sentó con la espalda contra la pared.

Kagome se rio.

—Supongo que es difícil deshacerse de las viejas costumbres.

—No tiene gracia —dijo Inuyasha mirándola amenazadoramente.

—Oh, tuvo un poco de gracia.

Odiaba que ella tuviera razón. Inuyasha mantuvo su mirada amenazadora durante diez segundos completos antes de ceder con un suspiro, separando su brazo derecho de su costado.

—Vale, ven aquí —resopló.

Kagome sonrió ampliamente. Sacó a Shippo con cariño de su regazo, dejándolo en el jergón que sobraba, provocando solo un gemido somnoliento en respuesta por parte del niño kitsune. Ahora libre, Kagome se arrastró hasta Inuyasha y se colocó sonrojada contra su costado. Su brazo la rodeó, atrayéndola mientras ella apoyaba la cabeza contra su hombro. Inuyasha se sintió tan completo en ese momento que fue asombroso que hubiera dormido una sola noche sin ella allí. Era estúpido cuánto la había echado de menos. Había recuperado a su mejor amiga, a su Kagome.

Había demasiado entre ellos. Demasiado que analizar en una noche, demasiados años de sentimientos reprimidos. No obstante, sorprendentemente… Inuyasha estaba conforme con aquello. Era algo complicado de entender, pero tenía a Kagome allí otra vez. Tenían tiempo. No había prisa. El tiempo los había cambiado a ambos y haría falta tiempo igualmente para volver a conocerse el uno al otro. Esa noche estaría dedicada a las preguntas crudas, y eso era suficiente.

—¿Lo intentaste alguna vez? —se descubrió preguntando Inuyasha antes de que la idea se hubiera formado del todo en su mente.

Kagome no necesitó aclaración.

—Claro que lo intenté —murmuró, jugueteando con los bordes de la manga de él—. Intenté ir tras de ti en cuanto… —Se le atascó la voz—. Pero no pude pasar. Lo intenté tanto… Me torcí el tobillo solo por intentar saltar dentro.

Inuyasha la abrazó con más fuerza, presionando su rostro contra su coronilla, respirando aquel aroma dulce y embriagador. Kagome dejó que la manga de su traje volviera a su sitio, su mano, en cambio, subió hasta apoyarse dubitativamente sobre su corazón.

—¿Qué hay de ti? —preguntó. Él aún podía oír las lágrimas que había intentado contener con tanta desesperación filtrándose en su voz—. ¿Alguna vez te rendiste?

La respuesta de Inuyasha fue inmediata.

—Jamás.

Ella asintió, cerrando los ojos.

—¿Alguna… vez sentiste que deberías hacerlo?

Esta vez, su respuesta salió tras una pausa.

—Sí…

La lluvia aumentó fuera. El retumbar de un trueno en la distancia vibró por el valle. Kagome se movió para ponerse cómoda a su lado, atrayendo sus piernas desnudas. Inclinándose hacia delante para molestarla lo mínimo posible, Inuyasha sacó la manta del jergón y la rodeó con ella. Ella sonrió, contenta y exhausta, mientras se la ponía sobre los hombros, dejando la mitad para tapar a Inuyasha. A su favor, él no la necesitaba, pero Inuyasha la aceptó igualmente.

—¿Echaste de menos estar aquí? —murmuró.

—Sí. —Kagome bostezó contra su pecho. Desde su ángulo, no podía verle mucho la cara. Podía, no obstante, sentir la humedad filtrándose a través de su haori. Inuyasha casi no lo oyó cuando Kagome susurró contra su pecho—: ¿Me echaste de menos?

Debería haberle sorprendido que sus ojos le escocieran y se le desenfocara la vista, cerrándosele la garganta de modo que casi no pudo hablar. De algún modo, no fue así.

—Más de lo que podrías imaginarte.

La única respuesta de Kagome fue un rígido asentimiento antes de que la tensión se drenase lentamente de su cuerpo. En cuestión de minutos, estuvo dormida entre sus brazos. Inuyasha observó cada inhalación como si pudiera grabárselo en la memoria, tan fascinado por su mera presencia que no notó el movimiento al otro lado del hogar.

—Puedo asegurarte, Inuyasha —la voz de Kaede le hizo levantar la cabeza de golpe para encontrar su cariñosa mirada por encima de las llamas—, que no necesitas quedarte mirando a la niña toda la noche. Seguirá estando ahí por la mañana.

Inuyasha ignoró intencionadamente el calor subiendo a sus mejillas.

—Pensaba que estabas dormida —refunfuñó.

—Ya lo veo —contestó Kaede con una sonrisa.

Inuyasha no estaba dispuesto a darle a la engreída anciana la satisfacción de obtener una reacción suya. La miró frunciendo el ceño, pero ambos sabían que no lo hacía con auténtica intención. Kaede se rio silenciosamente mientras se levantaba de su jergón y renqueó hasta un arcón en el otro extremo de la cabaña. Inuyasha la observó un momento, su mirada se vio atraída pronto de nuevo hacia Kagome.

—Sigue sin parecer real —confesó finalmente Inuyasha—. Pero… Sé que esta vez no se va a ir a ninguna parte. Esa parte de nuestra historia se ha terminado.

Kaede se detuvo con sus manos en la tapa del arcón, mirando al medio demonio por encima de su hombro.

—Ninguna de nuestras historias se acaba nunca del todo, Inuyasha —dijo mientras levantaba la tapa—. Solo continúan con diferentes personas. —Kaede se estiró hacia dentro, sacando una manta grande con diferentes trozos de tela cosidos entre sí. Con ello en mano, junto con una aguja e hilo, Kaede cerró de nuevo el arcón y regresó a su jergón.

Inuyasha observó mientras Kaede se sentaba y ponía la manta sobre su regazo. Ahora a la luz, pudo ver que cada trozo de tela estaba bordado de un modo que no había visto nunca antes.

—¿Qué es eso? —preguntó, aunque su atención se vio atraída inmediatamente hacia Kagome mientras esta se revolvía en sueños.

Kaede clavó la aguja en la tela.

—Solo es una historia muy vieja mía. Creo que ya es hora de que la termine.


Kaede estaba cantando en el huerto cuando Kagome se despertó aquella mañana. Fue lo primero que oyó, mucho antes de que hubiera abierto siquiera los ojos. Entre el borboteo del arroyo y los pájaros cantando al amanecer, había una voz avejentada tarareando una melodía que Kagome de algún modo encontraba vagamente familiar. Estaba casi segura de que nunca antes la había oído. La idea se le pasó tan rápido como vino, flotando perezosamente en su cabeza somnolienta. Kagome rodó sobre su costado con un largo suspiro, estirando los brazos por encima de su cabeza mientras sus piernas se enredaban en su manta. Cada mañana se sorprendía por despertarse en su esterilla de bambú, todavía esperando el odioso suave colchón de su habitación de la infancia. Y, cada mañana, Kagome abría los ojos en el humilde interior de la cabaña de Kaede y se pasaba los primeros minutos convenciéndose de que no estaba soñando. El sonido de los pájaros y del arroyo, y la sacerdotisa tarareando distraídamente, era siempre lo que terminaba por convencerla. Sonidos como estos no existían en el Tokio moderno. Kagome cerró los ojos una vez más, abrazándose a la almohada.

Unos pasos ligeros resonaron en la cabaña. Una sombra bloqueó la suave luz del sol de la mañana. Kagome abrió los ojos a regañadientes y chilló al instante, cara a cara con un par de amplios ojos castaños que la miraban fijamente del revés. Retrocediendo, la mente de Kagome tardó un momento en comprender lo que le mostraban sus ojos.

Rin, por su parte, ni se inmutó. Estaba prácticamente doblada de costado, su pelo se arrastraba por el suelo junto a sus pies cubiertos de suciedad.

—¿Kagome? —Arqueó una ceja—. ¿Sigues dormida?

Desinflándose con un ruidoso suspiro, Kagome hundió la cara en la almohada.

—No, ya no.

—Me refería a antes —dijo Rin, encogiéndose de hombros. Parecía totalmente contenta por estar teniendo esta conversación del revés, notó Kagome—. Sí que duermes hasta tarde.

—Mm —gruñó Kagome contra la almohada. Admitiendo finalmente la derrota, se incorporó, apartándose el pelo de la cara—. Supongo que todavía no estoy acostumbrada a despertarme con el sol.

Rin frunció el ceño mientras volvía a ponerse recta.

—¿Con qué sino te ibas a despertar?

—Con nada —dijo Kagome con una sonrisa, bajando los ojos a su regazo mientras negaba con la cabeza.

Afortunadamente, Rin no pareció darle mayor importancia.

—Oh. Bueno, la señora Kaede quiere que te diga que quiere que vayas a buscar alimentos en el bosque esta mañana.

—Ajá. —Kagome bostezó, tapándose la boca con una mano—. Sí, entendido… Kaede, bosque… mm, vale, salgo ahora. —Satisfecha por haber entregado su mensaje, Rin pronto estuvo saliendo a toda prisa de la cabaña y yendo hacia la aldea, dejando la esterilla de la entrada ondeando tras de sí. Kagome estiró los brazos por encima de su cabeza, encogiendo los dedos de los pies bajo la pesada manta antes de liberar la tensión, dejando que sus brazos cayeran a su costado y encorvando la espalda. Se vio tentada de volver a acostarse y a disfrutar de la luz del sol de la mañana temprano que se filtraba desde la puerta, pero al parecer la necesitaban en otro lugar. A través de la pared que tenía detrás podía captar el sonido de tierra y raíces en movimiento proveniente del huerto y una canción ininteligible cantada en voz baja. Muy probablemente la anciana sacerdotisa. Kaede era una mujer testaruda y orgullosa, pero no iba a poder hacer un trabajo pesado como ese durante mucho tiempo más.

Así, se resignó a abandonar la comodidad de su jergón y procedió con su rutina matutina. Había variado ligeramente en las últimas semanas, pero lo principal seguía siendo lo mismo. Kagome se lavó la cara en una jofaina de agua fresca en un rincón y pasó sus dedos mojados entre su pelo. Con eso hecho, se vistió. Admitía que le había llevado un tiempo acostumbrarse a atarse su hakama alrededor de la cintura ella sola, pero para este momento había tenido práctica suficiente para lograrlo. Decidió, no obstante, abstenerse de su primer kimono. Con solo la capa exterior puesta, pudo deslizar los brazos a través de las aberturas y atar las mangas a su espalda. ¿Era lo tradicional? Claro que no. Pero el clima ya se estaba volviendo cálido en pleno verano y a Kagome no le importaba en lo más mínimo.

Pronto, salió a la tenue luz matinal, ajustando el sombrero de paja sobre su cabeza para poder ver con claridad. Con el prístino aire fresco llenando sus pulmones, seguía siendo difícil creer que esta pequeña aldea un día se convertiría en parte de Tokio. Aquel mundo ahora parecía muy lejano. Con la cesta de mimbre equilibrada sobre su cadera, Kagome rodeó la cabaña y fue hacia el huerto.

—¡Buenos días, Kaede! —saludó alegremente.

—Buenos días, Kagome —respondió la anciana con una sonrisa desde la sombra de un árbol al otro lado de la valla. Estaba sentada con la espalda apoyada en el tronco, trabajando en una labor de bordado que tenía en su regazo.

Kagome titubeó un momento. Había asumido que era Kaede la que estaba trabajando en el huerto, pero la mujer parecía que no había tocado una pala en toda la mañana. Kagome se giró hacia el huerto y encontró a Inuyasha inclinado sobre una fila de brotes, con el pelo recogido con un grueso cordón y su traje colgando sobre la valla. Con la cesta de mimbre llena equilibrada sobre un brazo, el hanyou se incorporó y se limpió la frente brillante con el dorso de la mano.

—Buenas —dijo con un asentimiento. Estaba injustamente glorioso bajo la luz de la mañana temprano.

Kagome se descubrió con la mirada fija y le sonrió.

—Buenas —contestó.

Inuyasha metió la mano en su cesta de mimbre, cogió una chirivía y se la lanzó.

—El desayuno.

Kagome tiró la cesta de mimbre a su lado, dejando que rebotara contra el suelo para poder usar ambas manos para atrapar la verdura voladora. Le dirigió una mirada furiosa, intentando no reírse ella misma mientras él se reía disimuladamente de ella. Kagome mordió la punta con fastidio y se apoyó contra la valla.

—¿De verdad estás ayudando en el huerto?

—No lo digas así —dijo Inuyasha—. Ayudo bastante.

Kagome puso los ojos en blanco mientras asentía.

—Creo recordar —comenzó, todavía masticando medio mordisco de chirivía—, hace solo una semana, cuando te viste obligado a quitar la maleza y te limitaste a levantar medio huerto y lo tiraste en el suelo de Kaede.

—¿En serio? No me acuerdo. —Inuyasha se negaba a mirarla.

—Qué raro —siguió Kagome—. Porque también recuerdo que saliste corriendo, pidiendo perdón mientras Kaede te perseguía con una escoba.

Inuyasha nunca tuvo oportunidad de replicar, aunque sin duda retrocedió como si estuviera a punto de hacerlo. La anciana sacerdotisa se rio entre dientes ante el recuerdo, ganándose una acalorada mirada de furia por parte de Inuyasha.

—No te preocupes, Kagome. —Kaede sonrió mientras clavaba la aguja en la tela—. Esta vez estoy aquí supervisando.

Inuyasha se giró hacia la mujer, dejando su cesta llena al lado de ella.

—Sois las dos de lo peor —se burló—. En fin, la vieja bruja se estaba quejando de que le volvía a doler la espalda. Me imaginé que, si arrancaba una sola hoja, se la rompería.

—¡Inuyasha! —protestó Kagome con las manos colocadas peligrosamente sobre sus caderas. No tuvo oportunidad de regañarlo antes de que Kaede sacase un pepino de la cesta y le pegara con él en la cabeza sin levantar ni una sola vez la mirada de su bordado.

Inuyasha hizo un mohín y se frotó la cabeza.

—¿Sabes? Eso era mucho más lindo cuando tenías ocho años.

—No puedes engañarme, Inuyasha —contestó Kaede con calma—. No te hizo daño. Tu cráneo es demasiado grueso como para ello.

—¡Oye!

A pesar del evidente golpe trascendental a su ego, Kagome no pudo evitar reírse. Por lo menos, hizo un pequeño intento por ocultarlo, tapándose la boca con las manos, pero su sonrisa era inconfundible. Ni Inuyasha fue inmune, riéndose entre dientes mientras tocaba en broma la cesta con la punta del pie para volcarla. Kaede volvió a darle un pequeño golpe, apenas mellando su talón con el borde de su labor. Cuando levantó la vista, Kagome lo miró a los ojos y solo durante ese momento pareció que ninguno de los dos estaba respirando. Kagome bajó lentamente las manos de su boca para revelar su radiante sonrisa. Inuyasha exhaló la propia en respuesta, las comisuras de sus labios se suavizaron. Solo colapsaron cuando Inuyasha se aclaró la garganta, apartando la mirada justo cuando se le sonrojó el rostro.

Dejando al hanyou con su ego herido, Kagome saltó sobre la valla, pisando con cuidado por la tierra para unirse a Kaede bajo la sombra del árbol.

—¿Cómo te encuentras hoy? —preguntó mientras se arrodillaba a su lado en la hierba limpia—. ¿Te sigue doliendo la espalda?

Kaede se encogió de hombros, todavía concentrada en su labor.

—Sí. Estos viejos huesos finalmente me están fallando.

—¿Hay algo que pueda hacer para ayudar? —dijo Kagome frunciendo el ceño.

—Lo hay, de hecho. —Kaede se rio mientras volvía a apoyarse contra el tronco del árbol—. Puedes ayudarme respondiendo a un pequeño examen.

Kagome hundió los hombros.

—No estudié para esto.

Inuyasha ahora se rio junto con Kaede. Evidentemente, recordaba sus frecuentes «batallas» con el demonio llamado Examen.

—Creo que lo harás perfectamente —dijo Kaede, sonriendo—. ¿Cuáles son, Kagome, las hierbas que se usan en Medicina para el dolor de espalda?

—¡Oh! —gritó una voz en la distancia desde el camino. Rin llegó corriendo hasta ellos, ondeando una mano por encima de su cabeza mientras la otra aferraba un puñado de flores silvestres—. ¡Esta me la sé! —Sonrió ampliamente, trepando la valla y casi aterrizando sobre su trasero en medio de su entusiasmo por entrar en el huerto.

—Estoy segura de que sí. —Kaede le hizo señas a Rin para que fuera a sentarse a su lado, dándole la mano una vez que se hubo acercado—. Pero Kagome todavía debe aprender por su cuenta. ¿Kagome?

Kagome royó el labio entre sus dientes durante un momento y buscó la respuesta en sus recuerdos.

—Salvia china —comenzó lentamente—, seta Reishi y… ¿Corteza de eucommia? En infusión.

Rin no pudo contenerse más tiempo.

—¡Correcto! —Sonrió ampliamente mientras descendía para sentarse al lado de su cuidadora—. Vas a ponerte al día en un santiamén, Kagome. ¡Ah, Kaede! Encontré estas flores creciendo alrededor del templo, ¿me puedes decir qué son?

Kaede cogió con cuidado el puñado de plantas que Rin le tendía, girando el apresurado arreglo en sus manos.

—Esta —señaló un tallo de capullos sin florecer con una densa pelusa blanca debajo de cada hoja—, es Yomogi. Sus jugos se pueden usar para ayudar a que una herida pare de sangrar.

Rin ladeó la cabeza.

—Y las demás.

—Estas —dijo Kaede mientras golpeteaba el montón contra la punta de la nariz de Rin—, son solo flores. Pero son muy hermosas.

Rin se rio mientras arrugaba la nariz y se inclinó para darle un abrazo a Kaede, teniendo cuidado con su espalda. Cuando se apartó, un grupo de niños de más o menos su edad llegaron corriendo por la calle desde sus propias casas, haciéndole señas para que se uniera a ellos. Rin se puso rápidamente en pie.

—¡Voy a ir al río con mis amigos! ¡Vamos a pescar! —Y tan rápido como había venido, Rin se fue de nuevo como un torbellino.

Kagome la vio marcharse, todavía impresionada de ver a la pequeña, que apenas había pronunciado una palabra cuando se habían conocido, irse corriendo para jugar con los niños de la aldea como otra niña cualquiera.

—Bueno —dijo Kagome con un suspiro mientras se ponía de pie—, tendré esa infusión lista en unas horas, Kaede. —Se encorvó para recoger su cesta—. Hasta entonces, tómatelo con calma.

Kaede le quitó importancia a su preocupación, retomando tanto su bordado como su canción donde lo había dejado.

Farolillos parpadeantes colgando del Árbol
Déjalos que te guíen de regreso a mí
Farolillos parpadeantes llaman para que vuelvas a mí
En las ramas del Árbol Sagrado

Su voz madura y ronca casi se había desvanecido para cuando Kagome llegó a la mitad de los campos de arroz, caminando por los estrechos senderos entre parcelas de aguas pantanosas. Con la cesta equilibrada sobre su cadera, no pudo evitar cerrar los ojos cuando pasó una brisa. El alivio era más que bienvenido ante lo que parecía que iba a ser una mañana de calor. El sol todavía estaba abriéndose paso en el horizonte, la neblinosa alba rosada se filtraba sobre las colinas. Los sonidos de grillos, cigarras y los pájaros de la mañana flotaban desde todas direcciones y, aun así, Kagome seguía asombrada con lo tranquilo que era este mundo. Era un detalle del que se había olvidado en aquellos tres años, atrapada al otro lado del pozo… «atrapada» en una época que debería haber sentido más como su hogar. El zumbido constante de aeronaves, coches y trenes traqueteando en sus vías había dejado un vacío en sus oídos al que Kagome todavía no estaba acostumbrada del todo. No es que realmente quisiera. Sí, esta mañana era casi perfectamente tranquila.

—Inuyasha —Se detuvo en mitad del camino cuando el sonido de ramas agitándose le había sonado bastante cerca—, ¿cuándo planeas mostrarte, exactamente? —Como era de esperar, al mirar finalmente por encima de su hombro lo vio posado en un árbol al borde de la orilla, intentando aparentar una completa indiferencia.

No te estaba siguiendo.

—Sí que lo hacías.

Inuyasha gruñó y se bajó del árbol de un salto, aterrizando hábilmente a su lado.

—Solo, eh, me aseguraba de que Kaede se lo estuviera tomando con calma y de que hoy se quedaba dentro —explicó con las manos metidas en las mangas de su haori mientras intentaba aparentar indiferencia.

Kagome se volvió hacia él con una ceja arqueada.

—Eso no explica por qué me estás siguiendo.

Inuyasha se encogió de hombros y miró más allá de ella, hacia la aldea, moviendo las orejas.

—Pensé que te vendría bien un poco de ayuda con… lo que sea que estés haciendo.

Kagome sonrió y negó con la cabeza para ahorrarle la carcajada a su ego.

—Claro. Venga.

Retomaron el ritmo donde Kagome se había detenido y los dos se encaminaron hacia el bosque. La melódica calma regresó otra vez. Ninguno de ellos dijo nada y ninguno de ellos vio cuándo el otro lo miraba.

Para cuando se adentraron en el bosque, la niebla matinal se había derramado de las colinas y lo había ahogado completamente con rayos de luz entre los árboles. Kagome bostezó y, una vez más, estiró su brazo libre sobre su cabeza, todavía no despierta del todo. Pronto, entraron en un pequeño claro iluminado donde Kagome normalmente tenía más suerte encontrando lo que necesitaba. Dejó la cesta a sus pies y se incorporó, encontrando a Inuyasha mirando a su alrededor a los árboles circundantes.

—Bien —empezó—, ya que estás aquí, puedes conseguirme la corteza. Me lleva una eternidad arrancarla. Las setas son bastante fáciles de encontrar, lo único que será un problema es la salvia.

—Creo que puedo encargarme de conseguir una estúpida corteza —resopló Inuyasha.

Kagome se encogió de hombros y giró sobre sus talones para empezar a buscar las setas.

—Estoy segura de que puedes —dijo, la imagen de la inocencia mientras miraba por encima de su hombro—. Con lo que vas a tener problemas es con la savia.

Inuyasha se mofó, demostrando su bravuconería ante la malvada savia del árbol mientras saltaba hacia el conjunto de ramas que había en lo alto. Kagome levantó la cabeza justo a tiempo para ver un destello rojo desapareciendo entre las hojas. El sonido de él haciendo crujidos en busca del árbol correcto llamaba su atención y luego desaparecía mientras avanzaba por el claro. Pronto, estuvo arrastrándose sobre sus manos y de rodillas, buscando bajo rocas y troncos caídos hasta que encontró un pequeño terreno justo al pasar el claro y en la parte más densa del bosque. Kagome cosechó cuidadosamente las setas que necesitaba, dejando atrás las suficientes para que siguiesen creciendo, las llevó de vuelta al claro y las dejó en su cesta. Había estado a punto de llamar a Inuyasha para ver si había tenido suerte cuando el muy arrogante se dejó caer de los árboles y aterrizó al otro lado de la cesta. No le hizo falta mucho tiempo para ver por qué parecía tan enfadado.

—¡Te advertí sobre la savia! —dijo Kagome con una carcajada.

Junto con astillas de corteza, Inuyasha había regresado con sus manos cubiertas de un líquido denso y pegajoso.

—Cállate —refunfuñó, intentando soltar la corteza dentro de la cesta y fracasando al pegársele a la piel. Gruñó con frustración e intentó sacársela, pero en cuanto la tocaba con una mano, se pegaba a la otra, y así hasta que tuvo el rostro prácticamente rojo de frustración. Kagome también tenía el rostro enrojecido, pero por una razón completamente diferente: se estaba riendo tanto que apenas podía respirar.

—¡Inuyasha! —dijo con una risita, estirándose y agarrándole las muñecas para mantenerlo quieto. Él se detuvo al instante, levantando los ojos de golpe para fijar la mirada en ella inquisitivamente.

Era de nuevo como en el huerto. En cuanto sus ojos se encontraron, se quedaron trabados hasta que uno de ellos volvió a la realidad. Al parecer, era el turno de ella. Kagome le soltó las muñecas un poco demasiado rápido.

—Vamos, eh —dijo tosiendo un poco—, vamos al río para refrescarnos un poco. Va a hacer falta un tiempo para encontrar la salvia china, en cualquier caso, así que por qué no.

Incluso con sus muñecas liberadas, Inuyasha se quedó quieto un momento más antes de volver en sí.

—Vale.

El río estaba a corta distancia yendo por una pendiente desde el claro. Kagome no supo si sentirse divertida o irritada cuando Inuyasha se quejó de que estaba tardando mucho y de que la llevaría si no tuviera aquella porquería en las manos. Ella simplemente asintió y sonrió, y se encontró sumida en sus pensamientos sobre que algunas cosas nunca cambiaban. No había pasado nada de tiempo desde que había regresado. En muchos sentidos, parecía como si nunca se hubiera ido. Era la misma familiaridad reconfortante que la de la esterilla de bambú, cosas sencillas como caminar por el bosque con Inuyasha a su lado y pasar la mañana buscando hierbas.

Kagome había regresado hacía varios meses ya. Era difícil llevar la cuenta sin un calendario, un lujo que no había anticipado echar de menos de su vida moderna. Los pensamientos sobre su hogar a menudo venían acompañados de una aguda punzada de nostalgia, de echar de menos a su familia y partes de su antiguo modo de vida. Pero no se había arrepentido de su decisión ni una sola vez. Su familia lo entendía y no se iban a ofender con ella por eso. Había seguido viviendo perfectamente durante los últimos tres años, nunca se había regodeado en la autocompasión durante días ni se había quedado dormida de tanto llorar, pero no era ningún secreto que nunca había sido verdaderamente feliz.

A eso era a lo que se reducía todo. Lo único que necesitaba. Kagome era feliz aquí.

Mientras bajaban por la orilla hasta el río, Kagome le dirigió una mirada al agua de un azul cristalino y empezó ya a desatarse ansiosamente su hakama (y a fingir ampliamente que ignoraba el rostro de Inuyasha, que igualaba en color a su traje de la rata de fuego). Quedándose con su kimono interior que le llegaba a las rodillas, Kagome se precipitó hacia el agua. No era exactamente un traje de baño, pero funcionaría perfectamente y se sentía más que cómoda alrededor de su compañero hanyou. Con nada más que una sonrisa de regocijo en dirección a Inuyasha, corrió hasta el lecho y saltó dentro, salpicándolo en la orilla.

—¡Eh! —se quejó.

Kagome atravesó el agua y se echó el pelo hacia atrás, pasándose los dedos a través de sus mechones negros azabaches mientras le hacía un gesto a Inuyasha con la otra mano para que se acercara.

—¡Ven!

Inuyasha no hizo intento alguno por ocultar la forma en la que le puso los ojos en blanco, pero empezó igualmente a sacarse el haori. Kagome acababa de contentarse con chapotear en la superficie del agua cuando de repente se encontró con una oleada provocada por un hanyou en fundoshi. Escupiendo agua por la nariz, se pasó la mano por la cara e intentó no reírse mientras lo fulminaba con la mirada.

—¡Inuyasha! —protestó.

Inuyasha salió de golpe a por aire y procedió a sacudirse el pelo, solo porque sabía cuánto la irritaba. Kagome no pudo evitar reírse, sosteniendo las manos en alto en un débil intento por protegerse. Una vez decidió que ella había tenido suficiente, riéndose demasiado como para continuar, en cualquier caso, Kagome metió las manos en el agua para salpicarle en respuesta.

Inuyasha intentó escudarse en vano con su brazo, solo para verse recompensado con su rostro empapado de agua.

—¡Bueno, ya está bien!

—¡Inuyasha, no te atrevas! —chilló Kagome.

Fue demasiado tarde. El hanyou la levantó en brazos y la sostuvo sobre su cabeza con facilidad, incluso mientras ella pataleaba y se retorcía para librarse de su agarre. Él se adentró dos pasos en el agua antes de volver a tirarla al río. Su chillido se vio ahogado por el agua. Cuando emergió de nuevo, saltó hacia Inuyasha, lanzándose hacia él con todo su peso y placándolo hacia el agua.

En cuanto las burbujas se dispersaron y el mundo dejó de dar vueltas, solo estuvieron ellos dos, con los ojos abiertos y sin que los interrumpieran, mirándose con el pelo flotando y haces de luz bailando en el lecho pedregoso, Kagome con sus brazos rodeando el cuello de Inuyasha e Inuyasha con sus manos cerniéndose sobre su cintura. Otra mirada. Otro momento. Aunque efímero. Kagome fue la primera en salir a por aire, respirando hondo para calmar su acelerado corazón. Inuyasha emergió momentos más tarde.

Kagome suspiró, flotando sobre su espalda y moviendo los pies suavemente a través de la corriente.

—Se está tan bien aquí fuera.

—Está bien —dijo Inuyasha, encogiéndose de hombros.

—Gruñón —replicó Kagome, mirándolo por encima del hombro. Se esperaba completamente una contestación ingeniosa, o incluso su rostro lleno de agua, pero fue obvio inmediatamente que su atención estaba en otra parte. Miraba hacia el otro lado del río con las cejas fruncidas y moviendo las orejas.

Kagome imitó su frunce mientras flotaba junto a él.

—¿Inuyasha?

—No es nada. Solo creí oír a alguien cantando —dijo, quitándole importancia, sacudiendo las manos entre su pelo empapado.

Kagome se mordió la comisura de su labio sin creerse del todo la explicación. Sería capaz de diferenciar si lo que oía solo era un aldeano en el bosque. Ni siquiera se habría detenido. Pero si hubiera peligro, también lo habría sabido al instante, supuso. No era nada de lo que preocuparse. Kagome empujó los brazos a través del agua y flotó sobre su espalda arroyo arriba y más cerca de Inuyasha.

Lo sintió cuando pasó a su lado. Un rugido, el estallido de un trueno, la voz de una niña, todo agitándose dentro de su cabeza mientras que en la realidad no oía nada. Una fuerza desconocida la golpeó como un maremoto, irradiando desde un epicentro distante. Abrumada por todo ello, Kagome sintió que le expulsaban el aire de sus pulmones y su cuerpo se vio arrastrado bajo la superficie. Su poder pareció obligarla a salir por un momento de su cuerpo, hasta que de repente se vio detenida por unas firmes manos que la sacaban del agua.

Inuyasha sostuvo a Kagome firmemente, apartándole frenéticamente el pelo de su rostro para poder mirarla a los ojos.

—¡¿Qué diablos ha sido eso?! —exclamó, sus palabras eran bruscas, pero la preocupación estaba clara en su rostro.

—¿Sientes eso? —dijo Kagome con voz entrecortada, tosiendo el agua que tenía en la garganta.

—No siento nada.

Kagome dirigió la mirada de golpe hacia el bosque, atraída hacia la fuerte de energía ondeante… en la misma dirección en la que Inuyasha se había quedado mirando solo momentos antes. Las coincidencias no existían.

—Deberíamos ir a mirar.

Inuyasha arqueó una ceja con impaciencia.

—¿Tú crees? —Aun así, a pesar de su tono de irritación, caminó tras ella hasta la orilla, listo para atraparla por si volvía a flaquear. Los dos se pusieron de nuevo rápidamente su ropa, sabiendo que el calor de la mañana y la brisa los secaría con el tiempo. En cuanto estuvieron ambos vestidos, Inuyasha rodeó la cintura de Kagome con su brazo y saltó a través del río hacia el otro lado. Kagome cogió su mano en cuanto Inuyasha la dejó en el suelo y tiró de él en la dirección en la que estaba siendo atraída.

Este lado del río parecía más denso, el follaje más espeso y los árboles más juntos. Incluso la neblina de las primeras horas del día no se había desvanecido en la fresca sombra. Los dos dieron traspiés por el bosque, ambos a pie a pesar de la habilidad del hanyou de llevarlos más rápido que lo que podría esperar correr siquiera un humano. La fuerza que tiraba de Kagome era demasiado penetrante y delicada como para seguirla a aquella velocidad. No pasó mucho tiempo antes de que ella se detuviera lentamente. La voz de una joven se repetía en todas direcciones, resonando más en la mente de Kagome que en sus oídos.

—¿Oyes eso? —susurró.

—Sí y no —respondió Inuyasha, teniendo cuidado mientras él también miraba más allá de los árboles en busca de la fuente—. Es como…

—Si la oyeras en tu cabeza —terminó Kagome por él, comprendiendo.

Inuyasha asintió, mirando hacia una grieta de luz en el oscuro bosque ante ellos.

—Alguien cantando.

Kagome volvió a darle la mano, aunque esta vez dejó que él fuera delante. Tenía la espalda tensa y las orejas alertas, adoptando una pose protectora mientras caminaba por delante de ella. Fuera lo que fuera, lo tenía en guardia. Eso era más que suficiente para convencerla de proceder con precaución. Kagome parpadeó a través de la luz cegadora cuando entraron en la grieta entre los árboles, sintiendo la mano de Inuyasha tensándose entre la de ella. Cuando su visión manchada por el sol se aclaró y al fin pudo ver de nuevo, su aliento le fue arrancado de sus pulmones, se le contrajo el pecho. No sabía cómo no había reconocido el camino y el bosque circundante. Habían entrado desde una dirección desconocida. Aun así, casi dolía saber que no había reconocido la zona.

El Árbol Sagrado era un monolito, destacando por encima de ellos tal y como lo recordaba. No había estado allí desde el día en que había regresado, siempre un poco ansiosa por volver, como si algo fuera a ser demasiado diferente y demasiado sorprendente. Pero allí estaba, justo donde estaría durante los próximos quinientos años. Kagome se había pasado incontables noches mirando por la ventana de su habitación hacia aquel árbol, intentando imaginarse al chico que había encontrado durmiendo en su abrazo. Había habido noches en las que podía verlo como un fantasma. Nunca tan real, no obstante, como el espíritu que ahora estaba sentado bajo su sombra.

Una mujer joven con traje de sacerdotisa estaba sentada bordando en una raíz ancha y nudosa, o sin darse cuenta o sin verse perturbada por su presencia.

Farolillos parpadeantes colgando del Árbol
Déjalos que te guíen de regreso a mí

Farolillos parpadeantes llaman para que vuelvas a mí
En las ramas del Árbol Sagrado

Sus labios translúcidos no se movían, pero la voz giraba alrededor de ella e iba hacia ellos. Kagome e Inuyasha observaron a la joven, paralizados mientras ella levantaba la cabeza para mirarlos. El asombroso parecido con Kagome, e incluso más con su antecesora, Kikyo, hizo que Inuyasha retrocediera un paso, su mano apretó la de ella. La joven les sonrió durante un largo momento antes de ponerse elegantemente en pie y desaparecer dentro del tronco del árbol. La canción continuó después de que se desvaneciera, un tarareo en el viento que pronto se fue volando.

Kagome fue la primera en romper el pesado silencio que siguió.

—Inuyasha, mira —dijo con una exhalación, yendo corriendo hasta donde la mujer había estado sentada—. Salvia china. —Kagome dejó la cesta a un lado y sacó algunas de las raíces del suelo, sacó la tierra y las metió dentro—. Nos condujo directamente a ella. ¿Quién crees que era? —preguntó.

—Muy probablemente solo un espíritu del bosque —contestó Inuyasha—. Aquí están por todas partes, en especial ahora que Naraku no es un problema. Y ahora, venga. Tenemos lo que necesitamos y Kaede dijo que haría la comida.

—Vale, vale, no te enfades —bromeó Kagome, equilibrando la cesta en su cadera mientras volvía a ponerse de pie—. Deberíamos estar de vuelta en veinte minutos a este paso. Si nos damos prisa, tal vez podamos volver al río lue… ¡eh! —chilló con sorpresa cuando Inuyasha la cogió y la lanzó sobre su espalda. Kagome casi vació su cesta y tal vez lo hubiera hecho si Inuyasha no la hubiera cogido y se la hubiera vuelto a pasar con una sonrisilla. Apenas tuvo tiempo de sostenerla contra su pecho con un brazo y agarrarse a Inuyasha con el otro antes de que despegara a través del bosque. Apenas pudo oírlo riéndose por encima del viento en sus oídos, pero el sonido era como música.

Inuyasha llevó a Kagome por el desgastado camino desde el Árbol Sagrado y hacia la aldea. El mundo pasó destellando en manchas de vegetación y madera, el viento azotaba su pelo. La emoción de esto no se desvanecía nunca. Pronto, estuvieron fuera del bosque y saltando por los campos de arroz bajo el brillante sol del mediodía. Llegó a su fin demasiado pronto mientras Inuyasha ralentizaba el paso ante la cabaña de Kaede. Kagome se bajó de la espalda de Inuyasha, comprobando el contenido de su cesta para asegurarse de que no hubiera perdido nada. Inuyasha, mientras tanto, se rio disimuladamente y le sacó algunas hojas sueltas de su pelo azotado por el viento. Kagome le sacó la lengua y lo hizo a un lado con un golpecito de su cadera. En su lado lejano de la aldea, a Rin se la podía oír todavía jugando en el arroyo con sus amigos.

Cuando Kagome sintió que la mano de Inuyasha rozaba la parte de atrás de su hombro, intentando retenerla y fracasando en el intento, no le dio mayor importancia. Solo un roce en broma, todavía burlándose para que pudiera entrar él primero. Eso era todo. Kagome no le dio importancia a su nombre en la lengua de Inuyasha mientras hacía a un lado la esterilla de la puerta y se adentraba en la cabaña.

—¡Kaede! —trinó Kagome mientras entraba, con los ojos en sus pies mientras se sacaba las sandalias—. ¡Conseguimos las hierbas! Tendré lista la medicina para la cena, pero no me acuerdo de si hay que hervir y machacar la seta… ¿Kaede?

La esterilla de la puerta volvió a quedar en su sitio mientras Inuyasha entraba apresuradamente detrás de ella, oscilando suavemente en la brisa. Todo lo demás dentro de la cabaña estaba demasiado quieto. Se había dado cuenta demasiado tarde. Kaede yacía en el suelo de la cabaña, inmóvil. La cesta de Kagome rebotó inofensivamente contra el suelo cuando se le deslizó de las manos, las hierbas cayeron en las ascuas agonizantes del fuego y asfixiaron la poca vida que todavía quedaba en la habitación.

—No —dijo Kagome con voz ahogada, rompiendo la silenciosa calma antes de la tormenta mientras caía sobre sus rodillas al lado del cuerpo demasiado quieto de Kaede—. No, no, no, por favor… —rogó mientras giraba a la mujer sobre su espalda. Tenía la piel pálida y grisácea, los ojos cerrados y demasiado tranquilos—. ¡No! —sollozó Kagome, apartando la mano de la fría mejilla de Kaede—. ¡No, por favor! ¡Kaede!

Kagome no supo exactamente cuándo se echó a llorar, pero supo que no podía respirar. Encorvada sobre Kaede, su cuerpo tembló con la fuerza de sus gritos quebrados, su voz rota resonó en la serena quietud de la aldea mientras sollozaba una y otra vez que lo sentía. Lo sentía tanto, debería haber vuelto antes, debería haber hecho antes la medicina, debería haberla llevado a su mundo, debería haberla salvado.

—¡Eh, eh! —la voz de Inuyasha se quebró en su oído, sus brazos la rodearon desde atrás y la apartaron del cuerpo de Kaede. Inuyasha guio su cabeza contra su pecho y la abrazó con fuerza, su mano se deslizó arriba y abajo por su espalda—. Kagome, respira. Cálmate, no pasa nada, no…

—¡Podría haberla salvado! —gimió Kagome mientras se giraba en su abrazo y golpeaba sus puños contra su pecho—. No… ¡no deberías haberla dejado! ¡No deberías haberla dejado sola!

Inuyasha no replicó. No contestó, solo abrazó a Kagome con fuerza y dejó que airease su desesperación. Los gritos de Kagome cedieron en alaridos de angustia, sollozó la culpa abrumadora y la pérdida contra el pecho de Inuyasha mientras él la abrazaba como no lo había hecho desde la noche en que había regresado. La noche en que habían estado sentados en esta misma cabaña durante horas, con el fuego crepitando y con preguntas tentativas murmuradas entre uno y otro. Su compasión y ternura mientras la mecía suavemente y pasaba las manos por su pelo la sorprendería cada vez que rememorase este recuerdo en los años venideros… pero, por ahora, solo estaba esto. Su nuevo e irremediable presente.


Nota de la traductora: ¡Bienvenidos a una nueva traducción! Llevo preparándola ya unas semanas y por fin he podido compartirla.

Se trata de un fic de cuarenta capítulos que en su versión original en inglés terminó el año pasado, así que ahora solo dependemos de que yo pueda actualizar semanalmente, como es mi intención. Quiero subir los capítulos los martes (hablo siempre en hora española, así que si algún día actualizo a las doce de la noche es posible que para algunos de vosotros todavía sea lunes), aunque tal vez más adelante lo traslade a los lunes. Os iré avisando en cualquier caso.

Este fic tiene dos versiones: la de FanFiction y la de AO3. Esta última es la más actualizada y la que voy a usar para hacer la traducción. Según tengo entendido, solo los últimos capítulos son iguales en ambas páginas (no sé si ha cambiado para el momento de subir esto), pero os aviso para que lo tengáis en cuenta por si alguno no quiere esperar a que yo actualice y se quiere leer la historia en inglés.

El enlace a la versión original, por cierto, estará en unos momentos en mi perfil. Solo tendréis que eliminar los espacios.

Espero que os haya gustado este capítulo y que me contéis, si queréis, vuestras opiniones.

¡Hasta la semana que viene!