¡Hola, hola! ¿Cómo estáis? 😊 ¡Espero que muy bien! ¿Con ganas de continuar con la historia? ¡Espero que sí! Ya no queda casi nada para el final… ¿nerviosos? ¡Yo mucho! 🙈
Muchísisisimas gracias a todos por vuestros comentarios y vuestra ilusión por la historia, de verdad.😍 Muchos me escribís desde cuenta de invitado, y no puedo contestaros individualmente, pero muchísimas gracias, de todo corazón, por vuestras palabras. ¡Gracias a todos los que estéis conmigo en la recta final de esta historia! 😍
Recomendación musical: "Keep Holding On" de Avril Lavigne
Permitidme dedicarle este capítulo a Leslie08, por su entusiasmo en todos sus comentarios... ¡Un abrazo, bonita, y muchas gracias! ¡Ojalá te guste el final de la historia! 😍😘
Hemos dejado a Hermione hecha polvo, tras despedirse de Draco, no sabiendo hasta cuándo, y tras pelear fuertemente con Harry y Ron… ¿Mejorarán las cosas para nuestros protagonistas? Vamos a verlo…
CAPÍTULO 56
Los juicios del Wizengamot
La Madriguera estaba fría. Eso fue lo primero que notaron los Weasley, Harry y Hermione cuando estuvieron en el interior. Todas las lámparas estaban apagadas, pero la luz del sol se colaba por las cristaleras de las desiguales ventanas. El polvo flotaba entre los rayos de sol. Era mediodía.
Molly, tras salir de las repentinas llamas verdes que se alzaron en la chimenea, se quedó parada en el centro del salón, con las manos en las caderas. Contemplándolo todo.
—Parece que está todo en su sitio —musitó para sí misma, mientras, a sus espaldas, la chimenea emitía otro fogonazo verdoso, y Arthur salía de las llamas—. Hay que limpiar, por supuesto, pero eso puede esperar…
—Desde luego que sí —corroboró su marido, también recorriendo la estancia con la mirada. Acercándose después unos pasos perezosos hasta una de las desordenadas estanterías llenas de libros. Mientras Ginny salía de la chimenea.
—¿Preparo algo de comer, o preferís dormir? —cuestionó Molly, echando un vistazo al exterior por la ventana. Limpiando el polvo acumulado en el cristal con la manga de su túnica—. Qué barbaridad, el jardín está hecho un desastre… —añadió para sí. Mientras Harry salía de la chimenea con otro fogonazo, y echaba la misma nostálgica mirada en derredor que echaban todos.
Hacía casi tres años que no pisaban ese lugar. Con el comienzo de la guerra, y sabiendo que eran unos claros objetivos, los Weasley se mudaron en secreto a Grimmauld Place, abandonando su casa. Pero la guerra había terminado, y podían recuperar su vida.
Era pasado el mediodía. Se habían quedado en Hogwarts hasta bastantes horas después de que la batalla hubiera finalizado. Terminando de sanar sus heridas, principalmente. Nadie podía salir intacto de una batalla así, pero la gran mayoría de sus lesiones habían podido ser tratadas casi por completo. Arthur había recibido una maldición algo peliaguda, pero ya se encontraba recompuesto. Solo se fatigaba si estaba mucho rato en pie. Y llevaba una bolsa en la mano con casi diez pociones diferentes que debería tomar en los próximos días. Necesitaba reposo, aunque no parecía por la labor de obedecer. Ginny tenía su largo cabello recogido en lo alto de la cabeza, y un halo de luz le rodeaba el cuello. Un collarín mágico. Sus cervicales precisaban cierta estabilidad por unos días, debido a un fuerte golpe.
Hermione fue la siguiente en salir de la chimenea. Mirando también a su alrededor. Algo extrañada al no percibir el olor habitual de ese lugar. No olía de forma cálida. Olía a abandono. Pero todo lo que veía se le hacía familiar. Y le hizo sentir que no había pasado el tiempo. Se sentía casi sobrenatural estar rodeados de pronto de semejante silencio. Semejante paz.
También habían dedicado algunas horas tras el final de la batalla a intentar ayudar en las ocupaciones del castillo. Organizando algunas tareas urgentes. Ayudando con los destrozos. Atendiendo heridos. Aprovechando las últimas energías de sus cuerpos. Pero, finalmente, habían acordado que necesitaban descansar. Muchos de los combatientes de la noche ya se habían ido también de regreso a sus hogares. No habían dormido ni comido nada en muchas, muchas horas. Hogwarts no estaba en ese momento en condiciones de ofrecer comida ni descanso a nadie. Y la familia Weasley, incluyendo a Harry y Hermione con ellos, decidió que era hora de regresar a su casa. Grimmauld Place, y cualquiera de los otros refugios, serían un caótico hervidero. Y decidieron que volver a La Madriguera, a pesar de su estado de abandono, sería la mejor alternativa. Les serviría para recuperar las fuerzas. Habían peleado toda la noche. Se lo merecían.
—No dejamos nada de comida, creo recordar —apuntó Ginny, sentándose en el brazo de uno de los sillones. Viendo cómo Ron atravesaba la chimenea. Y fue el único que ni siquiera miró alrededor. Se limitó a alejarse varios pasos de la chimenea, dejando espacio para el siguiente. Con rostro ensombrecido. Casi huraño.
—Iré después a reabastecer la despensa —informó Molly, en voz alta. Caminando por la habitación mientras agitaba la varita con gestos casi distraídos. Comenzando a limpiar con magia el polvo de las estanterías y las mesitas bajas. Como si no pudiese evitarlo—. Arthur, tenemos que ir a ver a los Fawcett. Quizá puedan vendernos algunas gallinas. Tenemos que limpiar el gallinero...
—Sí, Molly —aceptó Arthur, con paciencia. Limpiándose las gafas con la solapa de su túnica—. Pero, primero, todos tenemos que descansar. Ya tendremos tiempo de adecentar la casa de nuevo.
Fred y George fueron los últimos en atravesar la chimenea. Fred tenía un grueso vendaje cubriendo su cabeza. Protegiendo el lateral izquierdo, el cual había sufrido laceraciones en una explosión. De momento, no veía nada con el ojo izquierdo. Pero quizá recuperase la vista. Decía que no le dolía. Y, de hecho, el chico no hacía más que rascarse el borde de la venda que rozaba su cuello, deseoso de quitársela. George había perdido dos dedos de la mano derecha, firmemente vendada ahora. Pero, por lo demás, se veía ileso. Aunque tan sucio y desarreglado como todos los demás.
—¿He oído "descansar"? Hacía mucho tiempo que no oía una idea tan buena —dijo George, con una perezosa sonrisa—. El último plan bueno que oí era algo relacionado con una cúpula, y un dragón, o algo así… ¿Os suena?
Mientras hablaba, dio una fuerte palmada en la espalda de Harry, en pie cerca de él. Éste logró esbozar una débil sonrisa, pero, curiosamente, no dijo nada. Ni siquiera lo miró. Sus ojos estaban perdidos en el suelo, y no parecía capaz de alzarlos.
—Según los turnos que ha organizado Aberforth para seguir con las reparaciones de Hogwarts, podemos unirnos al de la noche —informó Arthur, colocándose las gafas de nuevo—. Así que tenemos casi seis horas para dormir. Otro par para comer. Y otra para ir a ver a los Fawcett —organizó con presteza, frotándose las manos. Molly lo miró con los labios apretados de intranquilidad.
—Tienes que descansar, Arthur. Podemos ir mañana a ver a los Fawcett —ofreció, preocupada por el reposo de su marido. Se asomó por el marco de la puerta, echando un vistazo desde ahí a la cocina—. Seguramente algo de comer puedo preparar…. —comentó para sí misma, observando el lugar con ojo crítico.
—Descuida, querida —murmuró el hombre, colocando un brazo sobre los hombros de su hija menor y caminando con calma hacia la salida del salón—. Creo que lo que todos necesitamos ahora es dormir un poco…
Ante el movimiento de Arthur, todos se dispusieron a emularlo sin pensarlo demasiado. Dejándose llevar. Caminando también en dirección a la cocina, el trayecto necesario para subir a las habitaciones. Sorteando para ello los muebles del salón, repartidos de forma dispar por el suelo.
—Si alguien quiere mantas, están todas en el armario del ático —comentó Molly, entrando en la cocina con los brazos cruzados y deteniéndose. Sin poder evitar ponerse a pensar qué tareas eran necesarias allí. Mientras Fred y George la adelantaban y caminaban por la cocina con calma, ya en dirección a las escaleras que subían a los pisos superiores.
Cuando fue el turno de Hermione de seguirlos, y de cruzar el umbral que separaba el salón de la cocina, una figura se interpuso en su camino. Era Ron, que iba a cruzarlo al mismo tiempo. Con pasos más rápidos que los suyos. Como si le urgiese salir de allí. Aunque cojeaba. De forma marcada. Cojeaba desde la batalla, y Hermione no había podido preguntarle todavía cuál había sido su lesión. Ni si se pondría bien.
La chica se quedó quieta en medio de una zancada. Con el corazón paralizado. Ron también.
Molly, en pie junto a la mesa de la cocina, clavó sus ojos marrones en ellos al apreciar que se habían detenido. Arthur, Ginny y Harry, que iban detrás, tuvieron que detenerse ante el bloqueo que crearon.
Hermione vio el rostro de Ron crisparse mientras giraba el hombro de forma brusca, alejándolo de ella y de su contacto. Sus ojos azules no la miraron.
—No me toques… —farfulló él. Y su voz no sonó demasiado alta, pero fue perfectamente audible en medio del silencio. Hermione se quedó congelada en su lugar, mientras el chico la adelantaba sin rozarla siquiera y seguía caminando por la cocina.
La boca de Molly se abrió con estupefacción. Siguiendo a su hijo con la mirada mientras cruzaba ante ella como un vendaval, renqueando con furia.
—¿Pero, qué…? —balbuceó, con el rostro encendido—. ¡Ron!
—¿Tío, qué…? ¡Eh! —masculló también Fred con molestia. Cuando notó que su hermano pasaba a su lado y los empujaba a George y a él a un lado con brusquedad. Adelantándolos con mala uva.
—¿Ron? —se extrañó también Arthur, con tono duro. Pero el muchacho no se detuvo hasta salir por la otra puerta de la cocina.
—¡RON! —volvió a aullar Molly. Pero lo escucharon correr escaleras arriba.
—¿Qué mosca le ha picado? —susurró Ginny, con un hilo de voz.
—¡RONALD WEASLEY, VUELVE AQUÍ DE INMEDIATO! —volvió a gritar su madre, mirando al techo. Resollando de indignación, se giró hacia Hermione. Perpleja ante la inusual desobediencia de su hijo—. Niña, ¿a qué ha venido eso? ¿Por qué te ha tratado así? —cuestionó, ahora de forma suave, aunque igualmente grave.
A Hermione no le salió la voz. Y ni siquiera alcanzó a cruzar por fin el marco de la puerta para dejar pasar a Arthur, Harry y Ginny. No podía moverse. No podía salir del umbral. Abrió y cerró la boca. Sentía su cerebro vibrar en sus oídos. Como si estuviese trabajando duramente. Pero lo cierto era que estaba en blanco. Incapaz de concebir semejante desprecio por parte del que había sido su mejor amigo.
Giró la cabeza, sin saber qué otra cosa hacer. Intentando no establecer contacto visual ni con Arthur ni con Ginny, plenamente consciente de la perplejidad que encontraría en sus ojos, buscó a Harry con la mirada. Éste estaba varios pasos más atrás. Con las manos en los bolsillos. Y los ojos fijos en el suelo todavía. Sin lucir impresionado. Ni siquiera alterado. Mortalmente serio.
—Chicos, ¿qué ha pasado? —insistió Arthur, en voz baja, ante el prolongado silencio. Y ante la mirada que Hermione dirigió a un cabizbajo y poco sorprendido Harry—. ¿Estáis bien?
Hermione tomó aire. Resignándose a que no encontraría el apoyo de Harry. Ni el de nadie. Apretó los puños y también miró al suelo. Pero supo que tenía que hablar. Y su voz fue clara cuando rompió el silencio.
—Hemos… discutido —terminó admitiendo. De forma poco específica. Arthur exhaló con frustración.
—¿Discutido? ¿Ahora? —farfulló. Desconcertado.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Molly a su vez. Con tono más firme. Mirando tanto a Harry como a ella—. ¿Qué puede haberos hecho discutir en un momento así?
Hermione apretó los dientes. ¿De verdad era el momento de hacer esto? Suponía que sí. Tampoco es que tuviese otra alternativa. No había querido hacerlo así, pero, cuanto antes pasaran por esto, sería mejor. Le costaba mirarles a la cara, y no quería sentirse así. Sentía que no podía mentir más, no ahora que ya había comenzado a ser sincera. Se sentía más desleal que nunca estar allí, en su hogar, y no poner las cartas sobre la mesa. Para darles la oportunidad de hacer lo que quisieran con su relación con ella.
"¿… por qué lo has hecho? No lo van a aceptar, y vas a… Yo no puedo estar contigo ahora. No quiero que los pierdas. No quiero que estés sola".
—Porque… —comenzó Hermione. Con voz imprecisa—. Porque hace un rato les he confesado algo a Harry y Ron. Algo que les he ocultado durante mucho tiempo. Que os he ocultado a todos.
El silencio que siguió a esas palabras duró un rato que a Hermione no le pareció suficientemente largo.
—¿De qué hablas, Hermione? —quiso saber Arthur, rompiendo el silencio. Y solo sonó confuso, no acusador. No todavía. La chica apretó su cuerpo entero antes de responder. Sin poder mirar a nadie a la cara mientras lo hacía.
—Draco Malfoy —susurró. Y le pareció más sencillo así. Sin medias tintas. Sin eufemismos. Su nombre, la razón de todo aquello, lo primero. Y después todo lo demás—. Estamos… juntos. Llevo años en una relación con Draco Malfoy. Y no se lo habíamos contado a nadie.
Una carcajada exhalada de forma automática. Que Hermione identificó. Ginny.
—¿Qué…? —la escuchó comenzar a balbucear. Casi en medio de una risa. Pero se silenció de forma abrupta.
—¿Qué ha dicho? —escucharon cómo murmuraba Fred desde la otra punta de la pequeña cocina. En un hilo de voz. Sin humor.
Silencio otra vez. Un silencio que se prolongó. La falta de más aclaraciones por parte de Hermione concediéndole al asunto la veracidad que merecía. Dando tiempo a todos de asimilarlo. De dar forma a las preguntas que sabía que vendrían. Armándose de valor, la chica alzó la mirada. Pero Harry seguía mirando el suelo. Sin alterarse. Sin moverse.
—¿Qué… qué dices, Hermione? —Arthur habló entonces. No se oía ni una mosca—. ¿Cómo que…? ¿Draco Malfoy? ¿Quién es Draco Malfoy? ¿El hijo de Lucius Malfoy?
Hermione, aunque veía que Harry no lo estaba haciendo, intuía que era el blanco de todas las demás miradas. Y, por ello, se limitó a asentir con la cabeza. Volvió a mirar al suelo. Sin mirar a nadie a la cara, podía seguir hablando.
—Nos enamoramos durante nuestro último año en Hogwarts. Nos separamos un tiempo por la guerra, pero retomamos nuestra relación a principios de año. Estamos juntos —puntualizó, con claridad. De forma pacífica.
—¿El hijo de Lucius Malfoy? —repitió Arthur. Y su voz subió de tono. Y Hermione tuvo que cerrar los ojos—. ¿Estás hablando de…? ¿El mortífago? ¿No era… no era Sargento Negro? ¿Cómo que estáis…?
—Arthur… —comenzó Molly desde su posición en la cocina. Con voz contenida. Casi una advertencia. Aplacándolo. Pero Hermione escuchó bufar a su marido. Y un movimiento por el rabillo del ojo le indicó que estaba sacudiendo la mano en su dirección.
—No, Molly. Esto no es… —farfulló, alterado, sin demasiado acierto—. Hermione, ¿estás hablando en serio? ¿Cómo has…? ¿Dónde está él?
—Preso —admitió la chica. Con frialdad—. Se lo han llevado a Azkaban esta misma mañana, con el resto de los mortífagos.
—¿Has estado en contacto con un mortífago? —repitió Arthur, como si ahora lo hubiese asimilado. Y Hermione tuvo que contenerse para no perder la paciencia—. Hermione, ¿cómo es eso posible? ¿Estás…? Molly, ¿la han…? ¿La han examinado? —preguntó entonces, exaltado. Y Hermione casi se echó a reír. Todos creían que estaba bajo algún tipo de poderoso Confundus… La opción fácil para ellos. La más manejable.
—Arthur, por favor… —suplicó su mujer, con tono seco.
—Molly, ¿te das cuenta de lo que está diciendo? ¿Te parece que está, remotamente, en su sano juicio? —exclamó él con más fuerza—. Voy a avisar a Fleur para que la examine…
—Dice la verdad —fueron las primeras palabras de un apático Harry. Todavía mirando al suelo—. Nos ha contado lo mismo hace un rato. Y yo mismo los he visto esta noche juntos en el castillo, con el Mapa del Merodeador.
Hermione giró el rostro a toda velocidad para mirarlo. Con pasmo. Eso no se lo esperaba. Harry no lo había revelado en la discusión que mantuvieron los tres esa mañana. ¿Los había visto juntos? ¿Cuándo? ¿En lo alto de la Torre de Adivinación? ¿En el aula de Runas Antiguas?
—¿Ha estado…? ¿Has estado en contacto con un mortífago durante la guerra? ¿Has estado viéndote con el enemigo? —se escandalizó Arthur una vez más, agitando las manos.
—Mantengo una relación con Draco Malfoy —corrigió Hermione con brusquedad, sin poder contenerse—. No es lo mismo.
—Como si lo fuera —barbotó Arthur. Y la chica nunca lo había visto perder los nervios de esa manera. Normalmente era Molly quien gritaba—. Eso es una estupidez sin relevancia. Es un Sargento Negro, Hermione. Es un enemigo. Sé que entiendes lo que significa ese rango. Te ha utilizado para obtener información…
—En absoluto. Nunca —rebatió Hermione, tajante—. Nunca me ha preguntado nada sobre la Orden.
—Te habrá puesto un… un localizador. Cualquier cosa… —siguió divagando el hombre. Sin escucharla.
—Por supuesto que no. Señor Weasley, se equivoca. No lo entiende. Él estaba en una posición muy complicada. Él no era fiel al Señor Oscuro. No… no ahora. Él ha peleado contra nosotros, por supuesto, ha hecho lo que le correspondía estando donde estaba, pero no…
—¿Hermione, qué estás diciendo…? Él es un mortífago en activo. Ha matado a los nuestros. A gente inocente. Ese chico estuvo en el Valle de Godric. Yo mismo lo saqué de los escombros de la iglesia. Y lo llevamos a Grimmauld Place… —añadió, más despacio, como si apenas pudiera asimilar atar ahora los cabos.
—Él me avisó de lo que estaba sucediendo en el Valle de Godric —reveló entonces Hermione, con rapidez. Con voz enérgica—. Él fue mi contacto. Está de nuestro lado, os lo…
—¿Él? ¿Nos movilizaste por el aviso de un mortífago? —la interrumpió entonces Arthur, con mayor incredulidad—. ¡Podía haber sido una trampa! Y, además, escapó… Oh, no —se interrumpió a sí mismo. Su rostro descomponiéndose. Como si algo terrible hubiera atravesado su cerebro. La señaló con un dedo—: Por las barbas de Merlín, Hermione, dime por favor que no fuiste tú. Que no lo sacaste tú. Dime que escapó del Cuartel General por su propio pie. Que fue cosa de Kreacher, y tú no tuviste nada que ver en eso…
Hermione sentía que se estaba ahogando. Necesitaba parar. No era así como quería explicarlo todo. Nadie más hablaba. Ni Molly, ni Ginny, ni los gemelos. Hermione ni siquiera quería mirarlos a la cara. Bastante tenía con la expresión cada vez más crispada, y llena de indignación, de Arthur Weasley.
—Sí, lo hice —se obligó a articular, con vehemencia—. Yo le ayudé a escapar. Planeamos juntos su huida, y pedimos ayuda a Kreacher. Draco tenía que…
—Hermione —gimió el hombre, interrumpiéndola otra vez—. Oh, Hermione, no… ¿por qué…?
Se dio la vuelta y se dejó caer sentado en el brazo de uno de los sillones. Abatido. Frotándose la cara con las manos. Hermione se permitió entonces tener una visión completa del salón. Harry no se había movido ni un centímetro de su posición, ni había alzado la mirada. Ginny se había sentado encima de una de las mesas auxiliares que estaban entre los sillones. Con la mirada fija en el suelo. Helada, en apariencia.
—Señor Weasley —articuló Hermione, con mayor firmeza—. Por favor, déjeme explicarme. Le estoy diciendo que él me alertó de lo que estaba sucediendo allí. Me pidió que llevase a la Orden allí. Salvó vidas. Y, cuando lo capturamos…. Él tenía que volver para proteger a su familia. Por eso lo dejé irse…
—Hermione, no sigas… —farfulló el hombre. Con desaliento. Como si cada detalle que escuchase fuese peor que el anterior—. ¿Cómo te has dejado engañar así por ese muchacho…? Te tenía por una persona inteligente…
Hermione sintió el calor apoderarse de su cara y extremidades. Empezaba a costarle respirar de pura impotencia.
—No me ha engañado en nada —siseó entre dientes—. Y pienso hacerme responsable de lo que he hecho. Voy a contarle todo a la Orden —aseguró entonces, con renovada firmeza—. No pienso ocultar nada de lo que he hecho. Si puede avisar a Ojoloco, a Aberforth… Reúname con ellos. Quiero contar la verdad.
Arthur elevó la mirada. Observándola ahora con escepticismo.
—No digas tonterías. ¿Me estás pidiendo que yo mismo te organice el Consejo de Guerra al que te vas a enfrentar por esto? —espetó el hombre. Como si la considerase idiota—. No podemos contar nada de esto a nadie. Esto no puede salir de aquí, o te…
—Ya lo sé —aseguró Hermione con más firmeza—. Ya lo sé. Sé lo que va a pasar. Y lo voy a hacer de todos modos. Pienso declarar a su favor en los juicios que el Ministerio convoque…
—¡Por supuesto que él quiere que declares en el juicio! —estalló Arthur, como si fuera evidente. Como si eso probase su punto—. ¡Pretende utilizarte para salir de Azkaban! ¡Va a aprovecharse de tu ingenuidad para librarse de…!
—¡Él no quiere eso! ¡No quiere que lo haga! —gritó Hermione a su vez. Con los puños apretados. Consiguiendo controlar su tono, aunque no su furia—: Soy yo. Yo. Yo quiero hacerlo. No quiero que nadie piense que me arrepiento de esto. No soy una traidora. No estoy del lado de Lord Voldemort. Y lo voy a explicar todo.
—¿Pero qué estás diciendo? —farfulló Arthur, con voz agotada—. No eres consciente de las implicaciones. Voy a… —tomó aire con profundidad—. Tengo que hablar con Ojoloco... No, por Merlín, tampoco con Aberforth… Hablaré con Remus, a ver si se puede hacer algo. Ocultar esto de alguna manera. Esto es una locura… La Orden va a disolverse de forma inminente, está claro, pero no sé si considerarán necesario…
Hermione estaba temblando. De rabia. Quería gritarle. Quería zarandearlo y decirle que no pretendía librarse de nada. Que asumiría lo que hiciese falta. Que no era ninguna niña estúpida que hubiese cometido errores de novata. Que se hubiera dejado engañar por un mortífago que solo buscaba información.
Pero entonces escuchó ruido de porcelana a sus espaldas. Se giró, aturdida, frenética, dispuesta a pelear, pero vio que Molly se había puesto a sacar unas tazas de la repisa. Y después un gran bote polvoriento. Té.
—Voy a hacer té —confirmó la mujer con serenidad. Quizá notando que las miradas se habían posado en ella—. ¿Alguien quiere?
—Molly, esto es serio —insistió Arthur, poniéndose en pie de nuevo—. Hermione está en serios problemas. Y va a tener que justificar el motivo por el cual….
—Ha dicho que está enamorada, Arthur —replicó Molly. Girándose para mirarlo con severidad—. Te lo acaba de explicar. Ese es su motivo. Y nadie, ningún Consejo de Guerra, puede juzgar eso…
—Molly, la Orden la va a juzgar —insistió él, cruzando el umbral junto a Hermione, sin mirarla, y acercándose a su mujer—. Dejó escapar al hijo de Lucius Malfoy…
—Te ha dicho que ya lo sabe. Y que asumirá las consecuencias. ¿Qué más quieres de ella? —espetó su mujer, dejando a un lado, en la encimera, la tapa del bote del té, con un fuerte golpe. Su marido la miró un instante. Todavía jadeando. Todavía preocupado. Pero sin saber qué más decir.
Un nuevo movimiento atrajo sus miradas. Hermione miró hacia la puerta que conducía a las escaleras que subían a las habitaciones. Fred y George estaban saliendo por ella. Sin decir ni media palabra. El calor en el rostro de Hermione aumentó. Aunque sentía el corazón muy frío.
Se habían ido…
Miró al salón de nuevo. Ginny y Harry eran dos estatuas. Seguían en sus mismas posiciones. Y no parecía que fuesen a decir nada. Como si no fueran a mirarla nunca más.
Y Hermione sintió que todo a su alrededor era demasiado grande. Y que necesitaba salir de allí. Más aun, que todo el mundo le estaba dejando claro que tenía que irse de allí.
—Voy a… Debería irme —logró articular. Con la espalda muy recta—. Volveré a mi casa. Me pondré en contacto para…
—Tú no te mueves de aquí, querida —protestó Molly, sin mirarla, poniendo una tetera con agua al fuego. Hermione tuvo que tragar saliva. Frunciendo el ceño con súbita indignación.
—No voy a irme del país —aseguró en un arrebato. Herida en su orgullo—. Ya les he dicho que estoy dispuesta a enfrentar a la Orden. Lo digo en serio. No voy a…
—Hermione, ya lo sé —afirmó Molly, girándose para mirarla. Con desconcierto—. No te estoy encerrando aquí. Te estoy diciendo que te quedes, por favor. Esta es tu casa también.
—Ahora mismo no me parece apropiado —replicó Hermione, con voz inestable. Aunque intentó articular con claridad. Tratando de formularlo como un hecho, y no como una falsa modestia—. Sería una falta de respeto por mi parte. No voy a imponerle a nadie… Ron…
—Habíamos acordado que te quedarías, querida —replicó Molly, sin darle importancia. Echando té con un movimiento de varita en un par de tazas—. Tenemos que organizar muchas tareas de la Orden, será mucho más sencillo si estamos todos aquí. Además, no voy a permitir que vuelvas tú sola a la casa de tus padres... A saber en qué condiciones está, después de tantos años. Esto no… cambia nada, Hermione —añadió, con firmeza. Pero sin mirarla—. Estamos vivos. Todos lo estamos. Esto solo es un… Ya tendremos tiempo de hablar tranquilamente de todo esto. Descansa. Y quédate aquí todo el tiempo que quieras. Hasta que puedas ir a buscar a tus padres.
Arthur se estaba frotando los ojos, por debajo de las gafas. Luciendo agotado. Pero no discutió la oferta de su mujer. No le dijo que se fuera. Y Harry y Ginny tampoco dijeron nada.
Harry, simplemente, parecía víctima de un Petrificus Totalus. No parecía tener nada más que añadir después de lo que hablaron esa mañana. Y de lo que acababa de escuchar.
Que Ginny no tuviese nada que decir era, verdaderamente, insólito. Y a Hermione no se le ocurrió cómo podía ser eso buena señal. Sabía que no lo era. Había esperado una reacción parecida a la de Harry y Ron cuando se lo contó horas atrás. Pero quizá su padre, en su arrebato, ya lo había dicho todo. Y sabía también que el caso de Ginny era diferente. Estaba segura de saber lo que estaba pasando por la cabeza de su amiga.
"Están pasando cosas extrañas respecto a Malfoy y a ti. Luna me dijo algo, y yo no quise darle importancia porque me pareció inverosímil, pero ahora mismo ya no sé qué pensar…"
Recordaba claramente esa conversación, a pesar del tiempo que había pasado. Y sabía que Ginny también. La chica había sospechado que ocurría algo con Malfoy mientras estaban en Hogwarts, y Hermione se lo había negado todo. Se lo había negado directamente. No se lo había ocultado, le había mentido.
—¿Cuántos queréis azúcar? —preguntó Molly, rompiendo de nuevo el silencio. Llenando las tazas con agua hirviendo. Nadie respondió. Nadie quería té. Probablemente, ni siquiera la propia Molly.
—No, gracias —susurró Hermione. Sintiendo que era ella quien debía contestar. La responsable de ayudar a Molly a romper ese duro silencio.
—Entonces sube a acostarte —ofreció la mujer. Como si nada. Con tono perfectamente normal, pero sin mirarla todavía. Fingiendo recolocar el té, y las tazas, y las cucharillas, y todo lo que tenía a mano—. Tienes que descansar. Te avisaré cuando esté la comida. Quédate en la habitación de Bill.
Hermione le agradeció profundamente ese detalle. Lo último que deseaba en ese momento era compartir habitación con Ginny. Y ese lúgubre pensamiento, el dolor que le produjo pensar así en su amiga, aplastó su corazón por completo. Hasta el punto de humedecerle los ojos.
—Lo solucionaremos todo, Hermione, no te preocupes —dijo entonces Arthur, apoyado en la encimera. Con bastante más suavidad—. Algo se nos ocurrirá…
Y Hermione no supo qué decir. No se sintió agradecida. Solo sintió que estaba agotada. Nadie entendía nada. Nadie se molestaba en intentar entender nada. Que no estaba pidiendo ayuda. Que no necesitaba que nadie la ayudase a solucionar su relación con Draco Malfoy. Que ese no era el problema.
—Os lo he contado porque quería pediros perdón por habéroslo ocultado todo este tiempo —logró añadir por fin. Con firmeza. Eso era lo que había querido decirles. Todo lo demás sobraba—. Me arrepiento, porque no os lo merecíais. No quiero que penséis que no confiaba en vosotros. Pero no nos sentíamos en situación de contar nada. No teníamos permitido hacer lo que hemos hecho. Sabemos lo… disparatado e inverosímil que suena. Sabemos lo que parece. Y sabíamos que había gente que nos mataría por lo que estábamos haciendo. Teníamos miedo de lo que la sociedad nos haría. Incluso… la gente que nos quiere. Por un motivo, u otro, da igual. Por eso se lo ocultamos a todo el mundo.
Sin esperar una respuesta que, de hecho, nunca llegó, se limitó a dar media vuelta y a salir de la cocina, rumbo a los pisos superiores. No queriendo escuchar más sermones. Más críticas vacías. A más gente creyéndose en la posición de juzgarla. De juzgar sus sentimientos. De creer entender mejor que ella lo que había hecho y por qué. Sin pararse a entender nada. Dejándose llevar por cómo siempre habían pensado.
Escuchó las voces volver a apoderarse de la cocina mientras ascendía por la escalera. Pero no entendía lo que decían. Y tampoco puso mucho empeño en hacerlo.
Había sabido que lo que acababa de suceder iba a ocurrir. O eso había pensado. Pero vivirlo de verdad, ver a gente que quería, gritarle, condenarla sin saberlo todo, tratarla como si no entendiese cómo funcionaba la vida, era duro. Muy duro. Y todavía no estaba segura hasta qué punto había roto todo lo que le importaba.
Se detuvo en el tercer piso, ante la habitación de Bill. Miró escaleras arriba un instante. La habitación de Ron estaba en el ático, varios pisos más arriba… Apretando los dientes, cruzó la puerta que tenía delante y la cerró a sus espaldas. La pequeña estancia vacía le dio la bienvenida. Soledad. Demasiada soledad.
"No quiero que los pierdas. No quiero que estés sola. No me elijas a mí. No ahora. No te conviene".
No quería estar sola. Quería abrazar a Harry. Y a Ron. Y a Ginny. Quería tomar un té con ellos, y celebrar que la guerra había terminado. Que habían sobrevivido. Quería llorar con ellos a sus muertos.
A Angelina Johnson. A Seamus. A Dean. A Ernie. A Katie Bell. A Ted Tonks. A Anthony Goldestein. A Xenophilius Lovegood. A Moore… Y a todos los demás de los que todavía no tenía conocimiento. Pero que tarde o temprano descubriría. Todavía había muchas personas con las que no había hablado.
Quería estar con Draco.
Hermione se resignó a que su boca se contrajese en un sollozo contenido. Sabía que iba a llorar en cuanto se encontrase a solas. El nudo que había tenido en la garganta durante toda la mañana se lo había dejado claro. Se quitó las mugrientas zapatillas, solo ayudándose con los pies, y se tumbó sobre la cama. En posición fetal, encogida sobre sí misma. Por encima de la colcha. Sin quitarse la ropa. Sucia, rota y polvorienta. Restos de la batalla por toda su piel. Se moría por darse una ducha, pero no tenía fuerzas. No quería deshacerse del polvo que la cubría. De la suciedad. Si lo hacía, los amigos que habían muerto en batalla habrían muerto de verdad. Sería irremediable. Sería pasar página. Y todavía no podía. Mientras tuviese la batalla en la ropa y en la piel, era como si nada hubiera terminado. Como si siguiesen vivos.
Hundió el rostro en la almohada. Y dejó que fluyeran tantas lágrimas como sus ojos quisieran liberar. Su cuerpo se sentía flácido. Casi ingrávido. Completamente agotado. Cerró los ojos y suplicó quedarse dormida pronto. Porque no quería pensar.
Tenía a Draco. No podía estar con ella en ese momento, pero lo tenía. Él la quería. Estaría a su lado si pudiera. No estaba sola, lo tenía a él…
Hermione estaba observando su reflejo en uno de los espejos del recibidor de La Madriguera. Era una superficie ovalada, que reflejaba hasta la cintura, de grueso marco de madera decorado con esmero mediante relieves cobrizos.
Intentó peinar algunos mechones delanteros de su rebelde cabello con los dedos, sin demasiado éxito. No estaba tan desordenado como lo estaría si ella lo hubiera dejado a su libre albedrío, aunque tampoco era un cabello sedoso y brillante. Había intentado usar una Poción Alisadora para estar más presentable, pero hacía tanto que no la usaba, y estaba tan nerviosa, que había resultado un pegajoso desastre y se había visto obligada a ducharse de nuevo. Había terminado por peinarse lo mejor posible, optando finalmente por recogerse el cabello en un espesa coleta de la cual escapaban su flequillo y los mechones delanteros más cortos.
Se miró el atuendo, buscando algo que corregir. Había pedido consejo a Molly sobre cómo podía vestirse de forma apropiada para un juicio mágico, dado que nunca había acudido a ninguno. Ella le prestó una vieja túnica suya, a la cual hizo varios arreglos de costura para que a la joven le sentase bien. Era una prenda de color beige, de un tejido algo áspero. Un poco más ceñida que las túnicas que solía llevar en el colegio, casi como un vestido. Tenía las mangas acampanadas, y bordados de color marrón chocolate en toda su superficie. La joven sentía que era algo excesivo, pero la matriarca de los Weasley le aseguró que causaría buena impresión. Que, de hecho, era bastante discreta. Llevar ropa muggle no hubiera sido apropiado.
La chica se miró a los ojos en el espejo. Tenía unas profundas ojeras, bastante evidentes. Pero no tenía maquillaje para cubrirlas. Y no se le había ocurrido buscar un hechizo que las ocultase. Tampoco quería preguntárselo a nadie…
Apenas había pegado ojo esa noche. Le costó horas conciliar el sueño, se despertó varias veces, y, de hecho, se despertó completamente más temprano de lo que necesitaba. Y ya no había podido quedarse en la cama por más tiempo. Estaba tan nerviosa que apenas era consciente de los pasos que había seguido desde que se había levantado de la cama hasta llegar a ese espejo. Se jugaban tanto ese día…
Era noviembre. Habían pasado casi cinco meses desde la batalla de Hogwarts. Y por fin habían comenzado a celebrarse los polémicos juicios sobre la culpabilidad o inocencia de los cientos de mortífagos capturados aquel día. Se prolongarían a lo largo de tres meses, tal era la cantidad de enemigos que precisaban juicio. Hermione, meses atrás, rellenó los documentos necesarios para ofrecerse como testigo en los juicios correspondientes a Draco Malfoy y Theodore Nott.
Aunque el día y la hora de los pleitos, así como la identidad de los mortífagos, o aliados de éstos, que iban a ser juzgados, eran confidenciales para la opinión pública, era imposible que todo se mantuviese en secreto. Hermione se había enterado por la prensa de que los juicios habían comenzado un mes atrás, pero no recibió ninguna citación para ir a declarar. El nombre de Draco Malfoy sí apareció en los periódicos varias veces. En tesituras que Hermione no había podido leer dos veces. Mortífago devoto… Sargento Negro… Cercano a Quien-No-Debe-Ser-Nombrado… Fanático de la pureza de la sangre… Líder de escuadrón… Asesino… Soldado… Verdugo… Experto en Maldiciones Imperdonables… Implacable… Torturador… Secuestrador… Espía…
Una semana atrás, por fin, Hermione había recibido una confirmación oficial del Ministerio a su nombre informándole de que, a lo largo de esa semana, se celebrarían los juicios de Draco y Theodore. Y también las horas en las que debía acudir a declarar. Muy cercanas en el tiempo para ambos juicios. Hermione sospechaba que se debía a un afortunado orden alfabético.
El juicio de Draco duraba cinco días consecutivos. El de Theodore solo dos. Supuso que el rango de Draco tendría algo que ver… Así como el número de crímenes cometidos, quizá.
Había preparado algunas notas por si los nervios la traicionaban y algo se le olvidaba, pero la intuición le decía que no las utilizaría. Solo iba a contar la verdad, y para ello no necesitaba llevar notas. Simplemente iba a contar lo que había vivido. Iba dispuesta a defender a Draco Malfoy con la verdad. Y esperaba que eso fuera suficiente.
Casi podía escuchar la desdeñosa voz de Draco en su cabeza, diciéndole que era una idiota ilusa por hacer las cosas de forma honrada. Alentándola, con burla, a que mintiese. A que se inventase alguna misión heroica en la que él salvaba a algunos huérfanos muggles, y quizá una manada de puffskeins, que le hiciera quedar como un héroe. Que solo con la verdad no sería suficiente.
Y casi mandó callar a la voz que escuchaba en su cabeza. Diciéndole que nada de eso era necesario. Que jugar limpio era su mejor baza.
Y eso que hacía cinco meses que no escuchaba su voz. Pero no podía olvidarla. Ni lo haría jamás.
Tras parpadear para eliminar las lágrimas de sus ojos, se alejó del espejo y se dirigió a la cocina. Apenas eran las nueve de la mañana, pero allí se encontraba Molly, ayudándose de su varita para hacer que una cuchara removiese una vieja olla humeante que se encontraba al fuego. Muy pronto para empezar a preparar la comida. Hermione sospechaba que la mujer tampoco había dormido mucho.
Ron, recién levantado, en pijama todavía, estaba sentado en una esquina de la mesa, con el periódico El Profeta abierto ante él. Estaba desayunando, aunque su café estaba hasta el borde. Y ya no humeaba. Y él no tenía comida en la boca. Ginny estaba sentada frente a su hermano, sin fingir que hacía nada, simplemente mirando la desgastada superficie de madera llena de cortes por el continuado uso. También tenía un café en las manos, que tampoco humeaba. Y una tostada mordisqueada en un plato, a su lado. Harry estaba de pie, junto a la chimenea. Hermione no sabía si ya había terminado de desayunar, o si todavía no lo había hecho. O si no iba a hacerlo. Estaba también en pijama. Con la vista clavada en el viejo reloj de la familia Weasley. En ese momento, las agujas de Percy, Charlie, Bill, Fred, George y Arthur marcaban "en el trabajo". Las de Ginny, Molly y Ron, "en casa". Y así estaría durante mucho rato más. Pero Harry no apartaba la mirada de él. Sumido en sus pensamientos.
Harry también se había quedado en La Madriguera esos últimos cinco meses, al igual que Hermione. Estaba en trámites para quedarse legalmente con el número doce de Grimmauld Place, tal y como Sirius le legaba en su testamento, pero, para ello, primero debía dejar de ser el Cuartel General Principal de la Orden del Fénix. La Orden estaba en proceso de reacomodar la casa, a los enfermos del Ala del Hospital, y de trasladar todo el papeleo confidencial que se almacenaba en el lugar. Se había comprometido a devolverle a Harry su hogar, pero, para variar, todo iba muy despacio. La Orden se había disuelto al terminar la guerra, y todos los que quedaban eran voluntarios que se habían organizado para ciertas tareas. Habían perdido una cantidad considerable de miembros, así que el traslado de todo lo que Grimmauld Place albergaba iba considerablemente lento. También era evidente que, una vez que iniciase el papeleo para ponerla a su nombre y vivir allí de forma legal y lícita, los plazos serían lentos. El muchacho ya se había resignado a todo ello.
Hermione sabía bastante de eso. Sus padres seguían en el extranjero, ajenos a todo, y aún no había podido ir en su busca. Tenía que ir a Estados Unidos para poder revertir personalmente el hechizo de alteración de los recuerdos con que los había confundido para poder esconderlos. Hechizo ilegal, todo sea dicho. Pero los trámites del Ministerio para viajar al extranjero estaban siendo muy lentos. Muchísimas personas querían salir del país para ver a sus familiares, ahora que la guerra había terminado y recuperaban su libertad. Y el Ministerio parecía estar saturado. Los plazos de los permisos se estaban alargando de forma indefinida.
Pero, al margen de eso, y contra todo pronóstico, Hermione era libre. El Consejo de Guerra que la Orden tuvo que organizar para poder juzgar a la chica la había absuelto.
Se reunió por petición propia con varios miembros de la Orden del Fénix, una semana después de la batalla de Hogwarts. Con Aberforth, Remus y Ojoloco, concretamente. Los que, durante la guerra, habían regido y mantenido ensamblada a la Orden. Los cabecillas. Y Hermione les contó toda la verdad. Lo mismo que les había contado a los Weasley, y a Harry. Y el resultado de esa reunión la sorprendió. Los tres hombres le aclararon que, de hecho, esa conversación no formaba parte de un Consejo de Guerra. La Orden del Fénix era una sociedad secreta, con lo cual no se regía por las leyes del Ministerio de Magia. Se regía por sus propias normas. Y, ahora que la guerra había terminado, tal y como Hermione ya sabía, había sido disuelta. Los aurores del Ministerio se encargarían de encontrar y capturar a los mortífagos que pudieran haber escapado. La Orden se merecía descansar. Y echaba la persiana de nuevo, después de haberse puesto en marcha por segunda vez en su historia.
La Orden ya no existía. Solo algunos voluntarios organizados, como los Weasley, seguían ocupándose de algunas tareas. Por lo tanto, al parecer, ya no podían juzgarla, ni condenarla de forma oficial. No tenía sentido. Los tres le dejaron claro que, si hubieran sabido todo eso antes de que la guerra terminara, el resultado habría sido pena de cárcel. Pero ahora ya no podían hacerlo. Así que se limitaron a mostrar su contrariedad y decepción por sus actos. Y la retiraron de todas las tareas referentes a la Orden. Expulsándola de lo que quedaba de la sociedad.
Remus no mencionó en ningún momento que ya sabía todo lo que la joven había contado. O casi todo, al menos. Y Hermione omitió las partes que lo inculpaban a él. No contó que había podido hablar con Draco al término de la batalla… Esa fue la única mentira que se permitió decir.
Cuando Hermione entró en la cocina esa mañana de noviembre, Harry despegó por fin su mirada del reloj. Ginny y Ron no se movieron. Molly dejó de apuntar con la varita al cuchillo que estaba cortando un trozo de calabaza sobre la tabla, que aun así continuó cortando por su cuenta, y dio una palmada de entusiasmo.
—Hermione, qué guapa estás —alabó la mujer, con una sonrisa radiante—. Te queda como un guante. Vas a causar una impresión estupenda.
La chica forzó una sonrisa, toqueteándose las largas mangas. Molly se acercó rauda y veloz y se arrodilló ante ella, comenzando a hurgar en los bajos de la túnica, solucionando algo que solo sus ojos de madre podían ver.
—Eso espero —comentó Hermione con suavidad. Tenía la boca seca, y la voz algo ronca.
Molly la miró a los ojos desde el suelo. Todavía con el bajo de su túnica en las manos. Emitió un suave suspiro, y la dulce pero fuerte mirada que le dedicó, logró, en parte, reconfortarla.
—Todo irá bien, ya lo verás —aseguró Molly. Ahora sin sonreír—. Estás preciosa, y eres inteligente. Solo tienes que estar tranquila y contar la verdad. Nada más. Y seguro que todo saldrá bien.
Y Hermione no pudo sino sentir un profundo agradecimiento. Hubiera entendido perfectamente que la señora Weasley se hubiera mantenido al margen de todo eso. A pesar del apoyo que recibió por su parte aquel día, el día que les contó a los Weasley la verdad por primera vez, apenas habían vuelto a hablar del tema abiertamente. Molly jamás se posicionó. No demostró creer en la inocencia de Draco Malfoy, el hijo de una familia que había martirizado a la suya durante años. Se limitó a dejar claro que podía entender las motivaciones de Hermione para hacer lo que había hecho. Y no cambió su trato hacia ella.
Tras las explicaciones de la chica horas después de la batalla, Fred y George salieron de la cocina, sin comentar nada, y Hermione no había vuelto a hablar con ellos. No le dijeron si habían visto o no a Draco en la Torre de Adivinación con ella, y Hermione no se atrevió a preguntárselo. Suponía que no. O, si lo habían hecho, no cambiaba su opinión al respecto, al parecer. Y no quería imponerles el hablar con ella.
Tampoco los veía mucho. Ambos se habían trasladado de nuevo al piso que poseían sobre su tienda de Sortilegios Weasley, en el callejón Diagon. Habían vuelto a abrir el negocio, y solo venían de vez en cuando a ver a la familia. Y ambos ignoraban a Hermione de forma abierta. No parecían querer tener nada que ver con ella. No parecían haber perdonado su traición. Y no parecía que tuviesen la más mínima intención de hacerlo nunca.
Y Hermione comprendió que eran las dos primeras personas que había perdido por completo a causa de haberse enamorado de Draco Malfoy.
Arthur se mostró genuinamente aliviado cuando Hermione le contó que el Consejo de Guerra la había indultado. A pesar de la fuerte discusión que ambos mantuvieron el día de la batalla, el patriarca de los Weasley no parecía creer que la chica mereciese castigo de ningún tipo. Todo su enfado inicial parecía deberse a que estaba seguro de que Hermione se metería en serios problemas, y no quería que eso ocurriese. Al tener claro que no sucedería, su trato se volvió más amable. No tan cariñoso como había sido desde que lo conocía, pero definitivamente amable. Tampoco le preguntó nada más al respecto. Qué iba a hacer ahora. Cómo iba a gestionar su amor por Draco Malfoy ahora que él estaba en prisión. Qué tal estaba. Nadie se lo preguntó.
Todos parecían dar por hecho que todo lo que había entre ellos había terminado, irremediablemente, ahora que la guerra había acabado y los mortífagos estaban en Azkaban. No podían olvidar sus mentiras, su comportamiento, ni su traición, pero no parecían creer que todo eso fuese a tener más consecuencias. Ella ahora no iba a estar con Draco Malfoy. Él estaba en prisión. Eso ya no era una preocupación. El haber ocultado el pasado era la nube que flotaba sobre ellos.
Ron no dijo nada al respecto de que se quedase en su casa. No se mostró en desacuerdo. Se limitó a ignorarla con fervor. No abandonaba la habitación cuando ella aparecía, pero nunca la buscaba. Y no le había dirigido la palabra más de lo estrictamente necesario en una convivencia desde la batalla. Y Hermione no podía hacer más.
Ron odiaba a Draco, y ella no podía culparlo. El mantra de la chica de que el muchacho había cambiado no tenía por qué ser suficiente para él. Draco se había burlado innumerables veces de la pobreza de la familia Weasley. Había insultado a su madre a lo largo de los años de diferentes y crueles formas. Había intentado ridiculizar y mermar su confianza como guardián en el equipo de Quidditch con su famosa canción "A Weasley vamos a coronar". Le quitó puntos varias veces como miembro de la Brigada Inquisitorial. Lucius Malfoy fue quien le dio a su hermana el Diario de Tom Ryddle en su segundo año, que casi le costó la vida. Le arrojó Pus de Bubotubérculo sin diluir encima, en su último año en el colegio.
Sumado todo ello a algo que Hermione no podía olvidar. Algo que tenía que ver directamente con ella, y no con Draco. Pero que no se atrevía a sacar a colación. Ni le había contado a nadie.
"Por… por si acaso…"
Ginny tampoco habló con ella sobre Draco. Ni cuando oyó la historia por primera vez, ni después. Se limitaba a ignorarla educadamente. A hablarle porque tenía que hacerlo. Como si, simplemente, no estuviera segura de querer seguir teniendo trato con ella, pero no tuviera elección. Había dejado incluso de mirarla a los ojos cuando se dirigía a ella.
Harry, por su parte, se había mostrado definitivamente distante. Pero no había dejado de hablarle por completo. De forma similar a Ginny, parecía tratarla con gran reserva, como si estuviese esperando a tener las ideas claras antes de sacar a colación cualquier tema polémico. O al menos eso quería pensar Hermione. La otra opción era que no quisieran hablar del tema nunca más. De hecho, no habían vuelto a tocar el tema de Draco Malfoy desde el día de la batalla. Hablaron de temas normales. Al menos normales para la situación en la que se encontraban. De los días en los que irían a Hogwarts a ayudar con los destrozos. De que habían hablado con ciertos miembros de la Orden. De que tenían que ir a uno u otro refugio. De que habían encontrado a otro mortífago fugado. De que se había celebrado uno u otro funeral.
Harry ya no le sonreía. Le hablaba, pero no le sonreía. No la trataba como una amiga. Solo como una compañera más de la Orden. Parecía considerarla una aliada todavía, a pesar de lo que había hecho. Quizá había terminado considerándola una traidora como amiga, mas no como miembro de la Orden. Hermione no lo sabía. No habían hablado una palabra del tema.
Y la chica comprendió lo que Draco había querido decirle con su advertencia de que estaría sola si hablaba abiertamente de la relación que mantenían. Creía que podría con todo, pero había olvidado cuánto podía doler la soledad. Estaba viviendo en un lugar lleno de gente. Y no sentía que pudiese hablar con nadie.
Todo se sentía como si fuese algo perecedero. Como si, en el momento en el que Hermione abandonase esa casa, ninguno de ellos fuese a tener la intención de buscarla, ni hablar con ella, nunca más.
La chica, a pesar de las amables atenciones de Molly, sentía que estaba viviendo en un lugar en el que nadie la quería. Rodeada de personas que no la querían tener cerca. Tres veces durante esos cinco meses quiso irse de La Madriguera, cansada, harta, y dolida, y tres veces Molly la convenció, en privado, para que se quedase. Por ella. Porque ella sí la quería tener cerca.
Hermione quería hablarlo todo de nuevo. Arreglar las cosas. Aclararlo todo mejor. Porque sentía que estaba perdiendo a sus mejores amigos por una razón absurda. Draco y ella estaban enamorados. Se querían. Él la quería. Él le había salvado la vida. ¿Cómo podían sus amigos estar en contra de algo semejante? Pero, siempre que pensaba en ello, terminaba decidiendo que ya no estaba en su mano arreglarlo. Ella había contado la verdad. Ellos ya sabían la verdad. Conocían la realidad, pero no les gustaba. Así que no había nada que aclarar.
—¿Café o té? —preguntó Molly con amabilidad, haciendo ademán de dirigirse a la cafetera que estaba sobre un fogón apagado.
—Nada, gracias. Debo irme ya —musitó Hermione, inhalando después profundamente—. O llegaré tarde.
Tenía tiempo de sobra. Pero no tenía ni pizca de hambre. Y no quería sentarse con Ron, ni Ginny. O, más bien, sabía que ellos no se sentirían cómodos. Normalmente, madrugaba y desayunaba a solas con la señora Weasley.
—Muy bien, querida —resolvió Molly, yendo en cambio al salón. Y añadiendo, mientras caminaba—: Voy a traer los polvos Flu, entonces. Usa la chimenea de la cocina, la del salón aún no está conectada a la Red Flu. Arthur estará en su despacho, esperándote. Él te acompañará hasta el lugar del juicio. Los ascensores no llegan hasta el décimo piso y es fácil perderse...
La joven sonrió, agradecida, y se acercó hasta la chimenea de la cocina. Lugar junto al cual también estaba Harry. Éste, curiosamente, se giró directo hacia ella. Sin intentar ignorar su presencia. Y Hermione no se lo esperaba. No esperaba siquiera una mirada de soslayo. Menos aún que la mirase directamente a los ojos, y pareciese dispuesto a hablarle.
Hermione se detuvo ante él, irguiéndose casi a la defensiva, y lo observó con cautela. Su cabello había vuelto a tener la largura y frondosidad que siempre había tenido. Los negros mechones volvían a apuntar en todas direcciones, como era más habitual en él. Molly lo había sentado en la mesa de la cocina dos días después de la batalla, y lo había separado de su coleta sin permitirle decir ni media palabra.
El labio inferior de Harry se curvó ligeramente hacia arriba. En una velada sonrisa. Casi tensa. Incómoda. Pero una sonrisa.
—Estás… elegante —dijo entonces. Y su voz sonó considerablemente natural—. Supongo. No entiendo mucho de ropa para magos.
Hermione parpadeó. Y comprendió que el comentario requería una sonrisa. Había bromeado con ella.
—Ni yo —admitió. Permitiéndose estirar las comisuras con discreción—. Quizá me encierren a mí en Azkaban por atentar contra la modernidad —se atrevió a añadir. Devolviéndole la broma con ligereza.
El rostro de Harry se suavizó. Y eso hizo que sus ojos se volvieran mucho más tristes. Sus labios se estiraron en una sonrisa un poco más sincera. Igualmente moderada.
—Que salga todo… —comenzó, pero no pareció saber cómo continuar. Y su sonrisa volvió a enfriarse. ¿Bien? No iba a decir eso, Hermione lo sabía. "Bien", para la joven, significaría que Draco Malfoy iba a ser absuelto. Y Harry no podía mentir y decir que esperaba que eso sucediese. Después de un instante de frío silencio, añadió—: Ojalá te… escuchen, y te tengan en cuenta. Y que decidan en consecuencia. Supongo que es lo justo.
La joven tragó saliva. Era lo más amable que el chico le había dicho en meses. Con el corazón galopando, temblando de anhelo, asintió con la cabeza. Reconociendo sus palabras.
—Gracias —susurró, con entereza. Sosteniendo la más que familiar mirada de su amigo. Hacía tiempo que no se miraban a los ojos sin tener la necesidad de apartar la mirada con rapidez.
—Ya está, cariño —llamó la señora Weasley, volviendo a la chimenea de la cocina, con la maceta llena de polvos Flu en la mano. Encendiendo el fuego con una sacudida de varita.
Hermione miró a Harry una última vez y le dedicó un cordial asentimiento de cabeza. Para después acercarse a la chimenea, e introducir la mano en la maceta que Molly sostenía en la mano. Extrayendo un pellizco del brillante y fino polvo, intentando no derramarlo. Miró de reojo al resto de la estancia. A la larga mesa que Ron y Ginny compartían.
—Adiós —se despidió, con suavidad. De forma educada.
Ron no levantó la mirada de la mesa. Como si no la hubiera oído. Sus ojos lucían crispados. Tenía la boca apretada de rabia. Y la vista fija en el periódico, pero llevaba en la misma página desde que Hermione había entrado en la cocina.
Ginny, en cambio, sí levantó la vista. Clavándola en Hermione. Y a la chica le sorprendió lo taciturna que se veía. No había rechazo en sus ojos. Más bien era… inquietud. Como si algo la atormentase.
¿Le preocupaba la seguridad de Hermione? ¿Las consecuencias de lo que iba a hacer? ¿Creía que ya no habría marcha atrás?
—Adiós —susurró la pelirroja, volviendo a apartar la vista justo después. Y Hermione no alcanzó a interpretar su mirada.
—Buena suerte, cielo —susurró Molly, arrancándola de sus pensamientos. Hermione parpadeó, regresando, y arrojó el polvo a la chimenea. Las llamas se convirtieron al color esmeralda al instante. La chica se metió dentro, sintiendo el fuego acariciarle el cuerpo de forma agradable. Tomó aire intentando no tragar ceniza.
—¡Ministerio de Magia británico! —gritó. Al instante siguiente hubo un fogonazo y la joven ya no estaba.
El silencio se apoderó de la cocina. Molly tomó aire con profundidad, de forma lenta, y dejó la maceta con los polvos en la repisa. Sin molestarse en ir al salón. Limpiándose las manos en el delantal, volvió a acercarse a la cazuela que se removía sola. Parpadeando con rapidez. Ya no sonreía.
Harry se mantuvo de pie, observando la chimenea por la que había desaparecido su amiga. Con la mente muy lejos.
Hasta que escuchó el repentino sonido de una silla arrastrándose por el suelo, sin ningún cuidado, trayéndolo a la realidad. Y la desconcertada voz de Ron.
—¿Ginny…?
A Harry le dio un vuelco el corazón. Se giró en redondo, y observó a la joven Weasley, que se había puesto en pie en su lugar de la mesa. Con las manos apoyadas en la superficie. Y el cabello caído por la cara. ¿Estaba temblando? ¿O solo estaba respirando con dificultad?
Ron, sentado ante su hermana, la estaba mirando con los ojos muy abiertos, y el ceño fruncido. Molly también había detenido sus quehaceres.
—¿Ginny? —susurró Harry, acercándose a ella.
Pero no tuvo tiempo ni de ponerle una mano en el hombro. La chica emitió un suspiro tembloroso, y acto seguido un bufido furioso. Se separó de súbito de la mesa, antes de que Harry la alcanzase, y se alejó unos pasos. Caminando por el estrecho hueco entre la larga mesa de la cocina y las estanterías de las paredes llenas de frascos y vajilla diversa. Frotándose las manos y crujiéndose los nudillos con nerviosismo. Harry y Ron intercambiaron una rápida mirada. Preocupada. Creyendo entender. Todo lo relacionado con Hermione estaba siendo difícil de digerir. Y, posiblemente, verla ir a un juicio, a defender públicamente a Draco Malfoy, había terminado por acabar con las esperanzas de Ginny de que todo fuese una broma pesada. O eso pensaron ambos amigos.
Cuando Ginny se giró, paseando ahora hacia ellos al ver que la cocina se le terminaba, y le vieron el rostro, vieron que estaba contraído en una mueca de desasosiego. Parecía verdaderamente mortificada.
—Hija, ¿qué sucede? —preguntó también Molly, secándose las manos ahora mojadas en el delantal, y avanzando hacia la chica. Dejando de atender por completo la comida.
Pero Ginny seguía caminando sin rumbo fijo por la habitación, y parecía incapaz de articular nada coherente. La vieron abrir y cerrar la boca, como si quisiese decir algo. Pero después se pasó la mano por la raíz del cabello, despeinándoselo, y terminó girándose hacia ellos. Con expresión crispada.
—No puedo… no puedo hacer esto —sentenció, en un fiero arrebato—. No puedo seguir así. Esto es una locura, pero es así. Tengo que… Lo que ha hecho… Pero ahora nos ha dicho la verdad…. Y no es justo. Y no puedo fingir que no he visto nada. Y ni siquiera estoy de acuerdo, pero…
—A ver, Ginny, para. No entiendo nada. ¿Qué demonios estás diciendo? —Ron interrumpió el confuso parloteo de su hermana. Con el ceño todavía más fruncido—. ¿Hablas de…? ¿Hablas de Hermione?
Ginny parecía estar recomponiéndose poco a poco. Observó a los presentes con un nuevo aire de determinación, más propio de ella.
—Voy a ir con ella —sentenció entonces, con mayor firmeza. Sonando algo más cabal—. Eso tengo que hacer. No sé si cambiaré algo, pero, tengo… tengo que hacer lo que es correcto.
—De ninguna manera vas a convencerla para que cambie de opinión —replicó su hermano. Casi escupiendo las palabras. Bajando la voz—. No merece la pena ni que lo intentes. Ya la has visto. Está decidida a…
—Lo sé. Y no, no pretendo hacer eso. Al contrario —replicó la chica, con resolución.
—¿Vas a perdonarle? —farfulló Ron, poniéndose en pie también. Observaba a su hermana pequeña con desmayo—. ¿Después de lo que nos ha hecho? ¿Después de mentirnos? ¿Después de con quién se ha enredado? Con el mayor capu…
—No. Lo que voy a hacer es declarar en el juicio —replicó Ginny. Con mayor bravura. Y la mandíbula de su hermano casi tocó el suelo.
—¿Declarar? —repitió Ron. Como si no entendiese el significado de esa palabra—. ¿Declarar para…? ¿Para qué? ¿Cuándo?
—Ahora mismo. En el juicio de hoy. Voy a prestar declaración —insistió Ginny, y miró a su madre con decisión—. Mamá, ¿tienes alguna otra túnica que puedas prestarme…?
—Ginny, tú no has sido citada —musitó Molly, preocupada, con los brazos cruzados.
—Eso lo solucionaré cuando esté allí… —barbotó la chica, frenética.
—Espera, Ginny, espera. Para un momento —intervino Harry, farfullando, levantando las manos. Haciendo que lo mirase—. Escúchame, sé… sé cómo te sientes. Esto también me está sacando de quicio a mí. Y hay mil cosas sobre Draco Malfoy que me encantaría contar en un juicio. Pero… —jadeó, con desesperanza—. Si lo haces, vas a hacer… vas a hacer muchísimo daño a Hermione. No puedes hacerle esto. Aunque nos haya mentido, aunque… Joder, a pesar de lo que ha hecho, no se merece esto. Vas a destrozarla…
—Pues, mira, yo estoy de acuerdo con Ginny —farfulló Ron entonces, en un arrebato. Aunque lucía algo turbado—. Es lo que él se merece. Todos deberíamos declarar y contar todo lo que ese desgraciado nos ha hecho. Todo el mundo debería saber de lo que es capaz ese pedazo de…
—Os equivocáis los dos —se limitó a replicar Ginny, con brusquedad. Asesinándolos con la mirada.
Y Harry tuvo que agarrarse al respaldo de la silla discretamente al ver las intenciones de la joven, reflejadas ahora en sus ojos. Entendiendo. Ron, en cambio, exhaló con frustración.
—¿Cómo? —masculló, impaciente. Parpadeando con frenesí. Sin entender todavía.
Su hermana le sostuvo la mirada. Sus ojos relucían.
—Voy a declarar a favor de Draco Malfoy.
—…y gracias a eso pudimos mantener la cúpula intacta. Si no lo hubiéramos hecho, Lord… Quien-No-Debe-Ser-Nombrado no habría sido derrotado. El dragón no hubiera sido liberado. Si el señor Malfoy no me hubiera avisado al respecto, y si no me hubiera ayudado a defenderme del enemigo, la victoria no hubiera sido posible. Y me gustaría añadir que puso su vida en riesgo. En caso de que, a pesar de nuestros esfuerzos, el resultado se hubiese decantado en la otra dirección, y Quien-No-Debe-Ser-Nombrado hubiese vencido, lo hubieran asesinado por traidor. Por enfrentarse a los suyos. Incluida su tía, para salvarme a mí, como ya he… mencionado.
Hermione finalizó su alegato casi sin aire. Estaba nerviosa, mucho, con lo cual hablaba de forma bastante más atropellada incluso que de costumbre. Y se había sorprendido quedándose sin aliento a las pocas frases. Había intentado responder a sus preguntas lo más escueta y claramente posible, y esperaba haberlo conseguido. Creía haber hablado con la suficiente entereza y educación. Aunque sentía su rostro incandescente.
Incluso a pesar de la presencia de los Dementores.
Las enormes criaturas encapuchadas estaban a ambos lados de una silla solitaria situada a la derecha de Hermione. Y su silenciosa presencia bastaba para que la enorme Sala del Tribunal del Wizengamot pareciese todavía más fría y lóbrega de lo que ya de por sí era. Las Salas del Tribunal, situadas en la décima planta del Ministerio, estaban en desuso desde hacía años; pero el número de pleitos había sido tan abrumador que se habían visto obligados a utilizarlas también. Era una sala subterránea, circular, que parecía más una mazmorra que una sala. La atmósfera era intimidatoria. Antorchas iluminaban el lugar. No había ningún tipo de decoración, a excepción de unos mosaicos en el suelo, y las apretadas filas de bancos que se elevaban escalonadamente hacia las paredes. Todos los que estaban a sus espaldas se encontraban vacíos. No era una vista pública. Solo se encontraban ocupadas las filas de bancos que Hermione tenía delante. Las correspondientes al tribunal.
La chica estaba en pie en el centro de la estancia, en el centro del mosaico. Delante de un viejo atril de madera. Frente a ella, bajo el puesto del Jefe Supremo, se podían leer, talladas en la madera, la frase "Ignorantia Juris Non Excusat", que podría traducirse como "La ignorancia de la ley no es excusa". El lema del Ministerio.
Cornelius Fudge se hacía cargo del puesto de Jefe Supremo en lugar de Albus Dumbledore en los juicios correspondientes a los mortífagos capturados tras el final de la guerra. Por el simple hecho de que el director de Hogwarts también deseaba declarar. Al haber sido prisionero del enemigo, parecía tener información que quería compartir. Por lo tanto, alguien externo al juicio debía presidirlo, y Fudge fue el elegido. Alrededor de él, aproximadamente cincuenta personas, vestidas con idénticas túnicas de color púrpura, observaban a Hermione con diversos tipos de expresiones. Desde la más absoluta atención, hasta el aburrimiento más evidente. Percy Weasley se encontraba sentado en un rincón, con una pluma, tinta y muchos pergaminos delante, actuando como taquígrafo. No había mirado a Hermione a los ojos ni una sola vez.
Tras escuchar a la joven, Fudge se mesó la redondeada barbilla, aguardando a que Percy, desde su rincón, terminase de escribir la última declaración de la chica.
Hermione aprovechó para desviar su vista hacia la derecha por primera vez en mucho rato. Hacia la silla solitaria que custodiaban los Dementores. Era de madera. De respaldo alto. Y Draco estaba sentado en ella.
El chico tenía los antebrazos atados a los brazos de la silla, mediante unas brillantes cadenas. Gracias a ello, estaba sentado de forma considerablemente erguida, aunque sus hombros parecían pesar. Llevaba una túnica delgada, gris, de rayas horizontales. Y una placa con unas runas a la altura del pecho. Su número de prisionero, había supuesto Hermione.
El cabello le había crecido. No mucho, pero estaba definitivamente más largo. Hermione lo veía asomar por los lados de su nuca. El flequillo también le tapaba los ojos si se despistaba y lo dejaba caer sin cuidado. No lo tenía muy limpio. Podía distinguir la rubia barba que disimulaba sus afiladas facciones, y también la posible delgadez de su rostro. Él siempre había sido de tez pálida, así que, a esa distancia, no podía distinguir si estaba demacrado. Tenía mejor aspecto del que la chica había imaginado que tendría. No lo veía temblar, pero sospechaba que lo estaba haciendo. Tenía que hacerlo, con dos Dementores a cada lado de su cuerpo. Otro en su lugar tendría la cabeza gacha; derrotado, sin fuerzas. Pero él, en cambio, la estaba mirando a ella.
Hermione, aunque había tenido que centrarse en los miembros del jurado a los que se estaba dirigiendo, sospechaba que no había apartado los ojos de ella durante toda su declaración. No lo había oído emitir ni un solo sonido. La chica hubiera matado por poder decirle algo en ese momento. Pero no se atrevió a mover los labios. Sabía que la estaban mirando. Y podían considerarlo conspiración, o algo semejante.
Y, a pesar de la distancia, poder mirarlo a los ojos fue lo más cálido que había sentido en mucho tiempo.
No sabía cómo se había contenido para no correr en su dirección nada más verlo. Sus piernas casi lo hicieron cuando sus tobillos flaquearon. Pero su juicio ganó la batalla y caminó directa hasta el atril. Sujetándose a él en cuanto lo tuvo al alcance. Mientras asimilaba que lo estaba viendo de verdad. Que estaban en la misma habitación. Que estaba vivo.
Cinco meses. Hacía cinco meses que no lo tocaba.
A Draco no le habían dado pie a decir ni una palabra desde que ella estaba allí. Y, aun así, Hermione, solo teniéndolo cerca, sentía que estaban luchando juntos de nuevo. Que eran el equipo que siempre habían sido.
—Bien —declaró entonces Fudge, su voz resonando en las paredes de la subterránea sala, en cuanto dejó de escucharse la pluma de Percy—. Gracias por su declaración, señorita Granger. Si alguien más de los aquí presentes quiere realizar alguna pregunta…
Una mujer de avanzada edad levantó entonces una nudosa mano llena de venas. Lucía una expresión estricta, y no parecía que le estuviese agradando nada de lo que estaba escuchando.
—La presidencia le concede la palabra a Heather Green, jefa del Departamento de Seguridad Mágica —anunció Fudge.
—Hay un detalle que no estoy segura de entender correctamente, señorita Granger —admitió la señora Green con tono indolente—. Nos ha contado que ambos mantienen una relación sentimental, a pesar de sus diferencias, y que fue ese el motivo por el cual el acusado decidió contarle a usted que los mortífagos iban a destrozar la cúpula protectora que ustedes crearon, en lugar de a otro miembro de la Orden. Mi pregunta es, ¿cuándo comenzó esa supuesta relación sentimental?
Hermione parpadeó un instante. La pregunta pillándola por sorpresa.
—Hace unos… tres años —admitió, con cautela, calculándolo con rapidez—. Cuando estábamos en el colegio. En séptimo curso.
—¿Edad? —insistió la mujer, cortante.
—Yo… tenía dieciocho cuando comenzamos —concretó Hermione. Sin tener ni idea de a dónde quería llegar. Y sin encontrarlo tranquilizador en absoluto—. Él los cumplió durante nuestro...
—Según su propia declaración, el acusado admitió ante este tribunal haber aceptado voluntariamente el rango de mortífago en aquel entonces —expuso la señora Green, con gravedad, interrumpiéndola. Hablando de Draco como si no estuviera allí presente—. Con diecisiete años.
—Es correcto —corroboró Hermione. Todavía perdida.
—¿Usted lo sabía? —volvió a cuestionar la mujer. Con mayor énfasis.
—Lo supe algo más tarde.
—¿Y aun así perpetuó su relación sentimental con él? ¿Hasta el día de hoy? —su voz empezaba a sonar casi burlona. Y Hermione se sintió acalorar.
—Sí —siseó con frialdad.
—¿Por qué?
Hermione se pasó la lengua por los labios para contener una respuesta descarada.
—¿Puedo preguntar qué tiene eso que ver con…? —cuestionó con frialdad.
—¿No le importó que hubiese aceptado voluntariamente servir a alguien que predicaba ideas sobre la supremacía de los sangre pura? —se burló la mujer. Ahora más abiertamente.
—No entiendo la finalidad de esta pregunta —barbotó Hermione. Perdiendo algo de compostura—. Nuestra vida sentimental no es uno de los cargos de este juicio…
—Es importante para descartar que usted no estuviese también a favor de Quien-No-Debe-Ser-Nombrado, dado que mantenía una relación con alguien que sí lo hacía —espetó la señora Green. También perdiendo las formas ligeramente. Luciendo definitivamente arisca.
Y Hermione tuvo que apoyarse en el atril. Casi desfalleciendo ante semejante tontería. Parpadeó, asimilando los derroteros de la conversación, y echó un concienzudo vistazo al tribunal que tenía delante.
La edad de muchos de los presentes era elevada. Y eran quienes, curiosamente, la estaban mirando con mayor severidad. Aquellos hombres y mujeres se habían criado con la idea de que no era natural que los muggles y los magos se mezclaran. No tenían ideas tan retrógradas ni sanguinarias como Voldemort, pero no suscribían lo que estaban oyendo. Respetaban a los muggles. Pero no los querían cerca. El estatus de sangre, la pureza de la sangre mágica, había sido un signo de distinción en la comunidad mágica durante muchos años. Para ellos, una relación entre un mago y un muggle seguía siendo algo… diferente. No era común. No se veía con normalidad.
Las cosas, por suerte, estaban cambiando. Lo veía en los rostros reservados y respetuosos de otros miembros. Pero más despacio de lo que deberían.
—Soy hija de muggles. No, por supuesto que no estaba a favor de que me asesinasen a mí y a los que son como yo. Que insinúe que comparto esas ideas es, simplemente, estúpido —espetó Hermione, sin miramientos. Y la mujer se irguió ligeramente ante sus insolentes palabras—. Pero sí, estaba enamorada de él. Vi más allá de lo que nos hacía tan diferentes, de lo que nos enfrentaba, y me enamoré de él. A pesar del camino que decidió seguir. Porque pude entender por qué lo hacía. Y no piensen ni por un segundo que eso es significativo en mi declaración. He venido aquí, a defender con hechos, que él ha luchado en nuestra contra, sí, pero no siendo un ferviente seguidor de Lord Voldemort —todos se estremecieron ante el nombre del Señor Tenebroso, escupido por accidente por una alterada Hermione—. Que su ayuda fue decisiva para ganar, y que debe ser tenido en cuenta a la hora de decidir su destino. Peleó para protegerse a sí mismo y a los que quería, no por fanatismo...
—Ha muerto gente, señorita Granger —espetó entonces la señora Green—. El acusado ha matado personas. Que no le gustase hacerlo, es lo de menos. Esas personas siguen muertas.
—Eso es innegable. Como también es innegable que ha muerto gente de ambos bandos —replicó Hermione, bajando la voz—. Yo he luchado en esta guerra y también he matado a muchos de los suyos. Y a mí no me juzgan por ello.
—No es lo mismo…
—¿Por qué? ¿Porque nosotros hemos ganado la guerra? —protestó Hermione, volviendo a subir el tono—. Siguen siendo personas. Podía haber… no, había gente inocente en el otro bando también. Puedo darles decenas de nombres de personas que desertaron del bando enemigo, en medio de la guerra. Gente que creía en la causa en un principio. Que dejó de hacerlo. Y muchos fueron asesinados por ello. Pero le aseguro que no soy ninguna ilusa. Por supuesto que no vengo a justificar ni a quitar importancia a los crímenes que ha cometido. Todos los aquí presentes saben las fechorías que el señor Malfoy ha perpetrado. Yo vengo a contarles las cosas buenas que también ha hecho. Su lealtad ha cambiado, y su ayuda ha sido decisiva para ganar esta guerra.
—La familia Malfoy siempre se ha caracterizado por estar muy orgullosos de su estirpe mágica —intervino un hombre, con un grueso bigote negro. Con gravedad—. ¿Está intentando que nos creamos que el hijo de Lucius Malfoy, mortífago, al igual que él, no posee los mismos ideales que su padre? ¿Que todo era una tapadera?
—Por supuesto que no —replicó Hermione, casi con desdén, como si fuera evidente—. Los tenía. Hubo un tiempo en que creyó en ello a pies juntillas, con todo lo que eso conllevaba. ¿Cómo no iba a hacerlo? Pero lo he visto cuestionárselo todo, aceptar que no estaba de acuerdo con lo que, hasta el momento, había sido su realidad. Hacer malabares para sobrevivir y al mismo tiempo actuar acorde a sus nuevos principios. Porque lo contrario ya no era soportable. ¿Pueden todos ustedes hacerse una idea de lo difícil que es renunciar a las creencias de toda una vida? ¿Pelear contra lo que las personas que más quieres te han enseñado? ¿Usted sería capaz de terminar aceptando que quizá una realidad tan evidente como que el fuego quema, no es tan indiscutible, tras encontrar una llama que no lo hace? No tienen ni idea. Pues él lo hizo. Y nos ayudó. Y personalmente lo considero una de las personas más valientes que he conocido nunca.
La señora Green la miraba ahora con ojos considerablemente más abiertos, mientras parpadeaba con lentitud. Su boca era una fina línea. Pero no parecía poder decir nada más. El hombre de grueso bigote tampoco volvió a abrir la boca. Se apoyaba en la mesa ante él, con la cabeza sostenida por su mano, acariciándose el bigote con los dedos de forma distraída. Mirando a la chica con atención. Pero muchos de los otros miembros del tribunal habían empezado a murmurar. Con un tono general de asombro. Algunos con desaprobación. Otros con vacilación. Hermione sorprendió a muchos mirándola con expresiones recelosas. Alguno incluso se removió en su asiento al encontrarse con sus ojos, mientras susurraba algo a la persona que tenía al lado. A Hermione se le pasó por la cabeza, pero no miró a Draco. No dejó de mirar a los ojos a cada miembro del tribunal que hizo contacto visual con ella. Y también se encontró, por primera vez, con los ojos de Percy.
Fudge carraspeó entonces con precipitación. Y golpeó la mesa ante él con un mazo de madera, de forma frenética. Al no ser efectivo, terminó lanzando unas pocas chispas al aire con su varita.
—Señores, señoras, les ruego silencio… ¿Alguien más desea decir algo al respecto de los cargos que hoy nos atañen? —Ninguna otra mano se levantó. Hermione tenía el corazón en un puño. No sabía si eso era buena o mala señal. ¿Había dicho suficiente? ¿Demasiado?—. Damos, por lo tanto, el testimonio por concluido —sentenció. Y pareció genuinamente aliviado de ello—. Tengo entendido que aceptó la cláusula del impreso para proporcionar sus recuerdos... ¿Sigue de acuerdo?
Hermione, ahora sí, se permitió mirar a Draco con fijeza. No era algo obligatorio, pero ofrecían la oportunidad de entregar recuerdos para respaldar su alegato. Arthur le había dicho que eso confería bastante peso a una defensa, pero que era algo tan personal que no todo el mundo accedía a ello. Hermione aceptó sin dudarlo.
Pero agradeció poder echarse atrás. Daban la oportunidad, si había un arrepentimiento de última hora. Y lo haría si Draco no se mostraba de acuerdo. También eran los recuerdos de él, al fin y al cabo. Era su intimidad. No quería hacerlo sin su consentimiento.
Se encontró con sus ojos grises. Los cuales no parpadearon. Ni siquiera cuando movió la barbilla arriba y abajo unos cuantos centímetros. Entendiendo su muda pregunta, y respondiendo de igual forma.
—Sí, señor —corroboró Hermione, con firmeza. Todavía mirando los ojos de Draco—. Sigo de acuerdo.
—Muy bien. Proceda entonces, por favor, a dejar sus recuerdos en el Pensadero.
Una de las brujas, sentada en la primera fila, salió de su asiento y descendió las escaleras de piedra para ir al encuentro de Hermione. Con un gran cuenco en las manos. Tenía el aspecto de un fregadero poco profundo, con diversas runas grabadas a su alrededor. En su interior, se encontraba una sustancia de tipo vaporoso. Lo colocó en el atril, ante Hermione, y sacó una varita.
—Concéntrese en los recuerdos que quiere que le extraiga, por favor —indicó con amabilidad—. Iremos de uno en uno.
La joven obedeció y cerró los ojos para concentrarse mejor. La bruja le colocó la varita en su sien, y, al separarla, de la punta comenzó a salir un fino hilo de luz, como si hubiera tela de araña dentro de su cabeza. Separó la varita del todo y susurró unas palabras cerca de la punta.
—Hermione Jean Granger. Código de testigo 22091204. Recuerdo número uno.
Y, tras decir esas palabras, agitó la varita, y la tela de araña, los recuerdos de la joven, cayeron en la pila, juntándose con la sustancia vaporosa del fondo. El rostro de Draco, mirando a un lado con cara de impaciencia, correspondiente a alguno de sus recuerdos, brilló durante unos segundos en la superficie, cual fantasma plateado. La bruja volvió entonces a acercar la varita a la sien de la chica, y repitieron el proceso varias veces más. Hasta que Hermione asintió, indicando que había entregado todo. Fudge había estado escribiendo sin pausa durante todo el proceso.
—Muchas gracias —pronunció entonces Fudge sin mirarla, al ver de reojo que la bruja que portaba el Pensadero se retiraba a su lugar. Siguió escribiendo algo en los pergaminos que tenía delante, con una gran pluma negra—. Puede irse, señorita Granger.
Hermione no se movió. Parpadeó en dirección al hombre, y después giró el rostro para mirar a Draco. Éste seguía mirándola con fijeza. Y a Hermione le pareció que una de las comisuras de su boca se había elevado discretamente. Como si hubiera adivinado lo que pasaba por la mente de la chica. Y le hiciese gracia. Porque sabía lo que se avecinaba.
—Pero —articuló en efecto Hermione. Incrédula. Lo señaló con la mano—, ¿él no va a intervenir? ¿A decir algo a favor o en contra de lo que yo he dicho? ¿De sus acusaciones?
Fudge dejó entonces de escribir, y elevó los ojos para mirarla. Con momentáneo pasmo.
—Señorita Granger, creo haberle dicho que puede irse. Hemos terminado.
—Tiene derecho a defenderse —siseó Hermione. Sintiendo que su presión sanguínea aumentaba—. Con todos mis respetos…
—Señorita Granger…
—No. Según el fundamento jurídico octavo, y el artículo cincuenta y dos… —insistió, implacable, en voz más alta. Con los puños apretados.
—Señorita Granger, o se va de inmediato o desestimaremos su defensa —espetó entonces Fudge, señalándola con la pluma de forma agresiva—. Queda advertida. Que tenga un buen día.
Hermione boqueó, pero no emitió más sonidos. Tragó saliva con dificultad y se separó un paso del atril. Admitiendo su derrota. Sabía que tenía que irse, pero no pudo evitar mirar a Draco una última vez. Aunque sabía que lo vería al día siguiente. El juicio se alargaría durante toda la semana. Las preguntas cambiarían. Las acusaciones serían distintas. Lo vería al día siguiente, de lejos, otra vez…
Advirtió entonces, ofendida, que el muy bastardo estaba sonriendo de forma más evidente en su dirección. Con aire complacido ante la visible indignación de la chica. Orgulloso, al parecer, de su arrebato. Tan resignado ante la situación que incluso la encontraba divertida. Y, para más inri, su expresión casi le arrancó una sonrisa a ella. Idiota prepotente…
—Que tengan un buen día —correspondió Hermione a su pesar, con frialdad, en dirección al tribunal. No le convenía tenerlos en su contra. Eso no beneficiaría a Draco.
Luchó por recomponerse, mientras recogía la carpeta con sus notas. Dirigió una rápida sonrisa cargada de censura en respuesta a la satisfecha sonrisa de Draco, a modo de cariñosa despedida, y se dirigió a la salida lo más rápidamente que pudo, intentando no parecer grosera.
Una vez atravesó la pesada puerta de madera, sintió que el aire le llegaba a los pulmones. Un aire casi gélido. Los pasillos del Ministerio en esa zona eran bastante oscuros, de piedra negra, y la temperatura era más bien baja. En días de pleno invierno, Hermione estaba segura de que se podría ver el aliento de la gente abandonando sus bocas.
No sabía cómo sentirse. Debería sentirse aliviada de haber podido contar parte de la verdad, para empezar. Pero se sentía preocupada de no haber sido lo suficientemente convincente. Aunque los recuerdos que había facilitado en el Pensadero eran precisamente para eso… para que viesen que era verdad. Aun así, su cabeza daba vueltas a cosas que debería haber dicho mejor, o que directamente debería haber dicho. O cosas que no. Se sentía atontada, nerviosa y mentalmente agotada. Como si acabase de salir de un examen particularmente duro. Ya tendría tiempo después, en la soledad de su habitación, para darle vueltas a todo. Ahora comenzaba a notar el hambre apoderarse de su cuerpo, y lamentó no haber desayunado.
Nada más cerrar la puerta a sus espaldas, apreció una figura ante ella que se distinguía claramente contra las negras paredes. Era Samantha Minette, que aguardaba sentada en cuclillas, con la espalda apoyada en la pared del pasillo. No había ningún banco cerca de allí. La reconoció de inmediato, a pesar de que nunca la había visto en tan buen estado. Ahora lucía el cabello liso y limpio, y vestía una túnica de color turquesa, bastante más llamativa incluso que la de Hermione. Lo cual la hizo sentir inesperadamente aliviada.
Al reconocerla, los labios de Samantha se curvaron en una sonrisa de oreja a oreja.
—Hola —saludó, con entusiasmo, incorporándose del suelo con toda la elegancia que pudo, desde tan incómoda posición. Hermione le devolvió la sonrisa sin poder evitarlo, y se acercó unos pasos—. Qué alegría verte. No sabía si coincidiríamos… Cuánto tiempo...
—Mucho tiempo —corroboró Hermione con cordialidad, quedando frente a ella—. ¿Cómo estás? ¿Has venido desde Francia?
—Sí —respondió la chica, y a Hermione la pilló por sorpresa cuando se estiró para abrazarla con fuerza. No se lo esperaba, pero logró corresponder a su abrazo con algo de turbación—. He venido para quedarme toda la semana. Estoy alojada en el Caldero… Eh… ¿Choggeantè?
—Caldero Chorreante, sí, lo conozco —aseguró Hermione, sonriéndole cuando ambas se separaron—. ¿Estás cómoda allí?
—Oui, es estupendo —aseguró, encogiéndose de hombros—. Es suficiente. No necesito más.
Hermione trató de sonreír otra vez. Se sentía ligeramente incómoda a pesar de la amabilidad de su interlocutora. Era la primera vez que mantenía una conversación normal con aquella joven. Pero sabía que podía confiar en ella. La ayudó a rescatar a Dumbledore. Y también a encontrarse con Draco. Le debía muchísimo…
—Cuánto me alegro de que hayas podido venir… ¿Cómo están tus padres? —musitó Hermione, con cautela. Aunque vio el rostro de la chica demudarse ligeramente ante eso.
—Bien —consiguió decir, aunque Hermione no la notó muy convencida. En efecto, se humedeció los labios, al parecer sin saber muy bien qué decir, hasta que añadió—: Recuperándose todavía. Pasaron mucho tiempo en ese lugar, y ya… no son tan jóvenes. Les está costando. Un buen amigo se ha quedado con ellos esta semana. Así estoy más tranquila.
Hermione se sintió algo mal consigo misma. No había intentado ser cotilla, solo educada. Y, aunque la joven había sido amable en su respuesta, intuyó que hablar de sus padres le resultaba duro y no quería hacerlo. Estar prisioneros de los mortífagos durante años no podía ser, desde luego, halagüeño. Entendía que todavía no estuvieran recuperados, ni mental ni físicamente. Hermione, por desgracia, conocía muchos casos así. Habían estado los últimos cinco meses rescatando y haciendo seguimiento a centenares de personas a las que Lord Voldemort había encerrado en numerosos lugares. El primer lugar al que acudieron fue a Nurmengard.
—Claro, así estarán acompañados… ¿Te toca declarar ahora? —intentó cambiar de tema Hermione. Aunque en el fondo sabía que la pregunta era una tontería; si no, no estaría allí esperando. Pero Samantha respondió con normalidad, volviendo a sonreír con simpatía.
—Sí… Bueno, en realidad me toca dentro de media hora, pero como no conocía el lugar he venido con tiempo. No quería perderme —rio con algo de apuro—. ¿Cómo funciona? ¿Salen a buscarnos, o…?
—Nos llaman —informó Hermione, con presteza. Y señaló el techo con un dedo, agitándolo hacia allí—. Escucharás tu nombre. Se escucha en lo alto. Creo que nos llama el propio Cornelius Fudge, el Jefe Supremo del tribunal. Han utilizado un hechizo Sonorus, o quizá un… —se interrumpió, algo apurada, sintiéndose sonrojar. Comprendiendo que estaba cayendo en su vieja costumbre de hablar demasiado cuando se encontraba nerviosa. Pero Samantha no mencionó nada al respecto.
—De acuerdo, gracias —suspiró, intentando respirar con calma. Colocándose una mano en el estómago—. Estoy de los nervios, no se me da bien hablar en público —tragó saliva, y borró ligeramente su sonrisa. Mirando ahora a la chica a los ojos de forma extraña. Y a Hermione se le aceleró el corazón ante lo que intuía que iba a decir a continuación—: Écoute, sé que te resultará raro que sea yo quien te diga esto a ti, pero… Gracias por declarar a favor de Draco. Quiero decir que… Sé que tienes que hacerlo, pero me imagino que, estando en el bando en el que estabas, no creo que tu entorno esté de acuerdo con esto… —aclaró, en voz más baja. Casi vacilante—. ¿O sí?
Hermione se esforzó en contener un suspiro. Su agradecimiento la hizo sentir algo extraña, pero podía entender la posición de la joven. Después de todo, esa chica había vivido bajo el mismo techo que Draco durante años. Habían sido muy cercanos. Y, por supuesto, tenía un vínculo con él. El mismo Draco se lo había dicho.
Aunque no pudo evitar recordar la reacción de Samantha al confesarle, en medio de la batalla de Hogwarts, que Draco y ella habían estado juntos durante años, incluyendo parte del periodo de guerra. Recordaba su expresión descompuesta. Sus ojos cerrados. Los intentos por recomponerse, y, a pesar de todo, la ayuda que les prestó para que volvieran a encontrarse.
Esa chica… Esa chica quería a Draco. Era más evidente de lo que seguramente ella quería que fuera.
—Descuida, te entiendo. Y no, no lo están —aseguró Hermione, de forma lánguida—. Pero es… irrelevante. Nadie va a impedirme que haga esto.
Samantha sonrió, asintiendo con la cabeza. En un mudo y cordial apoyo. Aunque después miró a la puerta, a espaldas de Hermione, con algo de preocupación.
—¿Está él dentro? —cuestionó, ahora con un hilo de voz.
—Sí —corroboró Hermione, mirando con nostalgia por encima de su hombro. Samantha suspiró de forma trémula.
—¿Está bien? —añadió, en un susurro—. Quiero decir si… ¿Tenía…?
—Tiene buen aspecto, dentro de lo que cabe. Creo que está bien. Su salud parece… aguantar. Es fuerte, puede con ese lugar —añadió, con tono más decidido. Decidida a creérselo.
Samantha sonrió con visible alivio. Conmovida.
—Definitivamente lo es. Es muy fuerte —corroboró, en voz todavía baja—. Draco… fue un gran apoyo para mí mientras estuve prisionera. Es alguien importante para mí —su mirada se volvió mustia, y Hermione sintió una oleada de lástima hacia ella. Aquella joven había pasado una época terrible, prisionera bajo las amenazas de Lord Voldemort. Pero, de pronto, frunció el ceño y pareció pensar que había dicho algo que no procedía, porque añadió precipitadamente—: No… No me malinterpretes, s'il vous plait… Nunca… Entre Draco y yo, nunca… Al igual que Theodore, desde luego. No sé qué hubiera hecho sin ellos…
Hermione estuvo a punto de reírse ante su apuro.
—Lo sé. No te preocupes —se apresuró a asegurar. Extendiendo una mano para acariciarle el brazo. Deseando reconfortarla—. Te entiendo perfectamente. Y me alegro de que estuviesen ahí para ti. De verdad.
Samantha consiguió sonreír. Y bajó la mirada antes de añadir, en un murmullo:
—Draco solo te quiere a ti. Con locura. Te lo aseguro.
A Hermione le tembló la sonrisa. Superada por sus palabras. Escucharla decir que Draco la quería de esa manera fue como arrancarse un puñal. Maravilloso, pero doloroso a la vez.
Estaba tras esas puertas, rodeado de Dementores, y esa noche volvería a dormir a Azkaban, en medio de un ambiente de la más absoluta desesperanza, a la espera de soportar un nuevo juicio que no le garantizaba salir de allí…
Hermione, a pesar de todo, no podía evitar sentir que la confianza se apoderaba de su corazón. No quería dejarse llevar, quería mantener la cabeza fría y concentrada, pero era la mejor situación que podían haber imaginado. Un número considerable de personas testificarían a favor de Draco.
El profesor Dumbledore se había puesto en contacto con ella por carta, semanas atrás, para estupor de la joven, disculpándose por no poder verla en persona debido a las arduas labores de reparación que estaban llevando a cabo en Hogwarts con la intención de abrir en septiembre. Cosa que, de hecho, finalmente no había sido posible. En la carta, con su sofisticada caligrafía, le decía que Remus Lupin lo había puesto al corriente, en petit comité, de todo lo referente a Draco y ella. De su relación sentimental. De las intenciones de la chica de declarar en su favor. De las preocupaciones de Remus al respecto de la reacción del mundo. Del porvenir de la chica. De su seguridad.
Dumbledore le contó que su intención al contactarla era transmitirle su más férreo apoyo por lo que estaba haciendo. Indicándole que le parecía uno de los actos más valientes que había visto en su larga vida. Que los prejuicios de la sociedad solo se erradicarían con ejemplos como el suyo. Peleando.
Además, quería informarla de que él también pensaba declarar a favor de Draco, así como de Nott. Al parecer había tenido contacto con ellos cuando estuvo prisionero en Nurmengard. Lo habían cuidado, a su manera, durante sus guardias. Y habían tenido gestos con él que ningún otro mortífago había tenido. Y él quería devolverles el gesto. Aportar su grano de arena, que, tal y como le decía por carta, no sería especialmente relevante por el contenido, pero quizá sí por el peso de su reputación. Quizá fuera el grano que hiciese decantar la balanza. Hermione no pudo contener las lágrimas ante la carta. Y, aunque no pudo compartir su emoción con nadie, sí se sintió menos sola.
Minerva también le contactó para avisarla de que declararía a favor de Draco. Que contaría lo que ambos hablaron durante la batalla. Todo cuanto sabía. Que tuviese fe.
Draco le había dicho que Severus Snape sabía de su relación, pero Hermione no había podido saber nada más al respecto. Snape había sido asesinado en la batalla de Hogwarts. No iba a poder declarar. Ni Hermione podría preguntarle al respecto.
A pesar de algunos contratiempos, cada vez eran más. No estaba todo perdido. Podían conseguirlo. Pero Hermione se obligó a no hacerse ilusiones de ningún tipo. Si se las hacía…
—¿También declararás por Nott? —preguntó Hermione, intentando desviar la conversación ligeramente. Si le permitía a su imaginación barajar las opciones de lo que podría sucederle a Draco, tendría que sentarse—. Su juicio es esta tarde…
—Sí, lo sé. Por supuesto —aseguró Samantha, asintiendo con vehemencia—. He venido por los dos.
—Gracias —suspiró Hermione, aliviada—. Yo sé que es buena persona, pero no voy a poder decir demasiado a su favor. No tengo apenas pruebas. Solo algunas cosas que Draco me contó.
—No te preocupes, yo declararé en su favor. He visto lo mucho que ha sufrido intentando ocultar cómo se sentía en realidad. Y también —bajó la voz— quiero testificar a favor de la señora Malfoy. De Narcisa. Fue amable conmigo cuando estuve en su casa. Puede parecer una tontería, pero… durante un tiempo fue la única persona que habló conmigo. Y me cuidó… como pudo. Me… me ayudó en… situaciones… —añadió, y la voz se le quebró del todo.
A Hermione se le humedecieron los ojos ante la fragilidad de su interlocutora. Adivinando, solo por las heridas abiertas que eran sus ojos, que había vivido situaciones espeluznantes. Creyendo entender cuáles. Situaciones en las que no había pensado hasta ahora. Y que la dejaron sin aliento. Alargó una mano y apretó la de la chica. En silencio. Indicando que no era necesario decir nada más.
De pronto, unos veloces e inesperados pasos al final del pasillo distrajeron a ambas chicas. Giraron las cabezas, a tiempo de ver doblar la esquina a las últimas personas que Hermione esperaba ver allí.
—¿Ginny? —fue lo único que alcanzó a decir, con la boca abierta.
La joven de los Weasley, vestida con una túnica negra bastante sobria, y el largo cabello rojo fuego recogido en un elegante moño, presidía ágilmente la carrera. Seguida muy de cerca por Harry, vestido con ropa de calle, y una sudorosa Molly, que llevaba todavía puesta la ropa de hacer las labores de casa.
—Hermione —resopló Ginny a modo de saludo, atragantándose con su propio aliento. Deteniéndose trastabillando ante ella, jadeante y acelerada—. ¿Ya ha terminado el juicio? ¿No, verdad? ¿Has declarado ya?
Hermione tuvo que parpadear un par de veces, asimilando todavía su presencia allí. Escrutando el sudoroso y pecoso rostro de la chica. Asimilando que no estaba soñando. Miró por encima de su hombro. A Harry. Igualmente jadeante. Con una expresión difícil de determinar. La confusión flotaba en sus ojos. La incomodidad. Como si no supiera qué hacía allí. Le costaba sostenerle la mirada.
Molly tuvo que apoyarse en la pared, sin aire para saludar siquiera a la chica.
Y Hermione sintió la indignación calentar su rostro. No podía creerlo. ¿De verdad iban a intentar…?
—No, el juicio no ha terminado —siseó, con frialdad, sin apenas mover los labios—. Y sí, ya he prestado declaración. Llegáis tarde. No podéis impedir esto, y, sinceramente, no os creía capaces de intentarlo siquiera…
—Hermione, por favor, escucha… —Ginny tuvo que tragar saliva, sin aliento. Alargó una mano para sujetar la suya, pero Hermione la apartó de un tirón. Con ojos incandescentes.
—No, Ginny, ni hablar. Puedo entender que no aceptéis lo que os he contado. Que no estéis de acuerdo. Pero que vengáis hasta aquí para boicotearme, para convencerme de que no cuente la verdad…
—Hermione, que no, cállate de una vez —exclamó Ginny, con enfado. Y ahora sí sujetó las manos de la chica entre las suyas. A la fuerza, para que no las apartase—. No venimos a impedir nada. Yo vengo a declarar. ¿Me has oído? Yo también quiero declarar.
Hermione boqueó, pero se concentró en respirar durante unos segundos. Sí, la había oído. Y no, no entendía nada. Y su hilo de pensamientos no era tan fácil de abandonar.
—¿Declarar? ¿Declarar qué? Ginny, no serías capaz de… —farfulló Hermione, sin pensar, volviendo a enardecerse. Pero Ginny frotó las manos de su amiga con las suyas. Sosteniendo su mirada.
—No. Claro que no. No voy a hacer lo que estás pensando —aseguró, tajante—. Voy a declarar a favor de Malfoy. A su favor, Hermione. De verdad.
Hermione intentó tragar saliva, al sentirla llenar su boca, pero se le atascó en la garganta. Eso era, de lejos, lo último que se esperaba.
—¿A su… favor? —fue lo único que pudo articular.
—Sí. Y sé que no tengo permiso para hacerlo, que no he rellenado ninguna solicitud ni nada de eso…. Pero me quedaré hasta que acaben los juicios, y tendrán que escucharme. Lo chillaré a través de la puerta si es necesario —añadió con desparpajo.
—Pero, Ginny, ¿qué estás diciendo…? —farfulló Hermione, con el ceño firmemente fruncido—. ¿Qué… qué quieres contar?
Pero su amiga de pronto giró el rostro directo hacia Samantha, la cual parecía sentirse algo fuera de lugar entre tantos desconocidos. Había retrocedido un paso, permitiendo al resto acercarse a Hermione. Intentando no entrometerse en la conversación. Pero no había apartado sus oscuros ojos de la joven Weasley.
—Me recuerdas, ¿verdad? —le preguntó entonces Ginny, de forma suave. Samantha parpadeó, al parecer sorprendida por su pregunta. Pero asintió con la cabeza. Con reserva.
—Sí —admitió, en un murmullo—. Luchamos juntas… esa noche. En vuestra escuela. Yo…
—Me lesionaron —la ayudó Ginny—. Estábamos luchando juntas, y me lesionaron. Me llevaste a la Enfermería… lo cual te agradezco, por cierto. Me salvaste el cuello, y no lo digo en sentido figurado… Da igual, el caso es que yo no perdí el conocimiento por completo —su voz bajó de tono—. Me desperté. Pero no te diste cuenta. Y lo oí todo.
Samantha inhaló bruscamente ante esa confesión, llevándose una mano a la boca. Parecía haber comprendido todo de golpe, pues miraba a Ginny como si no pudiese creer lo que oía.
Hermione corroboró, solo con una rápida mirada a los demás, que nadie entendía absolutamente nada.
—¿Oíste mi conversación con Draco? —farfulló Samantha, atropelladamente. Ginny le sonrió entonces, cómplice. Hermione se tensó al oír el nombre del chico.
—¿Qué? —intervino, mirando a ambas. Pero ellas no la miraban. Seguían perdidas en sus recuerdos, en la evocación de una noche confusa para todos.
—Entonces le oíste decir… —comenzó Samantha, casi en trance. Tenía los ojos muy abiertos.
—Que le había revelado a Hermione el plan de los suyos para acabar con la cúpula —declaró Ginny, asintiendo con la cabeza—. Que le daba igual lo que sucediese con él. Que solo quería que todo esto acabase. Que Hermione sobreviviese.
Los ojos de Hermione se desenfocaron. Estaba soñando. Tenía que ser un sueño…
—Y me oíste decirle… —prosiguió entonces Samantha, casi fascinada. Arrancando a duras penas a Hermione de sus pensamientos.
—Que Bellatrix Lestrange estaba arriba, en la torre, a donde Hermione se dirigía. Te escuché decirle que tenía que buscar ayuda antes de subir allí. Y él ni siquiera te respondió. Cogió una máscara de mortífago del cadáver que estaba a mi lado y salió corriendo. Y supe que iba directo a salvarte —finalizó, mirando a Hermione por fin—. En ese momento me negué a entenderlo. Me pareció… absurdo. Él no puede… Él jamás te salvaría de nada —casi rio al decir esto—. Me obligué a pensar que algo se me tenía que estar escapando. Que no podía ser así. Que no podía estar hablando de ti. Pero… cuando nos contaste lo que había entre vosotros, recordé esa conversación, y... Y lo siento, Hermione —añadió, en voz más baja—. Lo siento muchísimo...
—Ginny… —musitó Hermione. Queriendo intervenir. Pero la chica sacudió la cabeza en advertencia.
—No, déjame acabar —barbotó, con énfasis—. Por favor, necesito decirte… Escúchame, me he pasado los últimos meses peleando por entender esto. Pero me asustaba demasiado. No quería creer que algo entre Malfoy y tú pudiera ser real. Me aterrorizaba lo que decía de ti que estuvieras remotamente relacionada con alguien como él. Y he estado intentando convencerme de que, incluso si había sucedido de verdad, ahora todo entre vosotros había acabado. Que podía pensar en ello como un… un mal sueño. Una mala época. Un... un error. La Orden te había absuelto, y quizá todo había quedado olvidado. Pero al verte venir hoy a defenderlo, dispuesta a contarlo todo de forma pública… —suspiró de nuevo, con pesadez—. No ha acabado. No para ti. Y… de verdad que quiero entenderlo todo, Hermione. Que niegue la realidad no va a cambiar nada. Y no te quiero perder. Voy a… Pienso contarle lo que presencié al Wizengamot y… que ellos decidan. No es mucho, pero quiero ayudarte.
Hermione se cubrió la boca con ambas manos, luchando por contener las lágrimas. Harry seguía en silencio, situado un paso por detrás de Ginny. Las miraba a ambas todavía con incomodidad. Como si la situación, la dirección de todo aquello, aún se le escapase de las manos. Mortalmente serio. Y a Hermione no le importó que no dijese nada. No necesitaba hacer las paces en ese momento.
Quizá pudieran arreglarlo en el futuro. De momento, estaba allí.
A diferencia de Ron. Ron no había ido con ellos. Y Hermione no quería pensar en ello todavía.
—Te mentí, Ginny —susurró, sin apenas voz—. Te mentí cuando estábamos en la escuela. Luna… Luna tenía razón, como siempre, nosotros estábamos… Pero no te lo dije…
—Ya —suspiró la joven, con tenue amargura—. Lo sé. Lo recuerdo. Y reconozco que quizá fue lo que más me dolió de todo esto. Me costaba aceptar que no hubieras confiado en mí. Pero ahora pienso que… Aunque me cueste reconocerlo, si todo esto de verdad ha sucedido, puedo entender que no fuese fácil para ti. No puedo ni imaginar lo que pasaría por tu cabeza. En fin, ¿Malfoy? ¿Malfoy y tú? —enfatizó, como si fuera incomprensible—. Entiéndeme, sería la última persona con la que te…
—Lo sé —aseguró Hermione, dejando escapar una risa exhalada—. Y yo. Soy consciente de que es imposible de entender. Lo sé, porque también fue casi imposible para nosotros. Por supuesto que lo fue. Y no lo buscamos, al contrario —suspiró de nuevo, sonriendo, cerrando los ojos—. Peleamos contra esto todo lo que pudimos. Hasta que no pudimos más. Y apenas puedo concebir ahora cómo fuimos capaces de ceder a esto. Pero ahora mismo no puedo imaginarme que no lo hubiéramos hecho. Apenas recuerdo cómo era no sentirme así por él. Y, lo siento, pero no me importa que nadie más lo entienda —añadió, de forma suave, pero con determinación.
Y ahora fue el turno de Ginny de dejar escapar un suspiro que vibró en una risa. Mirándola a los ojos todavía. Casi asombrada.
—Supongo que, realmente, no hay nada que entender, ¿no? —susurró, con desánimo—. Estás enamorada de él, Merlín sabe por qué…. Tú sabes por qué. Tienes tus motivos. Y te confiaría mi vida, Hermione, ¿cómo no voy a confiar en ti en esto? Tenía que haberlo hecho desde el principio. Y… estoy consiguiendo asimilar que esto, me guste o no, es real, y… —miró de reojo a las puertas cerradas—, es justo que tengan toda la verdad. Me guste esa verdad, o no.
A Hermione le tembló la sonrisa. Apretó las manos de su amiga con fuerza.
—Gracias, Ginny —susurró. Y, sin poder contenerse, la rodeó con los brazos—. Gracias por hacer esto. Muchísimas gracias…
La menor de los Weasley la abrazó a su vez, estrechándola con mucha fuerza. Molly, tras ellas, había comenzado a sollozar contra un pañuelo salido de su delantal.
—No me malinterpretes, por favor —pidió Ginny, aun así, en su cuello. Apretándola contra sí—. No voy a mentirte y decirte que esto ya no me asusta. Que creo que Malfoy es el hombre adecuado para ti. Ni de lejos —bufó, subrayándolo—. Quiero dejártelo claro. Ahora mismo sigo pensando de él lo mismo que he pensado desde que lo conozco, con algunos matices… —admitió en voz más baja, a regañadientes, casi para sí misma. Se separó de nuevo de ella, apretándole los brazos con las manos—. Y sigo preocupada por ti. Y, precisamente porque estoy haciendo esto, solo puedo suplicar a Merlín que no te estés equivocando con él.
—No lo hago —susurró Hermione. Cerrando los ojos y abrazándola de nuevo—. Te aseguro que no lo hago… Él es…
—Señorita Minette —interrumpió de súbito una voz que pareció provenir del mismo techo. La voz de Cornelius Fudge. Sobresaltando a todos—. Pase a declarar, por favor.
Samantha vaciló un instante. Mirando a ambas chicas, abrazadas todavía, mientras se mordisqueaba el labio inferior. Ginny le sonrió por encima del hombro de Hermione.
—Entra. Me colaré cuando termines e intentaré que me concedan una vista. No sé si va a declarar alguien más….
Pero se interrumpió al ver la traviesa sonrisa que de pronto se apoderó de los labios de Samantha. Cogió entonces a Ginny de la manga de la túnica y tiró de ella hacia la puerta, separándola de Hermione.
—Vas a entrar conmigo… —informó, con emocionada determinación. Ginny parpadeó, intentando frenar su avance.
—Espera, ¿qué? —farfulló. Poco convencida. Pero Samantha le sonrió con decisión.
—Voy a hacer algo mejor que darles mis recuerdos. Voy a traer a un testigo que puede corroborarlos.
Que levante la mano quien daría dinero por ver la cara de Draco al ver entrar a Ginny Weasley, diciendo que quiere declarar en su favor ja, ja, ja ¡yo sí! 😂
Bueeeeno, la pequeña de los Weasley se ha redimido, al menos en parte, ¿no creéis? ja, ja, ja 😅Las cosas entre Hermione y sus amigos están muuuy tensas. Hermione les ha hecho mucho daño al ocultarles su relación con Draco durante tanto tiempo. Sumado a que, de ninguna manera, parece que vayan a apoyar que tenga una relación con él. ¿O sí? ¿Creéis que podrán volver a ser lo que eran? 🙈
Hermione se siente sola, aunque tiene el apoyo de varias personas, y está dispuesta a llegar a donde haga falta para salvar a Draco. Poco sabemos de éste, mientras tanto, encerrado en Azkaban…
¡Ojalá os haya gustado mucho! 😍 Ya solo nos queda el último capítulo y el epílogo… *hiperventila* ¿Tenéis teorías de cómo terminará? ¡Muchísimas gracias por estar ahí! Y gracias de antemano por todos vuestros comentarios, os adoro, sois energía para mis deditos ja, ja ja 😍
¡Mil gracias por leer! ¡Un abrazo enorme! ¡Nos vemos en el próximo! 😊
