LA ÚLTIMA VEZ QUE NOS VIMOS

Capítulo 2: El ojo que todo lo ve.


Consideraciones:

- Futuro distopico.

- Letras en cursiva: pensamientos o recuerdos, hechos en el pasado.

- Partimos del canon que Marinette ha perdido los prodigios y que Félix es el portador de Duusu.


.

.

.

- ¿Él está muerto? - preguntó Emma, trémula, al pequeño y poderoso kwami que tenía enfrente.

Plagg le entregó el anillo, todavía en silencio.

Emma lo cogió con las manos, dudando. No podía creer que esto estuviera sucediendo.

Su madre, la divina Ladybug, le había pedido que esperara ahí, sobre un lejano peñasco a que el conflicto terminara. Emma le había exigido, acorde a su edad, participar en la batalla. Ladybug sin embargo, le negó esa oportunidad.

"- No - Ella dijo. - Esperarás a que Argos y yo terminemos esto...no intervendrás, Emma. A menos que Plagg venga a por ti...-"

Plagg.

Lo había esperado por largo tiempo.

Emma quería un kwami. Quería tener lo mismo que tenía su tío Felix con Duusu: Complicidad y cariño.

- Emoción- le decía su tío. - El kwami de la Emoción. Cuando Duusu llegó a mis manos, no era feliz. Había vivido mucho tiempo a oscuras, no en muy buenas condiciones. -

Algunas veces, Emma los pillaba en sus juegos. Encontraba a su tío jugueteando con algo en su mano. El pequeño kwami estaba tumbado boca arriba, y su tío le hacía cosquillas. En esos momentos, Felix sonreía tenuemente. Con una alegría efímera y somera. Presentía Emma, que en esos escasos instantes, su peligroso tío era feliz.

También ella se ponía contenta, cuando Ladybug lo convocaba en su presencia.

Veía a su madre, así, ocasionalmente. Algunas veces al año. Emma y Félix vivían aparte, en los cuarteles de entrenamiento. Félix, como si fuera un comandante. Y Emma, un simple soldado.

Una niña rubia y delicada, pero letal.

Le había educado bien.

Entre lágrimas y sonrisas, Emma Emilie Agreste aprendió a leer y escribir, a jugar y pelear, a asesinar sin compasión y a defender a sus compañeros sin condición.

Leal y justa.

Ella no lo sabía. Pero su tío la había educado como si fuera su hija.

Quizá eso no fuera tan equivocado.

Pero tamaña verdad no la sabría hasta mucho tiempo más tarde.

Emma soñaba por las noches, con una familia de verdad. Cerraba sus ojos, tumbada en una habitación confortable, y fantaseaba siempre lo mismo: ella despertando en las mañanas para luego ir al comedor comunitario, tan solo para encontrarse a su tío sirviéndoles el desayuno, a su madre y a ella .

Los tres hablarían de la guerra por supuesto, de lo bien que les iba. O hablarían del fin de ésta. De la derrota, inminente, de Lila Rossi La Nueva Monarca.

Y así empezaría una nueva vida. Sin batallas, sin duros entrenamientos.

Ese era su sueño.

A Emma le gustaba dibujar y cantar y ella, joven niña, se ilusionaba pensando que una vez terminada la guerra, por fin se dedicaría a lo que más le gustaba.

Aquel era otro sueño.

Hacer lo que le gustaba, rodeada de su pequeña e importante familia: Su tío y su madre.

Pero ahí, en el peñasco alejado donde la gran Ladybug había indicado que esperara, Emma tuvo otro sueño.

- Verlo vivo. - pensó con desesperación. - Por favor, quiero verlo vivo de nuevo. -

Tembló, con el anillo en su mano. Los ojos se le anegaron en lágrimas. De su pecho, nacieron sollozos. Bajó la mirada y Emma rompió a llorar, desconsolada.

- No puede ser. - murmuraba. - Él no puede morir. -

Plagg volteó a ver de donde habia venido. Detrás suyo, en la distancia, se veían chispazos de estallidos, ligeros retumbos que le indicaban que pronto la batalla los alcanzaría...Había que darse prisa.

- Niña. - habló con una voz aguda y peculiar. - ¡Rápido! tu madre te ha convocado. Ponme en tu dedo y recita mi trasformación. -

Emma gimoteó intentando taparse la boca con una mano.

- No hay tiempo para lágrimas. Ni para el dolor. ¡Emma! ¡Argos ha muerto! - clamó el kwami, empezando a desesperarse.

De repente, Emma sintió algo frío en su pecho. Algo más frío que el dolor que tenía atravesado en su corazón.

Argos está muerto.

Emma sintió, como nunca antes, lo frío que era el colgante en forma de ojo que su tío le obsequió, hace algunos años atrás. Ella lo llevaba siempre en su cuello, oculto bajo sus ropas. Estaba segura que nadie sabía de su existencia.

Y recordar esa joya, cesó sus lágrimas y detuvo su lamento. Con pausa, ella levantó la cabeza, recordando:

"Emma Emilie Agreste cumplía diez años el día en el cual, su querido tío, le dio uno de los mejores regalos que tuvo.

Ese día, el día de su décimo cumpleaños, el tío Félix la llevó a las proximidades del cuartel central, donde residía su madre, la gran Ladybug. Su tío la guio hasta un monton de escombros en algún sitio de lo que fue alguna vez París. Se acercaron a una pared que todavia se mantenia en pie. Su tío la sujetó de la cintura con una mano, mientras que con la otra dibujaba un patrón singular en la pared. De repente, Emma sintió un vacío en el estómago. Abrió los ojos con terror, al descubrir que caían por una trampilla que se había abierto a sus pies.

Cualquiera hubiera pensado que morirían en esa caída.

Pero estaba con Argos, el portador de Duusu. Suave como una pluma, su tío aterrizó en el fondo, con dignidad y soberbia. No le dijo nada. Sólo la liberó de su abrazo y le alisó el pelo un poco.

Emma mirando alrededor, descubrió que estaban en un sótano.

Había un pequeño jardín en ese sótano, al fondo de todo.

Félix la observó de reojo, tan sólo un instante, para murmurarle con rapidez: - La mansión Agreste. -

- Oh. - fue todo lo que la niña dijo. Algo sabía respecto a ese tema, pero era muy poco. Y para ser sinceros, no le importaba en lo absoluto.

Continuó paseando su mirada verde por todo ese lugar tétrico y a la vez, hermoso.

Había sido una mansión en el pasado.

Una mansión sumergida entre escombros.

En ese sótano gigantesco de techo abombado, en lo alto, se veía un ventanal ovalado, por donde entraba la luz necesaria para mantener ese pequeño paraíso en medio del horror.

Crecían flores, blancas y rojas, multicolores. Todo ese sitio estaba impregnado de un olor estupendo. Nada comparado con las habitaciones donde ella vivía con su tío. Para llegar a ese edén subterráneo, Emma y Félix empezaron a caminar , ella detrás de él, atravesando una larga pasarela también rodeada de flores. Parecía que era un invernadero.

- Qué lugar más bonito. - murmuró Emma, abriendo los ojos y observando todo, tratando de memorizarlo para jamás olvidarlo.

El tío Félix llegó al final de la pasarela y su rostro se volvió melancólico y apagado, como recordando algo triste y lejano, pero tan importante que aún no podía hablar de ello. No mientras Emma fuera tan pequeña.

Él se giró para observar a su pequeña sobrina.

Una chica rubia y menuda, con los bucles sueltos cayendo en sus hombros. Sus ojos verdes tan espesos que le recordaban la profundidad de un bosque en primavera y sus mejillas sonrosadas, como un pétalo del árbol del cerezo. Y tenía las piernas largas insinuando que sería tan alta como él o como Adrien, a pesar que Marinette fuese tan pequeña.

Emma, al ver que el tío Félix la miraba con atención y cariño, detuvo su sorpresa.

- Tío...- susurró, emocionada.

Siempre lo deslumbraría.

Él siempre la deslumbraría.

Alto, con hombros anchos, cabello rubio que siempre llevaba corto a los lados, pero algo largo al centro. Y se lo peinaba con raya al costado. Sus pestañas eran rubias también, así como los vellos que ella lograba verle en los antebrazos cuando entrenaban juntos. Los labios de Félix eran algo gruesos y formaban un línea recta, cada vez que él iba a enseñarle algo o a mostrarle algo.

Justo como ahora.

- Como te dije antes, Emma, el pavo real lleva en su cola, adornando sus plumas, esos más de cien ojos que una vez le pertenecieron a Argos. - le contó Félix, muy seriamente. - Eso fue lo que ordenó Hera, la esposa de Zeus. Que Argos viera el paso del tiempo, que fuera su guardián, por toda la eternidad. Los griegos lo sabían, lo aceptaban y decidieron que si el pavo real llevaba esos ojos, ellos porqué no. Es por eso, que siempre, regalaban esto a sus seres queridos...-

Atónita y expectante, Emma vio como su tío se llevaba la mano al bolsillo del pantalón, sacando de éste uno de sus más preciados obsequios.

Emma recordaría ese momento toda su vida. Y recordaría, las palabras que él le dijo.

- Un ojo griego. - le narró Félix. - Uno de los ojos de Argos. -

Emma vio un objeto redondeado, similar a un dije pero completamente circular, hecho aparentemente de vidrio o nácar. Estaba pintado el halo exterior de azul, otro halo concéntrico de blanco y un pequeño círculo, imitando a un pupila de un ojo, totalmente negro.

- Este es mi regalo, Emma. Un ojo de Argos Panoptes. El que todo lo ve...-

- El que todo lo sabe... - completó Emma, siempre atenta.

- El que todo lo obtiene. - remató Félix.

Rápidamente, Félix cogió una mano de Emma, la volteó con la palma arriba y dejó caer el ojo azul y blanco en la mano de su sobrina. Luego, le cerró los dedos, obligándola a hacer un puño, ocultando el regalo.

- Escúchame atentamente, Emma. - susurró Félix, a centímetros de su rostro. Lucía preocupado y en ese instante, Emma pensó que su tío ya era un anciano, un vidente o un mago. Alguien misterioso. - Nunca olvides mis palabras. Mi regalo te protegerá siempre. En tu hora más oscura, cuando tu corazón esté más roto...apriétalo fuertemente pensando en su objetivo final: su protección. Un ojo de Argos Panoptes se debe romper para que te proteja, se tendrá que partir en dos. ¿Lo entiendes Emma? ¿Te olvidarás de lo que te digo? -

- No. - dijo Emma, con seguridad. - ¡No lo olvidaré!. Cuando esté en mi mayor peligro, lo apretaré tan fuerte que lo romperé. -

Félix asintió, más relajado.

- Pero tío, ¿Cómo sabré cuando el momento haya llegado? ¿Cómo sabré cuando usarlo? -

La niña no podía entender, cómo el futuro podría ser peor de lo que ya era. Un París destruido, con habitantes escondidos y recluidos en refugios especiales, donde los portadores los protegían del exterior, de Lila Rossi y sus esbirros. De tiempo en tiempo, habían enfrentamientos con muertes y victorias, pero sin un claro ganador.

La gran Ladybug resistía y con ella, un pequeño séquito de portadores.

Lila Rossi, en cambio, devoraba el mundo.

Habían caído paulatinamente, a lo largo de los años, los demás héroes. De los otros grandes portadores extranjeros, sólo se sabía que habían perdido, que habían sido destruidos también. Presumía su madre que, al igual que los franceses, los sobrevivientes estarían a salvo, escondidos o refugiados. Implementando al igual que ella, pequeños grupos de personas que resistían a la maldad.

La búsqueda de Rossi era la misma.

Los prodigios de la mariquita y del gato negro.

Ladybug tenía a Tikki, la diosa de la suerte y de la creación.

Y Emma sabía, que su padre, Adrien Agreste, había llevado el kwami de la destrucción, Plagg. El dios con forma de gato y adicto al queso. Y que representaba la mala suerte.

Mientras que Gabriel Agreste El Destructor, había buscado los prodigios en París, Lila Rossi había optado por la eliminación sistemática del mundo. Para acorralarla, para obligarla a pelear. Ladybug resistía. Sus héroes junto a ella. Emma y Félix junto a ella.

- Recuerda mis palabras, querida Emma. - Félix no contestó su pregunta sobre cuándo sería el momento correcto para romper el ojo, pero Félix sorpresivamente, abrazó a Emma con fiereza y desesperación.- Nunca lo olvides. -

Emma correspondió a su abrazo, emocionada porque sabía cuánto la quería su tío. No se preocupó ese día de seguir investigando porque parecía su tío tan preocupado y agobiado. Era el cumpleaños de una niña de diez años. Ella no podía sospecharlo. Félix aprovechó su cercanía para plantarle un beso profundo y sincero en la frente de su sobrina.

- Nunca me olvides, cariño -.

Emma nunca podría."

Y ahora, la alhaja en forma de ojo que él le había regalado le quemaba de lo gélido que estaba, como si gritara su atención. Emma lo buscó dentro de su camiseta, afligida y desesperada. Ese dije, ella lo había puesto en un collar viejo de acero y se lo había puesto al cuello. Con rapidez lo arrancó de su pecho y aún con las lágrimas escurriendo por sus mejillas, Emma supo lo que debía hacer.

- Ojo de Argos Panoptes, ayúdame por favor. - dijo para sí misma.

Tenía tantas esperanzas. Necesita un rayo de luz en medio de su oscuridad. Su cabello era rubio, su piel blanca, pero Emma se sentía gris y transparente. Su dolor la carcomía, su duelo, su cariño por su tío. ¿Dónde estaba su madre? ¿Por qué permitió esto pasara?

Emma Emilie Agreste ya muy decidida, apretó el colgante, hasta romperlo, hasta partirlo en dos.

Un crujido le anunció que el ojo protector ya estaba partido.

- Nunca me olvides, cariño -

Plagg abrió la pequeña boquita negra con asombro, perplejo. No puede ser, pensó agobiado el viejo kwami, ¿Cómo pudo? ¿Qué significa? Emma...Pero no dijo nada, no debía hacerlo, no era tiempo de hablar y sin embargo...

En la palma de su mano, entre los restos de su mejor regalo, Emma sostuvo una pequeña joya en forma de coma, de color nítidamente morado.

La kwagatama de Duusu.

- Duusu - murmuró Emma, acariciándolo con la punta de un dedo. - tío Félix. -

Volvió a llorar, y entre gemidos y sollozos, Emma se puso el anillo en el dedo, apretó los puños y guardó en uno de sus bolsillos la última joya que le obsequiaba su tío, el hombre que tanto la quiso.

- Plagg. - escuchó el kwami que ella le masculló. - Plagg, transfórmame.-

Y él, sencillamente, obedeció.

.

.


Félix ha muerto y es el turno de Emma. Pero él le ha dejado su kwagatama. ¿Dónde está su prodigio? ¿Quién lo tiene? ¿Donde esta Ladybug y Lila Rossi, la nueva Monarca? ¿Qué le pasó a Adrien Agreste?

Preguntas, preguntas...pronto, o no, muchas respuestas.

Recuerden que:

* Kwagatama: joya en forma de coma que los kwamis regalan a sus portadores. Marinette y Adrien en el canon, ya tiene el suyo. Se presume que todos los portadores tendrían que tener su kwagatama. El cual, aparentemente y para efectos de este fic, es un portal al pasado, entre otras cosas.

* Ojo griego: o más famosamente conocido como ojo turco. Un dije hecho de cristal o vidrio pintado con halos de color azul, azul claro, blanco y por último, negro. Se usa como un objeto protector. Antiguamente, los griegos los pintaban en todo sitio, en sus casas, en sus puertas, en sus barcos. La tradición se extendió a Turquía y toda esa región. En nuestros tiempos, aún se usa, en forma de colgantes o como pulseras. Te protegen contra el "mal de ojo" y dicen los antiguos, que se romperá cuando ha cumplido su función, proteger.

Espero que este fic les genere interés, porque por Astruc que la historia me gusta, aunque será triste, como siempre. Final Feliz. No sé qué es eso. Pero será emocionante, creo.

Quiero dar las gracias a Globo (arroba globodoodles) y a Liss (arroba miss punto suga punto pink) por haber sido las responsables de comerme el coco durante tanto tiempo. ¡Que gran lluvia de ideas!

Cambio y corto, Lordthunder1000.