HoLa!!!! Sí, aunque cueste creerlo soy yo!! Despúes de tanto tiempo, por fin volví y les traigo un nuevo capítulo, que espero que haya valido la pena su espera. De verdad debo disculparme con uds, he tenido muchos problemas, entre ellos mi computadora: se me quemó el microprocesador y tuve que cambiarlo, lo cual me dejó sin pc por casi un mes. Pero durante todo aquel tiempo, pude terminar este capítulo. Primero debo aclararles que está dividido en 2 partes, y ésta es la primera; lo hice de esa manera para que no sea tan largo y tedioso de leer, y pr otro lado para mantner el suspenso!! (Que mAlA QuE SoY mUaJaJa!) no se preocupen, no volveré a desaparecer, dentro de un par de semanas estará lista la segunda parte. MUCHAS GRACIAS A TODOS LOS QUE ME ESPERARON!!! Este fue el peor retraso de todos, pero les agradezco de verdad que sigan allí. Un beso enorme y hasta la próxima!!! No duden en consultarme cualuier duda que tengan!! Reviews please!

Capítulo 25, primera parte: "Inhumano"

Decisiones. Todo cuanto hacemos, vivimos y experimentamos desborda en ellas. La vida, el camino que en ella elegimos seguir... Incluso la muerte. Pero, desde luego, ninguna es ciento por ciento correcta. No importa que tan acertadas parezcan, siempre habrá en ellas consecuencias, sean buenas o malas. Y aunque podamos rehacerlas, los vestigios del yerro permanecerán allí, intangibles, recordándonos el mal paso dado. No obstante, aunque sean riesgosas o temibles, es necesario hacer decisiones. De las buenas se disfruta, y de las malas se aprende, para no volver a errar nuevamente. Pero una cosa es segura: en ambas se renuncia; pues es difícil hallar pruebas de lo contrario.

Difícil, sí; pero cierto. Todos perdemos algo al hacer una elección. Pero todo depende del corazón de cada uno. Porque, según dicen, si se toma una determinada decisión, se debe ser capaz de afrontar su lado no tan bonito, el reverso de la moneda. Aquel del que, aunque sea doloroso, peligroso o carente de sentido, debemos salir airosos; pues de esa manera nos hacemos fuertes, para no volver a sufrir de nuevo.

En otras palabras, adquirimos la experiencia, el conocimiento. Y por raro que suene, así es como maduramos. Aprendiendo de nuestros propios errores, y fortaleciéndonos del dolor y de la confusión. Y cuando todo termina nos preguntamos: ¿valió todo esto la pena? La respuesta a esa pregunta se esconde en cada paso que dimos, cambiante todo el tiempo. Y de una u otra manera, siempre será, al final del camino, la respuesta correcta.

Hermione Granger, hundida en aquel sillón bajo la mirada de sus dos mejores amigos, acababa de hacer aquella decisión. Una decisión que la definía, y que definía sus pasos de allí en adelante. Ni siquiera pudo meditarlo, tan repentinamente su mente había cruzado. Aún así, en su corazón sabía que aquello era lo que debía hacer. No importaba cuánto doliese, pues cuando todo acabara, habría valido la pena.

-Herm... Necesitas... ?

-Estoy bien, chicos –irrumpió, regresando a la dolorosa realidad, y esbozando una pequeña y melancólica sonrisa.. –Yo sólo... Voy... A ir a ver a mis padres.

-Te acompaño...

-No...

-En serio. Déjame hacerlo, Herm.

Ella le agradeció con una sonrisa, y sus ojos parecieron denotar un brillo opacado por las lágrimas.

-Bien... Yo debo preparar todo para el ataque. Seguro para esta noche ya estará todo decidido –informó Harry, con la garganta algo obstruída. Dirigió su mirada a la de su amiga y, con el corazón oprimido, se acercó hasta ella y besó su frente con suavidad.

-Te prometo –dijo, bajando la mirada y dirigiéndola hacia sus ojos color miel –que todo este dolor que sientes se irá. Todo acabará muy pronto...

Ella sólo asintió. Sabía que el final se avecinaba, pero temía por lo que éste le tenía preparado.

Caminó junto al pelirrojo por el corredor principal hacia salida. Si Ron no estuviese allí, avanzando a su lado, Hermione se habría perdido en auqel inmenso pasillo. Todo era tan bizarro... el mundo parecía haberse dado vuelta, y transformado toda su vida y lo que ella conocía. Y aunque estuviera rodeada de gente que estaba dispuesta a protegerla, estaba sola.

Sin advertirlo, tomó el brazo de Ron y lo asió fuerte y lentamente. El pelirrojo reaccionó al sentir sus brazos y luego su cabeza apoyada suavemente en su hombro, y la observó calmo, con una pequeña sonrisa en los labios. De ninguna manera podía llegar a sentir la presión y el dolor a la que ella estaba sometida, pero después de tantos años de conocerla, podía ver en sus ojos y descubrir todo aquello que la perturbaba sin tener que preguntar siquiera.

Salieron del edificio y se dirigieron hacia el auto del pelirrojo, siempre en silencio, y arrancaron en dirección al ocaso. Era aún temprano, pero por aquellos pagos londinenses el sol solía declinar con prisa, como un niño ansioso por abriri sus regalos en Navidad. Hermione miraba a través de la ventanilla el paisaje, cambiando de color poco a poco. Las colinas, bajo la luz del distante sol, parecían hechas de oro en polvo, pero ni la belleza sin igual de aquel paraje podía disipar la tensión. La castaña no podía pensar en otra cosa más que en ver a sus padres, y aquello la preocupaba hasta el borde de las lágrimas. El pelirrojo era incapaz de pronunciar palabra; aquella era un de las situaciones que no era muy bueno para manejar. Por fortuna, llegaron al hospital al cabo de unos minutos, y bajaron del auto justo cuando el sol se escondía detrás de aquellas colinas doradas. La enorme, descuidada y antigua tienda detrás de la cual se escondía el Hospital San Mungo de Enfermedades y Heridas Mágicas se erguía destartalada frente a ellos, esperando a que ingresaran. Hermione dirigió una rápida y desganada mirada a sus costados: la gente caminaba con prisa, ensimismada en sus asuntos, sin siquiera molestarse en notar a dos jóvenes que habían sigilosamente atravesado uno de los cristales del local.

La sala de recepción apareció frente a ellos, abarrotada como de costumbre. Aún recordaba la última vez que había estado allí, y esperaba además no encontrarse con Greg el medimago, aunque decenas de ellos se paseaban a su alrededor, portando sus túnicas verde lima y guiando a los visitantes a través del edificio.

-Herm –la llamó Ron entre la gente –Ven... Están en el cuarto piso –agregó, tomando su mano.

La condujo entre la multitud, chocando y esquivando la concurrencia, hasta llegar al ascensor, donde la concurrencia se disipó un poco. Subieron, para sorpresa de ambos aún tomados de la mano, y aguardaron, junto a un par de medimagos, que el ascensor se pusiera en marcha. Hermione respiró hondo. Hubiera dado cualquier cosa porque el ascensor se moviera más rápido. Se mordía suave aunque inquietamente el labio, y Ron al darse cuenta le susurró:

-Tranquila... Ya falta poco.

En efecto, el ascensor se detuvo en ese momento y una voz femenina indicó:

-Cuarto piso, daños provocados por hechizos: Embrujos irreversibles, maleficios, encantamientos mal realizados.

Las puertas plateadas se abrieron y ambos salieron, junto al par de medimagos que los acompañaban. Ron la guió por un pasillo casi deshabitado por completo, a excepción de un grupo de medimagos que escoltaban a sus pacientes en su paseo diario y visitantes que salían de las habitaciones. La muchacha caminaba a su lado, su corazón palpitándole a toda prisa.

-Sesenta... Sesenta... –repetía el pelirrojo por lo bajo, buscando el cuarto en donde los padres de Hermione se encontraban –Sesenta... ah, aquí está: sesenta y cinco.

Se detuvo y puso una mano sobre el reluciente picaporte de plata. Lo giró suavemente, haciéndose a un lado para dejar que Hermione ingresara primero; lentamente, soltó su mano.

Ingresó a la inmaculada habitación, iluminada por una pequeña araña y algunas velas que adornaban la sala. Dirigió su mirada hacia un rincón, donde se erguía un alto florero desbordante de gardenias que perfumaban intensamente el cuarto. Al girar hacia el extremo opuesto de la habitación, una voz cálida y llena de amor la llamó con dulzura.

-Hermione –exclamó una mujer, cuyo rostro apareció rápidamente tras una edición de "Corazón de Bruja", que mostraba una famosa hechicera guiñando su ojo a las lectoras. –Cariño...

-Mamá... –pronunció, con una mezcla de alivio y preocupacion en la voz, dirigiéndose hasta la cama donde su madre se encontraba sentada, y abrazándola con todas sus fuerzas. Ron permaneció allí, en el umbral de la habitación, observando a ambas con una pequeña sonrisa en su rostro. Hermione estrechó a su mamá con fuerza, liberando por fin toda aquella angustia y ansiedad que la había apresado.

-Vaya, mi amor... –dijo la mujer acariciando su cabello con ternura –Me alegra mucho verte a ti también pequeña.

Verlas a ambas era como estar frente a un espejo. Hermione era, sin lugar a dudas, digna hija de su madre. Anne Granger poseía los mismos bucles color caramelo, aunque más cortos, y las mismas suaves facciones en su rostro. Lo único que las diferenciaba era la mirada; hermione había heredado los ojos del mismo dulzor y color de la miel de su padre, y no los calmos y profundos zafiros de su madre.

Se separaron paulatinamente; Anne tomó el rostro de su hija entre sus manos y besó su frente con amor.

-Todo está bien cariño... Estoy bien.

Aún de pie en la entrada del cuarto, Ron comprendió que lo mejor sería dejarlas a solas unos momentos. Se aclaró la garganta, tratando de no sonar demasiado rudo, pero antes de poder excusarse, la madre de Hermione lo llamó.

-¿Ron? ¿Ronald Weasley, eres tú? –inquirió sorpendida al verlo. –No puedo creerlo, ven aquí... -Ron se acercó, también sorprendido y algo avergonzado. –Vaya...mirate. Hacía años que no te veía... –le dijo mirándolo alegre. Lo tomó con suavidad de la mejilla y Ron sintió su rostro arder. Hermione presenciaba la escena divertida, aunque pronto entendió que Ron no lo estaba viviendo de la misma manera.

-Mamá... –musitó ella, conteniendo la risa.

-¿Qué? –dijo ella, aún sosteniendo el rostro del pelirrojo –Oh...

-Yo... voy a la cafetería. Herm, ¿Quieres que te traiga algo? Bien... –agregó ante la respuesta negativa de la castaña. –Hasta luego, señora Granger... –saludó con una sonrisa algo avergozada.

-Adiós, Ron –lo despidió alegre –qué apuesto y alto se ha puesto...

-Tiene 23 años mamá –le aclaró.

-Ya lo sé, pero... bueno, hacía tiempo que no lo veía.

El semblante divertido de la castaña se desvaneció de repente, ocultándose tras uno sombrio, el cual le recordaba el verdadero motivo de su visita.

-Mamá... –dijo, alzando ahora una mirada más dura –Tú...

-Estoy bien, mi amor. Aunque... bueno, este lugar es muy extraño para tu padre y para mí...

-No bromees. Sólo quiero saber... ¿Recuerdas algo?¿Ellos...?

-¿Ellos? –repitió Anne confundida aunque seria. Su hija la miró aún más consternada. –Era sólo uno.

-¿Sólo uno? ¿Y pudiste verlo? ¿Qué fue lo que pasó? –balbuceaba sin poder contenerse, dominada por los nervios.

-Bueno... –comenzó su madre, haciendo un esfuerzo por recordar –habíamos salido con tu padre a tomar aire por el centro, la noche estaba hermosa. En un momento, creímos oir gritos al otro lado de la calle, y tu padre, como el gran curioso que es, se dirigió hacia allá, pero justo cuando se alejaba, oí unos pasos acercándose. Lo tomé del brazo con rapidez, al tiempo que una persona se acercaba hasta nosotros. No pude distinguir su rostro, no sólo porque lo llevaba cubierto, sino también porque tu padre se había colocado entre esa persona y yo, para protegerme. Los gritos seguían, sólo que más distantes, y después de permanecer inmóvil por unos minutos, aquella persona levantó esa... ¿Cómo es que le llaman?

-Varita –completó Hermione con temor.

-Sí, eso... murmuró unas extrañas palabras y una brillante luz roja salió de ella, y golpeó a tu papá en el pecho... –se detuvo, con pesar. Hermione sintió sus manos temblar al oir a su madre. –Yo quedé inmóvil a causa del temor allí, mientras aquel ser se acercaba más y más, hasta que su rostro estuvo a dos palmos del mío, y con una voz gélida me dijo...

-¿Qué?¿Qué te dijo, mamá? –inquirió la castaña ya al borde del abismo.

-Me dijo... que te enviaba su amor –concluyó, levantando la abatida mirada y enfrentando la de su hija. Un duro destello en aquellos zafiros pretendían leer los ojos color miel de Hermione y hallar el significado de aquel mensaje. Un mensaje que a la Gryffindor no le causó precisamente la mejor de las sensaciones. –Esperaba... que tú me aclararas esa frase –completó Anne.

-Yo... no tengo ni la más remota idea de lo que signifique –mintió, sintiendo su corazón levemente oprimido.

-Hermione... –comenzó su madre.

-¿Papá está bien?¿Donde está? –lanzó, buscando cambiar rápidamente de tema.

-¿Dónde está quién? –pronunció una voz grave aunque muy cariñosa que ella reconoció de inmediato.

-Papá –exclamó, llena de una renovada alegría, al voltear y verlo de pie tras ella. Se apresuró a abrazarlo, pero lo hizo con tanto brío que su padre profirió un pequeño quejido.

-Lo siento... ¿Estás bien? –preguntó la castaña con ojos brillantes.

-Sí, mi amor –aseguró éste, aunque llevándose una mano al pecho.

-¿Qué sucedió? ¿En dónde... ?

-Tranquila, Hermione –pidió su padre tomando el rostro de su hija entre sus manos con ternura –Estoy bien, sólo me hicieron unos estudios o algo así... Vaya que este lugar es extraño –agregó mirando a su alrededor con una rara expresión.

-Bueno... es también parte de mi mundo –admitió ella con una sonrisa.

-Lo sé...

-¿Cuánto tiempo más tendrán que quedarse? –inquirió.

-Aquellos... "doctores" nos dijeron que sólo un par de días más, para asegurarse de que no haya secuelas... –informó Anne.

-Tú tampoco... pudiste verlos, ¿no papá? A los que los atacaron.

-No... –admitió Philip Granger, bajando la mirada. –Caí antes de poder siquiera distinguir alguna voz o algun rasgo de aquella persona... Dios quiera que lo detengan... antes de que alguien más salga herido.

Hermione reparó en las últimas palabras de su padre. Él tenía razón. Ya habían sido demasiadas muertes, demasiados heridos. Tenía que acabarse.

-No se preocupen... Alguien lo detendrá –aseguró, sintiendo una extrña fortaleza crecer dentro de ella.

Hermione y Ron dejaron el hospital después de hacerles jurar y re jurar a los padres de la castaña que no abandonarían el lugar, y que permanecerían allí todo el tiempo que fuese necesario para recuperarse... y todo el tiempo que les tomara a su hija y a sus dos mejores amigos asegurarse de que el exterior era lo suficientemente seguro para que salieran.

Así, con un millón de besos e incontables abrazos, los Granger despidieron a su hija, sin siquiera imaginar su destino, ni lo mucho que éste pesaba sobre los hombros de la muchacha. Pensando, tal vez, que la verían al día siguiente, y que nada habría cambiado en el mundo durante aquel lapso de tiempo, y mucho menos en la vida de Hermione. El sol había declinado hacía ya bastante tiempo, y la fría aunque apacible noche los recibió al salir nuevamente por uno de los cristales de aquella maltrecha tienda que camuflaba el centro médico mágico y que se erguía frente a una calle ahora un poco más solitaria. Subieron al vehículo del pelirrojo y se dirigieron de regreso al Ministerio, donde seguro Harry los estaría esperando con noticias. Las estrellas brillaban hermosas en el cielo, forrado de terciopelo azul profundo. La castaña las contemplaba a través de la ventanilla, inmersa en sus pensamientos.

-Te ves mejor ahora –pronunció Ron –quiero decir... ahora que ya viste que tus padres están bien.

-Sí... –suspiró ella con una imperceptible sonrisa.

El pelirrojo tenía razón, Hermione decididamente se veía y se sentía mucho mejor, pero no lo suficiente como para disipar todo aquello que aún atribulaba su mente. Aunque por otro lado estaba también más tranquila, ya que sus padres permanecerían a salvo en San Mungo, y aunque quisieran irse, ella misma se había asegurado de pedirles a los medimagos encargados que se lo impidieran; se pondrían furiosos, pero al menos estarían a salvo mientras ella terminaba lo que había empezado. Notó que Ron tomaba un camino diferente al que siempre tomaban para llegar al Ministerio, y al reconocer la calle por la que transitaban, le preguntó:

-Ron, ¿Qué estás haciendo?

-Mira Herm –comenzó Ron titubeante – voy a llevarte a casa. Tú...

-No, Ron –lo contradijo ésta –Llévame contigo, Harry dijo que tendría noticias para esta noche.

-Sé que quieres verlo muerto, pero ni Harry ni yo queremos que arriesgues tu vida en ello. No lo vale...

-No lo entiendes... –dijo ella meneando la cabeza.

-Sí, lo entiendo...

-No –lo interrumpió –esto es algo que tengo que hacer yo misma. Es mi familia, ustedes, mi vida. Es algo que yo comencé... y que debo terminar –concluyó mirándolo con coraje. –Lo siento... pero nada de lo que digan me hará desistir.

Ron la miró con un extraño semblante en su rostro. Sabía que no podría hacerla cambiar de opinión, pero aún así, sintió que estaba frente a alguien que no sería de ninguna manera fácil de vencer. Podía sentir su fuerza, una fuerza que jamás había imaginado que ella poseería. Retornó su camino y volvieron al Ministerio, ya desolado a esas horas, y se dirigieron sin rodeos a las oficinas del cuartel de Aurors.

La puerta estaba entreabierta y una débil luz se filtraba por las rendijas, marcando a su vez las figuras de 5 personas, cuyos sexos Hermione no pudo distinguir. Ron empujó la puerta con lentitud, provocando que la conversación que mantenían aquellos individuos cesara casi de inmediato.

-Siento el retraso Harry –se disculpó el pelirrojo, asintiendo a manera de saludo.

-No hay problema –aseguró el ojiverde -¿Cómo estaba Herm... ?

Antes de poder completar la frase, la castaña asomó por detrás del pelirrojo. Sus ojos encontraron los de Harry y recorrieron la amplia sala, que poseía en el fondo una alta puerta de roble oscuro que llevaba hacia las oficinas de mando. Estaban en la antesala. Varios rostros la observaban, entre ellos el de Angel y un par más que ella desconocía, incluída la profunda y ambarina mirada de una mujer que no tendría más de 30 años, y que a su vez la observaba con atención.

-Hermione... –murmuró Harry al verla. Se acercó hasta ella ignorando momentáneamente a los demás.

-Estoy bien –dijo ella sonriéndole, antes de que el ojiverde pudiera continuar -¿Qué sucede aquí? –susurró, para que sólo él pudiera oirla.

-Ah... –exclamó, volviendo a enfrentar a los demás –Herm ellos son Lucas Bennet, jefe del Escuadrón de aurors de Italia... –un hombre de unos 40 años y barba poblada la saludó poniéndose de pie y tomando su mano. –William Parcher, del ejército de aurors proveniente de Suecia...

-Un gusto... –Pronunció un joven de cabellos color cobre y mirada taciturna, esbozando una sonrisa cortéz.

-... Y Dawn Sawyer, capitana de la División de Aurors de Albania.

La muchacha sólo se limitó a dirigirle una rápida e inquisitiva mirada, para luego desviarla y volver a concentrarla en un alargado estuche escarlata que yacía sobre un pequeño taburete en el centro de la antesala. La castaña no había prestado atención a aquel objeto, tan velozmente la habitación había recorrido con la mirada. De pronto, sintió una electricidad correr por sus venas, proveniente de aquel misterioso estuche, que la atraía hacia él, y una extraña sensación la rodeó por completo. De alguna inexplicable manera, sentía que aquel objeto, fuese lo que fuese, era poderoso, y más extraño aún, sentía que le pertenecía.

-Ellos van a ayudarnos a detener a Malfoy –le oyó decir a Harry.

Volvió la vista hacia él y asintió al escucharlo. Parecía que acabar con Malfoy era el objetivo de muchos, pero estaba segura de que ninguno de ellos lo deseaba tanto como ella... o lo merecía tanto como ella.

-Hemos decidido –siguió Harry, retornando a un semblnate más duro –Que lo primordial es no perder más tiempo. Dawn y Lucas han hallado la ubicación de los mortífagos, y en especial el grupo al cual pertenece Malfoy. Atacaremos mañana y nos dividiremos en tres frentes –indicó el ojiverde, decidido –Los escuadrones de William y Sawyer formarán el primero; controlarán y acabarán con todos los mortífagos que encuentren en las fronteras de Francia, España y Portugal, para impedir que escapen hacia el sur. El ejército de Bennet vigilará el norte del país e Irlanda del Norte, para poder así acorralarlos y atraerlos hasta nosotros -Los demás aceptaron con una leve inclinación de sus cabezas o un monosílabo sus posiciones de batalla.-Y nosotros –añadió dirigiéndose también a Angel y a Ron –atacaremos el lugar exacto donde se esconden e iremos a por Malfoy.

Luego de oir esto, Hermione fijó sus ojos en los de Harry, como recordándole que ella también pensaba luchar a su lado, pero justo antes de poder recriminárselo, Lucas Bennet hizo oir su voz.

-Muy bien Potter; cuenta con nosotros para derrotarlo, ha sido también nuestro blanco por muchos años. Dawn y yo partiremos ahora mismo, para alistar nuestras divisiones y designar los sectores de batalla. Ustedes deben, sin embargo, establecer el momento justo en que atacarán, pues de esa forma estaremos listos cuando ellos vengan hacia nosotros –solicitó con firmeza, lanzando una rápida mirada hacia Dawn Sawyer, quien a su vez asintió al oirlo.

-Será al ocaso –contestó Harry. –Cuando caiga el sol, lucharemos. –concluyó firmemente.

Luego de acordar los útlimos detalles de la batalla, todos se retiraron, no sin antes jurar que nada los detendría hasta parar a aquellos asesinos, sacrificando sus propias vidas si ello lo requería. El pelirrojo y Harry estaban también a punto de irse, cuando su mejor amiga los llamó desde el fondo de la habitación, con una voz que aunque calmada, resonó en toda la sala.

-No pensarán –comenzó, con la mirada fija en ambos –que me quedaré de brazos cruzados mientras ustedes se encargan de todo, ¿verdad?

-Hermione –dijeron, casi al unísono.

-NO, basta. –irrumpió alzando una mano, gesto que les indicó claramente a los muchachos que era su turno para hablar –Sé lo que van a decir. Que sólo lo hacen para protegerme. Pero ya estoy harta. Yo los adoro chicos, ustedes son lo más importante que tengo; pero no pueden protegerme para siempre. Es hora de que me encargue de mis propios errores, y los repare –terminó, sin desviar la mirada.

El ojiverde adoptó una expresión extraña y, dirigiéndole una mirada acompañada de una indirecta evidente al pelirrojo, quien a su vez se dirigió hasta el umbral y cerró la puerta, se acercó hasta la castaña y tomó asiento frente a ella.

-Bien Herm... Tienes razón. Es hora de que dejemos de sobreprotegerte –pronunció.

-Sabemos de lo que eres capaz, nunca quisimos subestimarte –aclaró el pelirrojo.

-Por eso... Sabemos que más que un asunto entre Malfoy y nosotros... es algo mucho más fuerte entre tú y él. Y aunque estaremos a tu lado durante toda la batalla, sabemos que lo que en realidad deseas es luchar contra él.

El silencio se apoderó de la habitación, dejando a los tres amigos reflexionando en lo más profundo de sus mentes. Algunos instantes después, Harry volvió a hablar.

-Por ese motivo... hay algo que debes saber primero. Malfoy no puede ser vencido usando sólo una varita –la castaña palideció de repente. –el hechizo que le arrebató su alma le confiere también una protección que es imposible de traspasar... y que lo hace casi inmortal.

-Casi –repitió ella esperanzada y atemorizada hasta los huesos.

-Sí, casi. La única manera de derrotarlo descansa entre tú y yo, sobre ese taburete –exclamó, señalando aquel estuche escarlata que tanto intrigaba a la castaña y que a la vez, tanto poder emanaba.

Lo tomó entre sus manos y con suavidad lo abrió. Una deslumbrante y mortal daga de plata con zafiros incrustados brilló ante los asombrados ojos de Hermione. Harry la tomó por la empuñadura con destreza y observó cada centímetro del arma.

-Éste –explicó –es el Puñal de Thesulah. Es muy antiguo y legendario... y es la única manera de acabar con Malfoy.

Harry se la colocó an las manos a la muchacha, bajo la atenta mirada de Ron. Al tomarla, sintió una poderosa energía correr por sus venas como una marea embravecida, desde la punta de los dedos de sus pies hasta el más fino de sus cabellos. Deslizó un dedo por la delgada y extremadamente afilada hoja de la daga. Aquella arma era decididamente poderosa, pero había algo más. Al tocarla, Hermione sintió como si hubiera existido durante todo este tiempo sólo para yacer en sus manos.

-Es... –balbuceó la Gryffindor –siento... siento... como si fuera mía.

El ojiverde la miró sorprendido; aunque sabía que aquella daga era más que poderosa, no tenía la menor idea de porqué Hermione sentía aquella fuerza.

-Al atravesar su cuerpo y su sangre... se romperá el escudo que lo protege, y al volverse vulnerable de nuevo... bueno, la puñalada lo matará al instante –explicó Harry. La castaña sintió un malestar en el pecho, que fue rápidamente sofocado por el placer de una venganza que sería pronto consumada.

-Así que yo sólo tengo que... –terminó la frase con un ademán que indicaba el acto que debía llevar a acabo.

-No sólo eso –advirtió Ron desde la penumbra –debes hundírsela en el corazón.

Hermione tragó saliva con dificultad y algo de temor. Ahora ya no se creía por completo capaz de hacerlo; aquello era inhumano... justo igual que él.

-Es el lugar en donde la oscuridad ha hecho presa de él. Donde mora su maldad.

-Entiendo... –murmuró ella, tratando en vano de mantenerse impasible.

Ya era bastante tarde, y la luz de la luna se filtraba a través de una pequeña ventana cubierta con cortinas de grueso lino.

-Mañana será un día muy largo –suspiró Harry observando el cielo nocturno –será mejor descansar, aunque sea algunas horas.

Hermione lo miró aliviada; esperaba que lo dijera. Estaba exhausta; el día no le había tenido ni un poco de piedad. Con la daga aún en sus manos, se puso de pie, siguiendoa Harry y adelantándosele a Ron, quien cerró la puerta tras ellos. Caminaron por el corredor principal del Ministerio los tres juntos, como si se encontraran recorriendo los lúgubres e inmensos pasajes del Colegio Hogwarts. Los retratos de los muros se hallaban dormidos, con las cabezas ladeadas sobre sus respectivos hombros, y algunos de ellos incluso hablando en sueños.

Salieron del edificio al fin, al amparo de aquel cielo azul forrado de estrellas que no parecía tener fin. Era una noche clara y apacible, aunque fría. El rocío parecía haber caído hace muy poco, y aquello había causado que el ambiente se volviera aún más gélido, además de la ténue brisa que había comenzado a soplar. Hermione se subió un poco más el cuello de la polera de lana color marfil que llevaba, tan abrigada que la hacía lucir aún más delgada y esbelta de lo que era.

Caminó hasta su auto y, después de despedirse de Harry y Ron, se dirigió hacia su casa. La solitaria avenida que ya se había acostumbrado a contemplar a la castaña cada día y noche, se hallaba algo animada; algunas parejas jóvenes caminaban con sus dedos entrelazados o algunas, quizás más tímidas, paseaban algo distanciadas, de vez en cuando lanzándose una pudorosa mirada. Era viernes; Hermione lo había olvidado por completo. Casi todos los viernes y sábados salía con sus amigos a divertirse y a descansar de la rutina, pero aquel no era un viernes cualquiera. Aquel era, quizás el último que la comunidad mágica vería pasar sin más acontecimientos que el de algún muchacho expresando su amor.

Es increíble. Como todo pasa y nadie se molesta en detenerse a observar qué cosa fue la que llevó a otra. Aunque ella lo sabía demasiado bien. Podía recordar el intenso sabor a menta de aquel primer beso, el calor de su pecho contra el de ella mientras se hacían invisibles para el resto del mundo, las palabras de amor y las promesas de felicidad eterna susurradas con suavidad en su oído, que jamás llegarían a ser cumplidas. Meneó su cabeza al reparar en ese recuerdo, como ahuyentando una molesta nube de mosquitos. No tenía sentido seguir dándole vueltas a aquello una y otra vez, sin poder detenerlo. Pero al mismo tiempo, aquello era lo que la hacía más fuerte, y la preparaba para no rendirse cuando el momento de enfrentarlo llegase.

Finalmente estacionó frente a su casa, envuelta en penumbras debido a las luces de calle apagadas. Buscó sus llaves y entró, recordando justo a tiempo tomar el puñal de Thesulah con ella. Encendió las luces de la sala, y dejó su abrigo en el perchero, sintiendo como el calor proveniente de su chimenea encendida la reconfortaba. Subió directamente a su cuarto, pues sentía que el peso de su alma y mente atribuladas juto con el de las ropas que vestía iba a hacerla caer rendida.

Ingresó a su cuarto y avanzó a tientas a través de la habitación sutilmente iluminada por la luz de la luna, y encendió el pequeño velador cubierto por un traslúcido pañuelo rosado. Dejó el puñal sobre la cama y se dispuso a cambiarse. Toda la habitación se encontraba cálida y apacible; se puso cómoda y bajó al comedor para cenar algo.

Terminó de cenar y volvió a su habitación, aún templada. Se recostó sobre la cama impecablemente tendida y llena de almohadones de colores, y trató de distraer su mente leyendo un libro, pero todo intento fue en vano, no podía bloquear aquellos recuerdos de su alma, ni tampoco podía quitárselos de la piel. Pasó las páginas del libro con desgano; no lo entendía, siempre había podido olvidarse de todo leyendo un libro, incluso estando en Hogwarts, aunque fuese sólo por un rato, pero ahora aquello parecía imposible. Vencida, bajó el libro y lo colocó sobre aquella mesita de luz. Sus ojos vagaron por la habitación distantes, hasta detenerse en un portaretratos decorado con piedritas brillantes, desde donde un pelirrojo lleno de pecas, un muchacho de cabellos rebeldes y ojos cual esmeraldas, y fianlamente una jovencita de cabellos enmarañados la saludaban con brío, vistiendo sus uniformes escolares y sus bufandas doradas y escarlatas, bajo una ténue nevada, y tiritando suavemente a causa del frío.

Recordó aquel día al instante; había sido durante una salida al pueblo de Hogsmeade, justo antes de Navidad. Una sonrisa se le dibujó en los labios al regresar por unos segundos a aquel día en su mente. Ojalá todo fuese como aquel día, sin más preocupaciones que los exámenes finales, pero ella había crecido y con ella sus problemas, que ahora la ponían a prueba para comprobar cuánto había aprendido de sus errores y experiencias pasadas. Desvió la mirada nuevamente, y la dejó posarse en la afilada daga. La tomó con amabas manos, y sintió una vez más como aquella fuerza recorría su cuerpo, y la hacía sentirse poderosa, capaz de lograr cualquier cosa. Sentía que estaba preparada para hacerlo, pero aún había algo en su interior que no quería ceder.

Un destello en aquellos zafiros dibujó en su mente una mirada aún más clara, pero igual de profunda, que abría heridas que habían requerido de mucha fuerza para cerrar, fuerza que no recordaba cómo había sido capaz de reunir.

Cerró sus ojos y aquella mirada se intensificó, cubierta ahora por unos mechones dorados; pudo verse a sí misma allí,en el vacío, tomada fuertemente por el rubio quien la estrechaba contra su pecho y le devolvía aquella mirada que la hacía estremecerse y a la vez sentirse en calma, segura allí en sus brazos. Aquellos labios, cual suave seda, rozaron los suyos, en un beso dulce que acabó antes de poder intensificarse. Volvió a mirarla con aquellos gélidos ojos, y un susurro escapó de sus labios:

-¿Estás lista?

Abrió nuevamente de golpe los ojos; volvió a encontrarse sola en su habitación, sobre su cama y aún soteniendo el puñal. Lo miró, su reflejo le devolvía la mirada. Respiró hondo y exhaló con lentitud.

-Sí... estoy lista –murmuró, al tiempo que una lágrima resbalaba por su mejilla y caía sobre la afilada y mortal hoja del puñal, que brilló con una intensidad distinta, iluminando ténuemente el rostro de Hermione con un destello añil. Derramó así sus últimas lágrimas de amor.



Aquella noche no pudo dormir. Despertaba frecuentemente, cubierta en sudor frío; trataba de calmarse, se decía a sí misma que todo estaría bien, aunque ya ni siquiera estaba segura. Todo daba vueltas en su cabeza, y el puñal de Thesulah continuaba centelleando de a ratos en forma extraña.

La temprana resolana le cosquilleó en los ojos despertándola, justo cuando había logrado por fin conciliar el sueño. Con cansancio se desperezó aunque, para su sorpresa, no se sentía adormilada. Se incorporó y miró su reloj. Eran las 8 en punto. Aún faltaban muchas, demasiadas horas para el ataque, pero ya se sentía ansiosa. Se calzó unos jeans oscuros y una camisa cuyas mangas llegaban hasta sus codos, y bajó a desayunar; pero fue en vano,no tenía el menor apetito. Aún así, tomó una manzana de la frutera del comedor y, cuidando de no olvidar la daga, tomó su abrigo y sus cosas y salió, cerrando su casa mágicamente. En el camino, no dejaba de mirar aquel puñal, algo en él la atraía, le suplicaba que la hundiese en carne suave y tersa.

Estacionó su auto frente a las puertas del Ministerio, y bajó de inmediato. Cruzó la entrada y el Corredor Principal; siguió dos pasillos más y dobló a la derecha, subió un par de tramos de escaleras y, al hacer unos pasos más, divisó la brillante placa que rezaba "Harry J. Potter". Un murmullo de voces pareció sofocarse al tocar la puerta. Ingresó a la oficina y allí encontró a sus dos mejores amigos, los cuales le devolvieron una mirada de preocupación.

-¿Qué?¿Qué sucede? –arriesgó ella.

-Nada... –dijo Harry, consciente de que nunca había sido bueno para mentir –bueno, acércate Herm –dando pasos vacilantes se colocó entre ambos.

-¿Qué? –titubeó de nuevo, deteniéndose en seco al ver un verde y reseco tallo sobre el escritorio. Junto a él, dos solitarios pétalos azabaches desprendidos.

-Cayeron unos minutos antes de que llegaras –informó el pelirrojo.

-Será hoy –musitó ella. –Qué oportuno –acotó irónicamente.

-Ya no hay vuelta atrás –dijo Harry duramente. –Debemos acabarlo esta noche.

-Todo está listo –agregó Ron. –Los demás ya se comunicaron desde sus posiciones.

-Bien, entonces...

-Sólo habrá que esperar... –completó la castaña.

RoSe 2004--------